En abril de 1775, la brigada comandada por el astuto barón
de Besenval empuja a la reina para pedir el título de mariscal para el duque de
Fitz-James. María Antonieta que estima a la duquesa, va a exponérselo al rey y
este acepta. El ministro de guerra queda estupefacto: “que merito ha recibido
el señor de Fitz-james!”. Luis XVI intenta volver sobre la promesa, pero la
reina ha advertido ya al nuevo mariscal, esperando en la antesala para la
presentación de sus gracias. No se puede retroceder.
El señor Jacques-Charles, duque de Fitz-James
(1743-1805), que estaba en parís, se apresuró a correr a Versalles, y se acercó
al ministro de guerra, el conde de Muy para presentar sus acciones de gracias.
El ministro escucha con sorpresa, y él –responde felicitarlo por haber sido
nombrado mariscal de Francia, pero, al mismo tiempo es la primera noticia
que recibe-. Asombrado se dirige al rey diciéndole: “me entero que vuestra
majestad ha nombrado al duque de Fitz-James mariscal de Francia; una eminente
dignidad no se puede conceder porque de la antigüedad de servicio o acciones
brillantes, y no creo que el señor Fitz-James ha citado ninguna de estas
cualidades”.
-Luis XVI escucho con atención- bueno, el señor de
Fitz-James no será mariscal de Francia.
-el conde de Maurapeas, que durante su discurso se sintió
avergonzado, al hablar de este asunto dijo: pero su majestad prometió.
-no importa, tengo que dar a conocer mi voluntad, dijo Luis
XVI, y paso a otro asunto, la junta estaba asombrada. El señor de Fitz-James
esperaba en la antesala, sin embargo, el tiempo paso y el rey no apareció. El
consejo termino y los ministros se retiraron, entonces el duque se dirigió al
conde Maurapeas para saber lo sucedido.
Pero el partido quería demostrar su influencia en la reina.
Estimulada por su parte, accedió a apoyarlo y María Antonieta se dirige
enfurecido al ministro para pedirle explicaciones:
-pero majestad –respondió amargamente el ministro- el
nombramiento del duque era una injusticia manifiesta, muchos señores merecen
algo mejor que él, y habría sido faltar a hombres estimables.
-darles lo que tienen derecho de exigir y nadie se quejara
–respondió la reina- confió en el señor Fitz-James y doy mi consentimiento.
Pero María Antonieta no quedaría satisfecha, se dirigió al
rey para hablar sobre este asunto y Luis XVI doblega su voluntad tan pronto
como su mujer exige algo de él.
El rey confundido, declaro seguir con la promesa que ya
antes le había hecho. El gran clamor alrededor de la reina cuando supieron el
resultado de esta reunión, para calmar su derrota el rey mando llamar a otros
siete hombres que no habían tenido rango alguno como el señor Fitz-James. Pero
el público en parís se sorprendió de la influencia de la reina sobre su marido
y el justificar el mérito de los otros elegidos. Se hicieron canciones
satíricas sobre los nuevos mariscales y folletos impresos en comparación con
los siete pecados capitales.
Finalmente el duque de Fitz-James recibió el bastón de
mariscal de Francia, un triunfo tanto para él como la evidente influencia de la
reina sobre el soberano de Francia. Los otros seis mariscales nombrados fueron
el señor de Harcourt, de Dumuy, de Noailles, de Nicolay, de Mouchy y de Duras.
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