Retrato de Joseph Hyacinthe François de Paule de Rigaud, conde de Vaudreuil (por Elisabeth Vigée-Lebrun) |
El conde no se
limitaba a contrapesar con su inventiva y su brillo la indolencia de Madame
Polignac, sino que ejercía sobre la favorita un ascendente autoritario, indicándole
como debía comportarse con la reina. Él era quien, respaldado por Besenval y por
la condesa Diana, decidía las estrategias del clan y quien indicaba a su vez a
su amante las peticiones que debía hacer a María Antonieta, relacionadas, en primer
lugar, con sus exigencias económicas y con las de los miembros de la familia
Polignac.
Pero Vaudreuil se
entregaba también a la intriga pura, como un fin en si mismo, porque, como a Besenval,
le encantaba actuar entre bastidores, promocionar a sus amigos y determinar la
suerte de los ministros. Para ello se encargaron de alejar del circulo de la
reina a los competidores mas temibles, empezando por el duque de Lauzun y, al
menos según Saint-Priest, alentaron los amores de la soberana con Fersen, que,
por su estatus de extranjero, era preferible a un francés ambicioso. Se las
arreglaron, en definitiva, para que la casa de la favorita fuera para María Antonieta
una “isla afortunada” al resguardo de los venenos de la corte, donde tan solo
reinaba la amistad.
Madame Polignac
no siempre estaba dispuesta a obedecer incondicionalmente las consignas
recibidas, y en esos casos Vaudreuil no dudaba en tratarla con brusquedad, caída
la mascara de la amabilidad, el Enchanteur mostraba entonces su carácter violento
y prepotente, y la llamaba al orden en unas escenas terribles. Lo único que podía
hacer entonces la duquesa era llorar y agachar la cabeza. Según el barón de Besenval,
Vaudreuil “no toleraba la menor contrariedad, y sus cóleras no respondían tanto
a un temperamento propenso a exaltarse como a un amor propio desmesurado, que
no solo no soportaba ningún tipo de superioridad, sino que incluso se irritaba
ante la igualdad”.
El gran halconero
no mostraba ningún respeto hacia el abad Vermond y trataba con suficiencia al ministro
de la casa real, el barón de Breteuil, aunque ambos gozaban de la confianza de
la reina. Un día que, ofendido por su tono imperioso, el marqués de Castries le
recordó que estaba hablando con un mariscal de Francia y ministro del rey,
Vaudreuil le respondió: “claro que no lo olvido, porque lo sois gracias a mí. Sois
vos quien deberíais recordarlo”.
Ni siquiera la
misma María Antonieta se libraba por completo de sus ataques de ira. En una ocasión
el amante de la favorita llego incluso a coger el magnífico taco de brillar de la
reina, tallado en un colmillo de elefante, y a partirlo por la mitad en un ataque
de ira, cuando María Antonieta entró en la habitación y lo vio no dijo nada,
pero ese incidente le confirmo que Vaudreuil no era apto en absoluto para el
cargo de preceptor del delfín al que aspiraba. Según Madame Campan, María Antonieta
comentó sensatamente “ya he tenido suficiente con haber elegido una institutriz
siguiendo el dictado de mi corazón y no quiero que la elección del preceptor
del delfín dependa de ninguna manera de la influencia de mis amigos. Seria responsable
ante la nación”.
En efecto, el
clan de los Polignac hacia mas daño a la monarquía francesa acaparando cargos
que con sus peticiones de dinero. “pretendían embajadas o cargos en la corte… y
lo verdaderamente grave era que aquellos cargos no se conceden a quienes se lo habían
merecido y los habrían ejercido dignamente”. Por su parte, consciente de no
haber conseguido seducir a la reina, Vaudreuil se aseguro la amistad del conde
Artois, al que acompaño a España en una desafortunada expedición militar en el
verano de 1782.
El 21 de
noviembre, Artois y su comitiva estaban de regreso en Versalles, y Vaudreuil se
lanzo al juego de influencias subterráneas que, al año siguiente, elimino a los
partidarios de Necker y aseguro a su gran amigo, Calonne, el puesto de
interventor general de finanzas. La relación privilegiada con quien poseía las
llaves del tesoro público le sería muy útil a Vaudreuil.
La esperanza de
suceder al conde de Angiviller como director general de las construcciones
reales quizá acentuaría el carácter patriótico del mecenazgo de Vaudreuil. Prestigioso
y bien remunerado, dicho cargo -que podría considerarse como el equivalente al
ministro de cultura de hoy en día- se ajustaba a los intereses del conde y le permitiría
poner en orden sus finanzas. Sin embargo, una vez más, como le había sucedido
con el cargo de preceptor del delfín, sus expectativas se vieron frustradas gracias
a la reina: no solo no obtuvo el puesto y perdió su cargo de gran halconero,
sino que, además, con el despido de Calonne, ya no pudo seguir contando con los
préstamos del tesoro real.
Lleno de deudas y
privado del apoyo de la reina, el conde se vio obligado a deshacerse de su
patrimonio. En 1787 vendió su villa en Gennevilliers y el cargo de intendente
de la capitanía de caza. El 26 de noviembre subasto en la galería de Lebrun,
junto a los muebles y a las porcelanas, su colección de cuadros.
Sin embargo, los enemigos de la Reina denunciaron como una
expresión de la realidad: Vaudreuil también se sumaría a la improbable lista de
amantes de la soberana: "Se revela al público que Vaudreuil, en una fiesta
dada a la Reina, en una casa de Neuilly, se aprovechó el momento en que todos
los espectadores estaban atentos a los fuegos artificiales para obtener un
dulce cara a cara con Su Alteza, bajo una cuna”
En Londres se publicarán grabados que representan los
Ensayos históricos sobre la vida de María Antonieta. Uno de ellos, titulado el “Descampativo
de Vaudreuil”, representa a la Reina y Vaudreuil a la derecha, huyendo en la
misma dirección hacia las arboledas conspiradoras; al fondo, a la izquierda,
otra pareja entrelazada se retira a un lado; a la derecha, el trono del Rey
Helecho.
Los Ensayos Históricos explican que, en una de las arboledas
iluminadas, se erige un trono de helechos; se elige un rey, que suele ser
Vaudreuil; la audiencia se da en presencia de Luis XVI, María Antonieta y gente
del Patio. Vaudreuil forma hogares; se casa a el rey con una dama de la corte,
la reina con uno de los hombres presentes y, a menudo, Vaudreuil se designa a
sí mismo. Hace lo mismo con los otros asistentes, luego ordena que todos se
tomen de la mano. Así que dice: “¡Descampativo!
Inmediatamente "cada uno con su cada" huye hacia
una arboleda, con prohibición de acudir a más de una pareja en el mismo
lugar...
La calumnia asegura que a Luis XVI le resulta tremendamente
divertido ser destronado así sobre la hierba por Vaudreuil y que un año en que
la reina tuvo que tomar las aguas para promover un nuevo embarazo, los médicos
decretaron que el descampativo tendría más efecto. Un rumor público atribuía,
de hecho, la paternidad del primer Delfín al conde de Vaudreuil.
Un provincial, al entrar en el salón del Cent Suisses, vio a
"la Reina con un negligé blanco, el cabello revuelto, llevando en el brazo
una capa de tafetán negro, cuyo extremo se arrastraba por el suelo, y
apretándose contra el brazo de M. de Vaudreuil, con levita escarlata, una gasa
en la mano, los cabellos recogidos con un peine”. Desde entonces ha tenido la
incorregible convicción de que la Reina es la amante de este caballero tan
familiarizado con ella.
Nada más lejos de la verdad. Tilly, La Mark y Mme Campan están de acuerdo: a María Antonieta, por el contrario, no le gusta mucho el conde de Vaudreuil "que llena demasiado un corazón (el de Yolande) donde nunca habría encontrado su lugar demasiado grande".
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