¡Gran proyecto! María Antonieta, enemiga de la inmovilidad y
la paciencia, siempre había logrado en catorce años y seis meses de existencia
escapar a todas las lecciones de costura. Pero ella se lanzó a este trabajo con
buena gracia. Y luego, hacer algo con Victoria, que siempre fue tan amable, fue
agradable.
-“Hay que saber coser porque, ¿quién sabe lo que nos depara
la vida?” declaró Victoria pomposamente, repitiendo lo que le habían dicho en
el convento cuando era pequeña. Y se reía porque esta frase le evocaba más las
risitas de las adolescentes que visiones de un futuro oscuro. A veces, la tía y
la sobrina estallaban en carcajadas irrefrenables frente a ciertas producciones
de María Antonieta: ojales por donde nada podía pasar o dobladillos del revés.
A veces, temiendo que su sobrina se desanimara, Victoria la ayudaba y, en una
hora, hacía tanto trabajo como María Antonieta en tres o cuatro.
¿Qué hacía el delfín durante sus días? Sobre todo cazaba,
era el gran negocio de su vida. Se levantó con el día y fue directo a los
establos. Este chico tranquilo cazaba con ira. Galopaba hasta quedar exhausto,
cruzaba los barrancos y se volvía loco persiguiendo la presa. Cuando terminaba
la cacería, se calmaba y anotaba en un cuaderno el relato de lo que había
matado. 6 de agosto: 1 liebre, 1 jabalí, 3 perdices. Luego volvió a Versalles y
comió con tanta bulimia como había cazado.
Luis generalmente se retiraba a su fragua por la tarde, se
ennegrecía como un quemador de carbón y golpeaba el hierro candente hasta
quedar sordo por los golpes de martillo. En la cena, todavía comía mucho.
Descubrió que comer mucho por la noche lo ayudaba a dormir bien. Se mostraba un
poco en los salones donde se celebraba la corte, generalmente en casa de sus
tías, pero en cuanto podía se iba a casa y se acostaba. Sólo. Tan pronto como
sea posible para estar en buena forma al día siguiente en la caza. Lo único que
vale la pena.
A la vez que el tiempo con su paso iba borrando
presentimientos y tristezas, la Delfina iba ordenando su vida, su felicidad y
su futuro. Se familiarizaba con su nueva patria, con su marido y con su papel.
Trababa conocimiento con la nueva corte, aprendiendo el nombre de los nuevos
personajes, olvidándose de Viena y de la lengua alemana. Se instaló en sus
nuevas habitaciones y trabó conocimiento con Versalles y Choisy.
«Ciertamente Vuestra Majestad es muy buena al interesarse
por saber cómo paso mis días. He de decirle que me levanto de nueve y media a
diez de la mañana, y que, después de haberme vestido, rezo las oraciones
matutinas; desayuno en seguida, y voy a los aposentos de mis tías, en donde,
corrientemente, encuentro al Rey. Allí en su compañía permanezco hasta las diez
y media, y a las once voy a peinarme. A mediodía, concedo la audiencia y entran
las personas de alguna significación. Me pongo el colorete y me lavo las manos
delante de todos. Una vez han salido los caballeros, me quedo solo con las
damas ante los cuales me visto. La misa es a las doce; si el Rey se encuentra
en Versalles me acompaña él, mi esposo y las tías; si no está, voy con el Delfín,
pero siempre a la misma hora. Terminada la misa, almorzamos los dos solos, ante
la gente, pero terminamos a la una y media, porque comemos de prisa. Luego me
dirijo a las habitaciones del Delfín, y si le veo trabajando, vuelvo a las
mías, en donde leo, escribo o trabajo, porque estoy confeccionando una casaca
para el Rey, que por Cierto no progresa mucho, pero espero que mediante la
ayuda de Dios podrá estar terminada dentro de algunos años. A las tres vuelvo a
las habitaciones de mis tías, que a esa hora suelen recibir la visita del Rey;
a las cuatro recibo la visita del abate en mis aposentos; diariamente y a
las cinco, viene el maestro de clavecín o de canto, hasta las seis. A las seis
y media acostumbro ir con regularidad a las habitaciones de mis tías, excepto
las veces que salgo de paseo; mi esposo me acompaña casi todos los días a ver a
las tías. Jugamos desde las siete hasta las nueve, pero cuando el tiempo es
propicio doy un paseo, y entonces jugamos en el aposento de mis tías. La cena
es a las nueve y, cuando el Rey no está, nuestras tías vienen a cenar con
nosotros; pero cuando el Rey está en Versalles, después de cenar con ellas,
esperamos al Rey que acostumbra venir hacia las once menos cuarto; mientras le
esperamos me echo en un canapé y descabezo un sueño hasta la llegada del Rey; cuando
no está, nos acostamos a las once; esas son nuestras ocupaciones cotidianas».
En esta distribución de horas no queda mucho tiempo para las diversiones, que es justamente lo que apetece su inquieto corazón. Su sangre, hirviente y juvenil, querría hacer locuras: jugar, reír, alborotar; pero al punto alza su severo dedo «Madame Etiqueta», y advierte que esto y aquello, y en resumidas cuentas todo lo que quiere María Antonieta es inconciliable con su posición de princesa heredera. Sin cesar el indisciplinable temperamento de la muchacha de quince o dieciséis años se subleva contra la mesure, contra el empleo del tiempo acompasado y siempre unido a un párrafo de reglamento. Pero nada puede ser cambiado en esto.
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