domingo, 22 de septiembre de 2019

LA DEPRESIÓN DEL REY LOUIS XVI (1791-1792)

Insatisfecho con los hombres y las cosas, insatisfecho con los demás y con él mismo, la mente y el corazón de Luis XVI fueron presas de las torturas morales que no le dejaron reposo. Comenzó a avergonzarse de sus concesiones y a arrepentirse de haber aceptado los consejos pusilánimes. ¿Por qué no había logrado ser rey? ¿Por qué no había guarnecido a parís lo suficiente desde el estallido de la revolución? ¿Por qué había permitido la toma de la bastilla, había alentado la emigración y había disuelto a sus guardaespaldas? ¿Por qué no se había opuesto a las primeras persecuciones dirigidas contra la iglesia? ¿Por qué había pretendido aprobar actos e ideas que lo horrorizaban? Porque, al recurrir a deplorables equivocaciones que ensombrecen su política y su carácter, ¿había reducido sus seguidores más devotos a la duda y la desesperación? Pensamientos como estos lo asaltaron como tantas picaduras de conciencia.

Marie-antoinette Aux Tuileries - Imbert de Saint-Amand

Los sentimientos de monarquía y de honor militar lo despertaron una vez más, y sonó con amargura toda la profundidad del abismo en el que se había sumido su irresolución. Al ver lo que era, recordó con tristeza lo que había sido, y comprendió por la cruel experiencia lo que la debilidad podía hacer de un rey más cristiano y un heredero de Luis XIV. Pensó en los muchos errores políticos, que a su cuenta había sufrido el exilio y la ruina; de los fieles realistas amenazados, a causa de él, con prisión y muerte.

Se reprochó amargamente por haber sancionado a la organización civil del clero a fines de 1790, y así recurrió a la censura del soberano pontífice. Quería terminar con las concesiones, pero entendía perfectamente que ya era demasiado tarde para retirarse, y que se había perdido irrevocablemente como consecuencia de eventos no deseados e imprevistos. ¿Cuál era la tarea asignada? ¿Cómo podía navegar contera la corriente? ¿Dónde encontrar un punto de vista? ¿debería él tomar medidas violentas? Si el infeliz rey hubiera estado solo, tal vez hubiera tratado de hacerlo. Pero temía poner en peligro a su esposa e hijas actuando así.

Como su quisieras empujar al miserable monarca a las extremidades, la asamblea nacional aprobó dos decretos que le golpearon el corazón. De acuerdo con el primero de estos, votado el 19 de mayo, cualquier eclesiástico que haya rechazado el juramento a la constitución civil del clero, podría se transportado a simple petición de veinte ciudadanos del cantón en el que residía. Según el segundo, votado el 8 de junio, un campamento de veinte mil federados, reclutados de todos los cantones del reino, debían reunirse antes de parís, en orden, como se dijo en uno de los preámbulos, “para tomar todas las esperanzas de los enemigos del bien común que están tramando en el interior”.

Marie-antoinette Aux Tuileries - Imbert de Saint-Amand

Estos decretos habían contado demasiado con la paciencia del rey. No pudo decidir sancionar los dos decretos y desterrar a los eclesiásticos cuyo comportamiento honro. Dumouriez lo afligió aún más cuando, al pedirle que cediera, le pregunto porque había sancionado a fines de 1790, el decreto que obligada al clero a prestar juramento a la constitución civil. “señor –dijo él- usted sanciono el decreto para el juramento de los sacerdotes y es a eso que debía aplicarse su veto. Si yo hubiera sido uno de sus consejeros en ese momento, lo haría, a riesgo de mi vida, que realice su sanción. Ahora mi opinión es que, como me atrevo a decir, cometemos la falta de aprobar este decreto, que ha producido enormes males, su veto, si lo aplica al segundo decreto sería fatal”.

Las Tullerias, obsesionadas noche y días por el espectro de Carlos I, asumieron un aire sombrío. En este periodo, una especie de estupor caracterizo el semblante, la marcha e incluso el silencio de la futura víctima del 21 de enero. Ya no hablo, se podría decir que ya no pensaba. Parecía postrado, petrificado, se corrió el rumor de que se había vuelto casi imbécil a través de la atención y los problemas, tanto que no reconoció a su hijo, pero al verlo acercarse, pregunto: ¿Qué niño es ese?. Mientras caminaba, vio el campanario de Saint-Denis desde la cima de la colina y grito: “ahí es donde estaré en mis cumpleaños”.

Marie-antoinette Aux Tuileries - Imbert de Saint-Amand

Había sido tan calumniado, tan mal interpretado, tan indignado, que no solo su corona, sino su existencia se había convertido en una carga intolerable para él. Su trono y su vida, igual le disgustaron. Ya no era un rey, sino solo el fantasma de uno.

Madame Campan lo describe: “en este periodo, el rey cayó en un desamino que se convirtió en postración física. Durante diez días juntos, nunca pronuncio una palabra, ni si quiera en el seno de su familia, excepto cuando el juego de Backgammon, con el que jugaba. Madame Elisabeth, después de la cena, lo obligo a pronunciar algunas palabras indispensables. La reina lo saco de esta condición, tan fatal en un momento critico en el que cada minuto puede requerir acción, al lanzarse a sus pies y dirigirse a él a veces con las palabras destinadas únicamente a asistirlo, y en otros compensado su afecto por él. Ella también exigió lo que él le debía a su familia, y llego a decir que, si deben perecer, debería ser con honor, y sin esperar ser estrangulados uno tras otro en el piso de su apartamento”.

domingo, 1 de septiembre de 2019

LOS INFANTES DE FRANCIA: CAUTIVERIO EN LAS TULLERIAS

LES ENFANTS DE FRANCE : CAPTIVITÉ AUX TUILERIES
 
Que tortura para la reina, ser obligada al incesante disimulo, controlar su rostro, esconder sus lágrimas, sofocar suspiros, temerosa de dar a conocer su simpatía y gratitud a sus amigos y defensores que rodearon incluso en su palacio por inquisidores, ella no se atrevió a actuar ni hablar, apenas se atrevía a pensar. Que tortura para un alama altiva y sincera, por una mujer, quien, no obstante, llevo su cabeza lata, como la hija de los cesares alemanes, como la reina de Francia y Navarra.
 
Mujer de la gente, débil, cansada de la fatiga y la pobreza, a veces alcanza un extremo de sufrimiento y desaliento que ella ya no siente la fuerza necesaria para luchar contra el dolor y el hambre. Pero en el momento en que ella se desespera, la pobre mujer mira a sus pequeños hijos. Entonces sus fuerzas exhausta reviven como por un milagro, la criaturas de bajo corazón se levanta otra vez. Ella seguirá viviendo; ella continuara la lucha feroz contra el destino, la ternura materna la convierte en una heroína.


María Antonieta no sufrió ni pobreza ni hambre. Pero su angustia no estaba en esa dirección. Hay crueles ansiedades por debajo. Los techos dorados de los palacios como la paja de cabañas, y cuando la reina de Francia y Navarra sintió que su fuerza fallaba en su lucha por la corriente, tenía tanta necesidad de pensar en sus hijos como la mujer humilde de la gente. Ella sufrió por ellos más que por ella misma. Ansiedad sobre su futuro, la hundió, por así decirlo, en un abismo.

¿La diadema que había sido puesta en la frente del delfín prueba una corona real o una corona de espinas? ¿Sería el niño cuyo destino brillante había sido prometido para ser un rey o un mártir? La devoción materna de María Antonieta era tanto su alegría como su aflicción. Cuanto más infeliz se volvió, más apegada estaba a los dos niños, a la vez su tormento y su esperanza.
 
LES ENFANTS DE FRANCE : CAPTIVITÉ AUX TUILERIES

La mujer alguna vez frívola se había vuelto seria. No más bailes, no más conciertos, no más conversaciones mundanas. Solo meditaciones, oraciones, largas horas de costura seguidas con actividad febril, limosna, buenas obras caritativas. La reina de Francia tenía que convertirse en el modelo de una madre cristiana, la gobernadora y maestra de su hija. Su cara, había asumido algo así como la austeridad. La majestuosidad que dominaba en toda su persona, era la majestad suprema del dolor. Su melancolía la cubrió como con un velo. Sus ojos, a menudo enrojecidos por las lágrimas, eran la vez tiernos y conmovedores.

La reina podría haberse debilitado, pero la madre no tenía un momento de agotamiento. Sus hijos le dieron un valor igual a cada prueba. En 1790 su hija, madame Royale, tenía once años. Mostro la mejor disposición, y desde su infancia manifestó aquellos sentimientos de piedad que fueron el honor y el consuelo de ella.

Hizo su primera comunión en la iglesia de Saint-Germain Auxerrois el 8 de abril, 1790. Por la mañana, María Antonieta dirigió a la joven ´princesa a la cámara del rey y le dijo que se arrojara a los pies de su padre y le pidiera su bendición. La niña se postro ante él y su padre se dirigió a ella con estas palabras: “desde el fondo de mi corazón te bendigo hija mía, pidiéndole al cielo que te de gracia. Aprecia bien la gran acción que vas a realizar. Tu corazón es inocente a los ojos de Dios; tus oraciones deben serle agradables. Ofrécelas para tu madre y para mí, pídele que me conceda la gracia necesaria para asegurar el bienestar de los que él ha puesto bajo mi dominio y a quienes debo considerar como mis hijos; pídele que guarde la pureza de la religión en todo el reino; y recuerda bien, hija mía, que esta santa religión es la fuente de la felicidad y nuestro camino a través de las adversidades de la vida. No sabes, hija mía, que la providencia ha decretado para ti, si permanecerás en este reino o irte a vivir a otro. En lo que sea ve de la mano de Dios a donde en puede colocarte, recuerda que debes edificar con tu ejemplo y hacer el bien cada vez que encuentres una oportunidad. Pero sobre todo, hija mía, ayuda al desafortunado con todas tus fuerzas. Dios nos dio nuestro nacimiento en el rango que ocupamos solamente para trabajar por su bienestar y consuelo. Ve al altar e implora al Dios de la misericordia que nunca te olvides de los consejos de un padre tierno”.
 
Marie-antoinette Aux Tuileries - Imbert de Saint-Amand

La joven princesa, profundamente conmovida, respondió con lágrimas. Era costumbre que las hijas de Francia reciban un conjunto de diamantes el día de su primera comunión. Luis XVI le dijo a madame Royale que él había eliminado este uso demasiado costoso. “mi hija –dijo- sé que tienes bien sentido para permitir suponer que en un momento cuando deberías estar completamente ocupada en preparar tu corazón para ser un santuario digno de la divinidad. Se puede atribuir mucho valor a los ornamentos artificiales, además, hija mía, la miseria publica es extrema, los pobres abundan en todas partes, y seguramente prefiero que estas joyas sean para las personas que no tienen pan”.

La joven princesa luego fue a la parroquia. Ella se acercó a la mesa sagrada con las marcas de la más sincera devoción. María Antonieta, disfrazada, estuvo presente en la ceremonia, de extrema sencillez y que produjo en la familia real muy dulces emociones. Luis XVI dio abundantes limosnas en esta ocasión.

El día anterior, el delfín le había dicho a su institutriz, madame Tourzel, “siento mucho no tener mas mi jardín de Versalles. Yo habría hecho dos hermosos ramos para mañana, uno para mi madre y otro para mi hermana”. El delfín acababa de pasar su quinto cumpleaños. Las maneras encantadoras del niño fascino incluso a los demagogos. La revolución se volvió más suave cuando lo vio sonreír, la multitud nunca lo vio sin emoción. Era tan bonito, tan alegre, tan amable.
 
LES ENFANTS DE FRANCE : CAPTIVITÉ AUX TUILERIES
Edward Matthew Ward (1816-1879) detalle  "La familia real en la prisión del templo" (1851, huile sur toile). Coll. Harris museum & Art Gallery, Preston, Inglaterra.
Le habían dado, dentro del recinto de las Tullerias, un pequeño jardín que se extendía hasta el pabellón. Habitado por su preceptor, el abad de Avaux. Ahí encontró de nuevo lo que había dejado taras en Versalles, aire, diversión, flores. Cuando él fue a su nuevo jardín lo acompañaban habitualmente un destacamento de la guardia nacional al servicio en las Tullerias.

Un día cuando la multitud era mayor de lo habitual, y muchas personas parecían disgustadas por no poder entrar al jardín del delfín. “disculpe, -dijo él- lo siento mucho, mi jardín es tan pequeño, por eso me priva del placer de recibirlos a todos”. Entonces él ofreció flores a quienes se acercaba a su jardín y los miro con agrado.

Un sacerdote de la parroquia de San Eustaquio, el abad Antheaume, formo un regimiento de niños para el pequeño príncipe. El uniforme era un diminutivo del de los guardias franceses, con polainas blancas y un sombrero de tres picos. Este regimiento de niños pequeños pidió ser tratado como la guardia nacional. “no hay más que niños –dijo Lafayette- muy bien, ¡así sea! Hemos visto tantos viejos hombres que poseen los vicios de los, jóvenes que es bueno ver a los niños mostrar las virtudes de los hombres”. El regimiento infantil sirvió tres puestos de honor, el Chateau de las Tullerias, el hotel del alcalde de parís a la Rue Des Capucines y el del comandante de la guardia nacional en la Rue de Borbón. Cuando desfilaron ante la familia real, Luis XVI saludo cariñosamente la bandera y el delfín hizo gestos de simpatía hacia su pequeña compañía de armas.

 
Como la madre de los Gracos, María Antonieta podría decir después que sus hijos eran sus joyas. La madre era aún más augusta que la reina. Sosteniendo a su hijo por una mano y su hija por el otro lado, tenía un aspecto a la vez imponente y dulce. Lo que debería haber desarmado a los más feroces odios. Pero la revolución fue sin piedad y sin entrañas de compasión. Ni maternidad ni la infancia podría tener éxito en tocarla.