domingo, 6 de noviembre de 2022

LA NOTICIA DE LA EJECUCIÓN DE LA REINA LLEGA A FERSEN

VIUDO DE AMOR TRÁGICO

La noticia de la ejecución de María Antonieta no llego a Bruselas hasta el 20 de octubre de 1793, como registro Fersen en su diario: “a las 11 de la noche vino la abuela a decirme que Ackermann, un banquero, había recibido una carta de su corresponsal en parís diciendo que la sentencia de la reina había sido pronunciada el día anterior, que debía ser ejecutada inmediatamente… aunque estaba preparado para ello y desde su traslado a la Conciergerie lo esperaba, esta certeza me abruma. ¡Fue el día 16 a las 11:30 horas que se cometió este execrable crimen, y la venganza divina aun no ha golpeado a estos monstruos!. No tenía fuerzas para sentir nada. Salí a hablar de esta desgracia con mis amigos y con la señora de Fitz-James y el barón de Breteuil a quien encontré, llore con ellos…”

Atormentado por el recuerdo de la reina, por el remordimiento por no haberla salvado, por no haberla amado como debería, Axel se hunde en una profunda melancolía. Es el viudo de un amor trágico, el desconsolado, el príncipe de un reino secreto que solo le pertenece. Derrama su dolor en cartas a Sophie y en su diario: “pensaba constantemente en ella, en todas las horribles circunstancias, en sus hijos; en su hijo desdichado y su educación que se arruinara, en los malos tratos a los que pueden someterlo, en la miseria de la reina al no verlo. En sus últimos momentos, en la duda que quizás tenía sobre mí, sobre mi apego y mi interés. Esta idea me devasto. Entonces sentí todo lo que había perdido… me sentí realmente desdichado, y todo parecía haber terminado para mí”.

21 de octubre: “solo podía pensar en mi perdida. Era espantoso no tener detalles positivos. Que estuviera sola en sus últimos momentos, sin consuelo, sin nadie con quien hablar, a quien dar sus últimos deseos, es horroroso. ¡Los monstruos del infierno! No, sin venganza mi corazón nunca estará satisfecho”.

22 de octubre: “pase todo el día en silencio sin hablar, ni siquiera quería. Solo podía pensar sin rumbo fijo. Forme miles y miles de planes. Si mi salud lo hubiera permitido, habría ido a servir, a vengarla o hacer que me mataran”.

23 de octubre: “mi dolor, en lugar de aliviar, aumenta a medida que disminuye la sorpresa y la conmoción”.

24 de octubre: “su imagen, sus sufrimientos, su muerte y mi amor nunca abandonan mi mente, no puedo pensar en otra cosa. Dios mío ¿Por qué tuve que perderla y que será de mí?”.

el conde Fersen, manga serie "la rosa de versalles" o "lady oscar"
El arresto de la familia real en Varennes y el encarcelamiento en las Tullerias habían obligado a María Antonieta a sacrificar a Fersen, su “hombre más amado y cariñoso” para cumplir con su deber, pero de su diario y sus cartas se desprende claramente que él nunca había perdido la esperanza que algún día se reunirían.

Fersen escribió a su hermana la condesa Sophie Piper el 24 de noviembre de 1793: “pensar en ella y llorarla son mis únicas ocupaciones; buscar todo lo que pueda encontrar de ella y conservar lo que tengo es todo mi cuidado y placer; hablar de ella es mi único consuelo, y a veces tengo ese goce pero nunca con tanta frecuencia como quisiera. Perderla es el dolor de toda mi vida y mi pena me dejara solo cuando muera. Nunca había sentido tanto el valor de todo lo que poseía y nunca la había amado tanto”.

En su diario el 8 de enero de 1794 escribió: “cada día siento cuanto perdí en ella y que perfecta ella era en todo. Nunca ha habido ni habrá otra mujer como ella”.

Destrozado por el dolor de la perdida, emprende una búsqueda desesperada en busca de testimonios y reliquias: “me gustaría recopilar la mayor cantidad de detalles sobre esta gran y desafortunada princesa a la que amare toda la vida”. “todo sobre ella es precioso para mi” escribió. En marzo de 1794 consiguió comprar un retrato de cuerpo entero de María Antonieta y otro de Luis XVI. Fue en este momento cuando recibió el mensaje final de la reina: una pobre cartulina en la que ella había imprimido su lema, “Tutto a te mi Guida”, diciéndole que “nunca había sido más cierto”.

Axel se refugia en el pasado y comienza a conmemorar los días más dramáticos de su historia con la reina: los días de octubre de 1789, 20 de junio de 1790, 16 de octubre de 1793 y otras fechas más triviales. ¿Cuántas veces se arrepentirá de no haber muerto cerca de ella el 20 de junio? Él se entrega a una verdadera adoración que continuara hasta el final de su vida. Su existencia pasada que él magnifica ahora está condenada a la desgracia. Todo se vuelve indiferente para él, incluso el cariño que le muestran sus amigos y la solicitud que le muestra la archiduquesa María Cristina.

El 13 de octubre de 1794. Tres días después, era el primer aniversario dela muerte de la reina, escribió: “ese día fue un día terrible y memorable para mí, es el día en que perdí a la persona que mas amaba en el mundo y que realmente me amaba. Lamentare su perdida toda mi vida y siento que todos mis sentimientos por ella no pueden hacerme olvidar todo lo que he perdido”.

domingo, 23 de octubre de 2022

 “su sensibilidad era extrema y no pasaba desapercibida ni para los más desatendidos. Escondido en su corsé, tenía un retrato del joven rey y un rizo de su cabello, envuelto en un guante de cuero amarillo que le había pertenecido al niño y note que a menudo se escondía detrás de su miserable camilla para besar estas cosas y llorar por ellas. Se le podía hablar de sus desgracias, de la situación en la que se encontraba, sin que ella mostrara ninguna emoción o depresión; pero las lágrimas fluían incesantemente ante la idea de dejar a sus hijos.

Respecto al sangrado que siguió a sus crisis nerviosas y que no la abandono hasta su muerte, nos suplicó que no le prestáramos atención médica porque no podíamos hacer nada.

La registraron varias veces en la Conciergerie y el reloj que llevaba colgado del cuello con una cadena resistente fue brutalmente arrancado. Sin embargo, unos días antes de su muerte, aún conservaba el medallón que contenía el retrato del joven rey”.


–Los recuerdos de Rosalie Lamorliere

domingo, 16 de octubre de 2022

LA FUITE DE VARENNES: LUIS XVI UN REY FUGITIVO? - CAP.01

La Fuite Du Roi 20 Juin 1791

María Antonieta solo tenía una idea en mente: huir. Dejare la horrible pesadilla. Al no tener fuerzas para resistir el torrente, el rey sabía muy bien que solo le quedaba una solución: el desierto… y parece muy difícil culparlo. Octave Aubry escribió: "¡huir es perderlo todo!... no, es fallar lo que precipitara el desenlace. Dejar parís hacia las provincias seguía siendo la única solución posible para salvare la monarquía”.

Los rumores de fuga eran tan antiguos como la propia revolución. A lo largo de 1790, ya se hablaba en los periódicos o la correspondencia la evocación de la fuga planificada. A veces se habla de Metz: al señor Saint-Priest, descrito como el más odioso de los exministros, se le atribuye la intención de llevarse al rey allí. A veces, se habla del probable secuestro del delfín. Cada uno aporta sus “pruebas”: el niño es sacado en un coche por un aristócrata y enviado a Sarrebourg, donde será resguardado antes de ser colocado al frente de un ejército formidable; se ordena un sello con las armas del rey y la reina, a quien se le ha dado la razón de la inminente partida de los soberanos.

En esta literatura profética, Marat se distingue como siempre por la vehemencia, las negociaciones de poner “al rey, el delfín y la familia real bajo llave”. Lo que llama la atención en la marea de estas crónicas es la mezcla de extravagancia y discernimiento. La historia de un rey borracho, “envuelto” para Bruselas por su esposa y que estalla en lágrimas cuando las sacudidas de la carretera lo sacan de su letargo; o este retrato de una reina disfrazada con el pelo y las cejas pintadas, conduciendo en un descapotable hacia Holanda; o este cuento de un falso delfín desfilando con su madre en Faubourg Saint-Marceau, mientras el verdadero esta en roma, enclavado en las faldas de las señoras tías; o la fábula de los seiscientos caballos en los establos de Versalles por un miembro de los amigos de la constitución.

La Fuite Du Roi 20 Juin 1791

¡María Antonieta tuvo una aliado imprevisto en la persona de Mirabeau! El célebre tribuno preconizaba la salida de la realeza hacia Normandía, “una provincia fiel y cariñosa, alejada de las fronteras”. Durante el verano de 1790, Mirabeau era demasiado provisorio para no sentir que el afecto de los normandos ya no era suficiente para proteger al rey. Una ciudad fortificada en la frontera le pareció una salida preferible.

En mayo de 1790, escribe el conde de La Marck: “seguía diciéndome y diciéndome que el rey saliera de parís! Si se quedaba los excesos más deplorables contra él y contra la familia real son inevitables!”. Según Mirabeau –como sabemos por La Marck- “el rey solo tenía que anunciar muy positivamente que quería irse de parís, fijar el día de su salida, persistir con energía en su resolución. ¡Tendríamos que dejarlo hacerlo!”. ¿Persistir? ¿Energía? ¿Resolución? Estas eran palabras aún desconocidas para Luis XVI.

Fue solo afines de octubre que el rey decidió escuchar el consejo del tribuno. Durante algún tiempo se pensó en pedirle a Lafayette que salvara la monarquía, pero se prefirió al marqués de Bouille al mando de las tropas de oriente. Según Mirabeau, este último estaba libre de todas las impurezas que Lafayette había contraído y se encontró mas estimado por el ejército que él.

El emisario de Luis XVI, el obispo de Pamiers, fue a Metz y encontró a Bouille de mejor humor. Él también, como todos los demás en Francia, pensó solo en la partida del rey, de la cual todos los días –dijo- “acorta la cadena”. Incluso ya había puesto en marcha un proyecto: comprometer al emperador, aliado del rey, para avanzar algunas tropas a la frontera. Bouille habría tenido entonces un pretexto “para reunir un ejército formado por los mejores regimientos”.

La Fuite Du Roi 20 Juin 1791

El obispo de Pamiers trajo el plan más realista del rey: salir de su prisión en las Tullerias y retirarse a una plaza fronteriza dependiente del mando de Bouille. Allí, Luis XVI reuniría tropas “así como las de sus súbditos que le  habían permanecido leales y buscarían traer de vuelta al resto de su pueblo perdido por las facciones”. Si no se restauraba el orden, el rey contaba con “la ayuda de sus aliados, es decir, Austria”

En diciembre Mirabeau presento a Luis XVI una nota “sobre los medios de conciliar la libertad publica con la autoridad real”. Según La Marck “a fuerza de volver al cargo con el rey, logramos que adoptara el gran plan de Mirabeau y también el proyecto de dejar parís con la familia real”. De qué manera? Mientras Mirabeau recomendó una salida “oficial” y “al aire libre”, Bouille consejo un vuelo realizado en el mayor secreto.

Se espera que la familia real salga de parís en dos diligencias inglesas, dos coches ligeros, que podrían seguirse con una o dos horas de diferencia o incluso tomar dos rutas diferentes. En el primero habrían tenido lugar la reina, el delfín y madame Tourzel; en el segundo, el rey, madame Elizabeth y madame Royal.

-si quieren salvarnos debe ser todos juntos o nada –respondió María Antonieta.

Bouille, a pesar del peligro que presenta, esta salida “en masa”, está encantado con el plan. El rey finalmente parecía haber tomado una decisión.

La Fuite Du Roi 20 Juin 1791

En rápida sucesión, dos fracasos no debieron favorecer los planes de los conspiradores cuyo primer objetivo era rescatar al rey. El 19 de febrero de 1791, las hijas de Luis XV, Mesmades Adelaida y Victoria, abandonaron clandestinamente parís. Detenidas en Moret, luego en Saulieu, finalmente en Arnay-Le-Duc, fue necesario un decreto de la asamblea nacional para permitir el paso de las dos tías del rey. A lo largo del viaje del sedán de las dos solteronas, los distintos guardias nacionales habían demostrado ser los más feroces.

Menos de una semana después, el 25 de febrero, con el pretexto de un motín popular en Vincennes, de quinientos a seiscientos nobles armados con bastones de espadas y cuchillos de caza se reunieron en las Tullerias, aparentemente para proteger al rey, en realidad para tratar de “envolverlo” y galopar con él hasta Metz. Lafayette, advertido a tiempo, se apresuró a salir de Vincennes y obligo al rey a ordenar a sus caballeros que depongan las armas.

A estos dos fracasos se suma una desgracia: el 2 de abril, la gran voz de Mirabeau se apagó. “es una gran pérdida porque estaba trabajando para ellos –escribió Fersen a su amigo Taube- les habría sido de gran ayuda en la ejecución de su proyecto”. ¿Iba abandonar todo el rey, a aceptar su abdicación como un hecho consumado? ¡Y Bouille se impacienta cada vez más! Muchos de sus oficiales emigraron. “Su situación –le escribió a Fersen- cada día se volvía mas vergonzosa y espantosa”. Pronto no podría hacer nada.

domingo, 18 de septiembre de 2022

EL ASUNTO DE LOS "CABALLEROS DE LAS DAGAS" LOS NOBLES INTENTAN SALVAR AL REY LUIS XVI (28 FEBRERO 1791)

Estampa que representa la señal de reunión de los caballeros de la daga, durante el día 28 de febrero de 1791 en las Tullerías.
Ya no hay ningún dique en el camino. La anarquía esta en todas partes. El gobierno, la maquina mental está rota. Luis XVI ya no es más que la sombra de un rey. No hay calumnia, por absurda que sea, que no es universalmente creído no apelar a las pasiones que no reciba audiencia inmediata. Las palabras pierden su significado. La rebelión se llama patriotismo. Los fieles siervos que vienen a proteger la persona de su rey con una muralla de sus propios cuerpos, son tratados como sediciosos, como asesinos, y se señalan a los populares, venganza bajo el melodramático título de “caballeros de Poniard”.

La multitud está inquieta, agitada en la mañana del 28 de febrero de 1791. Se podría decir que los materiales explosivos con los que se esparce el suelo están a punto de ser incendiados. Se están realizando ciertas reparaciones en los calabozos de Vincennes, para que pueda servir como auxiliar de las cárceles de parís. El rumor se extiende entre la población en el sentido de que se está preparando una nueva bastilla, para suceder a la anterior.

Lafayette se dirige a la multitud que destruye la mazmorra en Château Vincennes el 28 de febrero de 1791
Los alborotadores, reclutados van al castillo de Vincennes y comienzan a demoler los parapetos y varios otros las mazmorras. Informado de este movimiento popular, Lafayette va enseguida a Vincennes, con un destacamento de guardia nacional. En el Faubourg Saint-Antonie el pueblo muestra disposiciones hostiles, y tres batallones  niegan marchar. Para el comandante del batallón de los capuchinos de Marais, seguido de un gran número de voluntarios, penetra en las mazmorras y pone fin a la demolición. Sesenta y cuatro alborotadores, que resisten son arrestados.

Al regresar  de la expedición, que duro hasta la noche, algunos hombres le dispararon al ayudante de Lafayette confundiéndolo con el general. La guardia nacional encuentra las puertas de Faubourg cerradas y los habitantes se niegan a abrirlas. La caballería, apoyada por infantería y doce piezas de artillería, están obligados a intervenir con el fin de reivindicar la ley.

Mientras los alborotadores están buscando demoler la mazmorra de Vincennes y Mirabeau está en la tribuna sancionando la ley de emigración, el palacio de las Tullerias se convierte en presa de la angustia más aguda. Se rumorea que se está organizando una insurrección y que se violara el santuario de la monarquía. Varios nobles con armas bajo el abrigo, viene espontáneamente al palacio para defender a la familia real. Penetran incluso hasta los apartamentos del rey y Luis XVI sale a verlos. “señor –dicen- sus nobles se apresuran a rodear su persona sagrada”. El soberano modera su celo y responde que está a salvo.

Caballeros de la Daga desarmados por orden del Rey en el Château des Tuileries, 28 de febrero de 1791
Al mismo tiempo, las cabezas de los revolucionarios se están sobrecalentando. Los nobles que habían venido al palacio a través de un impulso caballeresco son estigmatizados como conspiradores cuya intención es llevarse al rey. Lafayette volviendo de Vincennes, va al palacio, donde encuentra gran emoción. Ha habido una pelea. La guardia nacional de turno ha insultado a los nobles, algunos de los cuales han sido heridos, algunos pisoteados, otros arrastrados por el barro.

El duque de Pienne y el conde Alexander Tilly se encuentran entre los peor tratados. Algunos han opuesto una enérgica resistencia, en particular el marqués de Chabert, jefe del escuadrón y el marqués de Beaucharnais. Luis XVI ha pedido a sus adeptos deponer las armas: "Vuestro celo es indiscreto; entrega sus armas y retirarse; Estoy a salvo en medio de la Guardia Nacional" y al mismo tiempo se dirige a  Lafayette  "que le mostró pesar por esta escaramuza que había comenzado, al parecer, sin su conocimiento". Los nobles depositan temblorosamente sus armas en la gran mesa en la antecámara del rey.

¿Qué querían? ¿Habían tratado de mantener alejado a La Fayette atrayéndolo a Vincennes? Pero ¿con qué fin? ¿Se trataba de secuestrar al rey y llevarlo a Metz? ¿O simplemente para protegerlo, porque había circulado el rumor de que su vida estaba amenazada? ¿Eran realmente caballeros? El caso conserva aspectos misteriosos. ¿Quién había montado una operación tan ridículamente mal organizada que parecía una provocación?
Este desastre, ya tan humillante, fue seguido de otra ceremonia aún más humillante, la expulsión. Estos quinientos a seiscientos caballeros, la mayoría vestidos, por precaución, con batas negras, o con pelucas de magistrados, salieron de los aposentos entre dos vallas de guardias nacionales, recibiendo humildemente los abucheos. La guardia arresto y encarcelo a siete de estos señores que habían opuesto resistencia. Fueron puestos en libertad unos días después. Sus nombres se han conservado: eran los señores de La Bourdonnaye, Fanget-Champine, Godard-Danville, Berthier de Sauvigny, Fontbelle, Dubois de la Motte y Lillers.

“el evento de Vincennes –dice Dulaure- y el de las Tullerias tienen una conexión sorpréndete entre ellos: el primero favorece el segundo”. El testimonio de Ferrieres no debe ser sospechoso. Aquí están sus palabras: “los aristócratas –dijo- sabían desde el día anterior del movimiento que se preparaba en Vincennes. Se asegura que su plan era aprovechar la lejanía de Lafayette y la guardia nacional, para secuestrar al rey y llevarlo a Metz. Pero el falso motín de Vincennes había terminado mucho antes de lo que pensaban los aristócratas”.

Los nobles presentes en las Tullerías fueron brutalmente desarmados el 28 de febrero de 1791.  según el dibujo de Jean-Louis Prieur le Jeune.
Estas armas consistían en unos cuantos puñales de singular forma, cuchillos de caza, espadas, pistolas, bastones: se llenaron dos grandes canastos con ellos, y los guardias nacionales se los repartieron como buenos premios. El diario de Prud'homme menciona a cuatrocientos caballeros "vestidos con un traje oscuro, signo de guerra, armados hasta los dientes" y escondiendo en sus mangas puñales cuya hoja estaba en "lengua de víbora", y afirma que se habían reunido en las Tullerías para forzar el rey a huir, "para entregar a Francia a los horrores de la guerra civil y plantar el estandarte del despotismo entre ríos de sangre y montones de muertos".

Rabaut-Saint-Étienne, ex presidente de la Asamblea Constituyente - del 15 al 28 de marzo de 1790 - y contemporáneo de este día de las Dagas , afirma que “las dagas hechas con anticipación y de una forma particular, anuncian que la trama estaba formada desde hace mucho tiempo; para sostenerlos se usaba un fuerte anillo, del cual salía una hoja de dos filos que terminaba en lengua de víbora. La cita se dio en el castillo; había que reunir una multitud de supuestos amigos del rey: debían gritar que su vida estaba en peligro, y hacer uso de las armas que hubieran traído"

El desarme de la buena nobleza. Grabado de 1791 con el subtítulo: Forma exacta de los infames puñales con los que fueron abofeteados, detenidos o expulsados ​​de las Tullerías por la Guardia Nacional el 28 de febrero de 1791 . En el puñal se puede leer la inscripción: "Forja de los aristomonárquicos. Empapados por los gorros refractarios a la ley"
Al día siguiente, Lafayette público un registro de los eventos del día anterior por los señores de Duras y Villequier, primeros señores de la cámara, que habían favorecido la entrada de los conspiradores en el castillo. Estos dos duques dimitieron y abandonaron Francia.  El acceso a las Tullerías quedaría prohibido en adelante a los hombres armados que "se hubieran atrevido a interponerse entre el rey y la Guardia Nacional" y especificando que "el comandante de la Guardia Nacional dio las órdenes más precisas a los dos jefes de los servidores del rey para que el orden y la decencia eran mantenidos por sus subordinados dentro del castillo”.

Esta fórmula, muy torpe para designar a los duques de Villequier y Duras como cómplices, primeros caballeros de la Cámara, despertó evidentemente una fuerte protesta del propio Rey y de los interesados, sobre todo porque la proclama se publicó el 4 de marzo en Le Diario de París. Luis XVI escribió a La Fayette pidiéndole que repudiara un texto "tan contrario a la verdad como a todo decoro", y el general respondió de inmediato para dar satisfacción; el 7 de marzo envió una corrección al periódico para desmentir esta información inexacta que también había provocado una respuesta de los Mariscales de Francia, los oficiales generales y los oficiales de la Maison du Roi. No pudo, sin embargo, dejar de preguntar irónicamente a estos últimos qué habían pensado "al ver esta numerosa reunión de hombres armados interponiéndose entre el rey y los que responden ante la nación por su seguridad". Algunos “que llevaban armas ocultas solo fueron notados por comentarios antipatrióticos e incendiarios, y entraron de contrabando en el palacio"

Esta escapada un tanto ridícula y, cualquiera que fuera su propósito, tan mal concebida como torpemente ejecutada, provocó reacciones contrastantes. Los realistas reprocharon a La Fayette haber permitido "saquear, insultar, maltratar indignamente a los que habían venido con la esperanza no de atacar a nadie sino de defender al príncipe". D'Allonville afirma que este asunto llevó a algunos a emigrar, porque "determinaba a varios realistas a mudarse de un lugar donde se estaban volviendo no solo inútiles sino peligrosos incluso para el rey".

Tales eventos puso inquieta la situación. Los nobles ya no tenían derecho a defender a su soberano, y Luis XVI, mortificado por la afrenta infligida a sus adherentes en su presencia, cayó enfermo de disgusto. En la tribuna, Mirabeau pronuncio discursos reaccionarios, pero las monarquía estaba casi muerta, y Mirabeau estaba a punto de morir.

domingo, 4 de septiembre de 2022

EL REY LUIS XVI EN PARIS (17 JULIO 1789)

El pueblo tomo la Bastilla y, al mismo tiempo, declaraba que si el rey no venía a parís irían a Versalles, destruirían el palacio, expulsarían a los cortesanos y llevarían al rey a su capital para ellos “cuidarlo bien”. Hubo consternación en Versalles.

En la noche del 16 de julio, la Asamblea se entera de que el Rey tiene la intención de ir a París al día siguiente y que invita a la Asamblea a dar a conocer esta resolución al municipio de París. Encabezada por el Príncipe de Poix, una delegación de doce miembros, incluido el arzobispo de París, fue designada inmediatamente para llevar la noticia a París, donde llegó alrededor de la 1 de la mañana. La Asamblea también decreta que el rey estará acompañado por una diputación de alrededor de cien miembros: 25 eclesiásticos, 25 nobles y 50 miembros del Tercer Estado.

Bailly se levantó temprano en la mañana y partió de Versalles hacia París, donde asumiría sus funciones como alcalde y daría la bienvenida al rey: “Estaba triste por dejar Versalles. Yo había sido feliz allí en una Asamblea que tenía una mente excelente y que era digna de las grandes operaciones a las que estaba llamada. Había visto grandes cosas hechas, había estado allí en alguna parte. Dejé todos estos recuerdos. Este día, mi felicidad terminó”.

El Conde de Mercy acude al castillo de madrugada: “El castillo parecía un desierto. Encontré a Su Majestad la Reina allí en un estado fácil de imaginar. Sin embargo, mostró un gran coraje y una extraordinaria firmeza de espíritu”.  Mercy vio a la reina y la convenció, después de una hora y media de conversación, de persuadir al rey para que también llamara a los condes de Montmorin y Saint-Priest. La reina lo despide y le dice que regrese a las 11:30 am. Luego le dice que ha logrado persuadir al rey en la dirección correcta.

El alcalde bailly ofrece las llaves de la ciudad al rey.
Pero el gran asunto del momento es la partida del rey para París: “Entre mi primera y mi segunda entrevista con la reina, el rey estuvo a punto de partir para París. La reina quería, en caso de que el rey fuera detenido en la capital, retirarse con el delfín a Valenciennes o a los Países Bajos Imperiales. Me opuse a este proyecto con todas mis fuerzas, a menos que el Rey declarara a los Estados Generales que él mismo había obligado a la Reina a tomar este curso”. Mercy agrega: “Se temía que el rey fuera detenido por la fuerza en París y obligado a poner su firma al pie de una capitulación”.

-“no te detendrían aquí -Dijo la reina- es demasiado peligroso. Deberías salir de Francia a toda velocidad”. Se acercó al rey y se quedó temblando ante él. Estaba asombrada por la calma de Luis. ¿Era coraje, se preguntó, o era que era tan imposible despertarle el miedo como lo era el ardor?

-“iré a parís” –dijo.

Antonieta, mirándolo, peso en todos los años que habían estado juntos, en toda la bondad de este hombre, en todos las indulgencias que había recibido de él. Pensó en cuanto lo amaban sus hijos, se arrojó en sus brazos y le imploro que no fuera a parís.

“¿sabes que han dicho que si no voy con ellos, vendrán aquí?”

-“no te vayas –dijo Antonieta- tienen la intención de matarte como mataron a De Launay”

“recordara que yo soy su rey y ellos son mis hijos”


Antonieta negó con la cabeza, ella no podía hablar, el nudo en su garganta la estaba ahogando. El rey escucho la misa y tomo la santa cena, hizo su testamento y partió hacia su capital. Antonieta lo miro desde el balcón de sus apartamentos: “adiós, mi pobre y querido rey y esposo”. No podía apartar de su mente el pensamiento de la cabeza ensangrentada del gobernador de la Bastilla, e imagino otra cabeza en la pica de esos locos aulladores: la de Luis.

Madame Tourzel estaba con los niños. ¿Y qué será de estos niños? Se preguntó Antonieta. Cuando fue a la guardería real ese día, estaba decidida a poner su bienestar por encima de todo los demás. Luis era el más amable de los hombres, pero le faltaba imaginación y veía a todos los hombres como a si mismo. No creía en la malicia, y la crueldad tenía que ser perpetrada ante sus ojos para que  creyera a alguien capaz de hacerlo. Aquellos hombres y mujeres que  habían asaltado la Bastilla, aquellos que habían cortado la cabeza de Launay y la habían llevado goteando por la calles era a los ojos del rey unos pobres niños descarriados.

“mamá –grito el delfín- ¿Qué ha pasado? ¿Por qué ha ido papá a parís y porque Madame Polignac está demasiado ocupada para hablar con nosotros?

-"la gente ha llamado a tu papá a parís –dijo la reina- es posible que tengamos que ir a parís pronto”.

¿Los soldados irán con nosotros? Pregunto el delfín y sostuvo un fusil imaginario en su hombro y comenzó a marchar por el apartamento. La reina los dejo, porque temía que si se quedaba se derrumbaría y les hablaría de sus temores. Había tomado una decisión: suplicaría refugio para ella y los niños en la asamblea nacional. Ella pediría que pudiera estar con el rey.


Después de confesarse y comulgar durante la misa a la que asistió en la capilla real, Luis XVI confió plenos poderes a su hermano Monsieur, y no a la reina, a quien consideraba demasiado impopular. Desde una ventana de la primera antecámara de los aposentos del rey, el conde Hézecques lo ve en compañía de dos de sus primeros caballeros de Cámara: “deambulando, todo agitado, entre el mariscal de Duras y el duque de Villequier. La angustia de su alma se manifestaba en sus movimientos [...]. Finalmente, después de haber estrechado en sus brazos a su llorosa familia, que creía verlo por última vez, el rey subió a su carruaje, acompañado por el duque de Villequier, el mariscal de Beauvau y el conde de Estaing”. Estos dos últimos son los héroes de guerra de Estados Unidos. En su carruaje tirado por seis caballos, el rey también está acompañado por el duque de Villeroy, capitán de la guardia personal, y por el marqués de Nesle, primer escudero de la condesa de Provenza. El carruaje real es seguido por el carruaje del Maestro de Ceremonias y otros oficiales de la Casa del Rey.

La mirada del marqués de Ferrières declara: “A las dos vi salir al rey. Una inmensa multitud se alineaba en la Avenida de Paris y parecía estar disfrutando de su triunfo. Algunas personas se vieron dolorosamente afectadas. El rey iba en un carruaje con el capitán de la guardia, el duque de Villequier y algunos otros señores”. La milicia burguesa de Versalles lo precedió y lo siguió. Esta milicia burguesa, que improvisó el 17 de julio en Versalles siguiendo el modelo de la de París, escoltó al rey hasta Sèvres. Allí, toma el relevo la Guardia Nacional de París. Bailly y veinticinco miembros de la asamblea de electores de la capital esperan al rey en la Barrière de Chaillot para entregarle las llaves.

Durante todo el día corrieron rumores por todo el castillo. ¿La turba había hecho prisionero al rey? ¿Se equivocó el rey al haberse entregado a si mismo en sus manos? ¿Era cierto que los asaltantes de la Bastilla ya marchaban sobre Versalles? Según la Madame Campan, la reina se encerró en sus gabinetes interiores con sus hijos: “Mandó llamar a varias personas de su corte. Se pusieron candados en sus puertas. El terror los ahuyentó. El silencio de la muerte reinaba en todo el palacio”. María Antonieta está preparando el discurso que piensa pronunciar ante la Asamblea si su esposo no regresa: “Señores, vengo a entregarles a la esposa y la familia de su soberano. No permitas que lo que se ha unido en el cielo se separe en la tierra”.

Según Baron des Cars, “corrían mil rumores de que una columna parisina marchaba sobre Versalles por Châtillon y Meudon, otra por Sèvres y una tercera por Saint-Cloud […]. La desdichada reina estaba en la angustia más horrible, tanto por el rey como por ella misma. Nadie volvió de París. Dos horas, tres horas después de que Luis XVI debería haber llegado allí, aún se desconoce cómo había sido recibido allí. No sabíamos si no estaría retenido allí. En ese caso, ¡qué perspectiva para la reina! Me presenté varias veces a la puerta de su habitación, así como otras personas, para informarme sobre sus novedades. Tan pronto como se enteró de que estábamos allí, vino a preguntarnos si sabíamos algo sobre el rey. De allí fuimos a la entrada de la avenida de París, pero no trajimos nada tranquilizador. El terror de la reina y nuestros temores se redoblaron durante la noche”

Luis entro en parís, estaba asombrosamente tranquilo, y aquellos que vieron pasar su carruaje podrían haber creído que estaba partiendo en alguna ocasión ordinaria de estado, y que sus guardias le habían sido quitados y reemplazados por el ejército andrajoso de hombres con pistolas y lanzas, guadañas y picas, arrastrando cañones con ellos, también había mujeres en esa asamblea; bailaban, gritaban y agitaban ramas de árboles que habían atado con cintas.

Cuando esta extraña procesión entro en parís, Bailly, el nuevo alcalde, estaba esperando recibir al rey. En sus manos sostenía el cojín y las tradicionales llaves. Dijo en un tono alto y claro que todos pudieran escuchar con claridad: “traigo a su  majestad las llaves de su buena ciudad de parís”. Luis no mostro ningún signo de disgusto por el hecho, acepto gentilmente las llaves y sonrió benignamente a la fea multitud que insistía en mantenerse cerca de su carruaje.

El alcalde de París, Jean Sylvain Bailly, recibe a Luis XVI. artista: Jean-Paul Laurens.
Fue en la Place Louis XV donde se disparó el tiro. Fallo al rey pero mato a una mujer. Nadie se fijó en ella mientras caída, y en el tumulto Luis no se dio cuenta de lo poco que había escapado de la muerte. Habían llegado al hotel de Ville y allí se detuvieron. Bajo un arco de picas y espadas, entro en el edificio. El alcalde condujo al rey al trono y la gente se apiño en el salón tras él.

Luis ocupo su lugar en el trono y esa extraña calma aun lo acompañaba. Fue como si dijera: “haz lo que quieras conmigo. No puedo odiarte”. Era como un padre benigno, apenas entristecido por las bromas de sus hijos porque los amaba y sabía que eran hijos únicos.

¿Acepta, señor, el nombramiento de Jean Bailly como alcalde de parís y el marqués de Lafayette como comandante de la guardias nacional?

“si”, dijo Luis

Luego se le entero la escarapela azul, blanca y roja, que acepto suavemente, y, todavía con el ánimo de un padre indulgente jugando al juego de los niños, luego se quitó el sombrero y se colocó el tricolor. La gente que lo rodeaba, incapaz de resistirse a caer bajo el hechizo de esa benevolente paternidad, gritaba: “¡vive le roi!”. Luego, el conde de Lally-Tollendal, que era miembro de los demócratas realista, un partido que deseaba sinceramente que la reforma se llevara a cabo de manera constitucional, grito:

“ciudadanos, ¿estáis satisfechos? Aquí está su rey. Regocíjate en su presencia y sus beneficios –se volvió hacia el rey- no hay ningún hombre aquí, señor, que no esté dispuesto a derramar su sangre por usted. Esta generación de franceses no dará la espalda a catorce siglos de fidelidad. Rey, súbditos, ciudadanos, unamos nuestros corazones, nuestros deseos, nuestros esfuerzos y mostremos a los ojos del universo la magnífica vista de su mejor nación, libre, feliz triunfante bajo un rey justo, querido y reverenciado, quien, no debiendo nada  al fuerza, todo lo deberá a sus virtudes y a su amor”.

Estallo el aplauso. Ahora había lágrimas en los ojos del rey. Dijo con una voz vibrante de emoción: “mi gente siempre puede contar con mi amor”. La gente se apretujaba contra él; le besaron la mano; besaron su abrigo y una mujer del mercado le echo los brazos al cuello; ella declaro que él era el salvador de su país. El rey se preparó para su viaje de regreso a Versalles. Que diferente fue el viaje de regreso. En su sombrero, el rey vestía el tricolor. ¡Larga vida al rey! Grito la multitud. Y los que habían llamado “¡asesino!” ahora gritaban “¡hónrenlo!”.

Eran las once cuando, rodeado por la multitud que gritaba, su carruaje entro en la Cour Royal. Antonieta lo escucho; bajo corriendo la gran escalera y se arrojó a los brazos del rey. Él estaba de regreso. Estaba a salvo. Luego hubo un pequeño respiro. Ella lo miro a la cara, vio las marcas de fatiga debajo de sus ojos, las manchas en su ropa, su corbata retorcida y el tricolor en su sombrero.

Entonces estaba asustada. Pero el rey sonreía dulcemente: “no se ha derramado ni una gota de sangre –dijo triunfante- te juro que nunca lo será”.

En su diario, Luis XVI se contentó con anotar: “Viaje a París en el Hôtel de Ville".

Justo un mes después de la proclamación de la Asamblea Nacional, la "visita de los vencidos a los vencedores" (Jean Jaurès) equivale a legitimar la comuna insurreccional, la toma de la Bastilla, el asesinato de Launay y Flesselles y la institución de la guardia nacional Según el embajador de los Estados Unidos, Jefferson, "así terminó una enmienda honorable que ningún soberano había hecho jamás, ni ningún pueblo recibió". El 20 de julio, Morris se reunió con el marqués de La Fayette, quien le dijo, con bastante orgullo, "que ejercía el máximo poder que hubiera podido desear [...], que era cabeza absoluta de cien mil hombres, que desfilaba su soberano por las calles a su antojo, prescribe el grado de aplausos que ha de recibir y que podría haberlo hecho prisionero si lo hubiera creído conveniente”. Desde su exilio en Londres, tan pronto como se entera de este episodio, Calonne ve en él el presagio de la "total destrucción de la monarquía forjada por el consentimiento mismo del monarca". Del mismo modo, volviendo a la conducta real de las últimas semanas, el emperador José II escribió a su hermana la archiduquesa Maria Cristina: "Es inconcebible cómo todo esto pudo haber llegado a este punto sin necesidad y por voluntad propia y cómo pudimos aconsejar el rey a tomar un acto de autoridad sin prever ni disponer de nada con las tropas extranjeras que sin embargo se encontraron reunidas y cómo finalmente la toma de la Bastilla pudo perturbar las cabezas en Versalles hasta el punto de hacerles perder todo valor y el rey ser conducido ignominiosamente en triunfo a París".

Aún más sorprendente que la de comparecer ante la Asamblea, la decisión de ir a París forma parte de esta forma de abdicación a la que el rey parece resignado. También puede interpretarse como un deseo de reconquistar el movimiento revolucionario, que se le escapa al rey desde el 17 de junio. Esta estrategia es arriesgada, pero, si tiene éxito, coloca al soberano a la cabeza de la Revolución: esto es quizás lo que Luis XVI pretendía significar cuando levantó la escarapela revolucionaria en la ventana del hotel de la ciudad. El 17 de julio, al menos impidió que la capital se revelara o jurara lealtad al duque de Orleans. Este enfoque, permitió a Luis XVI recuperar una parte importante de su popularidad. Con la del día anterior.

domingo, 14 de agosto de 2022

LA TENDENCIA "PUCE" - EL COLOR DE LAS PULGAS (1775)

Fragmento de vestido y encaje que uso María Antonieta en la prisión del temple, la descripción del lote dice “fragmento de un vestido en seda color puce bordado con ramos de Jazmín”. Este color está muy lejos de mi idea original de lo que era el puce, pero supongo que está muy cerca del marrón translucido de un insecto chupasangre.
Luis XVI nunca comprendió del todo algunas de las tendencias de su época; una en particular fue la moda. En el verano de 1775, María Antonieta introdujo un nuevo color en la etapa de la moda. El color vario de un marrón tostado rojizo a un purpura grisáceo. Sin embargo, cuando Luis XVI lo vio, comento en broma que parecía el color de una pulga “couleur de puce”.

A pesar de la conexión poco halagüeña con la plaga, el color se prendió rápidamente. Se introdujeron tonos completamente nuevos de “puce” y todos jugaron con el ingenioso comentario del rey. “vientre de pulga”, “muslo de pulga” o “pulga vieja” se convirtieron en opciones a la hora de elegir un tono para un nuevo vestido. María Antonieta parecía haber preferido un tono que se inclinara más hacia el gris ceniza.

La pulga cuya especie causó tendencia de moda
Al instante todas las damas se vestían con este color. La manía fue atapada por los hombres y los tintoreros se agotaron en vano para suplir la demanda horaria. Así el puce se puso de moda, tanto en la ciudad como en la corte. Hombres y mujeres pidieron el color y aquellos que no compraron telas nuevas o los tafetanes, enviaron sus ropas viejas a teñir en busca del color.

La baronesa de Oberkirch recordó como Versalles pronto se vio inundada de vestidos de todos los tonos de “pulga” imaginables. Rápidamente se extendió a la burguesía y por una buena razón. Según la baronesa, el color “no se ensuciaba fácilmente”, por lo que era más barato de producir y más fácil de lavar. La demanda pronto llego a ser tan grande que los tintoreros lucharon por mantenerse al día.


Como relata las memorias secretas: “tan frívolo en la superficie, muestra que, si el monarca francés tiene la cabeza firme, a pesar de su juventud, los cortesanos son igual de vanidosos, irreflexivos y mezquinos como lo fueron bajo el difunto rey”. Lady Spencer visito la corte francesa ese verano de 1775 y exclamo que no se podía usar nada más que puce. María Antonieta incluso aconsejo a su invitada inglesa que se comprara una prenda de color violeta.

En un artículo de 2009 sobre la puce en la revista Cabinet , Barry Sanders presenta un fuerte argumento de que las pulgas tienen un lado asesino, así como uno "extravagantemente sexual"

“La pulga adquirió su identidad sexual a partir de una serie de sugerentes cognados con puce, como pucelle, “doncella” (y en ciertos contextos, “puta”); pucelage, "doncella", y depuceler "desflorar". Además, los franceses erotizan a la pulga en una frase popular desde el siglo XIV, “avoir la puce a l'oreille” (“tener una pulga en la oreja”, lo que significa que uno alberga un impulso libidinoso, “una picazón sexual”).

domingo, 31 de julio de 2022

JEAN LOUIS FARGEON: EL PERFUMISTA DE MARIE ANTOINETTE

 «Todos los años cambian los gustos; todos los días se necesitan nuevos perfumes para todo; sea químico, entonces». Podría pensarse que estas palabras fueron dedicadas especialmente a Jean-Louis Fargeon, el perfumista del siglo XVIII.

Perfumista vendiendo perfumes y guantes del siglo 18 París Francia
LAS NOTAS EN LA CABEZA (1748-1774)

Hijo de la Ilustración, nacido en Montpellier en 1748, Fargeon soñaba con el sol de Versalles y el boato de la corte. Los conocía sólo a través de la lectura del pormenorizado relato que circuló sobre la llegada a Francia de la archiduquesa María Antonieta de Austria, luego de su casamiento con Luis, delfín del reino de Francia. En Montpellier, capital de la perfumería francesa, Fargeon adquirió su habilidad; en París, la transformó en arte. Instalada en la calle de Roule, la tienda se convirtió en el templo de los elegantes y su laboratorio, en el refugio de eruditos y curiosos.

El niño estaba destinado a la perfumería por derecho de nacimiento, porque en su familia se ejercía ese oficio desde hacía más de un siglo. Los Fargeon, surgidos de la corporación de los boticarios, centraron su negocio familiar en la actividad de perfumistas. Jean-Louis no quería limitarse a las recetas. Deseaba comprender la naturaleza de la facultad olfativa. De manera sumaria, la Academia Francesa había definido el perfume como «el agradable aroma que exhala algo odorífero mediante el fuego o cualquier otro medio».

Un perfumista en el siglo XVIII: claramente un negocio floreciente.
Jean-Louis Fargeon leyó el Tratado de las sensaciones, en el que Condillac resaltaba el papel educativo de los sentidos y contaba la parábola de la estatua a la que el creador había provisto sólo de una nariz. El olfato estaba en el origen de la Ilustración ya que, si se disponía solo de él, el mármol podía adquirir todas las otras facultades y tener pleno acceso al mundo exterior. Así, la estatua, al respirar un «olor de rosa» no tiene representación alguna de la flor. «Será olor de rosa, de clavel, de jazmín, de violeta, según los objetos que actúen sobre su órgano. En una palabra, los olores no son, para él, más que sus propias modificaciones o maneras de ser».

El aprendiz ya era un adepto a la naturaleza. Destiló aguas olorosas simples, espíritus ardientes y aceites esenciales y aprendió a desconfiar de las falsificaciones del que eran objeto sustancias raras y caras. Poco a poco, creó su paleta de perfumes y algunos lo inspiraron más que otros.No dejó de

Perfeccionar los preparados familiares: cosméticos, lápices de labios, Maquillajes, jabones y pastas para blanquear las manos y el rostro, polvos y opiatas para los dientes, pastillas y licores que servían para perfumar la boca. Para el cuidado del cabello creó aceites y polvos de todos los colores, pomadas y tinturas.

UNA VISITA A MADAME DU BARRY

A comienzos del año 1773, tomó la diligencia a París. Jean-Louis Fargeon empezaba a impacientarse cuando, por fin, se presentó la ocasión que iba a distinguirlo de sus colegas. Una mañana, pues, se sentó en el almohadón gastado de una banqueta de un coche de punto y por primera vez, al ritmo de los cascos, tomó el camino de Versalles. Quedó maravillado por el castillo, pero, cuando entró, sintió un olor que lo mareó. «El parque, los jardines, hasta el castillo revuelven el estómago por los malos olores. Los pasadizos, patios, edificios y corredores están llenos de orina y materias fecales. Al pie del ala de los ministros, un porquerizo desangra y asa sus cerdos todas las mañanas. La avenida Saint-Cloud está cubierta de aguas estancadas y de gatos muertos».

 Cuando se hizo anunciar, Su Majestad estaba con la favorita. Para que su trato fuera cómodo, ésta se alojaba en los pequeños apartamentos del segundo piso, encima de los gabinetes del rey. Cuando Fargeon entró en el tocador, el rey había salido por otra puerta. La condesa estaba estirada en una chaise-longue con la cabeza apoyada en la mano, para así destacar el brazo más lindo del mundo. Esa pose dejaba percibir la mayor parte de una pierna admirablemente torneada. Cuando llegó, lo contempló durante un momento.


- ¿Es el joven perfumista de Montpellier que me han recomendado?

-Para servirla, señora condesa.

Bien, joven, tiene un buen aspecto. Por lo que me han dicho, su talento no desmerece en absoluto esta apariencia. Muéstreme algunos de sus preparados. Con el corazón palpitante, le tendió un frasco de agua de Chipre compuesta, en la que el jazmín, el iris, la angélica, la rosa y el nerolí surgían de tres nueces moscadas blancas machacadas y treinta gotas de ámbar. El olor agradaba aun a los que sentían horror por el ámbar. La joven dejó caer en el dorso de su mano una gota hacia la que inclinó su linda nariz. El perfume le resultó exquisito y Jean-Louis, estimulado, le hizo oler un preparado más audaz. Había puesto en él cidra, nerolí e iris en aguardiente de Cognac adicionada con macis y una onza de biznaga. Ella dijo que era una mezcla sorprendente y revigorizante como un cordial. quedó encantada al saber que el sucesor del perfumista de la corte había conquistado a su más ilustre cliente.

 REINA DE FRANCIA… Y DE LA MODA

 La condesa Du Barry había prometido al joven perfumista alabarlo frente al rey para sentar su prestigio en la Corte, pero Luis XV nunca llegó a escuchar ese elogio. Menos de un mes después de que Jean-Louis Fargeon aprobó la maestría, una tarde abril de 1774, al volver de la caza el rey empezó a sentir escalofríos. Los médicos diagnosticaron viruelav, mal del que después de nueve días uno se cura o se muere. Fargeon estaba desolado por haber fracasado tan cerca de la meta.

Fargeon no perdía de vista el objetivo que se había marcado: embellecer el brillo de la belleza con cosméticos artísticamente preparados y reparar los daños de la edad o de la naturaleza en el sexo femenino, cuyo más dulce gozo es el de complacer. Fargeon quería servir a la belleza de María Antonieta de manera menos escandalosa y más natural. Tenía prisa por repetir con ella el trabajo de seducción que tan bien le había resultado con la condesa Du Barry antes de que se malograra, pero a menudo se preguntaba si la reina estaría molesta por el breve favor que había recibido de la «criatura».

Insegna di Fargeon
Madame de Guéménée había recibido de su tía, madame de Marsan, la sucesión del cargo de gobernantas de los Hijos de Francia. Formaba parte de la sociedad íntima de la reina y daba brillantes fiestas en París y en su propiedad de Montreuil. Un día que le hacía una entrega a la princesa de Guéménée, Fargeon le confesó que soñaba con ser proveedor de Su Majestad.

“¿Es sólo eso?” Hágame traer uno de sus productos y recomendaré su uso a la reina. Tiene la bondad de confiar en mi opinión.

Buscó en qué campo podía sorprenderla y se decidió por los guantes. Como todo hombre cultivado, conocía la significación del guante. Ese objeto, que las damas fingen olvidar cuando quieren que vuelvan a llamarlas, lleva la marca de la persona, el perfume y la huella. Oculta la mano que se da o se quita. A la reina le gustaba llevar guantes de color claro para acompañar sus vestidos.

escudo de guanteros-perfumistas. Armorial general, tomo XXIII.
A diferencia de sus competidores, Fargeon no se limitaba a perfumarlos: conocía los secretos de la fabricación, la elección y el tratamiento de las pieles, la mejor manera de teñirlas en todos los tonos. Por lo tanto, era capaz de diferenciarse de la competencia en ese campo y crear guantes al modo de la reina, que la soberana podría llevar a caballo. Fargeon eligió una piel de cabritilla y la tiñó de color gamuza, que consideró que combinaba con el traje de amazona. Para perfumar los guantes eligió flores simples: violetas, jacintos, claveles rojo carmesí, junquillos almizcleros llamados al modo de la reina.

Los guantes luego se pusieron «entre flores», dispuestos en cajas entre dos capas de flores frescas durante ocho días para que se impregnaran perfectamente de su aroma. El perfumista los untó con un preparado que tenía la virtud de conservar la suavidad y la frescura de las manos y de protegerlas del duro contacto con las riendas. Untó los guantes de piel con una mezcla de cera virgen blanca, aceite de almendra dulce y agua de rosas, luego los extendió sobre un lecho de rosas mosqueta frescas, para que se impregnaran por última vez de su olor. Después de ese tratamiento debían tener las mismas propiedades bienhechoras que los guantes llamados cosméticos, que se consideraba que embellecían las manos durante la noche.

 LA BENEVOLENCIA DE LA REINA

 Unos días después de haber enviado los guantes, recibió de la camarera el pedido de varios pares idénticos, así como otros de color pastel. Madame de Guéménée le comunicó esta buena nueva y le aconsejó que se colocara al paso de la reina cuando iba a la misa, para agradecerle su bondad. Le aseguró que le avisaría de su presencia. Salió hacia Versalles el domingo siguiente con el regocijo en el alma. Mientras ella se acercaba, Con un nudo en la garganta por la emoción, lo miró y se sonrió como si acabara de reconocerlo. Siguió su camino, pero ya era un signo firme de su benevolencia.

Como la perfumería combinaba naturalmente con el peinado, Victoire le aconsejó que hiciera una alianza con el principal peluquero de la reina, el célebre Léonard, y que le señalara que en Montpellier había estudiado los polvos y las pomadas que servían para cuidar el cabello, que le podrían ser útiles. En efecto, Léonard colocaba en la cabeza de las damas un adorno ahuecado de crin y gasa sobre el que levantaba toda la cabellera y la untaba con pomada. Luego empolvaba con almidón perfumado y agregaba postizos. Fargeon no tuvo problemas en que una de sus clientas lo presentara al peluquero con el pretexto de que lo admiraba tanto como para desear conocerlo.

El perfumista explicó que no era un competidor de los peluqueros, sino su aliado. Lejos de invadir su territorio los instalaba con más solidez en él, al proveerlos de productos de mejor calidad que los que usaban. El último argumento convenció a Léonard. El peluquero sacó más ventajas que el perfumista de su colaboración. Era de una extraña avaricia y nunca tenía dinero para pagar sus facturas. Al igual que Mademoiselle Bertin, estaba ensoberbecido por el favor de la reina.

 LOS PERFUMES PREFERIDOS DE LA REINA

Fargeon conocía a la perfección los gustos de su augusta clienta. Aunque amaba el lujo con locura, apreciaba sobre todo las aguas simples, como la de azahar, llamada del rey, que el difunto Vigier había dedicado a Luis XV. Se obtenían por destilación de una única materia prima olorosa, de origen vegetal o animal, y se consideraba que tenían virtudes calmantes. La reina gozaba de los beneficios de la esencia de lavanda, muy de moda desde hacía más de veinte años, y de la esencia de limón.

Hacía poner algunas gotas en el agua del baño y en cazoletas para purificar sus apartamentos. Elegía vinagres aromatizados con azahar o lavanda. Las damas de la reina siempre tenían al alcance de la mano pequeñas cajas, llamadas «vinagreras», para presentárselas a su señora en caso de una emoción fuerte o un malestar. Las preferían a las sales revigorizantes que se obtenían de tártaro vitriolado, embebido de espíritu de Venus rectificado.

Frascos de perfume María Antonieta
Para María Antonieta, Fargeon preparaba sobre todo aguas espirituosas de rosa, violeta, jazmín, junquillo o nardo, obtenidas por destilación con espíritu de vino, después de una infusión más o menos prolongada. Las intensificaba con almizcle, ámbar u opopónaco. Como la reina había adquirido el gusto de los perfumes concentrados, creó espíritus ardientes, que ella se divertía en rebautizar espíritus penetrantes, y que eran fruto de varias destilaciones sucesivas. Su precio era muy alto debido a que exigían mayor consumo de materia prima y de tiempo de trabajo. De esto se ocupaba la azafata de la reina, y a menudo le hacía encargos para perfumar el aire, así como pastillas para quemar y popurrí de milflores.

La reina guardaba sus perfumes preferidos en un admirable mueble tocador. Cuando viajaba, los llevaban en un suntuoso neceser en el que había hecho colocar frascos de vidrio con facetas coloreadas y tapones de plata. Le gustaban las bolsitas de aromas, entonces muy de moda. Para fabricarlas, Fargeon tapaba una pieza de tafetán de Holanda con otra tela de satén o de seda y, según los gustos, las rellenaba de popurrís, polvos o algodones perfumados con plantas aromáticas. A María Antonieta le agradaba regalarlas a sus íntimos y se preocupaba de que concordaran con su personalidad.

Cuidaba mucho su cutis. El agua cosmética de paloma limpiaba la piel, el agua de los encantos, hecha con las lágrimas que chorrean de la vid en mayo, la tonificaba. El agua de ángel blanqueaba y purificaba la tez. María Antonieta, cuyo cutis era admirable, no necesitaba el agua de Ninon de Lenclos, que se creía que conservaba la juventud. Cubría sus manos con pasta real que mantenía la suavidad y preservaba de grietas. Adoraba la pomada a la rosa, a la vainilla, al franchipán, al nardo, al clavel, al jazmín, al milflores. Para el baño usaba jabones a las hierbas, al ámbar, a la bergamota o al popurrí y, para mantener el brillo de sus dientes, encargaba polvos y opiatas. El maestro perfumista creó un polvo y una pomada a la reina, sólo para ella. Se proveía de rouge con Mademoiselle Martin, pero Fargeon se permitió hacerle llegar, sin que se la hubiera encargado, una pomada roja excelente para los labios. No supo si la había usado.

 EL «PERFUME DEL TRIANÓN»

Una mañana, la reina, a la que Fargeon veía por lo general brevemente en su tocador, lo mandó llamar al Trianón. Descubrió maravillado los senderos serpenteantes y los canteros floridos de ese pequeño paraíso.

- “Señor Fargeon -le dijo finalmente-, espero que ponga mi Trianón en un frasco. Quiero tanto a este lugar que deseo llevarlo a todas partes conmigo”. Agregó que las flores que la rodeaban en su retiro tenían para ella un efecto tranquilizador y que le gustaban las rosas apasionadamente. Observó también que el nardo ejercía un poder extraño en ella. El perfume pedido por María Antonieta planteaba un problema arduo, porque debía evocar el Trianón y la doble naturaleza de la reina-pastora.

Fargeon creó el perfume del Trianón como un fragmento de música pensando que a quien lo llevaría le gustaba cantar, tocaba el clavecín y el arpa, protegía a Gluck y apreciaba su Orfeo, del que admiraba lo novedoso. En su imaginación, aspiró sus armonías. La nota principal debía surgir de una rosa absoluta, seductora y protectora a la vez, que reuniera a su alrededor las esencias más preciosas y más nobles. Partió de la idea de los pétalos de los azahares blancos, espesos, ricos en aroma y frescura, olor de felicidad, céfiro naciente como un beso de niño. Puso en el preparado un poco de espíritu de azahar, cuyo frescor, en contacto con la piel, tomaba una intensidad perturbadora y cuya emanación desarrollaba una fastuosa embriaguez. Lo acompañó con notas tranquilizantes de espíritu de lavanda, y agregó aceite esencial de sidra y bergamota, que obtuvo por prensado. La reina los conocía bien y se sentiría reconfortada.

Terminó las notas de cabeza con gálbano, sustancia grasa, dúctil como la cera, que gustaba de utilizar en lágrimas y que daría una tonalidad verde, como un pequeño latigazo entre la cabeza y el corazón del perfume. Era lo que sentía con claridad cada vez que rompía un tallo bien verde del que escapaba esa nota poderosa. Recordaría que la reina había roto los códigos de la etiqueta con su espíritu libre e independiente de la rutina.

M adame Vigée-Lebrun  -Detalle - Óleo sobre lienzo
El iris muy pronto se impuso en el corazón del perfume. Esa flor, que debía su nombre a la mensajera de Zeus, daba un «polvo milagroso». Su porte altivo y majestuoso recordaba a la reina, alrededor de la cual, a partir de entonces, el iris creó un halo oloroso. Su perfume secreto exhalaba una calidez radiante, única, muy potente y controlada, dispensadora de una gracia absoluta.