sábado, 26 de enero de 2019

LA HIJA SECRETA DEL EMPERADOR FRANCISCO ESTEBAN

El cálido afecto conyugal que María Teresa le mostró a su esposo no fue suficiente para evitar que este se entregara a galantes aventuras. Ya en 1747, Podewils menciona en su despacho: “le gustan las mujeres y anteriormente mostró un apego particular por la condesa Colloredo, la esposa del vicerrector, la condesa Palffy, doncella de honor de la emperatriz. Incluso secretamente organizo cenas y otras pequeñas fiestas con ellas; pero los celos de la emperatriz lo obligaron a contenerse. Tan pronto como ella comenta que él esta particularmente atento a cualquier dama, se burla de él y le permite sentir su disgusto de mil maneras. Consiente de su propensión a la gallardía, ella lo ha visto en todas partes”. Las casas en las que el emperador visito Viena fueron las de la princesa de Dietrichstein y las condesas Daun, Losy y Tarouca. En un periodo posterior francisco tendría su favorita declarada.

Maria Wilhelmina von Auersperg
Presentada por su padre en la corte imperial a la edad de 16 años, la princesa Wilhelmina Von Auersperg, sus contemporáneos tomaron buena nota de su belleza y sobre todo de la hermosura de sus manos, su carácter natural y desenvuelto, se caracterizaba por su “frescura” y por no tener pelos en la lengua. Caída en gracia a ojos de la emperatriz María Teresa, fue casi de inmediato incluida entre el séquito de las damas de compañía de la soberana y admitida en el círculo de la familia imperial.

De hecho, había impactado a Francisco, quien, bastante harto de las desbordantes muestras de afecto de María Teresa, se prendo de Wilhelmina, cuya belleza “ningún pintor era capaz de hacer justicia porque, cuando hablo, irradiando la gracia y la belleza puede dar tal encanto que no puede ser reproducido adecuadamente por el arte”. Poco tiempo pasaría para que esta, ante los avances del emperador, 30 años mayor que ella pero aun atractivo y seductor, se aviniera sin problemas a convertirse en su amante secreta.

Francis, siempre susceptible a breves coqueteos, ahora se involucró más profundamente con la princesa Wilhelmina Auersperg . Este enlace, iniciado en 1755, duró hasta la muerte de Francisco. Cualesquiera que sean los detalles precisos de la relación. 
Francisco y Wilhelmina solían encontrarse de noche en el pabellón de té, a medio camino entre el castillo y la glorieta que domina los jardines de Schonbrunn, para dar rienda a sus pasiones amatorias. Se supo, y pronto hubo quien informo puntualmente a la emperatriz que su joven dama de compañía entretenía nocturnamente a su marido. La reacción de María Teresa no se hizo esperar. Indignada, sermoneo severamente a la descarada y le busco marido para alejarla de la corte y del emperador, creyendo así que Francisco desistiría.

En cuestión de días, María Teresa encontró en el príncipe Johann Adam Joseph Von Auersperg al esposo idóneo: pertenecía a una gran y acaudalada familia checa, era sobrino de los príncipes de Liechtenstein, tenía 34 años y está disponible desde hacía dos años tras enterrar a su joven esposa, Katharina Von Schonfeld. No tenía residencia fija en la capital, por lo que la emperatriz confiaba en que se llevaría a sus lejanas posesiones de Bohemia a la flamante esposa.

Sin muchas objeciones, más que nada porque Wilhelmina solía gustar muchísimo a los hombres, Johann acepto tomarla como su segunda esposa y pasar la luna de miel en sus tierras checas, tal y como recomendaba la emperatriz. No se sabe muy bien cuando tuvo lugar la ceremonia en Viena, pero se barajan las fechas de 1755 y 1756 según diversas fuentes.

Retrato del Príncipe Johann Adam von Auersperg (1721-1795).
El caso es que el plan de María Teresa no tardo en descalabrarse al intervenir su marido. Francisco lejos de renunciar a su exquisita amante de apenas 18 años que sabía cómo hacer temblar su cama, envió un correo especial al flamante novio para invitarle a que se instalase con su esposa en la corte, con el pretexto de darle algún cargo. Auersperg no podía negarse, así que la pareja principesca regreso a Viena y los amoríos del emperador con Wilhelmina se reanudaron para mayor disgusto de la emperatriz.

Pese a las escenas privadas que libraron entre María Teresa y Francisco, en las que esta intento por todos los medios disuadirle de seguir manteniendo su relación con la princesa, el emperador siguió visitando los aposentos de su amante. Para tener a su lado el objeto de si inclinación, le dio una villa cerca del castillo de Laxemburg. Pero la princesa se negó a tener una posesión exclusiva de su corazón.

La influencia ejercida sobre él por la princesa fue notable. Isabel de Parma, nuera de Francisco, escribió a su padre: “el emperador es un gran padre, siempre podemos contar con su afecto y por lo tanto hay que protegerlo contra sí mismo, con respecto a su relación con la princesa Auersperg… usted no sabe en qué medida está sujeto a la influencia de esa mujer. Ella tiene la máxima confianza con él, y no oculta nada. La emperatriz es muy celosa de esta unión”.


Sin embargo Francisco volvió a los brazos de María Teresa, no solo porque era su esposa, sino porque a pesar de todo, ella lo amo con calidez y dedicación. La emperatriz, a pesar de sufrir una gran cantidad de aventuras de su marido, trato de demostrar comprensión y paciencia, incluso permitiendo a la bella princesa sentarse a su mesa de juego. Una doncella de la emperatriz señalo: “la soberana sufría por la presencia de ella, y, sin embargo, continuo amando a su esposo, hasta la muerte, y la misma pasión”.

Con la súbita muerte de Francisco en el palacio de Innsbrück, días después de asistir toda la Familia Imperial y la corte a la boda del archiduque Leopoldo con la Infanta de España María Luisa de Borbón (1765), cesó el escándalo. Durante los funerales organizados para el entierro del tan querido esposo, María Teresa prohibió terminantemente a todas sus damas que llevasen maquillaje con sus vestidos de riguroso luto; orden que por cierto se extendió a todos los miembros de la corte imperial. Sin embargo, desafiante, la princesa von Auersperg hizo acto de presencia, haciendo ostentación de su pena y vestida de negro aunque perfectamente maquillada. Empezaron los murmullos de las otras damas escandalizadas y la emperatriz se giró hacia ella para reprender a la descarada que había osado embadurnar su rostro con colorete y sus labios con vermellón. Sin ruborizarse y con altanería, la rebelde Wilhelmina le espetó brutalmente: -"No sabía yo que mi cara perteneciera al Estado!".
 
Wilhelmina Auersperg , a pesar del instinto de conservación y las órdenes de la emperatriz, siguió utilizando su lápiz de labios en el funeral del emperador . Explicó hipócritamente: "Recibí el rostro de Dios, no del estado y puedo tenerlo yo mismo".
Poco años después de Burdeos, llego a la emperatriz una carta de una chica que decía ser la hija de Francisco y la princesa. La emperatriz encargo Filippo Coblenza para llevar a cabo una investigación de la que se supo que la adolescente desconocida era relámete el fruto natural de esa relación. La emperatriz escribió a Coblenza: “si esa chica es, pues, la hija del hombre que mas quería en el mundo, procurarle todo lo que necesita…”

Por desgracia, María Teresa no pudo tener una entrevista con la princesa, que murió de viruela algunos años después. “mi corazón está roto”, escribió a un amigo. Esta chica misteriosa se hundió en el olvido, inspirando el personaje de ficción de Simón, en la película “el tulipán negro”.

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