L'armoire de fer "iron chest" Louis XVI, ilustración de Alexandre Dumas |
-"Oh! ¡qué existencia! -exclamó- ultrajes de día,
asesinatos por la noche!"
-"¿Qué es esto? qué pasa?" preguntó madama Campan
al ayuda de cámara, hombre de atléticas fuerzas.
-"Un malvado a quien conozco y del que me he apoderado,
señora" contestó aquel.
-"Soltadle, gritó la reina, abridle la puerta. Venía a
asesinarme, y mañana le llevarán en triunfo los jacobinos"
En vista de esta orden reiterada dos veces, el ayuda de
cámara echó afuera a aquel hombre. Era un mozo al servicio del rey, que había
tomado del bolsillo de su Majestad la llave del corredor, y que sin duda
trataba de introducirse en el cuarto de la reina para asesinarla.
Al día siguiente el señor de Septeuil hizo mudar todas las
cerraduras de la habitación del rey, y madama Campan verificó lo propio en la
de la reina.
Por entonces fue cuando Madame Campan tuvo noticia de la
existencia del armario de hierro. He aquí algunos pormenores sobre tan
misterioso asunto.
Ya se acordarán nuestros lectores de aquel cerrajero, compañero de fragua de Luis XVI, llamado Gamain. Desde la invasión del 6 de octubre, época en que el rey se marchó de Versalles, Gamain había permanecido en aquella última ciudad y no había ido a verle a las Tullerías, pues creyó que el rey no tenía mucho tiempo para pensar en la cerrajería. Gamain se engañaba, como va a verse.
El 21 de mayo de 1792, hallándose en su tienda, un hombre a
caballo se detuvo delante de la puerta, y le llamó por su nombre. El disfraz
del recién llegado, que iba vestido de carretero, no le impidió de reconocerle:
era un tal Durey, a quien Luis XVI había tomado en clase de ayudante de fragua,
y que se presentaba en nombre de aquel a suplicar a Gamain que fuese a las
Tullerías, pasando por las cocinas, a fin de que nadie le viese.
Sin embargo, Gamain era un miserable, cuya menor falta era
la ingratitud, y como el rey era desgraciado, temió comprometerse y se negó a
ir a Paris.
Durey volvió aquel mismo día, renovando sus instancias y descendiendo hasta suplicarle, sin que con ello lograse persuadir a Gamain. Volvió al día siguiente con un billete escrito por el rey, en el cual este suplicaba a su antiguo compañero que fuese a ayudarle en un trabajo muy difícil. Esta vez el amor propio del maestro cerrajero se vio lisonjeado; vistiéndose a toda prisa, se despidió de su mujer y de sus hijos, sin decirles adonde iba, y marchó a Paris, prometiéndoles volver aquella misma noche.
Durey condujo a Gamain a las Tullerías, y aunque era difícil
introducirle sin que fuese visto, pues el palacio estaba custodiado como si
fuese una cárcel, llegaron por fin hasta el taller de Luis XVI, donde Durey
dejó al cerrajero para ir a anunciar su llegada a su real aprendiz.
"Luis XVI iluminando al cerrajero Gamain en el proceso de elaboración del armario de hierro", ilustración extraída de la "Historia de los girondinos" (1866), de Lamartine. |
En esto volvió a entrar Durey acompañado del rey.
- "Hola, mi buen Gamain -dijo Luis XVI tocando con
familiaridad en la espalda al maestro- mucho tiempo hacía que no nos habíamos
visto ¿verdad?"
- "Si, Señor -respondió Gamain- en realidad lo siento;
pero por prudencia, tanto por vos como por mí, he debido suspender mis visitas
que eran mal interpretadas. Ambos tenemos enemigos que desean perjudicarnos, y
por eso en un principio vacilé ayer en obedeceros".
- "efectivamente -dijo el rey- los tiempos andan muy
inciertos, y no sé cómo acabará todo esto"
Después, recobrando su alegría y mostrando al maestro
cerrajero la puerta y la arquilla:
"¿Qué dices de mi talento? -añadió- yo solo he
concluido ese trabajo en menos de diez días; verdad que soy discípulo
tuyo". Gamain dio las gracias al rey, el cual, mirándole fijamente, le
dijo:
- "Gamain, siempre he tenido confianza en ti, y la
prueba de ello es que no vacilo hoy en poner en tus manos mi suerte y la de mi
familia"
El cerrajero miró con asombro a Luis XVI.
- "Ven" -continuó el rey y pasando delante, le condujo
primero a su alcoba y después a un oscuro pasillo que iba de esta al aposento
del Delfín. Una vez allí, Durey encendió una bugía, y por orden del rey levantó
un tablero de la ensambladura, detrás del cual Gamain descubrió un agujero de
dos pies de diámetro.
- "He hecho este escondite -le dijo- para guardar en él
algún dinero. Durey me ha ayudado a taladrar la pared, y va a arrojar al rio
los escombros. Ahora es preciso cerrar la abertura con esta puerta de hierro, y
como no sé qué medio emplear para concluir esta operación te he enviado a
buscar para que me prestes este servicio que espero de ti"
Gamain puso manos a la obra, acto continuo: limó todas las
partes de cerrajería que no tenían buen juego; modeló la llave en la fragua de
modo que quedase enteramente distinta de las comunes, y clavó en la pared los
goznes y la chapa de la cerradura tan sólidamente como lo permitieron las
precauciones de que debió hacer uso para apagar el ruido del martillo. El rey
le ayudó tan bien como supo, suplicándole a cada momento que hiciese menos
ruido y sobre todo que se despachase, temeroso de que les sorprendiesen en
aquel trabajo que duró todo el día. Terminado aquel, pusieron la llave en la
arquilla de hierro, ocultando está bajo una baldosa al extremo del corredor.
Para cerrar el armario no se necesitaba llave, pues los
pestillos se ponían en movimiento por sí mismos cuando se hacía mover la puerta
de hierro sobre sus goznes.
Dejemos ahora que hable Gamain; más adelante continuaremos
su odiosa declaración desde donde la abandonamos esta vez:
"Había trabajado sin interrupción durante ocho horas, y
el sudor bañaba copiosamente mi frente; me hallaba deseoso de descansar, y me sentía
desfallecer de hambre, pues no había comido nada absolutamente desde que me
levanté. Me senté un minuto en el cuarto del rey, quien me ofreció por sí mismo
una silla, excusándose de la molestia que me había causado; me rogo que le
ayudase a contar dos millones de luises, que colocamos en cuatro sacos de
cuero, y mientras que por complacencia me prestaba a ello, vi que Durey
transportaba algunos legajos de papeles, que juzgué debían ser guardados en el
armario secreto. En efecto, el dinero solo era un pretexto para distraer mi atención,
y estoy seguro de que únicamente ocultaron los papeles"
"Cuando iba a retirarme, la reina entró de repente por
la puerta secreta que había al pie de la cama del rey; traía en la mano un
plato y un vaso de vino, se acercó hacia mí, que la saludé con asombro porque
Luis XVI me había asegurado que la reina ignoraba la construcción del armario".
- "Querido Gamain -me dijo con cariñosa voz- tenéis
calor, bebed esté vaso de vino, y comed un poco, pues esto os sostendrá al
menos durante el camino"
Louis XVI et Francois Gamain en el taller de cerrajería |
¡Pobre mujer, infeliz reina, bien hacías en no temer la
muerte, pues aún podían hacer más que asesinarte!
Este armario de hierro, descubierto después del 10 de agosto
por denuncia del mismo Gamain, quien se olvidó entonces de hablar de su
envenenamiento, es el mismo de que el rey dio conocimiento a madama Campan a
principios de julio.
"Su Majestad tenía aun, sin contar el dinero de la
mensualidad entonces corriente, ciento cuarenta mil francos en oro. Quería
entregarme toda la cantidad; pero le aconsejé que guardase mil quinientos
luises, pues de un momento a otro podía necesitar una suma algo crecida. El rey
tenía un gran número de papeles, y por desgracia se le ocurrió la idea de hacer
construir secretamente por un cerrajero, que había trabajado a su lado más de
diez años, un escondite en un corredor interior de su aposento, el cual, a no
ser por la denuncia de aquel hombre, hubiera permanecido ignorado largo tiempo;
la pared, en el sitio donde aquel se hallaba, estaba pintada figurando grandes
piedras, y la abertura se hallaba perfectamente disimulada por las muescas
negras que formaba la parte sombreada de ellas; pero ya antes que el cerrajero
hubiese denunciado a la Asamblea la existencia del que después tomó el nombre
de armario de hierro, la reina supo que había hablado de él a algunos de sus
amigos, y que aquel hombre en quien por lo común el rey tenía demasiada
confianza, era un jacobino. Advirtió de ello a Luis XVI, le invitó a que
colocase en una gran cartera todos los papeles que más le interesaba conservar,
y que me los confiase; delante de mí le incitó a que nada dejase en aquel
armario, y el rey, para tranquilizarla, le contestó que así lo había hecho.
Quise tomar la cartera y llevarla a mi cuarto; pero pesaba tanto que no podía
levantarla, por lo que el rey me dijo que él mismo la llevaría, y le precedí
para abrirle las puertas. Cuando la hubo dejado en mi gabinete me dijo estas
solas palabras: «La reina os dirá lo que contiene.» De vuelta en el cuarto se
lo pregunté, creyendo por las palabras del rey, que era necesario que lo
supiese.
Le Pregunté a la reina a quien creía que debía confiar
aquella cartera.
"A quien queráis -me contestó- pues vos sois la única
responsable; no os alejéis de palacio, ni siquiera en los meses de reposo, pues
en ciertas circunstancias podría convenir hallarla al instante"
En efecto, aquella cartera era preciosa; contenía veinte
cartas de Monsieur, diecinueve del conde d'Artois, diecisiete de madama
Adelaida, dieciocho de madama Victoria, una correspondencia completa de
Mirabeau junto con un plan de fuga, y finalmente el acta firmada por todos los
ministros.
Es altamente triste ver a aquella desdichada familia real
tomando durante la noche y en medio de sus amigos íntimos sus últimas
disposiciones, previendo el motín, la acusación, el asesinato, pero menos
siempre de lo que sucedió.
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