domingo, 20 de julio de 2025

LOS DÍAS DE MARIE ANTOINETTE EN LA CONCIERGERIE

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The Days of Marie Antoinette in the Prison of the Conciergerie

En la Conciergerie se encuentra María Antonieta en el último, en el más bajo peldaño de su soledad. Los nuevos carceleros, aunque sientan buena voluntad hacia ella, no osan hablar ya ni una palabra con esta mujer peligrosa, al igual que los gendarmes. El relojito no está ya allí para partir, con su débil tictac, la infinidad del tiempo; la han privado de sus labores de aguja; nada le han dejado sino su perrillo. Ahora, por primera vez al cabo de veinticinco años, en este abandono pleno, se acuerda María Antonieta del consuelo que su madre le ha recomendado tantas veces; por primera vez en su vida pide libros y los va leyendo, uno tras otro, con sus apagados y enrojecidos ojos; no dan abasto a traerle suficientes. No quiere ninguna novela, ninguna obra de teatro, nada alegre, nada sentimental, nada amoroso; podrían recordarle demasiado los pasados tiempos; sólo aventuras totalmente rudas, los viajes del capitán Cook, historias de naufragios y audaces expediciones; libros que se apoderan del lector y lo arrebatan consigo, lo excitan y mantienen en tensión sus nervios; libros con los cuales se olvida uno del tiempo y del mundo. Personajes inventados, imaginarios, son los únicos compañeros de su soledad.

Nadie viene ya a visitarla; durante todo el día no oye nada sino la campana de la inmediata Sainte-Chapelle y el crujir de las llaves en la cerradura; después otra vez silencio eterno, silencio en aquel bajo recinto, estrecho, húmedo y oscuro como un ataúd.

l'autrichienne 1990

La falta de movimiento y aire debilita su cuerpo, fuertes hemorragias la fatigan. Y cuando por fin la llevan ante el Tribunal, es un vieja de blancos cabellos la que, de esta larga noche, surge bajo la desacostumbrada luz del cielo.

Está alcanzado ahora el peldaño más bajo, toca a su fin el camino. La más extraña oposición de contrastes que podía ser imaginada por el destino está ya realizada. La mujer que había nacido en un castillo imperial y había tenido por suyas cien estancias en su palacio regio, habita ahora en un estrecho, enrejado, semisubterráneo, húmedo y tenebroso recinto. La que amaba el lujo y las mil diversas, artificiosas y artísticas preciosidades de la riqueza, para rodear su vida no tiene ya ahora ni un armario, ni un sillón, ni un espejo, sino sólo lo más extremadamente indispensable, una mesa, una silla, una cama de hierro. La que, para su servicio, amontonaba en torno a sí una vana chusma de innumerables cargos, una superintendencia, una dama de honor, una dama de palacio, dos camareras para el día, otras dos para la noche, un lector, un médico, un cirujano, un secretario, trinchantes, lacayos, camareras, peluqueros, cocineros y pajes se peina ahora sin auxilio ajeno sus encanecidos cabellos. La que necesitaba trescientos trajes nuevos al año, se zurce ahora a sí misma, con sus ojos semiciegos, la bastilla de su destrozado traje de prisionera. La que fue fuerte, está fatigada; la hermosa y deseada de otros tiempos es una matrona pálida. 

l'autrichienne 1990

La mujer sociable, que amaba la compañía desde el mediodía hasta mucho más allá de la medianoche, medita ahora sola, y durante toda la noche sin sueño, espera hasta que aparece la aurora detrás de las rejas de su ventana. Cuanto más va pasando el verano, tanto más se entenebrece la funesta celda, convirtiéndose en ataúd, pues la oscuridad comienza cada vez más temprano, y desde aquella agravación de las precauciones para guardarla, ya no puede María Antonieta encender luz alguna; sólo desde el corredor, por un alto ventanillo, cae piadosamente, en la completa tiniebla de la celda, el tenue y pobre resplandor de una lámpara de aceite. Se conoce que comienza el otoño, asciende el frío desde los desnudos ladrillos del pavimento; del vecino Sena llega una niebla húmeda que penetra a través de los muros; todo objeto de madera se siente mojado como una esponja al tocarlo; huele a humedad y podredumbre; huele, cada vez más violentamente, a muerte.

La ropa blanca cae en pedazos, los vestidos están llenos de desgarrones; hasta lo más profundo, hasta los huesos, penetra el frío húmedo y produce mordedores dolores de reuma. Se siente cada vez más cansada aquella mujer que se hiela interiormente, aquella que un día -a su modo de ver, debe de hacer de ello mil años- fue la reina del país y la mujer más satisfecha de vivir de toda Francia; en torno a ella, el silencio se hace cada vez más frío, cada vez más vano el tiempo. Ya no se espantará cuando la muerte venga a llamar por ella, pues en esta celda ha estado en vida como en un ataúd.

l'autrichienne 1990

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