jueves, 17 de septiembre de 2015

EL REPARTO DE POLONIA (1772)

El mapa de Europa en julio de 1772, obra satírica ingles.
Mientras la pequeña Antonieta se encontrada en medio de la lucha por el saludo a madame Du Barry, Un asunto oscuro y no muy limpio se está tramando en Viena. Hace ya meses que, de parte de Federico el Grande, a quien ella odia como al verdadero emisario de Lucifer sobre la tierra, y de Catalina de Rusia, de quien también desconfía fundamentalmente, se le ha hecho la triste proposición de un reparto en Polonia, y la entusiasta aprobación que esta idea encuentra en Kaunitz y en su corregente José II perturba desde entonces la conciencia de la emperatriz. «Todo reparto es, en el fondo, injusto y dañoso para nosotros. No puedo menos de lamentar esta proposición, y tengo que confesar que me da vergüenza el dejarme ver en público.» 

Al punto ha reconocido esta idea política como lo que realmente es: como un crimen moral, como un acto de bandidaje contra un pueblo inocente a indefenso. « ¿Con qué derecho podemos saquear a un inocente a quien siempre nos hemos alabado de proteger?» Con grave y pura indignación, declina la oferta, indiferente a que se puedan tomar por debilidad sus escrúpulos morales. «Mejor pasar por débiles que por desleales», dice noble y sabiamente. Pero María Teresa hace mucho que no es soberana única. José II, su hijo y correinante, sólo sueña con guerras, aumento del Imperio y reformas, mientras que ella, que conoce prudentemente la frágil forma artificial del Estado austríaco, sólo piensa en conservar y mantener; para oponerse a la influencia materna, José II sigue tímidamente el camino del hombre belicoso, del más encarnizado enemigo de su madre, de Federico el Grande, y con profunda consternación ve aquella mujer envejecida que su más fiel servidor, Kaunitz, a quien ella ha hecho grande, se inclina hacia la naciente estrella de su hijo. Quebrantada, fatigada y desengañada en todas sus esperanzas como madre y como soberana, lo que habría preferido sería la abdicación.

Pero la detiene la idea de su responsabilidad; presiente con profética certeza -la situación es igual a la de aquel Francisco José que, asimismo cansado, tampoco se desprendía del poder- que el espíritu voluble e inquieto de aquel precipitado reformador que es su hijo extenderá inmediatamente la turbación por todo aquel imperio tan difícilmente gobernable. De este modo, esta mujer piadosa y profundamente íntegra lucha hasta el último instante por lo que es el bien supremo para ella: por el honor. « Reconozco -así escribe- que en todo el tiempo de mi vida jamás me he sentido tan acongojada. Cuando tuve que reivindicar todas mis tierras, me sostenía la idea de mi derecho y el apoyo de Dios. Pero en el caso presente, en el cual no sólo el derecho no está de mi parte, sino que la obligación, la justicia y la equidad luchan contra mí, no me queda ninguna paz, sino más bien inquietud y reproches de un corazón que jamás estuvo acostumbrado a engañar a nadie, ni a sí mismo, o hacer pasar la doblez como sinceridad. La fidelidad y la buena fe están perdidas para siempre, aunque son la mayor joya y la verdadera fortaleza de un monarca frente a los otros.» Pero Federico el Grande tiene una conciencia robusta y se mofa desde Berlín: «La emperatriz Catalina y yo somos un par de viejos bergantes; pero ¿cómo se las compone con su confesor la vieja beata?».

Estanislao II, ultimo rey de Polonia. amante de la zarina catalina de Rusia por la cual obtuvo la corona, sus reformas y debilidad como monarca llevaron a la guerra civil que termino con la desmembración del reino polaco.
Insiste el rey de Prusia, y José II amenaza, jurando siempre que es inevitable la guerra si Austria no se une a los otros dos. Finalmente, en medio de lágrimas, lastimada su conciencia y dolorida el alma, María Teresa accede: «No soy lo bastante fuerte para regir sola los asuntos; por consiguiente, les dejo, no sin la mayor aflicción, que sigan el camino por ellos trazado», y firma con la reserva de que lo hace «porque me lo aconsejan todos los hombres prudentes y experimentados».

Pero en lo más íntimo de su corazón se reconoce como cómplice y tiembla ante el día en que el tratado secreto y sus consecuencias sean revelados al mundo. ¿Qué dirá Francia, tradicionalmente un amigo y aliado de Polonia? ¿Soportará con indiferencia este bandidesco ataque por sorpresa a Polonia, en consideración a su alianza con Austria, o combatirá unas pretensiones que la propia emperatriz no tiene por legítimas? ¿Soportara la alianza franco-austriaca la tensión? ¿Quién iba a suavizar esta crisis familiar? Con su propia mano ha tachado María Teresa en el decreto de ocupación la palabra «legítima». Todo depende únicamente de la actitud cordial o fría de Luis XV Entonces, en medio de estas preocupaciones, en este ardiente conflicto de conciencia, se presenta la alarmante carta de Mercy diciendo que el rey está enojado con María Antonieta, que le ha manifestado abiertamente al embajador su disgusto, y eso precisamente cuando en Viena están engañando al ingenuo embajador, al príncipe de Rohan, el cual, en medio de sus diversiones y cacerías, no ve nada de la cuestión polaca.

Porque María Antonieta no quiere hablar con la Du Barry puede originarse, del reparto de Polonia, un mal asunto de Estado, y por último quizás una guerra... María Teresa se espanta. Una escueta misiva es enviada a María Antonieta a fin de que logre ganarse el afecto del rey y lo envuelva en una cortina de humo sobre la cuestión polaca. Pero al día siguiente la delfina revelaría al conde Mercy: ¿Qué pasaría si hubiera una ruptura entre nuestras dos familias? ¿Sería austriaca o seria delfina de Francia?

Los oponentes de la delfina aprovecharon el asunto de Polonia para atacarla, especialmente el duque de Aiguillon, su funesto enemigo y aliado de la Du Barry: “ver lo que la fe puede añadir a Francia a la amistad con la casa de Austria, y de lo que debemos esperar de esta casa, un aliado del rey por medio de un matrimonio, que, cuando quiere aumentar sus posesiones a expensas de Prusia, Francia se levanta contra él; pero cuando quiere aumentar su área a expensas de Polonia, se aproxima a Prusia, el enemigo del rey!” pero el ministro acaba por lamentarse “la alianza austriaca está en el corazón mi amo”, Nada serviría para romperla. Como Luis XV declaro: “he hecho esa alianza y continuara siempre y cuando la emperatriz viva y el emperador también… no quiero una guerra”.

El pastel de lo reyes, obra alegórica francesa respecto al reparto de Polonia a espaldas de Francia.
Finalmente los consejos de su madre lograron que María Antonieta le dirigiera la palabra a madame Du Barry con esta frase –hoy hay mucha gente en Versalles-.Pero estas seis palabras llevan en sí un más profundo sentido. Con estas seis palabras se le ha puesto el sello a un gran crimen político; con ellas se ha comprado el tácito consentimiento de Francia al reparto de Polonia. Gracias a estas seis palabras no sólo la Du Barry, sino también Federico el Grande y Catalina de Rusia, han afirmado su voluntad. La humillada no es sólo María Antonieta: todo un país lo es también.

domingo, 6 de septiembre de 2015


Cuando llegue a aquel palacete encontré a la reina bebiendo su café. Las cortinas blancas de su dormitorio con sus adornos de flores de colores, los enormes ramos de dalias en sus vasos de cristal, la trasparencia de los visillos bordados finamente, todo conspiraba por la mañana para hacer olvidar el clima aburrido. Pero nada habría tenido ningún efecto sobre mí si no hubiera sido por el encanto de su sonrisa… derramar una alegría, calor de oro por encima de todo…

“qué bueno que has caminado hasta aquí para poder leerme a mi aquí en el Trianon, y tan temprano en la mañana, no sé cómo darte las gracias”

“me volvería a caminar mucho más lejos y con la mayor voluntad, en caso de que su majestad así lo desee”

“lo sé , lo sé estas completamente dedicada a mí. Y es un gran consuelo para  mi pensar en todas esas personas que están dispuestas a ofrecer sus servicios”

-farewell my queen - Chantal Thomas.

domingo, 30 de agosto de 2015

EL ASUNTO DEL COLLAR


Una insospechada casualidad pone en manos de los De la Motte el naipe del triunfo. En una de sus reuniones refiere alguien que los pobres joyeros de la corte, Boehmer y Bassenge, se encuentran en gran apuro. Han colocado todo su capital, lo mismo que una buena cantidad de dinero tomado en préstamo, en el más soberbio collar de diamantes que se ha visto jamás sobre la tierra. 

Realmente, había sido destinado para la Du Barry, la cual de fijo que lo hubiera adquirido si las viruelas no se hubiesen llevado a Luis XV; después, lo habían ofrecido a la corte de España y, por tres veces, a la reina María Antonieta, la cual, loca por las alhajas, compraba aturdidamente, en general sin preguntar mucho por el precio. Pero Luis XVI, aburrido y ahorrativo, no había querido adelantar el millón seiscientas mil libras que la alhaja costaba; ahora los joyeros se encontraban con el agua al cuello; los réditos se comían los hermosos diamantes; probablemente tendrían que deshacer el collar maravilloso y perder, con ello, todo su dinero.

Si la condesa de Valois, que estaba en un plano de tanta intimidad con la reina María Antonieta, lograra convencer a su regia amiga de que comprara aquella joya, a plazos naturalmente y con las mejores condiciones, ganaría con ello una bien jugosa zampada de ducados. La De la Motte, pensando celosamente en mantener en pie la leyenda de su influencia, tiene la bondad de prometer su intervención, y el 29 de diciembre los dos joyeros llevan a la calle Neuve-Saint-Gilles el precioso estuche para que sea visto por la condesa. 


¡Qué espectáculo! La De la Motte se queda sin aliento. Lo mismo que estos diamantes bajo la luz del sol, así centellean y relumbran osados pensamientos en su astuta cabeza.

¿Qué ocurriría si pudiera llevar al archi asno del cardenal a que comprara secretamente el collar para la reina? Apenas está de regreso de Alsacia, cuando la De la Motte lo pone en prensa para exprimirlo fuertemente. Un nuevo favor de la reina le hace amables guiños.

La reina desea comprar una preciosa alhaja, sin que lo sepa su marido, naturalmente, y para ello necesita un discreto intermediario; para esta secreta y honrosa misión ha pensado en Rohan, como muestra de confianza. En efecto, ya pocos días más tarde, la De la Motte puede comunicar triunfalmente al dichoso Boehmer que ha encontrado un comprador para la alhaja: el cardenal Rohan. El 29 de enero de 1785 es cerrado el trato de la compra en el palacio del cardenal, el Hotel de Estrasburgo, por un millón seiscientas mil libras, pagaderas antes de dos años en cuatro plazos semestrales. La joya debe ser entregada el 1° de febrero, y el primer plazo de pago vence el 1° de agosto siguiente. El cardenal rubrica de su propia mano las condiciones del contrato y se lo entrega a la De la Motte para que ésta lo presente a su «amiga» la reina; inmediatamente, el 30 de enero, trae la engañadora la respuesta siguiente: Su Majestad está conforme con todo. 


Pero, a un paso de la puerta de la cuadra, se encabrita el asno, hasta entonces tan dócil.En resumidas cuentas, se trata de un millón seiscientas mil libras, y ésta no es una bagatela ni aun para el príncipe más dilapidador de la época. En el caso de una fianza tan enorme, hay, por lo menos, que tener en la mano, para caso de muerte, algo como un reconocimiento de la deuda, un documento firmado por la reina. ¿Un escrito? ¡Con el mayor gusto! ¿Para qué se tendría, si no, un secretario? Al día siguiente, la De la Motte vuelve a traer el contrato: cada cláusula lleva al margen,mano propria , la palabra «aceptado», y al final del documento, la firma «autógrafa»: «Marie-Antoinette de France». Con algo de talento en su cabeza, el gran limosnero de la corte, miembro de la Academia, antiguo embajador, y, en sueños, ya futuro ministro, habría tenido que oponer al instante el reparo de que una reina de Francia jamás firmaba de otro modo un documento sino con su solo nombre, y que, por tanto, aquel Marie-Antoinette de France a la primera ojeada descubría ya la obra de un falsificador, pero no de uno hábil, sino de un inculto y de ínfima categoría. Mas ¿cómo dudar si la reina lo ha recibido a él personalmente y en secreto en el bosque de Venus? Solemnemente jura el deslumbrado cardenal a la embaucadora no dejar nunca de su mano este papel y no mostrárselo a nadie.


A la otra mañana, el 1° de febrero, el joyero entrega la alhaja al cardenal, el cual, por la noche, se lo lleva en su propia mano a la De la Motte, para convencerse personalmente de que será recibida por manos fieles a la reina. No necesita esperar mucho tiempo en la calle Neuve-Saint-Gilles; se oye ya por la escalera un paso varonil que se aproxima. La De la Motte suplica al cardenal que pase a una habitación inmediata, desde la cual podrá ver, por la puerta de cristales, la entrega de la joya hecha con toda formalidad y ser testigo de ella. En efecto, se presenta un joven totalmente vestido de negro -claro que vuelve a ser otra vez Rétaux, el valiente secretario-, y se anuncia con estas palabras: «De orden de la reina». ¡Qué admirable mujer es esta condesa de la Motte-Valois -no puede menos que pensar el cardenal-: qué discreta, fiel y hábilmente interviene en todos los asuntos de su amiga! Lleno de confianza le entrega el estuche a la De la Motte; ésta se lo tiende al misterioso mensajero, el cual, con su buena presa, desaparece con la rapidez con que ha venido, llevándose el collar, que no volverá a aparecer más hasta el día del Juicio. Conmovido, se despide el cardenal; ahora, después de tales amistosos servicios, no puede dilatarse mucho tiempo el que él, secreto auxiliar de la reina, tenga que ser el primer servidor del rey, el primer ministro de Francia.


Pocos días más tarde se presenta a la Policía de París un joyero judío para quejarse, en nombre de sus perjudicados compañeros de profesión, de que cierto Rétaux de Villette ofrece magníficos diamantes a tan viles precios que es forzoso pensar en un robo. El prefecto de Policía hace que el tal Rétaux comparezca ante él. Éste declara que ha recibido los diamantes, para su venta, de una parienta del rey, de la condesa de la Motte-Valois. ¿La condesa de Valois? Este noble nombre le produce al instante al funcionario el efecto de un purgante; con toda precipitación deja que se retire el mortalmente espantado Rétaux. Pero, en todo caso, la condesa se da ahora cuenta de que sería peligroso continuar deshaciéndose en el mismo París, a cualquier precio, de las piedras preciosas desmontadas del collar -al instante han despanzurrado y despedazado aquella pieza de caza, perseguida tanto tiempo-. Por ello, atiborra de brillantes los bolsillos de su bravo esposo y lo envía a Londres; bien pronto los joyeros de New Bond Street y de Piccadilly no pueden quejarse de no tener abundantes y baratas ofertas.


¡Hurra! Ahora hay dinero; de repente, mil veces más dinero del que pudiera haberse atrevido a soñar jamás esta embaucadora, la más osada de todas las que se tiene memoria. 

Con la insolente audacia que le ha hecho adquirir su increíble buen éxito, no vacila en mostrar altivamente estas nuevas riquezas; adquiere coches tirados por cuatro yeguas inglesas, contrata lacayos con soberbios uniformes, un negro cubierto de galones de plata desde la cabeza a los talones, alfombras, gobelinos, bronces y sombreros de plumas, un lecho cubierto de terciopelo escarlata. Después, cuando la digna pareja se traslada a su rica residencia de Bar-sur-Aube, no son necesarios menos de veinticuatro carros de transporte para conducir todas las preciosidades adquiridas con tanta rapidez. 

Bar-sur-Aube asiste a una inolvidable fiesta de Las mil y una noches. Suntuosos correos preceden a caballo al cortejo del nuevo gran mogol; después viene la berlina inglesa, laqueada de gris perla y tapizada con paño blanco; las mantas de raso que abrigan cada par de piernas (con las cuales hubieran hecho mejor en huir rápidamente al extranjero) ostentan las armas de los Valois: «Del rey, mi antepasado, tengo la sangre, el nombre y los luises.» El antiguo oficial de la gendarmería se ha vestido magníficamente: lleva anillos en todos los dedos, hebillas de diamantes en los zapatos, tres o cuatro cadenas de reloj centellean sobre su pecho heroico, y el inventario de su vestuario -pudo ser comprobado más tarde por los documentos del proceso- no registra menos de dieciocho trajes de seda o de brocado absolutamente nuevos, adornados con encajes de Malinas, botones de oro cincelados y preciosas pasamanerías. La esposa, por su parte, no queda en modo alguno tras de él en lo que se refiere al lujo; como un ídolo indio, relumbra y centellea cubierta de joyas. Tal riqueza no había sido aún vista jamás en la pequeña ciudad de Bar-surAube, y no tarda en ejercer su fuerza magnética. Toda la nobleza de la comarca afluye a esta casa y se recrea con los festines, dignos de Lúculo, que son aquí dados; regimientos de lacayos sirven los manjares más escogidos en la más preciosa vajilla de plata, se escucha música durante el banquete, y, como un nuevo Creso, el conde circula por sus salones principescos y esparce a manos llenas el dinero entre los invitados. 


De la Motte echa sus cuentas de un modo totalmente justo; piensa que si realmente ha de caer alguna vez sobre ellos un golpe desgraciado, tiene por delante quienes los defienden bien. Si llega a descubrirse el secreto... Pues bien, ya sabrá cómo arreglárselas el señor cardenal de Rohan. Tendrán mucho cuidado de no dejar que haga ruido un asunto que cubriría de eterno ridículo al gran limosnero de Francia. Preferiría pagar el collar de su propio bolsillo, muy calladamente y sin pestañear. ¿Para qué, pues, apresurarse? Con tal asociado en el negocio, ya puede uno dormir bien descansado en su cama cubierta de damasco. Y, verdaderamente, no se preocupan de nada la valiente De la Motte, su dignísimo esposo y el mañoso secretario, sino que gozan plenamente de las rentas que con hábil mano han sabido obtener del inagotable capital de la tontería humana.

Mientras tanto, hay, sin embargo, una pequeñez que le parece extraña al buen cardenal de Rohan. Había esperado que en la primera recepción oficial vería a la reina adornada con su precioso collar, y, probablemente, confiaba también obtener de ella alguna palabrita o una amistosa inclinación de cabeza, algún gesto de reconocimiento, invisible para todos los otros y sólo para él comprensible. Pero ¡nada! Fría como siempre, ve a María Antonieta pasar por su lado, y el collar no reluce sobre su blanco escote. «¿Por qué no lleva la reina mi alhaja?», acaba por preguntar, asombrado, a madame De la Motte. La astuta mujer no se pierde nunca por falta de respuesta; a la reina le repugna ponerse el collar antes de que esté completamente pagado. Sólo entonces quiere sorprender con él a su esposo. El paciente asno hunde de nuevo la cabeza en el pienso y se da por satisfecho. Pero al mes de abril sucede lentamente el de mayo, mayo se convierte en junio, cada vez se acerca más el 1° de agosto, término fatal de las primeras cuatrocientas mil libras. Para obtener un aplazamiento, inventa la trapacera un nuevo truco. Les refiere a los joyeros que la reina ha reflexionado y encuentra demasiado alto el precio; si los vendedores no quieren hacer una rebaja de doscientas mil libras, está decidida a devolver la joya. La ladina De la Motte cuenta con que los joyeros entrarán en negociaciones, y con ello irá pasando el tiempo. Pero se equivoca. Los joyeros, que habían fijado un precio demasiado alto, que se encuentran ya en grandes apuros, se declaran sencillamente conformes.

Bassenge compone el borrador de una carta que debe anunciar a la reina su conformidad, y Boehmer se la entrega a la reina, con la aprobación de Rohan, el 12 de julio, día en el cual María Antonieta debe recibir, en propia mano, otra joya del joyero. La carta dice de este modo: «Señora, nos encontramos en el colmo de la dicha al atrevernos a pensar que las últimas condiciones de pago que nos han sido propuestas, y a las cuales nos hemos sometido con celo y respeto, son una nueva prueba de nuestra sumisión y obediencia a las órdenes de Vuestra Majestad, y tenemos una verdadera satisfacción al pensar que la más bella joya de diamantes que existe en el mundo servirá para la más alta y mejor de todas las reinas». 

Esta carta, por su forma retorcida, es, en el primer momento, incomprensible para quien no conozca el asunto. Pero, no obstante, leyéndola atentamente y reflexionando un instante, tendría la reina que haberse preguntado, asombrada: ¿qué condiciones de pago son ésas? ¿Qué joya de diamantes? Pero es ya sabido, por cien otras ocasiones, que es raro que María Antonieta lea atentamente hasta el final ningún manuscrito o impreso; la aburre mucho; el reflexionar seriamente no fue nunca su fuerte. Además, sólo abre la carta cuando Boehmer ha sido ya licenciado. Como ella -totalmente desconocedora de los acontecimientos- no comprende el sentido de estas frases devotas y complejas, ordena a su camarera que vuelva a llamar a Boehmer para que se las explique. Pero, por desgracia, el joyero ha salido ya de palacio. Bueno; ya se sabrá lo que quiere decir ese loco de Boehmer. «Ya me lo dirá la próxima vez», piensa la reina, y al instante arroja la esquela al fuego. Esta destrucción de la carta, el que la reina no pregunte cosa alguna, produce en el primer momento -como todo en el asunto del collar- un efecto de inverosimilitud, y hasta historiadores tan sinceros como Luis Blanc han querido ver en esta rápida destrucción un sospechoso indicio, como si la reina, a pesar de todo, hubiera sabido algo ya de este turbio negocio. En realidad, esta quema veloz no tiene nada de extraño en una mujer que durante toda su vida ha destruido inmediatamente cada uno de los escritos dirigidos a ella, por miedo a su propia negligencia y al espionaje de la corte; En resumidas cuentas, lo que en general era un acto prudente, fue en este caso una imprudencia. 

Numerosas casualidades tuvieron, por tanto, que darse juntas para que el engaño no fuera descubierto antes. Pero ahora de nada sirven ya todas las prestidigitaciones; se acerca el 1° de agosto y Boehmer quiere su dinero. La De La Motte ensaya todavía un último medio defensivo: descubre repentinamente su juego ante los joyeros, y les declara cínicamente: «Han sido ustedes engañados. El escrito de garantía que posee el cardenal lleva una firma falsa. Pero el príncipe es rico y puede pagar». Con ello espera desviar el golpe; confía en que los joyeros -y en realidad de un modo completamente lógico- se precipitarán ahora enojados ante el cardenal, le informarán de todo, y él, por temor a quedar para siempre en ridículo delante de toda la corte y de la sociedad entera, se callará la boca, avergonzado, y preferirá soltar un millón seiscientas mil libras. Pero Boehmer y Bassenge no piensan como lógicos ni como psicólogos, y únicamente tiemblan por su dinero. No quieren tener nada que ver con el cardenal, cargado de deudas. La reina, la cual creen ambos, que está mezclada en el asunto, ya que ha silenciado su carta, representa para ellos un deudor mucho más solvente que aquel fanfarrón cardenal. Y además, en el peor de los casos, en lo cual se equivocan nuevamente, la reina posee el collar, la preciosa prenda. 

Se ha llegado ahora a un punto donde el embrollo no puede ya dar más de sí. Y con un solo ruidoso empujón, a esta torre de Babel de embustes y de recíprocos engaños se viene abajo fragorosamente cuando Boehmer acude a Versalles y solicitar audiencia de la reina. Al cabo de un minuto saben los joyeros y sabe la reina que hay ignominiosas mentiras en el asunto; pero quién es el auténtico impostor debe mostrarlo el proceso.

domingo, 16 de agosto de 2015

La despedida de su hija ha apenado a María Teresa. Durante muchos años y años, esta envejecida y fatigada dama ha aspirado, como la más alta dicha, a este casamiento, que acrece el poder de la Casa de Habsburgo, y, no obstante, en el último momento, le inspira cuidados el destino que ella misma ha decidido para su hija. Si se consideran con atención sus camas y su vida, hay que reconocer que esta soberana trágica, el único gran monarca de la Casa de Austria, hacía mucho tiempo que llevaba la corona sólo como una carga.

María Teresa, viuda, en 1773, por Anton von Maron. Este fue el último retrato de Estado de la emperatriz.
Con fatiga infinita, por medio de continuas guerras contra Prusia y los turcos, contra Oriente y Occidente, ha logrado afirmar como una unidad el Imperio, formado por sucesivas alianzas de pueblos y, en cierto sentido, artificial; pero precisamente ahora, cuando parece consolidado en lo exterior, siente decaer sus ánimos la fundadora. Un extraño presentimiento aflige a esta digna señora: aquel Imperio, al cual ha entregado ella toda su fuerza y toda su pasión, se arruinará y deshará en manos de sus descendientes; sabe bien, como política sagaz y casi profética, lo poco sólida que es esta mezcla de naciones enlazadas por la casualidad y que su existencia sólo puede ser prolongada a fuerza de precauciones, de prudencia y cauta pasividad. 

Pero ¿quién ha de continuar lo comenzado por ella con tanto cuidado? Profundos desengaños que sus hijos le han dado han suscitado en ella el espíritu de Casandra; en todos ellos falta lo que constituyó la fuerza más originariamente personal del ser de su madre: la gran paciencia, el lento y seguro planear y perseverar, el saber renunciar y el prudente limitarse a sí mismo. Pero, de la sangre lorena de su marido, debe haberse infundido una ardiente ola de inquietud en las venas de los hijos; todos están dispuestos a destruir posibilidades incalculables por el placer de un instante; una casta poco seria y descreída que sólo se esfuerza por triunfos pasajeros.

Su hijo y corregente José II adula, con la impaciencia de un príncipe heredero, a Federico el Grande, el cual, durante toda la vida ha perseguido y vejado a María Teresa, y corteja a Voltaire, a quien ella, como católica piadosa, odia como al Anticristo. Su otra hija, destinada también por ella a sentarse en un trono, la archiduquesa María Amalia, apenas casada en Parma, escandaliza a toda Europa con la ligereza de sus costumbres: al cabo de dos meses de matrimonio dilapida las finanzas, desorganiza el país, se divierte con amantes. Y también la otra, la de Nápoles, Maria Carolina,le hace poco honor;rodeada de una camarilla que apostaba fuerte en cuestiones políticas, llevo al país a una guerra civil. ninguna muestra seriedad ni severidad moral. Y la inmensa obra de abnegación y sacrificio por la cual la gran emperatriz había renunciado implacablemente a toda su vida personal y privada, a toda alegría, a todo placer fácil, se le presenta como ejecutada sin sentido. 

la familia imperial alrededor de Marie Teresa, Maria Cristina y su esposo Alberto de sajonia, Maximiliano, Maria Ana, Maria Elisabeth y jose II. cuadro de Heinrich  Füger (1776)
Lo que preferiría sería refugiarse en un convento, y sólo el temor, inspirado en un justo presentimiento, de que su aturdido hijo destrozará inmediatamente con irreflexivos experimentos todo lo que ha edificado ella, conserva firmemente el cetro en poder de la antigua luchadora, cuyas manos, desde hace ya mucho tiempo, están fatigadas de sostenerlo.

Tampoco se hace ninguna ilusión aquella gran conocedora de caracteres acerca de su hija tardía María Antonieta; sabe las buenas cualidades de su hija más joven -su gran bondad y cordialidad, su puro y alegre buen sentido, su natural humano y sincero-, pero conoce sus peligros: su falta de madurez, su aturdimiento, su ligereza, su inconsecuencia.En medio del júbilo universal por el triunfo de su hija, la anciana señora va a la iglesia y suplica a Dios que aleje el daño que ella sola, entre todos, presiente.

domingo, 9 de agosto de 2015

EL PABELLON CHINO EN TRIANON!


Mientras tanto la reina tenía una nueva pasión. El gusto no solo por los jardines chinos sino por todo lo relacionado con esta cultura oriental. Impresionada por las ferias realizadas en Marly en el mes de abril de 1775, quería tener en su amado Trianon un conjunto de anillos chino como el de Monceau. Al final del año se hicieron los bosquejos y los primeros días de 1776, un modelo en relieve en la escala de cuatro pulgadas por seis pies, se presentó a María Antonieta.


El juego en Monceau algo parecido a lo que conocemos hoy como un carrusel, estaba formado por un gran parasol de rotación en una plataforma. Dos quimeras enjaezados eran hombres quienes sostenían la gran sombrilla donde cuelgan faroles, todo al estilo chino. Al imitar este juego en Trianon, se embelleció y amplifico con un gusto sencillo y al ves costoso!.

No se encuentra ninguna representación figurativa del juego de anillos en Trianon. De hecho, existen, en el caso de edificios, un boceto a lápiz en un pedazo de papel, probablemente por Mique, durante una conversación con el señor de Angiviller, dibujo que me pareció en el primer término la primera idea del arquitecto. Representa una torre de dos pisos en torno perforada en una plataforma que se mueve.

Sin embargo, ni el dibujo ni el bosquejo están de acuerdo con las indicaciones que nos quedan de las presentaciones de artistas que trabajaron en el pabellón.


“Se excavo un pozo cerca de la esquina noroeste del castillo, la planta baja, una plataforma que gira alrededor de un mástil coronado con una sombrilla. Este mástil fue apoyado por un grupo de tres hombres chinos, cuyo cuerpo hueco y las manos cubiertas con plomo, proporcionaron la fuerza de la construcción. En la parte superior de la sombrilla, se volvió una veleta adornada con dos dragones de oro. Cuatro dragones con cuernos de cobre eran los asientos de los hombres y pavos reales los de las mujeres. Sombreros chinos sonaban sus campanas cuando el mecanismo se movía”.

Todas estas esculturas fueron diseñados con roble de los Vosgos y Holanda, tallados por Bocciardi. Se complementó con una galería al aire libre con pilastras en el gusto chino, la obra se completó en agosto de 1776.

El juego de anillos en Trianon según la Marie Antoinette de 1956 protagonizada por Michele Morgan.

domingo, 26 de julio de 2015

MONUMENTO AL LEON HERIDO DE LUCERNA (SUIZA)


Esta estatua masiva en Lucerna, Suiza, fue erigida para conmemorar la masacre de la Guardia Suiza, mientras defendían  las Tullerías de la masa revolucionaria el 10 de agosto  de 1792 durante la Revolución Francesa. La lucha comenzó cuando 5 miembros de la Guardia Suiza fueron asesinados ante su capitán, pero la Guardia Suiza logró contener el asalto. Mientras tanto el rey se refugió en la Asamblea Legislativa, donde fue obligado a pedir a la Guardia Suiza que se retirase y volviese a sus cuarteles. El capitán Dürler, que había visto como asesinaban a sus cinco guardias le pidió al rey una orden por escrito (que ha sobrevivido). Cuando el rey se la facilitó, acató la orden y al salir del palacio, indefensos, fueron masacrados sin piedad por los revolucionarios y sus cabezas fueron puestas en picas en las calles de la ciudad. De los 1.000 miembros de la Guardia Suiza que defendían al rey, sólo sobrevivieron unos 300.

La obra está situada en una roca de arenisca de la misma ciudad de Lucerna, que durante años fue explotada como cantera para construir la ciudad. No se trata de una obra de tamaño natural, ya que está realizada al doble del tamaño de un león real. Mide 6 metros de altura y 10 metros de largo. La obra representa a un león caído, herido de muerte y con el dolor clavado en el rostro, sobre un escudo con la flor de lis de la Monarquía francesa y junto a él hay un escudo con el emblema de Suiza.


La iniciativa de crear el monumento fue tomada por Karl von Pfyffer Altishofen, un oficial de la Guardia que habían estado de vacaciones en Lucerna, en el momento de la lucha. Comenzó a reunir dinero en 1818 para la creación de un monumento en honor de la Guardia Suiza, ya que esta masacre causó una gran consternación en Suiza. Esta escultura maestra es la obra de Bertel Thorvaldsen y se completó entre 1819 y 1821.

El escritor estadounidense Mark Twain  elogió la escultura del león como "El trozo de piedra más triste, conmovedor y contundente del mundo"

lunes, 20 de julio de 2015

EL EXILIO AL DUQUE DE AIGUILLON (1775)

Emmanuel-Amand de Vignerot du Plessis-Richelieu, duc d'Aiguillon - Musée des Beaux-Arts d'Agen
En la primavera de 1774, la reina tenía todas las razones para estar satisfecha, porque el rey había enviado a madame Du Barry a  la abadía de Pont-Aux-Dames. María Antonieta sintió la dulce venganza por la favorita odiada. Queda por deshacerse de su otro enemigo, el duque de Aiguillon. ¿No es el ex canciller, el instigador de folletistas y sátiras difundidas diariamente contra la reina? ¿Aquel que mando al destierro a su amado Choiseuil? ¿Además protegido de la Du Barry? Por tanto hay que sacar a este hombre maquiavélico de la corte, fuera para siempre.

Según el Conde Mercy: “mis búsquedas y observaciones muy atentas he adquirido diariamente varias pistas que el autor principal de todas las pequeñas intrigas contra la reina son conspiradas por el duque de Aiguillon”.

Cuando la duquesa de Aiguillon vino a la Muette para conquistar a la reina, está la recibió muy fríamente. A pesar de que era él sobrino de Maurepas, el ministro considero que el viento soplo en él esta vez en la desgracia. Sin sentir una aversión a Aiguillon, Luis XVI tampoco lo estimaba mucho. La gestión de asuntos exteriores y de guerra careció de brillo, tenía una reputación deplorable, fue acusado de borrar a Francia en el momento de la partición de Polonia. Tenía en su contra a los amigos de Choiseuil, a quien había enviado al destierro, los simpatizantes y amigos parlamentarios lo designan como el genio del mal de los jesuitas.

La opinión pública condenó el ministerio a la condenación general, uniendo en la misma reprobación todo lo que procedía del difunto rey. Sin embargo, la decisión de despedir a este hombre odiado solo puede provenir del rey, y solo de él. Pero Luis XVI no parece tener prisa por decidir. Maurepas le había aconsejado que no se precipitara en su decisión, pero empezaba a impacientarse. El rey consintió en examinar con él el caso del duque de Aiguillon. “Debo responder a su confianza sin tener parientes, ni amigos, ni enemigos”, anunció desde el principio el anciano ministro, que sabía que la situación de su sobrino era muy delicada.

En tales razones graves se añadió el odio de la reina hacia el ex protegido de Du Barry. Desde la muerte de Luis XV, Maria Antonieta estaba constantemente acosando a su marido para obtener el exilio de un ministro que inspiro su “verdadero horror” en las mismas palabras de Mercy. Sin profesar ideas particularmente ilustradas, sin talentos excepcionales, el duque de Aiguillon aparecía como un administrador serio y honesto. Maurepas lo defendió débilmente. “Ya sé -dijo el Rey golpeando la mesa- que lo hace bien, y eso es lo que me fastidia... ¡pero la puerta por la que entró! y los problemas que ha causado su odio!” Maurepas no quería molestar a su amo. Prefería colocar en Asuntos Exteriores y Guerra a un hombre que le estuviera agradecido.

Por lo tanto, Luis XVI decidió destituir al duque. Para no ofender la susceptibilidad de su sobrino, Maurepas probablemente le aconsejó que renunciara. El 2 de junio, el duque de Aiguillon dimitió de sus funciones de ministro. El rey no lo exilió, como era la costumbre. Mantuvo, además, su puesto de capitán de caballería ligera y recibió un regalo de 50.000 libras, regalo hábilmente propuesto por Maurepas que no quería ser víctima del odio de su sobrino. Había logrado convencerlo de que él mismo disfrutaba de poco crédito con el rey: "Ni siquiera el señor de Maurepas es más escuchado que los demás", confió Aiguillon a Moreau. d'Aiguillon fue enviado sólo hasta su propiedad en Veuvret en Tourraine (Valle del Loira).

“Este odio tuvo dos razones… la más baja fue la distancia que había dejado con la casa de Austria y contra el pacto de la misma –añade el abate de Veri- lo peor fue en las locuras diarias con madame Du Barry contra la delfina y la familia real… este patrón podría ser que la reina actuó apresuradamente contra el señor de Aiguillon que fue apartado por el propio rey e incluso despreciado por su tío, el señor de Maurepas”.

Maria Theresa y Mercy estaban horrorizados por la intervención de María Antonieta: d'Aiguillon había deplorado pero permitido la partición del aliado tradicional de Francia, Polonia, aunque se puede argumentar que Luis, sin la incitación de Maria Antonieta, ya había decidido despedirlo por esta razón. Maria Theresa estaba igualmente sorprendida de que a su hija solo le importara la venganza y no se interesara en influir en el nombramiento de los reemplazos de d'Aiguillon. María Antonieta debería haberse esforzado más, ya que el sucesor de d'Aiguillon, el conde de Vergennes, se convertiría en un obstáculo implacable para las ambiciones territoriales de su hermano José y se encontraría berreando al ministro como una pescadera.

María Antonieta, sin embargo, no había terminado con d'Aiguillon. este ministro había denunciado la corrupción del embajador de Guines a quien María Antonieta protegía. Un proceso la había puesto delante de dos hombres, Guines afirma que todo fue pura calumnia y acuso a Aiguillon de su ruina. 

El 20 de abril, se quejó largamente a su esposo, exigiendo que el rey lo enviara de regreso a sus tierras con la prohibición de reaparecer en la corte. Impresionado por la ira de su esposa, movido por las lágrimas que pronto la siguieron, el rey creyó su deber señalarle que le era imposible ceder por el momento a sus puntos de vista, ya que el duque de Aiguillon se vio obligado a quedarse  en París para el juicio que lo enfrentó al conde de Guines. sin embargo ella sigue insistiendo: –“he hablado con el rey, ella anuncia a Besenval, creo que él lo arreglara todo”-.

Besenval aconsejó a María Antonieta que la proximidad de Veuvret “facilitaría que d'Aiguillon mantuviera su facción. . . y quedar tan formidable como si estuviera en París”; pero si lo enviaban a su asiento en d'Aiguillon en el suroeste, "le sería imposible continuar con sus intrigas cuyo hilo, una vez roto, no podría repararse fácilmente". María Antonieta estaba convencida de que d'Aiguillon estaba detrás de la avalancha de panfletos difamatorios sobre su vida supuestamente hedonista, que ya circulaban por la corte y la capital.

Según Mercy, el astuto Besenval utilizo su habilidad para manipular a la reina para darle la protección a Guines como un medio de venganza contra Aiguillon. Por tanto, el rey intenta paralizar nuevamente la situación. María Antonieta está furiosa y cuando el duque de Aiguillon viaja para tomar los pedidos del examen anual de la casa del rey, donde esta él a la cabeza, ella duramente lo ataca con estas palabras:

-¿mis pedidos? ¿Porque no vas a soltárselos a Du Barry?

María Antonieta saborea la afrenta que acaba de ser infligida a su antiguo enemigo, el duque de Aiguillon. El 30 de mayo, durante la revisión de la Maison du Roi, en el Trou d'Enfer, bajó repentinamente la persiana de su carruaje cuando él se acercó a ella para saludarla. pero eso no fue suficiente, en Marly, en el desfile de la caballería comandada por Aiguillon, la reina no disimula y se retira de su palco tan pronto como pasa el ministro en su caballo.

Esa noche ella quiere que el rey envié al exilio al amigo de la “criatura”. “me impaciencia en mi cabeza cuando veo ese hombre!” Luis solo suspira en las exigencias de su esposa.

Maurepas quedó sorprendido por el rigor con el que trataban a su sobrino. "La medida está plena - le dijo la reina- El jarrón debe volcarse" - "Pero, señora, me parece que si el rey va a hacer daño a alguien, ese daño no debe venir a través de usted" - "Puede que tenga razón, señor, y tengo intención de no volver a hacerlo en absoluto. Pero quiero hacer este" - "¿Puedo decir, señora, que ésta es la voluntad de VM porque me parece que el rey es más indiferente?"  - "Puedes publicarlo, estoy de acuerdo. Me hago cargo de todo".  Maurepas, que gozaba sin embargo de la total confianza del joven soberano, sintió que también para él soplaba el viento del exilio. La implacabilidad de este niño mimado y sin la más mínima experiencia podría llevarlo a creerlo todo.

La noticia había circulado por Versalles incluso antes de que se dictara la orden de exilio al duque de Aiguillon. La reina había difundido personalmente el rumor, estaba exultante.

El 2 de junio, el Châtelet exoneró al conde de Guines por siete votos contra seis, un triunfo muy modesto que dejó muy desdichado al embajador, a pesar del alboroto de sus partidarios. Además  de ser nombrado duque (la reina estaba detrás del velo altamente transparente), sin embargo, quiere castigar a Aiguillon por atreverse a perseguir a su “amigo”. Finalmente Luis XVI lo destituyo como coronel de la caballería ligera, Se dice que el rey no lo miraría a los ojos y la reina que estaba presente; dicen que le sacó la lengua. Finalmente, María Antonieta obtuvo de su marido el destierro del duque de Aiguillon en sus tierras de Agenais (a doscientas leguas de Versalles, la construcción en ruinas y casi sin muebles) y, suprema vejación, la prohibición de presentarse a las ceremonias de la coronación.

Ella le escribió al conde Rosenberg, un amigo de la infancia:

“Esta partida (de d'Aiguillon) es obra mía. La copa estaba rebosante; este hombre malvado estaba realizando todo tipo de espionaje y difundiendo calumnias. Había tratado de desafiar mi ira más de una vez en el asunto de Guines. Tan pronto como se dictó sentencia en el caso, le pedí al rey que lo despidiera. Es verdad que no he querido emplear lettre de cachet pero nada se ha perdido ya que en lugar de quedarse en la Tourraine, como él quería, se le ha dicho que prosiga su viaje hasta Aiguillon, que está en Gascuña”

D'Aiguillon no era popular, pero la forma en que lo habían llevado por todo el país para satisfacer la venganza de María Antonieta provocó protestas. Besenval señala que “oímos hablar de nada más que tiranía, justicia dura, libertad del ciudadano y legalidad “. Maurepas agasajó con ostentación a d'Aiguillon en su finca de Pontchartrain, camino del exilio interior: la insolencia más tonta que tenía a su alcance. Jose también la reprendió: “¡A qué juegas, exiliando a un ministro a sus propiedades!”. 

domingo, 28 de junio de 2015

EL DUQUE DE FITZ-JAMES ES NOMBRADO MARISCAL DE FRANCIA

En abril de 1775, la brigada comandada por el astuto barón de Besenval empuja a la reina para pedir el título de mariscal para el duque de Fitz-James. María Antonieta que estima a la duquesa, va a exponérselo al rey y este acepta. El ministro de guerra queda estupefacto: “que merito ha recibido el señor de Fitz-james!”. Luis XVI intenta volver sobre la promesa, pero la reina ha advertido ya al nuevo mariscal, esperando en la antesala para la presentación de sus gracias. No se puede retroceder.


El señor  Jacques-Charles, duque de Fitz-James (1743-1805), que estaba en parís, se apresuró a correr a Versalles, y se acercó al ministro de guerra, el conde de Muy para presentar sus acciones de gracias. El ministro escucha con sorpresa, y él –responde felicitarlo por haber sido nombrado mariscal de Francia, pero, al mismo tiempo es  la primera noticia que recibe-. Asombrado se dirige al rey diciéndole: “me entero que vuestra majestad ha nombrado al duque de Fitz-James mariscal de Francia; una eminente dignidad no se puede conceder porque de la antigüedad de servicio o acciones brillantes, y no creo que el señor Fitz-James ha citado ninguna de estas cualidades”.

-Luis XVI  escucho con atención- bueno, el señor de Fitz-James no será mariscal de Francia.

-el conde de Maurapeas, que durante su discurso se sintió avergonzado, al hablar de este asunto dijo: pero su majestad prometió.

-no importa, tengo que dar a conocer mi voluntad, dijo Luis XVI, y paso a otro asunto, la junta estaba asombrada. El señor de Fitz-James esperaba en la antesala, sin embargo, el tiempo paso y el rey no apareció. El consejo termino y los ministros se retiraron, entonces el duque se dirigió al conde  Maurapeas  para saber lo sucedido.

Pero el partido quería demostrar su influencia en la reina. Estimulada por su parte, accedió a apoyarlo y María Antonieta se dirige enfurecido al ministro para pedirle explicaciones:

-pero majestad –respondió amargamente el ministro- el nombramiento del duque era una injusticia manifiesta, muchos señores merecen algo mejor que él, y habría sido faltar a hombres estimables.

-darles lo que tienen derecho de exigir y nadie se quejara –respondió la reina- confió en el señor Fitz-James y doy mi consentimiento.

Pero María Antonieta no quedaría satisfecha, se dirigió al rey para hablar sobre este asunto y Luis XVI doblega su voluntad tan pronto como su mujer exige algo de él.

El rey confundido, declaro seguir con la promesa que ya antes le había hecho. El gran clamor alrededor de la reina cuando supieron el resultado de esta reunión, para calmar su derrota el rey mando llamar a otros siete hombres que no habían tenido rango alguno como el señor Fitz-James. Pero el público en parís se sorprendió de la influencia de la reina sobre su marido y el justificar el mérito de los otros elegidos. Se hicieron canciones satíricas sobre los nuevos mariscales y folletos impresos en comparación con los siete pecados capitales.


Finalmente el duque de Fitz-James recibió el bastón de mariscal de Francia, un triunfo tanto para él como la evidente influencia de la reina sobre el soberano de Francia. Los otros seis mariscales nombrados fueron el señor de Harcourt, de Dumuy, de Noailles, de Nicolay, de Mouchy y de Duras.

lunes, 15 de junio de 2015

EL COSTOSO PALACIO DE SAINT-CLOUD


La futura ampliación de su familia fue la motivación detrás del deseo de María Antonieta para adquirir una nueva propiedad en el otoño de 1784, saint-cloud, hasta entonces propiedad de la familia de Orleans, fue el palacio en cuestión. Con tres hijos, la Muette sería demasiado pequeña en el verano. Saint-cloud seria “una interesante adquisición para mis hijos y para mi”; ella también tenía que pensar en el futuro de los niños más pequeños, en comparación con las perspectivas a la espera del pequeño delfín deslumbrante. Además de ser una propiedad personal, todo esto parecía bastante razonable, al menos desde el punto de vista de la reina.

El precio de 6.000.000 libras fue alto, pero podría ser cubierto por otras ventas, como el castillo de la Trompette en burdeos. Naturalmente, el emperador José saludo con entusiasmo “esta nueva muestra de ternura” por parte del rey, ya que reforzaría la posición de su hermana.

representación de St. Cloud atribuido a Jean-Baptiste Mallet. Este es un gouache que representa el parque de Saint-Cloud en 1782.
Lamentablemente hubo otros intereses en el trabajo más allá de la preocupación materna. La idea de adquirir saint-cloud como una propiedad personal fue probablemente la inspiración de la casa real nombrado en noviembre de 1783, el barón de Breteuil, que lo veían como “el anillo en el dedo de la reina”.

La brecha de manipulación de Breteuil en la venta de saint-cloud en contra de la contraloría de finanzas, el señor de Calonne, María Antonieta nunca le gusto este último, a pesar de ser parte del conjunto polignac. Su reacia negativa a la adquisición de saint-cloud estaba en la superficie  una repulsión predecible contra el gasto. Este palacio provoco una oleada de impopularidad con la decisión imprudente para ser una propiedad personal. No había ninguna tradición de este tipo de regalos a una reina consorte francesa y saint-cloud no era una “casa de placer” apartada como el trianon. Fue, de hecho, lo sufrientemente cerca de parís para que todos tomen nota del comando desconocido “por orden de la reina”. Hubo protestas en cartas patentes del regalo del rey fueron registradas en el parlamento de parís. Uno de los miembros de la cámara grito que era "políticamente incorrecto e inmoral un palacio perteneciente a la reina".

Cualquiera que fuera la hostilidad por la posesión, saint-cloud proporciono a María Antonieta con una nueva oportunidad de disfrutar su amor ardiente por la decoración de interiores, la reina mostro discernimiento en lo que ella escogió y comisiono. De hecho, el elegante espíritu de maría Antonieta es quizás mejor representado por esas exquisitas piezas de su mobiliario que sobreviven hoy para apreciarlas.

festin celebrado en los jardines del saint-cloud en 1786.
58 piezas era de madera con incrustaciones de laca y adornadas con bronce dorado, a menudo con motivos de flores o niños jugando. Los diseñadores, tales como el ebanista Jean Henri Riesener que hizo más de 700 piezas de la colección real en general. La reina tenía una debilidad por los muebles con dispositivos mecánicos, David Roentgen de Neuwied, diseño una hermosa mesa de escribir coronada por la figura realista de una señora tocando un pequeño cavicornio. Sillas doradas y cómodas marquetería con monturas de bronce dorado en el sabor más rico Luis XVI estaban siendo entregadas a Saint-Cloud derecho a los primeros días de la Revolución Francesa. En 1790, Saint-Cloud fue el escenario de la famosa entrevista entre María Antonieta y Mirabeau.

lunes, 8 de junio de 2015

EL TEATRO DE LA REINA MARIE ANTOINETTE EN TRIANON


María Antonieta tenía un gusto por el teatro, una de las pasiones de la alta sociedad francesa, como todos los adolescentes de su tiempo. La opera de Versalles era un teatro de corte donde se jugaron en ocasiones tragedias solemnes; por el contrario, el “teatro privado”, tal como existía en muchas casas de campo, fue más bien la intención de familiares y amigos, que le apostaron a la comedia intima. En abril de 1775, la reina ordeno la construcción de una galería en el gran Trianon, un teatro temporal, con un vestíbulo, una sala semicircular. Pero la reina no estaba satisfecha con esta instalación y pidió a la primavera siguiente, la transferencia de chasis para el invernadero del Petit Trianon. El 23 de julio de 1776 dieron una presentación, a la que asistieron el rey, sus dos hermanos, la condesa de Provenza y las tres tías.

Pero esta breve instalación carecía de maquinaria o escenas que apresuradamente se erigían en el parque cuando era necesario. En 1777, María Antonieta dio la orden a Richard Mique para proponer un proyecto inspirado en la pequeña sala teatral del castillo de Choisy construido por Gabriel y fue rápidamente adoptado; el trabajo comenzó en junio de 1778. Se utilizo el sitio de un antiguo invernadero del jardín botánico de Luis XV, a pocos metros al este de la casa de las fieras. Destinado a ser oculto por los tilos y los setos del jardín ingles y el jardín alpino, la construcción de si mismo con un volumen rectangular sencilla montada en piedra de molino sin ninguna decoración exterior, con tejado de pizarra.

Sin embargo la entrada fue enmarcada por dos columnas jónicas que llevan un frontón triangular decorado con Tímpano, un genio de Apolo. El callejón se había erigido un marco enrejado cubierto de lino crudo, que conecta el teatro con el castillo, para protegerse de la intemperie y sobre todo del sol, y mantener su “complexión de sencillez”.

Anteriormente el escultor José Deschamps, propuso integrar en el frontón los atributos de los cuatro poemas liricos, heroicos, trágicos y cómicos. Pero ellos prefirieron un niño coronado por un laurel y la celebración de una lira, que se esculpió en piedra conflans. Los emblemas de la comedia y la tragedia, sin embargo, se añaden a los dos lados.


El interior, en cambio, estaba ricamente decorado, al menos en apariencia, porque las esculturas fueron hechas en cartón y yeso con líneas en alambre y pinturas en trampantojo. De hecho la reina había prometido que el gasto seria mínimo y el rey no había dudado en utilizar su casete personal, probablemente con el fin de contribuir a los gastos en cortinas y muebles de madera. La construcción costó 141.200 libras. El telón del proscenio, único lujo decorativo, de color azul con flecos de oro. El maquinista Pierre Boullet fue el encargado de la maquinaria del escenario.

La primera actuación se dio en el escenario del teatro de la reina el 1 de junio de 1780 y la inauguración solemne tuvo lugar el 1 de agosto del año siguiente.

La entrada del teatro es a través de un portal de medio punto que da opuesto en dos habitaciones contiguas, y a la derecha, a los pisos superiores. La primera habitación, la chimenea, octagonal, se abre el auditorio por una cerradura de doble puerta equipada y decorada con relieves que representan a las musas, obra de Deschamps.


La habitación, oval, se cuelga con moaré y terciopelo azul, así como los apoyos y los asientos. Originalmente, la iluminación de la rampa está asegurada por medio de ochenta velas reflejadas por un cobre plateado. Durante las actuaciones, la sala toma su iluminación, equivalente tradicionalmente la de la escena, muchas lámparas de aceite dispuestas en cajas de estaño en las cornisas.

El foso de la orquesta puede sostener unos cuarenta músicos y la sala es de unos doscientos asientos. El balcón es apoyado por las consolas conformadas en piel de león y la segunda galería está decorada con un friso de acanto.

El techo pintado original de Jean-Jacques Lagrenée representa a Apolo en las nubes acompañado por gracias y musas, en torno al cual el aleteo de cupidos sosteniendo antorchas.


El teatro está lleno de esculturas, como hemos dicho por razones de economía hechas de cartón, sazonadas con medallas de oro amarillo y verde. los paneles están pintados a imitación de mármol blanco veteado. Se perfora el arco con niños sosteniendo guirnaldas de flores y frutas. En cada esquina una escultura de dos mujeres que sostienen un candelabro con un elegante gesto y llevan un gran cono cubierto con soles, rosas, lirios y las llamas de las velas. El telón, de color azul, con el apoyo de dos bustos de mujeres. El arco frontal incluye dos bueyes y entre ellos, el emblema de la reina sostenido por dos musas.


Se adjunta a la fachada occidental del teatro, un pequeño edificio de una sola planta para albergar a los músicos y artistas detrás del escenario. Por encima del vestíbulo un pequeño apartamento de Richard Mique. Presentado por María Antonieta, fue el arquitecto de honor y una muestra de su indudable talento y sobre todo, un testimonio de su docilidad a los caprichos de la reina.

domingo, 17 de mayo de 2015

EL DUELO DEL CONDE ARTOIS (1778)

Durante el carnaval de 1778 el conde Artois despedido por la ligereza de sus costumbres provoco un duelo de espadas con el duque de Borbón, en el centro de este evento se vieron involucradas dos mujeres.

El conde Artois - cuadro de Henri Pierre Danloux.
En este tiempo el conde Artois se había convertido en amante de madame Canillac y esta a su vez ya había tintineado en el lecho del duque de Borbón. Según el barón de Besenval: “la señora de Canillac, en su primera juventud, era pequeña, tenía un muy buen cutis, características agradables, excepto la nariz, las fosas nasales eran demasiados abiertas y de la boca que era desagradable, pero en general, fue una mujer bonita, cuya frescura desvaneció los defectos... El duque de Borbón pronto la convirtió en su amante, la duquesa se dio cuenta pero en lugar de utilizar o retener el papel de una mujer abandonada o medios suaves para atraer a su esposo, ella dio paso a las etapas de brillo que produjeron las cosas hasta el punto que la señora Canillac se vio obligada a retirarse”.

Bajo estas disposiciones en el baile de la ópera, el conde Artois, que dio su brazo a madame de Canillac, ambos enmascarados hasta los dientes. Se aferró a sus pasos y permitieron la libertad de la danza en el permiso del disfraz. Madame Canillac señalo a su amante a la duquesa que también se encontraba en la ópera y le pidió que fuera desagradable con ella, en una especie de venganza.

El conde Artois se dirigió a ella en la más insultante manera. La duquesa no pudo contener su ira, le arranco las cuerdas de la máscara y él igualmente furioso rompió la máscara que ocultaba el rostro de la dama.

Según los relatos de Alexander Dumas: "Una noche, en el baile de máscaras de la ópera, el conde de Artois dio su brazo a una mujer encantadora, un poco de luz al igual que las damas de la época. Se llamaba la señora de Canillac. Primero dama de honor de la señora de Borbón, algunos de unión, el ruido fue hasta el escándalo la obligó a salir de la casa de la princesa. Esa noche, la señora de Canillac cenó con el conde de Artois y este, en un momento de entusiasmo por los bellos ojos de la señora de Canillac, como Champagne hizo aún más chispeante la noche, el conde de Artois, protegido a sí mismo bajo la máscara, había prometido a su hermosa invitada vengar las declaraciones equivocadas hechas en su contra por la señora duquesa de Borbón: la oportunidad de cumplir su palabra pronto se presentó. Apenas entrado al baile, Su Alteza reconoció la señora de Borbón en un brazo de la máscara; se fue directo a ella, y abordar el caballero que le acompañaba, que trataba la princesa casi como si ella era una hija de alegría. Mientras la señora de Borbón, furioso y con ganas de saber lo que era la máscara que tuvo la audacia de atacar a ella, la señora de Borbón arrancó la máscara y reconoció al conde Artois”.

La duquesa tuvo la prudencia de no decir nada, se olvidó del insulto y todo lo relacionado con ello. El duque de Borbón no estaba satisfecho con las disculpas del conteo realizado en presencia del rey y la familia real, por lo que reto a un duelo de caballeros al conde Artois en el Bois Boulogne para defender el honor de su esposa.

El príncipe de Conde pidió la intervención del rey. Su majestad envió a ambas partes a su gabinete y como cabeza de la familia, les aconsejo pedirse disculpas y ser amigos, olvidando la ofensa. Ellos se reconciliaron al parecer, pero ni el duque ni la duquesa de Borbón estaban satisfechos. El duque no podía impugnar directamente al hermano del rey, pero no pudo ocultar su resentimiento, como descendiente de Enrique IV expresó su deseo de batirse en un duelo.


Orquestado por el padre de este, el príncipe de Conde, la reunión se llevó a cabo el 16 de marzo en el Bois Boulogne. El conde Artois rasgo el brazo de su oponente, por esta “primera sangre” el duelo fue detenido. El duque de Borbón y el príncipe Conde dieron las gracias al conde Artois por haberles hecho el honor de cruzar la espada con un príncipe de su casa. Los príncipes se abrazaron, convencidos de que cada uno había cumplido con su deber.

Según el barón de Besenval: “Tan pronto como entraron en el bosque, donde estaban unos veinte pasos; El conde de Artois tomó su espada en la mano; el duque de Borbón imitado. En él, cada uno tomó su espada desnuda bajo el brazo, y los príncipes se apartaron un lado de la otra, haciendo juntos. Todo el mundo se puso de pie en la puerta de madera, excepto el caballero de Crussol, que acompañaron a Su Alteza Real y el Sr. Vibraye, que había seguido los Borbones.

Al llegar a la pared, Sr. Vibraye que representaban a los dos campeones había mantenido sus espuelas, que puede afectar negativamente a ellos.

- Está bien, dijo a los príncipes.


Sr. Crussol tomó las del Conde de Artois; Sr. Vibraye elimina las del duque de Borbón. Este pensamiento caro al principio porque, levantándose, tomó bajo el ojo en la punta de la espada que el duque de Borbón aún bajo el brazo; un poco más arriba, se perforó el ojo.

El espolón eliminado, el duque de Borbón pidió permiso al señor conde de Artois a quitarse el abrigo, con el pretexto de que le molestaba. El conde de Artois echó; y el pecho descubrimiento, comenzaron a pelear. De repente el color montada en la cara de Su Alteza Real; ganó la impaciencia; redobló, y apretó lo suficiente el duque de Borbón para hacerle romper la medida. En ese momento, el duque de Borbón se tambaleó; la punta de la espada del conde de Artois le pasó bajo el brazo; De Crussol y el Sr. Vibraye convencido de que el duque estaba lesionado, se adelantó para instar a los príncipes de suspender”.


En cuanto al rey, la práctica del duelo estaba prohibido, por lo que condeno a los delincuentes al exilio de unos días: al conde Artois lo envió a pagar su penitencia a Choisy y el duque de Borbón a Chantilly.