domingo, 29 de enero de 2017

LA ENTREGA DE MARIE ANTOINETTE EN EL BOSQUE DE COMPIÈGNE (1770)


La corte de francesa tiene larga experiencia en costumbres distinguidas y es irreprochable en la misteriosa ciencia de las ceremonias. Un Luis XV, sabe cuál es la dignidad que corresponde a la prometida de un delfín. Incluso antes de su llegada, firma un decreto por el que la archiduquesa, habrá de ser saludada a su paso por todas las ciudades y pueblos de su camino con los mismos honres que si fuera su propia hija.

este un cartel publicado por la ciudad de Lambach en honor de María Antonieta durante su paso por esa ciudad el 23 de abril de 1770.
La llegada de María Antonieta constituye una inolvidable hora de fiesta para el pueblo francés, hace ya mucho tiempo no obsequiado con tales expansiones. Desde decenios atrás, Estrasburgo no ha visto ninguna futura reina, y acaso nunca ninguna en tal alto grado encantadora como esta muchachilla. Con sus cabellos rubio ceniza, sus esbeltas proporciones, la niña ríe y sonríe con sus azules ojos petulantes, desde detrás de los cristales de la carroza, a la innumerable muchedumbre que, adornada con sus campesinos trajes alsacianos, se ha precipitado de todas las aldeas y ciudades para aclamar el suntuoso cortejo. Cientos de niñas vestidas de blanco van delante de la carroza arrojando flores; han alzado un arco de triunfo; las puertas de la ciudad están cubiertas de guirnaldas; en la plaza municipal corre vino de las fuentes; bueyes enteros son asados en grandes espetones: gigantescas cestas de pan son repartidas entre los pobres. Por la noche son iluminadas todas las casas; ardientes sierpes de fuego ascienden lamiendo la torre de la catedral; relucen al trasluz, rojamente, los encajes de la fachada gótica de la iglesia. Por el Rin se deslizan incontables barcas y navecillas, que llevan farolitos como naranjas candentes y en las que arden antorchas de colores; entre los árboles, resplandecientes de luz, centellean bolas de cristal multicolores, y en la isla, visible para todos, como final de un grandioso fuego de artificio, llamean en medio de figuras mitológicas los monogramas enlazados del delfín y la delfina. Hasta altas horas de la noche, el pueblo, deseoso de espectáculos, recorre los muelles y calles; numerosas músicas retumban y ganguean; en cien lugares, hombres y muchachas se agitan animosamente al compás de la danza; parece haber venido de Austria, con esta rubia mensajera, una dorada edad de dichas, y una vez más el pueblo francés, amargado y resentido, alza su corazón hacia una alegre esperanza.

7 de mayo de 1770, María Antonieta llegó a Estrasburgo. Aquí es una ilustración de su entrada en la ciudad.
Pero también este magnífico cuadro encubre una pequeña hendidura oculta; también aquí, lo mismo que con los Gobelinos de la sala de recepción, ha entretejido simbólicamente el destino un signo de desgracia. Al día siguiente, como antes de la partida, quiere María Antonieta oír una misa; la recibe en el pórtico de la catedral, en lugar del venerado arzobispo, su sobrino y coadjutor, a la cabeza de la clerecía. Con aire un poco afeminado en sus flotantes vestiduras violeta, el mundano sacerdote pronuncia una alocución galante y patética -no en vano la Academia lo eligió para figurar en sus filas-, la cual culmina con estas cortesanas frases: «Sois para nosotros la viviente imagen de la venerada emperatriz a la que Europa desde hace mucho tiempo admira tanto como la venerará la posteridad. El alma de María Teresa se une ahora con el alma de los Borbones ». Después de la salutación, el cortejo se tiende respetuosamente hasta el fondo de la catedral, resplandeciente de luz; el joven sacerdote acompaña hasta el altar a la joven princesa y alza la custodia con mano fina de amante, ornada de anillos. Es Luis, príncipe de Rohan, el primero que le da la bienvenida en Francia, futuro héroe tragicómico del asunto del collar, el más peligroso adversario de María Antonieta, su más funesto enemigo. Y la mano que ahora se levanta sobre la cabeza de la princesa para bendecirla es la misma que más tarde arrojará al fango y al desprecio la corona y el honor de la reina.

la comitiva real en el bosque de compiégne.
No mucho tiempo le es lícito a María Antonieta detenerse en Estrasburgo, en esta Alsacia que aún es para ella una semipatria; cuando espera un rey de Francia, sería culpable todo retraso. Atravesando mugientes ríos de aclamaciones, bajo arcos triunfales y enguirnaldadas puertas de ciudades, el cortejo nupcial hace, por fin, rumbo a su primera meta, el bosque de Compiègne, donde, con gigantesca acumulación de coches, la familia real espera a su nuevo miembro. Cortesanos, damas de la corte, militares, guardias de corps, tambores, trompetas, bandas y charangas, todos con nuevos y resplandecientes trajes, se amontonan en grupos abigarrados; todo el bosque bajo la luz de mayo centellea con estos cambiantes juegos de colores. Apenas los clarines de uno y otro séquito anuncian la proximidad del cortejo nupcial, Luis XV abandona su carroza para recibir a la mujer de su nieto.

La curiosidad de Luis XV con respecto a su nuera fue por fin gratificada. Él tuvo ya un interrogatorio a su embajador en Austria acerca de su pecho y al ser contado con un rubor que el embajador no había mirado al seno de la archiduquesa, el rey respondió jovialmente: “¿no es así? Es lo primero que miro?”.


Cuando la delfina salió de su carruaje a la alfombra ceremonial que había sido establecida, fue el duque de Choiseul quien recibió el privilegio del primer saludo. Presentada por el príncipe de Starthemberg; María Antonieta exclamo: “¡nunca olvidare que hayas sido responsable de mi felicidad!” – y el de Francia – contesto Choiseul suavemente.

El duque de Croy, primer caballero del bed chambrer, presento debidamente a “madame la dauphine”, con lo cual María Antonieta se arrojó de rodillas delante de “mosieur frére et grand cher cher”, ahora para ser “papa”. Cuando se levantó –el rey se sintió conmovido por el gesto conmovedor de sumisión-, María Antonieta vio ante ella una figura distinguida con “grandes y llenos ojos prominentes y penetrantes y nariz romana”, un monarca que incluso a los sesenta años era generalmente considerado como “el hombre más guapo de su corte”. El rey, experimentado, en fresca carne de muchacha y altamente sensible a aquella encantadora gracia, se inclina, tierno y satisfecho, hacia la juvenil, rubia y apetitosa criatura, alza a la novia de su nieto y la besa en ambas mejillas.


Sólo entonces le presenta a su futuro esposo, de cinco pies y diez pulgadas de alto, el cual, rígido, desmañado y aturdido, se mantiene a un lado; ahora, por fin, alza los adormecidos ojos cortos de vista y, sin especial entusiasmo, según ordena la etiqueta, besa ceremoniosamente a su novia en la mejilla. En la carroza, María Antonieta se sienta entre el abuelo y el nieto, entre Luis XV y el futuro Luis XVI. El señor viejo parece representar mejor el papel de novio; charla animadamente y hasta hace un poco la corte a su nueva nieta, mientras el futuro esposo se aburre y se mantiene en un rincón, silencioso.

En suma, Luis augusto no era precisamente la figura idealizada de los retratos y de la miniatura que María Antonieta había recibido. Por la noche, cuando los desposados, y ya casados per procurationem , se van a dormir a sus respectivas habitaciones, el triste amante no le ha dicho aún una sola palabra tierna a aquella encantadora muchachuela, y como resumen de la jornada decisiva sólo escribe en su diario esta seca línea: « Entrevue avec Madame la Dauphine». Treinta y seis años más tarde, en el mismo bosque de Compiègne, otro soberano de Francia, Napoleón, esperará también como esposa a otra duquesa austríaca, a María Luisa. No será tan bonita ni apetecible como María Antonieta aquella regordeta, aburrida y dulce Luisa. Pero, sin embargo, el hombre enérgico y el amante toman al instante posesión, tierna y fogosamente, de la novia que le es destinada. En la misma noche le pregunta Napoleón al obispo si el matrimonio celebrado en Viena le da ya derechos conyugales, y, sin esperar respuesta, saca las conclusiones; a la mañana siguiente, los dos, ya reunidos, se desayunan en el lecho. Pero María Antonieta, en el bosque de Compiègne, no ha encontrado un hombre ni un amante: nada más que un novio por razón de Estado.

el rey presenta la futura novia al delfín luis augusto.
En cuanto a las tías reales, de treinta y ocho, treinta y siete y treinta y seis, respectivamente, el malicioso anecdotista inglés Horace Walpole las había descrito como “torpes y rechonchas viejas”. De hecho, la mayor y más inteligente, madame Adelaida, había tenido un cierto encanto en su juventud, aunque ahora se hubiera desvanecido; madame Victoria no era mala, pero se había vuelto tan gorda que su padre la apodo “cerda”; mientras que madame Sofía, conocida como “grub”, ya que inclinaba la cabeza hacia el costado como una liebre asustada. Estos apodos de guardería otorgados por el rey (Adelaida era “rag”) arrojaron un engaño cálido y acogedora luz sobre estas tres mujeres decepcionadas en Versalles, pero, como descubriría María Antonieta, el afecto no era realmente su principal atributo, al menos en lo que se refería a la “autrichienne”. También descubriría que su marido el delfín, robado de su propia madre hace tres años, estaba dedicado a sus tías.

Luis XV, por su parte, vio a una encantadora niña que tenía aproximadamente la edad de las ninfas adolescentes que había acostumbrado a visitar en diversos establecimientos (en realidad burdeles reales) en el distrito llamado parc des cerfs. Ella era sin embargo muy diferente de esas rosadas criaturas, los tipos de frescura y sensualidad, medio conocedoras, medio inocentes, retratadas por Fragonard. Para la madame Adelaida había otra niña que había llegado a Versalles. La tez de María Antonieta era su mejor rasgo, la deslumbrante piel blanca y el maravilloso color natural que compensaba el menos afortunado “labio austriaco”. Pero su figura subdesarrollada – por desgracia para las esperanzas del rey- era espontánea y un poco infante. ¿Qué vio Luis augusto? En su diario de caza, iniciado cuatro años antes, en el que solo se veían acontecimientos importantes, informó brevemente: “encuentro con la delfina”, sin comentar su reacción ante la apariencia física de María Antonieta.

Aquí es un grabado de la llegada de la procesión que lleva la archiduquesa María Antonieta en Versalles, 16 de Mayo, 1770.
La comitiva llego a Versalles a eso de las nueve de la mañana. Todas las ventanas de la gran fachada estaban llena de curiosos. María Antonieta se benefició de la mañana brillante de mayo para su primera vista del palacio donde pasaría el resto de su vida. Terminado el protocolo, comenzaría los preparativos para la solemne boda.

domingo, 22 de enero de 2017

La gruta del amor - film "Marie Antoinette:la veritable histoire" (2006)

LA JORNADA DEL LUNES 5 OCTUBRE DE 1789: LA MARCHA DE LAS MUJERES A VERSALLES

La Marche des Femmes - 5 et 6 octobre 1789

A los hombres se les puede llamar insurrectos y rebeldes, contra los hombres dispara obedientes un soldado bien disciplinado. Pero las mujeres no intervienen en el levantamiento popular sino solo la más aguda bayoneta, y, además, los instigadores saben que un hombre tan temeroso y sentimental como el rey no dará nunca la orden de dirigir cañones contra las mujeres.

LA MARCHA DE LAS MUJERES

En la mañana del lunes 5 de octubre, el ayuntamiento de París fue invadido por mujeres que amenazaron con prenderle fuego si no les daban pan. La mayoría de estas mujeres provienen de los suburbios de Saint-Antoine y Saint-Marcel. Trabajadores disfrazados de mujeres se deslizaron en sus filas.
 
    
La multitud se trasladó a la Place Louis-XV (ahora Place de la Concorde), donde se reunieron más de 6.000 mujeres, algunas reclutadas a la fuerza, armadas con pistolas, picas, colmillos de hierro, palas, broches, lardoirs, cuchillos encajados en palos. También hay cuatro cañones. Maillard (uno de los vencedores de la Bastilla) es el único hombre admitido abiertamente: toma la delantera de la procesión y todos lo siguen en el camino a Versalles. 

La columna pasa por Chaillot y Sèvres, donde tienen lugar algunas escenas de saqueo. En su camino, los habitantes se atrincheran. Después de Viroflay, está la entrada a Versalles, por la avenida de París. Maillard organiza a las mujeres en tres filas y coloca los cañones en la parte trasera de la columna. Gritan "¡Viva Enrique IV!" y "¡Viva el rey!", pero también "¡Muerte a la reina!" y "¡Muerte a los guardaespaldas!". A estos últimos se les acusa de haber organizado el banquete del 1 de octubre . Apiñados a ambos lados de la avenida de París, el pueblo de Versalles grita: "¡Viva nuestros parisinos!".

LA ULTIMA CACERIA

A pesar de los cielos grises y el clima sombrío, pronto a llover, el rey salió a cazar a las 10 a.m. Fue al bosque de Verrières, luego cerca de la Porte de Châtillon, no lejos del bosque de Meudon. En su diario, fechado el 5 de octubre, anota: “Disparado a la puerta de Châtillon, matado 81 cañonazos, interrumpido por los acontecimientos, ida y vuelta a caballo".

El conde de Saint-Priest, secretario de Estado de la Casa del Rey -y como tal responsable de la ciudad de París- fue informado hacia las 11 de la mañana de la marcha de mujeres sobre Versalles. Inmediatamente envía al marqués de Cubières, primer escudero del rey, y al marqués de Salvert, escudero de la reina, en busca del soberano. En sus memorias, el Conde de Semallé, entonces paje del rey, relata que estuvo con este último en el bosque de Meudon: "Muchos cazadores furtivos dispararon al juego indiscriminadamente. El rey me dijo: “Ve y dile a estos hombres que vayan más lejos, porque podrían lastimar a alguien de mi séquito”. Estos cazadores furtivos recibieron respetuosamente las órdenes del rey. Momentos después llegó a pie, desde París, un caballero de Saint-Louis cuyo nombre he olvidado, que venía a advertir a Luis XVI que bandas de asesinos se dirigían a Versalles y a rogarle que pusiera el castillo en estado de defensa. . . "Le agradezco mucho, señor -respondió el rey- por su acto de devoción, pero no tengo miedo. Debes estar muy cansado. Tienes que subirte a uno de mis coches y que te lleven a Versalles". Cuando el Rey acababa esta frase, llegó al galope el Marqués de Salvert [...], rogando a Su Majestad que volviese cuanto antes".


Continúa el Conde de Semallé: “El rey subió a su carruaje y saltamos a caballo para seguirlo, pero Luis XVI, que había forzado el paso, regresaba al castillo cuando aún estábamos en el recodo de la avenida de París. Allí vimos, a lo sumo a quinientos pasos de la plaza de Armas, esta espantosa vanguardia de bandoleros marchando sobre Versalles. Ambos lados de la avenida estaban llenos de hombres y mujeres que gritaban horriblemente y nos tiraban piedras y palos. Aunque estábamos en chaquetas, escuchamos a la gente decir: “¡Estos son pajes, hay que matarlos!”. Recibí una piedra en el codo izquierdo, que me dolió tanto que me solté. Mi caballo montó en cólera y el animal asustado me condujo directamente al patio del Gran Establo".

En sus memorias, el diputado Barère también evoca este apresurado regreso del rey a Versalles: "Estaba cruzando [...] la avenida cuando el rey pasó cabalgando. La exaltación de los espíritus fue tan extrema que vi hombres, de esta tropa que habían venido de París, disparar dos tiros a los dos últimos guardaespaldas que acompañaban al rey. Uno de estos guardaespaldas perdió su sombrero por un momento. Temí que lo hubieran golpeado y me retiré a mi casa desconsolado".

Fue alrededor de las 3 de la tarde cuando el rey regresó al castillo.

VIENTO DE PANICO

Contrariamente al relato de Madame Campan, la reina no estaba en su gruta de Trianon cuando escuchó la noticia de la marcha de las mujeres. Ciertamente pasó la mañana en Trianon, que ve por última vez, pero regresa al castillo hacia las 13 horas, pasando por la avenida principal y el estanque de Neptuno, o bien por los jardines y la Allée Royale. Almuerza en su estudio con sus dos hijos, sin saber aún nada de lo que ocurre.

En una carta del 13 de octubre a su amiga Madame de Bombelles, Madame Élisabeth evoca el curso de la mañana: “Había desmontado el lunes en Montreuil, donde tenía que pasar el día y donde le habría escrito. Estaba a punto de sentarme a la mesa cuando vi llegar al patio a un hombre que me dijo que habían llegado quince mil hombres de París y que iban a buscar al rey, que disparaban contra Chatillon. Supe, sin embargo, antes de partir, que había dos mil mujeres armadas con cuerdas, cuchillos de caza, etc., que llegaban a Versalles". 

La Marche des Femmes - 5  octobre 1789
El pequeño Trianon en los días de otoño, como probablemente lo vio por última vez Marie Antoinette. Artist:Victor Olivier Gilsoul (1914)
Al regresar al castillo, Madame Élisabeth pasó frente al Hôtel de Monsieur, Ella advierte a su hermano y ambos van al castillo. Según Madame Royale, "Acabábamos de terminar de cenar cuando se anunció que Monsieur y Madame Elisabeth estaban allí y querían hablar con la Reina. Mi madre se sorprendió porque no era la hora habitual para verlos. Entró a otra habitación para hablar con ellos y regresó casi de inmediato, muy agitada por lo que acababa de enterarse y más preocupada aún por la suerte de mi padre". Son casi las 2 p. m.

Según Madame de Gouvernet, nuera del Marqués de La Tour du Pin-Gouvernet, Secretario de Estado para la Guerra, “el regimiento de Flandes recibió la orden de tomar las armas y ocupar la Place d'Armes. Los guardaespaldas ensillaron sus caballos. Se enviaron mensajeros para convocar a los suizos de Courbevoie. En todo momento, mandábamos a la carretera para tener noticias de lo que estaba pasando. Supimos que una muchedumbre innumerable de hombres y muchas más mujeres marchaban sobre Versalles; que tras esta especie de vanguardia venía la Guardia Nacional de París con sus cañones, seguida de una numerosa tropa de individuos que marchaban sin orden. Era demasiado tarde para defender el Pont de Sèvres. La guardia nacional de esta ciudad ya lo había entregado a las mujeres para que fueran a fraternizar con la guardia de París. Mi suegro quería que enviáramos el regimiento de Flandes y obreros para cortar el camino a París. Pero la Asamblea Nacional se había declarado permanente, el rey estaba ausente, nadie podía tomar la iniciativa de un paso hostil. Mi suegro, desesperado, al igual que el señor de Saint-Priest, exclamó: “Nos vamos a dejar atrapar aquí y quizás masacrarnos, sin defendernos”. Durante este tiempo, golpeó la convocatoria para armar la guardia nacional. Se reunió en la Place d'Armes y entró en batalla de espaldas a la puerta [...]. El regimiento de Flandes tenía su izquierda en la Grande Ecurie y su derecha en la puerta. El puesto del interior de la Corte Real y el de la bóveda de la capilla estaban ocupados por los suizos, de los que siempre hubo un fuerte destacamento en Versalles. Las puertas estaban cerradas por todas partes. Todas las salidas del castillo estaban atrincheradas, y puertas que no giraban sobre sus goznes desde que Luis XIV las cerró por primera Son alrededor de las 3 p.m.


En el interior del castillo, Madame de Donissan señala que “todo estaba desordenado, una multitud de gente corría por las galerías. Había unos dos mil hombres en el castillo, en su mayoría caballeros. Iban de gala, sombreros bajo el brazo, no tenían más armas que sus espadas, algunos tenían sables y pistolas. Todo el asunto despertaba lástima: su buena voluntad y sus burlas como soldados. Todos estaban desconcertados". Según Pauline de Tourzel, alrededor de 700 caballeros se encuentran en la Gran Galería y el Gran Apartamento, espadas al costado, listos para defender al rey.

En la ciudad, el conde d'Estaing compareció ante la asamblea municipal, cuya sede estaba en el Hôtel du Garde-Meuble. Este último, "informado por el Comandante General de que una tropa considerable de personas de ambos sexos, que partió esta mañana de París, se dirige hacia esta ciudad, solicita al Comandante de la Milicia Nacional que tome todas las precauciones y emplee todas las fuerzas a su alcance. A disposición de proteger de todo insulto al Rey y a la Familia Real, a la Asamblea Nacional y a esta ciudad, incluso de repeler por la fuerza, después de haber empleado todos los medios de la dulzura para mantener la paz, y, en caso de que Su Majestad fuera obligada a ausentarse de este pueblo, la asamblea da instrucciones al comandante para que lo traiga de vuelta lo antes posible”.

Miembro de la administración de la Secretaría de Estado para la Guerra, pero también de la milicia municipal, Miot se dirigió al conde de La Tour du Pin-Gouvernet, que vivía en la parte este, en el lado de la ciudad, del ala sur de los Ministros: "Me sorprendió encontrar en su escalera una docena de mujeres que había venido de París, sentadas en escalones y al que los suizos habían dado asilo [...]. Me dijeron que habían salido de París antes para venir a pedir pan al rey, y que los seguían en mayor número que habían salido con la misma intención. Durante esta historia que me contó una de ellas, las demás gritaban “¡Viva el rey! ¡Que nos dé pan!”. Los suizos las silenciaron y ellas obedecieron. Era a la vez lamentable y risible".

EL REY CELEBRA CONSEJO

Llegados al castillo, Luis XVI vio a su esposa, la tranquilizó, luego se dirigió al Gabinete del Consejo para celebrar allí el Consejo de Estado, en el que participaron Necker, principal Ministro de Hacienda, el Arzobispo de Burdeos Champion de Cicé, Guardián de las Sceaux, el Conde de La Tour du Pin-Gouvernet, Secretario de Estado de Guerra, Conde de Montmorin, Secretario de Estado de Asuntos Exteriores, el Conde de La Luzerne, Secretario de Estado de Marina, el Conde de Saint-Priest, Secretario de Estado de Estado de la Casa del Rey, el Arzobispo de Vienne Lefranc de Pompignan, encargado de la hoja de beneficios, y el Mariscal de Beauvau, ministro sin cartera.

Habiendo descartado por principio el uso de la fuerza armada, el rey escuchó al conde de Saint-Priest. Este último le sugirió que enviara a la familia real a Rambouillet, bajo la protección de las tropas, y que fuera, a la cabeza de los guardaespaldas, al encuentro de los insurgentes: "También quería que el rey montara a caballo con sus guardaespaldas. En caso de que los puentes de Sèvres, Saint-Cloud o Neuilly fueran forzados, Saint-Priest opinaba que el rey también debería retirarse a Rambouillet, confiando Versalles a la guardia nacional. El conde de Montmorin plantea el espectro de una guerra civil. Necker declara que no hay riesgo en quedarse en Versalles -no hay nada que temer de las mujeres- e incluso prevé la instalación del rey en París. Él también plantea el espectro de una guerra civil, pero, como buen contador, También se argumenta la perspectiva de escasez de Hacienda, la imposibilidad de garantizar los pagos si se viaja a Rambouillet. Además de Montmorin, los arzobispos de Burdeos y Vienne coincidieron con la opinión de Necker, el "error más grave de su carrera" - señala Ghislain de Diesbach.

Perfectamente consciente de la ventaja estratégica que en adelante representaba Versalles o alguna otra residencia distinta de París, el conde de Saint-Priest volvió a hablar: "Le respondí que me parecía imposible atribuir a un apego por la persona de Su Majestad la violencia que había venido a hacerse en su persona y en su residencia, que el rey, en manos de los rebeldes, sería un cautivo entregado a todas las pasiones populares y a la opinión de los rebeldes, que no habría seguridad ni por su corona ni por su vida". Saint-Priest cuenta con el apoyo de La Luzerne y Beauvau.

La Marche des Femmes - 5  octobre 1789

Ante la división de su Consejo, el rey aplazó su decisión. Puede temer que los partidarios del duque de Orleans aprovechen su ausencia para instalar a este último en su lugar, o al menos darle un papel. También puede tener miedo de exponer a los miembros de la corte que se quedaron atrás a la furia de la población. Como resumió Ghislain de Diesbach, "Luis XVI por fatalismo, indulgencia mal entendida y horror a derramar sangre, Necker por un espíritu de economía, por miedo a ver la máquina financiera paralizarse o atascarse, se unen para adoptar la solución de facilidad ".

Durante la reunión del Consejo, muchos cortesanos abarrotaron la antecámara del Œil-de-boeuf. Entre ellos, la señora Necker, a quien su hija se ha incorporado apresuradamente desde París: “Encontré esta sala llena de una gran cantidad de personas, atraídas por sentimientos muy diversos […]. Todos en la sala donde estábamos reunidos se preguntaban si el rey se iría o no".

Se plantea que la reina sea trasladada con los hijos reales a la fortaleza de Metz bajo vigilancia de una guardia, pero María Antonieta rechaza la propuesta y se dirige a su marido: “Luis augusto, comprende una cosa, nunca estaré de acuerdo en separarme de ti. Si muero, será tus pies. Mi lugar está a su lado, escapar sin ti seria una cobardía y estarás solo en las manos de nuestros enemigos. La tormenta que nos asalta, la vamos a enfrenar juntos”.


Luis XVI interrumpe el Concilio y se dirige a su esposa para consultarle sobre el plan de albergar a la familia real en Rambouillet. María Antonieta mostró una “devoción heroica pero engorrosa” (Henri Leclercq) y declaró que no quería separarse del rey. Durante el juicio de la Reina en 1793, el Conde d'Estaing testificó: “Escuché a los asesores de la corte decirle a la acusada que la gente de París venía a masacrarla y que tenía que irse. A lo que ella había respondido con gran carácter: “Si los parisinos vienen aquí a asesinarme, es a los pies de mi marido donde estaré, pero no huiré”.

Tras haber renunciado a montar a caballo y al frente de sus tropas, el rey decide esperar y ponerse, en cierto modo, al servicio de los acontecimientos. Pero he aquí que asciende ya, amenazante, un confuso rumor de centenares de voces que llegan por la avenida de parís. Ya están ahí. Con las faldas echadas sobre la cabeza para protegerse de la torrencial lluvia, sombría masa de millares de rostros en la oscuridad de la noche, avanzan con pesados pasos las amazonas de los mercados. La guardia de la revolución esta a las puertas de Versalles. Es demasiado tarde. Mojadas hasta los huesos, hambrientas y tiritando, con el calzado cubierto del empapado lodo del camino, llegan ahora las mujeres, en el camino asaltan los despachos de aguardiente, calentándose así un poco los sufrientes estómagos. Las voces de las mujeres atruenan, agudas de modo poco amable contra la reina: “que contenta estaría de poner esta lanza desde su vientre hasta el cuello”. Muchas con cuchillos juraron que los utilizarían para “cortar la garganta de la Austria” que fue la fuente de todos sus problemas. Otras se comprometieron a reducir diferentes “piezas de Antonieta”.

MUJERES EN LA ASAMBLEA

Como hemos visto, varios diputados, entre ellos Mirabeau, conocían la marcha de las mujeres desde la mañana. Lanzado por Pétion y ampliamente difundido por parte de la Asamblea, los ataques al banquete del 1 de octubre y , de manera más general, en la corte quizás también estén motivados por la perspectiva de la inminente intervención del pueblo en el panorama político.

Hacia las 15.30 horas, como hemos visto, el presidente Mounier recibió instrucciones de acudir al Rey para obtener de él la aceptación pura y simple de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano y de los Diecinueve artículos primeros de la Constitución. Mounier vuelve a este momento en su Exposé "Estaba por cerrar la sesión cuando me dijeron que varias mujeres, que habían llegado de París, se habían presentado en la puerta de la sala, que pedían ser escuchadas en el bar y que "querían obligar a los centinelas'". para dejarlas entrar. Informé a la Asamblea de su solicitud. Se resolvió permitirles la entrada al salón. Se presentaron en gran número, con dos hombres a la cabeza. Vestido de negro, Maillard, uno de estos dos hombres, se dirige a la barra y habla en nombre de las mujeres que le siguen, que rondan los quince años. Maillard explica que falta pan en París, que vienen a Versalles a pedir pan y castigar a los guardaespaldas que han insultado a la nación a través de la escarapela".
La Marche des Femmes - 5  octobre 1789
LAS MUJERES DE VERSALLES SENTADAS EN LA ASAMBLEA NACIONAL ENTRE LOS DIPUTADOS, 5 DE OCTUBRE DE 1789.
Autor: JANINET Jean-François
Para calmar las recriminaciones, Mounier leyó a las mujeres un proyecto de decreto en virtud del cual los municipios podrían hacer uso de la fuerza militar para facilitar el transporte del trigo y la harina adquiridos y la seguridad en los mercados, y "la comisión de investigación estará obligada a realizar todas las información necesaria contra los autores, instigadores, cómplices, adeptos e instigadores, cualquiera que sea su estatus y condición, que hayan traído o traerán algún obstáculo a la libre circulación de cereales dentro del reino o que favorezcan la exportación al extranjero".

Mientras los diputados deliberan sobre el proyecto de decreto de subsistencia, otras mujeres ingresan al recinto de la Asamblea. Pasan por encima de los banquillos de los diputados, algunas llegan a subir al estrado para besar a Mounier. Según Madame de Gouvernet, "un gran número de ellas, borrachas y muy cansadas, ocuparon las gradas y varios de los bancos del interior de la sala". Se escuchan algunas maldiciones: “¡Muerte al austriaco! ¡La Guardia del Rey junto a la Linterna!" Mounier mantiene la calma. Declara a las mujeres que la Asamblea ve con dolor la escasez que aflige a la capital, que no ha descuidado nada para facilitar el abastecimiento de la ciudad de París, que el rey se ha esforzado al máximo para asegurar la ejecución de estos decretos, que se debe dejar que la Asamblea se ocupe libremente de estos importantes cuidados, que deben retirarse en paz. Estas palabras no tienen ningún efecto sobre las mujeres.

Varios proponen entonces utilizar la diputación que debe acudir al rey para obtener su aceptación de los textos constitucionales y al mismo tiempo informarle de la preocupante situación de la población parisina. En definitiva, se trata de aprovechar la presión popular para arrancar al rey la ansiada firma: esta estrategia revolucionaria del miedo, que tanto éxito tendría posteriormente, se ensayó así por primera vez el 5 de octubre en Versalles. Se decreta, por tanto, que el Presidente de la Asamblea acudirá inmediatamente al castillo, acompañado de la diputación inicialmente prevista, así como de una delegación de mujeres.
La Marche des Femmes - 5  octobre 1789
Jean-Joseph Mounier, Presidente de la Asamblea recibe a las mujeres (Alexandre Debelle, siglo XIX). 
Mounier dejó su silla para ir al castillo: "Íbamos a pie en el barro con una fuerte lluvia. Debo describir el espectáculo que se presentó ante mis ojos al salir de la habitación. Una considerable multitud de habitantes de Versalles se alineaba, a cada lado, en la avenida que conduce al castillo. Las mujeres de París formaban diversas multitudes, entremezclándose con cierto número de hombres, la mayoría cubiertos de harapos, de ojos feroces, gestos amenazadores y lanzando terribles aullidos. Estaban armados con algunas pistolas, viejas picas, hachas, palos de metal o grandes palos con hojas de espada o cuchillos en los extremos. Pequeños destacamentos de guardaespaldas patrullaban y galopaban entre gritos y abucheos [...]. Un grupo de hombres armados con picas, hachas y palos se nos acercan para escoltar a la delegación. La extraña y numerosa procesión, cuyos diputados fueron atacados, se toma por una multitud. Los guardaespaldas corren. Nos desperdigamos en el lodo y se nota claramente el ataque de ira que debieron sentir nuestros compañeros, que pensaban que con nosotros tenían más derecho a presentarse. Avanzamos así hacia el castillo. Encontramos, alineados en la plaza, los guardaespaldas, el destacamento de dragones, el regimiento de Flandes, los guardias suizos, los inválidos y la milicia burguesa de Versalles. Somos reconocidos, recibidos con honor. Cruzamos las líneas y tuvimos muchas dificultades para impedir que la multitud, que nos seguía, entrara con nosotros. En lugar de seis mujeres, a las que les había prometido la entrada al castillo, doce tuvieron que ser admitidas".

LA PLACE D´ARMES

A partir de las 15.30 horas, la multitud invade la Place d'Armes. Según Barère, “mujeres furiosas iban sentadas sobre cañones y hasta sobre los palcos que las seguían”.  La vista de las tropas desplegadas en orden a ambos lados de las puertas cerradas está lejos de calmar los ánimos. El guardaespaldas Jean-Pierre Lévi d'Albignac de Montal testificó: "Apenas estábamos en fila frente a la avenida, cuando una columna de mujeres de unas quinientas o seiscientas personas vino a atacar a mi brigada, que ocultaba la rejilla. Había algunos hombres, armados con picas y colmillos, mezclados entre estas mujeres. Aullidos espantosos, gritos horribles asustaron mucho a nuestros caballos. Nuestras filas se abrieron y las mujeres aprovecharon este momento para pasar. En medio de estos gritos pudimos hacer peticiones para ver al rey por pan. Siempre les decíamos amablemente que era imposible. Sugerimos que dejaran pasar a doce de ellos. Respondieron que todos querían pasar y que todos pasarían. El duque de Guiche estaba a mi lado. Le dije: “Monsieur le duc, esto es sólo una diversión. ¿Sabemos lo que está pasando en nuestros flancos? ¿Estamos protegidos?" Él respondió que no sabía nada al respecto, pero que iba a subir al castillo para averiguarlo. Traté de hablar con algunas de estas mujeres, tratando de calmarlas. Luego se escucharon palabras de odio contra la reina".

Mujeres preguntaron a varios soldados del regimiento de Flandes si estaban listos para dispararles. Responden que sus armas no están cargadas y agregan: "Hemos bebido el vino de los guardaespaldas, no obstante somos parte de la nación". Asimismo, los miembros de la Guardia Nacional confraternizan con la multitud de manifestantes, quienes concentran sus lanzamientos de lodo sobre los guardaespaldas.

marie antoinette - Journées des 5 octobre 1789

Desde el Salon d'Hercule, las damas de la corte, incluida Mademoiselle de Donissan, observaron la Place d'Armes: “Alrededor de seiscientos hombres o mujeres, y especialmente hombres vestidos de mujer, estaban en la Place d'Armes. Iban andrajosos, algunos armados con hoces, otros con picas. Habían arrastrado dos pequeños cañones y gritado: “¡Pan!”.

Después de dejar el Hôtel du Garde-Meuble, el conde d'Estaing fue al castillo y esperó en la antecámara del Œil-de-boeuf. Fue allí donde se encontró con el Conde de Saint-Priest, al salir del Consejo, quien le preguntó por qué no aprovechaba las fuerzas puestas a su disposición. El conde d'Estaing respondió: "Señor, espero las órdenes del rey". Saint-Priest responde: “Cuando el rey no ordena nada, un general debe decidir ser un hombre de guerra".

COMITIVIA DE MUJERES EN PALACIO

Llegados a la primera puerta del castillo, Mounier fue anunciado a los centinelas, quienes entreabrieron la puerta y lo dejaron pasar con sus cinco compañeros diputados y la delegación de doce mujeres. Cada uno de los diputados está flanqueado por dos mujeres. La procesión atraviesa el patio de los Ministros, cruza la puerta Real, llega a la escalera de la Reina, sube a los aposentos del Rey y avanza hasta la antecámara del Œil-de-boeuf. Fue allí donde el conde de Saint-Priest les dio la bienvenida: "Una de estas mujeres, que desde entonces sé que era una chica pública, tomó la palabra para manifestarme que la escasez de pan reinaba en París y que la gente venía a pídaselo a Su Majestad. Respondí que el rey había tomado todas las medidas necesarias para compensar la falta de la última cosecha. Añadí que las calamidades de este tipo deben soportarse con paciencia, como quien sufre sequía cuando no llueve. Despidí a estas mujeres, diciéndoles que regresaran a París y aseguraran a sus conciudadanos el amor del rey por la gente de su capital. Fue entonces cuando un particular, a quien no conocía, y que desde entonces sé que se llama el Marqués de Favras, me propuso tener allí presentes a un número de caballeros dados los caballos de los establos del rey y entrarían frente a los parisinos para obligarlos a descender. Respondí que los caballos en los establos del rey, al no estar entrenados para el tipo de servicio que él proponía, les servirían muy mal y expondrían a sus jinetes innecesariamente".

marie antoinette - Journées des 5 octobre 1789

Con todos los honores la extraña comisión es llevada arriba, por la gran escalera de mármol, hasta las estancias que en otros tiempos solo debían ser pisadas por nobles de sangre azul siete veces probadas. Entre los diputados que acompañan al presidente de la asamblea nacional está también cierto señor de buen tipo, corpulento, con aspecto jovial, que no llaman precisamente la atención. Pero su nombre da una simbólica importancia a este primer encuentro con el rey. Pues con el doctor Guillotin, diputado por parís, la guillotina ha hecho su primera visita a la corte el día 5 de octubre de 1789.

Los diputados y las mujeres insisten en ver al rey. Saint-Priest se marcha y luego vuelve para introducir a Mounier y a sólo cuatro mujeres en el dormitorio de Luis XIV –donde una de ellas, Françoise Rolin, florista de profesión, tropieza y cae al suelo– y de allí, en el gabinete del Consejo, donde esta el rey Este último les pregunta con delicadeza: “¿Qué queréis?" Louise Chabry, conocida como Louison, escultora de 17 años, es la encargada de responder en nombre de sus acompañantes. Ella se confunde, murmura "¡Pan!" y se desmaya. Luis XVI le da una copa de vino en una copa de oro, luego se le hace respirar sales. Las otras dos mujeres son Victoire Sacleux, tintorera, y Rose Barré, encajera.


El rey quiere tranquilizarlos: “Debéis conocer mi corazón, ordenaré recoger todo el pan que hay en Versalles, haré que os lo den". Cuando se iba, Louison le pidió permiso al rey para besarle la mano. “Te mereces algo mejor que eso”, responde el rey antes de besarla en ambas mejillas. El rey también les da a cada una siete luises de oro, que saca de su bolsillo.

Mounier intentó en vano obtener del rey su aceptación de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano y de los primeros diecinueve artículos de la constitución. Comprende que este no es el momento y obtiene el permiso de Luis XVI para regresar más tarde en la noche.

El Conde de Neuilly, que no sabía que el rey había vuelto de cazar, estaba en la antecámara del Œil-de-boeuf cuando pasó la procesión: “Había una multitud enloquecida. Charlamos, discutimos sin llevarnos demasiado bien. Miré todo sin entender, excepto que la familia real estaba en peligro, y solo supuse que estábamos hablando, en lugar de tomar las armas. El rey estaba de vuelta. Vi salir de su estudio a unas pescadoras que, con lágrimas en los ojos, exclamaban: "¡Oh, el buen rey! Sería una pena hacerle daño".

Las mujeres salen del castillo y, habiendo regresado a la primera puerta, comienzan a gritar: "¡Viva el rey!" "¡Viva nuestro buen Rey y su Casa! ¡Mañana tendremos pan!" Los guardaespaldas las acompañan: "¡Viva el rey!" "¡Viva la nación!" el mujerío recibe con gritos de furor a su propia delegación, reprochándoles que se hayan dejado comprar por dinero y pagar con embustes. No es para volveré trotando a casa, con el estómago zurriendo de hambre, solo alimentadas con vanas promesas, para lo que han venido pateando, durante seis horas, desde parís, en medio de un diluvio. Quedando en la Place d'Armes, la multitud, disgustada, las acusa de haber sido corrompidas y amenaza con colgarlas de las farolas de la plaza. Se las arreglan para apaciguar a la multitud presentando la orden escrita de traer grano de Senlis y Lagny para abastecer a París. Esta orden está firmada por el rey, quien se la encomendó para dar fe de su buena voluntad.  
  
       
Lecointre, teniente coronel de la Guardia Nacional de Versalles, salió inmediatamente de la Place d'Armes para dirigirse a la sede de la administración municipal, en el Hôtel du Garde-Meuble. Explica a la asamblea municipal que las mujeres han prometido irse si reciben 600 libras de pan. Consternada, la municipalidad entregó plenos poderes a Lecointre, quien así ejecutó su golpe de Estado: “La asamblea municipal deja en libertad al señor Lecointre para que haga lo que crea conveniente por la paz. Esta acta de abdicación está firmada por Loustauneau, presidente de la asamblea municipal".

DISTURBIOS Y DISPAROS

En el castillo, Mounier y los cinco diputados que lo acompañaban se quedaron después de que las mujeres se fueran, esperando en la antecámara del Œil-de-boeuf. Mounier cree que la aceptación real de los textos constitucionales sería una forma de apaciguar los ánimos y lamenta tener que volver más tarde para este fin. Se abrió a varios ministros, a los que conoció, a los que también confió su temor de ser acusado de cobardía, tanto por no estar presente en la Asamblea, en su lugar de presidente, como por no haber conseguido la aceptación real en su primera visita. Habiendo visto la multitud de cortesanos en la Gran Galería, también piensa que el rey puede salir de Versalles con buena escolta, con la reina y el delfín. Por otro lado, llega incluso a decirle al conde de Saint-Priest que está dispuesto a seguir al rey a Rouen, donde sería posible retirarse para convocar la Asamblea, lejos de la presión popular. Saint-Priest promete hablar sobre este proyecto en la reunión de la Junta, que es inminente.

Según Madame de Gouvernet, que observó la escena desde una de las ventanas del alojamiento de su suegro en el ala sur de los Ministros, “caía la noche y se escucharon varios disparos. Partían de las filas de la Guardia Nacional y estaban dirigidas a mi esposo, su líder, a quienes se negaba  a obedecer”. Desde una de las ventanas del salón d'Hercule, Mademoiselle de Donissan también es testigo: “Vimos que se llevaban a un oficial de los guardaespaldas. Lo llevaron al patio y lo dejaron con el señor de La Luzerne [...]. Era el señor de Savonnières, acababa de recibir una herida en el brazo [...]. Se había separado tres o cuatro pasos de su tropa, le habían disparado a quemarropa [...]. Nos impresionó mucho este espectáculo, especialmente porque había varias esposas de oficiales de guardaespaldas en la ventana con nosotros".

La Marche des Femmes - 5  octobre 1789

El Consejo acaba de comenzar cuando el Príncipe de Luxemburgo, capitán de los guardaespaldas, pide ser presentado en el gabinete del Consejo. Viene a informar al rey del incidente que le ha ocurrido al marqués de Savonnières ya pedir órdenes para castigar este gesto homicida. El rey se contentó con contestarle: "Vamos entonces, señor, ¿órdenes de guerra contra las mujeres?"

El Consejo se interrumpe por segunda vez. Según el conde de Saint-Priest, “apenas nos habíamos sentado cuando un ayudante de campo del señor de La Fayette me trajo una carta que me había escrito este general cerca de Auteuil. Me dijo que estaba en marcha con la Guardia Nacional de París, pagada y no pagada, y una parte del pueblo de París que había venido a hacer gestiones ante el Rey. Me rogó que asegurara a Su Majestad que no habría desórdenes y que él era el responsable”.

Esta es una segunda ola de insurgentes parisinos, mucho más formidable que las mujeres. En París, el marqués de La Fayette resistió durante varias horas los mandatos de sus propios guardias nacionales, que gritaban sin descanso: “¡A Versalles! ¡En Versalles!" Por la tarde, resolvió obedecer a sus propias tropas y partió a su vez hacia Versalles, "a la cabeza, o más bien detrás de la guardia nacional" -señala Simone Bertière. La presión provenía principalmente de los ex guardias franceses, sin duda descontentos por haber sido despedidos a fines de julio y quizás ansiosos por reanudar su servicio en Versalles. La procesión está formada por unos 15.000 soldados, seguidos por otros tantos voluntarios, armados principalmente con picas.

EL REY PRISIONERO EN VERSALLES

Apoyado por el marqués de La Tour du Pin-Gouvernet, el conde de Saint-Priest aprovechó para volver a poner sobre la mesa el proyecto de la jubilación: “Señor, si mañana lo llevan a París, perderá su corona". Mientras Necker demostraba su oposición, el rey repetía varias veces: "No quiero comprometer a nadie". También evoca, sin nombrarla, la figura de Carlos I de Inglaterra, con la que no quiere identificarse: "¡Un rey fugitivo! ¡Un rey fugitivo!" Sin embargo, abandonó por un momento el Gabinete del Consejo para ir a consultar a la Reina sobre este proyecto. Durante su ausencia, Necker le dijo a Saint-Priest: "Estás dando consejos que podrían costarte la cabeza". A su regreso, el rey ordenó la partida hacia Rambouillet: esta retirada le permitiría iniciar las negociaciones con los insurgentes parisinos y la Asamblea Nacional en otro plano.

Saint-Priest luego ordenó al marqués de Cubières que llevara la orden a los establos para enganchar cuatro carruajes y llevarlos al pie de Cent-Marches. Según Mme de Gouvernet, “sería difícil imaginar que, de todos los escuderos del rey que lo rodeaban, ninguno pensara que el pueblo de Versalles podría oponerse a la partida de la familia real. Sin embargo, eso fue lo que sucedió. En el momento en que la multitud de gentes de París y Versalles, que se habían reunido en la Place d'Armes, vieron abierta la puerta del patio de las Grandes Caballerizas, se elevó un grito unánime de miedo y furor: "¡El Rey se va! " Al mismo tiempo, nos tiramos sobre los carros, cortamos los arneses, quitamos los caballos y nos vimos obligados a venir a decirle al castillo que la salida era imposible”.

Según el testimonio de Miot, los carruajes del rey consiguieron salir de la Grande écurie, doblaron por la rue de Satory y tomaron la rue de l'Orangerie, donde debían esperar a sus pasajeros en el pie de los Cien Escalones. Los Guardias Nacionales de Versalles, que los ven enfrentarse en la rue de Satory, entienden que deben ser bloqueados. Una treintena de ellos logran llegar a las parrillas de la concesión de la rue de l'Orangerie, que se cierran antes de que lleguen los coches.

La Marche des Femmes - 5  octobre 1789
film Marie Antoinette - Jean Delannoy (1956)
Mme de Gouvernet continúa su historia: “Mi suegro y el señor Saint-Priest ofrecieron entonces nuestros coches, que estaban amarrados frente a la puerta de la Orangerie. Pero el rey y la reina rechazaron esta propuesta y todos, desalentados, aterrorizados y previendo las mayores desgracias, permanecieron en silencio y esperando. Caminamos largo y tendido, sin intercambiar una palabra, en esta Galería [la Gran Galería], testigo de todos los esplendores de la monarquía desde Luis XIV. La Reina estaba en su dormitorio con Madame Élisabeth y Madame [Condesa de Provenza]. El salón de juegos [Salon de la Paix], tenuemente iluminado, estaba lleno de mujeres que hablaban entre sí en voz baja, algunas sentadas en taburetes, otras en mesas. Para mí, mi agitación era tan grande que no podía quedarme un momento en el mismo lugar. La espera parecía insoportable".

También presente en la antecámara del Œil-de-bœuf, la Sra. de Staël testificó: “Se acercaba la noche y el miedo aumentaba con la oscuridad, cuando vimos entrar en el palacio al Sr. de Chinon, quien desde entonces, bajo el nombre de Duc de Richelieu, ha adquirido tan justamente gran consideración. Estaba pálido, derrotado, vestido casi como un hombre del pueblo. Era la primera vez que un traje así entraba en la residencia de los reyes y que un gran señor como M. de Chinon se vio reducido a llevarlo. Había caminado durante algún tiempo de París a Versalles, confundido en la multitud, para escuchar lo que allí se decía, y se había separado a mitad de camino para llegar a tiempo de advertir a la familia real de lo que pasaba. ¡Qué historia la suya! Mujeres y niños armados con picas y guadañas se apiñaban por todos lados. Las clases bajas del pueblo estaban aún más estupefactas por la embriaguez que por la rabia. En medio de esta banda infernal, los hombres se jactaban de haber recibido el nombre de descabezadores y prometían merecerlo. La Guardia Nacional marchó en orden, obedeció a su líder y sólo expresó el deseo de traer de vuelta al Rey y la Asamblea a París".

Con la multitud de cortesanos que también llenaban la habitación de Luis XIV, supo que el rey se negó a llamar a la fuerza armada y renunció a dejar Versalles: “Todos los ojos estaban puestos en el camino que estaba frente a las ventanas. Pensamos que los cañones podrían dirigirse primero contra nosotras y eso nos asustó bastante, pero sin embargo ninguna mujer, en tan nefastas circunstancias, tuvo la idea de alejarse".

LA ESTAMPIDA

La noche ya es completa, la lluvia sigue cayendo, se asienta una espesa niebla. Las mujeres reunidas en la Place d'Armes están exhaustas, sus filas se reducen, la calma parece haber vuelto.

Poco después de las 8 de la noche, el rey ordenó a las tropas que se retiraran a sus cuarteles. Los soldados del regimiento de Flandes regresan al picadero de la Grande écurie. El Conde d'Estaing y el Conde de Gouvernet van al cuartel de la Guardia Francesa, en la Place d'Armes, para transmitir la orden real a la Guardia Nacional de Versalles. Lecointre se niega a obedecer hasta que los guardaespaldas se retiren.

El duque de Guiche también envía la orden de retirar a los guardaespaldas. Estos últimos salieron del patio de los Ministros y atravesaron la Place d'Armes, Cuando pasan junto a la Guardia Nacional de Versalles, son silbados e insultados. Luego, cuando la cabeza de la columna entraba en la Avenue de Sceaux, también se escucharon disparos: dos caballos murieron y sus jinetes resultaron heridos por la caída. Uno de ellos, Moucheron de La Meslière, fue arrastrado a la caseta de vigilancia de los guardias franceses: interrogado, explicó que estaba enfermo el 1 de octubre, por lo tanto, ausente de la cena, lo que provocó que no fuera maltratado.

Mientras se descuartizaban y asaban los dos caballos muertos, Lecointre, armado con todos sus poderes como hemos visto, hizo colocar dos cañones en dirección a la Avenue de Sceaux para disuadir a los guardaespaldas de volver sobre sus pasos. Temerosos de ser atacados en su hotel por los miembros de la Guardia Nacional de Versalles, los guardaespaldas se apresuraron a regresar al castillo. Retoman su posición en el patio de los Ministros. Por orden de Lecointre, los cañones de la Guardia Nacional de Versalles se trasladaron frente a la puerta del castillo, frente al patio de los Ministros, algo que nunca se había visto en toda la historia de Versalles.

marie antoinette - Journées des 5 octobre 1789

Al duque de Guiche, que iba a informarle de lo sucedido, el rey, deseoso de calmar la agitación, ordenó a los guardaespaldas que pasaran por los jardines. Por lo tanto, pasan por debajo de la bóveda de la escalera de los Príncipes para formar fila en la batalla en el parterre du Midi. Más tarde, a petición del rey, el duque de Guiche les ordenó alejarse más de la corte de los ministros y establecerse en Allée Royale o Tapis-Vert. Aún más tarde, pasada la medianoche, los guardaespaldas reciben la orden de llegar a Rambouillet. Queda pues en Versalles, en términos de tropas regulares, sólo el contingente de guardaespaldas necesario para el relevo de los puestos en los aposentos reales, así como, dentro, los Cent-Suisses y, fuera, los guardias suizos. En su camino hacia el castillo para realizar su servicio, el conde Hezecques toma la rue de l'Orangerie y la rue de Satory alrededor de las 10 de la noche: “Toda esta parte de la ciudad estaba en calma. El silencio de las calles sólo era interrumpido por los aullidos emitidos de vez en cuando por los bandidos reunidos en la Place d'Armes. Encontré a los guardaespaldas dispuestos en los jardines, bajo las ventanas de la reina. El puesto en el Tribunal de Ministros presentaba todavía demasiados peligros, y pronto el rey les envió la orden de ir a Rambouillet. Quedaron para la defensa del palacio de los reyes sólo unos ciento cincuenta fieles guardias. Todas las demás tropas habían vendido su honor".

Retirada a su dormitorio, la reina pidió a la señora de Tourzel que le trajera a sus hijos tan pronto como escuchara el menor ruido: "Le acababan de advertir de los peligros personales que podía correr en su apartamento y le habían pedido que pasara la noche en el del rey, pero se negó rotundamente: "Prefiero -dijo- exponerme a cualquier peligro, si hay quien huya, y alejadlos de la persona del rey y de mis hijos".

ACEPTACION PURA Y SIMPLE

Como hemos visto, Mounier consiguió que el rey regresara al castillo por la noche. De hecho, el momento es más propicio que nunca para arrebatarle a Luis XVI su aceptación de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano y de los primeros diecinueve artículos de la constitución: las mujeres aún no se han ido realmente, la guardia carretera nacional de París está en camino a Versalles. 

Alrededor de las 8 de la noche, por lo tanto, Mounier y una delegación abandonaron el Salón de Asambleas para ir a ver al rey. Este último está considerablemente debilitado por el fracaso de su intento de abandonar Versalles. Se sintió intimidado por los disparos efectuados contra sus guardaespaldas. Está impresionado por las armas que se volvieron contra el castillo. Le aterra la idea de que el Marqués de La Fayette y la Guardia Nacional de París irrumpan repentinamente en el explosivo universo de Versalles. El rey recibe a Mounier ya la diputación. Les declara que acepta pura y simplemente -sin hablar de promulgación o adhesión, ni siquiera de sanción- los textos constitucionales votados por la Asamblea. Temiendo sin duda los reproches que los diputados no dejarían de dirigirle, Mounier pidió un documento escrito. El rey escribe, sin inmutarse: “Acepto pura y simplemente los artículos de la constitución y la Declaración de Derechos que me ha presentado la Asamblea Nacional". Con lágrimas en los ojos entregó esta nota a Mounier.
 

De regreso a la Asamblea, Mounier descubrió que muchos diputados se habían marchado, pero que sus lugares, incluido el suyo, seguían ocupados por mujeres, algunas de ellas en avanzado estado de embriaguez. Logra restablecer una apariencia de orden y escribe la siguiente nota: “El Presidente de la Asamblea Nacional solicita a los funcionarios municipales a golpear la caja registradora para invitar a los diputados a reunirse en el salón general". Sin esperar a que estuvieran todos los diputados, Mounier leyó la nota del rey. Es aplaudido, se escuchan unos “¡Viva el rey!” pero varias mujeres preguntan en voz alta: "¿Esto dará pan a los pobres de París?" Algunos diputados también señalan que este documento no está refrendado por un ministro, contrario a lo que exige el artículo 18 de la constitución.

Ansioso por prolongar la sesión hasta la llegada del marqués de La Fayette, Mounier quiso pasar al orden del día. Es interrumpido por mujeres, que gritan: “¡Pan! Pan! ¡Ningún discurso!" Mounier luego ordena al personal de servicio que distribuya todo el pan y el vino que se pueda encontrar. La comida y la bebida se llevan al Salón de Actos, que se convierte en el escenario de una orgía. Algunos diputados, sin embargo, deciden volver a casa. Es el caso de Malouet, que regresa a su casa de Montreuil, donde unos hombres armados llaman a su puerta para decirle que tienen hambre y que se adelantan al ejército en marcha. Malouet les pregunta qué busca este último en Versalles. Responden que su intención es llevar al rey a París.

LA FAYETTE ENTRA EN ESCENA

Hacia las 22 horas, de hecho, podemos ver, en las alturas de Viroflay, la luz de las antorchas en la noche. Son las Guardias Nacionales de París, artillería a la cabeza, que avanzan en desorden, empapadas y cubiertas de barro, hambrientas y acosadas por seis horas de marcha. La columna toma la avenida de París y se detiene a la altura de la Asamblea. El marqués de La Fayette entra en la sala de reuniones, donde los diputados están de pie y en silencio. Mounier le interroga sobre los motivos de su salida de París: “¿Qué quiere tu ejército?". La Fayette afirmó que sólo estaba en Versalles para proteger al rey ya la Asamblea y añadió que podría ser útil sacar el regimiento de Flandes y obtener del rey unas palabras a favor de la escarapela patriótica. Luego sale y camina con sus hombres hasta la Place d'Armes.

Mme de Gouvernet recuerda este momento: "Mi marido, que estaba en la corte desde hacía mucho tiempo, vino a decirme que el señor de La Fayette, que había llegado frente a la puerta de la Real Audiencia con la Guardia Nacional de París, pedía hablar con el Rey. que la parte de esta guardia, compuesta por el antiguo regimiento de guardias, mostraba mucha impaciencia y que la menor demora podía tener inconvenientes y hasta peligros".


El marqués de La Fayette envía a su ayudante de campo, Mathieu Dumas, como emisario. Este último relata: “El rey mandó dejar entrar al señor de La Fayette. Luego bajé con el conde de Gouvernet para encontrarlo. Atravesamos el gran patio de los Ministros. Los guardaespaldas habían sido retirados y colocados, se nos dice, en las terrazas al costado del jardín. Llegando a la puerta de la verja todavía cerrada, vimos al señor de La Fayette, rodeado de su estado mayor y de un gran número de granaderos de la guardia nacional que se oponían a que entrara en el castillo a menos que se les permitiera acompañarlo. Este debate duró más de media hora. El general tranquilizó a sus amigos, les dijo que era una cuestión de honor para la guardia nacional dar al rey esta prueba de su devoción y su confianza […]. Finalmente, cuando el señor de La Fayette hubo persuadido a sus compañeros y recibido su palabra, la puerta estaba entreabierta y, cuando se cerró inmediatamente, todos le tendieron la mano a través de la reja y estrecharon la suya. No fue sin dificultad que lo sacamos. Estaba tan exhausto por la fatiga que casi lo llevamos a los apartamentos. Dos comisionados de la comuna de París, delegados para acompañar al general, obtuvieron permiso para entrar con él, y el rey les permitió ser introducidos en la Sala del Consejo. Cuando atravesábamos el Œil-de-boeuf, donde reinaba un lúgubre silencio, cuando íbamos a entrar en la sala del dique, un alto caballero de Saint-Louis dijo alzando la voz: "Aquí está Cromwell...". La Fayette se detuvo y, mirando fijamente a este individuo, respondió con calma y dignidad: “Él no estaría solo aquí". Lo acompañamos hasta la puerta del gabinete del rey y esperamos en la sala del consejo, con otras personas del servicio interior, el final de esta memorable audiencia".

Madame de Staël todavía está en la antecámara del Œil-de-boeuf cuando pasa el marqués de La Fayette: "Finalmente, el señor de La Fayette entró en el castillo y cruzó la habitación donde debíamos ir al rey. Todos lo rodearon de ardor, como si hubiera sido el maestro de los acontecimientos […]. El señor de La Fayette parecía muy tranquilo. Nadie lo ha visto nunca de otra manera, pero su delicadeza se vio afectada por la importancia de su papel". Según el conde de Neuilly "fue mal recibido por todos en el Œil-de-boeuf, excepto por el Sr. Necker, su esposa y su hija. Este pobre marqués escuchó epítetos que no pudieron halagarlo, pero permaneció impasible mientras esperaba que le presentaran al rey, a quien había pedido audiencia". 


Madame de Gouvernet relata lo que le contó su marido de la entrevista concedida por el rey al marqués de La Fayette: "Muy conmovido, se dirigió al rey en estos términos: "Señor, pensé que valía la pena venir aquí, morir a los pies de Vuestra Majestad, que perecer inútilmente en la plaza de Grève". Estas son sus propias palabras. Entonces el rey preguntó: "¿Qué es lo que quieren entonces?" La Fayette respondió: “El pueblo pide pan, y la guardia quiere volver a sus antiguos puestos con Vuestra Majestad”. El rey dijo: "Bueno, que se los lleven". Estas palabras me fueron repetidas al mismo tiempo". El marqués de Cubières, primer caballerizo del rey, también informa de la siguiente conversación entre el rey y Lafayette: -"¡Oh, sí, lo creo, señor de La Fayette!" "¡Oh! ¡Señor, créalo, créalo bien! Se lo ruego a Su Majestad". -Bueno, señor de La Fayette, lo creo ya que me lo asegura"

La entrevista con el rey dura menos de media hora. Según Mme de Staël, “La Fayette dejó al rey tranquilizándonos a todos. Cada uno se retiró a lo suyo... Parecía que ya bastaba la crisis del día, y uno se creía perfectamente a salvo, como casi siempre sucede cuando se ha vivido mucho tiempo un gran miedo y no se ha materializado”. También presente en la antecámara del Œil-de-boeuf, el conde de Neuilly da otra versión: “Cuando salió del gabinete del rey, el señor de La Fayette parecía agotado por la fatiga. Varias personas, entre otros un Caballero de San Luis, con casaca negra, lo llamaron y, sin detenerse, me dijo todo: “Yo respondo de todo, he obtenido un gran sacrificio del Rey, pero su vida dependía de ello”. "Habla habla, que sacrificio Defenderemos al rey hasta la muerte. “Estoy abrumado por el cansancio, prosiguió, voy a descansar”. Sus ayudantes le abrieron el camino y se retiró acompañado de maldiciones y palabras escandalosas: “¡Traidor!”, “¡Infame!”, etc. Esta escena me perturbó mucho".

Tras la marcha del marqués de La Fayette, los dos comisarios de la comuna de París se quedaron un tiempo con el rey, a quien pidieron que enviara las tropas de línea de regreso de Versalles, en particular el regimiento de Flandes, para tomar medidas para asegurar el avituallamiento de París durante el invierno, sancionar los textos constitucionales votados por la Asamblea e instalarse en París. El rey les responde que ya ha dado su aceptación a los textos constitucionales y que está dispuesto a consentir las dos primeras exigencias. No comenta sobre el último de ellos.

ÚLTIMA AUDIENCIA REAL

En sus memorias, Mme de La Rochejacquelein, relata los momentos que vivió con su madre, la marquesa de Donissan, dama de honor de Madame Victoire: "En medio de este desorden, fuimos a Mesdames. Madame Victoire estaba con Madame Adélaïde. Lo ingresamos. Había mucha gente de su casa. Las damas estaban tranquilas, a pesar de los gritos afuera, y mostraron un gran coraje. Todavía creo oír a Madame Adélaïde decir con nobleza: “Les enseñaremos a morir”. Sólo cerraron las persianas, estando el dormitorio en la terraza de la planta baja. A cada momento venía gente a dar noticias contradictorias. El Conde de Narbonne-Lara que desde entonces ha sido ministro, luego caballero de honor de Madame Adélaïde y gran amigo de La Fayette, llega a las once y media a Mesdames. Viene de l'Œil-de-boeuf, nos asegura que todo está en paz, comienza a bromear sobre el miedo de todos. Todavía estaba hablando cuando el señor de Thianges abrió la puerta, al igual que Mme de Béon, gritando: “¡Lafayette está con el rey! Nada puede pintar el asombro, la conmoción provocada por esta noticia. Al momento siguiente, se decía que La Fayette, pálido como la muerte, había venido a pedir sólo la sanción de algunos decretos y permiso para hacer custodiar al rey por voluntarios parisinos, las damas fueron al ver al rey".

Es poco probable que el rey tuviera tiempo para sus tías. Después de la partida de los dos comisarios de la comuna de París, recibió efectivamente al presidente Mounier, que vino a verlo por tercera vez y que estaba acompañado por más de 200 diputados, todos los cuales habían venido a petición del rey. Según Duquesnoy, en cuanto supo que el marqués de La Fayette pedía verlo, “el rey envió al Guardián de los Sellos y a Necker a la Asamblea para instar a los diputados que allí estarían a acercarse a él [ ...]. El rey les dijo que quería pedirles consejo en el momento de su entrevista con de La Fayette, pero que ya lo había visto, que, además, le había dicho que no hubiera tenido la intención de mudarse nunca de la Asamblea Nacional, que sólo quería ser uno con su pueblo". 


La Révellière-Lépeaux fue uno de los diputados que estaban allí: "El gabinete del rey [cabinet du Conseil] no siendo lo suficientemente grande para contener a todos los diputados, parte de él permaneció en la cámara [Chambre de Louis XIV] que lo precedió y cuya puerta estaba abierta. Estábamos abrumados por el cansancio. Me senté. ¡vino gravemente un ujier a decirme que tenía que levantarme, porque no tenía las credenciales necesarias para sentarme en esta sala! Hice sentir a este pobre hombre lo mal que se estaba tomando su tiempo y lo despedí".

Según Madame de Gouvernet, después de despedir a Mounier y a los diputados que lo acompañaban, "el rey, a quien se le dijo que en Versalles reinaba la más absoluta calma, como era cierto, despidió a todas las personas que aún estaban presentes en el Œil-de-boeuf o en su oficina". Le dijo a Hüe, ujier de la Cámara: “Ve donde la reina, dile en mi nombre que esté tranquila por la situación en este momento y que se vaya a la cama. Voy a hacer lo mismo". Esa noche, la última de Versalles, no tuvo lugar la ceremonia de acostarse del rey.

Tranquilizada, la reina sigue el mandato de su marido. Según cuenta Madame de Tourzel, "la reina me mandó decir a las dos de la mañana que se iba a la cama y me aconsejó que hiciera lo mismo". Según el conde de Saint-Priest, que no indica exactamente la misma hora, ella no está tan tranquila sabiendo que  “esa misma noche querían su vida. Los criados de Monsieur, que llegaban de París con la multitud, habían oído que ella sería la primera víctima y Monsieur la había advertido. La indiferencia por la vida en este momento de depresión mental, o confianza en La Fayette que aseguraba haber tomado medidas para la seguridad de las personas reales, la reina se retiró a sus aposentos y se acostó sobre la una de la madrugada". Varios señores querían montar guardia en la entrada de su apartamento, pero ella se negó.


Madame Campan no está de servicio ese día con la Reina, pero declara haber oído las impresiones de este último: "La reina estaba lejos de contar con el cariño de La Fayette, pero me ha repetido muchas veces que creía ese día que, habiéndolo afirmado al rey, en presencia de ante una multitud de testigos, a quienes respondía por el ejército parisino, no arriesgaría su gloria como comandante y estaba seguro de su hecho. También pensó que todo este ejército estaba dedicado a ella y que todo lo que él había dicho sobre la violencia que ella le había hecho para hacerlo marchar sobre Versalles era solo un pretexto".

según Madame de Gouvernet, “los ujieres entraron en la Galería para avisar a las damas que aún estaban allí que la Reina se había retirado. Las puertas se cerraron, las velas se apagaron y mi esposo nos llevó de vuelta al departamento de mi tía [la Princesa de Hénin, en el ala de los Príncipes], no queriendo llevarnos de regreso al ministerio, por las mujeres que yacían en las antecámaras. y que nos causó gran disgusto".

Todas las luces estaban apagadas y a las dos de la mañana, el castillo estaba dormido.