María Antonieta, a su manera y por otros motivos, no se
opone a la libre expresión de los libelos. Principalmente porque eligió
ignorarlos, permanecer sorda a su clamor. A la intensidad de sus gritos, a la
furia barroca que, en su propia torpeza, a veces innova, opone en lo posible una
completa indiferencia. Se lo cuenta a su madre con diversión (carta del 30
noviembre de 1775): “estamos en una epidemia de canciones satíricas. Se hizo
con toda la gente de la corte, hombres y mujeres, y la frivolidad francesa se extendió
incluso sobre el rey. En cuanto a mí, no me he salvado. Aunque la maldad es
bastante popular en este país, es tan plana y de tan mal genio que no tiene éxito
ni con el público ni con la buena compañía”.
La incredulidad de María Antonieta en el peligro de los panfletos se basa en una profunda confianza en el mundo en el que nació, un mundo sin cuentos, en el que el tiempo solo vale como repetición de una ceremonia. La revolución inventa el tiempo del acontecimiento (del que la prensa hace eco o impulsa al mismo tiempo), contra el tiempo inmutable del antiguo régimen. Con respeto a este atemporal, María Antonieta es reina de Francia por decreto de derecho divino. Pertenece, por su nacimiento, a una historia de la eternidad, que ha decidido ignorar todas las historias de infamia. La revolución fortalece a María Antonieta e incluso la exalta en su única consideración de la eternidad.
Pero la emperatriz María Teresa, fuerte de su práctica y de
su inteligencia política, consciente de la fragilidad del gobierno francés y
del viejo odio que opone Francia a Austria, no comparte la serenidad de su
hija. Sabe que la infamia existe, que es un arma eficaz y prefiere mirarla a la
cara. Las canciones satíricas y los libelos no la hacen sonreír. “nunca ha
aparecido nada más atroz” escribió en agosto de 1774, después de haber tenido
en sus manos, a través del buen cuidado de Beaumarchais (¡que detuvo de
inmediato!), una difamación contra María Antonieta: aviso importante de la rama
española sobre sus derechos a la corona de Francia, en ausencia de herederos, y
que puede ser útil para toda la familia Borbónica, especialmente para el rey Luis
XVI.
María Antonieta, sin embargo, se enfrenta concretamente a la existencia de folletos. Además del rey y la familia real, los encuentra en numerosas ocasiones en Versalles, o en parís, cuando va a la opera. Su serenidad esta exactamente en proporción con la fiereza de sus adversarios. Esta violencia que surge del mundo exterior no la alcanza, incluso cuando según los Goncourts, “unos días antes del parto, un volumen de canciones escritas a mano sobre María Antonieta fue arrojado en la galería de los espejos”. Los panfletos, incluso lanzados con los brazos abiertos a las personas a las que apuntan, no perturban el estado de ánimo de la reina.
Los libelos tienen la ventaja de ser cortos, pero su
brevedad se ve contrarrestada por su impresionante cantidad. ¿Qué condena la
caza de los libelistas? Durante todos los años y los siglos de su proscripción bajo
el antiguo régimen, con varios fracasos. Esto no es por falta de terquedad o
medidas represivas. “la policía -escribió Robert Darnton- tomo los libelos en
serios, porque tenía graves efectos en la opinión pública y porque era una
fuerza poderosa en los años de decadencia del antiguo régimen”. La vida política
se desarrolla en la corte, donde la gente contaba más que los políticos.
La reina María Antonieta teniendo sexo con el conde Dillon. |
María Antonieta no tiene nada que aprender del exterior. Las
palabras acaloradas y vehementes de los panfletos le resultan incomprensibles,
no la tocan. La reina no cree en la opinión pública. El público, a sus ojos, no
tiene porqué opinar. Tiene, en el menor de los casos, un papel extra que exige
que, como buen sirviente, desaparezca de la escena cuando su presencia ya no
sea necesaria. Los cuatro mil sirvientes de Versalles, además de mal pagados,
eran invisibles para María Antonieta.
La revolución convierte el odio de efigie en odio efectivo. El
público, una entidad distante, generalmente lamentable y digna de simpatía, supuestamente
de buena voluntad silenciosa, se ha trasmutado: tienen voces, rostros, cuerpo
de otra raza, frente a estas multitudes hambrientas, galvanizadas por la desesperación,
listas para matar, María Antonieta vacilo. Las mujeres la llaman puta, los
hombres juran su muerte. Lo sostienen. Debe depender de su horror. María Antonieta
y el pueblo están unidos por una relación de terror reciproco, forman una
pareja según un oscuro compuesto de fantasmas y obsesiones en el que cada uno
alucina en el otro al asesino que le espere. Los lectores de los folletos
tiemblan ante las representaciones de la reina sedienta de sangre.
Los panfletos trazan, entre los ataques que formulan y la victima designada el margen de un indulto. Su objetivo es matar a sus personajes. Héroes completamente negativos, viciosos por vocación y aplicación, no paran ni un segundo de querer hacer el mal. A fuerza de ser concienzudos, estos vilanos pierden todo sentido de la jerarquía de los crímenes.
En “conferencia entere Madame Polignac y Madame La Motte en
St.James Park”, la Polignac “el camaleón hembra, la favorita prohibida”,
dispuesta a negar a su ex amante, tratando de conseguir la amistad de Madame La
Motte. Este último inflexible, se opone a un perfecto desprecio por “el ídolo de
Versalles”. Ella rechaza sus avances, con esta respuesta de tragedia: “adiós,
señora, vivo ignorada, si puede disfrutar de esta felicidad”. Un deseo que
respira perfidia ya que todo el mundo sabe que no hay crimen que “Jules” no
haya intentado, y que, cuando ella no tiene hombres a mano, se divierte con los
animales.
Si la Messaline Polignac es capaz de tales excesos, uno se
imagina que la Messaline Antonieta no se deja adelantar por su favorita. Así,
la que vive solo de asesinos e infamias y puede difundir los efectos de su
crueldad sobre toda la población (como Juliette, cuando Saint-Fond le propone
aniquilar a todos los franceses envenenando el agua de los manantiales) “como a
la gente de Francia le gusta el incienso seria interesante un poco de veneno allí” añade una característica inédita de la lista de fechorías
de la perversa reina: “el escupitajo real”.
La reina María Antonieta siendo estimulada sexualmente por Madame Polignac |
“¡te rindo homenaje, encantadora reina de los amor! -dice el
conde- reciba también mi cumplido, agradable duquesa. Tengo un amor eterno por
las dos. Acepta el compartir mi corazón y mis caricias. Te dedico mis facultades
para siempre. Saliendo de una, reavivare mi fuera en los brazos de la otra; y,
para complacerte, hare más que el propio Hércules”
Sin embargo la reina excitada le responde – “pero es encantador,
duquesa. Vamos, pequeño bribón, bésanos a las dos. Hemos resuelto reunir todos
los favores del amor; puede que te cueste algo, ¡pero eres tan liberal!...”
La reina es pisoteada a diario, degradada, arrastrada por el fango. Bajo un grabado obsceno, por ejemplo, que representa a María Antonieta en brazos de un granadero de la guarida nacional, se puede leer: “¡bravo, bravo! La reina penetrada en la patria” nos deleitamos con anécdotas escandalosas como: “la reina le dijo una ves a la condesa Diana ¿es cierto que corre el rumor de que tengo amantes? –se dice muchas cosas sobre su majestad, respondió la condesa. ¿Cuáles son ellos? –dicen que el guapo Fersen es el padre del delfín, el duque de Coigny de Madame Royale, el conde Artois del pequeño duque de Normandía… ¿y el aborto espontáneo? Respondió la reina rápidamente”
Con la libertad de prensa en 1789, nada puede detener el exceso en la fantasía del crimen, el refinamiento en el detalle lujurioso, el entusiasmo en la exhibición del cuerpo prostituido de la reina. La imaginación pornográfica encuentra en la saga de la negrura de la reina, que continua de panfleto en panfleto; su lugar privilegiado de expresión. Todo está permitido; el juego de encontrar la flecha mas afilada, el rasgo rudo, está en marcha. La imaginación del público se precipita allí. También se practica ampliamente en la arena política. La reina y su séquito son, por supuesto, los blancos favoritos de la prensa revolucionaria.
María Antonieta como reina caída quieren verla vistiendo los
atributos de su caída con tanto lujo y suntuosidad como había mostrado los de
su impunidad. Condenada y de rodillas suplicando a las personas disgustadas que
le concedan perdón. Gradualmente a medida que aumenta el odio contra la reina,
se excluye cualquier posibilidad de un vínculo
con ella: “la que no teme prostituir los lirios de Francia”. Ya no se espera de
ella ningún retorno a la virtud: “soberbia reina, aprovecha tus desgracias para
arrepentirte de tus crímenes, considera en ti las arrugas del libertinaje ya están
reemplazando los rasgos de la belleza…”, leemos en Semonce a la reine (1789).
Rápidamente, el tono se endurece, ya no se piensa en refinamientos
punitivos que trataría a la reina como a una penitente. La reina, una criminal
decidida y cuya alma traicionera no tendría dificultad en fingir
arrepentimiento, merece la muerte. “¡veo este instrumento fatal!... me está
esperando”, se queja en La Grande Illness de Marie Antoinette.
Cuando María Antonieta sale de su serenidad, se ha
convertido en presa y encarnación de un lenguaje fantástico, cuyo significado político
no ha podido valorar. Las palabras de los folletos han ido tomando forma y este
cuerpo es ella misma: “cuando uno es tan culpable como yo, la venganza publica
puede acelerar mis días” – se lee en el testamento de Marie Antoinette. La reina
se ha convertido en “el azote que asola a Francia”, la tigresa de Trianon.
La pantera austríaca / dedicada al desprecio y execración de la Nación Francesa en su posteridad más remota. |
En enero de 1791, Maulouet pide a la asamblea nacional que
persiga todos los libelos: “yo digo que, con medidas parciales, nunca evitaran
las desgracias que resultan de la desenfrenada licencia de la prensa… que se
haga una ley contra los autores, impresores y vendedores ambulantes de todos
los libelos, quien quiera que sea, cuyo objetivo podría ser llevar al pueblo a
la insurrección contra la ley”.
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