domingo, 7 de septiembre de 2014

LA FARSA DEL BOSQUECILLO DE VENUS


En abril de 1784 comienza la De la Motte a dejar caer de cuando en cuando una pequeña observación acerca de lo tiernamente que confía en ella su «querida amiga» la reina; cada vez más llena de fantasía, inventa episodios que suscitan en el sencillo cardenal la idea de que aquella linda mujercita podría ser una ideal intercesora para él cerca de la reina. Cierto que le afecta mucho, acaba por confesar francamente, el que desde hace años Su Majestad no le honre ni con una mirada, cuando para él no habría mayor dicha que la de que le fuera dado servirla respetuosamente. ¡Ay! ¡Si hubiese alguien que hiciera conocer a la reina sus verdaderos sentimientos! Compasiva y emocionada, promete la «íntima amiga» hablarle en su favor a María Antonieta; y de qué peso, con asombro de Rohan, tiene que ser la intervención de la De la Motte, ya que en mayo le anuncia que la reina ha cambiado de opinión y próximamente dará al cardenal una discreta muestra de su transformado pensamiento; claro que nada público todavía; durante la próxima recepción de la corte le hará de un modo determinado cierto saludo secreto. Cuando se desea crear alguna cosa es grato creerla; cuando se desea su vista, también se llega a verla fácilmente. En efecto, el buen cardenal, en la siguiente recepción, cree observar cierta nuance en la inclinación de cabeza de la reina y le paga muy buenos ducados a la tierna mediadora. 

Mas para la De la Motte falta aún mucho para que el filón de oro rinda con la debida abundancia. Para meterse aún con mayor seguridad al cardenal en el bolsillo hay que mostrarle cualquier prueba escrita del regio favor. ¿No estarían bien unas cartas? ¿Para qué tendría, si no, la De la Motte un secretario sin escrúpulos en su casa y en su lecho? En efecto, Rétaux escribe sin vacilar unas cartas de la propia mano de María Antonieta a su amiga la Valois. Y ya que el bobalicón las admira como auténticas, ¿por qué no seguir avanzando por este lucrativo camino? ¿Por qué no simular al momento una correspondencia secreta entre Rohan y la reina, a fin de poder llegar más hasta el fondo de la caja del primero? Por consejo de madame De la Motte redacta el deslumbrado cardenal una detallada justificación de su anterior conducta, la corrige durante días enteros y entrega por fin el escrito, puesto en limpio, a aquella mujer impagable en el más auténtico sentido del vocablo. Y he aquí... Realmente, ¿no es una hechicera esta madame De la Motte y la más íntima amiga de la reina? De aquí que, pocos días más tarde, le trae ya una cartita, en un blanco plieguecillo afiligranado, con dorados bordes y la flor de lis francesa en un ángulo.

La hasta entonces inaccesible y esquiva, la orgullosa reina de la Casa de los Habsburgo le escribe al otro tiempo menospreciado cardenal: «Me alegro mucho de no tener que considerarte a usted ya como culpable; todavía no puedo conceder a usted la audiencia que desea. Tan pronto como las circunstancias lo permitan se lo comunicaré. Sea usted discreto». El embaucado apenas es capaz de dominar su alegría; por consejo de la De la Motte da las gracias a la reina; recibe de nuevo cartas y de nuevo las escribe, y cuanto más se le llena el corazón de orgullo y anhelo ante la idea de estar en tan alto favor con María Antonieta, tanto más le aligera los bolsillos la De la Motte. El temerario juego se halla en pleno curso.

Sólo es lástima que no haya medio de que un importante personaje se muestre dispuesto a desempeñar su papel en la comedia: precisamente la protagonista, la reina. Mas no es posible continuar largo tiempo esta peligrosa partida sin introducirla en la acción, pues no se puede embaucar ni aun a la persona más fácilmente crédula haciéndole figurar eternamente que la reina le ha saludado, si ella, en realidad, aparta con toda tiesura la mirada de aquel hombre execrado y jamás le dirige la palabra. Cada vez se hace mayor el peligro de que el pobre bobalicón descubra por fin el pastel.

Por cuanto hay que inventar una jugada de ajedrez muy usada. Como naturalmente está descontado que jamás la reina le dirigirá la palabra al cardenal, ¿no bastará hacer creer a aquel majadero que ha hablado con la reina? ¿Qué ocurriría si, aprovechando el momento favorable para todas las trapacerías, la oscuridad de la noche, y un lugar propicio en cualquier sombrío paseo del parque de Versalles, se llevara a Rohan, en lugar de la reina, una figuranta a quien se hubiera enseñado a decir algunas palabras? De noche todos los gatos son pardos, y, en su excitación y atontamiento, el buen cardenal se dejaría burlar con la misma facilidad que con las paparruchas de Cagliostro y las camas de cantos dorados escritas por mano de su ignaro secretario.


Pero ¿dónde encontrar a toda prisa una figuranta, un «doble», como se dice hoy en el lenguaje del cine? Sólo allí donde unas muy amables damas y damiselas, de todas clases y tamaños, esbeltas y metidas en carnes, flacas y gordas, rubias y morenas, se pasean a todas horas con un fin comercial: en el jardín del Palais Royal, el paraíso de la prostitución de París. El «conde» de la Motte toma a su cargo la espinosa comisión: no necesita mucho tiempo y ya ha hecho el descubrimiento de una sustituta de la reina, una joven dama llamada Nicole -que más tarde llevará el nombre de baronesa de Oliva-, modista en apariencia, pero en realidad más ocupada del servicio de los caballeros que de una clientela de señoras. No cuesta mucho trabajo convencerla para que represente su fácil papel, pues -según explica la señora De la Motte delante de sus jueces- «era muy tonta».

El 11 de agosto llevan a Versalles a la condescendiente esclava del amor a una vivienda precisamente alquilada para ello: por su propia mano, la condesa de Valois la viste con un traje de muselina con lunares blancos, copiado exactamente de aquel que lleva la reina en el retrato de madame Vigée-Lebrun. Le plantan además un sombrero de alas anchas, que dé sombra al semblante, sobre los cabellos cuidadosamente empolvados; y entonces, adelante, viva y descaradamente, por el nocturno parque sombrío, con la pequeña que se asusta con facilidad y que deber representar, durante diez minutos, a la reina de Francia delante del gran limosnero del rey. La más temeraria bellaquería de todos los siglos está en marcha.

 
Muy calladamente se desliza la pareja, con su seudo reina disfrazada, por la terraza de Versalles. El cielo los protege, como siempre a los trapaceros, y derrama una oscuridad sin luna sobre los jardines. Bajan hacia el bosquecillo de Venus, espesamente cubierto de abetos, cedros y pinos, donde de cada figura apenas es posible distinguir otra cosa que la silueta; es un lugar maravillosamente apropiado, por tanto, para los juegos de amor, y más aún para esta fantástica comedia de engaños. La pobre golfilla comienza a temblar.


¿En qué aventura se ha dejado meter por una gente desconocida? Lo mejor para ella sería escaparse. Llena de miedo, tiene en sus manos la rosa y la esquela que, según lo prescrito, debe entregar a un distinguido señor que se acercará a hablarle. Crujen ya las arenas del paseo. Surge de las sombras la silueta de un hombre; es Rétaux, el secretario, que, fingiéndose servidor real, conduce a Rohan. De repente, la Nicole se siente enérgicamente impulsada hacia delante; como tragados por la oscuridad desaparecen de su lado los dos rufianes. Se queda sola, o más bien ya no lo está, porque, alto y esbelto, con el sombrero muy calado sobre la frente, un desconocido viene ahora a su encuentro: es el cardenal. 

Pero ¡de qué modo tan raro se conduce este hombre extraño! Se inclina respetuosamente hasta el suelo y le besa a la moza la orla del vestido. Ahora debería la Nicole tenderle la rosa y la carta que tiene preparadas. Pero, en su aturdimiento, deja caer la rosa y se olvida de la carta. Sólo balbucea, con voz ahogada, las escasas palabras que trabajosamente le han metido en la cabeza: «puede usted confiar en que todo lo anterior está olvidado». Y estas palabras parecen encantar desmedidamente al desconocido caballero; una y otra vez se inclina ante ella y tartamudea, con manifiesto embeleso, las más sumisas y respetuosas gracias, sin que la pobre modistilla sepa por qué. Sólo tiene miedo, un miedo mortal, de tener que decir algo y con ello traicionarse. Pero, gracias a Dios, rechina otra vez la arena bajo unos pasos precipitados, y alguien dice en voz baja y agitada: «¡Pronto, pronto, venid! Madame y el conde Artois están muy próximas».


La llamada hace su efecto; se espanta el cardenal y se aleja precipitadamente, acompañado por la De la Motte, mientras que el noble esposo conduce a la pequeña Nicole: con corazón palpitante, se desliza la seudo reina de esta comedia a lo largo del palacio, en el cual, detrás de las ventanas sumidas en las tinieblas, la verdadera reina duerme sin sospechas. 

La farsa aristofánica ha triunfado gloriosamente. El pobre imbécil del cardenal ha recibido un golpe en el cráneo que le arrebata por completo todos los sentidos. Hasta entonces había habido que volver a cada momento a cloroformizar su desconfianza; el pretendido saludo era sólo una semi prueba, lo mismo que las cartas; pero ahora que el burlado cree haber hablado en propia persona con la reina y haber oído de su boca que lo perdona, cada palabra de la condesa de la Motte va a ser para él más verdadera que el Evangelio. Ahora, llevados sus andares por la condesa, marcha por donde ella quiere. Esta noche no hay un hombre más feliz que él en toda Francia. Rohan se ve ya primer ministro gracias a las mercedes de la reina.

Algunos días más tarde, la De la Motte le anuncia ya al cardenal otro testimonio del favor de la reina. Su Majestad -bien conoce Rohan su generoso corazón- tiene el deseo de hacer entregar cincuenta mil libras a una familia noble caída en la miseria, pero por el momento se ve impedida a pagarlas. ¿No querría el cardenal tomar a su cargo este caritativo servicio? Rohan, dichosísimo, no se asombra ni por un instante de que la reina, a pesar de sus gigantescos ingresos, se encuentre mal de fondos. Todo París sabe, por lo demás, que siempre está metida en deudas. Al instante el cardenal hace llamar a un judío y dos días después las monedas de oro tintinean sobre la mesa de los De la Motte. Por fin tienen éstos ahora en sus manos los hilos para hacer bailar a su gusto al fantoche. Tres meses más tarde tiran de ellos aún con mayor fuerza: otra vez desea dinero la reina, y Rohan empeña, diligente, muebles y objetos de plata, sólo para agradar más pronto y ricamente a su protectora.

Ahora vienen unos tiempos celestiales para el conde y la condesa de la Motte. El cardenal está lejos, en Alsacia, pero sus dineros suenan alegremente en los bolsillos de la pareja. Ahora no necesitan tener ya ninguna preocupación; han encontrado un tonto que paga. Le escribirán de cuando en cuando una carta en nombre de la reina y el cardenal destilará nuevos ducados. Entre tanto, ¡a vivir magníficamente al día y con toda clase de goces y no pensar en mañana! No sólo los soberanos, los príncipes, los cardenales, son irreflexivos en estos tiempos livianos, sino que lo son también los bellacos. Se apresuran a comprar una casa de campo en Bar-sur-Aube, con magnífico jardín y dilatada labranza; comen en vajilla de plata, beben en copas de cristal centelleante; se juega y se oye música en este noble palacio; la mejor sociedad se disputa el honor de poder tratarse con la condesa de Valois de la Motte. ¡Qué hermoso es el mundo donde se dan tales pazguatos! Quien al jugar ha sacado por tres veces la carta más alta, no vacilará en atreverse a realizar, también por cuarta vez, la más audaz jugada.

domingo, 31 de agosto de 2014


“Decidió sentarse en el pabellón unos minutos para que la pequeña Marie Theresa pudiera descansar. En la primavera las bancales estaban llenas de jacintos azules, flores muy apreciadas por la reina, así como los narcisos y tulipanes. En octubre, la mayoría de las flores del verano se habían marchitado. Solo las caléndulas, geranios, áster y crisantemos se mantenían por su propia cuanta, dando una tonalidad de cobre a aquel palacete querido”

-Trianon - María Elena Vidal - 2000

domingo, 24 de agosto de 2014

EL ESCANDALO DEL "MATRIMONIO DE LE FIGARO"

Las primeras semanas de agosto de 1785 encuentran a la reina extraordinariamente ocupada, pero no porque la situación política se haya hecho especialmente dificultosa y el levantamiento de los Países Bajos someta a la más peligrosa prueba a la alianza franco-austríaca; como siempre, a María Antonieta sigue pareciéndole más importante su teatro rococó en Trianón que la dramática escena del mundo. Su desacostumbrada excitación procede exclusivamente, esta vez, de una nueva primera representación. Están impacientes ella y sus amigos por ejecutar en el teatro del palacio El barbero de Sevilla, la comedia del señor de Beaumarchais. Y ¡qué selecto reparto viene a dignificar los profanos papeles! El conde de Artois, en su propia altísima persona, debe encamar a Fígaro; Vaudreuil, al conde, y la reina, a la alegre Rosina.


¿El señor de Beaumarchais? ¿No será acaso aquel mismo señor Caron, bien conocido de la Policía, que hace diez años fingió descubrir y llegó a presentarle a la amargada emperatriz María Teresa aquel infame folleto que proclamaba altamente ante el mundo entero la impotencia de Luis XVI, el cual, en realidad, había sido escrito por él mismo? ¿Aquel a quien la madre de la reina ha llamado fripon y tunante, y Luis XVI de loco? ¿El mismo que en Viena ha sido encarcelado, por mandato imperial, como manifiesto estafador y que en la prisión de Saint-Lazare ha recibido, a su ingreso, el entonces usual tratamiento de azotes? Sí, precisamente el mismo. Tan pronto como se trata de su placer, María Antonieta tiene una memoria espantosamente corta, y Kaunitz, en Viena, no exagera nada cuando dice que sus locuras no hacen más que crecer y embellecerse. Pues no es sólo que este infatigable y, al mismo tiempo, genial aventurero haya escarnecido a la reina a irritado a la emperatriz, su madre, sino que, además, el nombre de este autor de comedias va unido a la más espantosa burla que jamás se haya hecho a la autoridad real.

La historia de la literatura, lo mismo que la Historia Universal, recuerdan todavía, al cabo de ciento cincuenta años, aquella lamentable derrota infligida a un rey por un poeta; sólo la propia esposa, pasados cuatro años, la ha olvidado ya por completo. En 1781, la censura, con prudente olfato, había adivinado que la nueva comedia de este poeta, Le Maríage de Figaro , olía peligrosamente a pólvora y que, inflamado en una velada el ardiente humor de un público dispuesto a armar escándalo, podía hacer saltar por los aires todo el antiguo régimen; “Las Bodas de Fígaro” tiene en su epicentro dos de los temas más populares de aquél maravilloso siglo XVIII, a saber: el sexo y las nuevas ideas. A diferencia de obras contemporáneas de los grandes ilustrados de la época, la de Beaumarchais tiene la virtud de que, a pesar de resultar menos profunda y revolucionaria, llega a todo el mundo, es fácil de comprender y se hace empleando recursos comunicativos muy populares en la época. 


"Beaumarchais había tenido mucho tiempo una reputación en ciertos círculos de parís –según Madame Campan- por su ingenio y su talento musical, y en los teatros de los dramas más o menos indiferente, cuando su “barbero de Sevilla” le valió una posición más alta entre los escritos dramáticos… después de varios años de prosperidad de la mente de los franceses se había vuelto más crítica en general y cuando Beaumarchais había terminado su monstruosa obra “mariage de fígaro”, fueron todas las personas ansiosas por la satisfacción de oírlo leer… estas lecturas de “fígaro” llego a ser tan numeroso que la gente escuchaba todos los días decir sobre el deseo de verlo realizado en el teatro… el barón de Breteuil y todos los hombres del circulo de madame de Polignac entraron en las listas como los mas cálidos protectores de la comedia”

Unánimemente, el Consejo de Ministros prohibió la representación. Pero Beaumarchais, incomparablemente ágil siempre y cuando se trata de su gloria o, más aún, de su dinero, encuentra cien caminos para conseguir que vuelva a tratarse de su obra una y otra vez; por último logra que le sea leída al propio rey, cuya decisión debe ser la última y definitiva.



“las solicitudes al rey llego a ser tan apremiantes que su majestad determino en juzgar por sí mismo de una obra que había atrapado de tal manera la atención del público, y le pregunto al señor Le Noir, teniente policía, por el manuscrito de “mariage de fígaro”. Una mañana recibí una nota de la reina ordenándome estar con ella a las tres, y no venir sin haber cenado, porque ella me necesitaba por mucho tiempo. Cuando llegue a sus aposentos me encontré a solas con el rey, una silla y una mesita estaban listas situados frente a ellos un enorme manuscrito en varios libros. El rey me dijo: “es la comedia de Beaumarchais, para que la lea para nosotros. Usted encontrara varios lugares problemáticos a causa de las borraduras y referencias. El rey después de escuchar algunas líneas de la lectura se levantó indignado y dijo: - eso es detestable, destruiría la bastilla antes de autorizar la actuación de esta obra, este autor se mofa de todas las cosas que hay que respetar en un estado-“.


Por muy torpe que sea este buen hombre con corona, no es lo bastante limitado para desconocer lo que hay de sedicioso en esta encantadora comedia. «Este autor se mofa de todas las cosas que hay que respetar en un Estado», gruñe con despecho. «Por tanto, ¿no será representada?», pregunta con desilusión la reina, para la cual un estreno interesante es más importante que el bien del Estado. «No, resueltamente no -responde Luis XVI-; puedes estar segura de ello.» Con esto parece quedar pronunciada la sentencia de la obra; el rey cristianísimo, el monarca absoluto de Francia desea no ver representada Las bodas de Fígaro en su teatro, no hay discusión posible sobre ello. El asunto está resuelto para el rey.

Pero en modo alguno lo está para Beaumarchais. Éste no piensa en arriar velas; conoce demasiado bien que la cabeza regia no tiene poder más que en las monedas y documentos oficiales, pero que, en realidad, sobre el rey reina la reina, y sobre la reina, los Polignac. Por tanto, ¡vayamos a esta suprema instancia! Beaumarchais lee diligentemente en todos los salones su obra -la cual, con la prohibición, se ha puesto de moda-, y con aquel misterioso impulso hacia la autodestrucción, que es tan característico de todas las sociedades degeneradas, la nobleza alaba, encantada, la comedia; en primer lugar, porque se ve escarnecida en ella, y en segundo, porque Luis XVI la ha encontrado inconveniente.

Pero aún no basta con esto; es preciso que el rey deje de tener oficialmente razón y la tenga Beaumarchais; la comedia tiene que ser representada en el propio teatro del rey, que la ha prohibido, y precisamente por la razón de haberla prohibido. Secretamente, y según todas las probabilidades con conocimiento de la reina, para la cual una sonrisa de su Polignac es más importante que toda la autoridad de su esposo, reciben orden los cómicos de estudiar sus papeles; ya están repartidas las localidades, ya se agolpan los carruajes delante de las puertas del teatro, cuando, en el último momento, medita el rey en su dignidad amenazada. Ha prohibido representar la obra; se trata ahora de su autoridad. Una hora antes del comienzo impide Luis XVI la representación mediante una lettre de cachet. Se apagan las luces; los carruajes tienen que regresar a casa. Esta prohibición fue considerada como un ataque a la opinión pública. La decepción producida el descontento de tal manera que a opresión y tiranía fueron palabras pronunciadas con más pasión. Beaumarchais con desagrado exclamo: “bueno, señores, no sufran porque no se juega aquí, pero les juro que se jugara, tal vez en el coro de la misma Notre Dame!”

El conde de Vaudreuil aliado con el duque de Fronsac convenció al conde de Artois para pedir el permiso del rey para poder representar esta obra en la casa de campo de Gennevilliers.

-desde mi escritura, mi querido La Ferté… recibí esta noche en parís la nota de la reina, donde me dijo que el rey dio su consentimiento para que el matrimonio de fígaro se jugara en Gennevilliers el 18 y lo hare- aunque según madame de Campan, la reina habría sido la primera en expresar el descontento contra todos los que participaron en esta aprobación, la carta del duque de Fronsac parece demostrar lo contrario, que para ser amable con el conde Artois, el señor Vaudreuil y madame de Polignac, la reina había ayudado a conseguir el permiso del rey. Luis XVI incapaz de decidir que se permitiera la realización de una obra de teatro que consideraba tan peligrosa e inmoral, trato de arrastrar el caso y aun resistir siete meses más.

“Espero, señor, usted me pueda encontrar responsable de obtener la aprobación para el mariage de fígaro se pueda jugar en Gennevilliers… el conde de Artois llego a cazar y madame de Polignac llego con su empresa para la cena. Vaudreuil me consulto para darles un espectáculo, porque hay una habitación muy bonita, y yo le dije que no había más encantador que el matrimonio de fígaro. El conde de Artois y toda su compañía fueron sorprendidos por el show, y su duda sería un gran paso para que sea jugado tal vez en Fontainebleau o Paris”. (El duque de Fronsac a Beaumarchais, 4 septiembre 1783).

Según Bachaumont (27 septiembre 1783): “las boda de fígaro se jugó ayer en la casa de campo del conde de Vaudreuil en Gennevilliers. La reina debía honrar el show con su presencia, pero no pudo estar presente debido a las molestias diplomáticas que se habían producido. El conde de Artois fue allí, la duquesa de Polignac se le permitió asistir a esta obra acompañado por un grupo. El espectáculo no comenzó hasta las nueve. Dicen que las bodas de fígaro fue un gran éxito”.

Pero la descarada camarilla de la reina se divierte ahora en demostrar que su poder, estando unida, es mayor que el de una cabeza coronada sin carácter. El conde de Artois y María Antonieta son enviados por delante para insistir cerca del rey; como siempre, el hombre sin voluntad se doblega tan pronto como su mujer exige algo de él. Tras la aprobación del rey, toda la nobleza estalló en aplausos en la sala con el famoso pasaje: “porque usted es un gran señor, usted piensa que es un genio!... nobleza, fortuna, rango, lugares, todo esto lo hace tan orgulloso! ¿Qué has hecho para tantas propiedades? Usted ha tomado la molestia de nacer y nada más…”

Para cubrir su derrota sólo pide algunas variaciones en los pasajes más provocativos, justamente aquellos que, en realidad, todo el mundo sabe de memoria desde hace mucho tiempo. La representación de Las bodas de Fígaro en el Théâtre Français es fijada para el 27 de abril de 1784; Beaumarchais ha triunfado sobre Luis XVI. El que el rey haya querido prohibir la representación y expresado su esperanza de que la obra tenga mal éxito convierte en sensacional la velada para los aristócratas. La aglomeración es tan grande que son rotas las puertas y destrozadas las barras de hierro de la entrada; con frenéticos aplausos recibe la vieja sociedad aquella obra que, moralmente, le da el golpe mortal, y estos aplausos son, sin que ella lo sospeche, los primeros movimientos públicos del levantamiento, los relámpagos de la Revolución. 


Una mínima idea de decoro, de tacto, de razón, tendría que haber ordenado a María Antonieta, dadas las circunstancias, que se mantuviera apartada de toda comedia de este señor Beaumarchais. Precisamente este señor Beaumarchais. que ha manchado descaradamente con su tinta el honor de la reina y que ha puesto en ridículo al rey delante de todo París, no debería poder alabarse de haber visto personificada una de sus figuras de teatro por la hija de María Teresa y esposa de Luis XVI, cuando ambos lo han hecho prender a él por bribón. Pero instancia suprema para aquella reina mundana: el señor de Beaumarchais, después de su victoria sobre el rey, es la gran moda de París, y la reina obedece a la moda. ¡Qué importan el honor y las conveniencias si se trata sólo de teatro! Y además, ¡qué delicioso papel el de aquella pícara muchacha! ¿Cómo dice el texto? «Imaginaos la más linda y deliciosa criatura: dulce, tierna, cortés, fresca y apetitosa; pie furtivo; talle esbelto, ágil; brazos regordetes, boca de rosa y ¡unas manos!, ¡unas mejillas!, ¡unos dientes!, ¡unos ojos!...» ¿Le es lícito realmente a ninguna otra -¿quién tiene manos tan blancas y brazos tan suaves?- representar este papel encantador sino a la reina de Francia y de Navarra? Por tanto, ¡fuera toda consideración y miramiento! Que venga el excelente Dazincourt de la comedia francesa para que enseñe a moverse de modo realmente gracioso a aquellos nobles aficionados y que le encarguen a Mademoiselle Bertin los más lindos vestidos. Hay que divertirse una vez más todo lo posible y no pensar eternamente en la animosidad de la corte, las malicias de los queridos parientes y las tontas contrariedades de la política. Todos los días está ahora ocupada María Antonieta con esta comedia, en su delicioso teatrillo blanco y dorado, sin sospechar que ya se está alzando el telón para representar otra comedia, en la cual está llamada a desempeñar el papel principal, sin saberlo ni quererlo.

domingo, 3 de agosto de 2014

Ahora bien, como augures y estafadores siempre se reconocen unos a otros a la primera ojeada, lo mismo ocurre, en este caso, con Cagliostro y madame De la Motte; por medio de aquel confidente de todos los secretos del cardenal averigua ella el más escondido de los deseos de Rohan, el de ser primer ministro de Francia, y también descubre el único obstáculo temido por el cardenal: la conocida mas para él inexplicable antipatía de la reina María Antonieta hacia su persona. Conocer la debilidad de un hombre, para una mujer astuta, es siempre lo mismo que tenerlo ya en sus manos; al vuelo, teje una red la bellaca para hacer bailar al oso episcopal hasta que sude oro.

domingo, 27 de julio de 2014

LA BAGATELLE: EL CAPRICHO DEL CONDE ARTOIS!


El conde Artois era el pariente favorito de María Antonieta. Ambos jóvenes ardientes tenían en común una pasión sin límites por las fiestas, los juegos y las risas. Un día, en agosto de 1777, entre una tarde en las carreras nocturnas en la ópera, la reina cuestiono a el futuro Carlos X de construir un palacio en solo cien días, menos de tres meses. La apuesta estaba lanzada. La cuestión es de cien mil francos! El conde Artois promete que el retorno de la corte en Fontainebleau, será capaz de darle en su nuevo palacio una lujosa fiesta en honor a su hermanastra hermosa y caprichosa.

En el borde del Bois de Boulogne, el príncipe de Chimay, tenía una zona muy bonita. El conde Artois se apresura a comprar y demoler el viejo castillo. Iniciado el 21 de septiembre de 1777 el proyecto se empleó durante 64 días. Unos 900 trabajadores fueron contratados para trabajar día y noche, hasta fue necesaria la orden de decomiso en los materiales que hacen faltan, todo para la inauguración proyectada para el 26 de noviembre de 1777.

“el hecho es que la mayoría de trabajadores son desconocidos –según informa el conde Mercy- los materiales que faltan, sobre todo de piedra, cal y yeso, y como no quería perder tiempo en busca de ellos, el conde Artois dio órdenes de que las patrullas del regimiento de guardias suizos rodearan las carreteras, para apoderarse de  todos los coches que contuvieran tales materiales antes mencionados. Se paga sobre el valor de estos materiales, pero a medida que estos productos ya estaban vendidos a particulares, se desprende de este método un tipo de violencia que conmociono a la opinión publica… es inconcebible que el rey tolere la ligereza del joven príncipe y, por desgracia, se añade el punto de protección ofrecida por la reina”

Pero a pesar del precio, el conde Artois fue capaz de afrontar el reto. Para esto hizo llamar a Francois-Joseph Bélanger, primer arquitecto del conde para dirigir la construcción.


El edificio, que tenía dos plantas y un ático, se abrió una puerta flanqueada por dos columnas de mármol fueron incorporados dos nichos y rematado en el entablamento una placa de mármol negro inscrito con letras en oro la frase que había elegido el conde Artois, “parva sed apta” (pequeño pero cómodo).

Los jardines laterales, se ordenó una fachada en torno a una rotonda coronada por una cúpula italiana. La planta baja contiene un salón que sirve como sala de billar, un comedor y una gran sala central flanqueada por dos tocadores. Todas las piezas decorativas hicieron pinturas, tallados en madera y adornos de estuco que contenían pergaminos y medallones, fue dedicado al amor y sus placeres. Diseños inspirados por el decorador Lhuillier Dugourc.

Para cada parte de la casa, el albañil Bocciardi había entregado chimeneas hechas en mármoles preciosos y adornados con friso de bronce dorado por el talento del escultor Gouthiére. La habitación principal en la planta baja, el gran salón circular abrió tres bahías de jardín semicircular y estaba decorada por una cúpula cuya estructura fue italiana se hayan genios alados, esfinges, rosetones y arabescos.


El ebanista Jacod George había entregado a la sala un conjunto de dieciséis sillas incluida la “silla de rey” de nogal tallada y dorada. A cada lado, dos tocadores, llenos de cómodos sofás, una bienvenida para una serie de pinturas que evocan los placeres rurales realizados por el pintor Hubert Robert y el otro, un conjunto que evoca los placeres del amor, que eran obra de Antoine Callet, retratista oficial de Luis XVI.

Una pieza central del príncipe, Roselie Duthé, en pocas palabras su amante, había prestado su cara a una de las dos esfinges de mármol que adornan el jardín delantero. Thomas Blaike fue el encargado de producir más de quince hectáreas al estilo anglo-chino.


En 1787 un juez de Nancy visita la zona:
“la Bagatelle del conde Artois, sus jardines estaban diseñados en inglés y contienen rocas, cuevas con agua que brota, bosques, praderas, desiertos, una montaña, un lago, un rio y una cascada, toda la naturaleza dolorosamente imitada… la sala principal es octagonal coronada por una cúpula, las decoraciones son en yeso, los diversos apartamentos son pequeños y amueblados de forma muy sencilla”.

Pero la parte más espectacular del pabellón era, sin duda, la cámara del conde Artois. Situado arriba, recuerda a las funciones del príncipe, coronel general del regimiento de los Grisones suizo y cuyas banderas enmarcaban grandes brazos que fue diseñado a la manera de una tienda militar.


Las paredes estaban cubiertas de seda azul pálido con rayas y el retenedor blanco en las esquinas por haces de lanzas tipo Giltwood con cascos y que terminan en un velo como techo de tela y la caída en guirnaldas alrededor de la habitación. Toda la decoración del sitio evoco las virtudes guerreras del príncipe: la chimenea estaba decorada con el tema “la ira de marte” y con el apoyo de dos culebrinas en mármol turquí azul con el monograma del príncipe mientras que el reloj era una alegoría de la guerra, apliques incluidos de trofeos, escudo y cascos en el estilo de Delafosse.

El costo total fue de dos millones de libras y el nuevo castillo fue apodado “la folie d’Artois”.

En 1777 fue lanzada una fiesta en honor de Luis XVI y la reina. La fiesta conto con un nuevo juego de mesa que ofrece un pequeño billar con bordes elevados y palillos de señal, el que los jugadores utilizan para disparar bolas de marfil hasta un campo de juego inclinado con pasadores fijos. El juego de mesa fue apodado “Bagatelle” por el conde, poco después se extendió por Francia, desarrollándose en diversas formas que finalmente culminaron en la moderna máquina de Pinball. El juego se extendió como la pólvora, logrando popularidad en las tabernas y los hogares de clase alta de Francia e Inglaterra. Las tropas francesas lo trajeron a la Guerra de Independencia de EE.UU, donde sus aliados yanquis también lo adoptaron como entretenimiento. En Italia, donde este Bagatelle primerizo aún goza de una especial popularidad, llegó con las guerras napoleónicas.


Aunque la apuesta fue ganada, su verdadera inauguración se llevó a cabo el 23 de mayo de 1778, debido a una perdida en la corte austriaca. Se dio la oportunidad para que el libretista Sedaine de la opera cómica presentara la obra de teatro "Rose at Colas", donde la reina jugo a la dama y el conde Artois la de un lacayo.

El jardín que conto con ruinas falsas, un obelisco, una pagoda china, chozas y cuevas de ermitaños primitivas se reducen oculto por un muro. En la atmósfera extravagante, Francois-Joseph Belanger tuvo un invento que hizo un efecto singular al socavar la pared en el exterior y la colocación de la gente con cuerdas para tirar de la pared hacia abajo en una palabra ... había un actor que hizo el papel de un mago que pidió a sus majestades como les gustaba los jardines, la hermosa vista que tenía hacia la llanura pero esa pared la obstruía, pero sus majestades solo solicitaron que dar la palabra que él con su varita encantada haría hacer ese muro desaparecer. La reina le dijo con una sonrisa - "en bien presente ver desparecer" - y en el presente se dio la señal y por encima de 200 metros opuestos, donde la compañía se situó cayo abajo,


Los poetas más famosos de la época que cantaban las bellezas de Bagatelle y la realización de un nuevo palacio y sus jardines entusiastas descripciones. Fue Voltaire y Delille. Este último, en su poema, exclamó:

"Y de los tipos para el príncipe solicitantes fieles,
Cuyo nombre es demasiado modos para indigno de ti,
Un lugar encantador le ofrece lo que le debo,
Un placer rico, suave jubilación ”.

Como el poeta Lemierre, una oda dirigida al conde de Artois, que terminó alabando Bagatelle por la siguiente canción:

“Apolo es una nueva gloria
Siendo él mismo un espectáculo en el disfraz de Artois.
"Todos los placeres que vienen a su palacio,
Y el jardín, su palmar inmortal,
Al jugar, nombrados: Bagatelle
Puede eclipsar el jardín de nuestros reyes".

“La sala está decorada –según Jean-Jacques Gautier-con cuatro bustos de mármol, profunda debajo de las escaleras se encuentra la estatua de una ninfa. En el comedor un cuenco, colocado en la parte inferior de un espejo que recibe dos chorros de agua lanzado por los delfines. El salón italiano, con unos arabescos tiene una hermosa cúpula y un reloj nuestras formas de línea del centro de un trofeo adorna la sala de billar. Una escalera hermosa, con escalones de caoba conduce a los apartamentos superiores, donde el baño estaba decorado con espejos y pinturas de Hubert Robert ... el dormitorio del conde concebido como un rico campo de tienda militar incluye una cama de lanzas de hierro y gruesos pliegues de techo retenidos por la ira de marte. Las jambas de la chimenea para establecer dos culebrinas grabados de cobre colocados en su cabeza, que lleva un friso entablamento de símbolos militares, tiene morillos en forma de abalas y bombas. Escudos en todas las partes, en las paredes cubiertas son colgados atributos de guerreros ”.

domingo, 19 de enero de 2014

MONTREUIL: UN REGALO PARA MADAME ELISABETH

Montreuil fue dado a madame Elisabeth en 1781 como un regalo de parte de Luis XVI y María Antonieta puesto que la vida en el palacio real ofrecía poca o ninguna privacidad, el rey y la reina decidieron dar a la princesa de diecisiete años un lugar para el retiro.

Según Imbert de Saint-Armand:

“En 1781, Luis XVI, que quería mucho a su Hermana, le hizo un regalo apropiado. En la avenida 41 de parís, en Versalles, hay una pequeña calle que corre de norte y sur, llamada Rue Du Bon Conseil. En el número 2 de esta calle esta la entrada a un edificio que se extiende a cierta distancia a lo largo de la avenida de parís. Esta casa fue construida alrededor de 1776, por la institutriz de los hijos del rey, la princesa de Guemenee. Se agrandan para formar unas 8 hectáreas. Las transformaciones, tanto de los huertos familiares se le ha confiado al arquitecto Louis Alexandre de La Brière Barn. Un hermoso jardín fue presentado allí, desde lo alto de una loma, ocho o diez metros de altura, que fue ascendido por una escalera de caracol oculto en la maleza, había una vista distante de parís. Este bonito lugar estaba situado en lo entonces era un barrio de Versalles y fue llamado Montreuil.

En 1781, el príncipe de Guemenee cayó en bancarrota, y la princesa, con el fin de satisfacer en lo posible, los acreedores de su marido, vendió sus diamantes, muebles y propiedades, incluyendo la casa y el parque de Montreuil. Elisabeth había caminado muchas veces allí, puesto que la princesa había sido su tutora, admiraba mucho la sombra y sus flores. A pesar de su amor a la soledad, ella era la única princesa de la familia real que no tenía una casa de campo.

Un día de 1781, María Antonieta y madame Elisabeth estaban conduciendo a lo largo de la avenida de parís. “si te gusta –dijo la reina a su joven hermana- haremos una parada en la casa de Montreuil, en la que te gustaba ir cuando eras una niña”, “yo estaría encantada –respondió madame Elisabeth- porque he pasado muchas horas felices allí”. La reina y la princesa salieron de su carroza, y justo cuando estaban cruzando el umbral, María Antonieta dijo: “hermana, usted ahora tiene su propia casa. Este va a ser su Trianon. El rey tiene el placer de ofrecer este regalo para ti, y me ha dado la alegría de informárselo a usted”.

El rey decidió que tomaría posesión de Montreuil para cuando quisiera dormir hasta que tuviera veinticinco años.

Pero cuando ella entro en la posesión de la herencia querida, paso solo las tardes y las noches en Versalles. A la mañana siguiente iría a isa en la capilla de palacio y luego conduciría con una de sus damas a Montreuil. Las horas de trabajo, el ejercicio de lectura, en soledad o en compañía, fueron cuidadosamente equipadas.

La primera cosa que madame Elisabeth hizo con su nueva propiedad fue dar a madame de Mackau una casa adyacente cerca de la finca. Ella pensó que la mejor forma de inaugurar su toma de posesión fue compartirlo con su instructora anterior. La baronesa de Mackau que no era rica, acepto con gratitud el don de la princesa y se estableció en Montreuil junto a su hija, madame de Bombelles, a quien madame Elisabeth trataba con una vieja amiga.

Madame Elisabeth hizo con su nueva propiedad fue dar a madame de Mackau una casa adyacente cerca de la finca. Ella pensó que la mejor forma de inaugurar su toma de posesión fue compartirlo con su instructora anterior. La baronesa de Mackau que no era rica, acepto con gratitud el don de la princesa y se estableció en Montreuil junto a su hija, madame de Bombelles, a quien madame Elisabeth trataba con una vieja amiga.

Al igual que Trianon, Montreuil tenía una gruta, una Orangerie y una lechería. Madame Elisabeth dono la leche para los niños pobres. Madame Elizabeth se situó en Montreuil una pequeña clínica en una habitación en la casa de los pobres de todo. Estos son tratados por el médico y botánico Louis Guillaume Le Monnier, que son las plantas raras que entran en el jardín del campo.

domingo, 25 de agosto de 2013

EL BELVEDERE DE MARIE ANTOINETTE EN TRIANON

El belvedere es una construcción de estilo neoclásico. Elaborado entre 1778 y 1781 por Richard Mique, una orden de María Antonieta para su jardín ingles en el petit trianon.


Los trabajos comenzaron en marzo de 1778. Este pequeño monumento, el diseño y las proporciones tienen mucho de elegancia, dio lugar a numerosas pruebas: fueron presentados cinco modelos. Su arquitectura exterior es octagonal, mientras que su interior es circular. Se levantó sobre una base de piedra, cuatro puertas y ventanas están abiertas en la alternancia de paredes octagonales. Los frontones triangulares que coronan las puertas y ventanas están decoradas con adornos tallados en las zonas rurales (la caza de patos, un haz de herramientas de jardinería y horticultura) y bajorrelieves que evocan las cuatro estaciones del año, una decoración escultórica de José Deschamps.

En el relieve se puede apreciar a Fauna coronada de rosas, Ceres coronado con espigas de trigo, Baco coronado con una enredadera y Saturno en el viejo sol en el infierno.

El friso está decorado con una guirnalda tallada hábilmente en la piedra. Cuatro escaleras dan acceso a la plataforma cuyas entradas fueron custodiadas por cuatro pares de esfinges. Estos se ejecutan en 1778 por José Deschamps en piedra conflans con cuatro  pies de largo cada uno. Estos “guardianes de la armonía” simbolizaban la temporada. Muy dañados después de la revolución, algunos incluso desaparecieron durante el siglo XIX, estas estatuas fueron restauradas, solo cuatro originales se mantienen en reserva.


En el interior el pabellón alberga una sala circular de lujo. Las paredes interiores fueron cubiertas con estuco por Louis Mansiaux. Para la decoración fueron presentados tres proyectos: el primero de monocromas tonalidades azules, carmesís con oro el segundo, el tercero multicolor. Ellos fueron colocados uno frente al otro, de modo que la reina pudiera juzgar. Ella decidió por el  segundo de Francois Sebastien Leriche.

Cada uno de los ocho pilares fueron pintados trofeos “ajustes con flores” suspendidos sobre tablas y alternando trípodes, instrumentos musicales, herramientas de jardinería, la pesca, linternas, tirso, jaulas abiertas, cestas y sombreros de paja; dagas cruzadas, corazones atravesados por flechas, palomas y coronas. Aquí cuelga un medallón de un grupo de niños en el fondo negro el águila de Austria despliega sus alas.

La cúpula está pintada por Jean-Jacques Le Jeune Lagrenée, un fondo fresco de cielo azul. El suelo es, a su vez, pavimentado con un mosaico de mármol turquí azul, verde, blanco y rojo veteado.


“En la colina, en medio de un arbusto de rosas, jazmín y el mirto se encuentra un mirador donde la reina abraza su campo. Este pabellón octagonal, con cuatro puertas y cuatro ventanas. Ocho cabezas de esfinges de las mujeres se agachan en los escalones. Dentro, se trata de un pavimento de mármol blanco en el que el color rosa y azul se cruzaba. Las paredes de estuco, e incluso en los paneles inferiores de las puertas, arabescos corren. Una rueda de cepillo, encantado, parece haber salpicado los caprichos de la luz en las paredes de porcelana. El pintor ha tomado el revestimiento, poemas del palacio, ánimo del sol y los animales poblados, flechas, guirnaldas de rosas blancas, ramos de flores y una lluvia de antorchas y trompetas; camafeos, cruzado de monos y ardillas rascándose sobre un jarrón de cristal. En el centro del pabellón, una mesa con el desayuno de la reina: el mirador es un comedor en la mañana”
-El cicerón de versalles (1800)


“Llegaron a un edificio octagonal blanco con una gran ventana en cada uno de sus lados, quedaba a la laguna y no está lejos de la gruta. En el centro de la mesa un servicio de té de plata, con placas de sevres escarlata y blanco de porcelana, tazas y platillos. Había crujientes baguettes, grosellas y mermeladas de albaricoque, frutas frescas, helados, chocolate y pasteles rellenos con crema de hojaldre, tartas de frambuesa, petes, embutidos y quesos. La mesa estaba decorada con lavanda, salvia y áster, esparcidos entre los platos. Las damas y los niños se sentaban en bancos, sillas y taburetes, bebiendo su té. Todo era tan inglés y la reina admiraba mucho estas costumbre”
 -Trianon (Maria Helena vidal,1997)