Se había abierto una grieta en las filas de adeptos al rey. Los seguidores más ardientes de la monarquía ya no estaban a mano para defenderla. A través de una noción equivocada del honor, los realistas pensaban en abandonar a su soberano, los militares en abandonar el campo de batalla. Las damas de la corte despreciadas, los jóvenes que no querían emigrar. La nobleza partió como para una cita de patriotismo. Los que se quedaron en Francia apenas se atrevieron a mostrarse.
Grandes damas y señores emigraron, símbolo de cobardía,
gente por vanidad, o presunción, o porque era la moda. Se dijo que los hermanos
del rey sabían más que nadie la situación, y que, si lo hubieran considerado
correcto, se trasladarían a tierras extranjeras, allí estaba la nobleza fiel. Sería
necesario para aplastar a la impertinente revolución, era mostrar el escudo. “durara
unas dos semanas”, dijeron los primeros fugitivos.
Luis XVI, siempre débil y fluctuante, no tenía el valor de aprobar
ni de negar la emigración. Oficialmente, la condeno, pero en el fondo esperaba
que le fuera útil. No tenía en ella simplemente parientes, amigos y sirvientes,
también agentes y aliados. A veces vio un peligro en ello, y de nuevo una última
posibilidad de seguridad. En un momento crítico la emigración, en otro le
hubiera gustado estar en ellos. El soberano, tal vez, los trato como
conspiradores, pero el hombre, el marido y el padre se dijo a si mismo que
estos conspiradores bien podrían convertirse en los salvadores de su esposa e
hijos.
Grabado que muestra a la familia real presa en las Tullerias |
Esto explica la emoción extrema que se siente cuando las tías del rey dejaron Belleuve para irse a roma. A nadie le importaba mucho estas princesas; ellas vivieron en una especie de retiro y no participaron en política. Pero se temía que su partida pudiera resultar la señal para la del rey y la reina. La resolución adoptada por las damas resulto en recordar la atención pública a la emigración y los posibles peligros para la revolución.
Madame Victoria retratada por Adélaïde Labille-Guiard (1787) |
Entre tanto pasaba el tiempo; Madame Adelaida envió a una de
sus damas a la azotea del castillo, desde la cual se descubría todo el camino
de Paris, y al cabo de un instante bajó llena de miedo, diciendo que había oído
un gran ruido y visto muchas luces a cosa de y una legua de distancia. No
quedaba ya duda de que la noticia era cierta.
Grabado que muestra de Bellevue, residencia de las tías del rey |
De repente se oye el galope de un caballo; corren a la
gradería exterior, a cuyo pie cae ensangrentado; el jinete se desembaraza de
los estribos, se acerca, y reconocen en él al señor de Virieu, diputado de la
nobleza del Delfinado, el mismo que el día que se celebró la fiesta de la Federación
sorprendió en la pupila de la reina aquella luz extraña, que le hizo conocer en
parte su alma profunda.
Virieu tuvo conocimiento del peligro que corrían las tías
del rey, y partió con la rapidez del rayo. En Point-du-Jour encontró
la cuadrilla, que sospechando donde iba, quiso detenerle; pero él espoleó el
caballo, el cual a pesar de que un hombre le hundió en el pecho su sable hasta
la empuñadura a fin de detenerle, continuó su carrera hasta llegar al
primer escalón de la gradería, donde cayó, como si hubiese conocido que no
necesitaba ir más lejos.
Apenas podían creer aun lo que contaba de Virieu, cuando de
las ventanas se vio el resplandor de las primeras antorchas; toda la cuadrilla
apareció de un modo fantástico en medio de la noche, extendiéndose por la
cuesta de Bellevue con sus gritos y sus cantos, quizás más horribles que
aquellos; no quedaba tiempo que perder, y era preciso huir, llegar a pie a
Meudon, e ir a buscar los carruajes, ya que estos no llegaban.
¡Terrible momento debió ser para aquellas pobres mujeres que
pasaron los umbrales de su hermoso palacio, en medio de una fría y lluviosa
noche de febrero, para dar el primer paso en el camino del destierro! Pero no había
que titubear, pues la vanguardia de los arrabales llamaba a la verja de Sevres.
Mientras el conserje parlamentaba tratando de ganar tiempo, Mesdames huían
atravesando a pie el parque, y llegando a la verja de Meudon. Por una extraña
fatalidad esta estaba cerrada, el conserje ausente y extraviadas las llaves,
por cuyo motivo las tías del rey se creyeron perdidas; sin embargo uno de los
que las acompañaban indicó la idea de hacer llamar al cerrajero del palacio;
fueron en su busca, y habiéndole encontrado por fortuna, se presentó con las
herramientas, у abrió la verja. A la mitad del camino de Meudon encontraron los
coches que iban a buscarlas, subieron a ellos y echaron a andar.
Las princesas habían querido llevarse consigo a Madame Elizabeth,
pero esta se negó constantemente a abandonar al rey. Su recompensa fue
convertirla, de santa que era, en mártir.
Madame Adelaida ,otra de las Mesdames Tías de Luis XVI ,por Madame Vigge LeBrun |
-“dos princesas, sedentarias por condición, edad y gusto, de
repente son poseídas por la manía de viajar y recorrer el mundo. Eso es
singular, pero posible. Van, dice la gente, a besar la zapatilla del papa. Eso es
gracioso, pero edificante”.
-“las damas y especialmente Madame Adelaida, quiere ejercer
los derechos del hombre. Eso es natural”.
-“los viajeros de la feria son seguidos por un tren de
ochenta personas. Eso está bien. Pero se llevan doce millones de libras”.
Algunas utilizaban un lenguaje aún más crónico y de grueso
calibre: “las damas van a Italia para probar el poder de sus lágrimas y sus encantos
sobre los príncipes de ese país. El soberano de Malta ha hecho que Madame
Adelaida sea informada de que él le dará su corazón y su mano tan pronto como
abandone Francia. Nuestro santo padre se compromete a casarse con Victoria y le
promete su ejército de trescientos hombres para llevar a cabo una contrarrevolución”.
Amenazas o burlas, tanto fue lo que se habló, que el rey no
pudo dispensarse de prevenir a la Asamblea, y en su consecuencia le dirigió la
siguiente carta: “se ha sabido de que la Asamblea nacional ha encargado a la comisión
de Constitución el examen de una cuestión que se ha promovido con motivo de un
viaje proyectado por mis tías, creo conveniente informar a la Asamblea que esta
mañana he sabido que habían marchado ayer a las diez de la noche; como estoy persuadido
de que no podía privárseles de la libertad, y que cada cual es dueño de ir
donde bien le parezca, he creído que no debía ni podía poner obstáculo alguno a
su partida, aun cuando veo con disgusto que se hayan separado de mí”.
Conocida era ya de antemano la noticia, pero esta carta la
hizo oficial. Al instante se promovió una gran discusión en la Asamblea, y
todavía se hallaban en lo más acalorado de ella, a pesar de haber ha
transcurrido veinte y cuatro horas, cuando se recibió del Ayuntamiento de Moret
la siguiente sumaria:
El 20 de febrero de 1791 se presentaron en Moret unos coches
con gran tren y escolta, y los concejales, que habían oído hablar del viaje
de Mesdames y de las inquietudes que había hecho nacer en
Paris, los detuvieron, y no quisieron dejarlos pasar hasta tanto que las
princesas hubiesen exhibido sus pasaportes. Presentaron dos; uno para ir a
Roma, firmado por el rey y refrendado por Montmorin; y otro que no era
precisamente un pasaporte, sino una declaración del Ayuntamiento de Paris que reconocía
no tener derecho para oponerse a que los ciudadanos se paseen
por los puntos del reino que más sean de su agrado.
El viaje de las damas fue doloroso. Los concejales de Moret, en vista de aquellos dos pasaportes, en los cuales creyeron notar algunas contradicciones, opinaron que antes de tomar ninguna determinación debían consultar a la Asamblea nacional y esperar su contestación; pero mientras resolvían lo que convenia hacer, los cazadores del regimiento de Lorena se presentaron con las armas en la mano, y haciendo uso de la violencia, les obligaron a abrir las puertas a las princesas. la gente empezó a gritarles: “quemad a las brujas” fue debido a la protección de algunos caballeros que pudieron continuar su ruta. El 21 de febrero en el momento de entrar a Arnay-Le-Duc, fueron hechas prisioneras por el municipio del pueblo, que decidió mantenerlas hasta que la asamblea nacional decidiera sí podrían o no continuar su viaje. La pregunta fue llevada a parís mientras las dos princesas estaban confinadas en una miserable habitación de una taberna.
La lectura de este informe causó una verdadera explosión
contra el señor de Montmorin, ministro de negocios extranjeros, cuya adhesión
al rey era conocida. Rewbell fue el que le atacó, manifestando la sorpresa que
le causaba el que el ministro de negocios extranjeros se hubiese atrevido a
refrendar un pasaporte, cuando sabía muy bien que con motivo de los rumores que
corrían acerca de la próxima partida de las tías del rey, se había reclamado un
nuevo decreto, cuyo proyecto se ocupaba en redactar la comisión de Constitución.
Sea desprecio, sea prudencia, el señor de Montmorin creyó
que le bastaba justificarse con una carta que dirigió al presidente de la
Asamblea, y que decía así:
“Señor presidente, Acabo de saber que,
con motivo de la lectura de la sumaria remitida por el Ayuntamiento de Moret,
algunos individuos de la Asamblea se han mostrado sorprendidos de que yo
hubiese refrendado el pasaporte expedido por el rey a sus tías. Si este hecho
necesita explicación, ruego a la Asamblea considere que es conocida la opinión
del rey y de sus ministros acerca de este punto. Ese pasaporte sería un permiso
para salir del reino, en el caso de que alguna ley hubiese prohibido atravesar
las fronteras; pero mientras semejante ley no exista, un pasaporte no podrá ser
mirado sino como una certificación de las cualidades de la persona que lo
lleva, Bajo este concepto era imposible negar uno a Mesdames; era
preciso oponerse a su viaje, o prevenir sus obstáculos, entre los cuales era
imposible dejar de contar su detención por algún Ayuntamiento que no las
conociese”
La asamblea nacional discutió el asunto mientras el señor
Narbonne, su caballero de honor, suplico la causa de las damas muy hábilmente. “el
bienestar de la gente –dijo Mirabeau- no puede depender del viaje que emprendan
las damas a roma”. El debate fue terminado por el conde de Menou, quien exclamó:
“Europa sin duda se asombrara mucho cuando se entere que la asamblea nacional
de Francia paso cuatro horas enteras para deliberar sobre la salida de dos
damas que prefieren escuchar misa en roma que en parís”.
De conformidad con el consejo de Mirabeau, la asamblea
nacional declaro que las damas estaban en libertad de salir. En Arnay-Le-Duc
hubo un motín. El populacho no estaba dispuesto a aceptar la decisión. Las princesas
fueron detenidas por dos días más, y solo se les permitió continuar su viaje el
3 de marzo, después de once días de estar retenidas.
Presentación del libro de Claude Guyot titulado “ « L’Arrestation des Tantes du Roi à Arnay-le-Duc » (1925) |
En parís, la emoción había sido muy grande. En la misma noche en que la asamblea se pronunció a favor de las damas, una multitud de alborotadores, mujeres y emisarios Jacobinos, invadieron los jardines de las Tullerias, exigiendo, con gritos furiosos, que el rey ordenara el regreso de las damas. La guardia nacional se levantó, las puertas del castillo estaban cerradas. El populacho ordeno a sus soldados deponer sus bayonetas, se apuntaron seis cañones contra la multitud. “siempre e querido mostrar dulzura –dijo Luis XVI- pero uno no sabe cómo combinarlo y enseñar a la gente que no están hechos para dictar la ley, son para obedecerla”.
En su diario, Marat, con la mente aún azotada por los más oscuros presentimientos, dirige una advertencia al pueblo, presentando la huida de las Damas como preludio de la del Rey: “Desde hace dieciocho meses no he dejado de gritarte que la libertad sólo se gana con las armas en la mano, y que es imposible, por la forma en que te conduces, que escapes a la guerra civil. Sordo a mi voz, te dormiste en los brazos de tus enemigos; y ahora que están dispuestos a degollaros, os alarmáis de los peligros que os amenazan, y no hacéis nada por evitarlos. Dejaste escapar a las tías del rey, quizás al delfín con ellas; el hermano del monarca se dispone a huir, a su vez, ¿y lo dejarás escapar denuevo? Él y su esposa finalmente escaparán... ¡Ah! Me estremezco al pensar en las desgracias que os esperan: apenas el monarca esté en la frontera, las cortes enemigas avanzarán hacia nuestros hogares para hacer correr la sangre, si no os hubieran degollado ya los bandoleros que el general mantiene entre vuestros muros. Nada se salvará, hombres, mujeres, niños, vuestros propios agentes serán los primeros en ser sacrificados. Entonces, entonces, recordaréis el saludable consejo del Amigo del Pueblo, y os arrancaréis los cabellos por no haberlo seguido"Como en otras circunstancias, el alcalde Bailly llega al lugar y media lo mejor que puede entre la "buena gente", como llama a los manifestantes, y La Fayette, comandante de la Guardia Nacional, se mostró menos hablador y más eficiente: hizo “limpiar” el Carrusel y sus alrededores por sus tropas. La paz había vuelto a las diez de la noche.
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