domingo, 23 de enero de 2022

LUIS XVI SOBRE LAS HABLADURÍAS Y CALUMNIAS HACIA ÉL Y SU ESPOSA

Portrait of Louis XVI (1754-93) King of France - French School
Thierry, ayuda de cámara del rey, entrego un paquete de cartas difamatorias contra la reina. Luis XVI leyó las primeras líneas del texto, las menos sucias, según su hombre de confianza. A petición del rey, se contentó con leer los títulos, con una voz atemporal:

-vida privada, libertina y escandalosa de Marie Antoinette, Le cadran de la volupté o las aventueras secretas de chérubin, las tardes amorosas de la bella Antoniette, del pequeño spaniel del austriaco…

En ese momento, Thierry vacilo. Con una mirada, Luis XVI le pidió que continuara.

-señor, este es una abominación: lo lamentos superfluos del cerdo coronado…

Thierry guardo silencio, incapaz de seguir adelante. Esta vez el rey, tan aturdido como su criado, no le ordenó reanudar la lectura. El título de este último libelo fue increíblemente violento. Que abominaciones tuvo entonces que enumerar los versos que siguieron… levanto los ojos, considero por un momento los estantes cargados de libros y  archivos que se alienaban en una pared de su misma habitación trasera. Fue allí, en esta pequeña habitación que da al patio del sótano del rey, donde Luis XVI le gustaba estar cuando quería estar tranquilo y hablar con un íntimo sobre un asunto secreto o delicado.

Finalmente, el rey tuvo la fuerza para hablar:

-¿supongo que soy el cerdo de la historia? ¿Dónde se encontró este texto?

-en el suelo, en la acera, frente a la puerta del primer patio, justo frente a la caseta de vigilancia. Fueron los soldados de guardia quienes se lo entregaron a sus oficiales. El criminal  anónimo que lo dejo, al parecer, aprovecho la animación creada por la llegada de los entrenadores  del príncipe de Conde y su sequito para mezclarse con la multitud.

El rey se enojó:

-¿la gente cree que puede engañarme y hacer caer mis sospechas sobre los lacayos o cocheros de mi primo? Ilustre descendiente de una gusta familia, el príncipe de Conde. ¡No tengo súbditos más fieles que él y su hijo, el duque de Borbón!

Thierry continuo: nadie puede dudarlo, señor. Había un montón de estas hojas. Más bien creo que el criminal que depósito allí estos escritos esperaba que los cascos de los caballos de Conde los esparciera por todo el patio. Para que el mayor número posible de visitantes, sirvientes y cortesanos que se dirigían al castillo en ese momento pudieran tener cada uno su propia copia… creo que también se esperaba el pasaje de la reina.

El rey guardo silencio. Pero Thierry adivino sus pensamientos. Luis XVI estaba seguro de ello: sus enemigos querían que María Antonieta viera las hojas del libelo revoloteando alrededor de su carruaje y entonces habría leído este panfleto que no solo ridiculizaba al rey, sino que  lo degradaba…

-debemos poner fin a todo esto muy rápido. Más allá de mí, se abusa del trono y de la reina.

Thierry vacilo. Luego saco un último panfleto titulado Le nul potentat… este texto evoca de manera muy precisa el pasillo secreto que su majestad decidió disponer para conectar su habitación con la de la reina, pasando por los entrepisos bajo el salón.

-es imposible! Son pocas las personas que conocen este proyecto, que aún no se ha emprendido. La reina, el capitán de mis guardias, el arquitecto y un puñado de familiares, así como el embajador de Austria.

El primer ayuda de cámara no respondió. El rey se levantó y  se acercó a la ventana que ofrecía poca luz a la habitación. Tuvo dificultad para ver el cielo, incluso cuando se acercó muy cerca de la ventana y miro hacia arriba. Luis XVI sabía que a menudo se habían burlado de Luis XIV  y Luis XV. Pero nunca los habían comparado así con un cerdo, símbolo de pereza, inmundicia, glotonería y necedad.


El rey se acercó a un estante, saco de él una carpeta de cartón donde guardo cuidadosamente los nuevos folletos. Incapaz de entender porque se le profeso este odio y desprecio, no quiso cuestionarse más a sí mismo. El gesto lento y tranquilo, Luis XVI tenía una aguda inteligencia. Más allá de su dureza, su indignación, cada uno de estos inmundos escritos contenía un paquete, incluso uno diminuto de verdad.

Distorsionaron, sin duda, con una trivialidad repugnante, pero se basaron en la verdad. El rey sabia en su foro interior, que solo él tenía la culpa, ya que todo se debía a su incapacidad para reinar. Sin embargo, su mente se negó a enfrentar esta evidencia con claridad y le impidió mostrar toda la determinación que se hubiera requerido para restaurar su autoridad y honor de una vez por todas.

Un día de caza le entregaron al rey un paquete de cartas difamatorias sobre la reina. Como relata un testigo se la escena: “se escondió en un matorral para leerlos, y pronto lo vieron sentado en el suelo, con la cara entre las manos y de rodillas. Sus escuderos y otras personas, habiéndole oído sollozar, fueron a buscar al señor Lambesc. Él se acercó. El rey le dijo bruscamente que se retirara. El insistió. Entonces el rey, mostrando el rostro lleno de lágrimas, le repitió con un tono de bondad: “déjame”. Poco después, su majestad, volvió a montar en su caballo y tuvo que ser llevado de allí. En cierto modo, él estaba muy mal…” (Video: extracto de la película Jefferson in parís).

domingo, 9 de enero de 2022

MARIE ANTOINETTE ET ALEXANDRE LAMETH (1778)

Alexandre Théodore Victor Conde de Lameth 1760-1829

En 1778, durante la guerra de independencia, el soberano recompenso a algunos de los luchadores más fuertes. Había entre ellos un joven oficial de 18 años, Alexandre de Lameth, que sirvió en esta independencia americana como coronel en el regimiento real de Lorena bajo Rochambeau. Lameth había sido herido en la pierna y se sostiene con dificultad en muletas.

De acuerdo con la etiqueta, tenía que estar de pie a lo largo de la audiencia real. Con mayor dificultad logro sostenerse, pero la herida se abrió de nuevo por el esfuerzo sostenido y la sangre broto visiblemente. Al verlo agacharse y a punto de caer, la reina se levantó de su trono y, a pesar de las protestas de los soldados confundidos y avergonzados, ella quería por si misma vendar la herida de este héroe. Toda la audiencia quedo sorprendida por este acto de bondad de la soberana.