domingo, 10 de octubre de 2021

AMABILIDAD DEL DELFÍN EN EL TEMPLE

El joven Príncipe combinó con el sentimiento bondadoso, las gracias y amabilidad de su edad. Lo bastante joven para sonreír y jugar, pero lo bastante razonable para comprender las lágrimas y las penas de su familia, seguía siendo el niño alegre que difundía la alegría por el Palacio de Versalles; pero ahora, menos bullicioso y más obediente, comprendió por qué debía prestar más cuidado y atención a sus padres; percibía su cruel situación, que a veces les hacía olvidar sus bromitas; él mismo se sentía prisionero. Hay un sentimiento que el instinto de peligro inspira a cada edad. Este niño alegre e irreflexivo se volvió reservado en su conducta, reservado en su conversación; ni una sola palabra escapó de sus labios que pudiera despertar en el corazón de su madre un pensamiento aflictivo, un pesar triste; pero, Si llegaba un municipal  más amable que sus colegas, corría hacia la Reina y lo anunciaba con entusiasmo.

¡Niño noble y real! ¡Era el mismo sentimiento que, en los días de su breve prosperidad, lo inspiró, antes de que la Reina despertara, a colocar en su tocador un ramo de flores, recogido de su jardín en Versalles! Ahora contentó su ambición con ser el primero en pronunciar un nombre menos desagradable a sus oídos, en anunciarle un carcelero más humano. 

 "¿Por qué me miras así?", le preguntó un día un comisario, en quien estaba fijando los ojos.

¡Porque te conozco bien! Respondió el Príncipe sin reflexionar. ¿Dónde me has visto? El niño todavía lo miraba, pero no respondió. A esta pregunta, repetida varias veces, se negó a responder. "Tú no lo conoces", dijo Marie Thérèse; pero él, inclinándose hacia el oído de su hermana, dijo: "¡Calla! Fue en nuestro viaje a Varennes".

La siguiente anécdota del diario de Clery ofrece una nueva prueba de su ternura filial:“Un albañil se empleó en hacer agujeros en la pared de la antecámara en la torre del Temple a fin de poner enormes pernos a la puerta. Mientras que el hombre comió su desayuno el principito se divertía con sus herramientas: el rey tomó el martillo y el cincel de la mano de su hijo y le mostró cómo usarlos.

El albañil, tocado al ver la obra del rey, dijo a Su Majestad: “Al salir de aquí se puede decir que usted trabajó a sí mismo en su prisión.”

“¡Ah!”, Dijo el rey, “cuándo y cómo he de salir?”

El principito se echó a llorar; el rey dejó caer el martillo y el cincel y regresó a su habitación, donde caminaba arriba y abajo con pasos apresurados”

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