domingo, 26 de febrero de 2017

IZABELA LUBOMIRSKA Y EL ANILLO DE LA REINA

El anillo de diamante azul en forma de corazón de Marie Antoinette
Cuando María Antonieta llego a Francia para casarse con el delfín Luis augusto, llevaba desde austria algunas pertenencias incluyendo algunas joyas, regalos de su madre.

Aunque en varias biografías todavía se puede leer que la joven archiduquesa, durante la ceremonia, fue despojada de todo lo que era austriaco, los hechos se desarrollaron de manera diferente. Según escribe Castelot, uno de los mejores biógrafos de la reina:

“Todo lo que ha dicho madame Campan, y detrás de ella todos los historiadores, la delfina no se ha establecido desnudo en la isla del Rin, por lo que no podía mantener un pequeño trozo de cinta de su antigua patria. Era una ya abandonada vieja costumbre. María Antonieta, y como lo demuestran los archivos, tan solo cambio su ropaje para la presentación formal ante el delfín, en una de las salas de estar de Austria, una ceremonia de bata traído de Viena... el gran maestro de ceremonia, la señora de la ropa y el oficial de limpieza del remolque, que la acompañaban, hicieron lo mismo en otra sala de estar, mientras que las mujeres que le dan la bienvenida, entre ellas la condesa de Noailles tienen los siguientes pasos para cambiar a la joven de ropa en el estar francés. La novia ha sido capaz de mantener sus joyas de soltera...”


María Antonieta, por lo tanto, desde Austria mantuvo un anillo de diamante azul en forma de corazón con un peso de 5,46 quilates. Durante la revolución, al ser propiedad privada de la reina, el anillo no se depositó en la Garde Meuble en 1791 por no ser parte de las joyas de la corona. María Antonieta, en su manera especial de este anillo, lo confió a la princesa Izabela Lubomirska, una de sus confidentes más cercanos.

Retrato de la princesa Izabela Lubomirska por Alexander Roslin.
La princesa de origen polaco, se casó el 9 de junio de 1753, con Stanislaw Lubomirsk, un alto funcionario del gobierno. En 1782 a la muerte de su padre, heredo la enorme riqueza de la familia Lubomirska; ese mismo año moriría su marido y quedaría ella al frente de todas las posesiones de la familia. En 1785, se vio envuelta en el llamado caso “Dogrumowa” y dejo Polonia pronto. Se instaló en parís, donde se convirtió en una buena amiga para la reina. Después de su muerte, sin heredero varón, sus activos pasaron a las cuatro hijas. Durante años el anillo se mantuvo en dominio y custodiado por la familia Lubomirska.

En 1955, el diamante fue exhibido en la exposición celebrada en el castillo de Versalles, por el bicentenario del nacimiento de la reina, titulado “marie antoniette, archiduquesa, delfina y reina”. El anillo salió a luz pública gracias a un descendiente de la familia Lubomirska.

El diamante de Marie Antoinette sin marco.

domingo, 19 de febrero de 2017

SAMUEL JOHNSON Y HESTER THRALE EN LA CORTE DE VERSALLES (1775)

Una reunión de te con Samuel Johnson. Es uno de los principales autores de la literatura británica . Poeta , ensayista , biógrafo , lexicógrafo , traductor , panfletario , periodista , editor , moralista y de polígrafo , sino que también es un crítico literario de los más famosos.
Dos años después de su viaje a las Hebridas, en 1775, Johnson fue a Francia con el sr, y sra. Thrale. Fue en los años previos, aunque mucho antes de la revolución. Los historiadores, quienes vieron a Luis XVI y su reina, señalaron varios puntos sobre ellos, como el rey alimentándose así mismo con la mano izquierda y como la reina ,vestida con un habito marrón, monto “de lado” en un caballo de color gris claro.

Madame Hester Thrale, la esposa de Henry Thrale, autor de Thraliana, y eventual para convertirse en Hester Lynch Piozzi una vez que Henry Thrale murió de la apoplejía.
El 19 y 20 de octubre de 1775, el partido Thrale fue admitido en la corte. Esta es su cuenta, a partir de los recueros de Herter Thrale:

“El rey y la reina cenaron juntos en otra habitación. Tenían un mantel de damasco, sin nada debajo, o cualquier servilleta. Sus platos eran de plata; no limpio y brillante como la plata de Inglaterra, pero eran de plata. El cuchillo, tenedores y cucharas eran dorados. Tenían la pimienta y la sal de pie junto a ellos, ya que es la costumbre aquí y su cena consistía en cinco platos en un curso. La reina no come con tantas ganas como el rey, además que no se dirigen la palabra el uno al otro... la reina es la mujer más bonita de su propia corte, y el rey es lo suficientemente bien parecido a otro francés...

Marie Antoinette detestaba este ceremonial de versalles, apenas reina abolió esta costumbre de cenar en público prefiriendo las comidas más intimas en sus apartamentos privados.
No había diamantes en absoluto en la corte, la reina solo portaba unos pendientes y no tenía otras joyas en su cabeza: llevaba un vestido adornado con flores y una especie de árbol en su cabeza, que es exageradamente alto”. (19 octubre).

A la mañana siguiente madame Thrale observo a la joven reina a caballo diciendo:

Marie Antoinette en su caballo de lado, como probablemente la vio Madame Thrale.
“Esta mañana nos dirigimos hacia el bosque, para ver el paseo a caballo de la reina. Estábamos lo suficientemente temprano para ver su montura, que no se hizo como en Inglaterra por la mano de un hombre, el pie de derecho se fija en el estribo y luego sacado de nuevo cuando la señora está en su silla de montar. El caballo de la reina estaba envuelto con terciopelo azul y bordado de plata... mientras que estábamos examinando los muebles y la formación del caballo, la reina llego a montarlo, asistida por la duquesa de Luignes, que llevaba botas y los pantalones como un hombre con un sola enagua sobre ellos, su pelo y su sombrero de tres picos exactamente igual al de un hombre. El habito de su majestad la reina era de color puce como lo llaman, su sombrero lleno de plumas y su figura perfectamente agradable. Ella ofreció su brazo a las tías del rey que le seguían en su paso en un coche, ya que estaban saliendo, con respeto de su ayuda...los perros y los caballos del rey eran nuestra próxima exposición, los sabuesos son preciosos y de hecho principalmente de las razas del tipo inglés; los caballos en gran medida bien adiestrados, están situados en el hermoso establo” (20 octubre).

Detalle de una pintura que muestra a Luis XVI con su perro en una jornada de cacería.

jueves, 16 de febrero de 2017

EJECUCION DE LUIS XVI - STEFAN ZWEIG

ultimo viaje de luis XVI.
 la Revolución pensaba haber realizado su tarea con ignorar la existencia del rey; después con destituirlo. Pero, aun destituido y sin corona, este hombre desdichado e inofensivo sigue siendo siempre un símbolo, y si la República llega hasta el punto de arrancar de sus tumbas los esqueletos de los reyes muertos hace siglos, para volver, una vez más, a quemar lo que hace largo tiempo no es más que polvo y ceniza, ¿cómo podría soportar aunque no fuera más que la sombra de un rey viviente? Así, creen los jefes tener que completar la muerte política de Luis XVI con su muerte corporal, para estar a cubierto de toda recaída. Para un republicano radical, el edificio de la República sólo puede tener resistencia si está cimentado sobre sangre real; pronto se deciden a unirse también a esta opinión los otros grupos menos radicales, por miedo a quedarse atrás en la carrera en busca del favor popular, y el proceso contra Luis Capeto es señalado para el mes de diciembre.
 
En el Temple se llega a saber esta amenazadora determinación por la súbita presencia de una comisión que exige la entrega de «todos los instrumentos cortantes», es decir, cuchillos, tijeras y tenedores: el detenido, que sólo estaba sometido a vigilancia, se convierte con ello en acusado. Además, Luis XVI es separado de su familia. Aun habitando en la misma torre, sólo un piso más abajo de los suyos, cosa que agrava la crueldad de la medida, desde este día no le es permitido ver a la mujer ni a los hijos. En todas estas semanas fatales, su propia mujer no puede hablar ni una sola vez con el esposo, no le es permitido saber cómo se desenvuelve el proceso ni cómo es la sentencia.
 
Luis XVI se desarmó en la torre del templo. "De mí no se tiene nada que temer".
No le es dado leer ningún periódico, no puede interrogar a los defensores de su marido; en espantosa incertidumbre y excitación, la desgraciada tiene que pasar sola todas estas horas de espantosa angustia. Un piso más abajo, separada sólo por el pavimento, oye los pesados pasos de su marido, y no le es dado verle, no le es dado hablarle: indecible tormento provocado por una medida absolutamente sin sentido. Y cuando el 20 de enero de 1793 un empleado municipal se presenta a María Antonieta y, con voz algo deprimida, le anuncia que, excepcionalmente, aquel día le es permitido trasladarse con su familia junto a su esposo en el piso de abajo, comprende inmediatamente la reina lo que tiene de espantoso aquella merced: Luis XVI ha sido condenado a muerte, ella y sus hijos ven por última vez al esposo y al padre. En consideración al trágico momento -quien subirá mañana al patíbulo no es ya peligroso-, los cuatro empleados municipales dejan por primera vez solos en la habitación a la esposa y al esposo, la hermana y los hijos en esta última reunión de familia; sólo por una puerta de cristales vigilan la despedida. 

despedida del rey con su familia
Nadie asistió a esta patética hora en que vuelven a reunirse con el sentenciado rey y, al mismo tiempo, se despiden de él para siempre; todos los relatos que han sido impresos son puras y románticas invenciones, lo mismo que aquellas sentimentales estampas que, en el sentido dulzón de la época, rebajan lo trágico de tal entrevista con una lacrimosa y afectada ternura. ¿Cómo dudar de que esta despedida del padre de sus hijos haya sido uno de los momentos más dolorosos de la vida de María Antonieta, y para qué tratar de exagerar todavía su trágica emoción? Ya sólo ver a un individuo que va a morir, un condenado a muerte, aunque sea la persona más desconocida, antes de su marcha al suplicio, es un tormento profundo para todo hombre dotado de humana sensibilidad; mas con este hombre, si bien es cierto que María Antonieta no lo ha querido nunca apasionadamente y hace mucho tiempo que ha entregado su corazón a otro, ha vivido veinte años, día tras día, y le ha dado cuatro hijos; jamás, en estos agitados tiempos, lo ha visto de otro modo sino lleno de bondad y abnegación hacia ella. Más íntimamente unidos de lo que estuvieron nunca en sus bellos años, lo estaban ahora ambos esposos, originariamente unidos para toda la vida solamente por la política razón de Estado, pero a quienes ahora el exceso de la desgracia en estas sombrías horas del Temple ha acercado de modo más humano. Aparte eso, sabe la reina que pronto tendrá que seguirlo en este último paso. Sólo la precede en un breve plazo. 
 
Louis XVI en el rezo antes de su ejecución.
En esta hora extrema, en este último momento, lo que durante toda su vida había sido fatal para el rey, su completa carencia de excitabilidad nerviosa, fue una ventaja para aquel hombre tan probado por el dolor; su imperturbabilidad, en general tan irritante, da a Luis XVI en este momento decisivo cierta grandeza moral. No muestra temor ni excitación; los cuatro comisarios desde la habitación inmediata, no le oyen ni una sola vez alzar la voz ni sollozar: en esta despedida de los suyos, manifiesta este hombre lamentablemente débil, este rey indigno, mayor fuerza y mayor dignidad que en ningún otro momento de toda su vida. Tranquilo como todas las otras noches, se levanta a las diez el condenado a muerte, y da con ello a su familia la indicación para que lo abandonen. Ante esta voluntad tan claramente manifiesta no osa María Antonieta presentar ninguna protesta, tanto más que él, con un piadoso propósito de engaño, le dice que aún subirá al día siguiente junto a ella, a las siete de la mañana. 

grabado que muestra a luis XVI en el patibulo antes de ser guillotinado.
Después todo queda tranquilo. La reina queda sola en su habitación de arriba; viene una noche larga y sin sueño. Por último clarea la mañana, y con ello despiertan los siniestros rumores de los preparativos. Oye llegar una carroza con pesadas ruedas; oye, una y otra vez, pasos y pasos, escaleras arriba y escaleras abajo: ¿es el confesor, con los representantes municipales?, ¿acaso ya el verdugo? A lo lejos redoblan los tambores de los regimientos en marcha, aumenta cada vez más la luz, llega a ser un día claro; cada vez se acerca más la hora que privará a los niños de su padre y a ella del respetable, bondadoso y circunspecto compañero de tantos años. Prisionera en su habitación, con los despiadados guardias delante de la puerta, no le es permitido a la desdichada mujer bajar los pocos peldaños que la separan del esposo, no le es permitido oír ni ver nada de todo to que ocurre, e, imaginadas, las cosas son quizá mil veces más espantosas que en la misma realidad. Después, y de repente, hay en el piso de abajo un espantoso silencio. El rey ha dejado la habitación, la pesada carroza rueda llevándolo hacia el patíbulo. Y una hora más tarde, la guillotina ha dado a María Antonieta un nuevo nombre: en otros tiempos fue archiduquesa de Austria, después delfina, por último reina de Francia; ahora es la viuda Capeto. 

domingo, 12 de febrero de 2017

DESPUÉS DE VARENNES: EL UNO ENGAÑA AL OTRO

regreso del rey a parís tras ser detenido en varennes.
La fuga de Varennes abre un nuevo período en la historia de la Revolución: ese día nace un nuevo partido, el republicano. Hasta entonces, hasta el 21 de junio de 1791, la Asamblea Nacional había sido unánimemente realista, como compuesta exclusivamente de nobles y burgueses; pero ya para las próximas elecciones se agita detrás del tercer Estado, el burgués, un cuarto Estado, el proletariado; la gran masa, tormentosa y elemental, de la cual la burguesía se espanta en la misma forma que el rey se había espantado de la burguesía. Llena de miedo y con tardíos remordimientos, toda la dilatada clase de los poseedores reconoce qué poderes primitivos y demoníacos ha desencadenado, y por tanto rápidamente, por medio de una Constitución, querría limitar, unos frente a otros, los poderes del rey y los del pueblo. Para conseguir que Luis XVI apruebe tal proyecto es indispensable tratar bien, personalmente, al monarca; para ello, los partidos moderados acuerdan que no se le haga al rey ningún reproche por su fuga a Varennes; no abandonó París voluntariamente, no por su propia voluntad, declaran hipócritamente, sino que ha sido « raptado». Y cuando los jacobinos, por el contrario, organizan en el Campo de Marte una manifestación para pedir la destitución del soberano, los jefes de la burguesía, Bailly y La Fayette, hacen, por primera vez, que sea disuelta enérgicamente la muchedumbre por medio de la caballería y con salvas de fusilería. Pero la reina -estrechamente vigilada en su propia morada desde la huida a Varennes: no le es ya permitido cerrar con llave sus puertas y la Guardia Nacional observa cada uno de sus pasos- no se engaña durante mucho tiempo sobre el auténtico valor de tales tardíos intentos de salvación. Con demasiada frecuencia oye ante sus ventanas, en lugar del antiguo grito de « ¡Viva el rey!», el nuevo de « ¡Viva la república!». Y sabe que esta república sólo puede surgir habiendo antes perecido ella, su marido y sus hijos. 

caricatura del rey como un cerdo: "¡ay que alimentarlo bien para que nos firme la constitución! mas queso!"
La verdadera fatalidad de la noche de Varennes -también esto no tarda en reconocerlo la reina- no consistió tanto en el fracaso de su propia fuga como en el éxito de la emprendida, al mismo tiempo, por el hermano nacido después de Luis, el conde de Provenza. Apenas llegado a Bruselas, se sacude la subordinación fraternal, tanto tiempo y tan trabajosamente soportada; se declara regente del reino como representante legítimo de la monarquía, mientras el auténtico rey Luis XVI está prisionero en París, y hace en secreto todo lo imaginable para alargar este plazo cuanto sea posible. «Del modo más inconveniente, se ha manifestado aquí la alegría por haber sido hecho prisionero el rey -informa Fersen desde Bruselas-; el conde de Artois estaba literalmente radiante.» Por fin ahora montan en la silla los que tanto tiempo tuvieron que cabalgar humildemente a la zaga de su hermano; ahora pueden hacer retiñir el sable y lanzar sin ninguna consideración desafíos guerreros; si con este motivo perecen Luis XVI, María Antonieta y probablemente Luis XVII, tanto mejor para ellos, pues de este modo habrán ascendido de un solo salto dos de las gradas del trono, y finalmente, Monsieur el conde de Provenza podrá llamarse Luis XVIII. De este modo totalmente misterioso, adoptan también los príncipes extranjeros la concepción de que es indiferente, para la idea monárquica, cuál sea el Luis que se siente en el trono de Francia; lo esencial es que se ponga un obstáculo en Europa a la difusión del veneno republicano, que sea ahogada en germen la «epidemia francesa».

caricatura que muestra a los príncipes emigrados celebrando en Coblenza la detención del rey.
Con espantosa sangre fría escribe Gustavo III de Suecia: «Por grande que sea el interés que tomo por el destino de la familia real, pesa más en la balanza la dificultad de la situación general del equilibrio europeo, los intereses especiales de Suecia y la causa general de los soberanos. Todo depende de que se pueda restablecer la monarquía en Francia, y debe sernos indiferente el que sea Luis XVI, Luis XVII o Carlos X quien ocupe el trono, con tal que el trono mismo sea restaurado y destrozado el monstruo de la Manège (la Asamblea Nacional)». Más clara y cínicamente no puede ser dicho. Para los monarcas no hay más que «la causa de los monarcas», es decir, su propio poder no aminorado, «y debe ser indiferente», como dice Gustavo III, qué Luis ocupe el trono francés. En efecto, les es y sigue siéndoles indiferente. Y esta indiferencia les cuesta la vida a María Antonieta y a Luis XVI Contra este doble peligro interior y exterior, contra el republicanismo del país y los impulsos guerreros de los príncipes en la frontera, debe combatir ahora, al mismo tiempo, María Antonieta: tarea sobrehumana y plenamente insoluble para una mujer solo, débil, aislada y abandonada por todos sus amigos. Sería menester un genio, al mismo tiempo Ulises y Aquiles, astuto y osado; un nuevo Mirabeau; pero, en esta gran necesidad, sólo encuentra al alcance de la mano pequeños auxiliares, y a ellos se dirige la reina. 

Al regreso de Varennes, María Antonieta ha reconocido, con su rápida mirada, lo fácilmente que el abogadillo provincial Barnave, cuya palabra hace gran papel en la Asamblea, se deja prender por aduladoras palabras tan pronto como habla una reina; decide utilizar ahora esta debilidad.
Por ello, se dirige directamente a Barnave, en una carta secreta, y le dice que «desde su regreso de Varennes ha reflexionado mucho sobre la inteligencia y el talento de aquel con quien ha hablado tanto, y que ha comprendido todo el provecho que podría obtener continuando con él una especie de conversación por escrito». Puede él contar con su discreción, lo mismo que con su carácter, el cual, cuando se trata del bien general, está siempre dispuesto a someterse a lo que sea necesario. Después de esta introducción, se explica más claramente: «No se puede continuar tal como estamos; es cierto que es preciso hacer algo. Pero ¿qué? Lo ignoro. Es a él a quien me dirijo para saberlo. Debe haber visto en nuestras mismas discusiones cuánta era mi buena fe. Así to será siempre.
Es el único bien que nos queda y que no podrán quitarme jamás. Creo que existe en él el deseo del bien; nosotros también lo tenemos y, dígase lo que se diga, lo hemos tenido siempre. Pónganos él en situación de que lo ejecutemos todos juntos; que encuentre medio para comunicarme sus ideas; responderé con franqueza sobre todo lo que yo podría hacer. Nada será gravoso para mí si veo realmente en ello el bien general». 

libelle: la atractivas y escandalosa vida privada de Marie Antoinette de Austria (1791). en el fondo los partidos sabían que la reina estaba detrás de cualquier conspiración contra la asamblea y no dudaron en seguir dañando su imagen.
Barnave les muestra esta carta a sus amigos, que a un mismo tiempo se alegran y se espantan; pero, por último, deciden que desde entonces transmitirán en común secretos consejos a la reina -Luis XVI no cuenta para nada-. Comienzan por pedir a la reina que procure que regresen los príncipes y que su hermano, el emperador, se incline a reconocer la Constitución francesa. Dócil en apariencia, acepta la reina todas estas proposiciones.
Le envía a su hermano cartas dictadas por sus consejeros; procede según sus órdenes; sólo se atreve a resistir «en un punto donde están comprometidos el honor y el agradecimiento». Y creen ya los nuevos maestros políticos haber encontrado en María Antonieta una alumna atenta y agradecida.
No obstante, ¡hasta qué punto se engañan aquellas buenas gentes! En realidad, ni por un momento piensa María Antonieta en entregarse a estos facciosos; todas estas negociaciones no deben servir más que para el antiguo temporizar, para diferir las cosas hasta que su hermano haya convocado aquel deseado «Congreso armado». Como Penélope, deshace por la noche el tejido que ha hecho de día con sus nuevos amigos. 

caricatura de Barnave que lo muestra como un político de doble juego.
Mientras que, por aparentar que cede, envía a su hermano, el emperador Leopoldo, las cartas que le han sido dictadas, le hace saber al mismo tiempo a Mercy: «Le he escrito el 29 una carta que comprenderá fácilmente que no es de mi propio estilo. He creído deber ceder en este punto a los deseos de los jefes de partido que me han dodo ellos mismos el proyecto de carta. He escrito otra vez al emperador ayer, día 30; sería humillante para mí si no esperase que mi hermano comprenderá que, en mi posición, estoy obligada a hacer y escribir todo lo que de mí exijan.» Insiste en «que es esencial que el Emperador esté persuadido de que no hay allí palabra que sea suya ni de su manera de ver las cosas». De este modo, aquella carta es como una carta de Uría. Si bien, «para ser justa, tengo que confesar que, en mis consejeros, aunque se atenga a sus opiniones, no he visto nunca más que gran franqueza, energía y verdaderos deseos de restablecer el orden y, por tanto, la autoridad real», siempre se niega a seguir por completo a sus auxiliares, pues, «por muy buenas intenciones que muestren, sus ideas son exageradas y no pueden convenimos jamás». 

Es un doble juego sospechoso el que comienza a emplear María Antonieta con estos desacuerdos, y no muy honroso para ella, porque, por primera vez desde que se dedica a la política, o más bien porque se dedica a la política, se ve obligada a mentir, y lo hace de la manera más audaz. Mientras asegura hipócritamente a sus auxiliares que acompaña sus pasos sin reserva alguna, escribe a Fersen: «No tema usted que me deje sorprender por los fanáticos, y, si veo a algunos de ellos y tengo con ellos relaciones, no es más que para aprovecharlos; me producen demasiado horror para que nunca pueda ir con ellos». En el fondo, ella se da cuenta perfectamente de la indignidad de ese engaño hecho a gentes bienintencionadas que por su culpa perderán la cabeza en el cadalso; comprende con toda evidencia su falta, pero resueltamente atribuye la responsabilidad al tiempo y a las circunstancias, que la han obligado a desempeñar un papel tan desdichado. «A veces -escribe, desesperada, al fiel Fersen- no me entiendo ya ni a mí misma y me veo obligada a reflexionar para saber si soy realmente yo la que habla; pero ¿qué quiere usted? Todo es necesario, y crea usted que estaríamos más abajo aún de lo que estamos si no hubiese tomado yo inmediatamente este partido; por lo menos, de esta manera ganaremos tiempo, y eso es todo lo que se precisa. ¡Qué dicha si algún día puedo volver a ser lo bastante yo misma para probar a todos estos bribones (geux) que no he sido engañada por ellos!» Sólo con esto sueña, una y otra vez, su orgullo indomable: poder volver a ser libre, no verse ya obligada a mentir ni diplomáticamente. Y como, en su calidad de reina coronada, tiene la sensación de poseer esta ilimitada libertad como derecho dado por Dios, opina que también tiene el de engañar de la manera más desconsiderada a todos los que quieren poner límites a este privilegio suyo.

sátira revolucionario francés de Luis XVI y María Antonieta como una bestia de dos extremos.
Pero no es sólo la reina la que engaña, sino que, en esta crisis decisiva, todos los que participan en el gran juego se engañan mutuamente -en raros casos puede reconocerse de modo más plástico la inmoralidad de toda política llevada secretamente que al examinar la infinita correspondencia cambiada entre los gobiernos de entonces, príncipes, embajadores y ministros-. Todos trabajan subterráneamente contra los otros y sólo en favor de sus privados intereses. Luis XVI miente al dirigirse a la Asamblea Nacional, la cual, por su parte, sólo espera a que la idea republicana haya penetrado suficientemente en el pueblo para deponer al rey. Los constitucionales fingen ante María Antonieta un poder que están muy lejos de poseer, y son burlados por ella de la manera más despreciativa, pues, a espaldas suyas, negocia con su hermano Leopoldo. Éste, a su vez, entretiene con palabras a su hermana, pues está íntimamente decidido a no emplear en el asunto ni un soldado ni un tálero, y pacta, entre tanto, con Rusia y Prusia acerca de un segundo reparto de Polonia. Pero mientras que el rey de Prusia discute con él desde Berlín sobre el «Congreso armado» contra Francia, al mismo tiempo, en París, su propio embajador da fondos a los jacobinos y come a la mesa con Pétion. Los príncipes emigrados incitan a la guerra, pero no para conservar el trono de su hermano Luis XVI, sino para ascender a él ellos mismos lo más pronto posible, y, en medio de este torneo de papel, hace grandes aspavientos el Don Quijote de la realeza, Gustavo de Suecia, a quien, en el fondo, no le importa nada todo esto y que sólo querría desempeñar el papel de Gustavo Adolfo, el salvador de Europa. El duque de Brunswick, que debe mandar los ejércitos coligados contra Francia, trata, al mismo tiempo, con los jacobinos, que le ofrecen el trono francés; Danton, a su vez, y Demouriez juegan también un doble juego. 

el juego de las potencias extranjeras, aprovechando la revolución francesa para sus propios intereses expansionistas.
Los príncipes están tan exactamente de acuerdo entre sí como los revolucionarios; el hermano engaña a la hermana; el rey, a su pueblo: la Asamblea Nacional, al rey: un monarca, al otro; todo son mentiras recíprocas, sólo para ganar tiempo en favor de su propia causa. Cada uno querría sacar algo para sí de la general confusión, y aumenta con sus amenazas la inseguridad general. Nadie querría quemarse los dedos, pero todos juegan con el fuego; todos, el emperador, el rey, los príncipes, los revolucionarios, crean, mediante este eterno negociar y engañar, una atmósfera de desconfianza (semejante a la que envenena el mundo en el día de hoy), y por último, sin quererlo realmente, arrastran a veinticinco millones de hombres en la catástrofe de una guerra de tantos años.

martes, 7 de febrero de 2017

LA ESTATUA DE LUIS XVI SE QUEDA SIN CABEZA (21 ENERO 1784)

El 21 de enero de 1784, nueve años antes de la ejecución de Luis XVI, el ministro Malesherbes infirmo en su diario un hecho muy preocupante: la cabeza de una gran estatua de hielo del rey, que se colocó en el Pont Neuf, en agradecimiento por un impuesto excepcional a los ricos para ayudar a la gente pobre para calentarse por el frio extremo del invierno, se cayó.

Un periódico francés, Le Message, escribió a este respecto en 1862: el invierno de 1783-1784 Francia vivió uno de los peores inviernos. Las iglesias y todos los lugares públicos estaban cerrados. París parecía desierta. No se encontraba a nadie en las calles. Los ricos decidieron quemar sus muebles para mantener el calor, los pobres se morían de frio en los graneros. La caridad no tenía poder, el dinero en efectivo estaba en las últimas.

Luis XVI, movido por las historias que le contaba el señor Lenoir, superintendente general de la policía, tuvo la idea de volver a promulgar las ordenanzas relativas a la gran oficina de los pobres y que dio el derecho de exigir un cargo extraordinario en parís. La cuota debía ser pagada por los príncipes, señores burgueses, artesanos, comerciantes y todos los ciudadanos que tenían una renta alta. El clero también estuvo involucrado, comunidades eclesiásticas y seculares aportaron este impuesto. Eran solo los pobres lo que estaban exentos. Luis XVI dejo abierto al pueblo las cocinas del palacio de Versalles, y ordenó la luz de los grandes incendios en las calles de París.

El rey brindando ayuda a los pobres durante el duro invierno.
María Antonieta aporto de su propia bolsa privada 500 libras para la distribución entre los pobres. Luis XVI ordeno que los trineos privados de la reina se utilizaran para el transporte de madera.

La humanidad del rey fue descrito por el historiador Louis Blanc: “las calamidades de un reciente invierno habían dejado un recuerdo de su benevolencia hizo que más de un corazón quedara destrozado bajo los harapos. Durante el intenso frio de 1784 si no hubiera ordenado la distribución de la madera que él mismo superviso. Si no hubiera permitido a los pobres a entrar en el castillo, para ir a la cocina y calentarse, comer carne asada y sopa”.

Durante este invierno, de acuerdo con las memorias de Madame Campan: “el rey regalo nada menos que tres millones de libras para ayudar a los pobres, y la reina entre doscientos y trescientos mil libras. María Antonieta enseño a sus hijos la importancia de la caridad, por primera vez la pequeña Marie teresa dio una porción de fondos asignados para instituciones de beneficencia”.

El rey brindando hospitalidad a unos campesinos.
El 15 de enero de 1784, Luis XVI y María Antonieta partieron para París. Deseaban pasar el resto del invierno en las Tullerías, donde una parte de la corte los había precedido. Se subieron al carruaje a la primera luz del alba y llegaron a la capital a última hora de la mañana. A la altura de la Place Louis XV, todas las constelaciones de nieve, el cochero tuvo que moderar el ritmo del carruaje. Entonces los caballos se detuvieron, dejando salir de sus narices llameantes mechones de aliento luminoso. Un lacayo pasó su cabeza por la puerta y se dirigió al rey:" Señor, no podemos ir más lejos.- ¿Qué está pasando? Respondió el soberano.

Una pequeña multitud de mujeres parecía querer acercarse a la procesión real. Una diputación de las damas de la Halle vino a presentar gracias a Luis XVI. - Gracias? sorprendió al rey, mirando los ojos brillantes de una chica que acababa de dirigirse al monarca. La nombraron para hablar con el rey en nombre de sus compañeros. La emoción que la ganó le hizo olvidar su arengue. - "Señor, se disculpó, no tengo memoria pero tengo corazón. Eres un buen hombre, me gustaría besarte". Luis XVI salió del carruaje y Respondió con amabilidad paterna. Pero, naturalmente, Venus des Halles recibió dos grandes besos en sus mejillas rosadas en el frío gélido. Ella hizo una reverencia y agregó, esta vez a la intención de María Antonieta: - Su Majestad, tengo el honor de haber sido elegida para recitarle los siguientes versos :

"De la reina, es la belleza;
Sin duda ella es de muy buen gusto.
Es bueno adoptar su ejemplo;
Tómalo como modelo en todo.
Al imitar su beneficencia,
Hazte amado, respetuosa;
Y como ella sabe responder.
Con una ayuda rápida a los necesitados".

"Qué conmovedores son estos versos", dijo María Antonieta, quien había levantado la cortina de su puerta para escuchar el cumplido, "¡y qué bien se dicen! Da las gracias, querido niño".
- ¿Eso es todo? Entonces el rey le preguntó a la niña.
 
"No, señor, no lo necesito; ahora soy más feliz que una reina, pero tengo un vecino muy pobre, que tiene once hijos y a quien sus acreedores amenazan con confiscar". El rey convocó al vecino a las Tullerías, donde ella cenó con la corte, sentada a la derecha de su huésped. Durante la comida, prometió arreglar sus cosas. Y cumplió su palabra.


En la mañana del 21 de enero, después de la misa, escoltada por su guardia, Luis XVI dejó las Tullerías para ir al Louvre. En la esquina de las calles Saint-Honoré y Coq, su carro fue nuevamente inmovilizado. Los fuertes de La Halle, como se les llamaba, y todos los desafortunados de la capital formaban una multitud en torno a un determinado señor Desire Pilon. Este último avanzó hacia el cortejo real e hizo una reverencia algo torpe al soberano. Al igual que Venus des Halles, se ahogó de emoción cuando habló.

"Le estoy evitando su discurso", dijo el rey bajando de su carruaje, "no es por las grandes frases que sabemos cómo complacerme". Prefiero los corazones agradecidos a las cabezas mejor amuebladas.
Lágrimas en su voz, Pilon simplemente dijo:
- "Majestad, te debemos la vida".

A su señal, la multitud se abrió, revelando un enorme obelisco hecho de nieve y hielo, de pie en la inmaculada blancura del suelo. "Este monumento, a la vez modesto y glorioso, señor, es para ti. Lo criamos para el más caritativo de los reyes". El obelisco de la nieve llevaba una placa de cobre en la que estaba grabado este cuarteto:

"Louis, el necesitado que protege tu bondad.
Solo puedo levantarte un monumento de nieve,
Pero es más agradable a tu corazón generoso.
Que el mármol pague el pan de los desafortunados".

Las medidas del rey recibió la admiración de la gente. Unos días más tarde llego el dinero y devolvió la esperanza, a continuación, el clima comenzó a mejorar. Las personas manifestaron su alegría erigiendo una estatua de hielo del rey, delante de la estatua de enrique IV en el Pont Neuf, de una altura de dos pisos de los edificios vecinos.

Los rasgos del rey eran perfectos, en la cabeza de la estatua se colocó una corona de flores de tela, fabricado por madame Bertin, la famosa reina de los sombreros. En el pedestal fue grabada la frase: “nuestro amor por él nos calienta”. Todo parís quería ver esa estatua tan pintoresca, nobles y pobres se apresuraron a verlo.

El "Pont Neuf", donde fue erigida la estatua de hielo de Luis XVI.
El intenso frio comenzó a declinar y la mañana del 21 de enero, la cabeza de la estatua se cayó. Malesherbes que temprano en la mañana cruzo la plaza de La Dauphine para ir a visitar a los presos de Chatelet, vio caer la cabeza y también a un hombre, un portador de agua, que recogió la corona de flores para usarla en el transporte de los trozos de hielo. Malesherbes fue golpeado por el espectáculo y escribió todo en su diario, sin imaginar que había sido una premonición.

domingo, 5 de febrero de 2017

INFANCIA DE MARIE ANTOINETTE


El énfasis en la educación de las archiduquesas estaba en la docilidad y la obediencia. El texto fundamental utilizado en su crianza era “les aventures de Telémaco” por Fenelon, escrito a finales del siglo XVII por el heredero de Luis XIV y de importación a Austria por francisco esteban. Esto subraya la importancia de que el sexo femenino tuviera habilidades y destrezas, modestia y sumisión. La necesidad de la obediencia total a partir de sus hijas era algo sobre lo que María Theresa era bastante inequívoca. “ellos han nacido para obedecer y tienen que aprender a hacerlo a su debido tiempo”, como declaro la emperatriz.

Como cualquier otra gran familia, esta contenía una colección de individuos diversos y, como cualquier otra familia numerosa, era inevitable estar dividido por su rango de edad y la experiencia. La emperatriz desfilo su diferencia de mujer casada con el emperador; por otro lado, era ella la que trabajo día y noche en sus documentos de estado y el emperador fue feliz en las jornadas de cacería. Fue María Theresa la maravilla de Europa por su fuerza y capacidad de decisión, no francisco esteban. Por decir lo menor, María Theresa presento un modelo complicado a sus hijas.


Debajo de la superficie idílica, también hubo corrientes y rápidos bancos de arena, celos y rivalidades, que sin embargo, era común en todas las familias numerosas, tuvieron una importancia adicional en una familia de estado. En efecto, los hijos de María Theresa francisco esteban, nacidos entre 1738 y 1756, se dividieron en dos grupos. La primera familia y la frase era apta en más de un sentido, constaba, además de la invalida Marianne, del heredero Joseph, nacido el 13 de marzo de 1741, María cristina nacida el 13 de mayo, en el propio cumpleaños de María Theresa, al año siguiente, luego vino “la bella Elizabeth”, como se le conocía, nacida en agosto de 1743, el archiduque Carlos, nacido en 1745 y la primera familia fue completada por Amalia nacida en 1746 y Leopoldo en 1747.

los niños imperiales, José y sus seis hermanos y hermanas, a la salida de la guerra de sucesión.
Después de que había una brecha artificial de cinco años, causadas por el nacimiento y muerte de una hija en 1748, agravada cuando la próxima nacida hija, Joanna, también murió joven. La tercera en la fila fue Josefa, otra belleza nacida en 1751, así, la segunda familia comenzó con la archiduquesa Charlotte –conocida en la historia más tarde como María Carolina- nacida el 13 de agosto de 1752, seguido por Fernando, Antonieta y Maximiliano; los tres de ellos nacieron en el espacio de dos años y medio.

Se verá que la posición de madame Antonieta en la familia se caracterizó por una parte en la distancia, el archiduque Joseph era casi quince años más viejo, edad suficiente para ser su padre por las normas reales de la época. María Theresa en sus últimos treinta y cuarenta años, ya no era la madre joven feliz que había saludado el nacimiento de Joseph, el heredero varón con el éxtasis. De hecho sus energías estaban ahora dominadas por los asuntos de estado.

Marie-Josèphe, Marie-Caroline, Marie-Antoinette et Maximilien.
Desde finales de 1756 hasta la paz de parís en febrero de 1763, Antonieta en sus primeros años de vida, Austria estaba en guerra con Prusia e Inglaterra, y María Theresa estuvo al frente. Sin embargo, la emperatriz era la figura central de la vida de sus hijos y cuyo amor que junto con el respeto, en el caso de los más jóvenes, una fuerte dosis de temor, incluso miedo, fue mezclado con estos sentimientos. Como María Antonieta diría: “me encanta la emperatriz, pero tengo miedo de ella, incluso a la distancia; cuando me dirijo a ella, nunca me siento muy a gusto”.

Dada la autoridad inexorable de la emperatriz, el favoritismo claro que ella expuso por la archiduquesa María cristina casi desde su nacimiento –pues era un cumpleaños compartido- fue una fuente de gran resentimiento a todos los hermanos y hermanas. El fenómeno era tan marcado que uno se pregunta, al igual que con todos los padres que se entregan al favoritismo marcado si la emperatriz no se cuestionaba a veces ella misma. Por el contrario, María Theresa vio a “mimi” o María cristina como la segunda hija sobreviviente, como el consuelo que se le debía a ella por la vida.

María Teresa de luto junto a su hija María Cristina - Gabinete de Miniaturas - Hofburg de Viena.
Antonieta resintió de esta hermana que era trece años y medio mayor que ella, como ella la vio, María cristina utilizo su posición primordial de crear problemas con su madre. Fue un punto de vista compartido por su hermano Leopoldo, que estaba mucho más cerca de la edad de María cristina, quien denuncio sus maneras de reñir, su afilada lengua y, sobre todo, su habito de “contar todo a la emperatriz". Ciertamente María cristina tenía una fuerte vena del “masculino” o magistral en su naturaleza. Esta es una herencia de María Theresa en más de una archiduquesa – Amalia y María Carolina por ejemplo- pero no por María Antonieta. Al mismo tiempo, María cristina era muy inteligente, así como talento artístico; ella era sin duda la hermana excepcional en este sentido.

Era fácil como resultado de Antonieta de concebir una aversión tímida para la empresa intelectual y brillante, mujeres mayores dueñas de sí misma, exactamente l la clase de criaturas sofisticadas que por tradición dominaban la sociedad francesa. Amalia, aunque casi diez años mayor, era una figura mucho menos amenazante; ella no era inteligente, no tan interesante, no tan bonita, ni elegante, por todas estas razones no estaba tan querida por María Theresa. Aunque Antonieta podría hacer frente a Amalia, los ecos de sus celos infantiles para mimi, al pasar los años, resonarían cada vez con más fuerza. La relación de Antonieta con su hermana más cercana en edad, Charlotte, por otra parte, establece un patrón bastante diferente. La futura María Carolina, tres años mayor que ella, se alzó con Antonieta casi como si fueran gemelas.

retrato de la pequeña antonieta junta a su hermana Maria Carolina.
Se trataba de dos animadas niñas, al mismo tiempo, Charlotte era dominante y protectora, Antonieta dependiente. María Theresa, atontada como estaba con su mimi, sin embargo admiraba el espíritu de Charlotte, “ella era –dijo la emperatriz- la que se parece más estrechamente a mí misma”. Tal vez ayudo a su relación simbiótica que Charlotte y Antonieta “se parecían en gran medida”, como la pintora madame Vigee-LeBrun señalo más tarde (el retrato de las dos se pueden confundir fácilmente). Como niñas compartían los mismos ojos azules grandes, el color rosa y tez blanca, cabello rubio y narices alargadas; pero por razones indefinibles, todo añadió hermosura femenina en Antonieta. Charlotte, si “no es tan bonita”, estaba en el otro lado atractivo con una fuerte personalidad.


La pequeña Antonieta había logrado al parecer, evitar más o menos la desagradable experiencia de la educación, que no sea en las artes, donde su habilidad en el baile y su gusto por la música añadieron a su aura general, una gracia majestuosa. Su institutriz, la condesa de Brandeis era una bondadosa mujer, que le brindo afecto a Antonieta, el cariño que quizás le faltaba de su madre imperial. Parece adecuado que la carta escrita para saludar al año nuevo cuando tenía once o doce años escrito por ella para “la más querida Brandeis” y firmado por “su fiel discípula que te ama con locura, Antonieta”.

Esta breve carta es la primera existente escrito por María Antonieta, un deseo para el Año Nuevo, cuando tenía 12 años de edad, envió a su institutriz, la condesa Brandeiss, firmada por "su pupila fiel, Antoine."
El problema era que “la querida Brandeis” llego a estropear y descuidar cualquier tipo de instrucción grave. Cuando periódicamente la emperatriz exigió ver los trabajos de su hija, muchas fueron hechos por la institutriz, incluso los dibujos supuestamente por la mano de la archiduquesa probablemente no fueron hechos por Antonieta.

María Antonieta junto
a su ama de llaves
En 1768 la querida Brandeis fue eliminada en favor de la condesa de Lerchenfeld, inteligente y también más difícil, que había actuado como maestra de las batas a las mayores archiduquesas. Inevitablemente Antonieta le desagradaba y continúo llorando por Brandeis. Esta combinación de un inicio tardía y una aversión personal a su maestra no hizo mucho para remediar su situación educativa.

La ignorancia es la bendición de la niñez. ¿Qué sabe una niña de diez, doce, catorce años de la guerra y la paz, de batallas y tratados? ¿Qué significan para ella los nombres como Austria o Francia, Luis, Federico o Catalina de Rusia, que toda esa locura del mundo? Con los rubios cabellos al viento, una muchachita de largas piernas corre y juega en las habitaciones luminosas y en las sombrías de un palacio, con su hermana Charlotte. Niñas, hoy son alegres compañeras de juego, mañana lo serán en el extranjero como reinas.

María Antonieta en tres años, el Hofburg de Viena -
Gabinete de Miniaturas
Un resplandor de la niñez dichosa seguirá brillando así incluso en su hora más oscura. Pero ¡qué lejos está aún ese tiempo turbio y sombrío! Ahora las hermanas siguen jugando día y noche, burlando y engañando a su institutriz, sonrisas encantadoras en los palacios de Schonbrunn o Laxenburg y nada saben de soberanía, dignidad y reinos, nada de su orgullo y de sus peligros. Pero de repente ambas serán separadas, la aventura ha terminado, Charlotte es enviada a Nápoles y la pequeña Antonieta es elegida para ser la prometida del delfín de Francia, la política echa mano a su cuerpo sin desarrollar, a su alma ingenua. Pero con esa ha terminado su niñez y comienza el deber y las pruebas.

La pequeña María Antonieta de cinco años, dice para el cumpleaños de su madre un poema de Metastasio -
El ejemplo tomado de "Ilustraciones para la Historia de Italia" por Lodovico Pogliaghi, publicado por la Casa de Treves (1886).