Las primeras semanas de agosto de 1785 encuentran a la reina
extraordinariamente ocupada, pero no porque la situación política se haya hecho
especialmente dificultosa y el levantamiento de los Países Bajos someta a la
más peligrosa prueba a la alianza franco-austríaca; como siempre, a María
Antonieta sigue pareciéndole más importante su teatro rococó en Trianón que la
dramática escena del mundo. Su desacostumbrada excitación procede
exclusivamente, esta vez, de una nueva primera representación. Están impacientes
ella y sus amigos por ejecutar en el teatro del palacio El barbero de Sevilla,
la comedia del señor de Beaumarchais. Y ¡qué selecto reparto viene a dignificar
los profanos papeles! El conde de Artois, en su propia altísima persona, debe
encamar a Fígaro; Vaudreuil, al conde, y la reina, a la alegre Rosina.
¿El señor de Beaumarchais? ¿No será acaso aquel mismo señor
Caron, bien conocido de la Policía, que hace diez años fingió descubrir y llegó
a presentarle a la amargada emperatriz María Teresa aquel infame folleto que
proclamaba altamente ante el mundo entero la impotencia de Luis XVI, el cual,
en realidad, había sido escrito por él mismo? ¿Aquel a quien la madre de la
reina ha llamado fripon y tunante, y Luis XVI de loco? ¿El mismo que en Viena
ha sido encarcelado, por mandato imperial, como manifiesto estafador y que en
la prisión de Saint-Lazare ha recibido, a su ingreso, el entonces usual
tratamiento de azotes? Sí, precisamente el mismo. Tan pronto como se trata de
su placer, María Antonieta tiene una memoria espantosamente corta, y Kaunitz,
en Viena, no exagera nada cuando dice que sus locuras no hacen más que crecer y
embellecerse. Pues no es sólo que este infatigable y, al mismo tiempo, genial
aventurero haya escarnecido a la reina a irritado a la emperatriz, su madre,
sino que, además, el nombre de este autor de comedias va unido a la más
espantosa burla que jamás se haya hecho a la autoridad real.
La historia de la literatura, lo mismo que la Historia
Universal, recuerdan todavía, al cabo de ciento cincuenta años, aquella
lamentable derrota infligida a un rey por un poeta; sólo la propia esposa,
pasados cuatro años, la ha olvidado ya por completo. En 1781, la censura, con
prudente olfato, había adivinado que la nueva comedia de este poeta, Le Maríage
de Figaro , olía peligrosamente a pólvora y que, inflamado en una velada el
ardiente humor de un público dispuesto a armar escándalo, podía hacer saltar
por los aires todo el antiguo régimen; “Las Bodas de Fígaro” tiene en su
epicentro dos de los temas más populares de aquél maravilloso siglo XVIII, a
saber: el sexo y las nuevas ideas. A diferencia de obras contemporáneas de los
grandes ilustrados de la época, la de Beaumarchais tiene la virtud de que, a
pesar de resultar menos profunda y revolucionaria, llega a todo el mundo, es
fácil de comprender y se hace empleando recursos comunicativos muy populares en
la época.
"Beaumarchais había tenido mucho tiempo una reputación en
ciertos círculos de parís –según Madame Campan- por su ingenio y su talento
musical, y en los teatros de los dramas más o menos indiferente, cuando su
“barbero de Sevilla” le valió una posición más alta entre los escritos
dramáticos… después de varios años de prosperidad de la mente de los franceses
se había vuelto más crítica en general y cuando Beaumarchais había terminado su
monstruosa obra “mariage de fígaro”, fueron todas las personas ansiosas por la
satisfacción de oírlo leer… estas lecturas de “fígaro” llego a ser tan numeroso
que la gente escuchaba todos los días decir sobre el deseo de verlo realizado
en el teatro… el barón de Breteuil y todos los hombres del circulo de madame de
Polignac entraron en las listas como los mas cálidos protectores de la comedia”
Unánimemente, el Consejo de Ministros prohibió la
representación. Pero Beaumarchais, incomparablemente ágil siempre y cuando se
trata de su gloria o, más aún, de su dinero, encuentra cien caminos para
conseguir que vuelva a tratarse de su obra una y otra vez; por último logra que
le sea leída al propio rey, cuya decisión debe ser la última y definitiva.
“las solicitudes al rey llego a ser tan apremiantes que su majestad determino en juzgar por sí mismo de una obra que había atrapado de tal manera la atención del público, y le pregunto al señor Le Noir, teniente policía, por el manuscrito de “mariage de fígaro”. Una mañana recibí una nota de la reina ordenándome estar con ella a las tres, y no venir sin haber cenado, porque ella me necesitaba por mucho tiempo. Cuando llegue a sus aposentos me encontré a solas con el rey, una silla y una mesita estaban listas situados frente a ellos un enorme manuscrito en varios libros. El rey me dijo: “es la comedia de Beaumarchais, para que la lea para nosotros. Usted encontrara varios lugares problemáticos a causa de las borraduras y referencias. El rey después de escuchar algunas líneas de la lectura se levantó indignado y dijo: - eso es detestable, destruiría la bastilla antes de autorizar la actuación de esta obra, este autor se mofa de todas las cosas que hay que respetar en un estado-“.
“las solicitudes al rey llego a ser tan apremiantes que su majestad determino en juzgar por sí mismo de una obra que había atrapado de tal manera la atención del público, y le pregunto al señor Le Noir, teniente policía, por el manuscrito de “mariage de fígaro”. Una mañana recibí una nota de la reina ordenándome estar con ella a las tres, y no venir sin haber cenado, porque ella me necesitaba por mucho tiempo. Cuando llegue a sus aposentos me encontré a solas con el rey, una silla y una mesita estaban listas situados frente a ellos un enorme manuscrito en varios libros. El rey me dijo: “es la comedia de Beaumarchais, para que la lea para nosotros. Usted encontrara varios lugares problemáticos a causa de las borraduras y referencias. El rey después de escuchar algunas líneas de la lectura se levantó indignado y dijo: - eso es detestable, destruiría la bastilla antes de autorizar la actuación de esta obra, este autor se mofa de todas las cosas que hay que respetar en un estado-“.
Por muy torpe que sea este buen hombre con corona, no es lo
bastante limitado para desconocer lo que hay de sedicioso en esta encantadora
comedia. «Este autor se mofa de todas las cosas que hay que respetar en un
Estado», gruñe con despecho. «Por tanto, ¿no será representada?», pregunta con
desilusión la reina, para la cual un estreno interesante es más importante que
el bien del Estado. «No, resueltamente no -responde Luis XVI-; puedes estar
segura de ello.» Con esto parece quedar pronunciada la sentencia de la obra; el
rey cristianísimo, el monarca absoluto de Francia desea no ver representada Las
bodas de Fígaro en su teatro, no hay discusión posible sobre ello. El asunto
está resuelto para el rey.
Pero en modo alguno lo está para Beaumarchais. Éste no piensa en arriar velas; conoce demasiado bien que la cabeza regia no tiene poder más que en las monedas y documentos oficiales, pero que, en realidad, sobre el rey reina la reina, y sobre la reina, los Polignac. Por tanto, ¡vayamos a esta suprema instancia! Beaumarchais lee diligentemente en todos los salones su obra -la cual, con la prohibición, se ha puesto de moda-, y con aquel misterioso impulso hacia la autodestrucción, que es tan característico de todas las sociedades degeneradas, la nobleza alaba, encantada, la comedia; en primer lugar, porque se ve escarnecida en ella, y en segundo, porque Luis XVI la ha encontrado inconveniente.
Pero aún no basta con esto; es preciso que el rey deje de tener oficialmente razón y la tenga Beaumarchais; la comedia tiene que ser representada en el propio teatro del rey, que la ha prohibido, y precisamente por la razón de haberla prohibido. Secretamente, y según todas las probabilidades con conocimiento de la reina, para la cual una sonrisa de su Polignac es más importante que toda la autoridad de su esposo, reciben orden los cómicos de estudiar sus papeles; ya están repartidas las localidades, ya se agolpan los carruajes delante de las puertas del teatro, cuando, en el último momento, medita el rey en su dignidad amenazada. Ha prohibido representar la obra; se trata ahora de su autoridad. Una hora antes del comienzo impide Luis XVI la representación mediante una lettre de cachet. Se apagan las luces; los carruajes tienen que regresar a casa. Esta prohibición fue considerada como un ataque a la opinión pública. La decepción producida el descontento de tal manera que a opresión y tiranía fueron palabras pronunciadas con más pasión. Beaumarchais con desagrado exclamo: “bueno, señores, no sufran porque no se juega aquí, pero les juro que se jugara, tal vez en el coro de la misma Notre Dame!”
Pero en modo alguno lo está para Beaumarchais. Éste no piensa en arriar velas; conoce demasiado bien que la cabeza regia no tiene poder más que en las monedas y documentos oficiales, pero que, en realidad, sobre el rey reina la reina, y sobre la reina, los Polignac. Por tanto, ¡vayamos a esta suprema instancia! Beaumarchais lee diligentemente en todos los salones su obra -la cual, con la prohibición, se ha puesto de moda-, y con aquel misterioso impulso hacia la autodestrucción, que es tan característico de todas las sociedades degeneradas, la nobleza alaba, encantada, la comedia; en primer lugar, porque se ve escarnecida en ella, y en segundo, porque Luis XVI la ha encontrado inconveniente.
Pero aún no basta con esto; es preciso que el rey deje de tener oficialmente razón y la tenga Beaumarchais; la comedia tiene que ser representada en el propio teatro del rey, que la ha prohibido, y precisamente por la razón de haberla prohibido. Secretamente, y según todas las probabilidades con conocimiento de la reina, para la cual una sonrisa de su Polignac es más importante que toda la autoridad de su esposo, reciben orden los cómicos de estudiar sus papeles; ya están repartidas las localidades, ya se agolpan los carruajes delante de las puertas del teatro, cuando, en el último momento, medita el rey en su dignidad amenazada. Ha prohibido representar la obra; se trata ahora de su autoridad. Una hora antes del comienzo impide Luis XVI la representación mediante una lettre de cachet. Se apagan las luces; los carruajes tienen que regresar a casa. Esta prohibición fue considerada como un ataque a la opinión pública. La decepción producida el descontento de tal manera que a opresión y tiranía fueron palabras pronunciadas con más pasión. Beaumarchais con desagrado exclamo: “bueno, señores, no sufran porque no se juega aquí, pero les juro que se jugara, tal vez en el coro de la misma Notre Dame!”
-desde mi escritura, mi querido La Ferté… recibí esta noche en parís la nota de la reina, donde me dijo que el rey dio su consentimiento para que el matrimonio de fígaro se jugara en Gennevilliers el 18 y lo hare- aunque según madame de Campan, la reina habría sido la primera en expresar el descontento contra todos los que participaron en esta aprobación, la carta del duque de Fronsac parece demostrar lo contrario, que para ser amable con el conde Artois, el señor Vaudreuil y madame de Polignac, la reina había ayudado a conseguir el permiso del rey. Luis XVI incapaz de decidir que se permitiera la realización de una obra de teatro que consideraba tan peligrosa e inmoral, trato de arrastrar el caso y aun resistir siete meses más.
“Espero, señor, usted me pueda encontrar responsable de obtener la aprobación para el mariage de fígaro se pueda jugar en Gennevilliers… el conde de Artois llego a cazar y madame de Polignac llego con su empresa para la cena. Vaudreuil me consulto para darles un espectáculo, porque hay una habitación muy bonita, y yo le dije que no había más encantador que el matrimonio de fígaro. El conde de Artois y toda su compañía fueron sorprendidos por el show, y su duda sería un gran paso para que sea jugado tal vez en Fontainebleau o Paris”. (El duque de Fronsac a Beaumarchais, 4 septiembre 1783).
Según Bachaumont (27 septiembre 1783): “las boda de fígaro se jugó ayer en la casa de campo del conde de Vaudreuil en Gennevilliers. La reina debía honrar el show con su presencia, pero no pudo estar presente debido a las molestias diplomáticas que se habían producido. El conde de Artois fue allí, la duquesa de Polignac se le permitió asistir a esta obra acompañado por un grupo. El espectáculo no comenzó hasta las nueve. Dicen que las bodas de fígaro fue un gran éxito”.
Pero la descarada camarilla de la reina se divierte ahora en
demostrar que su poder, estando unida, es mayor que el de una cabeza coronada
sin carácter. El conde de Artois y María Antonieta son enviados por delante
para insistir cerca del rey; como siempre, el hombre sin voluntad se doblega
tan pronto como su mujer exige algo de él. Tras la aprobación del rey, toda la
nobleza estalló en aplausos en la sala con el famoso pasaje: “porque usted es
un gran señor, usted piensa que es un genio!... nobleza, fortuna, rango,
lugares, todo esto lo hace tan orgulloso! ¿Qué has hecho para tantas
propiedades? Usted ha tomado la molestia de nacer y nada más…”
Para cubrir su derrota sólo pide algunas variaciones en los pasajes más provocativos, justamente aquellos que, en realidad, todo el mundo sabe de memoria desde hace mucho tiempo. La representación de Las bodas de Fígaro en el Théâtre Français es fijada para el 27 de abril de 1784; Beaumarchais ha triunfado sobre Luis XVI. El que el rey haya querido prohibir la representación y expresado su esperanza de que la obra tenga mal éxito convierte en sensacional la velada para los aristócratas. La aglomeración es tan grande que son rotas las puertas y destrozadas las barras de hierro de la entrada; con frenéticos aplausos recibe la vieja sociedad aquella obra que, moralmente, le da el golpe mortal, y estos aplausos son, sin que ella lo sospeche, los primeros movimientos públicos del levantamiento, los relámpagos de la Revolución.
Para cubrir su derrota sólo pide algunas variaciones en los pasajes más provocativos, justamente aquellos que, en realidad, todo el mundo sabe de memoria desde hace mucho tiempo. La representación de Las bodas de Fígaro en el Théâtre Français es fijada para el 27 de abril de 1784; Beaumarchais ha triunfado sobre Luis XVI. El que el rey haya querido prohibir la representación y expresado su esperanza de que la obra tenga mal éxito convierte en sensacional la velada para los aristócratas. La aglomeración es tan grande que son rotas las puertas y destrozadas las barras de hierro de la entrada; con frenéticos aplausos recibe la vieja sociedad aquella obra que, moralmente, le da el golpe mortal, y estos aplausos son, sin que ella lo sospeche, los primeros movimientos públicos del levantamiento, los relámpagos de la Revolución.
Una mínima idea de decoro, de tacto, de razón, tendría que
haber ordenado a María Antonieta, dadas las circunstancias, que se mantuviera
apartada de toda comedia de este señor Beaumarchais. Precisamente este señor
Beaumarchais. que ha manchado descaradamente con su tinta el honor de la reina
y que ha puesto en ridículo al rey delante de todo París, no debería poder
alabarse de haber visto personificada una de sus figuras de teatro por la hija
de María Teresa y esposa de Luis XVI, cuando ambos lo han hecho prender a él
por bribón. Pero instancia suprema para aquella reina mundana: el señor de
Beaumarchais, después de su victoria sobre el rey, es la gran moda de París, y
la reina obedece a la moda. ¡Qué importan el honor y las conveniencias si se
trata sólo de teatro! Y además, ¡qué delicioso papel el de aquella pícara
muchacha! ¿Cómo dice el texto? «Imaginaos la más linda y deliciosa criatura:
dulce, tierna, cortés, fresca y apetitosa; pie furtivo; talle esbelto, ágil;
brazos regordetes, boca de rosa y ¡unas manos!, ¡unas mejillas!, ¡unos
dientes!, ¡unos ojos!...» ¿Le es lícito realmente a ninguna otra -¿quién tiene
manos tan blancas y brazos tan suaves?- representar este papel encantador sino
a la reina de Francia y de Navarra? Por tanto, ¡fuera toda consideración y
miramiento! Que venga el excelente Dazincourt de la comedia francesa para que
enseñe a moverse de modo realmente gracioso a aquellos nobles aficionados y que
le encarguen a Mademoiselle Bertin los más lindos vestidos. Hay que divertirse
una vez más todo lo posible y no pensar eternamente en la animosidad de la
corte, las malicias de los queridos parientes y las tontas contrariedades de la
política. Todos los días está ahora ocupada María Antonieta con esta comedia,
en su delicioso teatrillo blanco y dorado, sin sospechar que ya se está alzando
el telón para representar otra comedia, en la cual está llamada a desempeñar el
papel principal, sin saberlo ni quererlo.
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