sábado, 1 de agosto de 2009

EL ESTILISTA DE MARIE ANTOINETTE: LEONARD

“Leonard vino y se convirtió en rey”
Madame Genlis sobre Leonard.


Una tarde, en la ópera, María Antonieta vio a una cantante peinada maravillosamente y quedo encantada con el arte de aquel desconocido peluquero llamado Leonard. Interesante, pues la emperatriz Sissi, un siglo más tarde, encontraría a su estilista, Fanny Angerer, peinando en el teatro en el Horburg, siendo el creador de peinados para las actrices de la época.

Los peinados se exhibieron hasta entonces en el escenario y fue la reina la encargada de introducirlos en la corte. La vieja madame etiqueta lanzo un grito de terror: ¿Cómo puede la reina de Francia encomendar la cabeza a un hombre que toco el cabello de la señorita Guimard o incluso cualquier ninfa de la calle o el Palais Royal?.

Ya en los últimos años del reinado de Luis XV fue atribuido cada vez más importancia al cabello de la mujer y sus adornos. Este era rizado con plancha muy caliente, humedecido con jugo de ortiga y empolvado con una mezcla nutritiva de raíz de rosa, madera de aloe, coral rojo, ámbar, haba y almizcle. Antes de la llegada de Leonard, Legros De Rumigny, era el peluquero oficial en la corte de Luis XV y en particular de madame de Pompadour.

Léonard peinando a María Antonieta.
Imagen tomada desde la cubierta del libro
"Recuerdos de Léonard".
Lo mismo que Mansart, el gran arquitecto, levanta sobre las casas los ingeniosos tejados que llevan su nombre, también el señor Léonard edifica sobre la frente de toda dama de categoría que se respete verdaderas torres de cabellos y decora estas altas edificaciones con simbólicos ornamentos. Con gigantescas agujas y un enérgico empleo de pomada se encaraman primeramente los cabellos, desde su raíz, sobre la frente, rectos como cirios, hasta una altura aproximadamente doble de la de una gorra de granadero prusiano; después, en este espacio aéreo, a medio metro por encima de las cejas, comienza realmente el imperio plástico del artista. No sólo paisajes completos y panoramas, con frutas, jardines, casas y navíos en movidos mares, toda una visión multicolor del universo, modelado con el peine sobre esos poufs o ques-à-quo (así se llaman, según un libelo de Beaumarchais), sino que también, para hacer la moda más rica en cambios, estas construcciones representan simbólicamente los acontecimientos del día. Todo lo que ocupa a aquellos cerebros de colibrí, lo que llena aquellas cabezas de mujer, en general vacías, tiene que ser anunciado por el peinado.

María Antonieta, en particular con un puf sencillo, el en retrato de Josef Hauzinger.
¿Produce sensación la ópera de Gluck? Al instante inventa Léonard una coiffure à la lphigénie con negras cintas de luto y la media luna de Diana. ¿Es vacunado el rey contra la viruela? Pronto aparece representado este acontecimiento emocionante por medio de los pouf de l'inoculation. Llega la insurrección americana a ponerse a la moda, y al punto es la vencedora del día la coiffure de la libertad; y, cosa aún más vil y estúpida, cuando son saqueadas las panaderías de París, durante la crisis del hambre, esta frívola sociedad de cortesanos no sabe hacer nada más importante que mostrar este suceso en los bonnets de la révolte. Estas edificaciones artificiales sobre las huecas cabezas ascienden cada vez más locamente. Poco a poco, las torres capilares, gracias a ocultos refuerzos y a postizos mechones, se hacen tan altas, que las damas que las llevan ya no pueden sentarse en sus carrozas, sino que tienen que ir de rodillas, levantándose las faldas, pues en otro caso el precioso edificio capilar tropezaría con el techo del carruaje.

 Imagen satírica de Mateo Darly de 1776
En los palacios se hacen más altos los dinteles de las puertas, a fin de que las damas en gran toilette no necesiten siempre inclinarse al pasar por ellas; en los palcos de los teatros se aboveda el techo. El especial tormento que estos moños ultraterrestres constituyen para los amantes de tales damas es cosa sobre la cual se encuentran pasajes divertidos en las sátiras contemporáneas.

De nuevo resuena el eco en Viena: «No puedo impedirme de tocar un punto que, con mucha frecuencia, encuentro repetido en las gacetas: me refiero a tus peinados. Se dice que, desde la raíz del pelo, tienen treinta y seis pulgadas de alto, y encima aún hay plumas y lazadas».

Las creaciones ocupaban horas y horas de trabajo, y, por supuesto, tuvo que ser conservado durante tanto tiempo como sea posible, lo que significaba que el cuero cabelludo sufriera de picazón y sudor bajo la pesada carga, tenía que ser protegido con ungüentos, algunos mezclados con granos triturados o ámbar disuelto con polvo de coral.


Lo que criticaban los peinados piramidales fueron señalando que causaban un flujo excesivo de sangre en la cabeza, dolores, fatiga visual y erisipela. La caída del cabello, dolor de muelas y entre los rizos, no deseados huéspedes como pulgas y piojos. Louis-Sebastien Mercier, un agudo observador de la época escribió: “toda la construcción se comprime por medio de una especie de triple de vendaje, pelo falso, pasadores, tintura, pomada y finalmente la cabeza, triplica el tamaño más de lo normal, por ultimo descansa sobre la almohada envuelto como un paquete, de modo que incluso en el sueño se respete el valioso trabajo de la peluquería”.

Incluso en otras cortes se imitaron los peinados lanzados por Leonard, aunque nunca alcanzo la elegante locura de los de Francia. Ciertamente, incluso el pelo en Nápoles constituyo el punto culminante de la elegancia y la sensualidad femenina, pero el grito de los peluqueros del reino que no eran capaces de igualar la gracia de Leonard, por lo que María Carolina recibió a los peluqueros de su hermana cada año para que les revelaran los secretos de su arte.


En sus memorias, la baronesa Oberkich evoca su propio estilo de peinado en 1782: "Probé por primera vez una cosa muy de moda, pero lo suficientemente molesto: botellas pequeñas de plana y curvada en la forma de la cabeza, que contiene un poco de agua para mojar las flores naturales de la cola y mantener fresca en peluquería. Esto no siempre tiene éxito, pero cuando llegó al final, era precioso. La primavera en la cabeza, en medio de la nieve en polvo, produce un efecto único (...). Sra. condesa del Norte tenía en la cabeza un poco piedras de aves que podíamos ver cómo era brillante. Él se balanceó por un resorte, batiendo las alas, sobre una rosa en todos sus movimientos”.


Léonard continúa edificando cada vez a mayor altura, hasta que al todopoderoso se le ocurre cortar aquella moda, y al año siguiente son demolidas las torres, cierto que para ceder el puesto a una moda aún más costosa: la de las plumas de avestruz. cuando se trata de una moda, las mujeres, según se sabe, están siempre dispuestas a todo sacrificio, y, por su parte, la reina se imaginaría, sin duda alguna, no ser realmente tal si no introdujera o sobrepasara todas estas locuras:” es verdad que paso mucho tiempo en mi corte de pelo, en cuanto a las plumas, todos el mundo las usa -por todo el mundo entiende siempre María Antonieta el centenar de damas de la corte- sería raro si yo no las utilizara también”

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