domingo, 21 de agosto de 2016


“la reina tenía un cambio físico considerable. Aquí había una mujer de pelo blanco con características extremas como la palidez debido a la persistente pérdida de sangre en la cárcel a sus nueve semanas en la Conciergerie húmeda y sin aire. Su aspecto demacrado contrastaba extrañamente con la imagen mental que la mayoría de los espectadores y acusados tenían sobre ella… ya no era la loba austriaca, el avestruz con la cara de arpía de las caricaturas, la vampira sedienta de sangre francesa, entonces la reina brillando con sus diamantes y sus plumas adornando su cabeza, vistos por última vez correctamente en los días de gloria de la corte de Versalles hace cuatro años.

Como Le Monituer admitió, María Antonieta, viuda de Capeto fue “prodigiosamente cambiada”.


- marie antoinette: the journey - antonia fraser (2002).

domingo, 14 de agosto de 2016

LUIS XVI - NESTA WEBSTER


“Luis XVI se describe a menudo como gordo y feo, pero cuando miro los retratos del rey pintados en su juventud, no lo era en absoluto. Aunque yo no lo encuentro especialmente guapo, no era feo tampoco y es fácil ver como los contemporáneos lo consideraban apuesto. Era un hombre alto, corpulento, pero aun no muy gordo, con las piernas bien formadas, un semblante agradable, rubio y ojos azul claro, de los cuales fue velada la expresión benévola solo por la miopía, Luis XVI, a sus diecinueve años, no fue desagradable.

Su voz, armoniosa en su tono normal, solo se levantó discordante bajo la presión de la emoción. Desafortunadamente caminaba mal, con el movimiento de vaivén propio de su familia, en vez de deslizarse suavemente a la manera que era de rigor, en los pisos pulidos de Versalles… simple, honesto, amable, sencillamente vestido con su abrigo de color marrón o gris, que no parecía de ningún modo real… el propio Luis era delicado en la infancia y solo por la edad de dieciséis años había empezado a adquirir la solidez y la fuerza del musculo, que lo llevo a encontrar una válvula de escape para sus energías en la caza, el tiro y el trabajo en su taller de cerrajero”.

-Louis XVI and Marie Antoinette - nesta webster - 1937.

domingo, 26 de junio de 2016

LAS VELADAS DE TRIANON

La fiesta dada por María Antonieta en el Petit Trianon en Lunes, 21 de junio 1784 en honor a Gustavo III, rey de Suecia. Me encanta la manera elegante que los invitados pasear por el templo iluminado del amor.
La gracia de pequeños edificios, sorpresas formadas en cada esquina, Trianon intentaba imitar a la naturaleza, predilección de la reina para este rincón adornado por ella. También era el caso para los espectáculos ofrecidos a sus invitados, como el dado en la noche de 1779: “todas las zanjas que rodeaban el jardín –dice Grimm- se sembraron en corrales iluminados, cuyo resplandor, se mezcló con el de varias linternas muy ingeniosamente escondidas en el follaje de las gruesas arboledas, que se distribuye entre los de la noche con una luz suave, como luz de luna o los primeros rayos de luz de la mañana. Allí, la reina se sorprendió por los sonidos de la música celestial, y después de los acentos una melodía conmovedora, que vio, en un nicho de la arboleda, un pastor tocando la flauta, que era el duque de Guines. Todo parece mágico en este pedazo de terreno, favorito de la reina”.

Estos paseos y conciertos fueron una de las grandes pasiones de la reina. Uno de los más originales era el 3 de septiembre de 1777, para la inauguración del nuevo jardín inglés. Tenía representado una feria de mercado, una plaza pública era figurada en el césped, por medio de placas y marcos. Había puestos de panadería, charcutería, asaderos al aire libre, todos unidos por guirnaldas de flores. El de la reina era una taberna, con veintiuna mesas, cada una de las cuales llevaba el cartel con el nombre de una casa real.


Hubo desfiles de todo tipo. Carlín, arlequín de la comedia italiana y Dugazon de la comedia francesa, ofrecieron un hermoso espectáculo ocultos en modelos de mimbre en forma de pastel. En un teatro improvisado, los actores dieron dos actuaciones más. En el pabellón chino también se ofrecieron espectáculos todo al estilo oriental con músicos vestidos de mandarines.

El 27 de junio de 1784 se dará la actuación de la obre de Marmontel en el teatro del Trianon, la música por Gretry, ballets y cena en los diferentes pabellones del jardín. Todo el mundo tenía que vestir de blanco para ser admitido, el resultado es que se dice que parecía una fiesta celebrada en los campos Elíseos (en referencia a la célebre danza de los espíritus de Orpheé de Gluck).

la gran feria realizada en 1783 en el hameua de la reina

lunes, 20 de junio de 2016

LA REINA MARIE ANTOINETTE CONTRAE SARAMPION (1779)

En medio de sus pasatiempos y alegría, María Antonieta fue atacada con sarampión. Luis XVI, siempre tan exacto nos da la fecha de la aparición: “31 de marzo de 1779; la reina tiene sarampión”. Al parecer fue contagiada por madame de Polignac que había tenido también la infección en su casa de campo, por lo que ambas amigas se separaron por un tiempo.

María Antonieta se dirigió al Trianon, el rey fue desterrado de la habitación de la reina, debido a la infección. La condesa de Artois y la princesa de Lamballe estarían en su cuidado pero no eran del entretenimiento de la reina y María Antonieta, incluso en materia de salud, se preocupaba más por el temor ante el aburrimiento. La ingeniosa idea de un confinamiento en su habitación de un animado grupo de observadores, bajo el nombre de Gardes de Malade, solo costumbre francesa, en materia de mujeres enfermeras que reciben los hombres en su habitación. Luis voluntariamente entrego el permiso requerido siendo al parecer, halagado por la solicitud expuesta por la salud de la reina.


Las personas favorecidas fueron el duque de Coigny, el duque de Guines, el conde Valentin Esterhazy y el barón de Besenval. Los caballeros llegaron a las siete de la mañana y se quedaron hasta las once de la noche, dejando sus mensajes solo para las comidas. Los observadores se sentaron en la cámara de la reina, compartiendo con la condesa de Provenza, la princesa de Lamballe y el conde Artois, con la tarea de entretener, mantener el orden y la tranquilidad en la habitación de la enferma.

Según el conde de Esterhazy: “a partir de que la reina comenzó la infección, se le aconsejo establecerse en el Trianon… los elegidos para su observación nos dieron alojamiento en el gran Trianon. La condesa de Polignac había caído enferma en parís también por esta infección. La condesa Diana se quedó con madame Elizabeth… pasamos tres semanas en el Trianon y fueron muy agradables, ocupados solo de la salud y la diversión de la reina. Con pequeños juegos, paseos en carro o sobre el agua, no intrigante, no hay negocio, no hay grandes apuestas, no era la magnificencia la que reinaba, lo que podría creer que no estábamos en la corte”.


El conde Mercy fue escandalizado por este fenómeno, además de bromas que surgieron en la corte con la maliciosa pregunta de cuáles serían las cuatro damas de honor que elegiría el rey en igual situación. El embajador se dignó a consolar a su emperatriz, con la circunstancia de que la mayor parte de los guardias hombres era de mediana edad. Pero cuando amablemente se ofrecieron a ampliar su asistencia a la noche, así como para el día, él rápidamente impidió este absurdo proyecto.

Estos caballeros galantes mostraron sus buenas sensaciones y discreción, haciendo todo lo posible para ponerlo en la cabeza de María Antonieta, que era menospreciado por el cumplimiento del rey con su petición, que era una necesidad evidente, de no entrar en su habitación. Mercy tuvo algunas dificultades para conseguir que ella escribiera una pequeña nota a su marido. Sin embargo, la buena pareja joven afable se reconciliaron con facilidad. La correspondencia se mantuvo casi a diario entre ambos.

A pesar de todo durante el momento del sarampión de la reina, corrieron rumores de que la condesa de Chalons, había atraído la atención por parte de Luís XVI. Sin embargo el embajador Mercy aseguro que esos rumores no tenían fundamentos, ya que el duque de Coigny tenía una marca abierta de apego a esta señora. ¿Los calumniadores exageraron la galantería de Luís XVI?.


"De hecho, el rey no tuvo el sarampión y él perdió a la reina; su relación se convirtió notablemente más profundo tras el nacimiento de su hijo. Encontró las tres semanas demasiado largas por su parte, Luis XVI hizo su propio gesto romántico. Se puso de pie durante un cuarto de hora en un patio privado del Petit Trianon, mientras que la reina se asomo por el balcón. Nadie más se le permitió estar presente en este emotivo encuentro, pero se supo después que tiernas palabras habían intercambiado en ambos lados. como Marie Antoinette escribió  a la emperatriz: mi querida madre, el sarampión acaba de ser un poco doloroso, me mude al Trianon para cambiar de aires durante tres semanas y después de ese periodo espere ver al rey. Nos dirigimos todos los días. Lo vi ayer desde un balcón al aire libre”.

-Marie Antoinette - The Journey - Antonia Fraser (2001).

domingo, 12 de junio de 2016

LA LOCA MODA DEL POUF!

“Esta noche hay un baile en la opera. Los espectadores están listos esperando la llegada de la gente guapa. Las miradas están fijas en cada detalle de las ricas vestiduras, cuando de repente surgió un grito: “la reina!”, María Antonieta soberana y majestuosa. Su pelo, una increíble monumental pirámide “erizo” eclipso su vestido. Esta obra de arte puro es firmado Leonard.


Y de repente, es la gloria. Antier Sir. Leonard, para las mujeres se convierte en el peluquero de moda. Todas compiten, pero por supuesto, primero la reina de Francia y navarra. Pero el experto sabe cómo mantener la cabeza clara. Aprovecho la oportunidad para elevar los precios, pasando a las increíbles veinticuatro libras por sesión. Pero por lo demás, una cosa por encima de todos los interesados: crear, innovar, impresionar.

Con el pelo, el material blando que inspira y mueve, quiere pasar a la historia. Por el momento el frenesí de la vida creativa. Se necesita un juego de azar: adaptar sus ideas a los hechos de acuerdo a los tiempos y el estado de ánimo. Sus peinados son a veces “política” y a veces “anecdótica”. Después del famoso “erizo”, donde se enrolla el cabello ondulado y rizado en la punta, siguió el “que-sa-co”, “el sentido otomano”, “el cuerno de la abundancia”.

Del 4 de julio de 1776, la declaración de independencia de la joven estadounidense provoca una lluvia de “philadelphia” y “Boston”. Pero la moda tiene precio, la reina siempre quiere ser la más notable, la más obvia. Las pirámides se están convirtiendo cada vez más complejas, cada vez más altas, con un crecimiento vertiginoso. Están decoradas con frutas, flores y plumas. Leonard y sus ayudantes deben mantener el pelo en las barras de metal para evitar su caída. Estos excesos representan un cierto malestar en la vida cotidiana. Las damas a veces se ven obligadas a viajar de rodillas en sus coches para contener el pelo. En el teatro, el metro de altura de mechones se convierte en la pesadilla de los espectadores, pero a quien le importa, moda del momento, la clave está en el exceso, una tendencia persistente. Y los nombres de sus verdaderas obras de arte son tan lindos, “butterfly”, “fragata”, “siniestros graves”, “noble sencillez”, “amistad”, “novia” y “caprichosa”. Un día Leonard lanza “minerva”, otro día un jardín ingles con césped, colinas arroyos. Pretendía recrear el mundo entero. En realidad, se puede poner cualquier cosa en la cabeza, siempre y cuando el cuello.


Desde 1778, cuando comenzó el año de Trianon de María Antonieta, el propio Leonard invento el peinado que evoca la sed de vida en el campo como “pastora” o “flor”. En junio de 1780, la reina comienza a perder pelo, el arte se renueva y Leonard lanza “el niño”. Las mujeres de la corte ansiosas por ajustarse a los gustos de sus soberanos, adoptaron este estilo sencillo de pelo corto y rizado".

- Los modales íntimos del pasado
  Agustin Cabanes, 1933.

domingo, 22 de mayo de 2016

TRIANON : STEFAN ZWEIG


En sí mismo, no es ningún gran regalo el que María Antonieta recibe de su esposo al darle Trianón, pero es juguete que debe ocupar y encantar su ociosidad durante más de diez años.

Su constructor no había pensado jamás este palacete como residencia permanente para la familia real, sino sólo como «buen retiro», como apeadero, y en el sentido de secreto nido de amor, había sido abundantemente utilizado por Luis XV con su Du Barry y otras damas de ocasión. Cálido aún de estas lascivas escenas, se posesiona María Antonieta de este apartado palacete del parque de Versalles. Tiene ahora la reina su juguete, y, a la verdad, uno de los más encantadores que ha inventado jamás el gusto francés; delicado en sus líneas, perfecto en sus proporciones, verdadero estuche para una reina joven y elegante. Edificado con una arquitectura simple, levemente arcaizante, de un blanco reluciente en medio del lindo verde de los jardines; plenamente aislado y, sin embargo, inmediato a Versalles, este palacio de una favorita, y ahora de una reina, no es mayor que una casa de una familia de hoy día, y apenas más cómodo o más lujoso; siete a ocho habitaciones en conjunto, vestíbulo, comedor, un pequeño salón y uno grande, dormitorio, baño, una biblioteca en miniatura ( caso inaudito , pues, según unánimes testimonios, María Antonieta jamás abrió un libro en toda su vida, aparte de algunas novelas rápidamente hojeadas).

En el interior de este palacete, la reina, en todos aquellos años, no cambia gran cosa en la decoración; con seguro gusto no introduce nada llamativo, nada pomposo, nada groseramente caro, en aquel recinto totalmente destinado a la intimidad; por el contrario, no lleva allí nada que no sea delicado, claro y discreto, en aquel nuevo estilo, al cual se llama Luis XVI, con tan escaso motivo como a América por el nombre de Américo Vespucio. Tendría que llevar el nombre de la reina, el nombre de esta delicada, inquieta y elegante mujer; tendría que llamarse estilo María Antonieta, pues nada, en sus formas frágiles y graciosas, recuerda al hombre gordo y macizo que era Luis XVI y a sus toscas aficiones, sino que todo hace pensar en la leve y linda figura de mujer cuya imagen adorna todavía hoy aquellos recintos; formando una unidad desde el lecho hasta la polvera, desde el clavicordio hasta el abanico de marfil, desde la chaise-longue hasta la miniatura, utilizando sólo los materiales más escogidos en las formas menos llamativas, aparentemente frágil y, sin embargo, duradero, uniendo la línea clásica a la gracia francesa, este estilo, aún comprensible hoy para nosotros, anuncia, como ningún otro, el señorío victorioso de la mujer, el dominio de Francia por damas cultas y llenas de buen gusto y trasmuda la pompa dramática de los Luis XIV y Luis XV en intimidad y musicalidad.


El saloncito en que se condensa y se divierte la sociedad de un modo tierno y ligero llega a ser el punto principal de la casa, en lugar de las orgullosas y resonadoras salas de recepción; revestimientos de madera, tallados y dorados, sustituyen al severo mármol; blancas y relucientes sedas, al incómodo terciopelo y al pesado brocado. Los matices tiernos y pálidos, el créme apagado, el rosa de melocotón, el azul primaveral, inician su suave reinado; este arte se apoya en la mujer y en la primavera; no se aspira provocativamente a nada magnífico, a nada teatral a imponente, sino a lo discreto y amortiguado; aquí no debe poner su acento el poder de la reina, sino que todas las cosas que la rodean deben reflejar tiernamente la gracia de la joven mujer. Sólo en el interior de este marco precioso y coquetón alcanzan su auténtica y verdadera medida las deliciosas estatuillas de Clodion, los cuadros de Watteau y de Pater, la música de plata de Boccherini y todas las otras selectas creaciones: este incomparable arte de jugar con las cosas, esta dichosa despreocupación, casi en la víspera de las grandes preocupaciones, ningún otro lugar produce en nosotros un efecto tan directo y auténtico.

Para siempre sigue siendo Trianón el vaso más fino, más delicado, y, sin embargo, irrompible, de aquella floración exquisitamente lograda; aquí, el culto del goce refinado se nos revela por completo como un arte en una morada y una figura de mujer. Y, cenit y nadir del rococó, al mismo tiempo su florecimiento y su agonía, su duración es medida aún hoy de modo más exacto por el relojito de la chimenea de mármol de la habitación de María Antonieta.


Este Trianón es un mundo en miniatura y de juguete: tiene un valor simbólico el que desde sus ventanas no se pueda lanzar ninguna mirada hacia el mundo viviente, hacia la ciudad, hacia París, o siquiera hacia el campo. En diez minutos están recorridas sus escasas brazas de terreno, y, sin embargo, este ridículo rincón era más importante y significativo en la vida de María Antonieta que toda Francia, con sus veinte millones de súbditos. Pues aquí no se sentía sometida a cosa alguna, ni a las ceremonias, ni a la etiqueta, ni apenas a las buenas costumbres. Para dar a conocer claramente que, en aquellos reducidos terrones, sólo ella y nadie más que ella manda, dispone la reina, con gran enojo de la corte, que acata severamente la Ley Sálica, que todas las disposiciones sean dadas no en nombre de su esposo, sino en el suyo propio, de par la reine; los sirvientes no llevan la librea real, roja, blanca y azul, sino la suya propia, rojo y plata.

Hasta el propio marido no aparece allí más que como huésped, un huésped lleno de tacto y cómodo por demás, que nunca se presenta sin ser invitado o a hora inoportuna, sino que respeta severamente los usos domésticos de su esposa. Pero aquel hombre sencillo viene muy gustoso, porque se pasa aquí el tiempo de modo mucho más agradable que en el gran palacio; por orden de la reina está abolida toda severidad y afectación; no se hace vida de corte, sino que, sin sombrero y con sueltos y ligeros vestidos, se sientan en el verde campo; desaparecen las categorías jerárquicas en la libertad de la alegre reunión, desaparece todo engallamiento, y, a veces también, la dignidad. Aquí se encuentra a gusto la reina, y pronto se ha acostumbrado de tal modo a esta laxa forma de vida, que, por la noche, se le hace más pesado regresar a Versalles. Cada vez se le hace más extraña la corte después que ha probado esta libertad campestre; cada vez la aburren más los deberes de su cargo, y, probablemente, también los conyugales: con creciente frecuencia se retira, durante el día entero, a su divertido palomar. Lo que más le gustaría sería permanecer siempre en su Trianón. Y como María Antonieta hace siempre lo que quiere, se traslada, en efecto, totalmente a su palacio de verano. Se dispone un dormitorio, cierto que con un lecho para un solo durmiente, en el cual el voluminoso rey apenas habría tenido cabida. Como todo lo demás, desde ahora también la intimidad conyugal no está sometida al deseo del rey, sino que, lo mismo que la reina de Saba a Salomón, María Antonieta sólo visita a su buen esposo cuando se le antoja (y la madre da voces muy violentamente contra manera de vivir por separado).

En el lecho de su mujer, ni una sola vez es huésped el rey de Francia, pues Trianón es para María Antonieta el imperio, dichosamente intacto, sólo consagrado a Citerea, sólo a los placeres, y jamás ha contado ella entre sus placeres sus obligaciones, por lo menos las conyugales. Aquí quiere vivir por sí misma, sin estorbos; no ser otra cosa sino la mujer joven, desmesuradamente adulada y adorada, que, en medio de mil superfluas ocupaciones, se olvida de todo, del reino, del esposo, de la corte, del tiempo, y a veces -y éstos son acaso sus minutos más dichosos- hasta de sí misma.  

domingo, 15 de mayo de 2016

LA FAMILIA POLIGNAC

En un baile de corte, el año 1775, descubre la reina una joven a quien no conoce todavía, conmovedora en su modesta gracia, angelicalmente pura la mirada azul, de una delicadeza virginal toda la figura; a sus preguntas le dan el nombre de la condesa de Jules Polignac. Esta vez no es, como en el caso de la princesa de Lamballe, una simpatía humana que asciende poco a poco hasta la amistad, sino un repentino interés apasionado, una especie de ardiente enamoramiento. María Antonieta se acerca a la desconocida y le pregunta por qué se le ve tan rara vez en la corte. No es lo bastante acomodada para costear los gastos de la vida de palacio, confiesa sinceramente la condesa de Polignac, y esta franqueza encanta a la reina, pues ¿Qué alma pura tiene que ocultarse en esta mujer encantadora para que confiese con tan conmovedora sinceridad, a las primeras palabras, que padece la más terrible vergüenza en aquellos tiempos, el no tener dinero? ¿No será ésta, para ella, la amiga ideal tanto tiempo buscada? Al punto María Antonieta trae a la corte a la condesa de Polignac y amontona sobre ella tal suerte de sorprendentes privilegios que excita la envidia general; va con ella públicamente cogida del brazo, la hace habitar en Versalles, la lleva consigo a todas partes y hasta llega una vez a trasladar toda la corte a Marly sólo para poder estar más cerca de su idolatrada amiga, que está a punto de dar a luz. Al cabo de pocos meses, aquella noble arruinada ha llegado a ser dueña de María Antonieta y de toda la corte.


Pero, desgraciadamente, este ángel tierno a inocente no desciende del cielo, sino de una familia pesadamente cargada de deudas, que quiere amonedar celosamente para sí aquel favor inesperado; bien pronto los ministros de Hacienda saben algo de tal cuestión. 

Primeramente son pagadas cuatrocientas mil libras de deudas; la hija recibe como dote ochocientas mil; el yerno, una plaza de capitán, a lo que se añade, un año más tarde, una posesión rústica que rinde setenta mil ducados de renta; el padre, una pensión, y el complaciente esposo, a quien en realidad hace mucho tiempo que ha sustituido un amante, el título de duque y una de las prebendas más lucrativas de Francia: los correos. 

La cuñada Diana de Polignac, a pesar de su mala fama, llega a ser dama de honor de la corte, y la misma condesa Julia, aya de los hijos de la reina; el padre, además de su pensión, aún llega a ser embajador, y toda la familia nada en la opulencia y los honores, y derrama además sobre sus amigos el cuerno de la abundancia repleto de favores; en una palabra, este capricho de la reina, esta familia de Polignac, le cuesta anualmente al Estado medio millón de libras. «No hay ningún ejemplo -escribe espantado a Viena el embajador Mercy- de que en tan poco tiempo una suma de tanta importancia haya sido adjudicada a una sola familia.» Ni siquiera la Maintenon o la Pompadour han costado más que esta favorita de ojos angelicalmente bajos, que esta tan modesta y bondadosa Polignac. 


Los que no son arrebatados por el torbellino contemplan, se asombran y no comprenden la ilimitada condescendencia de la reina, que deja que abuse de su nombre regio, de su posición y de su reputación aquella parentela indigna, aprovechada sin valor alguno. 

Todo el mundo sabe que la reina, en cuanto a inteligencia natural, fuerza de alma y lealtad, está colocada cien codos por encima de aquellas criaturas que forman su diaria compañía. Pero en las relaciones humanas nunca decide la fuerza, sino la habilidad; no la superioridad de inteligencia, sino la voluntad. María Antonieta es indolente y los Polignac ambiciosos; ella es inconstante y los otros tenaces: se mantiene sola, pero los otros han formado una cerrada camarilla que aparta intencionadamente a la reina de todo el resto de la corte; divirtiéndola, la conservan en su poder. ¿De qué sirve que el pobre viejo confesor Vermond amoneste a su antigua discípula diciéndole: «Sois demasiado indulgente respecto a las costumbres y a la fama de vuestros amigos y amigas», o que la reprenda, con notable atrevimiento, diciéndole: «La mala conducta, las peores costumbres, una reputación averiada o perdida, han llegado a ser justamente los medios para ser admitido en vuestra sociedad?». ¿De qué sirven tales palabras contra aquellas dulces y tiernas conversaciones, cogidas del brazo; de qué la prudencia contra esta diaria astucia, todo cálculo? La Polignac y su pandilla poseen las llaves mágicas de su corazón, ya que divierten a la reina, ya que combaten su aburrimiento, y al cabo de algunos años María Antonieta está por completo en poder de aquella banda de fríos calculadores. En el salón de la Polignac, los unos apoyan las aspiraciones de los otros a obtener puestos y colocaciones; mutuamente se procuran prebendas y pensiones: cada uno parece preocuparse sólo del bienestar de los demás, y de este modo corren por entre las manos de la reina, que no se da cuenta de nada, las últimas fuentes áureas de las agotadas cámaras del tesoro del Estado en favor de unos pocos. 

“Cuando estoy sola contigo ya no soy una reina, soy yo!”.
Los ministros no pueden impedir este impulso. « Faites parler la Reine .» Haga usted que hable la reina en su favor, responden, encogiéndose de hombros, a todos los solicitantes; porque categorías y títulos, destinos y pensiones, únicamente los confiere en Francia la mano de la reina, y esta mano la guía invisiblemente la mujer de ojos de violeta, la bella y dulce Polignac. 

Con estas permanentes diversiones, el círculo que rodea a María Antonieta va haciéndose inaccesiblemente limitado. Las otras gentes de la corte lo advierten pronto; saben que detrás de aquellas paredes está el paraíso terrenal. Allí florecen los altos empleos, allí manan las pensiones del Estado, allí, con una broma, con un alegre cumplido, se recoge un favor al cual muchos otros, con perseverante capacidad, vienen aspirando desde hace decenios. En aquel dichoso más allá reina eternamente la serenidad, la despreocupación y la alegría, y quien ha penetrado en estos campos elíseos del favor real tiene para sí todas las mercedes de la tierra. No es milagro que todos los expulsados fuera de aquellos muros, la antigua y meritoria nobleza, a la que no es permitido el acceso a Trianón, cuyas manos, igualmente ávidas, jamás se han humedecido con la lluvia de oro, estén cada vez agriadas de modo más violento. 

¿Somos, pues, menos que esos arruinados Polignac?, rezongan los Orleans, los Rohan, los Noafles, los Marsan. ¿De qué sirve tener un rey joven, modesto y honesto, que por fin no es juguete de sus maîtresses , para que después de la Pompadour y de la Du Barry tengamos otra vez que mendigar de una favorita lo que nos pertenece por razón y derecho? ¿Debe realmente soportarse este descarado modo de dejarse a uno a un lado, esta osada desconsideración de la joven austríaca, que se rodea de mozos extranjeros y mujeres dudosas, en lugar de hacerlo de la nobleza originaria del país o domiciliada en él desde siglos remotos? Cada vez más estrechamente se agrupan los excluidos unos con otros; cada día, cada año, crecen sus filas. Y pronto, por las ventanas del desierto Versalles, un odio con cien ojos fija sus miradas en el despreocupado y frívolo mundo de juguete de la reina.