lunes, 3 de junio de 2019

FIN DE LA ETIQUETA Y EL CEREMONIAL EN VERSALLES

Apenas María Antonieta se encuentra restablecida en su alegre morada, cuando comienza ya, enérgicamente, a manejar su nueva escoba. Primeramente, fuera toda la gente vieja. Los viejos son aburridos y feos. No saben bailar ni saben divertirla; están siempre predicando prudencia y reflexión, y de estas eternas recomendaciones y amonestaciones de moderación está fundamentalmente harta aquella mujer de temperamento ardiente, desde sus tiempos de delfina. Fuera, pues, la rígida mentora, «Madame Etiqueta», la condesa de Noailles: una reina no necesita ser educada; le es lícito hacer lo que quiera. Fuera, a una distancia respetable, el confesor y consejero dado por su madre, el abate Vermond. Fuera, y muy lejos, todos aquellos para hablar con los cuales hay que hacer un esfuerzo espiritual. A su lado, exclusivamente jóvenes; una alegre compañía que no eche a perder con una abobada gravedad el juego y las bromas de la vida.

END OF ETIQUETTE AND THE CEREMONIAL IN VERSAILLES

Si estos compañeros de diversión son o no de alta categoría, de una de las primeras familias, y si poseen un carácter honorable a irreprochable, se toma poco en consideración; tampoco necesitan ser excesivamente cultos, educados -la gente culta es maliciosa, y pedante la educada-; le basta que posean un espíritu agudo, que sepan referir anécdotas picantes y hagan buen papel en las fiestas. Diversión, diversión y diversión es lo primero y lo único que exige María Antonieta de su círculo íntimo. Así se rodea de tout ce qui est de plus mauvais à Paris et plus jeune , como dice suspirando María Teresa; de una soi-disant société , como gruñe, enojado, su hermano José II; de una tertulia en apariencia indolente, pero, en realidad, en extremo egoísta, que se hace pagar su fácil tarea de ser el maître de plaisir de la reina con las más importantes prebendas y que durante los juegos galantes se guarda en su bolso de arlequín las más pingües pensiones.

Con mano ligera y juguetona, María Antonieta coge la corona como un inesperado regalo; es todavía demasiado joven para saber que la vida no da nada de balde y que todo lo que se recibe del destino tiene señalado secretamente su precio. Este precio, María Antonieta piensa no pagarlo. Sólo toma a su cargo los derechos de la realeza y deja a deber sus obligaciones. Quiere reunir dos cosas que no son humanamente compatibles: quiere reinar y al mismo tiempo gozar. Como reina, quiere que todo sirva a sus deseos, cediendo sin vacilar ella misma a cada uno de sus caprichos; quiere la plenitud de poderes de la soberana y la libertad de la mujer; por tanto, gozar doblemente de su vida, juvenil y fogosa, poniéndola dos veces en tensión.

END OF ETIQUETTE AND THE CEREMONIAL IN VERSAILLES

Pero en Versalles no es posible la libertad. En medio d aquellas claras Galerías de Espejos no hay paso alguno que quede oculto. Todo movimiento está reglamentado, cada palabra es transportada más lejos por un viento traidor. Aquí no hay soledad posible ni fácil coloquio entre dos personas; no hay descanso ni reposo; el rey es el centro de un gigantesco reloj que señala, con implacable regularidad, cada uno de los actos de la vida, desde el nacimiento a la muerte, desde el levantarse hasta el irse a la cama; las mismas horas de amor se convierten en una cuestión de Estado. El soberano, a quien todo pertenece, pertenece él a su vez a todo y no a sí mismo. Pero María Antonieta odia toda vigilancia; de este modo, apenas llega a ser reina, cuando ya le pide a su siempre condescendiente esposo un escondrijo donde no tenga que serlo. Y Luis XVI, mitad por debilidad, mitad por galantería, le regala, como donación nupcial, el palacete estival de Trianón, un segundo reino chiquito, pero propiedad particular de la reina, en medio del poderoso reino de Francia. 

En sí mismo, no es ningún gran regalo el que María Antonieta recibe de su esposo al darle Trianón, pero es juguete que debe ocupar y encantar su ociosidad durante más de diez años.

END OF ETIQUETTE AND THE CEREMONIAL IN VERSAILLES

Pero también, en sentido político, su capricho le cuesta más caro a la reina. Pues al dejar ociosa en Versalles a toda la camarilla de cortesanos, le quita a la corte el sentido de su existencia. La dama que tiene que entregar los guantes a la reina, aquella dama que le aproxima respetuosamente su vaso de noche, las damas de honor y los gentileshombres, los miles de guardias, los servidores y los cortesanos, ¿qué van a hacer ahora sin su cargo? Sin ocupación alguna, permanecen sentados el día entero en el Oeil-de-boeuf , y lo mismo que una máquina, cuando no trabaja, es roída por la herrumbre, así se ve invadida esta corte, desdeñosamente abandonada, de un modo cada vez más peligroso, por la hiel y el veneno. Pronto llegan tan adelante las cosas, que la alta sociedad, como por un pacto secreto, evita el concurrir a las fiestas de la corte: que la orgullosa «austríaca» se divierta en su « petit Schoenbrunn», en su « petite Viena»; para recibir sólo una rápida y fría inclinación de cabeza se considera demasiado buena esta nobleza, que es tan antigua como los Habsburgos.

Cada vez más pública y francamente, crece la fronde de la alta aristocracia francesa contra la reina desde que ha abandonado Versalles, y el duque de Lévis describe muy plásticamente la situación: "En la edad de las diversiones y de la frivolidad, en la embriaguez del poder supremo, a la Reina no le gustaba imponerse traba alguna; la etiqueta y las ceremonias eran para ella motivos de impaciencia y de aburrimiento. Le demostraron... que en un siglo tan ilustrado, en el que los hombres se libraban de todos los prejuicios, los soberanos debían librarse de esas molestas ataduras que les imponía la costumbre: en una palabra, que era ridículo pensar que la obediencia de los pueblos depende del número mayor o menor de horas que la familia real pase en un círculo de cortesanos fastidiosos y hastiados... Fuera de algunos favoritos que debían su elección a un capricho o a una intriga, fue excluida toda la gente de la corte. La alcurnia, los servicios prestados, la dignidad, la alta cuna, no fueron ya títulos para ser admitido en el círculo íntimo de la familia real. Sólo los domingos podían aquellos que habían sido presentados en la corte ver durante algunos momentos a los príncipes. Pero la mayor parte de estas personas perdieron pronto el gusto por esta inútil molestia, que sabían que no les era agradecida en modo alguno; reconocieron, por su parte, que era una tontería venir hasta tan lejos para no ser mejor recibidos, y dejaron de hacerlo... Versalles, el escenario de la magnificencia de Luis XIV, adonde se venía ansiosamente de todos los países de Europa para aprender refinadas formas de vida social y de cortesía, no era ya más que una pequeña ciudad de provincia, a la cual no se iba más que de mala gana y de la cual volvían todos a alejarse lo más rápidamente posible". 

END OF ETIQUETTE AND THE CEREMONIAL IN VERSAILLES

También este peligro lo previó desde lejos María Teresa a su debido tiempo: «Yo misma conozco todo el aburrimiento y vacío de las ceremonias de corte, pero, créeme, si se las abandona surgen de ello inconvenientes aún mucho más importantes que estas pequeñas incomodidades, especialmente entre vosotros, con una nación de tan vivo carácter» No obstante, cuando María Antonieta no quiere comprender, no tiene sentido alguno el pretender razonar con ella. ¡Cuántas historias a causa de la media hora de camino separada de Versalles a que vive! Más, en realidad, estas dos o tres millas le han alejado para el resto de su vida, tanto de la corte como del pueblo. Si María Antonieta hubiese permanecido en Versalles, en medio de la nobleza francesa y siguiendo las costumbres tradicionales, en la hora del litigio habría tenido a su lado a los príncipes, a los grandes señores y al conjunto de la aristocracia. Por otra parte, si hubiese intentado, lo mismo que su hermano José, acercarse democráticamente al pueblo, los cientos de miles de parisienes, los millones de franceses la habrían idolatrado. Pero María Antonieta, individualista absoluta, nada hace para agradar a la nobleza ni al pueblo; piensa sólo en sí misma, y a causa de este capricho favorito de Trianón es igualmente mal querida tanto del primero como del segundo y del tercer estado; porque quiso estar demasiado sola gozando de su dicha, estará igualmente solitaria en su desdicha, y se ve forzada a pagar un juego infantil con su corona y con su vida. 

domingo, 26 de mayo de 2019

LA BONDAD DE MADAME LA DAUPHINE

Madame la Dauphine, que había llegado, bajó de su carruaje, corrió hacia esta mujer, le hizo respirar un olor con el que regresó de su desmayo. La archiduquesa le dio todo el dinero que tenía sobre ella, pero lo que era mucho más admirable fueron las palabras de consuelo y bondad que  tenía contra esta pobre criatura. Finalmente, la archiduquesa, tocada, movida, derramó lágrimas, y en ese momento hizo que se derramaran más de cien espectadores, quienes la rodearon y permanecieron en una inmovilidad causada por el ataque y la admiración de una escena. Único y también conmovedor. - conde Mercy.
“María Antonieta estableció aún más su reputación publica de dulzura y misericordia al detener su coche durante más de una hora para ayudar a un postillón herido. Ella no iba a continuar hasta no ver la presencia de un cirujano. Luego insistió en una camilla para el herido, en lugar de una silla de posta incomoda, y entonces siguió su curso. Este comportamiento fue muy aclamado, el conde Mercy informo a Viena. Otro celebre incidente confirmo la imagen, cuando un campesino viticultor fue corneado por un ciervo en el trascurso de la cacería real, la delfina transporto al desafortunado hombre en su propio carruaje. Amplia publicidad se le dio a la escena, que se conmemoro en grabados, tapices e incluso los aficionados, bajo el título general, “un ejemplo de la compasión”. Esta imagen difundida de la encantadora delfina, se consideró totalmente apropiado para una futura reina de Francia. 


Por una vez, la publicidad no mentía. El impulso de la compasión era lo suficientemente genuina y profundamente arraigado en el carácter de María Antonieta. “ella estaba tan feliz en hacer el bien y buscaba cualquier oportunidad de hacerlo”, escribió madame Campan de una ocasión mucho mas tarde: algunos dirigieron a ella una petición sobre el tema de un juego de ave rapaz, reservado para el deporte del rey, que estaba destruyendo sus cultivos. María Antonieta ordeno que fueran destruidos. Seis semanas, cuando la llegada de una petición la hizo consciente de que sus órdenes no se habían llevado a cabo, ella estaba molesta y personalmente superviso el cumplimiento de su orden. 


Marie antoinette dando limosnas
Es cierto que la insistencia de María Antonieta en la implicación personal de las obras humanitarias –una tradición en la que había sido educada en Viena- se pensaba en privado a ser más bien innecesaria en Versalles. Luis XV señalo esto cuando la delfina pidió permiso para ir a parís para consolar a una de sus damas de palacio, la condesa de Mailly, que había perdido a su único hijo: “no estamos acostumbrados a realizar este tipo de visitas, mi querida hija”. De todos modos él estuvo de acuerdo de que podría actuar siguiendo los dictados de su buen corazón”.

-Marie Antoinette: The Journey  (2002)
de Antonia Fraser

domingo, 19 de mayo de 2019

MARIE ANTOINETTE POR ALEXANDER KUCHARSKI

ALEXANDER KUCHARSKI

La plena transformación de Maria Antonieta en las tullerias lo atestigua también un retrato, el único y último que la reina se dejó hacer en las Tullerías. Kucharski, un pintor polaco, trazó un fácil bosquejo que la huida a Varennes le impidió terminar; no obstante, es el más acabado que poseemos. Los retratos de etiqueta de Wertmüller, los de salón de madame Vigée-Lebrun, se esfuerzan incesantemente por recordar al que los mira que aquella mujer es la reina de Francia. Con magnífico sombrero adornado de soberbias plumas de avestruz sobre la cabeza, deslumbrante de diamantes, el vestido de brocado, aparece el personaje cerca de su trono de terciopelo, y hasta los que la han representado en un traje mitológico o campestre han consignado, en cualquier detalle, un signo visible que hace saber que esta señora es una elevada dama, la más alta del país, la reina.

Este retrato de Kucharski deja a un lado todas estos maravillosos ropajes: una mujer opulenta y hermosa se ha sentado ante un espejo y mira soñadora ante sí. Parece un poco cansada y agotada. No se ha puesto ninguna gran toilette , ningún adorno: ninguna piedra preciosa sobre su escote, no se ha preparado especialmente; han pasado los artificios de comediante, ya no es tiempo de ello; la aspiración de agradar se ha trocado en tranquilidad, la vanidad en sencillez. Rizados y naturales caen los cabellos, dispuestos sin estudio, en los cuales brillan ya las primeras hebras de plata. Con naturalidad pende el traje de los hombros, siempre redondos y lucientes, pero nada en su actitud está buscado para producir un efecto de seducción. La boca ya no sonríe, los ojos ya no solicitan admiración; aparece, en una especie de luz otoñal, todavía hermosa, pero ya de una belleza suave y maternal; en un crepúsculo entre el deseo y la renuncia, como mujer entre dos edades, ya no joven y todavía no vieja; ya no deseosa y, sin embargo, aún deseable; así mira, soñadoramente, delante de sí esta mujer.

ALEXANDER KUCHARSKI

Mientras que en todos los otros retratos se tiene la impresión de una mujer enamorada de sí misma y que en medio del curso de sus bailes y risas se ha dirigido por un momento, a toda prisa, hacia el pintor, para volver rápidamente a su aturdido vivir, se percibe aquí que esta mujer se ha vuelto tranquila y que ama la calma. Después de los millares de ídolos, encerrados en preciosos marcos o tallados en mármol y marfil, este dibujo a medio hacer muestra, por fin, lo que es la criatura humana, y, único entre todos los otros retratos, permite por primera vez sospechar que en esta reina hay también algo a modo de un alma.

Citado: Marie Antoinette - Stefan Zweig (1932)

domingo, 12 de mayo de 2019

UN PRÍNCIPE DE LA COCHINCHINA EN VERSALLES (1787)

En 1777, los hermanos Tay Son atacaron Saigon y eliminaron casi toda la dinastía Nguyen. Uno de sus miembros, Nguyen Anh, de quince años, logró escapar al sur. Se refugió en el seminario del misionero francés Pierre Georges Pigneau, obispo de Adran. El movimiento fue un paso político tomado por Pigneau para alienarse con Nguyen Anh, permitiéndose una incursión en la política. Se volvió menos misionero y más político después.

Nguyen Anh, mas conocido como Gia Long,fue el primer emperador de la dinastía Nguyễn de Vietnam.
En noviembre de 1777, Nguyen Anh pudo recuperar Saigon y en 1778 persiguió a los Tay Son en retirada hasta Binh Thuan. En la vecina Camboya, una revuelta pro-Chinchinesa estallo para derrocar al rey pro-Siam Angnon. En 1780, las tropas Cochinchines intervinieron, y Pigneau les ayudo a conseguir armas de los portugueses. En 1782, Tay Son dirigió una nueva ofensiva hacia el sur. Nguyen Anh se vio obligado a retirarse a la isla de Phu Quoc. En octubre de 1782, la marea cambio nuevamente y Nguyen Anh y Pigneau regresaron a Saigon.

En marzo de 1783, los Nguyen fueron nuevamente derrotados y Nguyen Anh y Pigneau, una vez más, partieron a la isla de Phu Quoc. El santuario era a la ves fugaz e ilusorio. Tuvieron que escapar de nuevo cuando se descubrió su escondite, siendo perseguidos de isla en isla hasta que llegaron a Siam. Pigneau visito la corte Siamesa en Bangkok a fines de 1783. Nguyen Anh también llego allí en febrero de 1784, donde recluto aun ejército para que lo acompañaran a Vietnam. En enero de 1785, sin embargo, la flota Siamesa se encontró con un desastre contra los Tay Son en el rio Melkong.

La pintura de Pigneau por Maupérin de 1787 se puede ver en la Sociedad de Misiones Extranjeras de París.
Nguyen Anh se refugió nuevamente en la corte Siamesa y resolvieron reunir todo el apoyo que pudieran de las potencias occidentales, Nguyen Anh le pidió a Pigneau que solicitara ayuda francesa, y se comprometió a permitir que Pigneau llevara a su hijo el príncipe Canh con él. En julio de 1786, a Pigneau se le permitió viajar de regreso a Francia. Las noticas de sus actividades llegaron a roma, donde fue denunciado por los franciscanos españoles.

Al llegar en febrero de 1787 con el niño príncipe a la corte de Luis XVI en Versalles, Pigneau tuvo dificultades para obtener apoyo para una expedición francesa para instalar a Nguyen Anh en el trono, debido a la mala situación financiera del país. Finalmente, pudo seducir a figuras militares con instrucciones precisas sobre las condiciones de la guerra en Indochina y material para la campaña propuesta. Explico como Francia podría “dominar los mares de china el archipiélago”. El partido se reunió con el rey Luis XVI, el ministro de la armada, Castries y el ministro de asuntos exteriores, Montmorin el 5 o 6 de mayo de 1787.

El príncipe heredero Nguyễn Phúc Cảnh, de siete años, pintado por Maupérin durante el viaje de 1787 del príncipe a París con Pigneau, en exhibición en la Sociedad de Misiones Extranjeras de París
El príncipe Canh creo una sensación en la corte de Luis XVI, llevando al famoso peluquero Leonard a crear un peinado en su honor “Au Prince De Cochinchine”. Su retrato fue hecho en Francia por Mauperin. El príncipe Canh deslumbro a la corte e incluso jugo con el hijo de Luis XVI, el delfín Luis José, que tenía aproximadamente la misma edad.

Para noviembre, su presión constante había resultado efectiva. El 21 de noviembre de 1787, el tratado de Versalles se celebró entre Francia y la Cochinchina a nombre de Nguyen Anh. Se prometieron cuatro fragatas y 1.650 soldados franceses totalmente equipados. Pigneau recibió el título de ministro plenipotenciario del rey de Francia y se reunió a fines de octubre de 1789 con su pupilo, Nguyen Anh, en la fragata La Medusa, dirigido por el almirante Rasilly.

La parte de la firma del tratado de Versalles en 1787 .
El gobierno francés, en vísperas de la revolución, estaba en un terrible problema financiero y vio que su posición se debilitaba aún más con el estallido de la guerra civil en Holanda. El entusiasmo francés por el plan de Pigneau fue severamente humedecido. Unos días después de la firma del tratado, el ministro de asuntos exteriores envió instrucciones el 2 de diciembre de 1787 al gobernador de Pondicherry, Thomas Conway, que dejo la ejecución del tratado para su propia apreciación de la situación en Asia, afirmando que estaba libre de no realizar la expedición, o retrasarla, según su propia opinión.

Con está débil ayuda, gracias a las ventajas obtenidas durante la ausencia de su hijo, el rey logro reconquistar su corona en 1792. A pesar de las intrigas y los celos de los grandes jefes franceses, Nguyen Anh, continúo concediendo ventajas al obispo. Pero su estimable ministro no vivió lo suficiente como para verlo como un pacífico poseedor de sus estados. La disentería se lo llevo en octubre de 1799. Su alumno, el pricnipe Canh le sobrevivió solo dos años, y murió de viruela en 1801. El rey Nguyen Anh, hizo los mayores honores en el cuerpo del misionero, enviado a través de su familia muestras de gratitud.
Estatua de Pigneau de Behaine, con el príncipe Cảnh y sosteniendo el Tratado de Versalles , en Saigón.

lunes, 29 de abril de 2019

MARIE ANTOINETTE ES SEPARADA DE SU PEQUEÑO HIJO (1793)

El 1° de julio de 1793, pocos días después del descubrimiento de la conspiración del barón de Batz, decreta el Comité de Salud Pública, en nombre de la Comuna, que el joven delfín, Luis Capeto, sea separado de su madre y, sin ninguna posibilidad de entenderse con ella, sea llevado al recinto más seguro del Temple, o, dicho de un modo más claro y más cruel, que el niño sea arrebatado a su madre. La Comuna se reserva elegir un preceptor, y, manifiestamente por agradecimiento a su vigilancia, se decide por aquel zapatero de los sans-culottes , que no se deja conmover por dinero ni por sentimientos o sensiblería.
 
MARIE ANTOINETTE EST SÉPARÉE DE SON PETIT FILS (1793)
Los municipales se presentan. de repente uno de ellos, se observa el orden del Comité, indicando que el hijo de Capeto será separado de su madre y su familia. En estas palabras, la reina se levanta, pálida de emoción:" ¡Quitad a mi hijo! -exclama- no, eso no es posible". Marie Theresa, temblorosa, estaba al lado de su madre, y Madame Elizabeth, con sus dos manos extendidas sobre el libro sagrado, escuchó, miró, con el corazón apretado, pero sin derramar una lágrima.
 Ahora bien, Simón era un simple, llano y grosero hombre de pueblo, un auténtico y verdadero proletario, pero, en modo alguno, aquel siniestro borracho y sádico cruel que han hecho de él los monárquicos. Claro que, en todo caso, ¡qué odiosa elección de preceptor! Pues este hombre es probable que en toda su vida no haya leído jamás un libro, y, según lo atestigua la única carta conocida de él, no domina, ni de lejos, las reglas más elementales de la ortografía: es un honrado sans-culottes , y eso, en 1793, parece ya cualidad suficiente para cualquier empleo. La línea espiritual de la Revolución ha decaído, desde hace seis meses, en una aguda curva, pues aún la Asamblea Nacional se fijó en Condorcet, hombre distinguido y gran escritor, autor de los Progrès de l'esprit humain , para preceptor del heredero del trono de Francia. La diferencia es espantosa si se le compara con el zapatero Simón. Pero de las tres palabras «libertad, igualdad, fraternidad», el concepto de libertad, desde que existe el Comité de Salud Pública, y el de fraternidad, desde que funciona la guillotina, han sufrido una desvalorización casi tan grande como la de los asignados; sólo la idea de la igualdad, o más bien de la forzosa igualación, domina en esta última fase, la radical y violenta de la Revolución. Manifiestamente, se da a conocer esta elección el propósito de que el joven delfín no sea educado como un hombre fino, ni siquiera instruido, sino que debe permanecer, espiritualmente, en la clase más baja y más ignorante de la sociedad. Debe olvidar y desconocer por completo de dónde procede, para que con ello les sea más fácil a los otros olvidarle a él. 

MARIE ANTOINETTE EST SÉPARÉE DE SON PETIT FILS (1793)

De que haya resuelto la Convención arrancar al niño a los cuidados maternales no sospecha ni lo más mínimo María Antonieta cuando, a las nueve y media de la noche, seis delegados municipales llaman a la puerta del Temple. El método de las sorpresas repentinas y crueles pertenece al sistema penitenciario de Hébert. Sus inspecciones tienen siempre lugar, como un suceso repentino, a altas horas de la noche y sin previo aviso. El niño hace tiempo que ha sido acostado; la reina y madame Elisabeth están todavía despiertas. Entran los empleados municipales; con desconfianza se levanta la reina; todavía no hubo ninguna de estas visitas nocturnas que le trajera otra cosa que humillaciones o malos mensajes. Esta vez, hasta los mismos empleados municipales parecen algo confusos. Es un deber difícil para ellos, que en su mayor parte son padres de familia, comunicar a una madre que el Comité de Salud Pública ha ordenado que para siempre tiene que entregar a manos extrañas su único hijo, sin ninguna razón aparente y casi sin poder despedirse de él a derechas. 

Sobre la escena que se desarrolló aquella noche entre la desesperada madre y los comisarios no tenemos ningún otro informe sino aquel, altamente inseguro, del único testigo ocular, de la hija de María Antonieta. ¿Es verdad, que, como lo escribe la futura duquesa de Angulema, María Antonieta conjuró, en medio de su llanto, a aquellos funcionarios, que no hacían otra cosa sino ejecutar el deber de cumplir un mandato, para que le dejaran su hijo? ¿Es verdad que les gritó que prefería que la mataran a ella misma antes de arrebatarle al niño? ¿Que los comisarios (es inverosímil, pues no tenían ninguna orden para ello) la amenazaron con matar al niño y a la princesa si seguía resistiéndose, y que por fin, al cabo de una manifiesta lucha de varias horas, arrastraron consigo, con ruda violencia, al niño, que gritaba y sollozaba? El informe oficial no sabe nada de esto; por su parte, anuncian los comisarios, con los más bellos colores: «La separación tuvo lugar con todas las manifestaciones de sentimiento que en tal momento eran de esperar. Los representantes del pueblo han usado de todos los miramientos compatibles con la severidad de sus funciones». Tenemos aquí, pues, un informe frente a otro, un partido contra otro, y donde habla el partidismo resuenan raramente los acentos de la verdad. 

Pero de una cosa no se debe dudar: esta separación de su hijo, violenta a innecesariamente cruel, ha sido, quizás, el momento más duro de toda la vida de María Antonieta. La madre tenía un especial cariño por aquel niño rubio, petulante, precoz; este chico, en el cual quería ella educar a un rey, era lo único que, con su animada charla y su curioso afán de preguntas, había hecho aún soportables las horas en la solitaria torre. 
  
MARIE ANTOINETTE IS SEPARATED FROM HER LITTLE SON (1793)
 “Marie Antoinette defendiendo a sus hijos”, una ilustración a doble página. “Old Tales Retold: The French Revolution: Marie Antoinette” para Britannia & Eve, junio de 1934.
Indudablemente, estaba más cerca del corazón de la reina que la hija, la cual, de un carácter áspero, sombrío y poco amable, perezosa de espíritu y totalmente insignificante, no ofrecía tanta ocasión de desbordarse a la ternura, eternamente viva, de María Antonieta, como este bello mozuelo, delicado y admirablemente despierto, que le era arrancado ahora para siempre, de un modo tan estúpidamente odioso como brutal. Pues aunque el delfín debiera seguir habitando en el mismo recinto del Temple, sólo a pocos metros de la torre de María Antonieta, un indisculpable formulismo de la Comuna no permitía a la madre cambiar una sola palabra con su hijo; hasta cuando oye decir que está enfermo, le prohíben que le visite; como a una apestada, la mantienen alejada de todo encuentro. Ni siquiera le es permitido -nueva y absurda crueldad- hablar con el extraño preceptor del niño, con el zapatero Simón, siéndole así negada toda noticia acerca de su hijo, silenciosa y desvalida, tiene que saber la madre que su hijo está muy cerca de ella, en el mismo recinto, sin poder saludarle, sin poder tener otro contacto con él sino los de su íntimo sentimiento, vinculo maternal, que ningún decreto puede prohibir.
 
Por fin -¡pequeño a insuficiente consuelo!- descubre María Antonieta que, por una única ventana de la escalera de la torre, en el tercer piso, puede acecharse aquella parte del patio en la cual juega a veces el delfín. Y allí se está durante horas enteras, innumerables veces y con frecuencia en vano, esta mujer que en otro tiempo fue reina de todo un reino, a la espera de ver si puede descubrir fugazmente en el patio de su prisión, de una manera furtiva (los guardianes son indulgentes), un aspecto de la clara silueta querida. El niño, que no sospecha que desde un ventanuco enrejado sigue cada uno de sus movimientos la mirada, con frecuencia turbia por el llanto, de su madre, juega alegre y despreocupado. (¿Qué sabe de su destino un niño de nueve años?) El muchacho se ha adaptado velozmente, demasiado velozmente, a su ambiente nuevo; ha olvidado, en su alegre abandono, de quién es hijo, qué sangre corre por sus venas y cuál es su nombre. 

Valiente y en voz alta, sin sospechar su sentido, canta la Carmagnole y el Ça ira , que le han enseñado Simón y sus compañeros; lleva la gorra roja de los sans-culottes , cosa que le divierte; bromea con los soldados que guardan a su madre; no ya sólo por un muro de piedra, sino por todo un mundo, está ahora este niño íntimamente separado de su madre. 
  
MARIE ANTOINETTE IS SEPARATED FROM HER LITTLE SON (1793)

Pero, a pesar de todo, el corazón le palpita a María Antonieta con más fuerza y alegría cuando ve a su hijo, a quien ya sólo con la mirada y no con los brazos puede abrazar, jugando tan alegre y despreocupadamente. ¿Qué será del pobre niño? Hébert, entre cuyas despiadadas manos lo ha puesto la Convención sin lástima alguna, ha escrito en su infame periódico, el Père Duchêne, estas amenazadoras palabras: «¡Pobre nación...! Ese bribonzuelo será funesto para ti, tarde o temprano: cuanto más gracioso es, tanto más temible. Que esa pequeña serpiente y su hermana sean arrojados en una isla desierta; es preciso deshacerse de ellos a cualquier precio que sea. Por lo demás, ¿qué significa un niño cuando se trata de la salud de la República?». 

¿Qué significa un niño? Para Hébert no gran cosa; la madre lo sabe bien. Por eso se estremece cada día cuando no descubre en el patio a su hijo favorito. Por eso también tiembla siempre con impotente furor cuando entra en su cuarto aquel enemigo de su corazón, por cuyo consejo le ha sido arrebatado el niño, y el cual, con ello, ha cometido el crimen más despreciable que puede cometerse en el mundo moral: la innecesaria crueldad con un vencido. Que la Revolución haya puesto a la reina precisamente en manos de Hébert, de ese Tersites, es una sombría página de su historia que es mejor volver rápidamente. Pues hasta la idea más pura se convierte en pequeña y baja tan pronto como da poder a tales seres para cometer en su nombre actos inhumanos. 
  
MARIE ANTOINETTE IS SEPARATED FROM HER LITTLE SON (1793)

Largas son ahora las horas y más sombrías parecen los enrejados recintos de la torre desde que ya no los ilumina la risa del niño. Ningún rumor, ninguna noticia, viene ahora de fuera; los últimos auxiliares han desaparecido, los amigos están ahora inalcanzablemente en lo remoto. Tres mujeres solitarias están allí reunidas un día tras otro: María Antonieta, su hijita y madame Elisabeth. No tienen ya, hace mucho tiempo, nada que decirse una a otra; han olvidado la esperanza y acaso también el temor. Aunque es primavera y ya llega el verano, apenas bajan todavía al pequeño jardín; una gran fatiga pesa sobre los miembros de sus cuerpos. En el semblante de la reina hay algo que se apaga también durante estas semanas de la prueba extrema.

domingo, 21 de abril de 2019

MARIE ANTOINETTE ET MADAME ROLAND

La hora de la revolución había llegado, y, ambiciosa, incrédula, llena de desdén por las clases dirigentes, llena de confianza en su propia superioridad, actúa, elocuente, apasionada, uniendo el lenguaje de un orador a las seducciones de una mujer encantadora. Madame Roland estaba madura para la revolución. Su época le convenía, y ella se adaptaba a su época.
MARIE ANTOINETTE ET MADAME ROLAND
Marie-Jeanne 'Manon' Roland de la Platière, más conocida con el nombre de Madame Roland
La mujer, formada por la naturaleza para ser dominada, nada es más agradable para ella que invertir las partes y, a su vez, convertirse en dominante. Ejercer influencia en los asuntos públicos, designar o apoyar a los candidatos a los grandes cargos de estado, organizar o dirigir un ministerio, hacerse escuchar por hombres serios, inspirar opiniones o sistemas. Si alguna vez se han convencido de su superioridad con respecto a los hombres, nada podrá arraigar la convicción de sus mentes.

La política tiene el inmenso defecto de las almas exasperantes, inquietantes y desfigurantes, Madame Roland nació buena, sensible y generosa. La política la hizo a veces malvada, cruel y vengativa. En el tercer piso del hotel Britannique se formó una especie de reunión política, se reunieron alrededor de esta mujer aún desconocida, cuyo ingenio, encanto y belleza no tardaron en causar sensación. Fue en este periodo cuando conoció a Buzot. El día de su primera entrevista con el joven y brillante diputado fue una época en su vida sentimental. A partir de entonces, dos pasiones, amor y ambición, una tan feroz y devoradora como la otra, debían ocupar su ardiente alma. Ella era seis años mayor que Buzot. A pesar de que su amor por él pudo haber sido platónico, ella le dio todo su corazón y su alma.

MARIE ANTOINETTE ET MADAME ROLAND
François Buzot , con quien Madame Roland tuvo una intensa relación platónica en el último año de su vida.
Para la mayoría de las mujeres, todavía hermosas, que se mezclan en los asuntos públicos, el amor es lo principal; se imaginan que están apegándose a las ideas, y es a los hombres. La mujer de estado en madame Roland juega en segundo lugar al amante Buzot. En su mente, la república y el apuesto republicano se funden en uno. Creyente a sí misma como una patriota cuando está por encima de todo, una mujer enamorada, lleva las emociones, las infativaciones, los ardientes y las exasperaciones de su vida privada a la pública. Con ella, los enojos y los entusiasmos aumentan hasta el paroxismo. Ella es extrema en todas las cosas.

Ella detesta a Luis XVI tanto como ella ama a Buzot. Después de la huida a Varennes, escribió: “reemplazar al rey en el trono es una locura, un absurdo, sino es un horror; declararlo demente es hacer obligatorio el nombramiento de un regente. Para destituir a Luis XVI, más allá de toda contradicción, al paso más grande y recto, pero usted es incapaz de darlo”. Su odio incluye tanto a Luis XVI como a María Antonieta. El 25 de junio de 1791, ella escribe: “me parece que el rey debería ser secuestrado y su esposa acusada”. Y el 1 de julio: “el rey se ha hundido a las profundidades más bajas de la degradación; su truco lo ha expuesto por completo, y no inspira más que desprecio. Su nombre, su retrato y sus brazos han sido borrados en todas partes. Los notarios han tenido la obligación de hacerlo. Derribar los escudos marcados con la flor de Lis que sirvió para designare sus casas. No se le llama más que a Luis el falso o al gran cerdo. Caricaturas de todo tipo lo representan bajo emblemas que, aunque no son los más odiosos, son el más adecuado para alimentar y aumentar el desdén popular. La gente tiende por su propia voluntad a todo lo que puede expresar este sentimiento”.
  
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Una vez que llegó al poder, ¿era este gran enemigo de la nobleza y la prescripción simple y fácil de abordar? De ninguna manera, a menudo hay más arrogancia mostrada por el parvenus de ambos sexos que por aquellos que son aristócratas por nacimiento. Madame Roland estaba extremadamente orgullosa de su nueva dignidad, y de inmediato se resolvió, como nos dice en sus Memorias, ni para hacer ni recibir visitas. Su actitud y los modales en el ministerio eran los de un soberano asiático. Se aisló, permitiendo que solo un pequeño número de cortesanos privilegiados entraran en su presencia. Bajo el antiguo régimen, las esposas de ministros y embajadores, duques y pares, nunca se habían felicitado por "cultivar sus gustos privados" en detrimento de las propiedades y obligaciones de la buena cría. Pero la Revolución había cambiado todo eso. La cortesía francesa era ahora mera basura pasada de moda. En el Ministerio del Interior, la etiqueta cuya "severidad" es acosada por Madame Roland era más rigurosa que la de la corte de Versalles, y era más fácil ver a la esposa del Rey que a la esposa del ministro.

Dos mujeres se encuentran enfrentadas a través del tablero de ajedrez y a punto de mover las piezas en un juego terrible en el que cada una juega su cabeza, y cada una está predestinada a perder. Una es la mujer que representa el antiguo régimen: la hija de los Césares alemanes, la Reina de Francia y Navarra; la otra representa el nuevo régimen, las clases medias parisinas, la hija del grabador del Quai des Orfèvres. Son casi de la misma edad. Madame Roland nació el 18 de marzo de 1754; y María Antonieta, 2 de noviembre de 1755. Ambas son hermosas, y ambas son conscientes de su encanto. Cada uno ejerce una especie de dominación sobre todos los que se le acercan.

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María Antonieta en las Tullerías: el famoso cuadro de Kucharsky 
En 1792, cuando Roland ingresa en el ministerio, María Antonieta ya no piensa en la coquetería, el lujo o el vestido. La heroína de la Galería de los Espejos, la pastora coronada de Trianon, la reina de la elegancia, el placer y la moda no es reconocible en ella. El tiempo para los esplendores ha terminado, como el tiempo para las pastorales. No más festivales, no más distracciones, no más teatros. Ansiedades y trabajo incesante; escribiendo a lo largo del día y leyendo, meditando, y la oración durante toda la noche, son ahora la desafortunada existencia del soberano. Ella apenas duerme. Sus ojos están enrojecidos por las lágrimas. Una sola noche, la de la detención en el viaje a Varennes, había sido suficiente para blanquear su cabello. Lleva luto por su hermano, el emperador Leopoldo, y por su aliado, el rey de Suecia, Gustavo III, y se podría decir que ella también lo está usando para la monarquía francesa. Todo rastro de frivolidad ha desaparecido. El severo y majestuoso rostro de la mujer que sufre tan cruelmente como reina, esposa y madre, está santificada por la doble poesía de la religión y el dolor.

Madame Roland, por otro lado, es más coqueta que nunca. La actriz que por fin ha encontrado su teatro y está muy orgullosa de interpretar su papel, desea seducir, desea reinar. Ella se deleita en presidir estas cenas políticas donde todos los invitados son hombres, y de los cuales su gracia y su elocuencia constituyen el encanto. Ella acaba de completar su trigésimo octavo año. Su marido es casi cincuenta y ocho; Buzot solo tiene treinta y dos. Posiblemente esté más preocupada por el amor que por la ambición. Para usar una de sus propias expresiones, "su corazón se hincha con el deseo de complacer", para complacer a Buzot por encima de todo; se esfuerza por celebrar su propia belleza, que, a pesar de mostrar síntomas de disminución, tiene el brillo de la puesta de sol. Ella escribe:" Mi boca es bastante grande; hay mil más guapas, pero ninguna que tenga una sonrisa más suave y seductora ". En la cárcel, cuando tiene casi cuarenta años, afirma que, si ha perdido algunas de sus atracciones, no necesita ayuda del arte para hacer que se vea cinco o seis años más joven.

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Tanto María Antonieta como Madame Roland eran mujeres políticas. Pero a pesar de eso, la única se convirtió en la suya propia, con la esperanza de salvar la vida de su esposo y la herencia de su hijo; la otra, a través de la ambición y el deseo de desempeñar un papel que su origen no le había destinado. En la una, todo es a la vez noble y simple, natural y majestuoso; en la otra siempre hay algo afectado y teatral; uno huele a la avenida que nunca será una gran dama, ni siquiera en el Ministerio del Interior o en la casa de Calonne. Todo está sin estudiar en María Antonieta; Madame Roland, por el contrario, es una artista de la coquetería.

Extraño capricho del destino que hace que los rivales políticos y los adversarios se traten entre sí en igualdad de condiciones con estas dos mujeres, una de las cuales estaba muy por encima de la otra por rango y nacimiento. Las Tullerías y la casa del Ministro del Interior son como dos ciudadelas hostiles a una distancia de piedra. A ambos lados hay vigilancia y miedo. Un abismo impasable, ahuecado por la vanidad del plebeyo aún más que por el orgullo de la Reina, separa para siempre a estas dos mujeres valientes que, si se hubieran unido en lugar de antagonizarse, podrían haber salvado a su país y a sí mismos.

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Ilustración que muestra a la pequeña Roland en unos apartamentos en versalles.
Es necesario retroceder unos años para comprender el motivo del odio de Madame Roland por María Antonieta. Fue inspirado en el vano plebeyo por la envidia, el peor y más vil de todos los consejeros. La característica especial de Madame Roland era la pasión por hacer un efecto. Ahora, el efecto producido por María Antonieta bajo el antiguo régimen fue inmenso; La producida por la futura Egeria del grupo Girondin fue casi nula. Una simple mortal, con respecto al Olimpo desde abajo, se dijo a sí misma con tristeza, que a pesar de sus talentos y sus encantos no había lugar para ella entre los dioses y diosas. Versalles era como un mundo superior del que la enloquecía para ser excluida. Tenía veinte años cuando, en 1774, la visitó con su madre, su tío, el abad Bimont y una gentil anciana, Mademoiselle de Hannaches.

la llevaron a pasar una semana en las lujosas residencias de María Antonieta. Versalles fue en sí misma una ciudad de palacios y cortesanos, donde se concentró todo lo que podía deslumbrar al ojo con una pompa real y una voluptuosidad primordial. La mayoría de las chicas de su edad se habrían quedado encantadas y desconcertadas por esta muestra de grandeza real. Jane fue [Pg 46]permitido presenciar, y en parte compartir, toda la pompa de mesas y presentaciones lujosamente extendidas, y bailes de la corte e iluminaciones, y los equipamientos dorados de embajadores y príncipes. Pero esta doncella, que acaba de salir del período de la infancia y el aislamiento del claustro, desconcertada por toda esta brillantez, miró tristemente a la escena con la mirada condenatoria de un filósofo. El servilismo de los cortesanos excitó su desprecio. Contrastó la profusión y la extravagancia ilimitadas que llenaban estos palacios con la ausencia de consuelo en las viviendas de los pobres con exceso de impuestos, y reflexionó profundamente sobre el valor de ese real despotismo, que privó a los millones de personas a la indulgencia indolente de unos pocos. Su orgullo personal también fue severamente picado al percibir que sus propias atracciones, mentales y físicas, fueron totalmente ignorados por las multitudes que se inclinaban ante los santuarios de rango y poder.

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Los esplendores de Versalles no deslumbraron a la hija del grabador del Quai des Orfèvres. ¿Qué impresión le causó esta excursión al palacio real? Ella misma nos lo dirá diecinueve años después. en su prisión. "No fui insensible", dice ella, "al efecto de tanta pompa y ceremonia, pero me indignó que su objeto fuera exaltar a ciertos individuos que ya eran demasiado poderosos y de muy poca importancia personal: me gustaba mucho mejor mirar en las estatuas en los jardines que en las personas en el palacio”.

Suponiendo que, en lugar de ser simplemente un plebeyo insignificante, Madame Roland había nacido en las filas de la aristocracia, había disfrutado del derecho de sentarse en presencia de Sus Majestades en Versalles, y había brillado en los entretenimientos familiares de Trianon, ella Sin duda, habrían compartido los sentimientos e ideas de las mujeres del antiguo régimen y, como la Princesa de Lamballe o la Duquesa de Polignac, habrían derramado lágrimas de compasión por las desgracias de la Reina. El destino, al colocarla en una posición subordinada, la convirtió en enemiga y rebelde. Ella anatematizó a la sociedad en la que su rango no tenía relación con su elevada inteligencia y su necesidad de dominación. Cuando, desde la ventana superior de la casa de su padre en el Quai des Orfèvres, junto al Pont-Neuf, ella vio pasar a la brillante comitiva de María Antonieta en su camino a Notre Dame para dar gracias a Dios por un evento feliz, se enojó con toda esta pompa y brillo, tanto en contraste con su propia condición oscura. ¡Qué crímenes han sido engendrados por el sentimiento de envidia! Las furias de la guillotina fueron sobre todo envidiosas. Estaban encantados de ver en el carro fatal a la mujer a la que habían visto antes en carruajes de gala resplandecientes de oro.

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Robespierre, silencioso y de mal humor, apareció con otros en el salón de Madame Roland. Ella se sorprendió con su singularidad, e impresionada con una conciencia instintiva de su peculiar genio. Estaba cautivado por esos encantos de conversación en los que Madame Roland no tenía rival. En silencio, porque no tenía poderes para conversar, se detuvo en torno a su silla, atesoró sus tropos y metáforas espontáneos y absorbió sus sentimientos. Tenía una percepción clara.[ del estado de los tiempos, fue tal vez un patriota sincero, y no tenía lazos de amistad, ni escrúpulos de conciencia, ni instintos de misericordia, para apartarlo de cualquier medida de sangre o aflicción que pudiera cumplir sus planes.
Es triste decirlo, pero incluso su comunidad en sufrimiento no desarmó el odio de Madame Roland por María Antonieta. Fue en la cárcel, en vísperas de ascender el andamio, que escribió sobre Luis XVI y la Reina: "Fue llevado por una criatura mareada que unió la presunción de juventud y grandeza a la insolencia austriaca, la intoxicación de los sentidos y la negligencia de la levedad, y fue seducida por todos los vicios de una corte asiática. por lo que había estado muy bien preparada por el ejemplo de su madre ".

¿Por qué estas dos mujeres eran adversarias políticas? Ambas sensibles, ambas artísticos, con inagotables fuentes de poesía y ternura en el corazón, nacieron por emociones suaves y no por catástrofes horribles. ¿Quién, al amanecer, podría haber predicho para ellas una noche tan espantosa? Al igual que María Antonieta, Madame Roland amaba la naturaleza y las artes. Sintió el profundo y penetrante encanto de los campos. Dibujó, tocó el arpa, la guitarra y el violín, y cantó. "Nadie sabe", escribió unos momentos antes de su muerte, "qué es una música de alivio en la soledad y la angustia, ni de cuántas tentaciones puede salvarla en la prosperidad". Ella había cantado los mismos romances como la reina. Los mismos poetas habían inspirado y afectado a cada una.

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Madame Roland en  la Conciergerie, poco antes de su ejecución.
¿No recuerda este pasaje más femenino de las memorias de Madame Roland el personaje de la amante del Pequeño Trianón? "Siempre recuerdo el efecto singular producido por un grupo de violetas en Navidad; cuando las recibí, estaba en esa condición de alma que a menudo me inducía una temporada favorable al pensamiento serio. Mi imaginación dormía, reflexioné con frialdad y apenas sentía, de repente, el color de estas violetas y su delicado perfume impactaron mis sentidos; fue un despertar a la vida ... Un tinte rosado inundó el horizonte del día ". ¿Acaso este grito de Madame Roland en su cautiverio no sería el de María Antonieta también? "¡Ah! ¿Cuándo voy a respirar aire puro y esas exhalaciones suaves tan agradables a mi corazón?" Y tal vez la hija de la gran María Teresa no haya llorado, ¿Como la hija de Felipe el grabador? "¡Adiós! Hija mía, mi esposo, mis amigos. ¡Adiós! Sol cuyos brillantes rayos trajeron serenidad a mi alma, como si estuvieran recordándolo en los cielos. ¡Adiós! Campos solitarios que tantas veces me han conmovido".

¿Qué no deben estas dos mujeres muy sensibles han tenido que sufrir en la época en que Francia se convirtió en un infierno? Cada una de ellas ha creído en la mejora de la especie humana y el regreso de la edad de oro a la tierra, y ¿Cuál será su despertar, después de esos sueños seductores? Los hombres serán tan injustos, tan malos, tan crueles para el republicano como para la reina. Ella también estará empapada de calumnias e indignaciones. La insultarán también de la manera más cobarde y feroz. La innoble periodista la llamará "viejo saco de la contrarrevolución". Él le dirá a ella con sus juramentos habituales: "¡Llora por tus crímenes, viejo susto, antes de expiarlos en el andamio!" La esposa de Luis XVI y la esposa de Roland morirá dentro de los veintitrés días de diferencia: uno el 16 de octubre y el otro el 8 de noviembre de 1793. Partirán de la misma prisión de la Conciergerie, para ser conducidos al mismo lugar, para cortarles la cabeza con la cuchilla de la misma guillotina. El plebeyo que había estado tan celoso de la reina, ya no puede quejarse. Si las vidas de las dos mujeres han sido diferentes, al menos tendrán la misma muerte; y el hacedor de los nobles hechos del régimen de igualdad, el jefe, no hará distinción entre las dos víctimas, entre la verdadera soberana, la Reina de Francia y Navarra, y el soberano de un día, a quien Père Duchesne, como insolente a uno como al otro, ya no hablaremos excepto bajo el sobrenombre de Queen Coco.

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Llevada a juicio. Se vistió con una túnica blanca, como símbolo de su inocencia, y su largo cabello oscuro cayó en gruesos rizos en su cuello y hombros. Salió de su mazmorra una visión de inusual belleza. Los prisioneros que caminaban por los pasillos se reunieron a su alrededor y, con sonrisas y palabras de aliento, infundió energía en sus corazones. Tranquila e invencible conoció a sus jueces. La acusaron de los crímenes de ser la esposa de M. Roland y el amigo de sus amigos. Orgullosamente se reconoció culpable de ambos cargos.
Si Madame Roland, prisionera, aplastada por la desgracia, en el mismo umbral del andamio, después de tantas noches sin dormir y tantas lágrimas, tuvo conservado tales atracciones, qué encanto no debe haber ejercido en el Ministerio del Interior, cuando la esperanza y el orgullo iluminaron su hermoso rostro, y cuando, después de aparecer ante sus adoradores electrificados como la Musa del nuevo régimen, el mago, El Circe de la Revolución, ¡tocó tan profundamente sus mentes y corazones! Ella, que sabía muy bien cómo amar y cómo odiar, que se sentía tan agudamente, que tenía tanta energía, tanto vigor, qué fascinación no debía haber ejercido con su mirada de fuego, sus largas trenzas negras, su más que adornada elocuencia, su inspirada, lírica, entusiasta actitud, y ese arte consumado que, según el comentario de Fontanes, hizo creer que en ella todo era obra de la naturaleza.

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Con un semblante animado y una sonrisa alegre, ella estaba absorta en su esfuerzo por infundir fortaleza en su alma. El verdugo la agarró por el brazo. "Quédate", dijo ella, resistiendo ligeramente su agarre; "Tengo un favor que pedir, y eso no es para mí. Le suplico que me lo conceda". Luego, dirigiéndose al anciano, dijo: "¿Me precede al andamio? Ver el flujo de mi sangre te haría sufrir dos veces la amargura de la muerte. Debo evitarte el dolor de ser testigo de mi ejecución". El oficial de popa se negó rotundamente y respondió: "Mis órdenes son que te lleven primero". Con esa sonrisa ganadora y esa gracia fascinante que eran casi sin resistencia, se reincorporó: "No puedes, seguramente, rechazar a una mujer su último pedido".  Con un rostro apacible y un paso boyante, ella ascendió la plataforma. Madame Roland se paró por un momento sobre la plataforma elevada, miró con calma alrededor de la gran explanada, y luego se inclinó ante la estatua colosal, exclamó: "¡Oh, Libertad! ¡Libertad!. 

Así murió Madame Roland, en el año treinta y nueve [Pg 303]de su edad. Su muerte oprimió a todos los que la habían conocido con la pena más profunda. Su amigo íntimo Buzot, que entonces era un fugitivo, al escuchar las noticias, fue arrojado a un estado de delirio perfecto, del cual no se recuperó durante muchos días. 

domingo, 14 de abril de 2019

LOUIS ET MARIE ANTOINETTE: MARIAGE PAR PROCURATION

LOUIS ET MARIE ANTOINETTE: MARIAGE PAR PROCURATION
 
Cerrado el jueves 19 de abril de 1770, a las seis de la tarde, el estruendo de las trompetas y el sonido de los tambores, toda la corte de María Teresa, fue a la iglesia de los Agustinos, donde tendría lugar el matrimonio por poderes de María Antonieta. La archiduquesa, todo sonrisas, estaba vestida con una túnica de plata tejida. Mientras su compañero, el archiduque Fernando (quien sustituiría al delfín de Francia) estaba vestido de seda blanco con una banda azul sobre el pecho.

José II encabezo la procesión, seguida de la emperatriz María Teresa; detrás de ella el archiduque Fernando que le dio la mano a María Antonieta, para seguir a la condesa de Trautmannsdorf (la institutriz de María Antonieta) que llevo a cabo la larga cola de su pupila.

LOUIS ET MARIE ANTOINETTE: MARIAGE PAR PROCURATION
María Antonieta en el famoso pastel
Ducreux, enviado al rey de Francia (1769), y el archiduque Fernando como sustituto del delfín Luis Augusto; el archiduque también actuó de sustituto como el rey de Napoles en la boda  por poderes de la archiduquesa Amalia.
A la llegada de la procesión, en la iglesia sonaba la música de órgano, compuesto para la ocasión por Gluck. La misa fue presidida por el nuncio papal, monseñor Visconti, asistido por el cura de la corte, Briselance. Los bancos de los “cónyuges” estaban cubiertos de terciopelo rojo bordado en oro; cuando los dos hermanos se arrodillaron, respondiendo a la pregunta del nuncio con el voto latino: “volo et ita promitto” (por lo que quiero y prometo).

LOUIS ET MARIE ANTOINETTE: MARIAGE PAR PROCURATION

Los anillos de los cuales seria entregado por María Antonieta al delfín, fueron bendecidos; el archiduque Fernando planto a su hermana en el dedo anular el anillo de rubíes y luego la levanto en brazos y la beso en las mejillas; después de los cual Briselance prepara a verbalizar el acto de la boda, Kaunitz y el marqués de Durfort actuaron como testigos del contrato.