Un nuevo y más profundo zarpazo a la caja del Tesoro, y por orden de María Antonieta se desembala al lado de Trianón un teatro de muñecos en tamaño natural para aquellos juguetones niños grandes, con cuadras, pajares, graneros, con palomares y nidales de gallinas, el famoso Hameau . El gran arquitecto Mique y el pintor Huberto Robert dibujan, bosquejan y construyen ocho grandes chozas campesinas, copiadas con todo cuidado de las usuales en el país, con techumbres de paja, gallineros y estercoleros. A fin de que estas engañosas construcciones, que relumbraban como recién construidas en medio de aquella naturaleza costosamente lograda, por nada del mundo parezcan falsificadas, se imita exteriormente hasta la pobreza y la ruina de las verdaderas chozas de la miseria; a martillazos se producen grietas en los muros; se hacen románticos desconchones en los recovecos; vuelven a ser arrancadas algunas tablillas en los techos.
Huberto Robert pinta hendiduras figuradas en la madera, a fin de que todo haga impresión de podrido y antiquísimo; los humeros de las chimeneas son ennegrecidos con humo. Pero por dentro algunas de las casitas aparentemente arruinadas se hallan provistas de todas las comodidades, con espejos y estufas, billares y cómodos canapés. Pues si la reina se aburre alguna vez y tiene gusto en jugar a Jean-Jacques Rousseau, haciendo quizá manteca con sus propias manos, con sus damas de corte, en ningún caso es lícito que, al hacerlo, se ensucie los dedos.
Si visita, en su establo, a sus vacas Brunette y Blanchette , naturalmente es pulido antes el suelo como un parqué por una mano invisible; la piel de las vacas, almohazada hasta ser de un blanco de flores y un pardo de caoba; la espumeante leche es servida no en un grotesco cubo de aldeano, sino en vasos de porcelana especialmente hechos en la fábrica de Sèvres. Este Hameau , hoy encantador a causa de su ruina, era para María Antonieta un teatro a la luz del día, una comédie champêtre frívola, casi provocativa justamente a causa de su frivolidad. Pues mientras ya en toda Francia los aldeanos se amotinan, mientras la verdadera población campesina, abrumada de impuestos, exige tumultuosamente, con desmedida excitación, una mejora en su insostenible situación, en esta aldeíta de teatro a la Potemicine reina un abobado y embustero bienestar.
Atadas con cintitas azules, son llevadas al pasto las ovejas; bajo una sombrilla, sostenida por una dama de la corte, contempla la reina cómo las lavanderas aclaran la ropa blanca en el arroyo murmurador: ¡ay!, es tan deliciosa esta sencillez tan moral y tan cómoda; todo es limpio y encantador en este mundo paradisíaco; tan pura y clara es aquí la vida como la leche que brota de la ubre de la vaca. Se ponen vestidos de fina muselina de una sencillez campestre (y se hacen retratar con ellos pagando algunos miles de libras); se entregan a inocentes placeres; rinden homenaje al goût de la nature con toda la frivolidad de los ahítos de todo. Pescan, cogen flores, pasean -rara vez solos- a través de los entrecruzados senderos, corren por las praderas, ven trabajar a los buenos aldeanos falsificados, juegan a la pelota, bailan minués y gavotas sobre campos floridos en lugar de hacerlo sobre pulidas baldosas, cuelgan columpios entre los árboles, construyen un chinesco juego del anillo, se pierden y se encuentran entre las casitas y los caminitos umbrosos, montan a caballo, se divierten y hacen representar comedias en medio de aquel teatro natural y, por último, acaban por representarlas ellos mismos para otros.
Y aquella pandilla se toma muy en serio su papel en esta comedia pastoril: en las mesas de mármol madame Lamballe reparte la leche. Madame Polignac y su hija, la duquesa de Guiche recolectan verduras en preciosos canastos con cintas rosadas. Por la orilla del lago las lavanderas del momento; la condesa de Chalons, de cuyas sonrisas para muchos caballeros sostuvo, con la condesa Diana, para desempeñar el papel, con la ropa de ébano en los batidores.
En el establo, donde las ovejas, inconscientes del honor de ser dispuestas para el recorte con unas tijeras de oro por parte del duque de Coigny. Desde lo alto de un árbol, el duque de Guines ameniza la jornada tocando su flauta; el conde Adhemar iza los sacos de maíz y la caoba, el barón de Besenval junto con el impaciente conde Artois ordeñan las vacas. madame Polastron reparte refrescos para alentar a los trabajadores.
Y aquella pandilla se toma muy en serio su papel en esta comedia pastoril: en las mesas de mármol madame Lamballe reparte la leche. Madame Polignac y su hija, la duquesa de Guiche recolectan verduras en preciosos canastos con cintas rosadas. Por la orilla del lago las lavanderas del momento; la condesa de Chalons, de cuyas sonrisas para muchos caballeros sostuvo, con la condesa Diana, para desempeñar el papel, con la ropa de ébano en los batidores.
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