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domingo, 21 de diciembre de 2025

TALENTO DE ELECCIÓN: "EL SAN BARTOLOMÉ DE LOS MINISTROS" 1774

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Fotogramas del film Louis XVI, l'homme qui ne voulait pas être roi (2011)
El 11 de mayo de 1774 Luis XVI despertó rey de Francia y de Navarra, es decir, ciñiendo la corona mas hermosa y mas pesada del mundo. A la misma hora, a poca diferencia, en que el rey se levantaba, los ministros que presagiaban su próxima desgracia, se reunieron y determinaron enterarse inmediatamente de cuales eran las disposiciones del rey respecto de ellos, dirigiéndole al efecto una serie de preguntas a las cuales le pedían se sirviese contestar. ¿Es la intención de Su Majestad que a las cortes soberanas, a la ciudad de Paris, a los gobernadores de las provincias, a los obispos y a los intendentes se les noticie la muerte del rey y se les ordene que continúen en sus cargos, del mismo modo que se hizo al fallecimiento de Luis XIV?

Durante los primeros años los pasos políticos de la reina no escapo de nadie. El embajador de Cerdeña denuncio a su amo que “la emperatriz influirá por medio de su hija en las decisiones del gabinete de Versalles”. Los planes de Mercy fueron claros: “necesitamos por la seguridad de su felicidad, que ella comience a hacerse cargo de la autoridad que el delfín no practicaba de forma precaria”, dijo durante la agonía de Luis XV. Luego pidió una intervención urgente a su soberana con la futura reina para que “deseara escucharlo en los grandes temas que podrían ser de interés para la unión”.

El canciller austriaco, el príncipe Kaunitz no había perdido un momento para expresar sus deseos al embajador. Él le había enviado un largo documento sobre el curso que deseaba seguir y debía ser aprobado por la reina. Tenía que infirmar las decisiones sin que su marido pudiera darse cuenta que estaba bajo su influencia. Naturalmente, ella intentaría frustrar las maquinaciones de los que trabajarían “para fomentar en la mente la idea maligna que la reina gobierna al rey”. Con la máxima delicadeza, ella mantendría la paz dentro de la familia real.

El informe de Kaunitz fue más allá. Anuncio claramente a Mercy que el duque de Aiguillon, para los que la corte de Viena sentía el más profundo desprecio, debía ser retirado a pesar de que se mantuvo como el ministro ideal. En caso de un nombramiento de primer ministro, el cardenal de Bernis, apreciado en muchos aspectos, sería el mejor candidato para Viena. En cuanto a la protección al duque de Choiseul por parte de la reina, Kaunitz no quería oír hablar de eso. Marie Theresa por su parte insto a su hija para que siguiera los consejos del conde Mercy: “míralo a él como un ministro, aunque no tiene ese cargo, combina muy bien”. María Antonieta escucho al embajador, pero continúo obedeciendo a sus propios caprichos.

LLAMAMIENTO AL SEÑOR MAUREPAS 

¿Cómo fue el inicio del reinado de Luis XVI? Sus recuerdos de estudios, los principios que le inculcó La Vauguyon y, sobre todo, la imagen de este padre que se erigió en modelo de rey justo y virtuoso durante su infancia y adolescencia. Las señoras tías siguen siendo el único vínculo que permanece con Luis Ferdinando. A pesar de los riesgos de contagio de que son objeto, ya que no se han separado del lecho de su padre durante su enfermedad, han logrado ser ingresadas ​​en Choisy. Los contemporáneos afirman que las princesas tenían una especie de "testamento político" de su hermano. Esto habría dejado una lista de personalidades cuyo consejo debería seguirse si Luis XV muriera. En secreto, Luis XVI consultó a sus tías. Algunos argumentan que la entrevista tuvo lugar sin el conocimiento de la reina, otros que María Antonieta estaba presente y que ella sugirió la retirada de Choiseul. Este recurso a las hijas de Luis XV no estuvo exento de peligros. Las ancianas nada sabían de las realidades del reino: de política, sólo conocían las cábalas cuyas ideas rectoras nunca lograron desentrañar.

Sin embargo, le dan a su sobrino un consejo bastante juicioso: llevar a su lado a una especie de hombre sabio que le desentrañaría los misterios de los asuntos del reino. Esto permitiría contemporizar, para evitar decisiones apresuradas. La idea no se podía rechazar y esta fiesta se adaptaba perfectamente al emulador de Télémaque para quien un Mentor parecía imprescindible. ¿Pero qué mentor? En la lista del Delfín, padre de Luis XVI, destacaban tres nombres: el duque de Aiguillon, el ex contralor general de las finanzas, Machault, y el conde de Maurepas. No se podía pensar razonablemente en el primero, que todavía era ministro de Relaciones Exteriores del difunto rey. Luis XVI dudó entre Machault y Maurepas. Ambos podrían aparecer como el Mentor del sueño, aunque no conocía a ninguno de ellos. ¿No había leído en el Télémaque que era necesario elegir a un anciano en desgracia para ascenderlo al cargo de consejero del Príncipe? Tanto Machault como Maurepas se habían visto obligados a exiliarse; uno tenía setenta y tres años, el otro aún no llegaba a los setenta y cuatro. Luis XVI se habría decidido por Machault cuando una intriga de la corte venció a Madame Adélaïde. La princesa estaba gobernada por su dama de honor, la intrigante condesa de Narbonne, ella misma tía del duque de Aiguillon. La condesa de Narbona sugirió llamar al poder a Maurepas, porque el exministro de Marina era a la vez tío del duque de Aiguillon y cuñado del duque de La Vrillière, ministro de la Maison du Roi. Madame Adélaïde luego presionó al rey invocando repentinamente sus escrúpulos religiosos. Machault era, dijo, sospechoso de jansenismo, y se había mostrado odioso para el clero, cuya riqueza había disminuido anteriormente con sus edictos fiscales. Tuvimos que encontrar un pretexto. Por lo tanto, Luis XVI dirigió a Maurepas esta nota que primero había destinado a Machault:

“Señor, en el justo dolor que me embarga y que comparto con todo el reino, tengo sin embargo deberes que cumplir. Soy rey: está sola palabra contiene muchas obligaciones, pero solo tengo veinte años. No creo haber adquirido todos los conocimientos necesarios. Además, no puedo ver a ningún ministro, habiendo estado todos confinados con el Rey en su enfermedad. Siempre he oído hablar de su probidad y de la reputación que tan justamente le ha ganado su profundo conocimiento de los negocios. Esto es lo que me compromete a suplicarle que tenga la amabilidad de ayudarme con sus consejos y sus ideas. Le agradeceré, señor, que venga lo antes posible a Choisy, donde lo veré con el mayor placer”.  

Louis XVI, Marie Antoinette, Maurepas
El conde Maurepas, ministro de estado. Retrato de Jean-César Fenouil.

Mesdames estaban, pues, a la mira, y aun cuando tenían prohibida la entrada en el cuarto del rey, procuraban engañarle por todos los medios posibles desde su llegada a Choisy, donde le habían precedido. El rey no oía otra cosa que: «El señor de Maurepas, volvednos al señor de Maurepas». En cuanto al señor de Choiseul fue rechazado a la primera palabra que la reina pronunció para proponerle.

Nieto de Luis de Pontchartrain, Canciller de Luis XIV, hijo de Jérôme de Pontchartrain, miembro del Consejo de Regencia y Secretario de Estado de Marina, Jean-Frédéric Phélyppeaux, Comte de Maurepas, nacido con el siglo, había ejercido efectivamente el cuidado de su padre desde los veinticinco años. Había llevado su carrera de manera agradable a pesar de sus problemas con los favoritos. Sólo la muerte había impedido que la señora de Chateauroux, que lo odiaba y sólo lo llamaba conde Faquinet, obtuviera su desgracia. Fue la marquesa de Pompadour quien lo obtuvo en 1740 por un epigrama que escribió sobre ella. La orden del rey lo desterró a cuarenta leguas de París. Se instaló en Bourges, pero siete años más tarde, habiéndose producido la ira real apaciguada, se le permitió regresar a su castillo de Pontchartrain, donde pasó días tranquilos en compañía de su esposa, hija del difunto duque de la Vrillière. Su acuerdo pasó por ejemplar, a pesar de las fallas del marido cuya impotencia se cantaba a menudo. Habían sido apodados Filemón y Baucis.

Durante la temporada de verano, Pontchartrain siempre estaba lleno. Se reunen allí parlamentarios, economistas, fisiócratas. Turgot, el príncipe de Montbarey, Malesherbes, Miromesnil, el abate de Veri, formaban parte de la sociedad familiar de los Maurepas. Tenían una oficina de ingenio en Pontchartrain, leían, comentaban todas las novedades, charlaban en el parque y jugaban a la lotería o a las cartas con Madame de Maurepas. Maurepas siguió siendo consultado en secreto por los ministros en el lugar que a veces acudían a pedirle consejo. Nada de lo que tocaba el mundo político y la República de las Letras le quedaba ajeno. Finalmente, en palabras del Príncipe de Montbarey, “en la Corte y en el mismo París, hubo muy pocos matrimonios o actos importantes que no le fueran comunicados y sobre los que nadie no quisiera tener su opinión”. Sin cultivar ninguna nostalgia por su gloria pasada, alejada –parecía– definitivamente de la Corte, los Maurepas se habían dejado arrollar por “la dulzura de la vida” reservada a aquellos privilegiados de los que formaban parte.

Dotado de un físico bastante común y carente de gracia, Maurepas compensaba su falta de elegancia natural con cierta rigidez y un cuidado minucioso de su persona. Criado en el serrallo del poder, este heredero de una larga línea de prestigiosos Robins era un perfecto cortesano. Dotado de una mente mordaz, habiendo adquirido amplios conocimientos en todos los campos capaces de retener a un hombre honesto, gozaba de buen juicio, aguda comprensión y una admirable facilidad de expresión. Amable, profundamente escéptico, a veces cínico, sabía mejor desbaratar intrigas que dedicarse a un trabajo continuo.

La llegada del exministro caído en desgracia causó un gran revuelo en Choisy. La decisión del joven rey no había sido revelada y la "Corte esperó con un estremecimiento mezclado con el temor de qué rumbo iba a tomar Luis XVI”. Los amigos del duque de Aiguillon recobraron la esperanza, mientras que los de Choiseul se entristecieron. El simpático anciano que iba a conocer al nuevo monarca había sopesado su decisión durante mucho tiempo. No tenía pasión por el poder; su edad y los frecuentes ataques de gota de que era víctima no le permitían asumir con alegría las fatigas impuestas por un ministerio; abandonar el cálido retiro de Pontchartrain le parecía una locura. Así que había decidido rechazar la invitación del rey, después de haber consultado a su esposa como solía hacer. Sin embargo, un segundo mensajero, esta vez de Madame Adélaïde, lo había convencido de la necesidad de ir a Choisy.

La acogida que Luis XVI le reserva, este viernes 13 de mayo, está impregnada de esa sencillez algo dura que le es propia. Desde el comienzo de la entrevista, el rey admite a Maurepas que debe su apelación a los comentarios que La Vauguyon hizo una vez sobre él, y agrega inmediatamente que no le hizo caso a su ex gobernador. Duda antes de abordar el meollo del asunto, mientras que el sutil cortesano tiene mucho tiempo para calibrar a su hombre. Consigue desbaratar su timidez y dar a la entrevista el tono que deseaba Luis XVI. Los proyectos del rey son todavía muy vagos: ¿deberían mantenerse los ex ministros? deben ser reemplazados? Si es así, ¿cuáles serían las mejores opciones? Finalmente, ¿qué papel estaría llamado a desempeñar el propio Maurepas? Fiel a la enseñanza que recibió, Luis XVI conserva una extrema desconfianza hacia los primeros ministros. Si consultaba a su esposa sobre este tema, ella sólo podría reforzar su resolución, ya que Mercy le había afirmado que un Primer Ministro siempre se aplicaba para destruir el crédito de una reina. También el rey admite sin vacilar ante Maurepas su repugnancia por la creación de tal función. Maurepas se atreve a evocar el papel del cardenal de Fleury con Luis XV, pero acaba encontrando la fórmula flexible que se adapta perfectamente a todos. Debemos al abate de Véri, su confidente, el habernos conservado el relato de esta primera entrevista entre el anciano y el rey aprendiz:

“Si te parece bien, no seré nada frente al público. Seré solo para ti -dijo el anciano- Tus ministros trabajarán contigo. Nunca les hablaré en tu nombre, y no me comprometeré a hablarte por ellos. Solo cuelgue sus resoluciones en objetos que no estén en el estilo actual; tengamos una conferencia o dos a la semana, y si te has movido demasiado rápido, te lo diré. En una palabra, seré tu hombre todo para ti y nada más. Si quieres convertirte en tu propio Primer Ministro, puedes hacerlo a través del trabajo y te ofrezco mi experiencia para contribuir a ello, pero no pierdas de vista que, si no quieres o no puedes ser, necesitarás algo necesariamente elegir uno”.

 "Me has adivinado -le dijo el Rey- esto es precisamente lo que quería de ti”.

Louis XVI, Marie Antoinette, Maurepas
Retrato de Maurepas de Louis-Michel van Loo.

Por lo tanto, se acordó que Maurepas tendría largas reuniones individuales con el rey sobre todos los asuntos relacionados con los asuntos del reino. También debía asistir a todos los Concilios y Luis XVI le otorgó el título de Ministro de Estado. La iniciación política del rey comenzaba así al mismo tiempo que su reinado, bajo la protección de un Mentor. El soberano se sintió aliviado. El tierno anciano, al dejarlo, tal vez pensaba más en la dulce venganza que se estaba tomando del destino que en el firme apoyo que el joven esperaba de él. Pero, en ausencia de un programa político, Maurepas tenía algunos principios: fuertemente apegado a la antigua magistratura, gran admirador de Montesquieu, defendía las virtudes de una monarquía templada.

Fue en La Muette donde el nuevo rey celebró su primer consejo, el 20 de mayo. En esta fecha finalizaba el período de “cuarentena” al que habían sido sometidos los ex ministros de Luis XV. Sin duda, Luis XVI no desea conservarlos. Le dijo a Maurepas que sus ideas tomarían forma “cuando tuviera un ministerio honesto”. ¿Es esta idea realmente suya o ya ha sido insidiosamente impulsada por el Mentor? Mientras tanto, habla largo y tendido con todos y permite que se agilicen los asuntos de actualidad sin influir en la más mínima decisión. En el Consejo, donde Maurepas dirige los debates, el rey interviene poco. La obra parece marcada por una monotonía desgarradora. “Leemos los despachos allí como la gaceta, sin ninguna discusión. Todos notan la diligencia del rey en su trabajo, su rectitud y su sincero deseo de hacer el bien de su pueblo. Sin embargo, su brusquedad es desconcertante y ciertos detalles pronto resultan inquietantes. Rápidamente se desanimó: así, ante el asombro general, en medio del Consejo de Despachos, se levantó repentinamente, abandonando a sus ministros. Era necesario correr tras él “para conjurarlo a que al menos fijara una fecha para el próximo Concilio”.

No se tomarían decisiones importantes durante este período de transición. Con fecha del 30 de mayo, el primer edicto real, que contribuyó a aumentar la popularidad del soberano, pasó a un segundo plano: el rey renunciaba al "don de la gozosa ascensión", impuesto que gravaba la ascensión al trono de un nuevo rey y el importe de que ascendía a veinticuatro millones de libras. La reina, por su parte, abandonó el "derecho de cinturón", otro antiguo impuesto que vino a gravar el presupuesto de los franceses durante un cambio de reinado. "Luis XVI parece prometer a la nación el reinado más dulce y feliz", escribe entonces Métra, uniendo sus elogios a todos los de los libelistas de la época.

En tales condiciones, Maurepas no podía admitir la presencia de ministros que no fueran del todo devotos de él, incluso sus padres. Así, el triunvirato parece virtualmente condenado. Además, la opinión pública condenó el ministerio a la condenación general, uniendo en la misma reprobación todo lo que procedía del difunto rey. Sin embargo, la decisión de despedir a estos hombres odiados solo puede provenir del rey, y solo de él. Pero Luis XVI no parece tener prisa por decidir.

Maurepas le había aconsejado que no se precipitara en su decisión, pero empezaba a impacientarse. El rey consintió en examinar con él el caso del duque de Aiguillon. “Debo responder a su confianza sin tener parientes, ni amigos, ni enemigos”, anunció desde el principio el anciano ministro, que sabía que la situación de su sobrino era muy delicada. El Duc d'Aiguillon había atraído sobre él muchas enemistades, se temía su temperamento sombrío y se le atribuían tesoros de odio. Tenía contra él a los amigos de Choiseul, a los partidarios del Parlamento, a los filósofos que lo designaban como el alma condenada de los jesuitas. En general, se le culpó de la destrucción de Francia en el momento de la partición de Polonia. Finalmente, un amigo declarado de Du Barry, contó entre sus enemigos más acérrimos a la propia reina, que había tenido la imprudencia de llamarla "coqueta" delante de algunas personas en la Corte. Sin profesar ideas particularmente ilustradas, sin talentos excepcionales, el duque de Aiguillon aparecía como un administrador serio y honesto. Maurepas lo defendió débilmente. “Ya sé -dijo el Rey golpeando la mesa- que lo hace bien, y eso es lo que me fastidia... ¡pero la puerta por la que entró! y los problemas que ha causado su odio!”. Maurepas no quería molestar a su amo. Prefería colocar en Asuntos Exteriores y Guerra a un hombre que le estuviera agradecido. Por lo tanto, Luis XVI decidió destituir al duque. Para no ofender la susceptibilidad de su sobrino, Maurepas probablemente le aconsejó que renunciara. 

El 2 de junio, el duque de Aiguillon dimitió de sus funciones de ministro. El fiel ejecutor de la voluntad de Kaunitz, el conde Mercy sin embargo, sugirió a la princesa que el nombramiento del cardenal de Bernis había sido excelente para la alianza. María Antonieta seguía siendo “fría e indiferente” sobre el tema. Ella hubiera preferido al barón de Breteuil, cuya hermana María carolina se jacto de sus méritos.

EL SEÑOR VERGENNES

Aiguillon se había ido, tenía que encontrar un reemplazo. En realidad, se eligen dos, uno para la Guerra, el otro para Asuntos Exteriores. Luis XVI impuso al conde de Muy, entonces gobernador de Flandes, en la Guerra. Antiguo mentor del difunto Delfín, este serio soldado sin genio ya había sido pedido por Luis XV para cumplir esta tarea, aunque era amigo de los jesuitas, después de la desgracia de Choiseul. Había rechazado esta oferta porque no podía soportar hacerle la corte a Madame du Barry. Respondió a la llamada del nuevo soberano. Los choiseulistas se desilusionaron.

Para Asuntos Exteriores, Maurepas y el rey eligieron dos candidatos: el brillante barón de Breteuil, embajador en Nápoles, y el oscuro conde de Vergennes, embajador en Estocolmo. Ni Maurepas ni el rey querían oír hablar del conde de Nivernais, cuñado de Maurepas, a quien la opinión ilustrada designaba como el más apto para tomar el relevo de Aiguillon. ¿Sintió Maurepas alguna vergüenza por traer a un pariente al ministerio? ¿Recordaba Luis XVI que había protestado violentamente contra la supresión del Parlamento?

Nadie puede decirlo. No discutieron juntos la posibilidad de convertirlo en Ministro de Relaciones Exteriores. Maurepas se inclinó por Breteuil, a pesar de la ambición que comúnmente se le atribuye. La Corte de Viena animó a María Antonieta a promover su carrera. Luis XVI fue persuadido de hacer una sabia elección allí. Este nombramiento parecía seguro cuando Maurepas y su esposa cenaron con el Abbé de Véri, a quien le hubiera gustado que el Mentor fuera el propio Ministro de Relaciones Exteriores. Veri protestó al oír mencionar el nombre de Breteuil para este cargo: "Usted quiere -dijo- unión en el ministerio, y ha sentido la desgracia de la incomprensión bajo Luis XV. ¿Puedes estar seguro de esta armonía con un personaje ambicioso e intrigante? Sé que se dice que tiene más talento que M. de Vergennes; tampoco, aunque dudo que haya alguno real; pero la rectitud del señor de Vergennes os tranquiliza contra la falta de armonía. Será asunto tuyo complementar sus luces, ya que no quieres tomar este departamento como te aconsejé. Encontrarás en él un gran conocimiento de los detalles, trabajo asiduo y rectitud de intenciones”.
 
Louis XVI, Marie Antoinette, Vergennes
El conde Vergennes, ministro de asuntos exteriores.
Maurepas estaba convencido. Por lo tanto, se inclinó hacia Vergennes y compartió sus puntos de vista con el rey. La reputación del futuro ministro no era brillante. Ciertamente no se le acusó de ambición desmedida, todo lo contrario. Pasó más por trabajador, por hombre de oficio sin brillantez, que por intrigante cortesano ávido de honores. Hijo de un presidente mortero en el Parlamento de Dijon, había desarrollado laboriosamente una carrera diplomática bajo el liderazgo de su pariente, el marqués de Chavigny, a quien había asistido en sus embajadas en Lisboa, Trier y Hannover. En 1756, a la edad de treinta y ocho años, Vergennes había sido nombrado embajador en Constantinopla, donde permaneció trece años. Fue allí donde se enamoró perdidamente de una bella "otomana", hija de un artesano, viuda de un cirujano. Después de un vínculo mostrado, se casó con ella unos años después, lo que parece haber desacreditado su carrera. Sin embargo, después de la caída en desgracia de Choiseul, fue destinado a Estocolmo, donde desempeñó un papel importante en el fortalecimiento del poder de Gustavo III durante la revolución de 1772. Luis XVI ciertamente vio en él al firme defensor del trono.  Vergennes figuraba en la lista de personalidades recomendadas por su padre, lo que sin duda era la mejor garantía para el príncipe. Ingenuamente, el joven rey concedió relativamente poca importancia al Departamento de Guerra y al Departamento de Relaciones Exteriores. "Como no quiero entrometerme en los asuntos de los demás, no espero que vengan a molestarme a mi casa", le dijo inocentemente a Maurepas.

Capítulo regularmente por Mercy ante la insistencia de Marie-Thérèse, la reina jugó como un autómata mal adaptado en la escena política. La emperatriz había insistido en que se levantara el exilio de Choiseul, sin desear, sin embargo, que volviera al negocio. Aunque era el más firme defensor de la alianza, a ella le parecía peligroso. Este "control de Europa”, como decía la zarina, podría haber dado a Francia un lugar preponderante, que Marie-Thérèse no quería. Habría acomodado perfectamente al mediocre Aiguillon. La elección de Maurepas la sorprendió y quiso que la mantuvieran informada de las decisiones más pequeñas que se tomaban en Versalles. “Es importante para mí estar informada a tiempo y con precisión de lo que está sucediendo en Francia en estos momentos decisivos y enviar allí de la misma manera lo que conviene a mis intereses”, escribió a Mercy el 16 de junio.

"Que la reina nunca pierda de vista ni por un momento todos los medios que le aseguren el dominio completo y exclusivo sobre la mente de su marido", ya había ordenado - y no había dudado en declarar a su hija "El conde Mercy es como tanto vuestro ministro como el mío”

Esperaba que María Antonieta la obedeciera dócilmente, lograra capturar la mente de su esposo y lo guiara a su antojo. Marie-Thérèse podría así influir en las decisiones de Luis XVI. Esto fue para darle a la reina una cabeza más política de la que tenía. Embriagada por su joven realeza, está demasiado ocupada con los placeres de los márgenes del poder como para querer disfrutar del poder mismo. Vagamente prevé que su influencia real crecerá, pero, por el momento, no lo desea realmente. Con todo su corazón todavía ingenuo, desea complacer a su madre, como un buen niño; pero que no se le pida que influya en los asuntos del estado. Están totalmente más allá de ella y la aburren en grado sumo. Ella malinterpreta lo que le pregunta su madre, ya menudo interpreta torpemente los mandatos de Viena. El rey finge ignorar esta correspondencia secreta entre Marie-Thérèse y Mercy. Sin embargo, él sabe de su existencia. Así evita confiar ciertos secretos a su mujer, a pesar del tierno cariño que entonces parece unirlos. Le confiesa a Maurepas "que nunca habló con la Reina de asuntos de Estado, como tampoco lo hizo con sus hermanos". Marie-Thérèse se da cuenta bastante rápido: "Algunos rasgos de su conducta también me hacen dudar de que sea muy flexible y fácil de gobernar", admite pronto, no sin molestia.

El nombramiento de Vergennes, tuvo lugar poco tiempo después. La embajada austriaca empezaba a darse cuenta acerca de la real influencia de María Antonieta. El rey estaba dispuesto a ceder a sus caprichos, pero no consulto los asuntos de estado con ella. “este anuncio no dará a la reina cualquier parte en los asuntos de estado”, señalo entonces el Abad de Veri. El odio que el señor de Vergennes sentía por la casa de Austria nos explicará mas adelante la vigilancia que sobre ella ejerció y su lucha abierta y manifiesta con la reina.

Louis XVI, Marie Antoinette, Choiseul
El duque de Choiseul
La discreción del rey alivia a Maurepas: tiene las manos libres para continuar con la remodelación del gabinete, lo que no le impide cortejar a la reina. Debe evitarse que manifieste la menor inclinación a entorpecer su política. Hasta ahora, ella no ha jugado ningún papel todavía. Si algunos le atribuyen la desgracia del duque de Aiguillon, se equivocan. El rey había escuchado atentamente sus diatribas de mujer bonita caprichosa, pero sabemos que la destitución del ministro tenía fundamentos infinitamente más graves. Sus intentos de que nombraran a Breteuil habían fracasado. Sin embargo, para satisfacerla, Luis XVI accedió a poner fin al exilio de Choiseul. Sus partidarios se llenaron de inmediato: la Reina pronto lo impondría como primer ministro, pensaron, Maurepas habría sido solo un asesor de transición.

El exilio de Chanteloup deja su Touraine para ir a toda velocidad a Versalles. Sin embargo, los sentimientos de Luis XVI no habían cambiado con respecto al ministro que una vez se había opuesto insolentemente a su padre. Tampoco había olvidado que los devotos acusaron a Choiseul de haber envenenado a sus padres. Su caso había sido escuchado durante mucho tiempo. La acogida del soberano fue más que fría. "Monsieur de Choiseul, ha perdido parte de su cabello", le dijo simplemente. La reina lo colmó de cumplidos, pero el duque entendió que su tiempo había pasado. Ya no tenía ninguna esperanza de recuperar el poder, a pesar de las cálidas manifestaciones populares que saludaron su llegada a la capital.  Él había pedido favores a sus amigos, especialmente la cinta azul para el conde Guines y el título de duque para el príncipe de Beauveua y el conde Du Chatelet. Por ultimo Choiseul  le dio el consejo más desastroso a la reina: “tiene solo dos cursos a tomar, ganarse al rey por los caminos de la ternura, o la de los subyugados por el miedo y habidos de poder”. Según Mercy, la reina adopto el segundo enfoque.  A la mañana siguiente regresó a Chanteloup. Quizás el joven rey disfrutó en secreto de la humillación que infligió así al presuntuoso duque. Ahora era el amo y había vengado a su padre.

Hasta entonces, las elecciones de Luis XVI no permiten deducir cuál será su política y nos preguntamos largamente sobre la personalidad del joven soberano. “El rey, en quien realmente supongo sólidas cualidades, tiene muy pocas amables. Su exterior es tosco; el negocio podría incluso darle momentos de humor”, dice entonces Mercy. Hasta la muerte de su abuelo, el joven se mostró “impenetrable a los ojos de los más atentos. Esta forma de ser ha debido venir de un gran disimulo o de una gran timidez, y tengo razones para creer que esta última causa ha influido mucho más que la primera”, especifica el embajador de Austria.

Maurepas, a quien consulta sobre el más mínimo tema ya quien ha dado permiso para reprocharle, pronto detecta en él una cierta debilidad y una inmensa dificultad para decidir. Le preocupa verlo "ceder al último en hablar". “¿Tendrá Luis XVI o no tendrá el talento para elegir y el talento para ser la decisión?” señala el abate de Véri desde los primeros días del reinado.

UN REY INDECISO?

Maurepas propuso al conde de Muy para el ministerio de la guerra, lo que fue aceptado con satisfacción, pues Luis XVI tenia gravado en el corazón y en el pensamiento el nombre de aquel hombre probo que nada había querido aceptar durante el imperio de las favoritas del último rey, y al que había escrito que volviese a la corte, sin esperar siquiera la llegada de Maurepas.

Maurepas trabajó para desmantelar el antiguo ministerio. Se comprometió a despedir a Bourgeois de Boynes, Secretario de Estado de Marina. Pasó por "el alma maldita" del Duc d'Aiguillon. Incluso se dijo que había inspirado la reforma de Maupeou y que le habían regalado la Marina como agradecimiento. Era considerado un mal administrador en su sección, a quien el mismo Maurepas conocía muy bien, por sus funciones anteriores. La Marina fascinó al rey. No fue difícil para el Mentor perder a Bourgeois de Boynes a los ojos del soberano y ofrecerle al intendente naval Clugny para reemplazarlo. El ministerio habría tenido así un apoyo menos a la causa del "Parlamento Maupeou". El rey se negó a tomar Clugny, invocando el doble juego protagonizado por este último en el asunto Maupeou-Aiguillon. Fue entonces cuando Maurepas, impulsado por su eminencia gris el Abbé de Véri, propuso el nombre de Turgot. El viejo ministro ya había pensado en él para los Sellos o para Finanzas. Desesperado, lo ofreció para la Armada. 
  
Louis XVI, Marie Antoinette, Comte De Muy
Louis de Félix du Muy (1711-1775), Ministro de Guerra y Mariscal de Francia. Retrato de Pierre-Adolphe Hall.

Sin embargo, el soberano todavía no podía decidirse a significar su destitución a Bourgeois de Boynes. El martes 19 de julio, Maurepas apuró al rey: “Los negocios, le dijo, requieren decisiones. No quiere quedarse con el Sr. de Boynes y el último Consejo lo disgustó más que nunca con su informe. Termine rápidamente los pros y los contras. No quieres al señor de Clugny... me hablaste bien del señor Turgot, tómalo por la Marina que aún no te has decidido por el abate Terray. Luis XVI no dijo nada, pero al día siguiente escribió al duque de La Vrillièreministro de la Casa del Rey, pidiendo la dimisión de Bourgeois de Boynes". Nombró a Turgot en su lugar y simplemente declaró a Maurepas: “Hice lo que me dijiste”

Por lo tanto, la decisión había sido tomada del rey. No se podía esperar que se decidiera rápidamente por la destitución de Terray y la de Maupeou. La deshonra del impopular abad contaba entonces menos que la del canciller, lo que significaba sobre todo la revocación del antiguo Parlamento y, por tanto, un cambio de política bastante radical. El rey no parecía haber tomado una posición definitiva. Maurepas se impacientó, pero la Corte partió para Compiègne el 31 de julio.

Los días pasan sin traer la más mínima resolución. Incapaz de soportarlo más, Maurepas pasó al ataque el 9 de agosto: "Las demoras -le dijo al rey- acumularon casos y los estropearon incluso sin terminarlos. No debes pensar que solo tienes que arreglar este negocio. El mismo día que te hayas decidido por uno, nacerá otro. Es un molino perpetuo que será tu parte hasta tu último aliento. El único medio de aliviar la importunidad es una decisión expedita siempre que haya precedido la reflexión. No les hablaré más de los arreglos parlamentarios hasta que se decida su partido sobre el Canciller, porque serían palabras en vano. ¿Le darás tu absoluta confianza en este punto? Hazlo público. ¿Le hablaste de los parlamentos y del poder judicial?” "Ni la menor palabra -dijo el rey- Difícilmente me hace el honor” añadió sonriendo, de verme” 

Después de esta introducción, el anciano ministro propuso a Malesherbes o Miromesnil como Canciller. A pesar de la opinión ilustrada y los deseos de Maurepas, el rey se opuso a la elección de Malesherbes, demasiado ligado a la secta filosófica. Tampoco se pronuncia por Miromesnil “¡Decídete por alguien! ruega Maurepas. Todavía te propondría a M. Turgot, si no lo mantuvieras para Finanzas, por lo que te avergonzarías aún más”. "Es bastante sistemático -dijo el rey- y está en contacto con los enciclopedistas". “Ya le he respondido -dijo el ministro- sobre esta acusación. Ninguno de los que se acerquen a ti estará jamás libre de críticas o incluso de calumnias. Además, verle, sondearle sus opiniones. Puede encontrar que sus sistemas se reducen a ideas que usted encuentra correctas”

Después de esta reunión, el rey se contenta con prometer al ministro que pronto tomará una decisión. Es todo. Maurepas se entristece por esta impotencia fundamental. Se recuerda entonces en la Corte que su padre había sido sospechoso de sufrir la misma irresolución, y que el rey, su abuelo, hacía esperar mucho tiempo a sus ministros antes de imponerles su voluntad. Maurepas teme que el rey se vea abrumado por este conjunto de tareas abrumadoras para un hombre tan joven, y el entorno inmediato del ministro ve llegar el momento en que el Mentor se verá obligado a reemplazarlo por completo. Sin embargo, en el sistema monárquico absoluto al que está sujeto el reino de Francia, la decisión final corresponde al rey y sólo a él. 

"No sé cómo enseñar a un joven su oficio de rey en consejos de ocho o diez personas donde todos opinan en su rango y muchas veces asienten sin haber sido informados del asunto -Maurepas le confía a Véri- Los comités son conversaciones perdidas en que la palabra va y viene al antojo de uno o de otro, en que uno puede contradecir y disputar a su antojo, en que se concluye o no se concluye, sin inconvenientes. El Rey debe poder expresar allí sus pensamientos sin que sirva de ley; que se familiarice con los obstáculos, las facilidades, las ventajas y las desventajas; que revise todos los planes, incluso los absurdos; en una palabra, que vea y juzgue por sí mismo, sin que su edad se moleste por ello. Los comités con poca gente muestran esta posibilidad; y numerosos concilios no llenarían mi vista. No pretendo que los comités tomen todas las decisiones. Sus resultados se llevan a menudo al Consejo de Estado o al Consejo de Despachos, para formar allí la resolución final, porque no tengo ningún deseo de privar a ningún miembro del ministerio del grado de consideración que se le debe. Si les disgusto al cumplir con mi propósito principal, me enojaré, pero no cambiaré mi método”. 

Louis XVI, Marie Antoinette, Maupeou
René Nicolás Carlos Agustín de Maupeou
Finalmente el señor de La Vrilliere fue el encargado de llevar al señor de Maupeou la carta orden en que se le destituía. Maupeou estaba aguardando su desgracia de un momento a otro, así que recibió al mensajero con toda dignidad.

- "Aquí teneis los sellos -dijo al duque- un rey me los ha dado, un rey puede quitármelos. En cuanto a mi dignidad de canciller de Francia, la guardo, toda vez que según las leyes fundamentales del Estado, no puede privárseme de ella sin previa formación de causa"

Razón de más para constituir un ministerio perfectamente homogéneo. El Abbé de Véri no dio cuenta de todas las conversaciones secretas entre Luis XVI y su ministro. Sin duda no los conocía a todos. Sin embargo, los relatos que dejó de él arrojan una luz particularmente sugerente sobre el carácter del rey, sus relaciones con el Mentor y los demás ministros, así como sus métodos de trabajo. Su Diario permite resolver, en varias ocasiones, la espinosa cuestión de saber quién tomaba las decisiones.

Esta vez, el Mentor se comprometió así con el rey en el caso de la Contraloría General de Finanzas. "Me gustaría poder quedármelo -dijo Luis XVI- pero es un bribón demasiado grande". “Es lamentable, es lamentable” -agregó. “Yo también me arrepiento -respondió el ministro- porque me gustó mucho su trabajo. Siempre te lo dije. Pero, con esto, no puedes mantenerlo. Su sucesor se encuentra en M. Turgot. Pero hay que pensar en el Guardián de los Sellos y la Marina”. Así, al evocar el caso de Terray, Maurepas recurrió a Maupeou. El Mentor dejó al rey, urgiéndolo una vez más: "Decídete", le gritó. El rey prometió dar su respuesta el martes siguiente.

El martes 23 de agosto, el rey informó a Maurepas que no lo recibiría hasta el día siguiente, y llamó a Turgot. Todo el mundo espera que ofrezca Finanzas. Nada de eso. Le habla del comercio de cereales y Turgot regresa a sus oficinas. Finalmente, en la mañana del 24 se produjeron “las revoluciones esperadas”. A las diez, sin cartera, Maurepas entra en su maestría.

"No tienes billetera -dijo el Rey- no tienes mucho, ¿no hay duda?"

"Le pido perdón, señor. El caso del que les tengo que hablar no necesita papeles, pero sigue siendo uno de los más importantes. Se trata de su honor, el de su ministerio y el interés del Estado. La opinión general en que vuestra indecisión deja flotar los ánimos envilece a vuestros actuales ministros que están en el fango y deja las cosas en suspenso. No es así como podrás cumplir con tus deberes. Un mes desperdiciado y el tiempo no es algo que puedas desperdiciar sin hacerte daño a ti mismo y a tus súbditos. Si quieres conservar a tus ministros, publícalo; y no dejes que todo el populacho los mire como vecinos de su ruina. Si no quiere conservarlos, dígalo y nombre sucesores”

"Sí, he decidido cambiarlos -dijo el Rey- Será el sábado, después de la Junta de Despachos”

- “No, en absoluto señor -reanudó el ministro con bastante vivacidad- ¡Esta no es la manera de gobernar un estado! El tiempo, repito, no es un bien que puedas desperdiciar en tu imaginación. Ya ha perdido demasiado por el bien de los negocios. Y tienes que dar tu decisión antes de que me vaya de aquí. ¿Qué personaje quieres que seamos todos? ni los que deben quedarse, ni los que deben partir saben lo que deben hacer en los detalles que se les encomiendan. Dejando así la indecisión empresarial y el desprecio de vuestros ministros, ¿creéis que estáis cumpliendo vuestros deberes?”

"Pero qué quieres -dijo el Rey- estoy abrumado con los negocios y solo tengo veinte años. Todo esto me preocupa”

- “Es sólo por la decisión que este problema cesará. Deje los detalles y los papeles a sus ministros y limítese a elegir buenos y honestos. Siempre me dijiste que querías un ministerio honesto. ¿Es tuyo? Si no, cámbialo. Esta es tu función. En los últimos días el padre Terray te ha puesto a tu alcance preguntándote después de su trabajo si estabas contento con su gestión”


- “Tienes razón -dijo el Rey- pero yo no me atreví. Fue sólo cuatro meses antes de que me acostumbrara a tener miedo cuando hablaba con un ministro”. 

Louis XVI, Marie Antoinette, Terray
Joseph Marie Terray , por Alexander Roslin , 1774; la cartera encuadernada en piel de becerro roja, símbolo de su nombramiento, se encuentra en la mesa de escribir detrás de él.
- “Entonces -prosiguió el señor de Maurepas- había que preguntarles a ellos y ellos eran los maestros. Hoy son tus ministros y no quieres que sean los maestros de las decisiones. El padre Terray vino a hablarme de sus incertidumbres y de su silencio. Yo mismo estaba en problemas. Vine todos los días a tu amanecer. ¿Por qué no me apartaste para decirme una palabra? Pero tienes que sacar tus palabras de tus intereses más preciados. Yo soy el que parece tener la mayor parte de su confianza. Y muchas veces sólo a fuerza de preguntas te hago parir lo que tú mismo quieres decirme. Esta no es la manera de gobernar bien. Pero, por cierto, ¿quieres o no cambiar a los dos ministros?”

"Sí, lo haré", dijo el Rey.

- “Y bien! déjalo ser ahora mismo. Iré a anunciarlo al abate Terray; y M. de la Vrillière irá a pedir los Sellos al Canciller. ¿Ha decidido sobre los sucesores? Porque tienes que terminar todo de una vez. Las incertidumbres en los lugares dañan los negocios y dan lugar a intrigas”

- “Sí, me decido. El Sr. Turgot tendrá Finanzas”.

- “Pero quiere, antes de aceptarlas, tener una audiencia con Vuestra Majestad, porque al aceptarla, hace por vos un gran sacrificio, que debéis agradecerle”

“Pero -prosiguió el Rey- le puse al alcance de explicarse ayer, que poco hablamos de la Marina y yo le hablé mucho de las cosas relativas al control general. Estaba esperando a que se abriera conmigo”

- “Esperaba, creo, incluso más que tú. Y esta apertura solo podía venir de ti. Lo obtendré y te lo enviaré de inmediato. ¿En cuanto a las otras opciones?”

“Bueno -dijo finalmente el rey-, el señor de Miromesnil a los Sceaux y el señor de Sartine a la Marina; tienes que enviarles una carta”.

Dadas estas decisiones, el señor de Maurepas le dijo al salir: "Además, señor, me temo que estuve demasiado animado esta mañana y pasé los límites del respeto. Le pido perdón, estaba demasiado acalorado”

“Oh no, no tengas miedo -dijo el Rey, poniendo su mano sobre su brazo- estoy seguro de tu honestidad, y eso es suficiente. Me agradarás siempre decirme la verdad con esta fuerza; necesito”

Maurepas ganó. Luis XVI había tomado las decisiones que quería. Se formó el nuevo ministerio. Du Muy à la Guerre y La Vrillière de la Maison du Roi, Turgot recibió la contraloría general, el señor de Sartines recibió la cartera de marina el 20 de octubre, completando así el nuevo gabinete, que conservó al duque de La Vrilliere, único resto salvado en aquel gran naufragio. Como este cambio ministerial empezó desde el 24 de agosto, aquel cataclismo político se le llamó "El San Bartolomé de los ministros".

sábado, 31 de agosto de 2024

LA MUERTE DE VERGENNES (13 FEBRERO 1787)

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la mort de vergennes 1787
Charles Gravier, Conde de Vergennes (1717-1787), Colección privada. Artista Callet, Antoine-Francois.
El comienzo del nuevo año 1787 estuvo marcado por el deterioro de la salud del conde Vergennes. A los sesenta años, esta desgastado por la costumbre de trabajar día y noche. En enero, el rey preocupado por su salud, le escribió: “a pesar de lo que te había pedido, todavía trabajas demasiado, le insto aun mas encarecidamente a que descanse. Sabes lo útil que eres a mí servicio”.

Mientras tanto, el conde Mercy no estaba ocioso. Observo, no sin satisfacción, que el ministro estaba disminuyendo de día en día. No podía permanecer mucho tiempo en el poder. El embajador insto a que maría Antonieta preparar el camino, con sumo cuidado, a un sucesor que fueras favorable a los intereses de Austria. Él le dijo que tenia que realizar “un servicio a los dos tribunales” de Austria y Francia.

El candidato austriaco preferido era el conde Saint-Priest que había tenido una variada carrera diplomática de más de veinte y cinco años. Había representado mas o menos los intereses del emperador, cuando fue embajador. A pesar de la insistencia de Mercy, esta cita parecía permanecer indiferente para la reina.

El 13 de febrero de 1787 Vergennes murió. El rey estaba profundamente afectado. Perdió el único ministro con el que siempre había estado perfectamente de acuerdo y que se había convertido para él desde la muerte de Maurepas, en una especie de segundo mentor. La muerte de Vergennes pone fin a la ultima consistencia que queda, la de la política exterior. El rey, perturbado por la ausencia de quien enmascaro su indecisión y saco lo mejor de él, inicia su descenso a los infiernos.

El embajador de Venecia, Antonio Capello, anuncio la muerte del ministro a sus autoridades, escribiendo que “una feliz combinación de cualidades tan raras solo podría hacer que su perdida sea muy grave para el rey y la nación en general. Gran conocedor por supuesto, hombre profundo y activo, tenia la mayor experiencia y habilidad empresarial, la huella de honestidad que le prohibía engañar y poseía el arte de ocultar su arte”. El rey estaba de luto por “el único amigo con el que podía contar, el único ministro que nunca me engaño”. Soulavie escribió que el soberano “sentía un gran cariño al señor Vergennes y tenia la mayor confianza en él”.

Luis XVI dio ordenes a todos los ministros de asistir a su funeral y él mismo renuncio a las partidas de caza ya organizadas. Incluso la reina, que sin embargo odiaba al difunto, cancelo sus conciertos por respeto. Soulavie agrega que Luis XVI fue “al cementerio donde este ministro había querido ser enterrado humildemente” y dijo “¡que feliz seria descansar en paz a tu lado!”.

Los acontecimientos se suceden tan rápidamente. Se debe buscar un inmediato reemplazo. Sin entusiasmo, maría Antonieta se ofreció a recomendar a Saint-Priest. El rey había decidido otra cosa. Dio el cargo al conde Montmorin, que compartió las ideas de Vergennes sobre la alianza. María Antonieta advirtió personalmente a Mercy de la decisión real antes de que fuera oficial. “no podía insistir -dijo ella- e ir en contra de los gustos del rey”.

María Antonieta pasivamente acepto que era el conde Montmorin, un amigo de la infancia del rey, ex embajador de España y un hombre personalmente desfavorable a Austria, quien en realidad reemplazara a Vergennes como ministro de relaciones exteriores. En la medida en que ella promovió a Saint-Priest, lo hizo con una notable falta de energía.

El conde Mercy no pudo ocultar su decepción al emperador sobre este nombramiento. Con Kaunitz fue aun mas franco, elaboro un cruel retrato de la reina: “aunque la bondad de la reina a mí nunca se me niega, por un momento, a pesar de que me da una confianza bastante amplia, la experiencia me enseña todos los días para evaluar mejor a esta princesa y lo que yo observo afecta más allá de la expresión. A medida que la reina se hace mayor, parece estar perdiendo la cabeza y el juicio. La versatilidad de sus ideas mas cerca de los niños. Conserva una afición por su país, el apego a su sangre, la amistad de su hermano, pero eso, por lo tanto, no puedo actuar en cualquiera de estos sentimientos. En la ignorancia y el odio a todos los asuntos serios, que no conoce ni el valor ni las consecuencias. La aburre bajo diferentes aspectos, a menudo contradictorios, a veces el azar determina desde el más extraño razonamiento”.

Mientras escribía esto Mercy parecía sorprendido de que maría Antonieta le había dicho que “no era justo que la corte de Viena nombrara a los ministros de la de Versalles”. Por primera vez, sobre los asuntos de interés de Austria, aquí era una reina de Francia hablando. Exasperado por la incompetencia de su hermana, José II le respondió a Mercy que “por mucho tiempo se había dado cuenta de que había medido su haber en bagatelas y negocios puramente personales y la gran disipación donde vivía había perdido en la mente del rey esta consideración que le podría dar la influencia directa en los asuntos de estado”.

En cuanto a Kaunitz, fue aun mas lejos que el emperador. La baja estima en que tenía la reina mostro el desprecio que sentía hacia Francia y su gobierno: “si ella fuera reina fuera de Francia, es de suponer, como se hace en otros lugares con otro gobierno, francamente no se le permitiría ninguna intromisión en los asuntos ni interior ni exterior, y ella seria una nulidad como consecuencia de todos los sentidos del término. Supongamos por un momento que es lo mismo en Francia, y en ese caso, no contemos jamás con ella para nada. Contentémonos con obtener, como de un mal pagador, lo que buenamente puede obtenerse”.

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domingo, 3 de diciembre de 2023

EL CONDE DE ADHEMAR ES NOMBRADO EMBAJADOR EN LONDRES (1783)

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LE COMTE D'ADHEMAR EST NOMMÉ AMBASSADEUR À LONDRES (1783)
“Nace con la ambición, tenia las cualidades necesarias para construir, una cara bonita, el espíritu suave, insinuante, mostró ingenio no lo suficiente como para ofender o cualidades brillantes como para ser tímido. No señalar el papel y el carácter de persona protegida y así logra sus fines, sin tratar de dirigir” - memorias del Barón de Besenval. grabado del conde d`Adhemar hecho por Carmontelle
En 1783 el codiciado puesto de embajador de Londres quedo vacante. La compañía de los Polignac se prepara activamente para sugerir la candidatura de uno de sus miembros: el conde Adhemar. Sin embargo, desde hace un tiempo, maría Antonieta a empezado a tomarle repugnancia a este anciano pisaverde sin sesos. Sabe muy bien que, tras la dulce Yolanda, Vaudreuil y Adhemar son aquellos quienes dominan la sociedad.

Gracias al clan de los Polignac, había obtenido el mando del regimiento de dragones de Chartres, brigadier de infantería, mariscal de los campamentos y ejércitos del rey, ministro de Bruselas e incluso caballero de honor de Madame Elizabeth. El clan influye fuertemente para presentar al conde Adhemar como candidato a la cartera de ministro de guerra.

Bombelles juzga duramente al conde Adhemar, cuando se habla de cuatro personas para reemplazar al señor Montbarey como ministro guerra. Estos son Segur, Chatelet, Vogue y Adhemar, sobre este último Bombelles expresa:

“Quería que el duque de Orleans le diera el mando de su regimiento de Chartres. El nuevo coronel hizo gala de los dotes de un buen mayor, hizo de su tropa un conjunto perfecto de esas máquinas de resorte que se llaman soldados prusianos. Los que no desertaron fueron sometidos a las reglas de una disciplina que no convenia a la nación francesa. Habiendo perdido este nuevo método, su mérito después de la jubilación de Choiseul, los coroneles se vieron obligados a buscar otros medios para que la gente hablara de ellos. El deseaba alienar la política con sus puntos de vista, así como con su batallón.

Me comunico sus planes. Lo anime a que los siguiera porque en medio de tanta ignorancia note espíritu. Poco después, el señor Adhemar siguió un curso de derecho publico en Estrasburgo. Yo estaba en el secreto de este tipo de trabajo, que consistía en escuchar durante una hora al día a un profesito, confuso en sus idas y al que la erudición mas repulsiva ocupaba el lugar del sentido común.

Después de tal curso de tres meses, al alumno superficial de un maestro imbécil partido para viajar. En seis meses vio media Europa, y lo encontré en Versalles decidiendo sobre la administración de las cortes principales como un hombre que cree conocer a fondo sus ventajas y defectos. Era justo destacar tal precisión de mirada y tanta facilidad en las instrucciones, Aiguillon nombro a Adhemar al cargo de ministro de Francia en Bruselas.

¿es en este lugar, cuya nulidad es evidente, donde extrajo el gran arte de apreciar las cosas, tan necesarias al frente de un departamento como el de guerra en Francia? Esta pregunta es curiosa de resolver”.

Esterhazy relata como el círculo de la reina pensó en el conde Adhemar para el ministerio de guerra: “a mi regreso, la corte estaba en Choisy. El señor de Montbarey dejo el ministerio de guerra, había disgustado a la reina al dar el gobierno de Gravelinas al señor de Pontecoulant, antes de que ella tuviera tiempo de pedir al rey en favor del conde Vaudreuil. Trascurrió un intervalo considerable antes de que se nombrara al sucesor de Montbarey. Quería cambiar la forma de este ministerio, encomendarlo al señor Adhemar, que era solo brigadier, con otro nombre. El proyecto trascurrió, se hicieron tantas conjeturas de él y esta elección parecía tan ridícula que quienes la habían hecho, tuvieron que desistir. El lugar fue cedido en 1782 al señor de Segur, un teniente general que había perdido un brazo en la guerra de 1741 y que con un poco de ingenio había hecho buenas cosas”.

El conde Mercy logro desbaratar el proyecto, Adhemar fue pasado por alto como candidato para ministro de guerra. Aunque el conde Adhemar solo había obtenido ventajas sin resultados duraderos de sus complicadas intrigas, siguió siendo el legislador supremo de la sociedad de los Polignac. El 13 de noviembre de 1782 la jubilación del señor Amelot, dejo vacante le ministerio de la casa real. La camarilla arremetió fuertemente para que fuera nombrado el conde Adhemar, maría Antonieta indignada ni siquiera quiso prestar atención a la solicitud. A pesar de esto «La reina, inicialmente asombrada por lo absurdo de esta idea -escribió Mercy a José II- no creía que la duquesa estuviera dispuesta a llevarla a cabo. Sin embargo, la duquesa insistió con fuerza, tanto verbalmente como por escrito; las respuestas siempre fueron negativas; la duquesa se enfureció bastante, y vi el momento en que la reina estaba a punto de tomárselo muy en serio». Nuevamente el conde Mercy logra frustrar este nombramiento y en su lugar es nombrado el barón de Breteuil.

En 1783 el señor Moustier fue retirado como embajador en Londres. Vergennes para adquirir el bien las gracias de Madame Polignac y a través de ella el bien venido de la reina, ofreció incluso a la duquesa a proponer a su amigo el conde Adhemar, entonces ministro de Francia en Bruselas. Sin embargo, él debe haber sabido que la reina estaba muy mal dispuesta por este diplomático a quien ella tomo por un hombre gordo, ligero y torpe. Era un doble juego del viejo ministro, por un lado, quería ganarse las simpatías de la reina fingiendo apoyar a sus candidatos, por otro lado, quería comprobar a los ojos del rey con hechos que las personas designadas por la reina no eran aptos para os puestos que ella exigía.

La reina confió el asunto al conde Mercy; ella le dice que, si su mano se ve envuelta en esta cita, atraería el reproche publico y que, por otro lado, si el proyecto fracasa, ella estaría expuesta a quejas de su compañía. Para salir de este lio; llamo al conde Vergennes y le pregunto cual era su opinión sobre el conde Adhemar. Respondió el ministro que en su opinión este diplomático era un espíritu vivo y juicioso como lo hacen sus cualidades eran muy específicas de la embajada de Londres, donde estaba seguro de tener éxito.

Luis XVI tenia en mente para este puesto al señor Vauguyon, entonces embajador de La Haya, donde había prestado grandes servicios. Aunque Madame Campan escribió que el conde Adhemar “había tenido la desgracia de molestar a la reina: para castigarlo, le había dado una embajada”. Fue gracias a la recomendación de Vergennes, mas que por pura influencia de la reina, el conde Adhemar fue designado embajador de Londres. Para consolarlo de esta desilusión, Vauguyon fue nombrado poco después embajador en Madrid.

Toda la compañía de los Polignac se prepara activamente para la partida, no solo del nuevo embajador, sino también de los Jules que insisten en acompañarlo para transportar su casa a Londres, entre ellos Madame Polignac y Madame Chalons. María Antonieta permanece indiferente, cuando el conde  Adhemar fue llamado al despacho del rey para informarle de su nuevo puesto, la reina le expreso: “se que es una nulidad desarmarte, pero como estamos en paz con Inglaterra, no tendrás ocasión para hacer nada ni bueno ni malo”.

Madame Polignac recomiendo a su amiga la duquesa de Devonshire que le de una calurosa bienvenida al conde y que lo presente al circulo londinense: “tu sabes por ti misma parte de lo que vale (el conde Adhemar), pero no es por el lado de las comodidades que quiero hacerte saber hoy. Incluso quiero que olvides lo que te haya parecido a este respecto. Lo encontraras sencillo, honesto, seguro en la sociedad, finalmente lleno de las cualidades esenciales que lo han hecho mi amigo más íntimo, es en esta capacidad que te lo recomiendo, mi querida Georgina… debo agregarte que, aunque hasta ahora la fortuna no le ha tratado bien, no es de la mas alta estirpe y que al nombrarle para la embajada de Inglaterra, no pensó el rey que hacia menos justicia a su nombre que a su mérito”.

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domingo, 7 de noviembre de 2021

LOUIS XVI: INICIANDO REINADO (1774)

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Alegoría de Luis XVI y María Antonieta el 11 de junio de 1775, Bibliothèque nationale de France
Antes de salir de Versalles, Luis XVI ordeno a Terray, contralor general de finanzas, doscientas mil libras a los párrocos de parís para ser distribuidos a los pobres. Justo al final de Choisy, el príncipe recoge, echa miradas ansiosas a su alrededor, que busca apoyo para su debilidad, un amigo de su corazón. Él cree que la notificación  entre las víctimas de la desgracia de un poder que se había inspirado ni el miedo ni la estima. Su razón le designa a Machault de Arnouville; el deseo secreto de la reina indica a Choiseul. Un consejo de familia, una trama dirigida por la señora Adelaida, inclina la balanza a favor de Maurepas.

Se afirmó en su momento que el evento ocurrió que la familia al principio no libro la elección del rey, y que la carta enviada a Machault ya fue entregada al correo, pero este último habiendo retrasado dos minutos en montar su caballo, que le faltaba la correo o brazalete, se requiere la carta de él y tomo la dirección hacia Maurepas. La timidez de Luis XVI que iba a ser tan fatal para él, le impidió tomar la primera resolución que su corazón le dictaba, y que era mejor. Así que a partir de la carta original se copia la otra: conde de Maurepas, Choisy 11 de mayo de 1774:

“Tan solo en el dolor que me agobia y que comparte todo el reino, tengo grandes deberes que cumplir. Soy un rey, y que el nombre contiene todas mis obligaciones, pero solo tengo veinte años, y no tengo todo el conocimiento que es necesario para mí. De nuevo, no puedo ver cualquier ministro, todos han visto al rey en su última enfermedad. La certeza que tengo de su integridad y su profundo conocimiento del negocio que tengo que pedirle que me ayude en su consejo. Ven tan pronto como le sea posible y que me va a hacer un gran placer…Louis”.

Alegoría de la muerte de Luis XV por Jean-Bearnard Restout, 1774.
Marmontel parece haber disfrutado la resolución de Luis XVI: “si hubiera sido necesario que la educación de un joven rey para manejar con destreza el negocio, para reproducir los hombres y las cosas, Maurepas habría sido sin comparación, el hombre que habría tenido que elegir. Tal vez lo que esperábamos de la edad y la desgracia habrían dado su carácter adicional de fuerza, constancia y energía, pero, naturalmente débil, indolente, que quiere su facilidad y descanso, queriendo su vejez honrada y tranquila, evitando todo lo que podría entristecer sus cenas o preocupar su sueño, sin dar crédito a las virtudes dolorosas y mirando el amor puro del buen público como un fraude o un alarde tan poco celoso para dar lustre a su ministerio, Maurepas estaba en su vejez que había estado en su juventud, un hombre amable, ocupado de sí mismo y un ministro cortesano”.

Cuatro días después de su llegada a Choisy, las señoras, Adelaida, Victoria y Sofía alcanzaron el mal cuya dedicación en la cama del rey su padre durante su terrible enfermedad. El estado de Madame Adelaida inspiro particularmente cierto temor. María Antonieta le escribió a su madre el 14 de abril: “estamos preocupados por mi tía Adelaida, tiene fiebre alta y dolor de espalda: se teme la viruela. Me estremezco y pienso en las consecuencias, lo que es ya terrible para ella pagar tan rápidamente el sacrifico que hizo”.

Los médicos ordenaron aislamiento en Choisy para la joven familia real. Ella fue al castillo de la Muette. La proximidad de parís atrajo alrededor de esta residencia de una afluencia en un mundo así, desde el amanecer la multitud ya se había establecido a las puertas del castillo. La esperanza de que la nueva norma nació, compitió en demostraciones emocionantes de alegría y afecto que desde la mañana hasta la puesta del sol, se refleja por los gritos de viva el rey!. María Antonieta se estremeció de alegría en estas manifestaciones, que decían que el joven rey tenía el corazón de su pueblo.

Alegoría de Luis XVI con motivo de su ascenso al trono de Francia en 1774
Ella le escribió a la emperatriz reina que, desde la muerte de su abuelo, Luis XVI “no dejo de trabajar y cumplir con su mano a los ministros que no podía ver, y muchas otras tareas. Lo que es seguro es que tiene el sabor de la economía y el mayor deseo de hacer feliz a su pueblo. El deseo necesario de aprender; espero que Dios bendecirá su buena voluntad”. Nunca un rey fue inaugurado por el testimonio de entusiasmo unánime, poetas celebraron la voluntad del joven rey.

El rey decidió que el duelo seria de siete meses. Todas las mujeres se presentaron en la corte, mayores como las más jóvenes, parecía un deber venir y rendir homenaje a su nuevos  gobernantes.

Los desastres causados por la tormenta en los días 14 y 15, provocó que las aguas en Pontoise se desbordaran. En la iglesia del pueblo la gente cantaba las vísperas en ese momento, apenas tuvieron tiempo de escapar. Varias casas fueron inundadas, destruido el fruto naciente y destruyo toda la esperanza de cosecha. En el otro lado de parís, incluso desastres: Valle Yeres estaba cubierto por agua. Derribo puentes, muros de cierre y arraso con la totalidad el ganado. También hubieron varios incendios que causaron varios problemas probarlas en Normandía.

Si los desastres marcaron el matrimonio de Luis XVI, se reproducían en su adhesión como rey. El público debe de haber sido golpeado por la correlación que se manifestó entre las dos grandes épocas de la vida del príncipe y algunos de estos espíritus sin creer se fatalista y supersticioso, trataron de prejuzgar el destino de los reyes con los mimos hechos que acompañan su comienzo.

La noticia de estos desastres trajo a los habitantes de la Muette un nuevo tema de tristeza, se verían como signos desafortunados que oscurecen el horizonte para ellos en el futuro. Sin embargo, la reina aprendió a lo largo de los problemas que vinieron a agitar el pequeño estado de Weimar. La regencia de la duquesa Amelia que había ejercido durante la minoría de su hijo llegó a su fin y la impaciencia de algunos innovadores han fomentado estos movimientos suelen preceder el final de un reinado y el comienzo de una autoridad nueva. La carta contiene los detalles relatados de una revuelta que estallo en Weimar y de cómo la duquesa logro enfrentar con sabiduría estos sucesos. María Antonieta estaba preocupada por la salud de la duquesa, las revueltas deterioraron su salud y estuvo varios días en cama, cuando se produjo el incendio en su palacio.

Preocupados en la Muette por este evento siniestro, sin saber que aquel era el preludio de agitaciones mucho más formidables que atormentaban a Europa y especialmente en Francia. La madre viuda y regente, la duquesa de Weimar tenía más de un título de interés de la reina, pero por desgracia la piedad y el coraje que María Antonieta alabo, no era nada en comparación con lo que el destino tenía reservado para ella.

Jean-Frédéric Phélypeaux, conde de Maurepas
El 21 de mayo, el rey celebro su primera junta con la presencia del conde de Maurepas. El martes 24, toda la familia asistió a la misa en Saint-Denis. La gente en multitudes en su camino refleja sus sentimientos por aplausos y gritos. Cerrado el jueves, 2 de junio, día del Corpus Christi, un acto de piedad publica: el rey y la reina, rodeados de familiares, acompañados a pie del santo sacramento en procesión a la iglesia parroquial de Passy.

El día 3 de junio aparece un edicto que gana más simpatías populares a los jóvenes soberanos. El primer acto de la autoridad real es a la vez un acto de justicia y bondad: se asegura a la nación en el pago de las deudas del estado, el pago de los intereses y competencias.

La atmosfera de la lealtad es refinada: la Dubarry retrocede, la condesa se retiró a la abadía de Pont-Aux-Dames. El señor Monteil sustituyo al marqués Barry como coronel de la guardia suiza del conde Artois. El duque de Aiguillon también le da al rey la dimisión como secretario de estado. El conde de Muy fue nombrado en el ministerio de guerra y el conde Vergennes (que fue embajador en Suecia), ministro de asuntos exteriores.

El joven Luis XVI recibiendo los tributos de parte del parlamento.
El 5 de junio, el parlamento va a la Muette para presentar sus primeros tributos a los nuevos gobernantes. La cámara de cuentas y las monedas de la corte siguen de cerca al parlamento. A continuación, la academia francesa fue presentada por el marqués de Dreux, gran maestro de ceremonias y se presentó a los reyes por el duque de Vrilliere, ministro de la casa del rey.

El 6 de junio, el rey, la reina y la familia real visita a Versalles, donde son recibidos con el testimonio de una alegría viva y franca. El rey asiste a la eliminación de los sellos que habían sido colocados sobre los efectos del difunto rey, su abuelo, por el duque de Vrilliere. La corte cena en el Petit Trianon, castillo que Luis XVI ha dado a la reina, y que ella por primera vez le hizo los honores a su familia. El rey ya había firmado algunas citas en la casa de la reina, a los cuales había dado al obispo de Chartres como gran capellán, el obispo de Nancy como primer capellán y  el marqués de Paulmy de Argenson como canciller.

Medallon con el perfil de joven reina Marie Antoinette
No había duda sobre el abad Vermond, Luis XVI, cuyo derecho y alma pura instintivamente adivino que era un intrigante y no tenía ninguna simpatía por esta criatura de Choiseul y amigo de los enciclopedistas. Antes de su ascenso al trono, nunca había hablado con él. Vermond, viendo la aversión del rey pensó que la mejor oportunidad de conservar su posición era saber el peligro. Escribió al rey que “tomando solo la confianza del difunto rey de tener el honor de ser admitido en la intimidad de la reina, pudiera continuar con su labor y permanecer con ella con el consentimiento de su augusto esposo”. Luis XVI envió su carta, después de escribir estas palabras: “estoy de acuerdo que el Abad Vermond continúe sus deberes con la reina”. Puso de manifiesto la bondad de su corazón y el carácter débil del joven rey.

En la tarde del día 17, después de haber recibido el juramento de un gran número de obispos y arzobispos, Luis XVI con su familia se trasladó a Marly donde la mañana siguiente estaba con la reina recibiendo la vacunación, siguiendo el ejemplo de las tías, Adelaida, Victoria y Sofía, que se habían sometido previamente a esta operación, la cual fue un éxito total. 

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domingo, 11 de julio de 2021

LA MUERTE DE MAUREPAS (21 NOVIEMBRE 1781)

RIVALIDAD ENTRE MINISTROS 

En privado, el Mentor Maurepas no dudó en hacer comentarios maliciosos sobre el ginebrino Necker. La evidente popularidad de este último en todos los estratos sociales provocó su ironía: ¡los franceses habían pasado de la turgomanía a la necromanía! Su amigo y confidente Augeard mandó imprimir panfletos insultantes contra el Director de Finanzas, atacando no solo las medidas Estos ataques, no solo del ministro, sino también del propio Necker, fueron golpes bajos: Necker era simplemente un extranjero que había ascendido por medios dudosos. «Aborreces la hacienda pública, detestas a los financieros; sientes una extraña aversión por los magistrados; no puedes amar la monarquía, ya que, en resumen, eres banquero, estás relacionado con todos los banqueros, tu fortuna está en el banco», rezaba uno de estos panfletos, titulado «De Monsieur Turgot a Monsieur Necker», que Augeard reconocería posteriormente como suyo. Este es solo un ejemplo entre muchos. Y Maurepas lo permitió, aplaudiendo desde el escenario, sabiendo que Necker estaba profundamente herido y sufriendo por estos infames ataques. Cabe imaginar, entonces, las insidiosas maniobras del «Méntor» para socavar la posición de Necker ante el rey.

Necker habia triunfado con los nombramientos de Castries y Segur. Maurepas no solo parecía eclipsado, sino que ahora contaba con dos devotos asistentes en el ministerio. Su popularidad crecía. La opinión pública lo responsabilizaba de la destitución de dos ministros desacreditados. Y los soberanos de Europa envidiaban al rey de Francia por tener un director de finanzas tan astuto. El rey le mostró cierta cordialidad, y la reina mantuvo los mismos sentimientos hacia él.

A pesar de este coro de elogios, se desató una campaña de panfletos difamatorios contra Necker. Decenas de panfletos que lo acusaban de charlatanería o deshonestidad circularon clandestinamente. Maurepas alentó este movimiento, y Necker, quien sospechaba de las maquinaciones secretas del Mentor, se sintió profundamente consternado. Madame Necker cometió el error de confiar en Maurepas sin el conocimiento de su esposo, rogándole que tomara medidas contra quienes lo estaban llevando a la desesperación. Las difamaciones se intensificaron entonces. Encantado de haber descubierto el talón de Aquiles de su rival, Maurepas se regocijó. Incluso pareció recuperar su juventud. Durante las reuniones del comité de trabajo, contraatacó sutilmente al Director General de Finanzas, hacia quien fingió cierto desdén.

Maurepas sabía que contaba con el apoyo de Vergennes, quien detestaba a Necker y se llevaba mal con él. Uno era un ferviente partidario de la monarquía absoluta, el otro, un liberal. Su principal punto de discordia provenía de la guerra, el conflicto se prolongó sin una victoria clara a la vista. Necker deseaba una paz negociada para salvaguardar las finanzas, mientras que Vergennes despotricaba contra este pacifismo, que consideraba contrario a los intereses del reino. La intromisión de Necker en un asunto ajeno a su competencia ofendió profundamente al ministro de Asuntos Exteriores. Impulsada por Maurepas, la tensión aumentó en el ministerio.

Fue entonces cuando Necker decidió dar un paso audaz al publicar un texto que había presentado tanto a Maurepas como al rey. Se trataba del famoso «Informe al Rey del año 1781». El Mentor había desaconsejado su publicación, pero el rey la autorizó. Este texto de más de cien páginas, publicado por la librería Panckouke, tuvo un efecto fulgurante: se vendieron más de seis mil ejemplares el mismo día de su publicación, el 19 de febrero de 1781, y su éxito se prolongó sin cesar en los días siguientes.

La obra de Necker, que reveló los secretos de las finanzas francesas, representó una auténtica revolución en las costumbres políticas. Era costumbre que los ministros de finanzas presentaran al rey un informe anual que resumía los gastos e ingresos totales del año anterior, así como una estimación de los ingresos y gastos del año siguiente. Estas cuentas permanecieron desconocidas para el público, que desconocía por completo el uso de los ingresos fiscales y el alcance de los legados reales. Con Necker, todos estos misterios se resolvieron por fin.

Aclamado como una obra de la Ilustración por algunos, un sacrilegio por otros, el libro se difundió por toda Francia, entre todas las clases sociales, con una velocidad vertiginosa. Reveló por primera vez el funcionamiento de las finanzas del reino, un secreto previamente desconocido para la mayoría de los franceses. Recordó a los lectores, no sin pelos en la lengua, describió sus esfuerzos para frenar los abusos y presentó sus planes, colmándose de elogios. «Se elogió tanto que se decía que había publicado su oración fúnebre con antelación», comentó el duque de Croÿ. Finalmente, Necker presentó su estimación de gastos para el nuevo año.

El panfleto de Necker fue un éxito rotundo. Se imprimieron más de cien mil ejemplares, una cifra nunca antes alcanzada para ningún texto. Fue traducido a varios idiomas. La popularidad del ministro alcanzó su punto álgido. Por una vez, las masas se unieron a los pensadores de la Ilustración para alabar a este «héroe de las finanzas», como lo llamó Véri. Las cartas de felicitación inundaron la sede del Contralor General: estaban firmadas por el mariscal de Mouchy, Marmontel, el obispo de Mirepoix, nobles, clérigos y miembros de la burguesía. Necker tenía a la «opinión pública» de su lado, esa opinión a la que concedía tan excepcional valor.
Sin embargo, en medio de este coro de elogios, surgieron algunas voces disidentes. Maurepas, furioso porque el Director General de Finanzas no lo había mencionado ni una sola vez en su trabajo, habló de esta "cuenta azul" con desdén, aludiendo al color de la portada. Pronto le siguieron otros libelos, y un artículo en el Mercure de France lo acusó explícitamente de republicanismo. La camarilla se organizaba bajo la protección del primer ministro. Entre ellos se encontraban Augeard, Radix de Sainte-Foix y Bourboulon, pertenecientes a la Casa del Conde de Artois; Cromot du Bourg, Superintendente de Finanzas del Conde de Provenza; y, finalmente, un brillante Maestro de Peticiones, Calonne. Estos dos últimos se posicionaron claramente como candidatos para suceder a Necker. Todos compitieron, blandiendo sus afiladas plumas, para ridiculizar al ministro y criticar su administración. Las reflexiones de Calonne, en un panfleto titulado "Los comentarios", parecían ser las únicas dignas de genuino interés.

El informe continuó alimentando las conversaciones en la ciudad y en la corte durante varias semanas. Luis XVI mostró a Necker la misma solicitud que antes, a pesar de las insinuaciones de Maurepas, y Necker seguía siendo el consejero más escuchado. Sin embargo, el 20 de abril de 1781, estalló un escándalo cuyas consecuencias pondrían en peligro la posición del Director General de Finanzas. El Memorándum sobre las Asambleas Provinciales se había filtrado al Parlamento, que, como recordarán, criticaba duramente la administración real, atacando la gestión de los intendentes y la de sus subdelegados, y que también proponía reducir el papel de los parlamentos a la sola magistratura.

¡Imagínense la conmoción de los caballeros! No hablaban más que de los «planes criminales de este extranjero». Necker estaba horrorizado. ¿Cómo era posible que este memorándum confidencial, escrito en tono coloquial en 1778, se hubiera filtrado de la caja fuerte del rey? El soberano le había prometido a Necker «secreto inviolable» sobre este asunto. Maurepas, por su parte, estaba eufórico. Consultado por el Director General de Finanzas, sugirió que «la trama sin duda se originó en algún funcionario desleal». No era así. El rey, que no era de los que hacían muchas confidencias, le había contado este plan a su hermano, el conde de Provenza, quien, muy interesado, le había pedido a Necker que lo compartiera con él. Necker no podía negarse al presunto heredero de la Corona. Le había leído personalmente el memorándum. Monsieur se lo contó entonces a Cromot, su secuaz, el traicionero enemigo de Necker. Fue él quien sugirió a su señor, tras la publicación del Informe, que dicho texto se utilizara contra el Director General de Finanzas. Por lo tanto, Monsieur volvió a hablar con el ministro al respecto, añadiendo que le habría gustado releer el famoso memorando sobre las asambleas provinciales. Sin levantar sospechas, Necker se lo hizo llegar al príncipe por medio de uno de sus secretarios. Tuvo tiempo para transcribirlo íntegramente. Gracias a los esfuerzos de Cromot y Monsieur, los miembros del Parlamento se enteraron así de las intenciones secretas del ministro y del rey.

Los parlamentarios ya hablaban de retirarse del poder judicial. El joven consejero d'Epremesnil se distinguió por su mordaz ingenio: "¡Qué clase de aventurero es este!", despotricó, "¡qué clase de charlatán es este que se atreve a medir el patriotismo de la magistratura francesa, que se atreve a suponerla tibia en sus afectos cívicos y denunciarlo ante el joven rey!". Otros exigieron la convocatoria inmediata de los príncipes y pares del reino. Los intendentes, Ellos también fueron atacados directamente por Necker y protestaron ante Maurepas. Fue una auténtica sublevación, que el rey y su ministro parecieron afrontar con relativa serenidad. El rey recibió al Primer Presidente de Aligre. Al saludarlo, estaba enfrascado en una conversación con el Director General de Finanzas, a quien rodeaba con el brazo con familiaridad.

Luis XVI replicó al presidente con cierta firmeza, ordenando al magistrado que suspendiera la sesión si se discutía el memorándum de Necker. «No quiero que mi Parlamento interfiera en modo alguno en los asuntos de la administración», le dijo para dar por concluida la reunión. La ira del Parlamento pareció apaciguarse. Sin embargo, continuó su lucha. Los panfletos más virulentos desacreditaron a Necker. La Carta de un buen francés capta acertadamente el tono de estos libelos:

"Habiendo empezado como Law, ¿querría terminar como Cromwell? Sr. Necker, si hubiera elegido Ginebra, su patria, como residencia, y hubiera empleado mi mente y mi tiempo libre en sembrar allí la discordia, en orquestar una revolución que cambiaría de nombre y forma, le pregunto, Sr. Necker, ¿a qué otro castigo que la muerte podría condenarme el Tribunal de los Doscientos ? ¿Ignora usted que, en las antiguas repúblicas, donde la virtud viril y férrea sostenía la austera constitución, se consideraba al ciudadano más virtuoso el que apuñalaba al artífice de la tiranía?".

ULTIMO TRIUNFO DEL ANCIANO MENTOR: DESPIDO DE NECKER 

Luis XVI se volvía más receptivo a los comentarios maliciosos de Maurepas y sus hermanos. Recibió con afabilidad a varios miembros del Parlamento que habían acudido a expresar su descontento. No adoptó con ellos el tono brusco que había empleado con el presidente d'Aligre. Los magistrados comprendieron que el rey deseaba tranquilizarlos, lo que los envalentonó. El Domingo de Ramos, el joven abad Maury, que predicaba ante el soberano, se atrevió a implorarle que no dejara el gobierno del reino en «manos débiles y temblorosas», refiriéndose así claramente a Maurepas. El rey reprendió duramente al abad, pidiéndole que no interfiriera en los asuntos de gobierno. Maury no ocultó su admiración por Necker, y la interpelación del rey en la capilla pareció ser un presagio de la inminente caída en desgracia del director de Finanzas.

En los días siguientes, Luis XVI evitó a Necker. Mercy, quien lo conoció, lo encontró desconsolado. Vio cómo el rey se distanciaba de él y cómo su obra se desmoronaba. Necker estaba considerando dimitir. Luis XVI estaba perplejo. Necker lo elogiaba y lo vilipendiaba alternativamente; y también notó que el Mentor envejecía. Por lo tanto, decidió pedirle a Vergennes su opinión sobre el contenido del famoso Informe. La respuesta del ministro de Asuntos Exteriores fue rápida. Fue una auténtica crítica a su colega. Defensor del absolutismo real tradicional, condenó inequívocamente los principios de Necker, inspirados tanto por Inglaterra como por la República de Ginebra, de la que él mismo provenía. Acusó a Necker de ejercer demasiado poder en el ministerio, donde fomentaba ese peligroso «espíritu de innovación» que amenazaba las instituciones de la antigua monarquía. Como se desprende de las siguientes líneas, Vergennes imploró a su señor que destituyera a Necker:

"Si se introducen los principios ingleses y ginebrinos en nuestra administración, Su Majestad debe esperar ver a sus súbditos al mando y a quienes gobiernan ocupando su lugar. Creo que Su Majestad no puede permanecer como un mero espectador de este acontecimiento, ni demorarse en sacrificar la opinión pública de Monsieur Necker a los principios, a la administración sabia y pacífica de las órdenes y organismos que, durante siglos, han constituido el poder y la grandeza de este imperio. Su Majestad se encuentra una vez más en la misma situación en la que se encontró con respecto a Monsieur Turgot, cuando consideró oportuno apresurar su retirada"

Los rumores sobre la inminente destitución del Director de Finanzas ya circulaban por la capital. Todo París vivía con inquietud. Cuando el rumor pareció cobrar fuerza, el favor real se desplomó; volvió a crecer con la misma rapidez cuando se anunció lo contrario. Necker lo sabía, pero esta popularidad, que tanto había apreciado antes, ahora lo dejaba indiferente. Quería saber su futuro. El 19 de mayo, fue a Marly, donde residía la Corte. Había venido a presentar su dimisión en caso de que su solicitud para unirse al Consejo de Estado fuera rechazada. El rey lo evadió y se negó a recibirlo. Necker solicitó una audiencia con María Antonieta, quien se la concedió de inmediato. Le entregó la breve carta de dimisión en nombre del rey. Durante una hora, la reina conversó afectuosamente con el austero ginebrino. Más perspicaz -¿por casualidad?- que su esposo, María Antonieta intentó disuadir a Necker. En vano. Se dice que lloró. El propio Mercy reconoce que hizo todo lo posible para evitar la desgracia del ministro. «Ya sea por falta de experiencia o por timidez, no logró disipar ni evitar la tormenta», lamentó.

Maurepas, que temía una última oleada de apoyo del rey a Necker tras su encuentro con la reina, pronto mandó llamar a su señor. Trajo él mismo la dimisión de Necker que debía presentarse a Luis XVI, junto con las de los demás ministros, excepto Castries y Ségur, si era admitido en el Consejo Superior. La intervención del anciano fue superflua. Luis XVI estaba decidido a deshacerse de Necker: aceptó la dimisión de su Director de Finanzas, lo que también le evitó un encuentro desagradable. Se limitó a transmitir estas breves palabras a Maurepas poco después: «La Reina me ha entregado la dimisión del señor Necker. La he aceptado. Informe al señor Joly de Fleury». Necker fue notificado de su despido durante la noche y se le ordenó abandonar el edificio del Control General lo antes posible.

Aturdido por la noticia, Necker partió hacia su finca en Saint-Ouen, acompañado por el dolor de toda Francia. Los relatos contemporáneos coinciden en describir la desesperación que se apoderó de la capital. «Había gritos y aullidos por todo París», reconoció Augeard, el desventurado Maurepas. Grimm, por su parte, vio lugares públicos llenos de gente, en un silencio extraordinario: «La gente se miraba, se estrechaba la mano con tristeza».

Esa noche, un verdadero escándalo estalló en el Théâtre-Français, donde se representaba "La partida de caza" de Enrique IV . La obra mostraba a Sully bajo ataque por todos lados, pero con el apoyo del buen rey, quien frustró a tiempo las intrigas de los malvados cortesanos. Cuando el actor que interpretaba a Enrique IV gritó: "¡Me han engañado, los villanos!", el público respondió con un rugido. El público comenzó a gritar: "¡Sí, señor, le han engañado!". Cada verso resonaba con tanta fuerza que el público se agitaba cada vez más; gritos de "¡Viva Necker!" resonaban por todas partes. Las imprentas rugieron, y pronto un gran número de grabados que glorificaban al ilustre financiero se vendieron clandestinamente.

El mundo de la Ilustración compartió la decepción popular. Cartas de consuelo y amistad se acumulaban a diario en la finca de Saint-Ouen, donde el matrimonio Necker recibía a los visitantes más ilustres que venían a expresar su admiración: el arzobispo de París, el duque de Orleans, el duque de Chartres, el príncipe de Condé, el mariscal Richelieu, el duque de Luxemburgo, el duque de Noailles, el propio Choiseul y muchos otros. Los dos ministros a los que había protegido, Castries y Ségur, se atrevieron a emprender el viaje. Filósofos y hombres de letras, asiduos al salón de Madame Necker, estuvieron entre los primeros en visitar Saint-Ouen. En el extranjero, reinaba el asombro. Catalina de Rusia elogiaba sus reformas y José II se preguntaba si no podría recuperar para sus Estados a un hombre tan hábil: «Su administración habría elevado infaliblemente esta monarquía más allá de lo que Europa podría considerar adecuado», le confió soñadoramente a Mercy.

El conde de Maurepas en su escritorio por Jean Fenouil
Maurepas no disfruto mucho de la victoria en cuanto a la influencia del señor Necker. El viejo ministro visiblemente debilitado: ataques violetos de un mal al que él estaba sujeto, la gota, lo atormentaba incesantemente. En el mes de noviembre de 1781, el mal se hizo más serio; la gangrena estallo y toda esperanza estaba perdida. Cuando el duque de Lauzun trajo a parís lasa brillantes noticias de la capitulación de Cornwallis, se anunció al primer ministro: “ya no soy de este mundo”, respondió. Él hizo sin embargo ingresar el mensaje, pero la entrevista fue corta; el viejo ministro estaba muriendo. El 16 le fueron administrados los últimos sacramentos y el 21, a las once en punto, exhalo su último aliento.

Se extinguió en una hora en la que ya no se podía evitar ni ahuyentar los peligros del futuro. Maurepas había heredado de los ministros de Luis XV a una Francia exhausta, descontenta, agitada por estos temblores internos que preceden y presagian revoluciones. Después de siete años y medio de un poder que el rey le había dejado absolutamente para siempre, él despareció de la escena, dejando una situación tan problemática como incierta, la autoridad menospreciada que nunca. La frivolidad incurable del viejo ministro había dejado todas las fuentes para relajarse, los recursos se disipan en perdida pura, él se estaba rindiendo sin timón, expuesto a todas las tormentas, este buque estatal en el cual, siguiendo la palabra de un contemporáneo, había sido un pasajero en lugar de un piloto.

13 de noviembre de 1781, Extracto de una carta de Versalles: “El señor conde  de Maurepas tuvo varias evacuaciones durante el día que le hicieron mucho bien; la cabeza está absolutamente despejada, tiene muy poca fiebre; tuvo momentos de alegría e incluso comió una especie de crema de arroz. El rey vino a verlo a las seis y quería que la señora la Condesa de Maurepas permaneciera sentada junto a ellos. Se fue después de un cuarto de hora por temor a cansar demasiado al paciente. El conde de Maurepas expiró al día siguiente. El duque de Choiseul estaba aquí, intrigando con todas sus fuerzas. "

Luis XVI, no obstante, lamento la pérdida del ministro, al que estaba considerado como un mentor y con respeto al cual los lazos del habitó se habían convertido en los de la amistad. El día después de su funeral dijo con un aire profundamente penetrante: “ah!, no volveré a escuchar a mi amigo sobre mi cabeza por la mañana”.

Luego sacó de un pequeño armario una hoja de papel en la que estaba escrito: "Lista de personas a las que el rey nunca debe emplear después de mi muerte, si no quiere ver la destrucción de su reino en sus días. A la cabeza estaba el arzobispo de Toulouse, el presidente de Lamoignon, el señor de Calonne, otros cuatro o cinco personajes, y en la última línea el regreso de Necker” (recuerdos de Augeard, secretario de la reina)
¿Quién continuaría con este legado difícil? Algunos nombraron al duque de Nivernais, a quien el rey de Prusia favorecía y José II se apresuró a señalar que la desaparición del mentor del rey, su siervo principal de más de siete años, presento una oportunidad política evidente para la reina en la flor de su triunfo como la madre del delfín. El asesor de María Antonieta, el abad de Vermond, presento el nombre del ambicioso arzobispo de Tolouse, Lomenie de Brienne, como sustituto, quien actuaría como hombre de la reina. Pero el rey, en un nuevo sentido de su propia independencia, declino la propuesta.

El verdadero ganador de la muerte de Maurepas no era María Antonieta sino Vergennes, que era capaz de deslizarse ostentosamente en la posición de confianza en la que su patrón Maurepas antiguamente había ocupado. Naturalmente, Mercy estaba de vuelta con su habitual letanía de quejas sobre el comportamiento poco fiable de la reina; de cómo había permitido creer al rey que estaba aburrida con los asuntos de estado y ni siquiera quería saber acerca de ellos. Su “gran crédito” con su marido solo se utilizó para dispensar favores a sus protegidos.

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