El conde Mercy vio con desagrado el deporte: “las carreras
en cuestión, -escribió en abril de 1773-, son una parodia bastante infantil de
las que hay en Inglaterra, ciertamente no digno de ser honrado con la presencia
de la reina. Fue construido para su majestad un tipo de plataforma o pabellón para
los espectadores, donde siempre hay un pequeño grupo de personas elegidas,
mucha gente joven pobremente vestida, lo que, unido a una gran confusión y el
ruido, no está de acuerdo con la dignidad que debe rodear a una gran princesa. Estas
carreras suelen tener lugar los martes, por lo que a continuación la reina no recibirá
en estos días ni a embajadores de relaciones exteriores ni ministros del rey”.
Este fue un agravio como diplomático para el conde Mercy. Causo
malestar y se encontró como opuesto a la etiqueta que una reina se rodee de
mozos y mujeres dudosas; también para la política que era más grave.
El príncipe de Ligne, como el conde Mercy censuro las
costumbres de la nobleza inglesa, “sus
cenas de noche, sus carreras de caballos, sus apuestas y sus orgias”. Madame de
Genlis también critico mucho las carreras. Sus reflexiones sobre este tema se
han desarrollado en el estilo pastoral que entonces estaba de moda: “desprecio
todos los juegos donde se puede ver la ruina, así que odio las carreras de
caballos, creo que es terrible para impulsar sus campos pastorales y sus
rebaños inocentes, a su vez un césped verde y hermoso en una alfombra de juego.
Es la naturaleza profana”.
El buen rey Luis XVI era consciente del peligro, culpo a
esta moda altamente ante el tribunal como una locura. Sin embargo según el
conde de Segur: “a pesar de que estábamos en el medio ambiente de carreras, apuestas,
el rey presiona a apostar, la lección de su opinión era ya inútil, más alta que
su autoridad y que el ejemplo”. María Antonieta aplaudió esta moda inglesa, aun
no tenía idea de nada de lo que vendría a Francia, al otro lado del estrecho “la
anglomanía”.
El conde de Artois realizo estas carreras en las pistas del
Bois de Boulogne en su Bagatelle y el príncipe de Conde organizo también en su
Chantilly. Las emociones y los nervios
puestos en cada caballo sin saber cuál de ellos llegaría a la meta, fue muy
apreciado por los cortesanos franceses.
·pistas de carreras de caballos en el hipódromo de Chatilly, propiedad el príncipe de Conde.
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