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visita oficial de la delfina a paris! |
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multitudes acuden a saludar el cortejo que lleva a los delfines en su visita a paris. |
Por docenas de miles, por centenares de millares afluyen las gentes por todas las calles de la gigantesca ciudad para ver a la joven pareja, y el espectáculo inesperado de aquella joven esposa, encantadora y encantada, provoca indecible entusiasmo. Aplauden, lanzan exclamaciones, agitan pañuelos y sombreros; mujeres y niños se apretujan para llegar más cerca, y cuando María Antonieta, desde el balcón de las Tullerías, contempla las inmensas oleadas de aquella delirante muchedumbre, dice casi espantada: «¡Dios mío, cuánta gente!», pero entonces el mariscal De Brissac se inclina hacia ella y le responde con una galantería auténticamente francesa: «Señora, que no lo tome a mal Su Alteza el delfín, pero veis aquí doscientos mil hombres enamorados de Vuestra Alteza».
Son éstas las primeras palabras verdaderamente personales que se encuentran en las cartas de María Antonieta a su madre. Las impresiones fuertes son siempre accesibles a su natural fácilmente emocionable, y la bella conmoción producida en ella por este afecto popular, en modo alguno merecido y, sin embargo, tan violento a impetuoso, provoca en su pecho un magnánimo sentimiento de gratitud. Pero si es rápida en la comprensión, también lo es en el olvido.
Al cabo de algunas otras excursiones a París, ya recibe estas manifestaciones de júbilo como homenaje debido a su categoría y situación y se alegra de ello del modo infantil a inconsciente como recibe todos los dones de la vida. Le parece maravilloso verse envuelta ruidosamente por la ardiente muchedumbre, dejarse amar por ese desconocido pueblo; en adelante sigue disfrutando de este amor de veinte millones de criaturas como de un derecho propio, sin sospechar que el derecho impone también deberes y que el amor más puro acaba por fatigarse si no se siente correspondido.
Ya en su primera visita, María Antonieta ha conquistado París. Pero, al mismo tiempo, también París ha conquistado a María Antonieta. Desde ese día vive entregada a esta ciudad. Con frecuencia, y muy pronto con demasiada frecuencia, se traslada a la seductora capital, inagotable en placeres; ya de día, en un cortejo principesco, con todas las damas de su corte; ya de noche, con un pequeño séquito íntimo, para ir al teatro o a los bailes y entregarse privadamente a extravagancias y caprichos de un género más o menos pernicioso. Sólo ahora, cuando se ha desprendido de la uniforme distribución del tiempo del calendario de la corte, se da cuenta aquella seminiña, aquella indisciplinada mozuela, de lo mortalmente aburrido que es el palacio de Versalles, con sus centenares de ventanas y sus bloques de piedra y mármol, donde todo son reverencias a intrigas y fiestas con rigidez de almidón; de lo fastidiosas que son aquellas criticonas y gruñonas tías, con las cuales tiene que ir a misa por las mañanas y calcetear por la noche.
Fantasmal, momificada y artificiosa, comparándola con la torrencial plenitud de vida de París, le parece toda la existencia de la corte, sin alegría ni libertad, con actitudes horriblemente afectadas, eterno minué con iguales eternas figuras, los mismos acompasados movimientos a idéntico espanto. Es para ella como si se hubiese escapado al aire libre desde un invernadero. Aquí, en la confusión de la gigantesca ciudad, puede uno sumergirse y desaparecer, sustraerse al implacable horario de la distribución del día y jugar con el azar; aquí puede uno vivir su propia vida y gozar de ella, mientras que allí sólo se vive para la galería. De este modo, con regularidad, rueda ahora una carroza por el camino de Versalles, dos o tres noches por semana, llevando a París unas mujeres contentas y engalanadas que no regresarán hasta que palidezca el cielo del alba.
Pero ¿qué ve de París María Antonieta? En los primeros días
examina por curiosidad toda suerte de cosas dignas de ser vistas: los museos,
los grandes comercios; asiste a una fiesta popular, y hasta una vez a una
exposición de pinturas. Mas con ello queda plenamente satisfecha, para los
próximos veinte años, su necesidad de instruirse en París.
Marie Antoinette TV serie (2022)
En general, se consagra exclusivamente a los lugares de diversión: va con regularidad a la ópera, a la Comedia Francesa, a la Comedia italiana, a bailes, mascaradas; visita las salas de juego; Lo que más la atrae son los bailes de la ópera, pues la libertad del disfraz es la única permitida a aquella joven prisionera de su categoría. Con el antifaz sobre el semblante, una mujer puede permitirse algunas bromas que en otro caso habrían sido imposibles a una Madame la Delfina. Puede tener algunos minutos de lozana conversación con caballeros desconocidos -el aburrido a incapaz esposo se ha quedado a dormir en casa-; puede dirigirle la palabra a un joven seductor, y, cubierta por la máscara, charla con él hasta que las damas de honor vuelven a llevarla al palco; puede bailar, esto es, aquietar hasta el cansancio un cuerpo ágil y cálido; aquí es lícito reír sin preocupaciones; ¡ay, en París se puede pasar la vida tan deliciosamente! Pero jamás, en todos aquellos años, penetra en una casa burguesa, jamás asiste a una sesión del Parlamento o de la Academia, jamás visita un hospital, un mercado; ni una sola vez intenta conocer algo de la existencia cotidiana de su pueblo.
María Antonieta permanece siempre, en estas escapadas parisienses, dentro del estrecho círculo centelleante de los placeres mundanos, y piensa haber hecho ya bastante por las buenas gentes, correspondiendo con una sonrisa indolente a sus entusiastas aclamaciones; y he aquí que la muchedumbre continúa siempre formando muros de vítores a su paso, y lo mismo la ovaciona la nobleza y la rica burguesía cuando, por la noche, aparece en el antepecho del palco. Siempre y en todas partes, la mujer joven siente que se aprueba su alegre ociosidad, sus francas excursiones de placer; por la noche, cuando va a la ciudad y las gentes regresan fatigadas de su trabajo, y lo mismo por la mañana, a las seis, cuando «el pueblo» vuelve a ir a sus labores. ¿Qué puede, pues, haber de indebido en esta arrogancia, en este libre vivir para sí misma? En la impetuosidad de su alocada juventud, María Antonieta piensa que todo el mundo está contento y sin cuidados, porque ella misma no tiene preocupaciones y es feliz. Pero mientras que en su falta de presentimientos se imagina renunciar a la corte y hacerse popular en París con sus diversiones, pasa realmente en su lujosa carroza de muelles, encristalada y chirriante, durante veinte años, al lado del verdadero pueblo y del París verdadero, sin verlos.
La poderosa impresión del recibimiento de París ha
transformado algo en María Antonieta. La admiración ajena fortalece siempre el
sentimiento de confianza en sí mismo; una mujer joven a quien millares de
personas han asegurado que es hermosa, se hermosea todavía más con la
conciencia de su hermosura; así le ocurre también a esta muchacha intimidada
que hasta entonces se había sentido siempre en Versalles como extranjera y
superflua. Pero ahora un juvenil orgullo, asombrado de sí mismo, extingue
plenamente en su ser toda inseguridad y recelo; ha desaparecido la muchacha de
quince años que, protegida y tutelada por un embajador y el confesor, por tías
y parientes, se deslizaba por los salones haciendo una reverencia delante de
cada dama de honor. Ahora María Antonieta ha aprendido de repente a guardar el
porte debido a su categoría, cosa que tanto tiempo se deseó de ella; se impone
tiesura dentro de sí; erguida y con su gracioso paso alado, se desliza por en
medio de todas las damas de la corte como entre subordinadas. Todo se
transforma en ella. La personalidad de la mujer comienza a revelarse; su letra
misma de pronto se transforma: hasta entonces desmañada, con gigantescas formas
infantiles, se estrecha ahora, en sus lindas esquelas, con un carácter nervioso
y femenino. Claro que la impaciencia, la inconstancia, lo desconocido a
irreflexivo de su ser no desaparecerán jamás por completo de su escritura;
pero, en cambio, comienza a manifestarse en ella cierta independencia. Ahora
estaría madura esta muchacha ardiente, totalmente llena de sentimiento de su
palpitante juventud, para vivir una vida personal, para amar a alguien. No
obstante, la política la ha unido con ese zamborotudo esposo, que ni siquiera
es todavía hombre, y como María Antonieta no ha descubierto aún su corazón y a
su alrededor no sabe de ningún otro a quien amar, esta muchacha de dieciocho
años se enamora de sí misma. El dulce veneno de la adulación se precipita
ardiente por sus venas. Cuanto más se la admira, más quiere ser admirada, y
antes de ser soberana por la ley quiere como mujer, someter a su dominio, con
su gracia, a la corte, la ciudad y el reino. Tan pronto como llega a ser
consciente de sí misma, siente el afán de ponerse a prueba.
Marie-Antoinette:La véritable histoire 2006 (video editado)