domingo, 31 de julio de 2022

JEAN LOUIS FARGEON: EL PERFUMISTA DE MARIE ANTOINETTE

 «Todos los años cambian los gustos; todos los días se necesitan nuevos perfumes para todo; sea químico, entonces». Podría pensarse que estas palabras fueron dedicadas especialmente a Jean-Louis Fargeon, el perfumista del siglo XVIII.

Perfumista vendiendo perfumes y guantes del siglo 18 París Francia
LAS NOTAS EN LA CABEZA (1748-1774)

Hijo de la Ilustración, nacido en Montpellier en 1748, Fargeon soñaba con el sol de Versalles y el boato de la corte. Los conocía sólo a través de la lectura del pormenorizado relato que circuló sobre la llegada a Francia de la archiduquesa María Antonieta de Austria, luego de su casamiento con Luis, delfín del reino de Francia. En Montpellier, capital de la perfumería francesa, Fargeon adquirió su habilidad; en París, la transformó en arte. Instalada en la calle de Roule, la tienda se convirtió en el templo de los elegantes y su laboratorio, en el refugio de eruditos y curiosos.

El niño estaba destinado a la perfumería por derecho de nacimiento, porque en su familia se ejercía ese oficio desde hacía más de un siglo. Los Fargeon, surgidos de la corporación de los boticarios, centraron su negocio familiar en la actividad de perfumistas. Jean-Louis no quería limitarse a las recetas. Deseaba comprender la naturaleza de la facultad olfativa. De manera sumaria, la Academia Francesa había definido el perfume como «el agradable aroma que exhala algo odorífero mediante el fuego o cualquier otro medio».

Un perfumista en el siglo XVIII: claramente un negocio floreciente.
Jean-Louis Fargeon leyó el Tratado de las sensaciones, en el que Condillac resaltaba el papel educativo de los sentidos y contaba la parábola de la estatua a la que el creador había provisto sólo de una nariz. El olfato estaba en el origen de la Ilustración ya que, si se disponía solo de él, el mármol podía adquirir todas las otras facultades y tener pleno acceso al mundo exterior. Así, la estatua, al respirar un «olor de rosa» no tiene representación alguna de la flor. «Será olor de rosa, de clavel, de jazmín, de violeta, según los objetos que actúen sobre su órgano. En una palabra, los olores no son, para él, más que sus propias modificaciones o maneras de ser».

El aprendiz ya era un adepto a la naturaleza. Destiló aguas olorosas simples, espíritus ardientes y aceites esenciales y aprendió a desconfiar de las falsificaciones del que eran objeto sustancias raras y caras. Poco a poco, creó su paleta de perfumes y algunos lo inspiraron más que otros.No dejó de

Perfeccionar los preparados familiares: cosméticos, lápices de labios, Maquillajes, jabones y pastas para blanquear las manos y el rostro, polvos y opiatas para los dientes, pastillas y licores que servían para perfumar la boca. Para el cuidado del cabello creó aceites y polvos de todos los colores, pomadas y tinturas.

UNA VISITA A MADAME DU BARRY

A comienzos del año 1773, tomó la diligencia a París. Jean-Louis Fargeon empezaba a impacientarse cuando, por fin, se presentó la ocasión que iba a distinguirlo de sus colegas. Una mañana, pues, se sentó en el almohadón gastado de una banqueta de un coche de punto y por primera vez, al ritmo de los cascos, tomó el camino de Versalles. Quedó maravillado por el castillo, pero, cuando entró, sintió un olor que lo mareó. «El parque, los jardines, hasta el castillo revuelven el estómago por los malos olores. Los pasadizos, patios, edificios y corredores están llenos de orina y materias fecales. Al pie del ala de los ministros, un porquerizo desangra y asa sus cerdos todas las mañanas. La avenida Saint-Cloud está cubierta de aguas estancadas y de gatos muertos».

 Cuando se hizo anunciar, Su Majestad estaba con la favorita. Para que su trato fuera cómodo, ésta se alojaba en los pequeños apartamentos del segundo piso, encima de los gabinetes del rey. Cuando Fargeon entró en el tocador, el rey había salido por otra puerta. La condesa estaba estirada en una chaise-longue con la cabeza apoyada en la mano, para así destacar el brazo más lindo del mundo. Esa pose dejaba percibir la mayor parte de una pierna admirablemente torneada. Cuando llegó, lo contempló durante un momento.


- ¿Es el joven perfumista de Montpellier que me han recomendado?

-Para servirla, señora condesa.

Bien, joven, tiene un buen aspecto. Por lo que me han dicho, su talento no desmerece en absoluto esta apariencia. Muéstreme algunos de sus preparados. Con el corazón palpitante, le tendió un frasco de agua de Chipre compuesta, en la que el jazmín, el iris, la angélica, la rosa y el nerolí surgían de tres nueces moscadas blancas machacadas y treinta gotas de ámbar. El olor agradaba aun a los que sentían horror por el ámbar. La joven dejó caer en el dorso de su mano una gota hacia la que inclinó su linda nariz. El perfume le resultó exquisito y Jean-Louis, estimulado, le hizo oler un preparado más audaz. Había puesto en él cidra, nerolí e iris en aguardiente de Cognac adicionada con macis y una onza de biznaga. Ella dijo que era una mezcla sorprendente y revigorizante como un cordial. quedó encantada al saber que el sucesor del perfumista de la corte había conquistado a su más ilustre cliente.

 REINA DE FRANCIA… Y DE LA MODA

 La condesa Du Barry había prometido al joven perfumista alabarlo frente al rey para sentar su prestigio en la Corte, pero Luis XV nunca llegó a escuchar ese elogio. Menos de un mes después de que Jean-Louis Fargeon aprobó la maestría, una tarde abril de 1774, al volver de la caza el rey empezó a sentir escalofríos. Los médicos diagnosticaron viruelav, mal del que después de nueve días uno se cura o se muere. Fargeon estaba desolado por haber fracasado tan cerca de la meta.

Fargeon no perdía de vista el objetivo que se había marcado: embellecer el brillo de la belleza con cosméticos artísticamente preparados y reparar los daños de la edad o de la naturaleza en el sexo femenino, cuyo más dulce gozo es el de complacer. Fargeon quería servir a la belleza de María Antonieta de manera menos escandalosa y más natural. Tenía prisa por repetir con ella el trabajo de seducción que tan bien le había resultado con la condesa Du Barry antes de que se malograra, pero a menudo se preguntaba si la reina estaría molesta por el breve favor que había recibido de la «criatura».

Insegna di Fargeon
Madame de Guéménée había recibido de su tía, madame de Marsan, la sucesión del cargo de gobernantas de los Hijos de Francia. Formaba parte de la sociedad íntima de la reina y daba brillantes fiestas en París y en su propiedad de Montreuil. Un día que le hacía una entrega a la princesa de Guéménée, Fargeon le confesó que soñaba con ser proveedor de Su Majestad.

“¿Es sólo eso?” Hágame traer uno de sus productos y recomendaré su uso a la reina. Tiene la bondad de confiar en mi opinión.

Buscó en qué campo podía sorprenderla y se decidió por los guantes. Como todo hombre cultivado, conocía la significación del guante. Ese objeto, que las damas fingen olvidar cuando quieren que vuelvan a llamarlas, lleva la marca de la persona, el perfume y la huella. Oculta la mano que se da o se quita. A la reina le gustaba llevar guantes de color claro para acompañar sus vestidos.

escudo de guanteros-perfumistas. Armorial general, tomo XXIII.
A diferencia de sus competidores, Fargeon no se limitaba a perfumarlos: conocía los secretos de la fabricación, la elección y el tratamiento de las pieles, la mejor manera de teñirlas en todos los tonos. Por lo tanto, era capaz de diferenciarse de la competencia en ese campo y crear guantes al modo de la reina, que la soberana podría llevar a caballo. Fargeon eligió una piel de cabritilla y la tiñó de color gamuza, que consideró que combinaba con el traje de amazona. Para perfumar los guantes eligió flores simples: violetas, jacintos, claveles rojo carmesí, junquillos almizcleros llamados al modo de la reina.

Los guantes luego se pusieron «entre flores», dispuestos en cajas entre dos capas de flores frescas durante ocho días para que se impregnaran perfectamente de su aroma. El perfumista los untó con un preparado que tenía la virtud de conservar la suavidad y la frescura de las manos y de protegerlas del duro contacto con las riendas. Untó los guantes de piel con una mezcla de cera virgen blanca, aceite de almendra dulce y agua de rosas, luego los extendió sobre un lecho de rosas mosqueta frescas, para que se impregnaran por última vez de su olor. Después de ese tratamiento debían tener las mismas propiedades bienhechoras que los guantes llamados cosméticos, que se consideraba que embellecían las manos durante la noche.

 LA BENEVOLENCIA DE LA REINA

 Unos días después de haber enviado los guantes, recibió de la camarera el pedido de varios pares idénticos, así como otros de color pastel. Madame de Guéménée le comunicó esta buena nueva y le aconsejó que se colocara al paso de la reina cuando iba a la misa, para agradecerle su bondad. Le aseguró que le avisaría de su presencia. Salió hacia Versalles el domingo siguiente con el regocijo en el alma. Mientras ella se acercaba, Con un nudo en la garganta por la emoción, lo miró y se sonrió como si acabara de reconocerlo. Siguió su camino, pero ya era un signo firme de su benevolencia.

Como la perfumería combinaba naturalmente con el peinado, Victoire le aconsejó que hiciera una alianza con el principal peluquero de la reina, el célebre Léonard, y que le señalara que en Montpellier había estudiado los polvos y las pomadas que servían para cuidar el cabello, que le podrían ser útiles. En efecto, Léonard colocaba en la cabeza de las damas un adorno ahuecado de crin y gasa sobre el que levantaba toda la cabellera y la untaba con pomada. Luego empolvaba con almidón perfumado y agregaba postizos. Fargeon no tuvo problemas en que una de sus clientas lo presentara al peluquero con el pretexto de que lo admiraba tanto como para desear conocerlo.

El perfumista explicó que no era un competidor de los peluqueros, sino su aliado. Lejos de invadir su territorio los instalaba con más solidez en él, al proveerlos de productos de mejor calidad que los que usaban. El último argumento convenció a Léonard. El peluquero sacó más ventajas que el perfumista de su colaboración. Era de una extraña avaricia y nunca tenía dinero para pagar sus facturas. Al igual que Mademoiselle Bertin, estaba ensoberbecido por el favor de la reina.

 LOS PERFUMES PREFERIDOS DE LA REINA

Fargeon conocía a la perfección los gustos de su augusta clienta. Aunque amaba el lujo con locura, apreciaba sobre todo las aguas simples, como la de azahar, llamada del rey, que el difunto Vigier había dedicado a Luis XV. Se obtenían por destilación de una única materia prima olorosa, de origen vegetal o animal, y se consideraba que tenían virtudes calmantes. La reina gozaba de los beneficios de la esencia de lavanda, muy de moda desde hacía más de veinte años, y de la esencia de limón.

Hacía poner algunas gotas en el agua del baño y en cazoletas para purificar sus apartamentos. Elegía vinagres aromatizados con azahar o lavanda. Las damas de la reina siempre tenían al alcance de la mano pequeñas cajas, llamadas «vinagreras», para presentárselas a su señora en caso de una emoción fuerte o un malestar. Las preferían a las sales revigorizantes que se obtenían de tártaro vitriolado, embebido de espíritu de Venus rectificado.

Frascos de perfume María Antonieta
Para María Antonieta, Fargeon preparaba sobre todo aguas espirituosas de rosa, violeta, jazmín, junquillo o nardo, obtenidas por destilación con espíritu de vino, después de una infusión más o menos prolongada. Las intensificaba con almizcle, ámbar u opopónaco. Como la reina había adquirido el gusto de los perfumes concentrados, creó espíritus ardientes, que ella se divertía en rebautizar espíritus penetrantes, y que eran fruto de varias destilaciones sucesivas. Su precio era muy alto debido a que exigían mayor consumo de materia prima y de tiempo de trabajo. De esto se ocupaba la azafata de la reina, y a menudo le hacía encargos para perfumar el aire, así como pastillas para quemar y popurrí de milflores.

La reina guardaba sus perfumes preferidos en un admirable mueble tocador. Cuando viajaba, los llevaban en un suntuoso neceser en el que había hecho colocar frascos de vidrio con facetas coloreadas y tapones de plata. Le gustaban las bolsitas de aromas, entonces muy de moda. Para fabricarlas, Fargeon tapaba una pieza de tafetán de Holanda con otra tela de satén o de seda y, según los gustos, las rellenaba de popurrís, polvos o algodones perfumados con plantas aromáticas. A María Antonieta le agradaba regalarlas a sus íntimos y se preocupaba de que concordaran con su personalidad.

Cuidaba mucho su cutis. El agua cosmética de paloma limpiaba la piel, el agua de los encantos, hecha con las lágrimas que chorrean de la vid en mayo, la tonificaba. El agua de ángel blanqueaba y purificaba la tez. María Antonieta, cuyo cutis era admirable, no necesitaba el agua de Ninon de Lenclos, que se creía que conservaba la juventud. Cubría sus manos con pasta real que mantenía la suavidad y preservaba de grietas. Adoraba la pomada a la rosa, a la vainilla, al franchipán, al nardo, al clavel, al jazmín, al milflores. Para el baño usaba jabones a las hierbas, al ámbar, a la bergamota o al popurrí y, para mantener el brillo de sus dientes, encargaba polvos y opiatas. El maestro perfumista creó un polvo y una pomada a la reina, sólo para ella. Se proveía de rouge con Mademoiselle Martin, pero Fargeon se permitió hacerle llegar, sin que se la hubiera encargado, una pomada roja excelente para los labios. No supo si la había usado.

 EL «PERFUME DEL TRIANÓN»

Una mañana, la reina, a la que Fargeon veía por lo general brevemente en su tocador, lo mandó llamar al Trianón. Descubrió maravillado los senderos serpenteantes y los canteros floridos de ese pequeño paraíso.

- “Señor Fargeon -le dijo finalmente-, espero que ponga mi Trianón en un frasco. Quiero tanto a este lugar que deseo llevarlo a todas partes conmigo”. Agregó que las flores que la rodeaban en su retiro tenían para ella un efecto tranquilizador y que le gustaban las rosas apasionadamente. Observó también que el nardo ejercía un poder extraño en ella. El perfume pedido por María Antonieta planteaba un problema arduo, porque debía evocar el Trianón y la doble naturaleza de la reina-pastora.

Fargeon creó el perfume del Trianón como un fragmento de música pensando que a quien lo llevaría le gustaba cantar, tocaba el clavecín y el arpa, protegía a Gluck y apreciaba su Orfeo, del que admiraba lo novedoso. En su imaginación, aspiró sus armonías. La nota principal debía surgir de una rosa absoluta, seductora y protectora a la vez, que reuniera a su alrededor las esencias más preciosas y más nobles. Partió de la idea de los pétalos de los azahares blancos, espesos, ricos en aroma y frescura, olor de felicidad, céfiro naciente como un beso de niño. Puso en el preparado un poco de espíritu de azahar, cuyo frescor, en contacto con la piel, tomaba una intensidad perturbadora y cuya emanación desarrollaba una fastuosa embriaguez. Lo acompañó con notas tranquilizantes de espíritu de lavanda, y agregó aceite esencial de sidra y bergamota, que obtuvo por prensado. La reina los conocía bien y se sentiría reconfortada.

Terminó las notas de cabeza con gálbano, sustancia grasa, dúctil como la cera, que gustaba de utilizar en lágrimas y que daría una tonalidad verde, como un pequeño latigazo entre la cabeza y el corazón del perfume. Era lo que sentía con claridad cada vez que rompía un tallo bien verde del que escapaba esa nota poderosa. Recordaría que la reina había roto los códigos de la etiqueta con su espíritu libre e independiente de la rutina.

M adame Vigée-Lebrun  -Detalle - Óleo sobre lienzo
El iris muy pronto se impuso en el corazón del perfume. Esa flor, que debía su nombre a la mensajera de Zeus, daba un «polvo milagroso». Su porte altivo y majestuoso recordaba a la reina, alrededor de la cual, a partir de entonces, el iris creó un halo oloroso. Su perfume secreto exhalaba una calidez radiante, única, muy potente y controlada, dispensadora de una gracia absoluta.

domingo, 17 de julio de 2022

LOS PADRES DE LUIS XVI


Fue en Choisy, donde se hospedaba por placer, donde Luis XV recibió la noticia del feliz de su nuera, la Dauphine Marie-Josèphe de Saxe, que acababa de dar un nuevo príncipe al reino, dos días antes del Saint-Louis en el año 1754. El bebé recién nacido a quien el rey se apresuró a otorgarle el título de duque de Berry, se convirtió así en el tercero en el orden de sucesión al trono de Francia.

La inminencia de este nacimiento había obligado al hijo de Luis XV y su esposa a permanecer en Versalles, donde se esperaba al rey para el 28 de agosto. Estas disposiciones no molestaron en modo alguno a la pareja de príncipes que, mientras asumían las funciones de su cargo, vivían lo más lejos posible de la Corte. Con sus hijos, el Delfín aparentemente dieron la imagen de una familia perfectamente unida, mostrando una felicidad austera y casi dolorosa en el universo libertino y corrupto de Versalles.

A los veinticinco años, el delfín Louis-Ferdinand ofrece un singular contraste con su padre. Privado de gracia y majestad, afligido por una monstruosa obesidad que mantiene por una cercana glotonería, el príncipe "es enemigo del movimiento y de todo ejercicio. Nada seductor en el físico de este adolescente gordo y algo retrasado, sino dos ojos oscuros y brillantes animados por una llama a veces inquietante, y una nariz respingona a la que no le falta espíritu. Enemigo de la frivolidad, odia los juegos, pelotas, espectáculos; tolera la música. La caza lo aburre y dado que accidentalmente mató a su escudero, definitivamente se ha rendido. Habrá pasado sus hermosos días sin placeres y su juventud sin amor", afirmó entonces el marqués de Argenson.

Louis Ferdinand de France como niño. 1735
Sin embargo, imaginar que el delfín nunca sintió una pasión sería ignorar esta naturaleza oscura. El príncipe ama o cree amar a Dios, sumergiéndose enteramente en este amor que lo supera. Desde pequeño se dedicó a la práctica religiosa más cercana, leyendo, comentando textos sagrados y libros devocionales, adoptando actitudes de piedad ostentosa. "Terco de fanatismo", desprovisto de generosidad, "regido por intrigantes", se postra ante la misa del rey y se encierra con sus menins confitados en devoción por complacerlo. Este hombre rudo, a veces inhumano, siempre nota a las personas mejor por sus lados malos que por sus verdaderas cualidades. Sin duda se imagina expiando los amores tumultuosos de su padre a través de los ejercicios religiosos que se impone, pero su rigor cristiano le obliga también a criticar duramente a su infeliz madre, la casta y devota Marie Leczinska, por la indulgencia que siente hacia los excesos de su voluble marido. El Delfín no tolera la presencia de Madame de Pompadour en la corte, a quien simplemente apoda "Maman-Whore". 

La crítica abierta a la vida privada del rey enmascara, bajo el disfraz de religión, la hostilidad secreta que le ha manifestado desde su más tierna infancia. Cuando era niño, una vez le había respondido al cardenal Fleury, quien le explicó que todo pertenecía al rey: “Al menos mi corazón y mis pensamientos son míos”. Cuando la vida de su padre estuvo en peligro, en Metz, algún tiempo después, gritó, llorando: "¿Cómo voy a estar en Francia, yo que soy sólo un niño?" De su propio padre, ni una palabra. Desde que llegó a la edad adulta, Louis-Ferdinand quiso desempeñar un papel político y mordió en las sombras, en silencio o casi. Aunque teme el peso de la Corona, espera reinar y se prepara para la profesión de rey, que explica su nuevo gusto por la lectura y el estudio: la historia y el derecho acaparan toda su atención "en el triste rango" en el que se encuentra, según confiesa a uno de sus familiares.

Solo una vez el corazón del príncipe latió un poco más rápido de lo habitual para una mujer, su primera esposa, la infanta Marie-Thérèse-Antoinette-Raphaëlle, a la que se había unido en 1744 cuando tenía apenas quince años. Fina, delicada, bonita aunque pelirroja -lo cual era incompatible con los cánones de belleza de la época- la princesa española, dos años mayor que él, había sabido seducirlo. Su breve unión, marcada por el episodio de Fontenoy en el que el delfín se imaginaba a sí mismo como protagonista, fue sin duda un período de plenitud para el príncipe. La Infanta murió el 22 de julio de 1746 tras dar a luz a una hija, fruto de sus abrazos juveniles.

María Teresa Rafaela de España por Jacopo Amigoni.
Louis-Ferdinand estaba inconsolable. Aún lloraba por la infanta cuando Luis XV, para consolidar las alianzas alemanas, decidió casarlo con María Josefo de Sajonia, tercera hija del elector de Sajonia, rey de Polonia, Augusto III. El soberano se mostró infinitamente más impaciente por conocer las cualidades del futuro delfín que su hijo, al que poco le importaba. Como un auténtico libertino, Luis XV preguntó al mariscal de Richelieu, su antiguo cómplice, sobre las comodidades de su nuera: "Me gustaría verla a ella y a mi hijo abrazándola -le escribió- Si hubiera estado en venta o para ser codiciado, ¿alguna vez habrías sido uno de los codiciados? Su garganta está bien cubierta por lo que podría haberte tentado en algún momento. Mi hijo recomendó a Mme de Brancas para bañarla antes de que él se uniera a ella, lo que confirma mi sospecha de que el pobre difunto no había sido suficiente... "

Es un príncipe afligido y herido que recibió a su nueva esposa. Galantemente le hizo saber a través de su dama de honor que "cualquier encanto que ella pudiera tener, nunca le haría olvidar la que acababa de perder". Mujer lograda a pesar de sus quince años, la nueva Dauphine, a pesar de una nariz bastante fuerte y dientes mal cuidados, "le gustaba mucho". Era, en palabras del duque de Croy, "un mujer bastante fea que podía hacer que tu cabeza diera vueltas".

Criada por su madre Marie-Josephe de Austria, la princesa tiene un sentido del deber. Su educación, infinitamente más cuidadosa que la del delfín, le dio un buen conocimiento de la historia. Lee latín e italiano y habla bastante bien el francés. Tan pronto como llega a Francia, pide que la devuelvan cada vez que comete un error. Con tacto innato, se propone conquistar a toda la familia real. Sabe encontrar la palabra adecuada, la atención que toca el corazón o la vanidad. Luis XV y Marie Leczinska quedaron inmediatamente conquistados por la simplicidad bondadosa de su nuera. Las hermanas del delfín, Mesdames Adélaïde y Henriette, que están en la corte, dan la bienvenida a esta pequeña alemana que no las abruma con una belleza insolente. A Marie-Josèphe pronto le gustará "reír y divertirse" con Adélaïde, que tiene la misma edad que ella; sin embargo, reservará sus confidencias para Henriette, que es más seria y reflexiva. Más tarde conocería a Mesdames Victoire, Louise y Sophie, quienes completaron su educación en Fontevrault. Solo de toda la familia real, el delfín, su esposo, la trata aparentemente con la mayor indiferencia.

Alegoría  de las bodas de Monseñor el Delfín con la Princesa María José de Sajonia, celebradas en París el 15 de febrero de 1747.
En la noche de su boda, cuando el rey, la reina, los príncipes, las princesas y todos los caballeros admitidos en la ceremonia antes de acostarse abandonaron la cámara nupcial, se dice que el delfín se echó a llorar. Ante estas lágrimas, Marie-Josèphe habría respondido: "Estoy muy feliz de verte derramar lágrimas por la muerte de tu primera esposa, me dicen que seré la mujer más feliz si tengo la felicidad de complacerte. Como ella, y eso es lo que hace que mi estudio sea único. Casi deberíamos tomar el término "estudio" aquí literalmente, porque entonces ella se las ingenió para ganarse el corazón del príncipe haciéndolo hablar sobre el difunto, alabando ella misma sus cualidades y siempre conforme a su mantenimiento adecuado al de su marido. ¿No llega a mostrar una tristeza de moda durante una misa? réquiem celebrado por el reposo del alma de la difunto Dauphine? Modelando su vida sobre la del príncipe, incluso comparte los juegos morbosos que él amaba y que ella misma odiaba: al Delfín y sus hermanas.les gusta no ver a nadie; les gusta hablar de muerte y catafalcos; en su antesala negra les gusta jugar a la cuadrilla a la luz de una vela amarilla y decirse con delirio: estamos muertos”.

Louis-Ferdinand, sin embargo, permanece insensible a tanto autosacrificio. En una carta dirigida a su madre después de la muerte de Madame Henriette en 1752, la Dauphine reveló el alcance de su desgracia:

“Quería mucho a mi hermana, me había unido con ella en una amistad muy cercana, por así decirlo desde el primer momento. Además, le debo la felicidad de mi vida, por la amistad que me tiene Monsieur le Dauphin, sólo se la debo a su cuidado; No te puedo ocultar que cuando llegué aquí, él me tenía la mayor aversión; había sido advertido contra mí. Además, lamentó mucho verme ocupar el lugar de una mujer a la que había amado mucho; solo me miraba como un niño; todo lo alejó de mí y me causó un dolor mortal. Intenté, por obediencia ciega al menor de sus deseos, demostrarle el deseo que tenía de complacerlo. Pero no tuve muchos momentos durante el día en los que pude probárselo, ya que no se quedó solo conmigo ni un solo momento; mandó llamar a las damas, se llevó consigo a madame Adelaide y me dejó con madame. Ella vio el dolor que me causaba este comportamiento. Ella no me dijo nada, pero me aconsejó qué hacer, y luego, cuando yo no estaba, habló con Monsieur le Dauphin, le describió mi dolor y mi desesperación por no poder complacerle; bueno, lo hizo para que él se apiadara de mí y me tratara un poco mejor. Cuando llegó a este punto, continuó con su cuidado amoroso y lo hizo para que, al final, el señor delfín se hiciera amigo de mío”. Cuando escribe estas líneas, Marie-Josèphe conoce la alegría de haber dado a luz una hija y especialmente un hijo. 

Marie Josèphe of Saxony - Versailles, por Jean-Marc Nattier
El nacimiento del duque de Borgoña el 13 de septiembre de 1751 parece haber unido definitivamente a la pareja principesca. Al año siguiente, la princesa da públicamente una extraordinaria prueba de amor conyugal. Se encerró con su marido, que tenía viruela, diciéndole que solo padecía erisipela. Este asunto, conocido por el gran público, contribuyó mucho a la popularidad de la princesa, y también a la de Louis-Ferdinand, sin duda considerado digno de tanta devoción. Los chansonniers ya no se burlan del triste marido y la Dauphine ve crecer su favor con el rey, mientras continúa su tarea: dar más herederos a la Corona, el Delfín cumpliendo en adelante su deber conyugal sin conceder a su esposa el menor respiro. En 1753 dio a luz a un pequeño duque de Aquitania que murió pocos meses después; el 23 de agosto de 1754 nació el duque de Berry, futuro Luis XVI; el 17 de noviembre de 1755, el conde de Provenza, futuro Luis XVIII; en 1757, el conde de Artois, futuro Carlos X; en 1759, una hija, Clotilde y en 1764 una segunda hija, Élisabeth. El delfín reina como amo absoluto sobre su esposa que quizás toma - ¿nunca se sabe? - algún placer en ofrecerse así, públicamente y con dignidad, como sacrificio en el altar de la monarquía.

A pesar de la mala conducta del delfín, la vida de la pareja principesca da todas las apariencias de serenidad. El príncipe y la princesa suelen caminar abrazados por la terraza del castillo, acompañados de sus hijos que les dan la mano. Una ocurrencia rara en los anales de la Corte, la pareja principesca se ocupó personalmente de sus hijos, velando por sus juegos así como por su formación religiosa e intelectual. El Delfín emprende así de la manera más seria una labor de educadores que no terminará hasta su muerte. Rodean a sus crías con un cuidado vigilante, sin desviarse de una cierta severidad.

La muerte del pequeño duque de Aquitania, ocurrida en febrero de 1754, puso seriamente a prueba a Marie-Josèphe. Admiramos su grandeza de alma que se convierte, en estas tristes circunstancias, en "fuente inagotable de consuelo". Ya la subcampeona parece disfrutar de la actitud de dolor que mantendrá hasta el final de su vida. Seis meses después, el nacimiento del duque de Berry, saludado amable pero modestamente por los poetas y celebrado sin brillo por la ciudad de París, no parece traerle una gran alegría, aunque el Rey y la Corte no se secan por este "buen alemán". El marqués de Souvré llegó incluso a declarar al soberano: "Ya no deberíamos tomar una esposa excepto en Sajonia, y cuando no las haya, las haré en porcelana para tener una de este tipo. Los sajones deben servir de ejemplo a todas las mujeres del Universo. "

Presunto retrato del príncipe Luis, duque de Borgoña (1751-1761), nieto de Luis XV. por Jean-Marc Nattier
Desde el nacimiento "más grande y más alto que cualquiera de los hijos de Madame la Dauphine", el bebé está confiado al cuidado de la institutriz de los Niños de Francia, Marie-Louise-Geneviève de Rohan-Soubise, viuda de un príncipe de Lorena., El conde de Marsan, hermana del cardenal de Soubise y del famoso mariscal. Fuertemente ligada a la pareja principesca, Madame de Marsan se afirma, en la Corte, como enemiga de los filósofos, el adversario de Choiseul, entonces Primer Ministro, y uno de los más fervientes seguidores del devoto partido del que el Delfín aparece como líder. El duque de Berry, por su parte, nunca le mostrará un afecto expansivo. ¿Qué decir de sus primeros meses de existencia? Muy poco, excepto que prosperó después de cambiar de enfermera, la que le habían dado inicialmente no logró que amamantara.

Sin embargo, sabemos por el lector de la Dauphine que en agosto de 1755, "Monseigneur el duque de Borgoña es tan hermoso como el día y que el duque de Berry no se rinde ante él". "Nuestros tres príncipes son hermosos y gozan de buena salud”, dijo en noviembre después del nacimiento del Conde de Provenza. Destetado a los dieciocho meses, el principito, sin embargo, le dio cierta preocupación a su madre, quien lo hizo examinar por Tronchin, el médico más grande de su tiempo. Aconseja una cura para el aire fresco en Meudon y una vacuna para él y su hermano mayor, el duque de Borgoña. Los padres aceptan la estancia en Meudon de mayo a septiembre, mientras se recrean en términos de inoculación, un proceso revolucionario que consideran peligroso.

El ataque a Damiens, que tuvo lugar en enero de 1757, no perturbó el curso pacífico de los días del duque de Berry, pero mientras se creía que el rey estaba en peligro, era hacia el delfín y su esposa que todos estaban encabezando el interés de los cortesanos. Louis-Ferdinand preside el Concilio y el partido devoto se aprieta en torno a él y la Dauphine, con la esperanza de que el rey devuelva pronto su alma purificada a Dios, después de haber despedido a la marquesa de Pompadour. Pero la hora de gloria del delfín no ha llegado y nunca llegará. Todo volvió a la normalidad con el restablecimiento de Luis XV. El delfín y su esposa están demasiado familiarizados con las complejidades de la corte como para permitir que aparezca la más mínima decepción.

Atribuido a Pierre Jouffroy: retrato du duc de Berry, futuro Louis XVI
Luego transfieren todas sus esperanzas a su hijo mayor, el duque de Borgoña, en quien Louis-Ferdinand encuentra “otro mismo”. Alerta, vivaz, caprichoso, Borgoña cataliza todo el amor de sus padres que deliran su comportamiento de niño mimado al que su rango permite la insolencia y que ha recibido, además, encanto y belleza. Producto puro del serrallo real, Borgoña se cree seguro de reinar y ciertamente, para este niño como para su antepasado lejano, no puede haber “profesión más deliciosa”. Ya quiere comportarse como un maestro, habiendo asimilado perfectamente la relación gobernante-gobernado. Viéndose así un día bajo la supervisión de Boisgelin, un valiente oficial naval que quería impedirle entrar en una habitación donde trabajaban trabajadores, el niño exclamó: “Creo que aquí soy el amo; ¿Te atreverás a tocarme?"

- Debería, me gustaría evitar que no obedezcas.

- Obedecer! pero tú eres solo un caballero y yo soy un príncipe; son ustedes los que están obligados a obedecerme ...

El duque de Borgoña se enfureció espantosamente, pero sin llorar. Su ira disminuyó, regresó a Boisgelin: “Mi ira ha terminado; has cumplido con tu deber y te estimo mejor. Hablemos ahora: bueno, ni tú ni yo fuimos los que me hicieron príncipe, ¿por qué no nací Dios? Haré lo que quiera. "

Este increíble orgullo no le impidió mostrar una piedad austera. Borgoña ya está cuidando la imagen que quiere dar de sí mismo a sus futuros sujetos. Mantiene su popularidad, exige que lo elogiemos. Inmediatamente eleva a su propia persona por encima de los demás, negándose a dejarse tratar como a un niño o "abandonarse a manifestaciones más aparentes que sólidas". Sus ocurrencias y actitudes son conocidas por toda la Corte. El rey está loco por eso. El Mercurio y la Gaceta  hacen eco de ello.

Si bien adoramos a este rey en crisálida, no pensamos en Berry que compartió los juegos de su hermano mayor hasta mayo de 1758 cuando este último, habiendo cumplido sus siete años, "pasó a los hombres", según la costumbre, bajo el dominio del Duque de La Vauguyon, su gobernador. Berry se quedó con Madame de Marsan, en compañía de sus hermanos menores. Menos animado, taciturno, a menudo hosco, apenas atrae a sus padres. Sin duda su ama de llaves lo cuida bien, pero no le da la misma ternura que cadetes. Berry sigue concienzudamente las primeras lecciones que recibe, aprende a escribir copiando máximas morales, al igual que Borgoña. Aquí hay uno o dos ejemplos: "Es Dios quien te dio el poder, Tu fuerza viene del Altísimo... Eres igual por naturaleza a los demás hombres...”

Berry se aplica y parece aislado incluso dentro del universo infantil que todavía es suyo. Lo olvidamos, al menos eso es lo que aparece con motivo de una fiesta de los principitos y de la que la lotería era el atractivo fundamental. Todos tenían que dar su parte a la persona que más amaban. Muy rápidamente, los niños reales recibieron una lluvia de regalos. En medio de risas y llantos, solo Berry se quedó con las manos vacías, sin que nadie hubiera pensado en hacerle el menor regalo. Cuando finalmente recibió su juguete, designado por el hechizo, se lo quedó, negándose a dárselo a nadie. Llamado porque no respetaba las reglas del juego, respondió sin ser molestado: "Sé que nadie me ama, yo tampoco amo a nadie y creo que estoy excusado de hacer regalos". Poco importa si estas palabras fueron pronunciadas exactamente así por el niño; no obstante, la anécdota es significativa. Incluso es de considerable importancia para comprender el desarrollo de la personalidad del futuro Luis XVI.

La vida de Berry iba a dar un vuelco por su entrada en "la categoría masculina" un año antes de la fecha normalmente programada. De hecho, en 1760, el atractivo Borgoña cayó gravemente enferma. Después de una caída que había hecho mientras jugaba con su caballo de cartón, comenzó a cojear y se le desarrolló un tumor en la cadera. Decidimos operar. Sin anestesia, por supuesto. El niño soportó estoicamente el golpe del bisturí que le hizo "una abertura de diez centímetros de Francia", mientras su padre, su madre y la reina esperaban ansiosos en la habitación contigua. El subcampeón recuperó la esperanza tras la operación: "Todavía estoy fuera de mí con el pasaje, sufriendo desde la mayor ansiedad hasta la mayor alegría de ver a mi hijo razonable y más valiente después de la operación. Tan tranquilo, casi tan alegre como si nada le hubiera pasado".

El Duque de Berry luciendo el cordón azul del Espíritu Santo además de su cruz, un tricornio bajo el brazo y el vellocino de oro entre el cordón y la cruz. por Jean-Martial Fredou 
El principito se recupera lentamente. Por eso creemos que le damos un compañero para jugar y trabajar. Berry abandonó por tanto a Madame de Marsan después de haberse sometido al examen médico habitual, donde se comprobó que se encontraba en perfecto estado de salud. "Pasa a los hombres". No son los fuegos artificiales disparados en su honor por su sexto cumpleaños lo que logra consolarlo de este cambio de vida. Las preocupaciones comienzan para él. Berry llora mucho. Su gobernador se preocupa por ello y el delfín responde: "¿Te preocuparían las lágrimas de un niño?. Por mi parte, me deleitan. La impotencia de sus fuegos artificiales sobre el corazón de mi hijo es una garantía segura de que lo tiene y lo mantendrá en buen estado. "

Los tres años que separan a los dos hermanos constituyen una brecha importante entre ellos. Clavado en su sillón, Burgundy decidió emprender personalmente la educación de su hermano, "con una seriedad que hace reír a los demás". Trata a Berry como un tema, un tema privilegiado, por supuesto, pero un tema. Imbuido de la superioridad que le confieren sus tres años más y su rango de futuro Delfín, Borgoña se complace en aplastar sutilmente al dócil Berry. Se erige como ejemplo de virtud. Así, unos días después de que Berry se le uniera, encargó un casete en el que guardaba los exámenes de conciencia que el padre de Radonvilliers le había preparado cada semana. Así como su recapitulación mensual con notas marginales indicando los esfuerzos que el príncipe había hecho para progresar. En presencia de su gobernador, el duque de La Vauguyon, y de M. de Sinéty, uno de los vicegobernadores, Bourgogne llamó a Berry: "Hermano mío -le dijo- ven y aprende como solían corregir mi fallas, te sentará bien". Borgoña ordenó entonces al señor de Sinéty que comenzara a leer, sin omitir nada. A medida que avanzaba la lectura, Burgundy se sonrojó. El vicegobernador, habiendo llegado a cierto artículo, propuso parar. Con una explosión de orgullo, el príncipe respondió: "No, terminar hasta el final... por esa falta, creo que la he corregido".

Borgoña se ofrece así, a expensas de su hermano menor, el placer de los placeres más traicioneros del amor propio, bajo el disfraz de la más profunda humildad. ¿Qué puede sentir Berry, este niño que no confía en nadie? Obviamente, no puede entender el juego de su hermano mayor y todo sugiere que se siente, oh, tan inferior a este hermano que le parece que se acerca a la perfección. Y nadie hará nada para consolarlo, para restaurar la verdad, para darle otra imagen de su hermano y de sí mismo. Todo lo contrario: la comitiva de los niños halaga constantemente la insolencia de Borgoña en detrimento de la sensibilidad de Berry, sin, además, excluir a veces una cierta crueldad hacia los mayores cuya salud apenas mejora. Un alma buena y bien intencionada preguntándole un día "si le gustaría ceder su primogenitura a monseñor el duque de Berry con la condición de que esté tan bien como está", le respondió con tono imponente y decidido: "No, nunca, cuando debería quedarme en la cama toda mi vida como estoy. La gente acababa de hablar ante él del Infante de España, a quien su imbecilidad había quitado del trono: lo llamaba "el réprobo".

Louis-Joseph-Xavier de Francia, duque de Borgoña, Versalles, por Jean-Martial Fredou  
Incluso en los juegos, Burgundy debe tener razón y, sin embargo, incluso sus hagiógrafos admiten que estaba haciendo trampa. Esto no le impide regañar a Berry cuando llora por no haber ganado el más mínimo juego. Convencido de su omnipotencia, Borgoña considera necesario captar a su hermano sobre su mal humor como sujeto rebelde, exigiendo justicia a su amo. Lo retracta en particular, pero con la seriedad de un príncipe que tiene derecho a dar consejos y que algún día daría órdenes.

Sin embargo, no debemos olvidar que durante estos meses en los que Berry se convierte en su favorito, la salud de Borgoña continúa deteriorándose. Cada movimiento le resulta insoportable. La vida lo abandona y sin duda esta crueldad, consciente o no, hacia su hermano, le sirve para demostrarle que sigue vivo. En noviembre de 1761, sus padres entendieron que estaba perdido. "Monsieur le Dauphin y Madame la Dauphine están en un estado de dolor inimaginable -señala el general de Fontenay- Decidimos, pues, bautizarlo, confirmarlo y hacerle hacer su primera comunión cuando su confesor le revele que su fin está cerca. Aún real, Borgoña parece querer que su muerte sea un ejemplo para sus allegados. En cuanto a Berry, nadie pensó en cuidarlo. Sus padres nunca hablan de él y el pequeño participa como espectador-actor de la larga y espantosa agonía de su hermano que aún no ha cumplido los diez años y que está siendo preparado religiosamente para el más allá”.

Borgoña, sin embargo, tuvo que sobrevivir hasta el día de Pascua de 1761, el cuerpo arrancado de las llagas. Soberano hasta el final, le responde a La Vauguyon que le pregunta si se arrepiente de la vida: “Admito que me arrepiento de perderla, pero hace tiempo que la sacrifiqué a Dios”. Presintiendo el final de su hijo favorito, la subcampeona se lamenta: “Todavía tuvo una noche terrible hoy y todo me dice que mi desgracia no está lejos -le escribió a su hermano- conoces mi cariño por este niño, juez de mi dolor”. Unos días antes de Pascua, probablemente abrumado por la angustia y la desesperación, el propio Berry cayó enfermo, lo que le impidió asistir a los últimos momentos de su hermano que fallece la noche de Pascua, el 22 de marzo.

Alegoría de la muerte del duque de Borgoña
El inmenso dolor de la familia real no carece de sinceridad y vale la pena señalar la rareza de la cosa en un momento en que la muerte todavía golpea a los niños con tanta frecuencia. Rara vez se ha manifestado tal aflicción con la muerte de un príncipe tan joven. El rey y la reina se unieron al delfín. Los condes de Artois y Provenza fueron llamados para consolar a sus padres que se dejaron llevar por la desesperación. Berry no participó en el desorden general. Su "enfermedad" lo mantuvo en cama, alejado de las efusiones familiares. No sabemos quién le dijo que su hermano ya no estaba. ¿Qué pesadillas acechaban entonces al niño cuando, recuperado, después de haber superado lo que se podría llamar "trastornos de reacción", fue instalado en el apartamento de Borgoña?

Berry aún no tiene siete años y la muerte de su hermano lo convierte en el heredero directo al trono después de su padre. Sus padres no se consuelan. Borgoña tenía para ellos todas las cualidades de un futuro soberano, y Berry se ve pobre a su lado. Su cariño se traslada a los dos hermanos menores, Provence y Artois. Berry les parece que ha usurpado el lugar del anciano. ¿Por qué la muerte golpeó a Borgoña en lugar de a él? Cuando el Delfín se dirige al apartamento que ahora ocupa Berry, confiesa, cuatro meses después de la muerte de su primer hijo, que "reabrió su herida con una vivacidad que él no puede decir. Los lugares y las paredes mismas nos recuerdan lo que hemos perdido como un cuadro; parece que vemos los rasgos grabados allí y que escuchamos la voz; la ilusión es muy poderosa y muy cruel”,

El Delfín Louis-Ferdinand se refugió en el estudio, pasando horas en su oficina aprendiendo sobre la mecánica de las finanzas y el comercio, entendiendo los problemas agrícolas y leyendo tratados militares. Las complejidades de la ley francesa lo cautivaron tanto que Luis XV un día le preguntó, en broma, si no tenía la intención de convertirse en abogado en La Tournelle. Leyó y comentó sobre los teóricos de la monarquía absoluta, entre los que Cardin Le Bret ocupaba un lugar destacado. Penetrado por estos textos que templaba con la moral feneloniana, el Delfín pretendía constituir un cuerpo doctrinal capaz de permitirle reaccionar contra los errores de su siglo. Sin embargo, también se acercó a la lectura de los grandes escritos de su época. 

Louis de France, delfín (castillo de Chambord) por Jean-Marc Nattier 
El espíritu de las leyes mantuvo su atención durante mucho tiempo. Había conocido a Montesquieu y a menudo se ha afirmado, erróneamente, que su inclinación lo habría llevado a las teorías del gran magistrado de Burdeos. No sucedió. No pudiendo, sin embargo, permanecer indiferente a sus luminosas demostraciones, Louis-Ferdinand declaró que la obra "contenía varias verdades útiles, sembradas entre muchos errores peligrosos". No admitió, entre los que llamó "los nuevos filósofos", la crítica del absolutismo fundado en la fuerza, porque volvió a reconocer en los súbditos de los príncipes el derecho a destruirlo. Criticó a estos teóricos por abandonar el concepto de una monarquía de derecho divino, cuando solo el orden divino, según él, permitía la justicia.

Resumiendo su concepción de la monarquía, afirma que "la gloria y la felicidad de un rey consiste en saber conjugar sabiduría, fuerza y ​​bondad, para conseguir en ellas la sumisión, la estima y el reconocimiento de nación para que de todos los sentimientos unidos, el amor mutuo y esa confusión de intereses que constituyen el verdadero poder y la duración de los imperios, a los que el espíritu de conquista y el terror de las armas dan un solo brillo pasajero comprado al precio de la sangre, la facilidad y la tranquilidad de los sujetos, seguido consecuentemente por el debilitamiento del estado del que el alma y el nervio interior, así como la consideración exterior, dependen de las personas, de la abundancia interior y la armonía ”. 

Nada muy original en estas pocas líneas. La lección de Fenelon está bien aprendida. Louis-Ferdinand quiere subordinar la política a la moral, como una vez propuso el “Cisne de Cambrai” al joven duque de Borgoña. Además, sus consejeros jesuitas le advirtieron severamente contra el progreso de la irreligión y contra "todos los monstruos que ella da a luz": el espíritu de independencia, que lleva a la crítica de las instituciones hasta la idea de una república, y el espíritu de indiferencia hacia el bien público que lleva a los hombres a convertirse en ciudadanos más que en súbditos del rey. El liberalismo y el individualismo están definitivamente condenados a sus ojos. Sin embargo, se tranquiliza al pensar que un “príncipe sabio y religioso que no quiere nada más que lo justo y sabe cómo temer y respetar su poder interior y exterior, marca el tono de su siglo; todos los monstruos que da a luz el espíritu de irreligión e independencia desaparecen ante él; su vigilancia los alarma, su dignidad los impone, su firmeza los desconcierta, su severidad los aterroriza, su autoridad los disipa”. Un príncipe piadoso, vigilante, digno, firme y severo: este es el ideal por el que ha decidido luchar y que cree que debe proponer a su hijo que algún día será rey.

Grabado de Louis de Ferdinand, Delfín de Francia con sus tres hijos futuros reyes Luis XVI, Luis XVIII y Carlos X.
El Delfín se amargó contra Luis XV, quien se esforzó por limitar tanto como fuera posible el papel que podía desempeñar. Le había negado el mando de las tropas durante la Guerra de los Siete Años, y Louis-Ferdinand lo culpó de los reveses militares y diplomáticos. Sobre todo, culpa su padre por haber enviado a los Jesuitas. Esta carta dirigida al obispo de Verdún en julio de 1762 da testimonio de su oscura furia:

"¿No haría bien, después de una bella y buena protesta, en retirarme del Concilio para dar a conocer sin duda mi forma de pensar, no participar en la iniquidad [la destitución de los jesuitas] y tal vez hacer algunas reflexiones? más serias? Sé muy bien que quizás la gente se alegrará mucho de deshacerse de mi presencia allí y tendrá los codos más libres; pero como no estoy impidiendo nada y estando allí, parece que autorizo ​​lo que se está haciendo, creo que debería retirarme ... Los asuntos políticos no son mejores que los de la religión: la autoridad se redujo a la mitad, América perdió y  La guerra ruinosa y silenciosa anuncia el resto de mi vida molesta, avergonzada y humillante para todo aquel que quiera hacer un papel en Europa; pero vivo para mis hijos y largos años de economía y constancia les permitirán hacer lo que yo nunca podré hacer. "

Casi todos los días, la dureza del Delfín chocaba con la ironía espiritual de Choiseul, ministro principal desde 1758. El ánimo del príncipe se ensombreció. Luego comenzó a perder peso. Sin embargo, nadie se alarmó y Marie-Josèphe dijo que nunca lo había visto "tan hermoso". Durante las maniobras en el campo de Compiègne en 1765, comandó brillantemente su regimiento, los “Dauphin-Dragons”, como en una cabalgata final. El 11 de agosto le sobrevino una fiebre violenta, acompañada de tos seca, seguida pronto de ataques de asfixia. Los médicos, que habían creído en una "inflamación del pecho". multiplicaron en vano el sangrado. El príncipe se consumía día a día, mientras intentaba llevar una vida normal. "Verdaderamente pobre criatura, parece un fantasma", informa Horace Walpole el 3 de octubre. Su juicio sobre el duque de Berry no es más optimista. Encuentra su "mirada enfermiza y ojos débiles".

Los delfines de Francia. telefilm de Jean-Marie Senia (2006)
Una vez más, nadie se preocupa por el niño. Su madre y su gobernador Cuida al delfín que pronto deberá irse a la cama. Los exámenes de los niños ahora tienen lugar alrededor de su cama. El 19 de octubre, La Vauguyon anuncia a los jóvenes príncipes que los días de su padre ahora están contados. En presencia del delfín, Berry no puede contener las lágrimas. Para no dejarse conquistar por la emoción de su hijo, o por algún repentino estallido de crueldad inconsciente hacia este niño indigno que lo va a suceder, su padre responde: "Bueno, hijo mío, pensabas que yo sólo tenía un ¿Frío? ... Sin duda, cuando te hayas enterado de mi estado, habrás dicho: Tanto mejor, ya no me impedirá ir de caza”. ¡Por una vez Berry había expresado sus sentimientos! sólo tiene que tragarse las lágrimas y el trabajo: muriendo, su padre continúa, sin embargo, sin descanso, su tarea de educador. Berry intenta hablar con él, se atreve a admitirle que "el momento del día que pasó más rápido fue el de estudio". En esta ocasión, el delfín se muestra satisfecho con su hijo y lo besa, sin por ello ahorrarle una lección moral sobre "la felicidad de un hombre que sabe aprovechar su tiempo".

En diciembre, Louis-Ferdinand está muriendo. “El rey y toda la familia real, que nunca lo abandonó, incluso trasladó a los cortesanos. Murió el día 20, alrededor de las ocho y media de la mañana. El día anterior, había confiado a sus hijos al duque de La Vauguyon, recomendándoles "sobre todo el temor de Dios y el amor a la religión", para aprovechar bien las instrucciones de su gobernador, "tener siempre para el rey, la más perfecta sumisión y el más profundo respeto, y mantener a Madame la Dauphine durante toda su vida la obediencia y la confianza que le deben a una madre tan respetable”. Le había pedido al rey que dejara a su esposa como "dueña absoluta de la educación de sus hijos".


Literalmente devastada por la muerte de su esposo, Marie-Josèphe se desmayó al escuchar la noticia mientras estaba en casa de Madame Adélaïde con sus hijos. La muerte de su único hijo abruma al rey, que llora con su nuera y abraza tiernamente a sus nietos. En  Fontainebleau, donde murió el delfín, rápidamente lleva a Marie-Josèphe y Adélaïde en su carruaje. Pasará los últimos días del año en Choisy, "para evitar los cumplidos de Año Nuevo". En cuanto llega a su castillo, se refugia en sus pequeños apartamentos con Cassini a quien convocó para intentar distraerse. “Durante ocho días, el señor de Cassini, que permaneció en los gabinetes, lo vio tendido en un sillón, con la muerte en el alma, luego luciendo bien, por coraje; me aseguró, el duque de Croy, que el rey fue penetrado como el mejor padre, que fue un asombro conmovedor verlo entonces en particular con sus hijos. "

Rodea a su nuera de mil cuidados, sin dejar de tratarla como a una futura reina. En Versalles, le concedió un apartamento por encima del suyo, que luego se convertiría en el de Madame du Barry. Adquirirá el hábito de hacerle visitas diarias y tomar su café con ella. Pronto reconocerá que "sin la bondad del rey... no se habría resistido", pero que "sus visitas, que por un lado le dan placer, a ella cada vez le provocan un desamor, ya que ellos le recuerdan al que vino y se fue perpetuamente del lado de ella; además, eso es muy vergonzoso, suspira sin estar segura de un momento ”.

La princesa se hunde en un dolor morboso y ostentoso. Ella oscureció sus apartamentos, solo encendiéndolos con velas amarillas. Se cortó el pelo y ahora se niega a ponerse rojo, para dejar "su rostro tan claro como su alma". Y se deja llevar por completo por el culto a los muertos: "Mi alma adora la mano que la golpeó, está en el dolor más amargo, todo la desgarra, sólo puede preocuparse por lo que ha amado, que ama y que amará, mientras anime mi cuerpo, le escribe a su hermano... Se transporta constantemente al lugar que contiene los restos del objeto de su amor... esta bóveda le parece más hermosa que todos los palacios del mundo..." Y Marie-Josephe hizo que le hicieran una reducción del monumento funerario de su marido para decorar su habitación.


En su desesperación, la princesa no busca ningún consuelo con sus hijos, especialmente no con Berry, que ocupa el lugar de su padre. Ahora el delfín, se ha convertido en el segundo personaje del reino. Su madre lo padece más que ningún otro y lo admite explícitamente durante las ceremonias pascuales de 1766 donde el niño estuvo por "primera vez en la alfombra", es decir que asistió a misa con "La sábana de pie", como se adaptaba a su rango. Luis XV no rechaza a su nieto, pero ignora a este heredero infeliz y sin encanto. "No puedo acostumbrarme a no tener más hijos", le escribió al infante de Parma, "y cuando llaman a mi nieto, qué diferencia para mí, sobre todo cuando lo veo entrar". Aunque lo llama "Papa-Roi", su abuelo intimida mucho al joven.

para todo consuelo, por así decirlo, Renovando la hazaña que había logrado tras la muerte de Borgoña, considera oportuno ofrecer a su alumno un elogio detallado de su difunto padre, precedido de un "Discurso [...] al delfín". Se da el príncipe del 1 st de marzo de 1766, después de que el servicio solemne celebrada por el descanso del alma de Louis-Ferdinand. El niño, que acababa de llorar durante tres horas seguidas, estaba exhausto. Su gobernador lo hizo pasar bajo el retrato de su padre para entregarle solemnemente su escrito, instándolo a meditar regularmente frente a la imagen de su ilustre padre.

Las primeras palabras del “Discurso” inmediatamente marcaron el tono: “La sensibilidad que mostraste en el momento espantoso...” Pronto siguió el Éloge, una hagiografía plana que a menudo roza el ridículo. Démosle solo un ejemplo: muestra a un bebé Louis-Ferdinand, que aún no sabe hablar, ¡pero agita los brazos para ayudar a los desafortunados! El Delfín es magnificado, sus virtudes exaltadas en exceso: este príncipe ideal era piadoso, amigo de los sacerdotes, padre tierno, esposo amoroso; tomando como modelos a San Luis y Carlos V, fue valiente, culto y modesto; amaba al estado y apreciaba a los pueblos. La Vauguyon empuja la estupidez, o la ingenuidad, hasta el punto de recordar que había protegido a su ex gobernador. Infidelidades del marido y los enfrentamientos entre el hijo y el padre evidentemente no se ven por ninguna parte.

Retrato de Luis XVI de Francia como Delfín. pintor no identificado.
Con un espíritu cortesano morboso y lloroso, La Vauguyon pronto imaginó tener un cuadro que representa al futuro Luis XVI al lado de la cama del lecho de muerte de su padre, lo que le valió el sarcasmo de Diderot: "Volvamos al cuadro que el señor de La Vauguyon pretende dedicar a la memoria de un príncipe que le era querido y que le permite, a pesar de su padre, envenenar el corazón y la mente de sus hijos con intolerancia, jesuitismo, fanatismo e intolerancia. A la buena hora. Pero, ¿en qué piensa la cabeza de ese idiota, imaginando una composición y queriendo encargar un arte que no entiende mejor que el de instituir un príncipe? "

Desde principios de 1767, el subcampeón se debilitó peligrosamente. Pálida y delgada, deambula por sus apartamentos tosiendo con ganas. "Pensé que hablaba hasta la muerte misma, tanto la encontré desfigurada", escribió Martange a Xavier de Saxe. Sin embargo, en Versalles, la vida sigue sin cambios. El 2 de febrero, el Delfín fue recibido caballero de la orden de Saint-Michel. El duque de Croy, que lo observó, lo encontró "muy débil y, lamentablemente, su vista débil, lo que fue una furiosa desgracia". Además, añade, decían cosas buenas de la gentileza de su carácter”. Un mes después, Marie-Josèphe está en todos los extremos. Recibe los últimos sacramentos el 8 de marzo. El delfín "tiene muy mala cara", pero sus dos hermanos parecen estar bien. La princesa se despide de sus hijos llorando. Caduca el 13 de marzo.

"Mi madre murió a las ocho de la noche", apunta el delfín en el diario que lleva desde principios del año anterior. Independientemente de los sentimientos que tuviera por su madre, su muerte sacude profundamente al joven príncipe. 

El Delfín, hijo de Luis XV y su esposa Marie Josephe de Saxe, padres del futuro Luis XVI por Jacques Guay 1758
Está tan molesto que se enferma. Es doloroso de ver. Una vez más, se queda solo. Su propia muerte resolvería felizmente el problema de la sucesión: nadie se arrepentiría y dejaría paso a su brillante hermano menor, el Conde de Provenza. Esto es lo que piensa suavemente la Corte. Ahora está de moda sentir pena por su mala apariencia. Paulmier, informante de Xavier de Saxe, escribe una carta cifrada a su maestro en la que declara sin rodeos: “Monseñor el Delfín es muy delicado y Monsieur le Comte de Provence siempre será una gran fiesta". Es imposible que Louis no sintiera esta nueva compasión por él. ¿Lo tomó por verdaderas expresiones de simpatía o sintió toda su perversidad? ¿Cuál fue la actitud de Provenza en la intimidad? ¿Su hipocresía, combinada con una inteligencia sutil, le permitió ocultar sus ambiciones o ella permitió insidiosamente que su hermano supusiera lo que él no quería que ignorara? Sin embargo, el delfín supera la enfermedad y con ello siguen sus progresos para convertirse en el futuro rey de Francia.

domingo, 3 de julio de 2022

TRIANON- ELENA VIDAL

Una mujer con un vestido de algodón blanco, un pañuelo de volantes de muselina diáfana cruzado sobre su corpiño, con un sombrero de paja de ala ancha, bajo los escalones desde el porche hasta la terraza inferior en el suroeste, al lado del jardín francés del pequeño Trianon. Se deslizo por la terraza donde, de joven reina, había bailado a la luz de las llamas en muchas fiestas de verano. Había una parsimonia en su paso; ella tenía mucho que hacer esa tarde.

En primer lugar, algunas de sus plantas necesitaban riego; a pesar de que parecía como si pudiera llover. Ella planeaba inspeccionar su lechería y, si podía encontrar a su jardinero, darle instrucciones para los preparativos de invierno. El cielo azul se estaba volviendo nublado. La belleza y la serenidad de los jardines, de los prados y valles, de los arboles cuyas hojas se estaban volviendo doradas, hicieron un sorprendente contraste con las nubes plomizas y los nubarrones que ascendían desde el horizonte occidental.

Antonieta camino por el sendero boscoso hacia el gran lago y el Hameau. El susurro de los arboles tranquilizo su mente, como si le estuviera susurrando secretos. Se sentía maravilloso estar solo, completamente solo. Por un lado, saboreaba las fiestas y la alegría, pero también ansiaba la soledad del mismo modo que otros ansían la comida.

Ella vino al lago, al otro lado estaba la rustica casa de campo normanda; se reflejaba en la suave superficie del agua. Un sauce rozo con tristeza el lago, sobre el que flotaban racimos de nenúfares. Las orillas estaban salpicadas de juncos. Un cisne se deslizo cerca de ella, ignorando al pez que perseguía una libélula.

Ella se dio cuenta de que no era más que un sueño de encantamiento que ella había hecho tangible. Fue muy censurada por este sueño. Se consideraba extravagante, pero todo lo que ella había tratado de hacer era crear un jardín cercado, donde ella, su familia y amigos pudieran venir y estar seguro, feliz y libre, libre de chismes y escándalos, de malicia y conspiraciones

Pero como ella, había aprendido, no había forma de escapare de la maldad del mundo, al menos no de forma permanente. Solo en el cielo estaba allí en verdadera paz y libertad.