domingo, 22 de abril de 2018

MARIE ANTOINETTE RECIBE LA VISITA DE LA FAMILIA DE HESSE (1780)

Un retrato de María Antonieta atribuye a Madame Vigée Le Brun que la reina dio a
de la familia de Hesse en 1780. El retrato estaba en el castillo Darmstadt, donde, en 1872, nació Alice de Hesse,
futura zarina Alexandra (de la misma suerte trágica) Siempre que tenía una gran admiración por la reina francesa.
En la primavera de 1780 una visita prolongada de los amigos de la juventud de María Antonieta, las princesas de Hesse, permitió a la reina demostrar de manera elocuente el estilo que estaba empezando a desarrollar en su propia vida privada. María Antonieta rodeada a menudo en Francia por una corte de aduladores y parásitos, y no pudo siempre o era capaz de discernir entre los que eran verdaderos devotos de aquellos que hábilmente explotaban su gran necesidad de afecto.

La reina cultivo amistades duraderas, especialmente aquellas que le recordaban los felices años pasados en Viena. Es un claro testimonio de la correspondencia que mantuvo con sus amigos de la infancia, las dos hermanas Charlotte de Hesse Darmstdt, duquesa de Mecklemburgo-Strelitz y Louise de Hesse Darmstadt Landgravina y gran duquesa de Hesse. La correspondencia preciosa, además de ser una demostración de la fuerte sensación que unió a las tres mujeres, también nos proporciona muchos pequeños detalles de la vida real; nacimientos, eventos importantes, confidencias íntimas y los acontecimientos políticos que cambiaron totalmente la época.


María Antonieta había sido educada en Viena, como ella misma dijo en su juicio, con sus dos compañeras princesas que permanecieron con ella (aunque la distancia) siempre en buenos términos, tanto es así que en 1780 la totalidad de la familia de Hesse fue a visitar a la reina en el petit trianon. El 13 de febrero de 1780 finalmente el príncipe hereditario George Guillame, aunque gravemente aquejado por la gota y la perdida de la visión, llego de incognito en Francia bajo el nombre de conde Epstein, junto con su esposa y sus hijos.

Esta llegada de esta familia soberana alemana, querida por reina, fue mencionada en su correspondencia con su madre y estos príncipes demostraron el cuidado atento dado a la comodidad de sus huéspedes durante su estancia, la bondad y el espíritu evidente de amistad sincera de la reina para sus amigos. La estancia de los príncipes de Hesse se extendería en Francia hasta el 15 de abril. Durante estos meses, María Antonieta, excelente anfitriona y amiga sincera, se multiplicara para entretener a sus invitados en bailes, recepciones, varios paseos, visitas a Trianon y Marly.

retrato de Louisa de Hesse Darmstadt
La princesa Louise de Hesse nacida en 15 de febrero de 1761, fue llevada a la corte de bien a con su hermana Charlotte. Con quien acompaño a María Antonieta en su “entrega” a la nación francesa. La princesa estaba casada, en febrero de 1777, con su primo Louis, príncipe hereditario de Hesse Darmstadt, que se convirtió en el primer gran duque de este país con el nombre de Louis X. el príncipe hereditario había dado sus primeros pasos al servicio de Rusia contra los turcos, como teniente general. De vuelta en Darmstadt, se dedicó sobre todo al estudio de las artes, especialmente la música. Tres años después de su matrimonio, ambos visitaron Francia. El príncipe Louis tenía entonces veintisiete años y su esposa tenia diecinueve. Ella profesaba una particular admiración por María Antonieta.

Charlotte von Hessen-Darmstadt
La princesa Charlotte nació el 5 de noviembre de 1755, se casó el 28 de septiembre de 1784 con Charles, duque de Mecklemburgo. La noche de su llegada, Charlotte fue invitada por la reina a Versalles para una obra de teatro y alto honor, ella y su familia se les hizo llegar por lo menos con dos horas de antelación. Tal era el lazo que unió a esta familia que objetos de María Antonieta llevo consigo a la Conciergerie, había también dos miniaturas de Louise y Charlotte; en el proceso se le pregunto el nombre de las dos mujeres retratadas. Ella respondió: “princesa de Hesse y madame Mecklenburgo, dos mujeres que fueron educadas conmigo en Viena”. El 12 de diciembre de 1785 Charlotte moriría en el parto, María Antonieta devastada escribió: “voy a llevar para toda la vida su memoria y pesar por su muerte”.

Un fotograma de la película "El Autrichienne" de 1990. La escena tiene el cuestionamiento de la reina en la que se le pidió que proporcionar los nombres de las mujeres retratadas en las miniaturas en su posesión.
Un valioso testimonio sobre el carácter de la reina ofrece la hermana menor de Charlotte y Louise, la princesa Augusta, futura esposa de Maximiliano I de Baviera y bisabuela de Ludwing II, el romántico y rey soñador, que tenía una gran veneración por María Antonieta. Augusta describe a la reina en una carta: “tenía con frecuencia de ver a la reina, es hermosa, siempre bien preparada, muy educada y amable con todo el mundo, pero, hay que decir, especialmente hacia nosotros su mayor alegría que es hacer felices a los demás, para difundir a su alrededor alegría y desvanecer la rígida etiqueta de la corte. Te puedo asegurar que a menudo se olvida, con ella, que se encuentra junto a una reina…”

domingo, 15 de abril de 2018

EL DUQUE DE CHOISEUL ES ENVIADO AL EXILIO (1770)

Detalle de una pintura que muestra al duque de Choiseul.
Choiseul tenía sus planes. Su política exterior estaba lejos de ser un éxito. La Guerra de los Siete Años y la Paz de Hubertsburg eran un amargo recuerdo en su memoria, y temía que sus enemigos estuvieran prestos a recordarse a sí mismos y a los demás el papel preeminente que él había jugado en ellos. Al mirar hacia atrás se preguntaba si no hubiera sido más sabio dejar que Francia se mantuviera al margen de esa lucha entre Federico de Prusia y María Teresa, la emperatriz de Austria, por la posesión de Silesia; una guerra en la que Inglaterra y otras naciones europeas habían tomado parte. Había creído que el lado de Francia estaba junto a Austria, y ahora estaba planeando una unión entre los dos países para que su amistad fuera reforzada de la más segura de las maneras, cuando el duque de Berry, heredero al trono de Francia, se casase con la pequeña María Antonieta, la hija de María Teresa. Junto con Suecia, Polonia y Rusia, Francia había luchado contra Prusia e Inglaterra; y cuando un año antes del cese de hostilidades Rusia cambió de bando, Francia había empezado a preguntarse qué iba a sacar en claro de esa guerra. Estaba claro que iba a perderla. Los Sueños de un imperio colonial francés se habían evaporado, y los ingleses habían confirmado su supremacía 
en Norteamérica y en la India.

Sin embargo Choiseul había decidido no descorazonarse. Planeaba nuevas conquistas para Francia, y ese mismo año había conquistado Córcega. Tenía grandes planes: quería convertir a Francia en el más poderoso país de Europa. Pretendía reformar el ejército de tierra y la Armada. Y no estaba dispuesto a permitir que sus planes se arruinaran sólo por una estúpida mujer que había entretenido al rey durante una o dos semanas. Desechó sus temores. La mujer lo había amenazado. Era ridículo. Él, Étienne, duque de Choiseul, se consideraba a sí mismo el hombre más poderoso de Francia. El rey confiaba en él, aprobaba su política. Era un noble de ilustre cuna, descendiente de la gran casa de Lorena, y eso lo ponía en una posición especialmente privilegiada ante María Teresa, quien se había casado con un príncipe de Lorena. Sus contactos eran contactos con la realeza, y él era un brillante hombre de estado. Era encantador y popular tanto entre los colegas políticos como entre el pueblo.

El duque de Choiseul junto al rey Luis XV. en la pelicula madame du Barry de 1934. 
Había tenido la perspicacia de cubrir los más importantes puestos de la Corte y el gobierno con quienes le servirían lealmente. Recientemente había estado de acuerdo con la expulsión de los jesuitas de Francia, una decisión que había aumentado su popularidad en España y Portugal. Sería bien tonto si se dejaba intimidar por las insinuaciones de una estúpida mujer.  A Jeanne le resultó imposible mantenerse al margen de la política. Un  nuevo partido había comenzado a formarse, y militaban en él todos  aquellos que estaban determinados a apoyarla y a propiciar la caída de Choiseul. Este partido llegó incluso a conocerse como el de los «Barriens», y estaba presidido por Richelieu, Aiguillon, Maupeou, el duque de la Vauguyon y el abad de Terray, todos ellos hombres de reconocida influencia.  La indiferencia de Jeanne hacia los insultos que Choiseul continuaba dirigiéndole era una fuente de preocupación para los «Barriens», cuyo objetivo principal consistía en usar su influencia sobre el rey para arrojar a  Choiseul y a sus seguidores de las posiciones que habían detentado durante tanto tiempo, y poder ocuparlas ellos mismos.

grabado que muestra al duque de choiseul.
Cada palabra que decía Choiseul en contra de Jeanne se le comunicaba a ésta  enseguida, y al final Jeanne tuvo que afrontar el hecho de que ese hombre  estaba intentando destruirla. En ocasiones, cuando la Corte estaba reunida esperando la llegada del rey, se solían formar dos grupos: uno alrededor de Choiseul y el otro alrededor de madame du Barry; y resultaba evidente que gradualmente el grupo que apoyaba al ministro disminuía y el que apoyaba a la favorita aumentaba. Luis sentía pena por él y llegó al punto de recriminarle: "No deberíais disgustar tanto a madame du Barry, amigo mío " - le dijo amablemente- "No es muy sabio por vuestra parte. Dejadme deciros esto: madame du Barry es muy consciente de vuestras capacidades. Ella no pide sino que no os preocupéis por ella. Es muy  hermosa. Yo le tengo un gran afecto. Eso debería bastar para convertiros en su amigo". Pero Choiseul, a pesar del aviso del rey, fue incapaz de ofrecer esa sonrisa o esa palabra amable, y la brecha entre ambos se ensanchó. Era una situación, se decía en la Corte, que no podía durar; y Choiseul continuaba creyendo que su astuta capacidad de hombre de estado le llevaría a triunfar sobre la favorita.

Las negociaciones para la boda entre el delfín y María Antonieta estaban casi acabadas, y estaba convencido de que los lazos entre Austria y Francia se estrecharían; todos se darían cuenta de quién los había forjado y quién era el hombre idóneo para mantenerlos intactos. ¿Cómo podría el afecto de un viejo libertino por una mujer de quien muchos creían que era poco mejor que una prostituta  ser comparado con la necesidad que tenía el país del hombre que había guiado la política exterior de Francia durante tanto tiempo? En poco tiempo esperaba poder traer a Francia a la archiduquesa austriaca. Así estaban las cosas cuando la archiduquesa María Antonieta llegó a Francia para casarse con el delfín.
  
Grabado que muestra al rey Luis XV con su amante madame Du Barry.
Desde el momento en que María Antonieta vio a madame du Barry se determinó a odiarla. No en vano, María Antonieta sabía perfectamente que ella debía la gran posición en que se encontraba al duque de Choiseul, ese gran aliado de Austria y amigo personal de su madre; y ella había sido bien aleccionada por su madre sobre la línea de conducta que había de seguir. Por lo tanto, los enemigos de Choiseul eran sus enemigos. La pequeña delfina, consentida hasta cierto punto, a pesar dela dureza de su madre, esperaba ganarse inmediatamente el afecto del rey y del delfín. El delfín parecía un chico hosco, casi indiferente a sus encantos. En cuanto al rey, era, en efecto, encantador; pero María Antonieta descubrió pronto que toda su atención se dirigía a una joven que parecía estar constantemente a su lado y a quien casi todos, con la excepción del duque de Choiseul mostraban gran respeto.

Con el matrimonio del delfín habían crecido las esperanzas de Choiseul. Sus enemigos, él lo sabía muy bien, estaban esperando una oportunidad para hacerlo caer en desgracia, pero él consideraba que su posición se había visto considerablemente reforzada por la alianza con Austria, y el pequeño delfín era un firme aliado suyo. Había contemplado el asunto de los asientos con gran regocijo. Era en naderías así donde se solía hallar una indicación fiable de hacia qué dirección soplaba el viento del favor real. Luis se estaba haciendo viejo. Tenía sesenta años. Y un hombre que había llevado una vida tan disipada era improbable que viviese muchos años más. El delfín estaría absolutamente en manos de su encantadora esposa, y la delfina era una de las más ardientes defensoras de Choiseul. Por lo tanto, no necesitaba perder su tiempo en ella, y dirigió sus pensamientos hacia Aiguillon, pues Aiguillon encabezaría el nuevo partido que se haría con el poder si él, Choiseul, cayera en desgracia; y sería Aiguillon quien le robaría el sillón. Aiguillon también era un loco, o así le parecía a Choiseul; y además era un hombre de quien no podía decirse que, en el pasado, hubiera tenido mucha suerte en sus asuntos. El nuevo partido que se había formado teniendo a Jeanne como cabeza visible —los «Barriens»— se colocó inmediatamente al lado de Aiguillon, quien era uno de sus líderes más influyentes. Choiseul, con el «Parlement», estaba al otro lado, enfrente.

Carle Van Loo (1705-1765), Portrait de Louis XV en habit militaire
La emoción era intensa. Para mucha gente parecía que el ministro y la favorita se hallaban frente a frente, dispuestos para la batalla. Por aquella época había una pugna creciente entre España e Inglaterra por la posesión de las islas Malvinas. El Tratado de Utrecht las había puesto bajo soberanía española, pero los ingleses habían construido allí un fuerte y defendían su posición. Los españoles habían enviado tres fragatas para asegurarse de que España seguía reteniendo aquellas islas, pero cuando los ingleses oyeron lo que estaba ocurriendo enviaron una escuadra hacia aquellas latitudes. Se trataba de un pequeño incidente, no un asunto para una guerra de envergadura, pero Choiseul creía que si Francia se ofrecía como aliada, ya fuera  de Inglaterra, ya fuera de España, el país que recibiera su apoyo declararía la guerra. Estos planes se los expuso al rey, y Luis vio cómo su ministro de Asuntos Exteriores empezaba un doble juego, coqueteando primero con el embajador inglés y luego con el español.Luis estaba ansioso por evitar la guerra contra Inglaterra, y temió que ésa fuera la dirección hacia la que Choiseul le estaba llevando. Luis todavía estaba  dolido por la pérdida de la India y de Canadá, y no le costó recordar que esas pérdidas se habían producido bajo el ministerio de Choiseul.

Ahora, Choiseul, temiendo que su influencia fuera a menos, buscaba desesperadamente algún
modo de reavivarla, y esto, a ojos de un rey determinado a mantener la paz, parecía una acción criminal. los enemigos de Choiseul fueron acorralándole. Richelieu y Aiguillon explicaron a Jeanne la necesidad del cese de Choiseul, y Jeanne, conocedora del deseo criminal de Choiseul de embarcar al país en una guerra para salvaguardar su puesto, se sumó a las voces de los otros y discutió con el rey el daño que la política de Choiseul podía depararles al trono y al país.  Luis asintió sombríamente. Ya había tomado una decisión. Escribió dos cartas; una se la dirigió a su primo, el rey de España, y en ella se leía: "Majestad no desconoce el espíritu de independencia y fanatismo que se ha extendido por todo mi reino. He soportado esto con paciencia, pero he  llegado al extremo de sentirme acosado y mis «Parlements» tienen el propósito de arrebatarme el poder soberano que yo poseo por mandato divino. Usaré todos los medios a mi alcance para exigir obediencia. La guerra, tal y como están las cosas, sería desastrosa para nosotros…" Después seguía haciendo hincapié en los lazos que unían a los dos países cuyos reyes eran parientes tan próximos, y añadió que, aun en el caso de que considerara necesario cambiar a sus ministros, sus objetivos seguirían siendo los mismos. 

Retrato de madame Du Barry.
Tras haber escrito la carta al rey de España, Luis escribió otra al duque de Choiseul, en la que le decía: "Primo, la insatisfacción que me han provocado tus servicios me fuerza a desterrarte a Chanteloup, por lo cual debes dejar palacio en el plazo de veinticuatro horas. Debería haberte enviado bastante más lejos, pero no lo hago por compasión de madame de Choiseul, en cuyo bienestar tengo un gran interés. Ten cuidado de que tu conducta no me obligue a cambiar de idea. Deseo que Dios, primo, te tenga en su santa y valiosa custodia". Esta carta le fue entregada a Choiseul por el duque de Vrillière en la nochebuena del año 1770. Aunque ponía fin a la fama, la fortuna y todo lo que él hubiera querido seguir reteniendo,  Choiseul recibió la carta sin mostrar decepción alguna; y al día siguiente dejó Versalles por Chanteloup. La gente de París y Versalles, que había cantado las canciones que él había ordenado escribir y que les habían enseñado a odiar al rey y a su favorita, se aglomeraron alrededor del carruaje tirado por seis caballos, pues viajaba con su esposa y con su hermana, la duquesa de Gramont, al estilo real. Desde Chanteloup la campaña contra Jeanne du Barry continuaba. Se hicieron circular escándalos, se inventaron historias y los cantantes de las calles de París aún cantaban las canciones que habían sido escritas a instigación del duque de Choiseul.

Allegory of the Exile of the duc de Choiseul

domingo, 1 de abril de 2018

EL ESCÁNDALO DEL COLLAR DE DIAMANTES (1785)


Con su mirada de águila reconoció Napoleón la manifiesta falta de María Antonieta en el proceso del collar: «La reina era inocente, y para dar a conocer públicamente esta su inocencia, quiso que juzgara el Parlamento. El resultado fue que la reina fue tenida por culpable». En efecto, en esta ocasión María Antonieta perdió por primera vez su seguridad en sí misma. Mientras que en general pasa despreciativamente, sin volver la mirada, junto al apestoso fango de maledicencias y calumnias, esta vez busca refugio en un tribunal al que hasta entonces había menospreciado: el de la opinión pública. Años enteros se ha conducido de modo como si no oyera nada del zumbido de las flechas envenenadas lanzadas contra ella. Al solicitar ahora un proceso, en una repentina y casi histérica explosión de cólera, revela lo muy violenta y antigua que era ya la irritación de su orgullo; ahora, este cardenal de Rohan, que es quien se ha atrevido a avanzar más contra ella y de modo más visible, debe pagar por todos.  El odio contagiado por la madre ha llevado a María Antonieta a una irreflexiva precipitación. Y con aquel ademán torpe y violento cae de los hombros de la reina el manto protector de la soberana: se descubre a sí misma ante el odio general.

grabado que muestra el arresto del cardenal de rohan por parte de la guardia real.
Pues, por fin, ahora todos los secretos adversarios de la reina pueden reunirse para una acción común. María Antonieta ha puesto la mano, temerariamente, en todo un nido de serpientes de ofendidas vanidades. Luis, el cardenal de Rohan -¡cómo ha podido olvidarlo!-, es portador de uno de los más antiguos y gloriosos nombres de Francia, y aliado por la sangre de otras estirpes feudales, ante todo de los Soubise, los Marsan, los Condé; todas estas familias se sienten, como es natural, mortalmente ofendidas de que uno de los suyos haya sido detenido en el palacio del rey como un vulgar ratero. Por otra parte, el alto clero también está indignado. ¡Hacer prender por un grosero espadón a un cardenal, a una Eminencia, revestido de todos sus ornamentos, pocos minutos antes de decir la misa ante la faz del Señor! Las quejas llegan hasta Roma; tanto la nobleza como el estado eclesiástico se sienten afrentados en su totalidad. Resueltos a la lucha, se presenta en el ruedo el poderoso grupo de la francmasonería, pues no sólo a su protector el cardenal, sino también al dios de los sin Dios, a su jefe, al maestro de la orden, a Cagliostro, han llevado los gendarmes a la Bastilla; llega, por fin, ahora la ocasión de lanzar algunas grandes piedras contra los vidrios de la soberanía, del trono y del altar. 
Además, el pueblo, en general excluido de todas las fiestas y picantes escándalos del mundo de la corte, está encantado con todo el asunto. 

grabado satírico del cardenal de Rohan con el "Collar en camino a Roma" del siglo XVIII
Una vez, por fin, le es ofrecido un gran espectáculo: un cardenal, en propia persona, acusado públicamente, y, a la sombra de sus vestiduras cardenalicias de color púrpura, un verdadero muestrario de estafadores, trapaceros, alcahuetes, falsarios, y además de todo, en el último fondo -¡atractivo principal!-, la orgullosa, la soberbia, la perra austríaca. Asunto más divertido que este escándalo de la «bella Eminencia» no podía ser regalado a los aventureros de la pluma y el lápiz, a los autores de libelos, a los caricaturistas, a los voceadores de periódicos. las librerías son asaltadas por el público y la Policía tiene que intervenir en ello. Ni las obras inmortales de Voltaire, de Jean-Jacques Rousseau o de Beaumarchais conocieron en varios decenios las gigantescas ventas  que tienen estos escritos en una sola semana. Siete mil, diez mil, veinte mil ejemplares, todavía con la tinta húmeda, son arrancados de las manos de los vendedores, y en las Embajadas extranjeras los diplomáticos tienen que pasarse el día entero atando paquetes para enviar, sin pérdida de tiempo, a sus príncipes, llenos de curiosidad, los más recientes libelos sobre el escándalo de la corte de Versalles. Todo el mundo quiere leerlo todo y poder decir que lo ha leído; durante semanas enteras no hay otro tema de conversación; las más alocadas conjeturas son creídas ciegamente.

grabado que muestra al conde Cagliostro en las mazmorras de las bastilla.
Para asistir al propio proceso vienen grandes caravanas de provincias, nobles, burgueses, abogados; en París, los artesanos abandonan sus talleres. Inconscientemente, adivina el recto instinto popular que aquí no se verá solamente el proceso de una falta aislada, sino que de este pequeño y sucio ovillo saldrán espontáneamente todos los hilos que llevan a Versalles; el abuso de las lettres de cachet, de la nobleza, esas arbitrarias órdenes de prisión, las dilapidaciones de la corte, el mal estado de las finanzas, el escándalo de las indignas protecciones, todo puede ahora ser tomado desde su origen. Por primera vez, gracias a una grieta casualmente abierta, puede la nación columbrar el secreto mundo inaccesible hasta ahora para ella.



Se trata en este proceso de mucho más que de un collar; se trata del sistema de gobierno ahora existente, pues esta acusación, si es hábilmente dirigida, puede rebotar contra toda la clase directora, contra la reina, y con ella contra la monarquía. «¡Qué acontecimiento grande y prometedor! -exclama uno de los frondeurs habituales del Parlamento-. ¡Un cardenal, descubierto como estafador! ¡La reina, envuelta en un proceso escandaloso! ¡Cuánta basura sobre el báculo y el cetro! ¡Qué triunfo para las ideas de la libertad!» Aún no sospecha la reina qué males ha desencadenado con un único ademán precipitado. Pero cuando un edificio está reblandecido y tiene minados sus cimientos desde hace mucho tiempo, basta arrancar de la pared un solo clavo para que toda la fábrica se venga abajo.