martes, 13 de septiembre de 2011

RETRATANDO A UNA REINA!


Fragmento de las memorias de maría Elisabeth Vigee-lebrun.

“Fue en el año 1779 cuando he pintado a la reina por primera vez, era entonces en el apogeo de su juventud y belleza. María Antonieta era alta y admirablemente construida, un poco fuerte, pero no excesivamente. Sus brazos eran magníficos, con las manos pequeñas y perfectamente formadas, y sus pies con encanto. Tenía la mejor caminata de cualquier mujer de Francia, llevando su cabeza erguida, su porte majestuoso, sin embargo, no disminuye en lo más mínimo la dulzura y la amabilidad de su cara. Para todo el que no ha visto a la reina es difícil hacerse una idea de toda la gracia y toda la nobleza combinado en su persona.


Sus facciones no eran regulares, había heredado ese ovalo largo y estrecho propio de la nación austriaca. Sus ojos no eran grandes, de color casi azul, y se encontraban al mismo tiempo alegre y amable. Su nariz era delgada y bonita, su boca no demasiado grande, aunque sus labios eran más bien gruesos. Pero lo más destacable de su rostro era el esplendor de su cutis. Nunca he visto uno tan brillante y brillante es la palabra, pues su piel era tan transparente que no tenía ningún ocre en la pintura ese tono, tampoco podía hacer el efecto real, como yo quería. No tenia colores para pintar como la frescura, como los tintes delicados que eran de ella sola, y que yo nunca había visto en ninguna otra mujer.


En la primera sesión, el aire imponente de la reina en un principio me asustaba mucho, pero su majestad me hablo tan amablemente que mi temor pronto desapareció. Fue entonces que comencé la imagen que la representaba con una gran canasta, con un vestido de raso, y la celebración de una rosa en la mano. Este retrato fue destinado para su hermano, el emperador José II. La reina a ordeno, además de dos copias, una para la emperatriz de Rusia, el otro para su propio apartamento en Versalles o Fontainebleau”.

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