“Después del largo reinado de un príncipe viejo corrupto y libertino cuyos vicios eran degradantes para él y para una nación gimiendo bajo el azote de la prostitución y el capricho, los cambios más vítores se esperaba de la ejemplaridad de su sucesor y la amabilidad de su consorte. Ambos se alzaron como modelos de bondad. Las virtudes de Luis XVI estaban tan generalmente conocidas que toda Francia se apresuró a reconocerlas y exaltarlas, mientras la fascinación de la reina actuó como un encanto en todos los que no había sido invencible el prejuicio contra las muchas cualidades excelentes que tienen derecho a amar y admirar.
De hecho, nunca se había oído una insinuación en contra de cualquiera de los dos, el rey o la reinas, sino de aquellas mentes depravadas que no poseían la virtud suficiente para imitar a los suyos, o estaban celosos de los poderes maravillosos de placer que tan eminentemente distinguió a María Antonieta del resto de su sexo”
-Trianon - Elena Maria Vidal (1997)
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