El 2 de julio de 1778, cuatro días después de cumplir los sesenta años, salió a dar un paseo por la mañana, y cuando volvió, mientras se preparaba para dar una clase de música, se quejó de que sentía un hormigueo en los pies, escalofríos por la espalda, malestar en el pecho y un terrible dolor de cabeza. A las once moriría de apoplejía.
El 4 de julio de 1778 fue enterrado a medianoche a la luz de las antorchas en la pequeña isla de los álamos, en el corazón del parque que hoy lleva su nombre. |
Fue el mismo
instinto que llevo a María Antonieta, con un grupo de cortesanos (pero sin el
rey), para visitar la tumba de Rousseau el 14 de junio de 1780. Ella había expresado en una carta: “ya
la mitad de Francia ha visitado Ermenonville”. La correspondencia de Grimm
informa la estancia hecha por la reina allí: “la reina estaba viendo en estos días
los jardines de Ermenonville, acompañados por un pequeño grupo, excepto el rey.
Sabíamos que había dejado el tiempo suficiente en la isla bendita donde reposa
las cenizas de Rousseau, y anhelábamos persuadirla que la devoción a la memoria
del santo filosofo había sido el tema principal de la peregrinación... se consideró
la tumba sencilla en su arquitectura y de buen gusto, el sitio que rodea el
lugar irradia una dulce melancolía y un romanticismo”.
Sus restos fueron trasladados ceremonialmente al depósito de héroes nacionales del Panteón en París en 1794. |
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