domingo, 12 de septiembre de 2021

DRAGA MASIN Y MARIE ANTOINETTE: REINAS, BRUJAS, REVOLUCIÓN Y MÁRTIRES

“La situación del país es cada vez más inquietante… de nada sirvieron los esfuerzos del monarca Alejandro por avivar la popularidad de su consorte. Los grupos hostiles a la pareja real abarcan casi toda la nobleza y la totalidad del ejército. La resiente constitución también causo descontento entre el gabinete, muchos de los ministros ofrecieron su renuncia. Se ha pedido la intervención de la reina madre en su exilio. Se compara la situación de serbia con la de la Francia del siglo XVIII, con Luis XVI, que como hombre débil se dejó someter a los caprichos de su mujer. La impopularida ha llegado a tal grado que se rumorea de una posible sublevación del ejército, se teme un complot para derrocar la dinastía, también se rumorea que algunos amigos íntimos del rey le propusieron la expulsión de la reina Draga y la reforma en el país. Por las calles se habla de una posible revolución…”


-UN ENCUENTRO TURBADOR

El casamiento del futuro monarca de serbia Alejandro, soltero, enfrento nuevamente a sus progenitores: su madre prefería una boda con una princesa rusa o Montenegrina; su padre, con alguna princesa alemana. La sucesión se había convertido para entonces en un problema gubernamental. Fue uno de esos acontecimientos que, cuando ocurren, no refleja en absoluto la trascendencia que llegara a tener.

En 1895 Alejandro llegó a Biarritz, siendo calurosamente acogido por su madre. Ella le hizo los honores de anfitriona a su único con franco deleite, ayudada, en la tarea, por el staff que la rodeaba en su grandiosa villa. Ente sus damas, había una mujer llamada Draga, que, en serbio, significa “la querida”. Draga había nacido con el apellido Lunjewitza, pero, desde hacía años, utilizaba el apellido de casada: Masin. Su marido, el ingeniero de minas Swetozar Masin, había muerto tiempo atrás después de darle bastante mala vida a su mujer, debido al parecer, a su notable grado de alcoholismo.

La reina Natalia había tomado a Draga a su servicio movida por la piedad. Se compadecía sinceramente de aquella muchacha de oscura belleza. Por otro lado, en esa etapa, Draga parecía la dama de compañía ejemplar: seria, eficiente, reservada y discreta. Probablemente el joven Alejandro se quedó prendado de Draga a simple vista. El amor entre ambos nació, según los cronistas, cuando Draga salvo al futuro rey de ahogarse.

La reina madre se tranquilizó: era natural, se dijo, que un muchacho en la plenitud de su juventud se quedase embelesado con una mujer mayor que él, de belleza enigmática y bastante sofisticada; pero en cuestión de semanas, el chico habría vuelto a su palacio y se olvidaría por completo dela viuda Masin. Una muchacha aristócrata y virginal hubiese supuesto un peligro, pero una plebeya con un pasado bastante cargado de episodios dudosos sin duda solo suponía un “capricho” pasajero.

El joven rey Alejandro de serbia. retrato de Heinrich Wassmuth 1894.
Hallándose en parís, Natalia se enteró que su marido, el rey Milán, aquel maduro licencioso mantenía una aventura con Draga. La reina furiosa por la “traición”, la expulso del palacio sin ningún miramiento. Ella la había acogido, le había otorgado su protección, le había dado una posición honorable.

Al enterarse de la noticias, Alejandro viajo a Belgrado a visitar a la exiliada. La señora Masin le hizo un relato de sus pesares, presentando el asunto como si Milán prácticamente la hubiese hecho suya en contra de su voluntad y como si Natalia la hubiese tratado con insoportable dureza. Draga se mudó al palacio antiguo, convirtiéndose en amante de Alejandro. La relación, aunque oficiosa, era conocida públicamente.

Mientras Milán se debatía entre las candidatas para esposa de su hijo: Sybille de Hesse Cassel o Alexandra Bathildis de Schaumburg Lippe. Por supuesto, eran protestantes, pero cualquiera podía convertirse a la ortodoxa para alcanzar la posición de reina de serbia. Para contener en cierto modo a Natalia, Milán añadió a la lista de potenciales candidatas, dos princesas que ya eran ortodoxa: Ksenija de Montenegro y María de Grecia. El debate en torno a la alianza que mejor les cuadraría se prolongó por espacio de meses.

-CRISIS POR EL MATRIMONIO DEL REY

1900 fue el año decisivo. Ese año Milán emprendió un viaje a Alemania para cerrar definitivamente la negociación que permitía anunciar, el matrimonio de Alejandro con Alexandra de Schaumburg Lippe. Con la tranquilidad que proporcionaba el que Milán en persona se encargase de ese asunto, el primer ministro serbio, Vladan Dordevic, marcho a parís para visitar en nombre de su país, la gran exposición universal. Tan pronto como eliminó a estos oponentes, pudo anunciar su compromiso con Draga Masin en paz.

Pero el 8 de julio de 1900 toda serbia se alarmo cuando Alejandro mando empapelar los muros de los principales edificios de Belgrado con enromes pasquines en los que anunciaba a sus súbditos su próximo matrimonio con Draga Lunjewitza. A fin de “venderle la idea” a sus súbditos, Alejandro declaraba que se casaba, firmemente convencido, con una hija de serbia, surgida del pueblo serbio. No dudaba que junto a Draga, conformaría una familia real modélica y ejemplar.

En resumen: Draga Lunjewitza, viuda de Masin, sería su reina. La gente se quedó entre perpleja e incrédula por el giro de los acontecimientos. La noticia traspaso fronteras rápidamente, alcanzando a los padres del novio y al primer ministro. Milán quedo en vergüenza ante la familia Schaumburg-Lippe, encontraba absolutamente infame la perspectiva de que Draga se convirtiera en reina de serbia. De inmediato hizo saber que renunciaba a todos sus cargos en serbia, el primer ministro Dordevic declaro, también que dejaba de presidir el gobierno, pues se consideraba gravemente insultado por los sucedido. Natalia se unió al coro de protestas: ella no tenía intención de vivir en Belgrado en cuanto “la serpiente” ocupase sus aposentos en el palacio real.

En serbia, el consejo de ministros en pleno, opuesto al casamiento, presento su dimisión al rey, no sin intentar infructuosamente enviar al exilio a Draga, el soberano acepto la renuncia de sus ministros. El patriarcal de Belgrado no estaba dispuesto a aceptar a una mujer diez años mayor que el rey, así como a una viuda, como nueva reina. A esto se opuso enérgicamente el ministro de policía que presento documentos sobre los supuestos amantes de Draga. Y la reina Natalia apareció de Rusia, hablando con dureza contra Draga, de que era una prostituta estéril.

El rey Alejandro I de Serbia en 1900
Sin gobierno por el rechazo de los posibles nuevos ministros a aceptar formar uno y con diversos rumores desfavorables a la futura reina, el anuncio de la inminente boda resulto muy impopular. Draga surgió en el imaginario como una mujer licenciosa, turbia, sombría, capaz de recurrir incluso a la brujería para someter al rey. A pesare de lograr finalmente formar un nuevo gabinete, la oposición al casamiento seguía siendo intensa, especialmente entre los militares –ningún general acepto convertirse en ministro de defensa del nuevo gobierno- y la alta sociedad rechazo la idea de convertir a Draga en reina de serbia.

Tras algunas dudas con altos oficiales, el rey Alejandro los reunió en la catedral el 10 de julio para rendir homenaje a las víctimas de la guerra por la liberación de serbia y les pronuncio un discurso: “soy el jefe de la casa de Obrenovic y soy el primero en tener el derecho y el deber de cuidar el destino y el futuro de la dinastía. Por tanto, la opinión de mi padre en la parte de mi matrimonio  es un asunto secundario y de poca importancia. Eso es lo principal que creo, no mi padre. Mi padre no respondió a mis deseos y yo, como comandante en jefe, lo destituí como comandante del ejercito activo”.

Por su obsesión por Draga, el rey Alejandro prácticamente se hecho de enemigos a sus dos padres que no aprobaban su matrimonio. En la foto: El rey Milán y la reina Natalia con el pequeño Alejandro.
Milán había considerado a Draga apetecible para unas noches de lujuria, pero, como no era nada tonto, sabía que su hijo, con su notable inmadurez, corría otros riesgos con la viuda Masin. Antes de marchar al exilio el ex rey Milán le escribió a su hijo una carta casi profética: “querido hijo, a pesar de mi gran deseo de acceder a tu petición, no puedo dar mi consentimiento al casamiento imposible por el que te has decidido. Deberías saber que, de consumare tu deseo, empujarías a serbia a la catástrofe. Nuestra dinastía ha sufrido muchos golpes y aun así ha sobrevivido. Pero este sería tan duro que nunca se recuperaría de él. Aun tienes tiempo de recapacitar. Si tu decisión es, como afirmas irrevocable, nada me queda ya por hacer sino rogar a Dios por nuestra patria. Seré el primero en dar la bienvenida al gobierno que te expulse del país después de esta locura tuya”.

Los amigos más íntimos del Rey, que tenían  libre acceso al Palacio, le imploró que desistiese de su fatal intención. El Rey se negó a recibir la mayoría de ellos. Aquellos a quienes recibió  les dijo que, si eran realmente sus amigos, debían ayudarlo a lograr el único deseo de su corazón,  casarse con la única mujer a quien él amaba con todo su corazón y alma, y ​​quien solo podía hacerlo feliz. No servía de nada hablar con él de las consecuencias, estaba listo para tomar todas las consecuencias; y su determinación de casarse con Draga era inalterable e inflexible.

El joven rey acudió al metropolitano de Belgrado a pedir una bendición porque se casaba con una autentica serbia, lo que el metropolitano negó. El rey amenazó con abdicar e ir con Draga a Biarritz y dejar el país sin el rey. Solo el oportuno apoyo del zar, que aprobó el compromiso, rebajo temporalmente la tensión del país, además actuaría como padrino de la boda.

-BODA REAL

El día de la boda, miles de ciudadanos aparecieron frente a la casa de Draga, llevando fotos de ella y animándola. La procesión se dirigió hacia la catedral, donde se realizaría la ceremonia nupcial. Desde la madrugada los sacerdotes sacaron iconos, candelabros y velas. El rey Alejandro apareció esa mañana en la boda con un uniforme militar, con charreteras y adornos, y Draga con un vestido de novia de encaje blanco con una tiara brillante en la cabeza.

Foto del día de la boda en Belgrado
La escolta honoraria estaba formada por oficiales del ejército serbio. Después de la boda, después de salir de la iglesia, la gente grito: “viva el rey! Viva el rey! Vivía la reina querida!”. La reina Natalia renunció públicamente a su hijo en una carta, lamentando haberlo dado a luz, el rey Milán llamo desde Viena y dijo que su pie ya no pisaría la vergonzosa serbia gobernada por su hijo y una mujer diez años mayor que él.

Tras la boda el rey puso en marcha una campaña contra sus adversarios y un intento de mejorar la imagen pública de la reina. Trato de crear un culto estatal hacia la reina, cuyo nombre se dio a regimientos, escuelas y pueblos. Sus hermanos se encontraban continuamente en la corte y participaron en los actos oficiales. Su cumpleaños su proclamo fiesta nacional.

Muchas personas juzgaron que gran parte de los errores del rey Alejandro se debían a la nefasta influencia de su esposa, que controlaba la actividad de su esposo. La reina interfería en las tareas de estados y favorecía a sus partidarios. A pesar de la censura y de la vigilancia policial contra las críticas a los soberanos, estas continuaron. Por orden de Alejandro las críticas públicas  a la familia real pasaron a considerarse delitos de  traición.

El rey trato que la reina fuese recibida en una corte extranjera, para aumentar su prestigio, en vano. Sus actividades para mejorar su imagen tuvieron un éxito moderado, pero el ejercito seguía siendo hostil a la soberana.

-EL ESCÁNDALO DEL FALSO EMBARAZO

Ha pasado menos de un mes desde la boda de la pareja real y el 25 de agosto de 1900. El re Alejandro anuncio que la reina Draga estaba en un estado bendecido y que serbia obtendría el sucesor Obrenovic. Como primera acción de esta buena noticia, el rey Alejandro indulto a todos los presos políticos, especialmente a los radicales y a los que se oponían a su matrimonio. El rey organizo un baile gratis donde se reunió 800 invitados. El zar Nicolás II, como señal de buenas noticias de serbia, compro y envió una cuna dorada para el futuro heredero de serbia.

Reina Draga en traje nacional
Con toda alegría por el embarazo de la reina, el rey recibió la noticia de que su padre había muerto en Viena. A la reina Draga le sorprendió el hecho de que quería ser enterrado fuera de serbias, porque estaba enojado con ella y con el rey. El rey Alejandro envió a sus comisionados al funeral y, en memoria de su padre, rezo por el alma de su padre en la catedral de Belgrado.

Sin embargo todos los sueños de un heredero fueron destrozados por los rumores difundidos por la reina Natalia sobre la infertilidad de Draga. Ante la duda el zar ruso envió una comisión de médicos a examinar a la soberana, lo cual resulto no estar embarazada, sino tener un tumor. Esta noticia conmociono a Alejandro quien le pidió al ayudante una pistola para matar a los ginecólogos, porque creía que habían interrumpido el embarazo.

Retrato del rey Alejandro
El falso embarazo de la reina Draga creo un gran problema para el rey Alejandro, además de un duro golpe al prestigio de la soberana. La primera reacción provino del zar ruso, que no quiso recibir al rey y  a la reina en la planeada visita de este último a Rusia. Alejandro culpo a los radicales por ello. A lo largo y ancho del país la reina fue insultada en panfletos y obras de teatro. El escándalo del falso embarazo trajo consigo la cuestión de sucesoria. Hubo rumores de que Alejandro nombraría heredero al trono a uno de sus cuñados, hermanos de la reina Draga, bien a Nicolás o bien a Nicodemo.

El rey Alejandro trató de reconciliar los partidos políticos al presentar una constitución liberal de su propia iniciativa en 1901, introduciendo por primera vez en la historia constitucional de Serbia el sistema de dos cámaras. Esto reconcilió a los partidos políticos, pero no reconcilió al ejército que, ya descontento con el matrimonio del rey, se volvió más aún ante los rumores de que uno de los dos hermanos impopulares de la reina Draga, iba a ser proclamado presunto heredero del trono. El rey tuvo que salir a desmentir los rumores, Las cítricas llovieron y Draga se ganó el apodo de la “reina negra”. El monarca, carente de la habilidad de su padre para gestionar la política interior, se enfrentaba a una crisis política creciente.

-CALLEJÓN SIN SALIDA

Sabiendo que no podía ganar nuevas elecciones, el rey diodos golpes de estado en una hora. Con el primer golpe, Alejandro abolió su constitución ocupada y disolvió al senado y la asamblea nacional. Luego, el rey nombro nuevos miembros al senado, el consejo de estado y tribunales. En el segundo golpe, el rey restauro la constitución que había abolido unas horas antes. A continuación, el gobierno llevo a cabo elecciones el 18 de mayo que gano el gobierno. Esta fue la victoria política final del rey Alejandro. Rusia, a pesar de tratarse de una potencia con un gobierno autocrático, criticó duramente la infracción de la Constitución serbia por el monarca. Este acto arbitrario aumento el descontento en el país.

Burla alemana de la dinastía real serbia: la reina Draga se presenta como una abuela frente al joven rey Alejandro
Hay ciertas acusaciones de que el rey, junto con el primer ministro se estaba preparando expulsar a la reina en ese momento. Con el pretexto de viajar al balneario de Francensband, para tratar los problemas por los que no podía quedar embarazada. Pero más adelante, se le impediría regresar a serbia, de la misma manera que Alejandro había expulsado a sus padres. La situación era de gran tensión y el aplastamiento de las protestas de marzo y los planes del monarca de purgar al ejército de elementos desafectos aceleraron el plan para eliminarlo.

En la noche del 28 de mayo se preparó una cena en la corte para miembros del gobierno y la familia de la reina. Después de la cena, los invitados fueron entretenidos por la orquesta de la guardia real. Esa noche se fijó como día de inicio de la acción. Porque en ese momento un grupo de conspiradores estaban en servicio en la corte. Los oficiales irrumpieron rápidamente en la habitación del rey y la reina, pero no había nadie en la cama.

Los oficiales registraron toda la habitación, abrieron  armarios y voltearon las cosas, pero no encontraron a la pareja real. Antes del acto de encontrar a los soberanos, los oficiales capturaron a los hermanos de la reina, donde fueron llevados al patio y ajusticiados. Comenzaron a circular rumores de que Alejandro y Draga habían escapado a través de los túneles secretos hacia la embajada rusa.

Mientras tanto, el rey Alejandro y la reina Draga  estaban escondidos en la pequeña alcoba, a la que se tenía acceso a través de una puerta secreta en el empapelado  de la pared  del dormitorio. La puerta de hierro encajaba tan de cerca en la pared que a plena luz del día difícilmente podría ser descubierto.  Escuchaban de cerca los disparos en el patio y en el palacio, Y a los gritos de los enfurecidos, de los  oficiales en busca de ellos, ¡sólo Dios lo sabe! Ciertamente deben haber sabido que era una muerte inminente y violenta que fue en busca de ellos. Deben haber escuchado las espantosas maldiciones, juramentos repugnantes, y las terribles amenazas, que esas bestias salvajes en forma humana habían estado pronunciando durante su búsqueda aparentemente inútil de casi dos horas. 

-ENCONTRAR A LA PAREJA REAL

Los conspiradores arrestaron al general Laza Petrovic, que como ayudante, conocía todas las habitaciones del tribunal. Petrovic negó conocer los pasillos y cámaras secretas, pero se le ordeno que mostrara en diez minutos donde se escondían los Obrenovic  con la amenaza de muerte.

Los agentes encontraron alrededor de las 3:50am a la pareja escondida en una habitación secreta en al cámara real. Después, a petición desesperada del rey, supuestamente confirmaron su juramento al rey, la puerta de la pared se abrió. El rey y la reina en pijama blanca aparecieron detrás de la puerta oculta, visiblemente asustados y abrazados el uno al otro.

El rey Alejandro dio un paso adelante frente a la reina, como para protegerla, miro directamente a los traidores y les dijo: “¿qué es lo que quieren? … ¿y qué hay de tu juramento de fidelidad a mí?”. Hubo un segundo o dos de silencio mortal, se miraron como hipnotizados. Luego el teniente Ristic apuntándole le dijo: “aquí esta nuestro juramento de fidelidad” y disparo contra el rey, que se hundió en los brazos de Draga.

La reina supuestamente trato de proteger a su esposo con su cuerpo. Durante ese tiempo, Petrovic (que se creía estaba desarmado) saco un revolver escondido en su bota, en un intento desesperado por defender a la pareja real, pero aunque, según algunas fuentes, incluso hirió a un oficial, después de solo unos pocos minutos antes de caer muerto.

En medio del alboroto, muchos oficiales de otras partes de la corte, al escuchar lo que estaba sucediendo, corrieron a la habitación y vaciaron sus revólveres y rifles, primero contra la reina y luego contra el rey. La pareja estaban sangrando y gimiendo en el suelo. Luego sacaron sus espadas y comenzaron a masacrar los cuerpos. La pobre reina Draga fue especialmente el objeto de su repugnante crueldad.


Algunos oficiales más jóvenes, tomaron el cuerpo ensangrentado y mutilado de la reina, con bromas groseras y gritos como si estuviesen locos, arrojaron el cuerpo desde la terraza al jardín. Otro grupo de oficiales los siguieron con el cuerpo de Alejandro, cubierto de terribles heridas, sin embargo, todavía gemía de agonía. Lo levantaron para traerlo por la  ventana pero los dedos del joven moribundo convulsivamente cogió el marco de la ventana y lo sujeto con fuerza. Uno de los oficiales tomo su espada y le corto los dedos.

El cuerpo de Alejandro fue arrojado en medio de los gritos salvajes de sus asesinos. Cayendo sobre el césped, desnudos, sangrando, yacían en el jardín a la vista de los soldados. Estos fueron apresados por una especie de frenético júbilo. Gritaron y gritaron a todo pulmón, bailando y corriendo por todas las habitaciones como locos, disparando sus revólveres a los cuadro de las paredes y muebles. Algunos de ellos rompieron con hacha el armazón de la cama de la pareja real y rompieron todas las cosas en la mesa de tocador de la reina; pidieron vino de las bodegas del rey, y los sirvientes temblorosos obedecieron sus órdenes.

El rey Alejandro recibió treinta balas y la reina Draga, dieciocho. Luego de varias horas los cuerpos fueron arrastrados a una habitación cercana en la planta baja, donde los prepararon para un funeral. Colocados en ataúdes de hojalata fueron transportados en el mayor secreto en carruajes al antiguo cementerio de Belgrado rodeados de soldados.

La noticia del golpe fue recibida con sentimientos encontrados. Muchos de los que culparon al rey por la situación en el país se sintieron complacidos, mientras que los que lo apoyaron se sintieron decepcionados. En reacción al asesinato, Rusia y Austria-Hungría expresaron la protesta más enérgica debido al "brutal asesinato". Gran Bretaña y los Países Bajos retiraron a sus embajadores de Serbia, congelaron las relaciones diplomáticas e impusieron sanciones a Serbia. Después del juicio de los asesinos que fueron en su mayoría castigados con la jubilación anticipada, con las bonificaciones correspondientes, mientras que algunos nunca fueron castigados Por su crimen. A pesar de las sanciones de 1904, los artículos personales del rey Alejandro y la reina Draga se subastaron en Londres, como el uniforme ceremonial del rey, los vestidos de novia y la tiara de la reina.

lunes, 30 de agosto de 2021

MARIE ANTOINETTE DURANTE LA INVASIÓN A LAS TULLERIAS (20 DE JUNIO 1792)

Luis XVI acababa de entrar en su dormitorio. La multitud, después de abandonar el salón de los espejos, se había marchado a través del dormitorio del estado y el gran gabinete. Al entrar el rey al apartamento, le sorprendió una escena inesperada. Detrás de la gran mesa vieron a la reina, madame Elisabeth, el delfín y madame Royal.

¿Cómo llego la reina? ¿Qué ha pasado? Cuando Luis XVI había salido de  su habitación para ir al vestíbulo de Diana y encontrarse con losa alborotadores, María Antonieta, como ya hemos dicho, hizo esfuerzos desesperados por seguirlo. Monsieur Aubier, colocándose ante la puerta de la cámara del rey, impidió que la reina saliera. En vano grito: “déjame pasar; mi lugar está al lado del rey, me uniré a él y pereceré con él si es necesario”. El señor Aubier, con devoción, la desobedeció.

Sin embargo, la reina, cuyo valor redoblo sus fuerzas, habría derribado a este fiel servidor si el señor Rougeville, no le hubiera ayudado a bloquear el paso. Suplicando a María Antonieta en nombre de su propia seguridad y la del rey, que no se exponga innecesariamente a los puñales, y ayudados por el ministro de asuntos exteriores, al condujeron casi a la fuerza a la cámara del delfín. Asistidos por varios granaderos de la guardia nacional indujeron luego a que entrara con sus hijos en el gran gabinete del rey, también llamado salón del consejo, porque los ministros estaban acostumbrados a reunirse allí.

Como la reina está más expuesta que el rey, los oficiales han llamado rápidamente a los soldados, han llevado a María Antonieta hasta un rincón, colocando delante de ella una gran mesa para que, por lo menos, esté al abrigo de brutalidades materiales; además, se alza delante de la mesa una triple fila de guardias nacionales. Los hombres y mujeres que han penetrado con salvaje ímpetu no pueden llegar hasta el cuerpo de María Antonieta, pero, sin embargo, se aproximan lo suficiente para contemplar provocativamente al monstruo austriaco, como a una curiosidad; lo bastante para que María Antonieta tenga que oír cada uno de sus ultrajes y amenazas.

Mientras tanto, los apartamentos de María Antonieta y su dormitorio en la planta baja fueron invadidos. Algunos guardias nacionales intentaron en vano defenderlos. Abrumados por los números, vieron la puerta del primer apartamento destrozada por hachas. Después vieron a los invasores entrar en el dormitorio de María Antonieta, arrancar la ropa de su cama y destrozarla, gritando mientras lo hacían: “¡tendremos a la mujer austriaca, viva o muerta!”.

La reina, sin embargo, permaneció en la sala del consejo, donde pudo escuchar el eco de los gritos resonando donde estaba Luis XVI. Más tarde a madame Elisabeth, quien, después de compartir heroicamente los peligros del rey, ahora había encontrado los medios para reunirse con ella. “los diputados que vinieron a nosotros –le escribió a madame Raigecourt el 3 de julio- habían venido de buena voluntad. Llego una autentica delegación y persuadió al rey de que volviera a sus propios aposentos. Cuando me dijeron esto y como no quería quedarme entre la multitud, me fui una hora antes que él y me reuní con la reina: puedes imaginar con que placer la abrace”.

La horda marchaba llevando sus bárbaras inscripciones como si fueran estandartes feroces. “uno de estos –dice madame Campan- representaba la horca de la que colgaba una muñeca fea; debajo estaba escrito: “¡María Antonieta al poste de la luz!”. Otro era un tablón al que se había fijado un corazón de buey, rodeado por las palabras: “corazón de Luis XVI”.

Algunos granaderos realistas pertenecientes al batallón llamado Filles-Saint-Thomas, estaban cerca de la mesa del consejo y protegían a la reina. Santerre, que con tales hechos sólo quiere humillar ampliamente a la reina a intimidarla, ordena a los granaderos que se aparten para que el pueblo cumpla su voluntad y pueda contemplar a su víctima, la vencida reina. María Antonieta estaba de pie y tomo la mano de su hija. El delfín se sentó en la mesa frente a ella. En el momento en que comenzó la marcha, una mujer arrojo un gorro rojo sobre esta mesa y grito que se lo pusiera en la cabeza de la reina. El señor Wittenghoff, con la mano temblorosa de indignación, tomo el gorro y, después de sostenerlo un momento sobre la cabeza de María Antonieta, lo volvió a colocar sobre la mesa.

Fría y orgullosa afronta las miradas más hostiles y los apóstrofes más descarados. Sólo cuando quieren obligarla a poner a su hijo el gorro rojo se vuelve hacia el oficial y le dice. «Es demasiado; va más allá de toda humana paciencia.» Pero se mantiene firme, sin revelar ni por un segundo miedo o incertidumbre. Entonces se levanta un grito: “¡la gorra roja para el príncipe real! ¡Cintas tricolores para el pequeño veto!”, alguien grito: “si amas la nación, pon el gorro rojo en la cabeza de tu hijo”. La reina hizo una señal afirmativa y el gorro revolucionario se colocó sobre la rubia cabeza del niño.

¡Que humillaciones fueron estas para la infeliz madre! ¡Que angustia por una reina tan altiva, tan magnánima! El grosero gorro rojo ha tocado la cabeza de la hija de Cesar y ahora mancha la frente de su hijo. ¡Con que amargura expía la desdichada soberana sus anteriores triunfos! ¿Dónde estaban las ovaciones y las apoteosis, los carruajes de oro y cristal, las solemnes entradas  al ciudad con su traje de gala, al son de campanas y trompetas? ¿Qué rastro queda de aquellos días brillantes cuando, mas diosa que mujer, reina de Francia y navarra apareció entre una nube de incienso, en medio de flores y luz? Esta buena y hermosa soberana, cuya más mínima sonrisa, o  mirada, había sido considerada como una preciosa recompensa, un favor supremo por parte de los nobles señores y damas que se inclinaban respetuosamente ante ella, ¡mira como la tratan ahora! ¡Considere los disfraces y el lenguaje de sus nuevos cortesanos! Y sin embargo, María Antonieta sigue siendo majestuosa.

Incluso en esta horrible escena en presencia de estas mujeres borrachas y harapientos suburbios, no pierde ese don de agradar que es su dote especial. A la distancia la maldicen; pero cuando se acercan son subyugados por su hechizo. Sus enemigos más feroces son tocados en su propio pesar. Una joven acababa de llamarla “Autrichienne”. “me llamas mujer austriaca –respondió ella- pero soy la esposa del rey de Francia, soy la madre del delfín, soy francesa por mis sentimientos de esposa y madre. Nunca más volveré a ver la tierra donde nací. No puedo ser feliz o infeliz en ningún otro lugar que no sea Francia. Era feliz cuando me amabas”. Confundida por este gentil reproche, la joven se suavizo. “perdóname –dijo- fue porque no te conocía, ahora veo muy bien que no eres malvada”.

Incluso el propio Santerre sintió la influencia de María Antonieta. “señora –le dijo- la gente no le desea ningún daño, usted no tiene nada que temer, y lo voy a demostrar sirviéndole de escudo”. Fue él quien se compadeció del delfín, a quien el calor sofocaba y dijo: “quítenle la gorra roja al niño, tiene demasiado calor”.

Por fin la multitud se ha ido, el pasillo este vacío. Son la ocho en punto. La reina y sus hijos entran en la cámara del rey. Luis XVI, los encuentra una vez más después de tantos peligros y emociones, los cubre de besos. En medio de esta patética escena llegan algunos diputados. María Antonieta les muestra las huellas de la violencia que la gente ha dejado tras de sí. Cerraduras rotas, bisagras arrancadas, revestimientos rotos, muebles destrozados. Habla de los peligros que han amenazado al rey y de los insultos que se le ofrecen.

Un diputado abordo a María Antonieta y le dijo en un tono familiar: “tenía mucho miedo, señora, debe admitirlo”. “no señor –respondió ella- no tuve miedo, sufrí mucho al separarme del rey en un momento en que su vida corría peligro. Al menos, tuve consuelo de estar con mis hijos y desempeñando uno de mis deberes”. El diputado prosiguió “sin pretender disculparlo todo, este de acuerdo, señora, que el pueblo se mostró muy bondadoso”. “el rey y yo, Monsieur, estamos convencidos de la bondad natural del pueblo; solo cuando son engañados son malvados”.


Otros diputados rodean al delfín. Lo interrogan sobre diferentes temas, especialmente sobre la geografía de Francia y su nueva división territorial en departamentos y distritos, y están encantados por la exactitud de sus respuestas. Un oficial de la guardia nacional entro en la cámara del rey. Este oficial había mostrado el mayor celo en proteger a su soberano y había tenido el honor de ser herido a su lado. Está felicitado; el delfín lo percibe: “¿Cómo se llama ese guardia que defendió a mi padre con tanta valentía?”. No se respondió el señor Hue pero se sentiría halagado si le preguntas. El príncipe corre a plantear su pregunta la oficial, pero este último, en términos respetuosos, se niega a contestar. Entonces Monsieur Hue insiste: “le ruego –grita- díganos su nombre”. “debería ocultar mi nombre –respondió el oficial- por desgracias para mí, es el mismo que el de un hombre execrable”. El fiel realista llevaba el mismo nombre que el hombre que había provocado el arresto de la familia real en Varennes el año anterior. Se llamaba Drouot.

domingo, 15 de agosto de 2021

EL EXILIO DE LAS TIAS DE LUIS XVI (FEBRERO 1791)

Se había abierto una grieta en las filas de adeptos al rey. Los seguidores más ardientes de la monarquía ya no estaban a mano para defenderla. A través de una noción equivocada del honor, los realistas pensaban en abandonar a su soberano, los militares en abandonar el campo de batalla. Las damas de la corte despreciadas, los jóvenes que no querían emigrar. La nobleza partió como para una cita de patriotismo. Los que se quedaron en Francia apenas se atrevieron a mostrarse.

Grandes damas y señores emigraron, símbolo de cobardía, gente por vanidad, o presunción, o porque era la moda. Se dijo que los hermanos del rey sabían más que nadie la situación, y que, si lo hubieran considerado correcto, se trasladarían a tierras extranjeras, allí estaba la nobleza fiel. Sería necesario para aplastar a la impertinente revolución, era mostrar el escudo. “durara unas dos semanas”, dijeron los primeros fugitivos.

Luis XVI, siempre débil y fluctuante, no tenía el valor de aprobar ni de negar la emigración. Oficialmente, la condeno, pero en el fondo esperaba que le fuera útil. No tenía en ella simplemente parientes, amigos y sirvientes, también agentes y aliados. A veces vio un peligro en ello, y de nuevo una última posibilidad de seguridad. En un momento crítico la emigración, en otro le hubiera gustado estar en ellos. El soberano, tal vez, los trato como conspiradores, pero el hombre, el marido y el padre se dijo a si mismo que estos conspiradores bien podrían convertirse en los salvadores de su esposa e hijos.

Grabado que muestra a la familia real presa en las Tullerias
Sin saber claramente lo que deseaba, el desafortunado monarca fue dibujado en diferentes direcciones, desempeñando un doble papel y encarnarse en él. Dos reyes, ¡el rey del tricolor y el rey de la bandera blanca! Eso fue lo que causo las leves sospechas que inquietaban a la multitud y les hizo lanzar miradas ansiosas a través de la frontera. Tenían el presentimiento de que Luis XVI huiría de parís, y la misma gente que hizo a la familia real tan infeliz no pudo acostumbrarse a la idea de verlos irse lejos.

Esto explica la emoción extrema que se siente cuando las tías del rey dejaron Belleuve para irse a roma. A nadie le importaba mucho estas princesas; ellas vivieron en una especie de retiro y no participaron en política. Pero se temía que su partida pudiera resultar la señal para la del rey y la reina. La resolución adoptada por las damas resulto en recordar la atención pública a la emigración y los posibles peligros para la revolución.

Madame Victoria retratada por Adélaïde Labille-Guiard (1787)
Mesdames Adelaida y Victoria, hijas de Luis XV y tías de Luis XVI, habían intentado hacer de ella mismas olvidadas desde el comienzo de la revolución. Vivían jubiladas en su castillo de Bellevue, ocupándose únicamente en obras de caridad, pero lamentando el antiguo régimen, compartieron todas las ideas de los emigrantes. Como su padre, ellas tenían horror a las opiniones novedosas, y en religión como en política, estaban profundamente dedicadas a principios retrógrados. Cuando la revolución creció, les resulto insoportable permanecer en Francia. Tenían una sola idea: abandonar un país contaminado por el desorden e irse a roma a arrodillarse en la basílica de San Pedro, meditar y rezar.

“Usted está completamente seguro, mi querido sobrino -Madame Adélaida escribió al rey el 3 de febrero- que es con el mayor pesar que nos alejamos de usted y que hemos tomado nuestra resolución. Necesitábamos razones tan fuertes como las que ya te he dicho, las de mi religión, para tomar una posición tan cruel con mi corazón. Habría cedido a todos los demás y mi ternura por ti habría prevalecido todavía, como lo he probado en varias ocasiones; pero en esta ocasión debemos sacrificarla a nuestra religión, y ese es seguramente el sacrificio más grande que puedo hacerle"

Luis XVI no creyó correcto oponerse al deseo de las tías. Sus pasaportes fueron firmados, y el cardenal de Bernis, embajador de Francia en roma, fue notificado de su pronta llegada. Estaban a punto de comenzar, cuando, el 3 de febrero de 1791, una nota anónima informando de su “fuga” fue enviada al club de los jacobinos, alarmados, el furor contra la corte, la rabia patriota, fue el resultado inmediato. Una diputación del organismo municipal acudió a las Tullerias para presentar la denuncia al soberano. “mis tías tienen el derecho para ir donde quieran” –dijo Luis XVI a la delegación.

Los alborotadores del Palais Royal, que se reunieron en el jardín todas las noches, decidieron ir a Bellevue y evitar la salida de las princesas. A las nueve y media se hizo decir al caballero de Narbonne que estuviera pronto, y que Mesdames lo estarían dentro de media hora; pero por más que le buscaron no pudieron encontrarle. Esto era tanto más grave en cuanto probablemente aquellas habían sido vendidas; además un correo, llegado a toda prisa de Paris, anunciaba que una cuadrilla de hombres y mujeres habían salido de allí dirigiéndose a Bellevue con intención de oponerse con la fuerza, si era preciso, a la marcha de las tías del rey.

Grande fue la inquietud de las pobres señoras: despacharon una intimidad de correos a Meudon, encargándoles que, si no encontraban al señor de Narbonne, trajesen al menos los carruajes; pero sin duda aquel, para mejor favorecer la fuga, había tomado sus precauciones y prohibido que aquellos se moviesen sin orden suya especial.

Entre tanto pasaba el tiempo; Madame Adelaida envió a una de sus damas a la azotea del castillo, desde la cual se descubría todo el camino de Paris, y al cabo de un instante bajó llena de miedo, diciendo que había oído un gran ruido y visto muchas luces a cosa de y una legua de distancia. No quedaba ya duda de que la noticia era cierta.

Grabado que muestra de Bellevue, residencia de las tías del rey
Mesdames no sabían que resolver, pues en aquella pequeña corte de solteronas no había fuerza de voluntad; todas temblaban, iban de aquí por allí, y nada adelantaban.

De repente se oye el galope de un caballo; corren a la gradería exterior, a cuyo pie cae ensangrentado; el jinete se desembaraza de los estribos, se acerca, y reconocen en él al señor de Virieu, diputado de la nobleza del Delfinado, el mismo que el día que se celebró la fiesta de la Federación sorprendió en la pupila de la reina aquella luz extraña, que le hizo conocer en parte su alma profunda.

Virieu tuvo conocimiento del peligro que corrían las tías del rey, y partió con la rapidez del rayo. En Point-du-Jour encontró la cuadrilla, que sospechando donde iba, quiso detenerle; pero él espoleó el caballo, el cual a pesar de que un hombre le hundió en el pecho su sable hasta la empuñadura a fin de detenerle, continuó su carrera hasta llegar al primer escalón de la gradería, donde cayó, como si hubiese conocido que no necesitaba ir más lejos.

Apenas podían creer aun lo que contaba de Virieu, cuando de las ventanas se vio el resplandor de las primeras antorchas; toda la cuadrilla apareció de un modo fantástico en medio de la noche, extendiéndose por la cuesta de Bellevue con sus gritos y sus cantos, quizás más horribles que aquellos; no quedaba tiempo que perder, y era preciso huir, llegar a pie a Meudon, e ir a buscar los carruajes, ya que estos no llegaban.

¡Terrible momento debió ser para aquellas pobres mujeres que pasaron los umbrales de su hermoso palacio, en medio de una fría y lluviosa noche de febrero, para dar el primer paso en el camino del destierro! Pero no había que titubear, pues la vanguardia de los arrabales llamaba a la verja de Sevres. Mientras el conserje parlamentaba tratando de ganar tiempo, Mesdames huían atravesando a pie el parque, y llegando a la verja de Meudon. Por una extraña fatalidad esta estaba cerrada, el conserje ausente y extraviadas las llaves, por cuyo motivo las tías del rey se creyeron perdidas; sin embargo uno de los que las acompañaban indicó la idea de hacer llamar al cerrajero del palacio; fueron en su busca, y habiéndole encontrado por fortuna, se presentó con las herramientas, у abrió la verja. A la mitad del camino de Meudon encontraron los coches que iban a buscarlas, subieron a ellos y echaron a andar.

Las princesas habían querido llevarse consigo a Madame Elizabeth, pero esta se negó constantemente a abandonar al rey. Su recompensa fue convertirla, de santa que era, en mártir.

Madame Adelaida ,otra de las Mesdames Tías de Luis XVI ,por  Madame Vigge LeBrun
El lenguaje de las revistas revolucionarias era una mezcla de ira y desdén. La Chronique de parís público varios artículos sarcásticos:

-“dos princesas, sedentarias por condición, edad y gusto, de repente son poseídas por la manía de viajar y recorrer el mundo. Eso es singular, pero posible. Van, dice la gente, a besar la zapatilla del papa. Eso es gracioso, pero edificante”.

-“las damas y especialmente Madame Adelaida, quiere ejercer los derechos del hombre. Eso es natural”.

-“los viajeros de la feria son seguidos por un tren de ochenta personas. Eso está bien. Pero se llevan doce millones de libras”.

Algunas utilizaban un lenguaje aún más crónico y de grueso calibre: “las damas van a Italia para probar el poder de sus lágrimas y sus encantos sobre los príncipes de ese país. El soberano de Malta ha hecho que Madame Adelaida sea informada de que él le dará su corazón y su mano tan pronto como abandone Francia. Nuestro santo padre se compromete a casarse con Victoria y le promete su ejército de trescientos hombres para llevar a cabo una contrarrevolución”.

Amenazas o burlas, tanto fue lo que se habló, que el rey no pudo dispensarse de prevenir a la Asamblea, y en su consecuencia le dirigió la siguiente carta: “se ha sabido de que la Asamblea nacional ha encargado a la comisión de Constitución el examen de una cuestión que se ha promovido con motivo de un viaje proyectado por mis tías, creo conveniente informar a la Asamblea que esta mañana he sabido que habían marchado ayer a las diez de la noche; como estoy persuadido de que no podía privárseles de la libertad, y que cada cual es dueño de ir donde bien le parezca, he creído que no debía ni podía poner obstáculo alguno a su partida, aun cuando veo con disgusto que se hayan separado de mí”.

Conocida era ya de antemano la noticia, pero esta carta la hizo oficial. Al instante se promovió una gran discusión en la Asamblea, y todavía se hallaban en lo más acalorado de ella, a pesar de haber ha transcurrido veinte y cuatro horas, cuando se recibió del Ayuntamiento de Moret la siguiente sumaria:

El 20 de febrero de 1791 se presentaron en Moret unos coches con gran tren y escolta, y los concejales, que habían oído hablar del viaje de Mesdames y de las inquietudes que había hecho nacer en Paris, los detuvieron, y no quisieron dejarlos pasar hasta tanto que las princesas hubiesen exhibido sus pasaportes. Presentaron dos; uno para ir a Roma, firmado por el rey y refrendado por Montmorin; y otro que no era precisamente un pasaporte, sino una declaración del Ayuntamiento de Paris que reconocía no tener derecho para oponerse a que los ciudadanos se paseen por los puntos del reino que más sean de su agrado.

El viaje de las damas fue doloroso. Los concejales de Moret, en vista de aquellos dos pasaportes, en los cuales creyeron notar algunas contradicciones, opinaron que antes de tomar ninguna determinación debían consultar a la Asamblea nacional y esperar su contestación; pero mientras resolvían lo que convenia hacer, los cazadores del regimiento de Lorena se presentaron con las armas en la mano, y haciendo uso de la violencia, les obligaron a abrir las puertas a las princesas. la gente empezó a gritarles: “quemad a las brujas” fue debido a la protección de algunos caballeros que pudieron continuar su ruta. El 21 de febrero en el momento de entrar a Arnay-Le-Duc, fueron hechas prisioneras por el municipio del pueblo, que decidió mantenerlas hasta que la asamblea nacional decidiera sí podrían o no continuar su viaje. La pregunta fue llevada a parís mientras las dos princesas estaban confinadas en una miserable habitación de una taberna.

La lectura de este informe causó una verdadera explosión contra el señor de Montmorin, ministro de negocios extranjeros, cuya adhesión al rey era conocida. Rewbell fue el que le atacó, manifestando la sorpresa que le causaba el que el ministro de negocios extranjeros se hubiese atrevido a refrendar un pasaporte, cuando sabía muy bien que con motivo de los rumores que corrían acerca de la próxima partida de las tías del rey, se había reclamado un nuevo decreto, cuyo proyecto se ocupaba en redactar la comisión de Constitución.

Sea desprecio, sea prudencia, el señor de Montmorin creyó que le bastaba justificarse con una carta que dirigió al presidente de la Asamblea, y que decía así:

“Señor presidente, Acabo de saber que, con motivo de la lectura de la sumaria remitida por el Ayuntamiento de Moret, algunos individuos de la Asamblea se han mostrado sorprendidos de que yo hubiese refrendado el pasaporte expedido por el rey a sus tías. Si este hecho necesita explicación, ruego a la Asamblea considere que es conocida la opinión del rey y de sus ministros acerca de este punto. Ese pasaporte sería un permiso para salir del reino, en el caso de que alguna ley hubiese prohibido atravesar las fronteras; pero mientras semejante ley no exista, un pasaporte no podrá ser mirado sino como una certificación de las cualidades de la persona que lo lleva, Bajo este concepto era imposible negar uno a Mesdames; era preciso oponerse a su viaje, o prevenir sus obstáculos, entre los cuales era imposible dejar de contar su detención por algún Ayuntamiento que no las conociese”

La asamblea nacional discutió el asunto mientras el señor Narbonne, su caballero de honor, suplico la causa de las damas muy hábilmente. “el bienestar de la gente –dijo Mirabeau- no puede depender del viaje que emprendan las damas a roma”. El debate fue terminado por el conde de Menou, quien exclamó: “Europa sin duda se asombrara mucho cuando se entere que la asamblea nacional de Francia paso cuatro horas enteras para deliberar sobre la salida de dos damas que prefieren escuchar misa en roma que en parís”.

De conformidad con el consejo de Mirabeau, la asamblea nacional declaro que las damas estaban en libertad de salir. En Arnay-Le-Duc hubo un motín. El populacho no estaba dispuesto a aceptar la decisión. Las princesas fueron detenidas por dos días más, y solo se les permitió continuar su viaje el 3 de marzo, después de once días de estar retenidas.

Presentación del libro de Claude Guyot titulado “ « L’Arrestation des Tantes du Roi à Arnay-le-Duc » (1925)
Cuando cruzaron el puente de Beau-Voisin fueron abucheadas desde las costas francesas, mientras salvas de artillería les daba la bienvenida a tierra extranjera.  No podían creer que estaban a salvo llegado a Chambray, donde los oficiales del rey de Cerdeña las saludo en nombre de su amo y las instalo en el palacio.

En parís, la emoción había sido muy grande. En la misma noche en que la asamblea se pronunció a favor de las damas, una multitud de alborotadores, mujeres y emisarios Jacobinos, invadieron los jardines de las Tullerias, exigiendo, con gritos furiosos, que el rey ordenara el regreso de las damas. La guardia nacional se levantó, las puertas del castillo estaban cerradas. El populacho ordeno a sus soldados deponer sus bayonetas, se apuntaron seis cañones contra la multitud. “siempre e querido mostrar dulzura –dijo Luis XVI- pero uno no sabe cómo combinarlo y enseñar a la gente que no están hechos para dictar la ley, son para obedecerla”.

En su diario, Marat, con la mente aún azotada por los más oscuros presentimientos, dirige una advertencia al pueblo, presentando la huida de las Damas como preludio de la del Rey: “Desde hace dieciocho meses no he dejado de gritarte que la libertad sólo se gana con las armas en la mano, y que es imposible, por la forma en que te conduces, que escapes a la guerra civil. Sordo a mi voz, te dormiste en los brazos de tus enemigos; y ahora que están dispuestos a degollaros, os alarmáis de los peligros que os amenazan, y no hacéis nada por evitarlos. Dejaste escapar a las tías del rey, quizás al delfín con ellas; el hermano del monarca se dispone a huir, a su vez, ¿y lo dejarás escapar denuevo? Él y su esposa finalmente escaparán... ¡Ah! Me estremezco al pensar en las desgracias que os esperan: apenas el monarca esté en la frontera, las cortes enemigas avanzarán hacia nuestros hogares para hacer correr la sangre, si no os hubieran degollado ya los bandoleros que el general mantiene entre vuestros muros. Nada se salvará, hombres, mujeres, niños, vuestros propios agentes serán los primeros en ser sacrificados. Entonces, entonces, recordaréis el saludable consejo del Amigo del Pueblo, y os arrancaréis los cabellos por no haberlo seguido" 

Una caricatura de Luis XVI y su hijo el Delfín Luis Carlos. 1791.
Madame de Tourzel relata así su propia historia: “Para aprovechar esta oportunidad de salvar al pueblo, se difundió el rumor de que el Delfín de Francia había sido sacado en secreto. Bajo este pretexto, el populacho se reunió el 24 de febrero en la terraza de las Tullerías y en el Carrusel, queriendo entrar por la fuerza en el castillo para ver a  el Delfín y pedir al rey la destitución de las señoras. Inmediatamente se cerraron las puertas y la Guardia Nacional declaró que ya no permitiría forzar el castillo y que sabría defenderlo de cualquier fuga"

Como en otras circunstancias, el alcalde Bailly llega al lugar y media lo mejor que puede entre la "buena gente", como llama a los manifestantes, y La Fayette, comandante de la Guardia Nacional, se mostró menos hablador y más eficiente: hizo “limpiar” el Carrusel y sus alrededores por sus tropas. La paz había vuelto a las diez de la noche.

domingo, 25 de julio de 2021

EL REY LOUIS XV PIDE OFICIALMENTE LA MANO DE LA ARCHIDUQUESA MARIE ANTOINETTE (7 FEBRERO DE 1770)

La despedida de María Antonieta de su madre. Publicado en Die Gartenlaube , 1864.
Cuando María Antonieta aun no había cumplido los 13 años, ya en todas partes se hablaba de su matrimonio y los rumores venían tanto de parís como de Viena. Sin embargo, aun no había nada decidido. El nuevo embajador francés, el marqués de Durfort, llego a Viena el 3 febrero de 1767. Como María Josefa, con su propia agenda, había señalado, la mejor manera de asegurarse la buena voluntad de Austria era mantener a la corte en un estado de expectativa, en lugar de resolver el asunto.

Durfort, sin embargo, considero que no era tan fácil entregar un mensaje ambiguo a la emperatriz, cuando lo que ella quería oír era bastante diferente. Recibido todos los domingos en la corte, se sintió atraído hacia el círculo íntimo de la emperatriz, el marqués de Durfort fue recibido con atenciones especiales, tanto como embajador muy acreditado y como un verdadero amigo, casi como un confidente.

Fiel a la tradición, Durfort elaboro hacia el final de su estancia en Viena una tesis titulada: retratos de la corte de Austria. Represento a María Teresa en estos términos: “esta princesa sin duda merece la excelente reputación que disfruta en Europa. Nadie tiene el arte de ser mejor que ella para hacer amo de corazones y no cuida más, porque a este arte le debe el amor de sus súbditos que han presentado pruebas reportadas en circunstancias críticas donde se encontraba. Ella es activa y trabajadora hasta el punto de valorar y leer memorias durante el paseo, ella da todos los días tres y cuatro horas de audiencias donde se admite a todos sin condición alguna; ella se  ocupa de todo tipo de negocios allí, hace limosnas mano a mano, escucha quejas y reclamos, proyectos y espías, ella pregunta, responde y aconseja”.

Maria Theresia - Kaiser Joseph II. retrato de Joseph Hickel
Durfort fue impotente para evadir a la emperatriz cuando ella le dijo de una manera significativa que tenía todos los retratos reales de los miembros de la familia real francesa ¿Qué podría Durfort decir en respuesta? Galantemente, dijo que su señor el rey de Francia por su parte sin duda le encantaría poseer todos los retratos reales de Austria. Un día salía del palacio imperial de Viena donde María Antonieta había acabado de danzar un ballet con sus hermanos Fernando y Maximiliano, cuando se encontró con el príncipe de Starhemberg quien le pregunto:

¿Cómo encuentra usted a la archiduquesa María Antonieta?
Perfectamente bien, respondió Durfort
El príncipe lo miro riéndose y volvió a decir
¡el delfín tendrá una mujer encantadora!
Y Durfort replico riéndose a su vez:
Estará en buenas manos…
Se interrumpió, temiendo haber dicho demasiado mucho y después agrego:
Si se lleva a cabo este proyecto.

Muy cauteloso por este incidente que ocurrió incorrectamente desde el comienzo de su embajada, atraído por los continuos cumplidos de María Teresa pero retenido por órdenes formales de Choiseul, Durfort vacilo, no ´pudo ocultar su vergüenza. Fue puesto a prueba una vez más, cuando tuvo que responder a un deseo de la emperatriz de ir a visitar a una de sus hijas, la archiduquesa María Cristina en Presburg, quien se había casado con el príncipe Alberto de Sajonia-Teschen. La joven princesa estaba en un estado avanzado de embarazo, sin embargo, se sentó a la mesa para conversar con él y atenderlo educadamente.
   
grabado del delfín Louis Augusto.
Sería mas de dos años a partir de la llegada de Durfort a Austria antes de que fuera finalmente convidados a hacer una oferta formal de la mano de la archiduquesa más joven. Era, pues, un proceso acumulativo, en el lado francés, ganado ritmo en 1768, cuando como se ha visto, María Teresa decidió concentrarse en Antonieta, en ausencia de cualquier otra candidata viable. En enero de 1768, María Teresa insistió en que Durfort estuviera presente a su lado en un balcón. El francés se estaba muriendo de frio, pero él tuvo que ver una procesión de veintidós trineos pasar, algunos incluían a la mayoría de la familia imperial. Cuando el trineo que contenía a madame Antonieta paso por debajo de sus ojos, la emperatriz le dio un codazo: “la pequeña novia”.

La apariencia física de la archiduquesa ahora sufrió una transformación de vital importancia; una peluquería parisina real envió a Larsonneur para hacer frente a la línea del cabello. Tan importante era en este aspecto de su apariencia –y de todo el mundo en ese momento- que el peluquero en cuestión fue recomendado por la hermana del duque de Choiseul. Todo el mundo estaba impresionado por la “simple manera decente” de Larsenneur de vestir a madame Antonieta.

Ahora María Teresa fue capaz de salirse con la suya sobre los retratos. Junto con el peluquero llego José Ducreux, quien se encargó de pintar a la futura delfina; el retrato iba a ser enviado a Versalles. El pintor no tuvo tanto éxito como el peluquero. Cinco largos turnos no dan lugar a cualquier cosa muy satisfactoria, pero finalmente un nuevo retrato fue despachado.

En el mes de abril de 1768, un agente secreto, llamado Barth, enviado por el duque de Choiseul fue a Viena y dirigió a M. Gerard una misiva que decía: "Sus majestades imperiales se han impuesto con viva satisfacción de todo lo que el señor duque de Choiseul ha declarado al señor embajador (de Austria) referente al futuro matrimonio de Madame la archiduquesa Antonieta con Monseñor el Delfín... Sus Majestades imperiales, también han visto con sumo agrado que el Rey muy cristiano, pide constantemente noticias de su futura hija".

retrato de la archiduquesa Maria Antonia por  Martin van Meytens (Hofburg, Innsbruck Austria)
María Teresa entendió que la notificación oficial de una alianza largamente meditada finalmente aparecía. El 12 de junio de 1769 ella dio una gran fiesta en el castillo de Laxenburg para María Antonieta y por iniciativa propia, unos días antes había invitado a Durfort a su propia mesa. Durfort fue colocado junto a María Antonieta, fue solicitado por la emperatriz para beber a su salud.

Ese día, María Teresa recibió la siguiente carta escrita por Luis XV de Marly, el 7 de junio en ella decía inminente: “ya no puedo retrasar la puntuación para su majestad la satisfacción que siento por la próxima unión y más particularmente que vamos a contraer por el matrimonio de la archiduquesa Antonieta con el delfín, mi nieto. Aprobare que anticipo a este respecto la solicitud ceremonial y que le haga saber cuánto disfruto este nuevo enlace que unirá cada vez más nuestras dos casas”.

Y María Teresa, todavía en Laxemburg respondió rápidamente el 17: “…la demanda de mi hija la archiduquesa Antonieta para el delfín, su nieto, solo podría haber sido muy agradable para mí. Este nuevo vínculo que unirá nuestras casas no me son menos agradable que ella. El matrimonio se puede hacer según sus deseos, después de la pascua, devolvemos un borrador del contrato con su embajador, ya que así lo desea… solo queda desear que mi hija Antonieta pueda tener la suerte de complacerlo. Estoy segura que ella hará todo lo posible para merecer su amabilidad”.

Responsable de comunicar esta respuesta lo antes posible, Mercy le pidió audiencia a Choisuel el día 24. Por otro lado, José II habiendo escrito desde Parma a Luis XV, este último respondió: “quiero la multiplicación de enlaces que unen nuestros hogares, alivie el dolor de la perdida que hicimos los dos”, sabiendo agradarle por el recuerdo de su primero esposa y aprovechando la oportunidad  para despertar sus simpatías con respecto a Francia.

retrato de Louis XV por Charles-André van Loo
En el mes de junio, para resolver los múltiples y complicados detalles relacionados con la solicitud solemne de María Antonieta, en el compromiso, matrimonio por procuración, realización y entrega. El palacio de la embajada lo encontró demasiado pequeño para las recepciones previstas, construyo o acondiciono otros espacios. Estas obras despertaron la curiosidad de María Antonieta: quería visitarlo y Durfort aprovechó su visita para dar un concierto, ofrecer refrescos a su séquito y recibir lo más dignamente posible a su futura soberana en un marco apenas esbozado.

Después de varios intercambios de observaciones y algunas concesiones en ambos lados, se definió el borrador del contrato aprobado por Luis XV el 20 de noviembre. El rey pidió a la propia María Teresa para establecer la fecha de las distintas ceremonias preliminares, matrimonio y partida, expresando el único deseo de estar fijando de antemano en sus resoluciones. Transmitiendo estas instrucciones a Durfort, Choiseul también lo invito a darle conocer sin demora los nombres y cualidades de las personas designadas para formar la procesión a Estrasburgo.

El año 1769 termino sin incidentes, María Teresa había recibido, para ella, para José y María Antonieta, tres estampas magníficamente enmarcadas, que representaba al delfín arado. Ducreux había dejado Viena, recibiendo una propina de mil ducados y un anillo de brillantes; le dio los retratos de la emperatriz, de los dos archiduques y de un segundo retrato de María Antonieta.

detalle de un grabado que muestra a un comisionado austriaco (probablemente el conde Mercy) mostrando un retrato de la archiduquesa Maria Antonia ante Louis XV.
Cuando se presentó, el 1 de enero de 1770, en los apartamentos de María Antonieta, salía con José II y le ofreció acompañarlos: “si quieres venir con nosotros –le dijo- mostraremos una cosa que quizás nunca tengas a la vista”. El embajador los siguió “donde se había instalado una máquina que representaba los principales cuentos del antiguo testamento"

En el “Kammerfest” que tuvo lugar el 7 de febrero, María Teresa fue particularmente amable con Durfort: lo invito a todas las fiestas que daría durante el carnaval, incluso en reuniones familiares donde ningún embajador tuvo acceso, animándole a no ser tímido: “el mismo día de este evento, la archiduquesa Antonieta bailo el tiempo suficiente… esta princesa era tan hermosa, tan alegre y tan animada como suele ser”

El 3 de abril, Durfort le dio a María Antonieta y a su madre dos retratos del delfín: la archiduquesa los miro con placer y los quiso mantener a ambos en la habitación donde solía estar. Se acercaba la fecha de la boda: incluso se había adelantado cinco días, habiendo expresado Luis XV el deseo de recibir a su nuera en Versalles el 16 de mayo.

Las distintas ceremonias quedaron así fijadas: 15 abril, día de la semana santa, entrada publica del embajador, el 16 audiencia de solicitud publica, entrega de cartas y retratos, el 17 renuncia de la archiduquesa a sus derechos, baile en el Belvedere; el 18 fiesta ofrecida por el embajador, el 19 matrimonio por procuración, el 21 salida hacia Versalles.

En los últimos días de marzo, Durfort recibió un gran número de documentos oficiales: primero  las instrucciones generales fechadas Versalles 16 de marzo, las notificaciones que se enviaran a su retiro y su nombramiento como embajador extraordinario, luego credenciales que le permiten hacer la solicitud solemne, plenos poderes para firmar el contrato y recibir la dote con cartas  destinadas al archiduque Fernando, encargado de representar al delfín de Francia en el matrimonio por poder.

al igual que Francia, la corte vienesa también recibió retratos del futuro prometido de la archiduquesa.
El 4 de abril, María Antonieta recibió los primeros cumplidos oficiales. Ella admitió en la mañana a los nobles guardias alemanes y húngaros que tuvieron el honor de besar su mano y, por la tarde, a los miembros de la universidad. Ese mismo día el contrato fue firmado por el embajador, junto con los tres comisarios austriacos, los príncipes de Colloredo, Kaunitz y Kavenhuller.

El días 14, María Teresa reunió a sus ministros para anunciarles el solemne matrimonio; luego siguieron ceremonias todos los días metódicamente con todos los detalles más pequeños resueltos de  antemano. El día 15, Durfort hizo su entrada pública, como embajador extraordinario, aportando toda la magnificencia posible a su procesión que consta de cuarenta y ocho carruajes de seis caballos entre los que van los dos coches del rey.

El 16 fue recibido en audiencia por el emperador y la emperatriz viuda, les entrego sus nuevas cartas de créditos y dirigiéndoles la solicitud solemne de su mano para el delfín. Después de dar su asentamiento, María Teresa envió a buscar a su hija que estaba de pie en una habitación contigua: esta última hizo  una profunda reverencia cuando llegó  frente a la emperatriz y saludo amablemente a Drufort, quien le entrego un retrato del delfín y le dirigió unas pocas palabras. Terminada la audiencia, el embajador hizo tres grandes reverencias, como a  su llegada y se retiró, cruzando de nuevo la doble línea de guardias alemanes y húngaros.

El matrimonio por poder tuvo lugar el jueves 19. La jornada del 20 estuvo dedicada a los preparativos para la salida. Sin embargo hubo una cena en el patio en público con el fin de permitir a dignatarios y a la nobleza vienesa acercarse y ver por última vez a la bella y graciosa princesa cuyo destino iba a ser confiado a la Francia misma.

domingo, 11 de julio de 2021

LA MUERTE DE MAUREPAS (21 NOVIEMBRE 1781)

El conde de Maurepas en su escritorio por Jean Fenouil
Maurepas no disfruto mucho de la victoria en cuanto a la influencia de la reina. El viejo ministro visiblemente debilitado: ataques violetos de un mal al que él estaba sujeto, la gota, lo atormentaba incesantemente. En el mes de noviembre de 1781, el mal se hizo más serio; la gangrena estallo y toda esperanza estaba perdida. Cuando el duque de Lauzun trajo a parís lasa brillantes noticias de la capitulación de Cornwallis, se anunció al primer ministro: “ya no soy de este mundo”, respondió. Él hizo sin embargo ingresar el mensaje, pero la entrevista fue corta; el viejo ministro estaba muriendo. El 16 le fueron administrados los últimos sacramentos y el 21, a las once en punto, exhalo su último aliento.

Se extinguió en una hora en la que ya no se podía evitar ni ahuyentar los peligros del futuro. Maurepas había heredado de los ministros de Luis XV a una Francia exhausta, descontenta, agitada por estos temblores internos que preceden y presagian revoluciones. Después de siete años y medio de un poder que el rey le había dejado absolutamente para siempre, él despareció de la escena, dejando una situación tan problemática como incierta, la autoridad menospreciada que nunca. La frivolidad incurable del viejo ministro había dejado todas las fuentes para relajarse, los recursos se disipan en perdida pura, él se estaba rindiendo sin timón, expuesto a todas las tormentas, este buque estatal en el cual, siguiendo la palabra de un contemporáneo, había sido un pasajero en lugar de un piloto.

13 de noviembre de 1781, Extracto de una carta de Versalles: “El señor conde  de Maurepas tuvo varias evacuaciones durante el día que le hicieron mucho bien; la cabeza está absolutamente despejada, tiene muy poca fiebre; tuvo momentos de alegría e incluso comió una especie de crema de arroz. El rey vino a verlo a las seis y quería que la señora la Condesa de Maurepas permaneciera sentada junto a ellos. Se fue después de un cuarto de hora por temor a cansar demasiado al paciente. El conde de Maurepas expiró al día siguiente. El duque de Choiseul estaba aquí, intrigando con todas sus fuerzas. "

Luis XVI, no obstante, lamento la pérdida del ministro, al que estaba considerado como un mentor y con respeto al cual los lazos del habitó se habían convertido en los de la amistad. El día después de su funeral dijo con un aire profundamente penetrante: “ah!, no volveré a escuchar a mi amigo sobre mi cabeza por la mañana”.

Luego sacó de un pequeño armario una hoja de papel en la que estaba escrito: "Lista de personas a las que el rey nunca debe emplear después de mi muerte, si no quiere ver la destrucción de su reino en sus días. A la cabeza estaba el arzobispo de Toulouse, el presidente de Lamoignon, el señor de Calonne, otros cuatro o cinco personajes, y en la última línea el regreso de Necker” (recuerdos de Augeard, secretario de la reina)
¿Quién continuaría con este legado difícil? Algunos nombraron al duque de Nivernais, a quien el rey de Prusia favorecía y José II se apresuró a señalar que la desaparición del mentor del rey, su siervo principal de más de siete años, presento una oportunidad política evidente para la reina en la flor de su triunfo como la madre del delfín. El asesor de María Antonieta, el abad de Vermond, presento el nombre del ambicioso arzobispo de Tolouse, Lomenie de Brienne, como sustituto, quien actuaría como hombre de la reina. Pero el rey, en un nuevo sentido de su propia independencia, declino la propuesta.

El verdadero ganador de la muerte de Maurepas no era María Antonieta sino Vergennes, que era capaz de deslizarse ostentosamente en la posición de confianza en la que su patrón Maurepas antiguamente había ocupado. Naturalmente, Mercy estaba de vuelta con su habitual letanía de quejas sobre el comportamiento poco fiable de la reina; de cómo había permitido creer al rey que estaba aburrida con los asuntos de estado y ni siquiera quería saber acerca de ellos. Su “gran crédito” con su marido solo se utilizó para dispensar favores a sus protegidos.