jueves, 3 de enero de 2019

PROCESO Y SENTENCIA DEL ASUNTO DEL COLLAR


Ante el tribunal se abre con tiento la misteriosa caja de Pandora. Su contenido esparce un olor no precisamente a rosas. Como favorable para la ladrona se muestra únicamente la circunstancia de que, a tiempo, el noble esposo de De la Motte ha podido emprender la huida a Londres con los restos del collar; con ello falta la principal pieza probatoria, y cada uno de los acusados puede acusar al otro del robo y ocultación del invisible objeto robado, y al mismo tiempo, subterráneamente, dejar siempre entrever la posibilidad de que acaso el collar se encuentre todavía en manos de la reina. La De la Motte, la cual sospecha que los ilustres señores procesados se determinarán a descargar sobre sus espaldas el peso de la culpa, para poner en ridículo a Rohan y apartar de sí la sospecha ha acusado del robo al inocente Cagliostro, envolviéndolo a la fuerza en el proceso. Explica, descarada a imprudentemente, su repentina riqueza diciendo que ha sido querida de Su Eminencia, y todo el mundo conoce la liberalidad de aquel eclesiástico tierno de corazón.

El asunto comienza a ser, por lo menos, enojoso para el cardenal, cuando logran por fin echar mano a los cómplices Rétaux y la «baronesa de Oliva», la modistilla, y con sus declaraciones todo queda aclarado. Pero hay un nombre que tanto la acusación como la defensa evitan celosamente pronunciar: el de la reina. Cada uno de los acusados se guarda con todo cuidado de echar sobre María Antonieta la culpa más pequeña; hasta la De la Motte -otras han de ser más tarde sus palabras- rechaza como una criminal infamación la idea de que la reina haya recibido el collar. Mas precisamente esta circunstancia de que todos ellos, como por un convenio propio, hablen de la reina con tan profundas reverencias y tan llenos de respeto, actúa en sentido contrario sobre la desconfiada opinión pública; se esparce cada vez más el rumor de que se ha dado orden de no acusar a la reina. Ya se susurra que el cardenal ha tomado magnánimamente las culpas a su cargo, y se preguntan las gentes si las cartas que ordenó quemar tan pronta y discretamente serían en realidad todas falsas. ¿No habrá, pues, alguna cosa -cierto que no se sabe qué, pero algo, algo-, en este asunto, que sea comprometedor para la reina? De nada sirve que los hechos se aclaren totalmente, precisamente porque su nombre no es pronunciado en el juicio, María Antonieta, de modo invisible, comparece también ante el tribunal.


El 31 de mayo debe por fin ser pronunciada sentencia. Desde las cinco de la mañana, una muchedumbre que no puede abarcar la vista se agolpa delante del Palacio de Justicia; la orilla izquierda del Sena no puede, ella sola, contener toda esta gente, y también el Puente Nuevo y la orilla derecha se encuentran llenos de una masa impaciente; con gran trabajo, la Policía a caballo logra mantener el orden. Ya en su camino, por las excitadas miradas y las apasionadas aclamaciones de los espectadores, comprenden los sesenta y cuatro jueces lo trascendental que es para toda Francia la sentencia que van a pronunciar; pero el aviso decisivo los espera en la antecámara de la gran sala de deliberaciones, del gran chambre. Allí, vestidos de luto, diecinueve miembros de las familias de Rohan, Soubise y Lorena están colocados en fila por donde han de pasar los jueces, y se inclinan respetuosos a su paso. Ninguno de ellos dice palabra, ninguno se adelanta. Su vestido y su actitud lo dicen todo. Y esta silenciosa súplica de que la sentencia devuelva su amenazado honor a la familia de Rohan actúa fuertemente sobre los consejeros, los cuales, en su mayoría, pertenecen también a la alta nobleza de Francia; antes de comenzar las deliberaciones saben ya que el pueblo y la nobleza, y en general todo el país, esperan la libre absolución del cardenal. 


Sin embargo, las deliberaciones duran dieciséis horas, y los de Rohan y los millares de personas de la calle tienen que esperar diecisiete horas, desde las seis de la mañana hasta la diez de la noche, porque los jueces no ignoran que se hallan en presencia de una trascendental resolución. La sentencia de la embaucadora es pronunciada primeramente, lo mismo que la de sus cómplices; a la modistilla la dejan gustosos salir libre porque ¡es tan bonita y se dejó conducir al bosquecillo de Venus de modo tan inocente! La verdadera discusión se refiere exclusivamente al cardenal. En absolverlo, porque evidentemente ha sido engañado y no es ningún impostor, están todos de acuerdo; la diferencia de opiniones impera sólo en lo que se refiere a la forma de esta absolución, pues de ello depende una gran cuestión política. Los partidarios de la corte desean -y no sin razón- que esta absolución tenga que ir ligada con una reprensión por «culpable osadía», pues no ha sido otra cosa, por parte del cardenal, el creer que una reina de Francia podía citarse secretamente con él en un oscuro bosquecillo. Por esta falta de respeto a la persona de la reina exige el representante de la acusación que el cardenal presente humilde y públicamente sus excusas ante el gran chambre, lo mismo que la dimisión de todos sus cargos. Por el contrario, el partido adverso, el de los enemigos de la reina, desea la pura y simple suspensión del procedimiento. 


El cardenal ha sido engañado y queda, por tanto, sin mácula ni culpa. Esta plena absolución lleva en su aljaba una flecha envenenada. Pues si se admite que el cardenal, por todo lo que se conoce de la conducta de la reina, ha podido juzgar como posibles tales clandestinidades y libertades, con ello se saca a la vergüenza la ligereza de la reina. En el platillo de la balanza está colocado algo difícil de pesar; considérese, por lo menos, que la conducta de Rohan ha sido irrespetuosa con la soberana, y, de este modo, María Antonieta queda compensada del mal uso que se ha hecho de su nombre; mientras que si se absuelve al cardenal pura y simplemente, al mismo tiempo se condena moralmente a la reina.

Esto lo saben los jueces del Parlamento, esto lo saben ambos partidos, esto lo sabe el pueblo, ávido a impaciente; tal sentencia tiene que resolver algo distinto de aquel caso aislado e insignificante. Aquí no se trata de ningún asunto privado, sino de la cuestión política de aquel tiempo; de si el Parlamento de Francia considera aún la persona de la reina como «sagrada» e intangible, o la tiene por sometida plenamente a las leyes, como cada uno de los otros ciudadanos franceses; por primera vez, la Revolución que llega arroja resplandores de un rojo matinal por las ventanas de aquel edificio en el cual se contiene también la Conciergerie , es estremecedora prisión desde la cual María Antonieta debe ser conducida al cadalso. Bajo un mismo techo comienza la causa de la reina y en él ha de terminar. En la misma sala que la De la Motte tendrá más tarde que defenderse la reina. 


Los jueces deliberan durante dieciséis horas; combaten violentamente unas con otras las diversas opiniones y los no menos opuestos intereses; pues ambos partidos, el monárquico y el antimonárquico, han aprovechado toda suerte de influencias, y no la que menos la del oro; desde varias semanas antes, todos los ministros del Parlamento están sometidos a recomendaciones, amenazas, maniobras, cohechos y regalos, y se canta ya por las calles.Por último se venga también el Parlamento de la antigua indiferencia del rey y de la reina hacia tal institución; hay muchos, entre estos jueces, que piensan que ya es tiempo de que la autocracia reciba una lección fundamental y sin precedentes. Por veintiséis votos contra veintidós -el partido se juega con fuerzas casi iguales- es absuelto el cardenal «sin ninguna censura», lo mismo que su amigo Cagliostro y la modistilla del Palais Royal. También con los cómplices se muestra indulgente el tribunal: quedan libres, sólo con pena de destierro. El gasto lo paga la De la Motte, la cual, por unanimidad, es condenada a ser azotada públicamente por el verdugo, a ser marcada con un hierro candente que le imprima una « V» (voleuse) y a permanecer encerrada por todo el tiempo de su vida en la Salpêtrière. 


Pero hay también una persona, que no estuvo sentada en el banquillo de los acusados y que, con la absolución del cardenal, queda condenada y también a perpetuidad: María Antonieta. Desde aquella hora es abandonada, sin defensa alguna, a la calumnia pública y al odio ilimitado de sus adversarios.

Al oír el veredicto, alguien se precipita fuera de la sala de audiencia y lo comunica a las masas; centenares de personas lo siguen y, locas de entusiasmo, proclaman la absolución por las calles. Con tanta violencia se desborda el júbilo, que sus bramidos llegan hasta la orilla del río. «¡Viva el Parlamento!» -grito nuevo que sustituye al habitual de « ¡Viva el Rey!»- resuena por toda la ciudad. A los jueces les cuesta trabajo defenderse de la entusiasta gratitud. Las gentes los abrazan, las vendedoras del mercado los besan, su camino es cubierto de flores, magníficamente se desarrolla el cortejo triunfal de los absueltos. Diez mil personas, lo mismo que a un general victorioso, escoltan al cardenal, nuevamente vestido de púrpura, hasta la Bastilla, donde todavía debe pasar aquella noche; hasta el amanecer lanzan gritos de júbilo ante sus murallas muchedumbres siempre renovadas. No menos divinizado es Cagliostro, y sólo una orden de la Policía logra impedir que la ciudad se ilumine en su honor. De este modo, señal alarmante, festeja todo el pueblo a dos personas que no han hecho ni logrado otra cosa para Francia sino dañar mortalmente el prestigio de la reina y de la monarquía. 

En vano se esfuerza la reina por ocultar su desesperación; este latigazo en mitad del rostro ha estallado con demasiada dureza y demasiado en público. Su camarera la encuentra deshecha en llanto; Mercy comunica a Viena que su dolor es «mayor de lo que razonablemente parece exigir la causa». Siempre más fuerte por sus instintos que por consciente reflexión, María Antonieta ha reconocido al punto lo irreparable de esa derrota; por primera vez desde que lleva la corona, ha tropezado con un poder más fuerte que su voluntad.

Pero el rey tiene aún entre sus manos la resolución final. Aún podría, con una enérgica disposición, salvar el ofendido honor de su esposa a intimidar a su debido tiempo la sorda resistencia general. Un rey fuerte, una reina resuelta, tendrían que haber disuelto un Parlamento hasta aquel punto sedicioso; así habría precedido Luis XIV y acaso Luis XV Pero Luis XVI no posee más que un ánimo abatido. No se atreve con el Parlamento; solamente, para dar a su esposa una especie de satisfacción, envía al cardenal al destierro y expulsa a Cagliostro fuera del país -tímido expediente que enoja al Parlamento sin herirlo realmente y ofende a la justicia sin reparar el honor de la reina-. Indeciso, como siempre, emplea el término medio, cosa que en política siempre resulta lo más perjudicial. El rey ha dejado escapar irreparablemente el momento de tomar una gran decisión. Con la sentencia del Parlamento contra la reina comienza una época nueva.

También contra la De la Motte emplea la corte idéntico y funesto procedimiento de términos medios. También aquí existían dos posibilidades: o evitar magnánimamente a la criminal el castigo cruel -cosa que hubiera hecho un efecto excelente o, en otro caso, llevar a efecto la ejecución de la pena con la mayor publicidad posible. Pero de nuevo se refugia la íntima vacilación en medidas intermedias. Cierto que erigen solemnemente el patíbulo, prometiendo con ello a todo el pueblo el bárbaro espectáculo de una pública estigmatización; ya están alquiladas a fantásticos precios las ventanas de las casas vecinas: no obstante, en el último momento, se espanta la corte de su propio valor. A las cinco de la mañana, por tanto, intencionalmente a una hora en la que no son de temer los testigos, catorce verdugos arrastran a la condenada, que grita agudamente y, llena de furor, reparte golpes entre los que la rodean, hasta las escaleras del Palacio de Justicia, donde le será leída la sentencia que la condena a ser azotada y marcada con hierro candente. 


Pero han agarrado a una leona enfurecida; la histérica mujer lanza penetrantes aullidos; sus maldiciones contra el rey, el cardenal y el Parlamento despiertan a los durmientes de todos los alrededores; resuella ruidosamente, muerde, pega puntapiés, y finalmente se ven obligados a arrancar los vestidos de su cuerpo para poder imprimirle la ardiente señal. Más en el instante en que la enrojecida marca toca su hombro, se revuelve convulsivamente la víctima de tal tortura, descubriendo su total desnudez, con gran diversión de los espectadores, y la encendida «V» cae sobre su pecho en lugar del hombro. Entre alaridos, el frenético animal muerde al verdugo a través de su jubón; después la martirizada cae sin sentido. Como a un cadáver, arrastran a la desmayada hasta la Salpétrière, donde, según la sentencia, debe trabajar durante toda su vida con un hábito de tela gris, calzada con zuecos y alimentada sólo con pan negro y lentejas. 


Apenas son conocidas las horrorosas circunstancias de este castigo, todas las simpatías se vuelven de repente hacia la De la Motte; se llena de pronto de conmovedora piedad por la «inocente» De la Motte, pues dichosamente se ha encontrado ahora una nueva forma, y nada peligrosa, de protestar contra la reina: se hace ostentación de pública simpatía por la «víctima», por la «pobre desgraciada». El duque de Orleans organiza una cuestación pública, y toda la nobleza envía regalos a la cárcel; a diario elegantes carrozas se detienen delante de la Salpêtrière. Visitar a la castigada ladrona es el dernier cri de la sociedad parisiense. Con asombro reconoce un día la abadesa, entre las emocionadas visitantes, a una de las mejores amigas de la reina, la princesa de Lamballe. ¿Ha ido por propio impulso o, como al instante cuchichea la gente, con una comisión secreta de María Antonieta? En todo caso, esta piedad fuera de lugar arroja una penosa sombra sobre la situación de la reina. ¿Qué significa esta sorprendente compasión?, se preguntan todos.

¿Le remuerde a la reina la conciencia? ¿Busca un acuerdo secreto con su «víctima»? No cesan los murmullos. Y como pocas semanas más tarde, de una manera misteriosa -manos desconocidas le abrieron por la noche las puertas de la prisión-, la De la Motte huye a Inglaterra, una sola voz domina entonces en todo París para decir que la reina ha salvado a su «amiga» en agradecimiento por haber silenciado generosamente ante el tribunal la culpa o la complicidad de María Antonieta en el asunto del collar. 


En realidad, el facilitar la fuga de la De la Motte fue el más pérfido golpe que los conjurados, desde su celda, podían asestar contra la reina. Pues ahora no sólo el misterioso rumor del acuerdo de la reina con la ladrona encuentra abiertas todas las puertas, sino que, por su parte, la azotada De la Motte puede, desde Londres, presentarse como acusadora a imprimir impunemente las mentiras y calumnias más desvergonzadas; y aún más, como en Francia y en toda Europa hay un público inmenso que espera tales «revelaciones», puede, por fin, volver a manejar mucho dinero. Ya el mismo día de su llegada, un editor de Londres le ofrece grandes sumas; en vano intenta la corte, que ahora conoce ya la trascendencia de las calumnias, detener el vuelo de estas flechas envenenadas; la favorita de la reina, la Polignac, es enviada a Inglaterra para comprar el silencio de la ladrona a cambio de doscientas mil libras, pero la astuta embaucadora engaña de nuevo a la corte, coge el dinero y hace publicar una, dos y hasta tres veces, en forma siempre diferente y con nuevas adiciones sensacionales, el libro de sus Memorias.


En estas memorias se encuentra todo lo que un público ávido de escándalo podía esperar y más aún; el proceso ante el Parlamento ha sido un vano simulacro, se ha sacrificado a la pobre De la Motte del modo más abominable. Naturalmente que nadie, sino la reina, ha encargado el collar y lo ha recibido de manos de Rohan, mientras que ella, la pobre inocente, sólo por amistad, ha echado sobre sí el delito para proteger el desacreditado honor de la reina. De qué manera ha llegado a ser tan amiga de María Antonieta, también esto lo explica la desvergonzada embustera en la forma como desea verlo explicado el concupiscente público: more lésbico, intimidades del lecho. No sirve de nada que, a los ojos de todo espíritu libre de prevenciones, la mayor parte de estas mentiras queden ya desenmascaradas por su torpe intervención; por ejemplo, cuando la De la Motte afirma que María Antonieta tuvo ya relaciones amorosas con el cardenal de Rohan cuando archiduquesa, en el tiempo en que éste había sido embajador en Viena, a toda persona de buena voluntad le basta contar con los dedos para saber que María Antonieta hacía ya largo tiempo que era delfina en Versalles cuando la embajada de Rohan. Pero las buenas voluntades se han hecho escasas. En cambio, al gran público le embelesan las docenas de cartas de amor de la reina a Rohan, perfumadas con almizcle, que la De la Motte falsifica en sus memorias, y cuantas más perversidades sabe referir de la reina, tantas más quiere conocer.
 

A los dos o tres años del proceso del collar es imposible ya salvar a María Antonieta, infamada en toda Francia como la mujer más lasciva y depravada, más astuta y tiránica que cabe imaginar, mientras que, por el contrario, la bribona De la Motte, marcada por el fuego, pasa por víctima inocente. Y apenas estalla la Revolución, cuando intentan los clubs traer a París a la fugitiva De la Motte, bajo su protección, para abrir nuevamente y con maña todo el proceso del collar, pero esta vez con la De la Motte como acusadora y María Antonieta en el banco de los acusados; sólo la muerte súbita de la De la Motte -en 1791 se arrojó por la ventana de un ataque de manía persecutoria- impidió que esta magnífica embaucadora fuera llevada en triunfo por París, concediéndosele el decreto de que «ha sido acreedora de la gratitud de la República». Sin esta intervención del destino, el mundo habría asistido a una comedia de justicia mucho más grotesca aún que el proceso del collar: la De la Motte, espectadora aclamada en la decapitación de la reina calumniada por ella. 

domingo, 23 de diciembre de 2018

EL ESPIONAJE A MADAME LA DAUPHINE POR PARTE DE LA EMPERATRIZ

Tan pronto como entro en Francia, María Antonieta fue recibida por el conde Mercy, el mebajador de María Teresa en parís. Era un hombre elegante y comunicativo, animado por una verdadera adoración por María Teresa y dispuesto a dedicarse en cuerpo y alma a la hija de la emperatriz. “iré a visitarte todos los días –dijo- pero si en mi ausencia alguna pregunta molestara a su alteza, en cualquier momento, avíseme e iré a tratar de resolver esta dificultad con usted. Que su alteza me confié sus cartas, me comprometo a transmitirlas a Viena por medio de correos especiales en los que puede confiar plenamente. De la misma manera, soy yo quien traerá a su alteza las cartas de su majestad su madre”.
  
Detalle de un grabado que muestra al conde Mercy sosteniendo un retrato de la joven Marie Antoinette.
Algunos días más tarde, Mercy condujo al Abad Vermond a las terrazas para una “conversación sin testigos”. Los dos hombres se conocían. Dos años y seis meses antes, fue el embajador Mercy quien eligió a Vermond como maestro para la joven Antonieta. “ya sabes querido Vermond –dijo Mercy- que ternura siente su majestad por su hija, y cuan ansiosa esta por conocerla a pesar de estar tan lejos de ella… por esta razón somos usted y yo los encargados de espiar a madame la delfina”.

Vermond hizo un rápido asentimiento. Aceptar esta tarea ya le había costado lo suficiente, no necesitaba una segunda escena de reclutamiento. “iré todos los días a Versalles –continuo Mercy- pero entiende, sería imprudente que hablemos a menudo en privado como lo estamos haciendo. Nos saludaremos cuando nos crucemos, eso es todo… también sería muy peligroso que te comuniques directamente con la emperatriz. Si unas de esas cartas las descubren, no me atrevo a imaginar las consecuencias… siempre dirígeme. Como embajador, escribir a su majestad es mi misión oficial”.

Vermond fue a parís todas las semanas. Se demoró lo menos posible con Mercy. Entrego su informe e intercambio con el embajador algunas consideraciones sobre los recientes acontecimientos de este mundo que era el tribunal. Luego fue a cenar al colegio de las cuatro naciones, lo que justifico su viaje. Cuando Vermond, en el gabinete de la emperatriz en Schonbrunn, había aceptado este trabajo de inteligencia, lo había hecho con esta reserva secreta que transmitiría a María Teresa solo las observaciones que consideraba útiles para María Antonieta.

Mercy, con gran habilidad, ha tendido estrechamente sus redes en torno a su protegida. "He ganado la confianza de tres personas del servicio personal de la archiduquesa, la hago observar día tras día por Vermond, y sé, por medio de la marquesa de Durfort, hasta la palabra más insignificante que charla con sus tías. Poseo además, otros medios y caminos para conocer lo que pasa en la cámara del rey cuando se encuentra ahí la delfina".
¡Nunca, había prometido, sería un espía al servicio de Austria! Pero la caravana de la delfina aún no había completado la mitad de su viaje, había entendido que la imponente María Teresa, sentada en casi un tercio de Europa, sería el apoyo más fuerte de María Antonieta en Francia. María Teresa fue la única que pudo hablar en igualdad de condiciones con Luis XV, si María Antonieta tenía dificultades reales, era de su madre que recibiría la ayuda más efectiva. Y para eso, la emperatriz tenía que estar debidamente informada.

María Antonieta por su parte, sospechaba que Mercy informaba a su madre, pero a ella realmente no le importaba. Era el representante de la emperatriz en parís, era normal que se atreviera un poco, era suficiente para prestar atención a lo que se decía ante él (si María Antonieta hubiera sabido el alcance de la correspondencia que Mercy le envió cada semana a su soberana: sus días se describen casi hora por hora). Pero no sospecho que Vermond también informo a María Teresa. Vermond era su amigo, no el de su madre. Fue su confidente, su compañero en esta aventura francesa. Si descubriera lo que consideraba traición, nunca lo perdonaría.


Tan simples y cotidianas como los detalles de la vida de María Antonieta que Vermond transmitió a Mercy y María Teresa, en la corte, estos informes se llamaran el espionaje de la delfina de Francia en beneficio de Austria. Una nación amigable, sin duda, pero extranjera. Fue un delito de traición. Vermond siempre pudo explicar a los jueces o a la policía que informo a María Teresa como madre de familia y como jefe del estado austriaco.

Mercy estaba saqueando despiadadamente el trabajo de Vermond para dar más contenido a sus informes, pero había decidió no darle importancia. Allí incluso encontró una ventaja: al copiar sus ideas, Mercy se convenció de que las había tenido solo. Y a menudo, al final de estos esfuerzos, llego la recompensa. Vermond tuvo la felicidad, en secreto, es cierto, de ver sus ideas que habían viajado desde Mercy a María Teresa, para regresar a María Antonieta en forma de consejo de su madre.

miércoles, 19 de diciembre de 2018

LA DUQUESA DE DEVONSHIRE DE VISITA POR EL PARIS REVOLUCIONARIO (1789)

LA DUCHESSE DE DEVONSHIRE EN VISITE À PARIS RÉVOLUTIONNAIRE (1789)
Georgiana Spencer Cavendish, Duchess of Devonshire
 La crisis en el parlamento ingles hizo que los Devonshire emprendieran un viaje hacia Francia. Después de la recuperación del rey George, un pequeño número se molestó en acudir a los debates y no se intentó organizar una estrategia coherente para el próximo periodo de sesiones. Casi todo el mundo sostuvo un agravio sobre la forma en que el liderazgo había lidiado con la crisis. Los partidarios de Sheridan culparon a Fox por haber desacreditado al partido con sus afirmaciones de que el parlamento no tenía derecho a discutir la regencia.

Los amigos de Fox, a su vez, sintieron que Sheridan había jugado un juego secreto y se apresuraron a señalar que sus propios comentarios en la cámara no habían sido particularmente útiles. Los Cavendish y el duque de Portland no tenían una buena palabra que decir sobre ninguno de ellos. Georgiana adopto un papel conciliador y trato de reunir a las diferentes facciones sosteniendo cenas tranquilas en su mansión. Pero ella también se retiró de la vida pública y evito todas las grandes reuniones.

LA DUCHESSE DE DEVONSHIRE EN VISITE À PARIS RÉVOLUTIONNAIRE (1789)
William Cavendish, 5to duque de Devonshire, 1768, Chatsworth House, Derbyshire by Pompeo Batoni
No fue solo la animosidad contra los políticos que hizo que Georgiana sintiera la necesidad de huir: en abril, ella estaba personalmente en quiebra. Ni Coutts ni Calonne contestarían sus llamamientos para nuevos préstamos. “realmente creo que lo mejor es informar ante el duque lo peor de su situación” –escribió Coutts después de implorarle por otras 6.000 libras esterlinas. Afortunadamente para ella, tenía medios de persuasión: las hijas de Coutts estaban aprendiendo francés en un convento de parís y estaba en su poder presentarlas a la corte francesa.

Alisto la ayuda del duque de Dorset y la pequeña Po (la duquesa de Polignac) para darles bienvenida a las hijas de Coutts a la sociedad. Sus esfuerzos le trajeron un respiro breve, especialmente después de que ella le explicara a Coutts que tan pronto diera a luz a un hijo serian pagadas todas las deudas. Una vez que hubiese producido el futuro duque de Devonshire, su marido ya no estaría impedido de pedir dinero prestado a la finca.

LA DUCHESSE DE DEVONSHIRE EN VISITE À PARIS RÉVOLUTIONNAIRE (1789)
The Duchess of Devonshire by Thomas Gainsborough, 1783.
A finales de mayo, el duque anuncio que se había decidido llevar a Georgiana y a Bess al spa de Morning Post. Ambas mujeres estaban encantadas: Georgiana esperaba que las aguas le ayudaran a concebir, mientras que Bess consideraba el viaje como una oportunidad para ver a sus dos hijos, Caroline y Clifford. Todavía estaba luchando para tener acceso a sus hijos por John Foster, lo que la hizo aún más decidida a rescatar a los dos que había abandonado en Francia. El 20 de junio de 1789, Georgiana zarpo para Calais con Bess y el duque. Había conseguido un préstamo de su hermano antes de partir a Londres. Era todo el dinero que tenía que durar mientras estaba en el extranjero.

La entusiasta recepción que Georgiana recibió de los franceses le permitió temporalmente olvidar sus preocupaciones. La visita de los Devonshire durante estos tiempos de incertidumbre era un signo tranquilizador de la normalidad para los parisinos. En algunas zonas la gente se enfrentaba a la inanición: hubo disturbios en el mercado, los almacenes de grano fueron atacados, y hubo informes frecuentes de los panaderos que son obligados por la multitud a vender el pan a un “precio justo”. Rumores de que los nobles y el parlamento habían conspirado en un “pacto de hambre” para utilizar como apalancamiento contra el rey, aunque infundado, actuó como una incitación poderosa a la inestabilidad política.

LA DUCHESSE DE DEVONSHIRE EN VISITE À PARIS RÉVOLUTIONNAIRE (1789)
La vida de Georgiana Cavendish estuvo marcada por los excesos en el juego y en el lujo. Fue una mujer atrapada en un mundo de convenciones estrictas del que, aunque lo intentó, no pudo escapar. Casada por conveniencia con el duque de Devonshire, Georgiana sufrió al no poder dar un heredero varón, un niño que tardó años en llegar y sumieron a la duquesa en una vorágine de alcohol y medicamentos.
Habiendo decidido retrasar su viaje al spa por unas semanas, los Devonshire llegaron a Francia justo después de que el tercer estado había votado para darse el nuevo título de asamblea nacional. Dado que representaba el 96% del país, sus miembros consideraban que debían tener la mayoría del poder. Algunos clérigos y un núcleo duro de nobles liberales, entre ellos el marqués de Lafayette y el marqués de Condorcet, apoyaron al tercer estado, pero la mayoría se enojó por su presunción.

El rey tenía que afirmar ahora su autoridad sobre los renegados, o bien, escribió el duque de Dorset en sus despachos, “será poco más que poner su corona a sus pies”. Durante los cinco días que llevo a Georgiana a parís, el rey fue juzgado por haber rendido su corona, su dignidad y la credibilidad del gobierno. El 20 de junio el tercer estado encontró las puertas de la gran sala con candado. Temerosos de que fueran víctimas de algún complot real, los diputados invadieron la cacha de tenis y mientras una multitud delirante gritaba “Vive I´Assemblee”, juro no dispersarse hasta que hubiera logrado la reforma constitucional. Georgiana resumió la futilidad de la reunión en una carta a su madre: “el rey… hizo un discurso ante los tribunales diciéndoles que debían desistir de sus procedimientos. Después de irse, allí se quedaron y votaron para anular todo lo que había hecho y dicho”.

LA DUCHESSE DE DEVONSHIRE EN VISITE À PARIS RÉVOLUTIONNAIRE (1789)
Lady Elizabeth Foster, conocida como "Bess"
El 25 de junio, tres días después de que los Devonshires se hubieran instalado en su hotel, hubo una revuelta entre los estados superiores, y la mayoría del clero y unos cincuenta nobles por el duque de Orleans: “el fermento en parís está más allá de la concepción –escribió Arthur Young- 10.000 personas han estado todo este día en el Palais Royal… cada hora que pasa parece dar al pueblo un espíritu fresco: las reuniones en el Palais Royal son más numerosas, más violentas, más seguras… el lenguaje que se hablaba, por todas las filas de la gente, era nada menos que una revolución en el gobierno y el establecimiento de una constitución libre”.

La experiencia de Georgiana en la muchedumbre londinense significo que al principio ella consideraba los disturbios esporádicos alrededor de ella como más una molestia que un peligro. Le dijo a Lady Spencer que habían planeado ir a Versalles el 24 de junio, pero “los tumultos aumentan tanto en Versalles que nuestra marcha seria molesta”. Su insolencia era un rasgo peculiarmente ingles que los franceses, encontraron desconcertante. Thomas Jefferson, el embajador americano, expreso su alarma con toda franqueza: “ayer en Versalles la turba fue violenta, insultaron e incluso atacaron a todo el clero y la nobleza que se sabe que son fuertes para preservar la separación de las ordenes… la confusión es tan grande, que el tribunal solo tiene que depender de las tropas”.
  
En pocos días, Georgiana y Bess habían recibido visitas de la mayoría de los miembros de parís y de todos los comerciantes de la ciudad. –estoy abrumada por los encargados de la estadía- gruño Georgiana irónicamente. Recibió a sus amigos franceses en una base no política, simplemente asegurándose de que los miembros del partido de la corte llegaran en diferentes momentos a los “patriotas”, para que la princesa de Lamballe pudiera beber te sin temor a encontrarse al duque de Orleans. A veces esta imparcialidad adquirió un aspecto cómico. Cuando Georgiana y Bess fueron a la ópera, tuvieron que alternar entre compartir una función con el conde Artois una noche y con su archí rival, el duque de Orleans, el día siguiente.

LA DUCHESSE DE DEVONSHIRE EN VISITE À PARIS RÉVOLUTIONNAIRE (1789)

Cuando los Devonshires pudieron finalmente conducir a Versalles encontraron a los Polignacs y al rey y a la reina, excesivamente contentos de verlos. En su primera visita llegaron en la mañana y se quedaron para la cena. Ellos iban cada día y escuchaban con simpatía las quejas de sus amigos. Georgiana encontró al rey de aspecto mejor de lo que ella esperaba, muy a diferencia de la reina que se veía en una estado peor: “ella nos recibió muy graciosamente, aunque estuviera muy fuera de espíritu en ese momento… esta tristemente alterada, su vientre es bastante grande y ha perdido un poco de pelo, pero todavía tiene un gran esplendor”. Pasaron muchas horas con el conde Artois, que se enfureció contra la complicidad de su primo Orleans.

El 27 de junio, Luis capitulo y ordeno que los otros dos estados se unieran al tercero. “el rey ha escrito a sus nobles que se unan a los estrados –dijo Georgiana- lo que de hecho esta renunciado a su autoridad por completo. El conde Artois escribió para decirles que si no se unían a la vida del rey estaba en peligro. La gente está loca de alegría y todos nuestros amigos son miserables”.
 
LA DUCHESSE DE DEVONSHIRE EN VISITE À PARIS RÉVOLUTIONNAIRE (1789)
u pasión por la moda y sus gustos por los altísimos e imposibles tocados, la convirtieron en un referente para el resto damas que corrían a emular su último modelo. En las reuniones, fiestas y bailes que tenían lugar en Londres, además de pasar largas horas ante la mesa de juego, Georgiana empezó a interesarse por la política.
Georgiana continúo celebrando suntuosas cenas para sus amigos a pesar del deterioro de la situación. – “esta noche estábamos asustados”- admitió ella, mientras la muchedumbre del Palais Royal gritaba y era dispersada por la guardia. Ella era más explícita sobre la situación a su hermano George, a quien ella escribió el 5 de julio: “los problemas de este lugar no se describen. Los guardias se niegan a actuar, están locos y la mayor parte de los nobles divididos de la manera más sorprendente, de modo que las familias están asustadas”. No ajena al debate político, disfrutaba discutiendo con ellas: “confieso que me divierto en parís… vi a Lafayette con el vizconde de Noailles en la tarde. Disputaron asombrosamente de la política conmigo. Estoy a favor de la corte por cuenta de la señora de Polignac. Ellos están violentamente en contra”.

El 8 de julio Georgiana y Bess hicieron su última visita a Versalles para decir adiós a sus amigos. Los caminos estaban alienados con tropas extrajeras, lo que alentaba los rumores de que el rey, o la reina y su partido, estaban planeando un golpe contra la asamblea. Georgiana vio a María Antonieta sola durante un rato, y luego a la pequeña Po, que había sido una fiel amiga de ella. Georgiana se despidió sin saber cuándo volvería a verlas o en qué circunstancias.

LA DUCHESSE DE DEVONSHIRE EN VISITE À PARIS RÉVOLUTIONNAIRE (1789)

Los Devonshires estaban en Bruselas, en camino a spa, cuando un mensajero llego a ellos con noticias de la toma de la bastilla. El informe del linchami9ento del gobernador y los sangrientos atropellos que acompañaron a su asesinato les hizo temer por sus amigos. Para su alivio oyeron casi inmediatamente que el conde Artois, el príncipe Conde y los Polignacs habían escapado, huyendo de Versalles en medio de la noche. Se habían ido sin sirvientes para no llamar la atención, e incluso entonces, dijo Georgiana a su madre, serian atrapados y asesinados.

María Antonieta les había pedido que se fueran, pero su partida la dejo casi completamente sola, excepto su familia y unos cuantos asistentes. James Hare escribió a Georgiana el 18 de julio para darle un relato de los disturbios y para asegurarle que Charlotte estaba a salvo. La habían dejado con una familia francesa, sin imaginar jamás el caos que sobrepasaría la ciudad.
 
LA DUCHESSE DE DEVONSHIRE EN VISITE À PARIS RÉVOLUTIONNAIRE (1789)
the duchess 2008
Georgiana continúo recibiendo informes casi diarios dela situación en parís por el duque de Dorset. La multitud se había vuelto anglófoba, en reacción al amor de María Antonieta por todo lo inglés, y sitio brevemente la embajada británica. Dorset, llegando por casualidad en el momento equivocado, tuvo que luchar con su espada. El duque de Devonshire comenzó a hablar de su regreso a casa, lo que consterno a Georgiana, que temía a sus acreedores más que a los revolucionarios.

sábado, 10 de noviembre de 2018

LOS DÍAS DEL REY LUIS XVI EN EL TEMPLE

Louis XVI in the Temple - Henri Pierre Danloux
 Con sus ventanas estrechas, de foso profundo y gruesas paredes de piedra, la pequeña torre fue un escenario sombrío para el drama a punto de empezar. Las habitaciones del rey estaban en el tercer piso y consistía en una antecámara con tres pequeñas habitaciones que irradian, cada una con su propia puerta. Una servía de dormitorio y las otras dos eran, respectivamente, la sala de lectura del rey, que contenía una chimenea y su comedor. La poca luz provenía de un gran marco de ventana protegida por rejas y contraventanas. Las paredes de la torre tenían nueve pies de espesor, la torre central cuadrada tenía cuatro torres redondas en cada esquina.

Solo había una escalera en la torre que llevaba de la almenada hasta el jardín en el patio. A lo largo de esta escalera la comuna había puesto siete guardias temporales, por lo que era imposible llegar de un piso a otro sin pasar a través de estos puntos de control, que fueron constantemente tripulados. Los pisos de la torre estaban protegidos por dos puertas, una de roble y otra de hierro. Los aposentos del rey tenían un falso techo y las paredes de piedra fueron enyesados, fueron cubiertas con un poco de pintado a mano. En el interior de la prisión, también pintado en la pared, en letras grandes, el texto de la declaración de los derechos del hombre y del ciudadano.

El mobiliario consistía en un pequeño escritorio, cuatro sillas cubiertas, un sillón, algunas sillas con fondo de caña, una mesa, un espejo sobre la chimenea y una cama cubierta de damasco verde. Los guardias Vivian en la torre cuando estaban de servicio. El primer piso se había convertido en una sala de guardias con algunos dormitorios. Las comidas se preparaban en el palacio y se llevaban a través del jardín hasta la torre.
 
Luis XVI en la torre del templo Jean Francois Garneray
La comuna endureció todas las regulaciones, la vida en el Temple estaba lejos del lujo. La cama del rey, poco más que un catre, había sido la cama del capitán de la guardia cuando el conde Artois estaba en la residencia, y los prisioneros estaban continuamente bajo vigilancia. Los guardias fueron elegidos de los patriotas de las secciones de parís, y se les instruyo para comportarse con Luis y su familia con la dignidad o la insolencia, de los hombres libres.

Los días de Luis en el Temple eran regulares y simples. Toda su vida había sido un prisionero de la costumbre: el confinamiento no interrumpió su vida ordenada de numerosas distracciones y deberes de cortejar al rey, a quien nunca le había gustado ser parte de un público y una monarquía artificial, cayo con gratitud en las rutinas forzadas del encarcelamiento. Se despertó a las 6am, se afeito a sí mismo, una idiosincrasia que sorprendió a sus sirvientes, y tuvo a Jean Baptiste Clery, su criado en prisión. Luego se retiró a la torre de estudio para leer y rezar.

La puerta de conexión del estudio con el dormitorio se mantuvo abierta por orden de la comuna para que Luis tuviera siempre a la vista de un guardia. Arrodillado en un pequeño cojín, el rey cautivo comenzó su día con varios minutos de oración. María Antonieta no abriría su puerta a nadie, su desprecio no disimulado por los guardias, ofendió a varios de sus cuidadores. Mientras la familia real comía, Clery y la sirviente Tyson, descendían a los apartamentos de la reina para tender las camas. El desayuno era abundante, que consistía en café, chocolate, frutas y productos lácteos. La charla alrededor de la mesa fue “cariñosa” y la primera comida del día siempre comenzó con el ritual domestico de toda la familia abrazando y besando al rey.

LES JOURS DU ROI LOUIS XVI AU TEMPLE

Luis se ocupó del delfín. En preparación para estas lecciones, Luis repaso su latín traduciendo las odas de Horacio, analizando Cicero, y releyendo Corneille y Racine, su favorito era ver al niño recitar los pasajes de Corneille. Fue seguido por la lección de geografía, Luis uso un mapa revolucionario de Francia, con sus divisiones políticas de ochenta y tres departamentos y con muchos de los nombres tradicionales de lugares alterados en un intento de borrar el pasado católico y monárquico.

Mientras Luis daba clases de geografía, María Antonieta daba instrucciones a su hija en las artes domésticas. El resto de la mañana se pasó cociendo, tejiendo o con agujas mientras el rey leyó o converso con su familia. Al mediodía las tres mujeres se retiraban a la habitación de madame Elisabeth para cambiarse; ellas fueron siempre acompañadas por un guardia. Se les permitió caminar por el jardín, pasando sucesivamente por los siete puestos de control. Durante su paseo los prisioneros reales fueron acompañados por cuatro oficiales municipales estacionados regularmente en el Temple.

Mientras los prisioneros almorzaban, Santerre, comandante de la guardia nacional de parís, visito cada una de las habitaciones en la torre en su gira oficial de inspección. A veces el rey le hablaba, María Antonieta se negó a decirle una palabra al antiguo cervecero. El rey instruyo al delfín en caligrafía, Clery copiaría los pasajes seleccionados por el rey de “las obras de Montesquieu y otros escritores famosos” como modelos de elegancia francés, que el niño copiaría en su cuaderno.

LES JOURS DU ROI LOUIS XVI AU TEMPLE

Al anochecer se sentaron alrededor de una mesa en el apartamento de la reina, mientras que María Antonieta leía en vos alta, generalmente una obra de historia elegida por Luis, a veces una obra “diseñada para instruir a los niños” mientras que alienta reflexiones melancólicas sobre sus circunstancias actuales. La familia entera se uniría derramando lagrimas sobre su destino.

El encarcelamiento del rey no fue duro. Todos los días en parís miles de prisioneros sufrieron más incomodidad y trato cruel que el rey se vio obligado a soportar. Pero si el rey no fue sometido a físicas privaciones, su encarcelamiento fue puntuado por una serie de pequeños insultos y molestias acopladas a una política de cortesía helada. Los guardias en el Temple sirvieron cuarenta y ocho horas a la vez, la mitad de servicio y medio libre, pero durante este periodo no se les permito salir del Temple.

Un oficial llamado James una vez siguió a Luis a su rincón de lectura, se sentó junto al rey, y se negó a salir. Luis se vio obligado a renunciare a su lectura por el día. Le Clerc, otro guardia, un día interrumpió a los delfines en su lección de escritura lanzando una diatriba sobre como el niño debe dársele una educación revolucionaria. Simón, otro guardia estaba encantado de ser grosero e insolente con el rey. Madame Royale, más tarde se quejó amargamente en sus memorias por los guardias que tenían “poco respeto por el rey”.
 
LES JOURS DU ROI LOUIS XVI AU TEMPLE

Los guardias detuvieron las lecciones de aritmética que madame Elisabeth dio al delfín, insistiendo en que le estaba enseñando un código numérico. La aguja de la reina no estaba permitida, por temor a que ella bordara mensajes en la obra. En general, sin embargo, michos guardias encontraron a la familia real “afable, simple e incluso encantadora”, y el rey se desvivió por aprender sus nombres e incluso la residencia de sus guardias. Luis, a través de práctica, tuvo que aprender el arte de ser misericordioso con sus sirvientes.

El 26 de septiembre, el consejo general prohibió a Luis que usara las medallas y condecoraciones y además de cortar sus paseos por el jardín. Tres días después decidieron trasladarlo a un lugar más seguro. El nuevo apartamento aun no estaba terminado, todavía apestaba a pintura, lo que hacía casi inhabitable y los nuevos cuartos eran más austeros y estrechos que los anteriores. No había espacio para clery, se le ordeno dormir en otra parte de la torre. El consejo confisco todas las armas, incluso la espada ceremonial del rey, junto con todos los bolígrafos, tinta y papel. El prisionero, adicto al diario, tuvo que pedir prestado un cuchillo a sus guardias para cortar las páginas de sus libros. Incluso las tijeras de costura de María Antonieta fueron confiscadas y el rey tenía prohibido afeitarse.

LES JOURS DU ROI LOUIS XVI AU TEMPLE
chapelle expiatoire,  Luis XVI en el Templo con el Delfín.
Luis respondió a estas órdenes con su combinación habitual de dignidad, coraje y testarudez. Cuando fue privado de afeitarse se puso en huelga, dejando crecer su barba. Se negó a ser afeitado por cualquier otra persona. Por las ultimas semanas de diciembre los exasperados guardias decidieron remitir las repetidas peticiones del rey al consejo general. Al día siguiente este cedió. A Luis se le permitirá afeitarse, pero solo en presencia de cuatro guardias.

A punto de ser privado de su único consuelo y placer en la cárcel, la compañía de su familia, Luis se lanzó apasionadamente a mas lecturas y oraciones mientras trabajaba en su defensa. Él se negó a pasear por el jardín, su única forma de ejercicio en prisión. Cada vez más buscaba consuelo en la religión. Poco a poco el encarcelamiento socavo la salud del rey, tanto emocional y física. El 15 de noviembre cayó enfermo. Con síntomas como fiebre alta, sudoración, pérdida de apetito y un dolor e garganta. Parece haber sido algún tipo de gripe. Los rumores de la enfermedad del rey se esparcieron por parís, se habló de que engañaría a la guillotina. Para disipar los rumores, la comuna ordeno boletines diarios de su salud y muchos de ellos publicados en la prensa, de macabra espera de su recuperación para ser ejecutado. El 23 de noviembre el médico privado de Luis, Lemonnier, informo que su paciente mejoro, el rey viviría para ser juzgado.

LES JOURS DU ROI LOUIS XVI AU TEMPLE
Luis XVI se desarmó en la torre del templo. "De mí no se tiene nada que temer".
En muchos sentidos, el sueño de Mirabeau de un rey patriota derivo de su poder proveniente del amor de sus súbditos, no estaba tan lejos. En la adversidad, Luis demostró ser atractivo, incluso un admirable personaje. Los meses en prisión revelan que podría haber sido, en otras circunstancias, un rey burgués: un hombre piadoso, un devoto esposo y padre, un decente hombre. La adversidad hizo que Luis no fuera tanto una figura popular, era demasiado tarde para eso, pero al menos un personaje simpático.

Mientras los diputados en la convención hablaron con desprecio de él como Luis el traidor, mientras buscaban presentar una sangrienta abstracción del engaño y la arrogancia, la superstición y la irresponsabilidad, la gente escuchaba historias de Luis en familia, de su amor para sus hijos, su preocupación por su esposa y hermana, su personal devoción. El espectáculo de un rey caído tenía el poder de mover los corazones de los hombres. En general el consejo preocupado pidió a los periódicos, en diciembre, dejar de informar detalles que puedan ganar la simpatía por los prisioneros.

LES JOURS DU ROI LOUIS XVI AU TEMPLE
pintura de Hauer: Luis XVI y su confesor, en el templo.
Los periódicos mas radicales intentaron neutralizar el crecimiento “ciudadanos –escribió PrudHomme- el lugar para Luis-Nerón y Antonieta-Medicis no está en la torre del Temple. La tarde del 10 de agosto sus cabezas deberían haber caído bajo la guillotina”. El propio Luis se negó resueltamente a explotar su situación, así como había rechazado años atrás el consejo de Mirabeau. Sus temas podrían llevarlo a la justicia ya que tenía el poder para hacerlo, pero creía que si destino estaba en las manos de Dios. Estaba decidido a vivir el papel del rey como él lo vio o, como él mismo lo expreso, recurriendo a el lenguaje de la religión: “beberé la copa hasta la escoria”.

jueves, 1 de noviembre de 2018

LA ASAMBLEA DE NOTABLES Y DESPIDO DE CALONNE (1787)

Impreso en color, grabado de Claude Niquet después de un dibujo de Very y Girardet, en representación de la Asamblea de Notables celebrada en Versalles el 22 de febrero de 1787.
Luis XVI preocupado por la situación interna del reino, ya que, desde 1776, ele estado vivió un endeudamiento y el déficit supero los 100 millones de libras. En agosto, Calonne había dado al rey un “plan de mejora de finanzas”, que consistió en la revisión completa de los impuestos reales. El sistema fiscal abogo por sentado que todos los franceses, sin excepción, estaban sujetos a impuestos. El parlamento era hostil, el público estaba alarmado, las combinaciones financieras habían fallado. Anticipándose a la oposición, el contralor general resolvió dar un golpe: le propuso al rey que reuniera una asamblea de notables, figuras prominentes del reino elegidas por su lealtad a los principios de la monarquía tradicional.

No era la primera vez que el rey de Francia tuvo que recurrir a este procedimiento. Fueron utilizados a menudo en el siglo XVI, y en 1626, Richelieu había convocado una reunión de este tipo, el último de su especie. Luis XVI adopto esta idea con entusiasmo: el pensamiento de imitar a Enrique IV, acercarse a su gente o al menos a sus representantes, para hablarles cara a cara. El día después de haber declarado a su consejo su intención de convocar a los notables, escribió a Calonne: “no dormí esa noche, pero fue divertido”.

En el intercambio del condado de Sancerre, perteneciente al conde d'Espagnac, Calonne fue acusado de haber sacrificado los intereses del rey a los de una persona a la que él había favorecido para compartir las ganancias él mismo. A esto, agregue la lesión de los contratos de arrendamiento y los tratados para la corona, que, en desafío a las ordenanzas y los reglamentos, nunca fueron proclamados en la subasta y siempre fueron hechos por personas todopoderosas con la ayuda de su riqueza y de sus alianzas.
La reina había ignorado este proyecto; ella estaba, se dice, despeinada por este silencio y, a veces permaneció varias horas pensativa y sin palabras que decir sobre el tema. El rey solo había abierto su mente a Miromenil y a Vergennes, que desde la muerte de Maurepas, llena, sin tener el título, las funciones de primer ministro. Lamentablemente, nueve días antes de la apertura de la asamblea, el 13 de febrero de 1787, Vergennes murió.

En este momento especialmente fue una gran pérdida. La razón tranquila y fría de este ministro, su veja experiencia había dado peso a los planes de Calonne, ya no había en el ministerio nadie que tuviese suficiente preponderancia para dirigir la opinión. Montmorin, quien lo sucedió, no tenía los mismos talentos ni la misma autoridad, y Breteuil, espíritu bastante mediocre, no muy querido por su brusquedad, estaba al lado del contralor general.


La demora incluso que trajo a la apertura de asamblea, sucesivamente arreglado para el 29 de enero, luego el 22 de febrero, fue un error, los notables, llegaron por un mes a parís, donde no sabían que hacer, aburridos por estos plazos y el tiempo que estaban perdiendo, no tenían otra ocupación que escuchar críticas y recibir quejas, el público se impaciento a su lado.

De hecho, como Luis XVI había temido, Calonne se enfrentó a los notables en posición. Sintiéndose atacado, Calonne se equivocó al atacar a su vez: su discurso a los notables, con una disculpa por su propio sistema, contenía una crítica disfrazada pero transparente de la administración de Necker, que lo hizo responsable de un déficit de 112 millones. Estos hombre elegidos en principio por su moderación y la docilidad, no quieren oír hablar de igualdad tributaria. Fue un diluvio de recriminaciones y quejas, algunas justas, otras apasionadas, en contra de un ministro cuya administración dejo mucho que criticar y cuya reputación estaba respondiendo mal a sus protestas de desinterés y ahorro. El Rey, para poner fin a esta discusión indecente, no quiso que se continuara, y prohibió que se imprimiera nada sobre el tema; pero Necker, basándose en la necesidad de defender su veracidad y su honor, se negó a obedecer, emitió un Memorándum justificativo en respuesta al ataque de Calonne.

En general, a Calonne se le reprochó haber esperado tres años enteros para establecer un estado de cosas alarmante; incluso se le acusó de haber exagerado la triste imagen, que contrastaba de manera tan desagradable con sus prodigiosidades e ilusiones anteriores; Finalmente, haber confundido y trastornado toda la contabilidad interna, con la intención de cubrir sus propias malas prácticas.
El 4 de abril, el trabajo de la asamblea fue suspendido por una semana. Boisgelin, arzobispo de Aix y Lomenie de Brienne, arzobispo de Toulouse, en secreto presentaron a María Antonieta dos memorandos de saludo notable. Se comprometieron a apoyar algunas reformas si un nuevo contralor general, digno de confianza fue nombrado inmediatamente. Los efectos cayeron, los ginebrinos tuvieron que responder a los ataques de Calonne en un memorando que María Antonieta mismo llevo al rey. Luis XVI, irritado, trato de exiliar a Necker. María Antonieta declaró su causa y finalmente, hizo que se viera obligado a retirarse a 20 millas de parís.

Los notables adoptaron el establecimiento de las asambleas provinciales, que transmitieron a la nación la administración que anteriormente estaba en manos del Rey; pero en cuanto a los nuevos impuestos, declararon que solo podían crearse con el consentimiento de los representantes de la nación nombrados por ella. Así, desde el primer momento, todo el proyecto de Calonne se derrumbó; hizo que el rey perdiera algunos de sus derechos, y no obtuvo nada. Pero incluso si el proyecto del ministro hubiera tenido el consentimiento de los notables, incluso si este consentimiento hubiera constituido una autorización suficiente, la ejecución habría sido impracticable; nunca el granjero, acostumbrado a cosechar el grano que sembró, le permitió removerlo; si, en ese momento, dejo una parte en el clero, era una percepción sancionada por el tiempo y consagrada por la religión, en un momento en que la Iglesia tenía el imperio más grande; una pequeña adición a las autoridades fiscales podría haber sido tolerada, pero una transmisión repentina de la masa principal de contribuciones en tal servicio era imposible; el nuevo diezmo solo pudo haber sido levantado por mano armada, y con violencia y lucha; y aún así, incluso si se hubiera podido recaudar pacíficamente, no habría llenado el objeto de reemplazar los impuestos suprimidos, y no habría dado un exceso de producto que llenó el déficit.
 

incapaz de que sus planes fueran adoptados, Calonne atacó a los notables por algunos calumnias que había difundido entre el público y, finalmente, se creyó secretamente molesto por el curador Miromesnil y el barón de Breteuil, ministro de la casa del rey, dos adversarios formidables, los desacreditó con el rey, y deseó, por el temor que inspiraría a su crédito y su poder, conquistar el consentimiento que no pudo obtener por persuasión. Calonne desconfiaba del guardián de los sellos, quien, según el cuidado que tenía por la magistratura, fue advertido, no sin algún fundamento, de compartir los sentimientos de este cuerpo, que era muy contrario a Calonne. Fue confirmado en esta creencia por un incidente que le dio gran probabilidad. Cuando había declarado a los notables que el déficit en las finanzas era muy anterior a su ministerio, y que Necker lo había creado, Joly de Fleury, el sucesor de Necker y predecesor de Calonne, declaró públicamente que fue Necker quien dijo la verdad. Calonne siendo educado, le había escrito para saber por él mismo si hubiera hecho la declaración que le fue atribuida. Joly de Fleury le respondió que esta observación era muy cierta y que la había mantenido porque, de hecho, tenía un conocimiento personal y cierto. Unos días después, el rey le dijo a Calonne que Joly de Fleury afirmó que el déficit en las finanzas era reciente. Calonne respondió que había oído hablar de esta charla, y que le había escrito a Joly de Fleury para una explicación, pero que no había recibido respuesta. "Debes haberlo recibido", dijo el rey.

El barón de Breteuil se sintió muy avergonzado de responder a los nobles, a los magistrados, a los prelados llamados a esta asamblea. Calonne instó al rey a despedir al barón, a quien la reina protegía; uno de los dos fue sucumbir en esta lucha: la reina prevaleció y Calonne se vio obligada a devolver su billetera en el momento en que menos lo esperaba; Hubo pocos momentos que él mismo había enviado por el canciller.
Calonne, tomado como una mentira, se escabulló, diciendo que aún no había tenido tiempo de leer sus últimas cartas, pero que, si Su Majestad lo permitía, las abriría de inmediato y regresaría con él. el rey le dijo que se fuera y regresó con explicaciones sobre esta carta, recibida y conocida desde hace varios días. Luis XVI le dijo que tenía un doble que el Guardián de los Sellos le había enviado; entonces Calonne ya no dudaba de que el ministro Miromesnil lo serviría, y le dijo al rey que no estaba  sorprendido que los notables se opusieran a todo lo que propuso, porque eran apoyados secretamente por una parte en el ministerio; que era necesario que su Majestad decidiera despedir al guardián de los sellos, o a él; que se ofreció voluntariamente a retirarse, disgustado por todas las contradicciones que experimentó, y que se mantuvo en el ministerio solo por el deseo de poner fin a la gran empresa que había iniciado para la restauración de las finanzas. . El rey accedió a la destitución del Guardián de los Sellos, y el Conde de Montmorin recibió instrucciones de ir y pedirle que renunciara. Miromesnil recibió el golpe con coraje, e incluso puso mucha grandeza en él; le dijo al conde de Montmorin que podía avergonzar al rey porque, como sobreviviente del canciller, según sus disposiciones, en esa capacidad era inamovible.

Calonne nombró al guardián de los sellos a el  presidente Lamoignon, con quien tuvo relaciones secretas y que, en el Parlamento, era el líder del partido opuesto a d'Aligre, enemigo de Calonne. No satisfecho con este éxito, el Contralor General nuevamente deseó despedir al Barón de Breteuil; pero el rey, que sabía que la reina lo honraba con su amabilidad, deseaba hablar con él de antemano, y la irritada reina representó al rey que no debía sacrificar a sus buenos sirvientes con un hombre como Calonne, que lo había embarcado. una empresa que todos los hombres iluminados declararon inaplicable, y que era necesario que Su Majestad se librara de un ministro insensato y necio.

Luis XVI no pudo dar el cambio al público, ni siquiera con respecto a esta destitución de Calonne ; Fue insultado por todas las sospechas que prestó. Este despido no parecía grave. Se pensó que la vergüenza del Contralor General era evidente, que esto era solo un truco doméstico contra los arrebatos de la reina, pero se dijo que Calonne nunca dejaría de dirigir a la administración.
A pesar de las presiones ejercidas sobre él todos los días, Luis XVI se mostró reacio a separarse de la contraloría general. Después de seis semanas, el 8 de abril, domingo de pascua, después de muchos retrasos, finalmente pidió su renuncia. Exiliado a su tierra, se fue furioso contra la reina a quien atribuyo, como la opinión pública, su desgracia y su exilio. Al mismo tiempo Miromesnil perdió su posición como guardián de los sellos. El día en que llegó esta caída tan deseada, fue una satisfacción universal en París; Cada uno se apresuró a llevar las noticias a todos los distritos de la capital y enviarlas a las provincias. Los propios hombres de la carta, que se habían permitido amplios jubilados por la vanidad interesada de este falso Colbert, fueron los primeros en desaprobar su administración y considerar su despido como un acontecimiento muy feliz para la nación.

Cuando dejó el ministerio, Calonne fue exiliada a Lorena, y luego se fue al extranjero. Su desgracia fue acompañada de reproches y humillaciones; se vio obligado a despojarse de la decoración del cordón azul que llevaba como tesorero de la orden del Espíritu Santo. Durante la revolución, en una conferencia con el emperador Leopoldo, explicó los medios para efectuar una contrarrevolución que, según él, era muy fácil. El emperador observó que, independientemente de la revolución, Francia se encontraba en una situación embarazosa por el mal estado de las finanzas. "Esto no es una dificultad", respondió Calonne, "no quiero más de seis meses para restaurar las finanzas". "Monsieur", dijo el emperador, "es desafortunado que no haya tenido esta idea cuando estuvo en la habitación. "
  
Calonne: "Mis queridos administradores, los he traído aquí para saber con qué salsa les gustaría comer".
Notables: "¡Pero no queremos ser comidos en absoluto!"
Calonne: "¡No estás respondiendo la pregunta!"
(Caricatura anónima de alrededor de 1787 que trata sobre la reunión de la Asamblea de Notables en 1787, Francia).
¿Cuál sería su reemplazo como contralor general? Choiseul estaba muerto el domingo 9 de mayo de 1785. Llevándose a la tumba el ultimo recuerdo de la juventud y la vida feliz de la reina. Dos nombres estaban presentes en el aire: Necker y el arzobispo de Toulouse, Lomenie de Brienne. El rey tenia igual repugnancia por ambos: “no quiero –diría un día- ni neckerianos, ni sacerdocio”. No estaba en desacuerdo con los talentos de Necker, pero temía los defectos de su personaje al llevarlo al ministerio.

Plagado de ansiedades que le causaron violentos ataques de llanto, Luis XVI en su confusión, converso con su esposa sobre el rumbo a tomar. Esta era la oportunidad perfecta para poner al arzobispo de Toulouse. Sin embargo, a pesar de sus vacilaciones y falta de experiencia, la reina le aconsejo también volver a Necker.

La caída de Calonne fue el momento de la gran influencia de la reina. Vergennes estaba muerto y ella era una madre, lo que para Luis XVI era incluso más que hermosa. Ella fue calumniada; Tenía a su servicio todo lo que producía la acción más decisiva para un hombre del continente, honesto y débil. Ella sabía cómo llorar al respecto, y cómo aliviar con sus lágrimas todo lo que resistía sus arrebatos. Ella se había hecho cargo del rey por todo tipo de ascendentes; ¿Quién podría luchar contra su esfuerzo? Ella había llorado contra Calonne , cuando él decidió que el rey despidiera a Breteuil, y él mismo que había sido despedido.
Todavía con la esperanza de que solo la persona de Calonne, pero no el espíritu de la reforma fue rechazada por los notables, Luis XVI nombro en su lugar a Bouvard Fourqueux, viejo consejero de estado conocido por su honestidad. Decidido a seguir el programa propuesto por Calonne, Fourqueux se reunió inmediatamente con la misma resistencia de su predecesor. La situación financiera empeoro. En la reunión se habló por primera vez de reunir los estados generales.

Para hacer frente a los peligros que amenazaban, Montmorin y Lamoignon, el nuevo ministro de justicia, estaba más decidido que nunca a poner las finanzas en manos de Necker. Pero el rey unido a los puntos de vista de Breteuil desistió la propuesta y la candidatura de Lomenie de Brienne fue aceptada por Luis XVI sin dificultades. Se dice que sin Breteuil, el candidato de la reina en el consejo, Luis XVI había cedido ante Lamoignon y Montmorin, quienes insistieron con animada convicción en la urgencia del regreso de Necker. "Bien! solo recuérdalo ", dijo Luis XVI, con este cansancio. Pero en el momento de cerrar la reunión, Breteuil intervino y dijo que sería fatal para la autoridad hacer de un ministro un hombre que apenas llegó al lugar de su exilio; y exaltó los talentos de Brienne y su influencia en el montaje de notables. Sin embargo, nunca había tenido en alta estima a este sacerdote sin fe ni moral. Cada vez que la reina le había dicho sobre el prelado, él siempre se encogió de hombros. Dada la gravedad de la situación, en ausencia de otros candidatos serios, con la experiencia de Necker, Luis XVI estaba listo para la experiencia de Brienne. El 1 de mayo, fue nombrado jefe del consejo real de las finanzas. Bouvard Fourqueux presento su renuncia y el maestro Laurent Villedeuil contralor general.
 
Desde el 4 de Loménie Brienne, arzobispo de Toulouse, pensó para allanar el camino hacia el ministerio. El obispo de Orleáns fue encargado por el duque de Choiseul de elegir uno, mediante el abate de Vermont, quien Escribió todas las cartas de la reina, le informó de todo lo que podría ser útil saber y no dejó de alabar, tan hábilmente como le fue posible, al arzobispo protestante de Toulouse. Y hablar especialmente de sus talentos para la administración.
Para la mayoría de los contemporáneos este nombramiento fue obra de María Antonieta. Si la influencia de la reina gozaba un cierto peso, nos parece exagerado atribuir la responsabilidad de tal decisión. El rey nombro a Lomenie de Brienne porque él era el lidere de la oposición contra Calonne, porque su propaganda de restauración de finanzas parecía coherente, por último, debido a que los tres principales ministros estuvieron de acuerdo. María Antonieta había solamente ayudado a los ministros.