“Nunca antes había visto ese paso pesado, una flacidez de los hombros y una inseguridad, una especie de estupor que inhibía sus movimientos. Un paso que presagiaba desgracia, presagiaba el descubrimiento de su infelicidad. Había pensado que podía contar con el apoyo de sus amigos. Por primera vez, los roles se invirtieron. Les estaba pidiendo algo, ella los necesitaba.
La reina nunca había experimentado el lado oscuro de estos pasillos, salones y estudios privados. Nunca en su vida se había topado con una puerta cerrada, nunca había abierto una, en realidad, sus regias manos jamás habían tocado una puerta. De repente se vio perdida, vagando mientras se acercaba de nuevo hacia sus propios apartamentos… ella no dio la impresión de saber exactamente donde estaba. Su paso era rápido, pero se detenía a intervalos. Parecía ir temerosa de un peligro acechando muy cerca y lista para abalanzarse sobre ella.
Ella acababa de entrar en el salón de guerra. Sosteniendo un gran candelabro, con cautela arrojaba la luz en una esquina o detrás de la pantalla. Podría haber ido a las habitaciones del rey para pedir protección. Ella hizo lo contrario, le dio la espalda. En ese momento, un soplo de aire apago su vela. Ella de pie, inmóvil, frente al umbral infranqueable del salón de los espejos. Ya no había ningún guardia que anunciara a la reina, ningún cortesano reacciono ante tal anuncio, su presencia no causó revuelo. Todo lo que había alrededor no se atrevía a hacer nada ante ella.
Dio un paso adelante y retrocedía. Estaba aterrorizada al enfrentarse a ese abismo de sombras. Sabía que debía dar el salto, encontrar el coraje para caminar hacia adelante sola, entre filas de espejos sin imágenes…”
-farewell my queen - Chantal Thomas (2002).
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