Charles Gravier, Conde de Vergennes (1717-1787), Colección privada. Artista Callet, Antoine-Francois. |
Mientras tanto, el
conde Mercy no estaba ocioso. Observo, no sin satisfacción, que el ministro
estaba disminuyendo de día en día. No podía permanecer mucho tiempo en el
poder. El embajador insto a que maría Antonieta preparar el camino, con sumo
cuidado, a un sucesor que fueras favorable a los intereses de Austria. Él le
dijo que tenia que realizar “un servicio a los dos tribunales” de Austria y Francia.
El candidato
austriaco preferido era el conde Saint-Priest que había tenido una variada
carrera diplomática de más de veinte y cinco años. Había representado mas o
menos los intereses del emperador, cuando fue embajador. A pesar de la
insistencia de Mercy, esta cita parecía permanecer indiferente para la reina.
El 13 de febrero
de 1787 Vergennes murió. El rey estaba profundamente afectado. Perdió el único ministro
con el que siempre había estado perfectamente de acuerdo y que se había convertido
para él desde la muerte de Maurepas, en una especie de segundo mentor. La muerte
de Vergennes pone fin a la ultima consistencia que queda, la de la política exterior.
El rey, perturbado por la ausencia de quien enmascaro su indecisión y saco lo
mejor de él, inicia su descenso a los infiernos.
El embajador de Venecia,
Antonio Capello, anuncio la muerte del ministro a sus autoridades, escribiendo
que “una feliz combinación de cualidades tan raras solo podría hacer que su
perdida sea muy grave para el rey y la nación en general. Gran conocedor por
supuesto, hombre profundo y activo, tenia la mayor experiencia y habilidad
empresarial, la huella de honestidad que le prohibía engañar y poseía el arte
de ocultar su arte”. El rey estaba de luto por “el único amigo con el que podía
contar, el único ministro que nunca me engaño”. Soulavie escribió que el
soberano “sentía un gran cariño al señor Vergennes y tenia la mayor confianza
en él”.
Luis XVI dio
ordenes a todos los ministros de asistir a su funeral y él mismo renuncio a las
partidas de caza ya organizadas. Incluso la reina, que sin embargo odiaba al
difunto, cancelo sus conciertos por respeto. Soulavie agrega que Luis XVI fue “al
cementerio donde este ministro había querido ser enterrado humildemente” y dijo
“¡que feliz seria descansar en paz a tu lado!”.
Los acontecimientos
se suceden tan rápidamente. Se debe buscar un inmediato reemplazo. Sin entusiasmo,
maría Antonieta se ofreció a recomendar a Saint-Priest. El rey había decidido
otra cosa. Dio el cargo al conde Montmorin, que compartió las ideas de
Vergennes sobre la alianza. María Antonieta advirtió personalmente a Mercy de
la decisión real antes de que fuera oficial. “no podía insistir -dijo ella- e
ir en contra de los gustos del rey”.
María Antonieta pasivamente
acepto que era el conde Montmorin, un amigo de la infancia del rey, ex
embajador de España y un hombre personalmente desfavorable a Austria, quien en
realidad reemplazara a Vergennes como ministro de relaciones exteriores. En la
medida en que ella promovió a Saint-Priest, lo hizo con una notable falta de energía.
El conde Mercy no
pudo ocultar su decepción al emperador sobre este nombramiento. Con Kaunitz fue
aun mas franco, elaboro un cruel retrato de la reina: “aunque la bondad de la
reina a mí nunca se me niega, por un momento, a pesar de que me da una confianza
bastante amplia, la experiencia me enseña todos los días para evaluar mejor a
esta princesa y lo que yo observo afecta más allá de la expresión. A medida que
la reina se hace mayor, parece estar perdiendo la cabeza y el juicio. La versatilidad
de sus ideas mas cerca de los niños. Conserva una afición por su país, el apego
a su sangre, la amistad de su hermano, pero eso, por lo tanto, no puedo actuar
en cualquiera de estos sentimientos. En la ignorancia y el odio a todos los
asuntos serios, que no conoce ni el valor ni las consecuencias. La aburre bajo
diferentes aspectos, a menudo contradictorios, a veces el azar determina desde
el más extraño razonamiento”.
Mientras escribía
esto Mercy parecía sorprendido de que maría Antonieta le había dicho que “no
era justo que la corte de Viena nombrara a los ministros de la de Versalles”. Por
primera vez, sobre los asuntos de interés de Austria, aquí era una reina de Francia
hablando. Exasperado por la incompetencia de su hermana, José II le respondió a
Mercy que “por mucho tiempo se había dado cuenta de que había medido su haber
en bagatelas y negocios puramente personales y la gran disipación donde vivía había
perdido en la mente del rey esta consideración que le podría dar la influencia
directa en los asuntos de estado”.
En cuanto a Kaunitz, fue aun mas lejos que el emperador. La baja estima en que tenía la reina mostro el desprecio que sentía hacia Francia y su gobierno: “si ella fuera reina fuera de Francia, es de suponer, como se hace en otros lugares con otro gobierno, francamente no se le permitiría ninguna intromisión en los asuntos ni interior ni exterior, y ella seria una nulidad como consecuencia de todos los sentidos del término. Supongamos por un momento que es lo mismo en Francia, y en ese caso, no contemos jamás con ella para nada. Contentémonos con obtener, como de un mal pagador, lo que buenamente puede obtenerse”.
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