domingo, 13 de agosto de 2017

LA MUERTE DE LA PRINCESA DE LAMBALLE

 
El tiempo no se mantiene inmóvil, y aunque esto no se perciba en aquella torre del temple donde la familia real reside, fuera vuela con aletazos gigantescos.

La princesa de Lamballe, después de haber sido sacada del temple en la noche del 18 al 19 de agosto, había sido examinada por Billaud-Varennes en el hotel de Ville y luego enviada al mediodía del 19 de agosto a la Force. Las masacres del 2 de septiembre, ese día la princesa se salvo. Por la noche se arrojo sobre su cama, presa de la más cruel angustia. Hacia las seis de la mañana siguiente, el carcelero entro con un aire asustado -vienen aquí- le dijo a los prisioneros. Seis hombres, armados con sables, cañones y pistolas se acercaron a las camas, preguntando los nombres de las mujeres y salieron de nuevo. La señora de Tourzel, que compartió el cautiverio con la princesa, le dijo: “esto amenaza con ser un día horrible, querida princesa, no sabemos lo que el cielo pretenda para nosotros, debemos pedirle a dios que perdone nuestras faltas”. Las dos mujeres dijeron oraciones en voz alta y se incitaron a la resignación y al coraje.


Había una ventana que se abrió en la calle y de la cual, aunque era muy alto, se veía lo que pasaba montando en la cama. La princesa subió y tan pronto como su cabeza se noto en la calle, se hizo una pretensión de disparar sobre ella. Vio a una muchedumbre considerable en la puerta de la prisión. Quedaba muy poca duda de su destino. Ni ella ni la señora de Tourzel habían comido desde el día anterior, no se atrevían a hablar entre sí, se sentaron a esperar el resultado del día fatal en silencio.

Hacia las once la mañana se abrió la puerta. Los hombres armados llenaron la habitación y exigieron a la señora de Lamballe. La princesa se puso una bata, se despidió de la señora de Tourzel y fue llevada ante algunos oficiales municipales, con sus insignias, sometieron a los prisioneros a un pretendido juicio. Frente a este tribunal había un verdugo de rostro feroz, que blandían armas sangrientas. El ambiente era asqueroso. El vapor de la carnicería, y olores del vino y la sangre. La señora de Lamballe se desmayo. Cuando recobro la conciencia fue interrogada: -¿quién es usted?- Marie Louise, princesa de Saboya.- ¿cuál es su rango? - superintendente de la casa de la reina- ¿conocía usted las conspiraciones de la corte el 10 de agosto? -no sé qué conspiraciones el 10 de agosto, pero sé que no tenia conocimientos de ellas- jura libertad, igualdad, odio al rey, a la reina y la realeza - “jurare los dos primeros sin dificultad, no puedo jurar lo último, no está en mi corazón”.


Aquí un ayudante le dijo en un susurro a la señora de Lamballe: - júralo, si no juras, eres una mujer muerta!. La princesa no respondió, se llevo las manos a los ojos, se cubrió el rostro con ellas y dio un paso hacia el portón. El juez exclamo: “que alguien suelte a la señora!” esta frase era la señal de muerte. Dos hombres tomaron a la victima por los brazos y la hicieron caminar sobre cadáveres. Apenas había cruzado el umbral cuando recibió un golpe de un sable en la parte posterior de su cabeza, lo que hizo que su sangre fluyera en arroyos. Su cuerpo fue arrojado sobre un montón de cadáveres, luego fue desnuda y expusieron su cuerpo a los insultos de una horda de caníbales. Cuando la sangre que fluía de sus heridas o de los cadáveres vecinos, habían ensuciado el cuerpo, lo lavaron con una esponja, para que la multitud pudiera notar mejor su blancura. Le cortaron la cabeza y los pechos. Le arrancaron el corazón que fue llevado en señal de trofeo junto con su cabeza.

En el mismo momento en que la horrible procesión comenzó su marcha, la señora de Lebel, esposa de un pintor, que debía muchos beneficios a la señora de Lamballe, trato de acercarse a la prisión, esperando escuchar noticias de ella. Viendo la gran conmoción en la multitud, ella pregunto la causa. Cuando alguien le contesto: -la cabeza de Lamballe va a travesar parís- se apodero de horror y volviéndose hacia atrás, se refugió en una peluquería de la plaza Bastille. Los asesinos entraron en la tienda y pidieron al peluquero que arreglara la cabeza de la princesa. La lavaron y enjabonaron los cabellos rubios, todos manchados de sangre. Entonces unos de los asesinos grito con alegría: -ahora Antoinette puede reconocerla!- la procesión reanudo su marcha. Otros individuos arrastraron el cadáver sin cabeza. De esta manera llegaron al frente del Temple a las tres de la tarde.


Aquel día, a la familia real se le había negado el permiso para salir al jardín. Apartados de toda voz viviente y de toda letra impresa. Solo oye, de repente, como comienzan a sonar las campanas de las tres, y María Antonieta conoce muy bien aquellas aves de bronce de la desgracia. Ya sabe que cuando retumban sobre la ciudad con sus sones revoloteantes descarga una tempestad, se acerca volando un desastre. Excitados, murmuran entre si los prisioneros de la torre: ¿estará ya por fin el duque de Bronswick, con sus tropas, a las puertas de parís? ¿Ha estallado una revolución contra la revolución? Más abajo, en la cerrada entrada del temple, deliberan con la mayor agitación los guardias y empleados municipales: ellos saben más. Desesperada, la guardia envía mensajeros a la comuna pidiendo refuerzos militares, pues ella sola no puede hacer frente a esas enfurecidas masas; pero el cauteloso Petion permanece invisible, como siempre, cuando la situación es peligrosa, no viene ningún refuerzo y ya brama aquella muchedumbre, con sus espantosas presas, delante de la puerta principal.

 Para no enfurecer aun mas a las masas y evitar un asalto que indudablemente seria mortal para la real familia, procura el comandante detener a aquella tropa; deja primeramente que el báquico cortejo penetre en el patio exterior del recinto del temple y como un sucio arroyo desbordado, pasa espumeando la muchedumbre a través de la puerta. Dos caníbales arrastran el desnudo cuerpo cogido por las piernas, otro levanta en sus manos las sangrientas entrañas, un tercero alza en una pica la ensangrentada cabeza de la princesa, de una palidez verdosa. Con estos trofeos quieren subir a la torre para obligar a la reina, según anuncian, a que bese la cabeza de su querida. ¿Fue forzada la mazmorra del temple? ¿Estaban los asesinos a punto de apoderarse de la reina, de despedazarla y de arrastrarla, como su amiga, por las calles y plazas, acompañada por el ruido de los tambores y el canto de la Marsellesa y de la Çaira?.
 

Un oficial municipal entro en la torre y comenzó un misterioso debate con sus colegas. Como Luis XVI pregunto que sucedía, alguien respondió: -pues bien señor ya que quiere usted saberlo, es que quieren mostrar a ustedes la cabeza de madame Lamballe. Puedo aconsejarles que se asomen a la ventana sino quieren que el pueblo suba hasta aquí- ante estas palabras se oye un ahogado grito: María Antonieta ha caído sin sentido. Sus hijos rompieron a llorar y trataron por sus caricias de hacerla volver a la conciencia. El rey indignado protesto que aunque estaban preparados para lo peor, habría sido mejor si no se hubiese informado a la reina de esta espantosa calamidad. Clery, el criado del rey, miraba por una esquina de las persianas y veía la cabeza de la princesa.


Los asesinos se marcharon, después de haber cubierto su rostro con besos que olían a vino y sangre. Querían mostrar la cabeza de su víctima en el hotel de Toulouse, la mansión del venerable duque de Penthievre, su suegro, pero se disuadieron con la seguridad de que ella no vivía allí habitualmente, sino en las tullerias. Luego se volvieron hacia el Palais Royal. El duque de Orleans estaba en una ventana con su señora, puede que haya visto la cabeza de su cuñada.

domingo, 23 de julio de 2017

JUBILO EN HONOR AL NACIMIENTO DEL DELFIN (1781)


“El acontecimiento más feliz y el más importante para mí”. Así describe María Antonieta el nacimiento de su hijo en una carta a la princesa de Hesse. Tal reacción de júbilo no se limitó a la madre del bebe. El bautismo, según la costumbre, se llevó a cabo en la tarde después del nacimiento. Con el emperador alemán y la princesa de Piamonte como padrinos, el niño fue nombrado Louis Joseph (por sus antepasados Borbón y su padrino Habsburgo) con los nombres adicionales de Xavier Francois. El rey lloro durante toda la ceremonia, mientras tanto agotada pero feliz, la reina estaba descansando.

Versalles y parís vivieron unos días de júbilo. Hablaron de coronar a la reina para darle las gracias por dar un heredero a la dinastía. Tres noches la capital se ilumino por orden del rey y hogueras se encendieron espontáneamente aquí y allá. Acompañado por sus hermanos y los príncipes de la sangre, Luis XVI fue solemnemente a asistir al Te Deum para celebrar el nacimiento de un delfín. En el camino al coche, de la Theatine Muelle de la catedral, los aplausos subieron, se distribuyó dinero durante el camino. La respuesta de la nación francesa en su conjunto de resume en una carta del conde Mercy al príncipe Kaunitz en Viena: “la alegría tumultuosa reina aquí”. Algunas celebraciones eran más elegantes que otras. El 27 de octubre se estrenó Adele Et Ponthieu de Gluck en honor del delfín. Se esperaban mil ochocientas personas; en el caso 6,000 se abrieron paso. Gritos de “viva el rey!”, “larga viva a la reina!” y “viva el señor delfín” vinieron de la audiencia feliz. El mundo de la moda con el nuevo color café denominado caca-delfín se introdujo en la sociedad.


Vestidos en sus galas ceremoniales, comerciantes y artesanos marcharon alegremente en el balcón del patio de mármol donde el rey estaba de pie, cada uno con una exposición de una escena o un símbolo del nacimiento ilustre. El rey permaneció mucho tiempo en el balcón para disfrutar de este espectáculo, que interesa a toda la corte.

El 5 de noviembre, el rey recibió ciento veinte damas de la Halle que venían a felicitar a la reina. La princesa de Chimay estaba en la puerta del dormitorio de la reina para recibir tres de estas mujeres que se introdujeron en la cama. Una de ellas halago al rey diciendo: “señor, el cielo nos debía un hijo de un rey que mira  a su pueblo como a su familia, nuestras oraciones y nuestros deseos finalmente son contestados. Estamos seguros de que nuestros hijos serán tan felices como nosotros, porque este niño se parecerá a usted. Aprenderá a ser bueno al igual que usted”. Sus  majestades se vieron afectados por estos discursos y canciones. La reina respondió con agrado. Luis XVI quería una comida grande fuese dada a todas aquellas mujeres; como de costumbre en estos casos. Las puertas se mantuvieron abiertas y muchas personas tuvieron curiosidad de ir a ver este espectáculo.

alegoría que muestra a la reina entregando al delfín en manos de Francia.
 El 21 de enero de 1782 la reina decidió entrar a la iglesia de ST. Genevieve y Notre-Dame para dar gracias a dios por la gracia que había recibido de él. Luego en el ayuntamiento se ofreció un gran banquete en su honor. Sus majestades tuvieron la bondad de mostrarse varias veces en el balcón, donde iban a ver los fuegos artificiales; y el favor del rey y la reina se expresa de la manera más viva por la alegría de la inmensa multitud que se reunió en la plaza.

A su vuelta, vieron varias de las iluminaciones que se encontraban en su camino, en particular la Place Vendome, que los reyes visitaron. También vieron la brillante iluminación de la plaza de Luis XV, teniendo en cuenta el palacio Borbón, que tuvo el mayor brillo de la iluminación. Los reyes, durante todo el día, tan valioso para los parisinos, testificaron en todas partes la mayor satisfacción e hicieron los más honorables cumplidos.

Llegada de la reina en la ciudad el 21 de enero de 1782, para la fiesta ofrecida con motivo del nacimiento del delfin Louis Joseph. Obra de Moreau el Joven. se observa en el carruaje donde Marie Antoinette está sola con sus damas. Luis XVI, lleno de delicadeza, vino a unirse más tarde porque, "como la celebracion se hizo principalmente para la reina, él quería que ella tuviera todos los honores".
En Austria, el orgullo por el logro de su princesa era incontenible. Gluck informo como toda Viena se regocijo no tanto por el bien de los franceses, por supuesto, como por el bien de la reina.

La reina estaba perfectamente recuperada de su confinamiento. Su felicidad, sin embargo, fue un poco perturbada por los panfletos de campaña que lanzan sospechas sobre la legitimidad del joven príncipe:

El nacimiento de un delfín
Encanta a todo parís;
Su existencia repentina
¿Quién diablos, lo produjo?
Dicho verbo enojado;
Es un tono del espíritu santo
Pues nadie jamás contaba
Que el rey podría ser su padre

El autor pronto llego al punto: “el duque de Coigny ha encendido la antorcha sin esfuerzo”. Otro grabado malicioso mostro a María Antonieta acunando a su bebe, acompañada de Luis XVI que llevaba cuernos y un ángel con una trompeta que se suponía que anunciaría por todas partes: “tenga cuidado de no abrir los ojos para el secreto de su nacimiento”. Sin embargo el bienestar del bebe era la principal preocupación de la reina en este momento.

domingo, 2 de julio de 2017

LA CEREMONIA DE "COUCHER DU ROI" EN TIEMPOS DE LUIS XVI

Luis XVI, rey de Francia en la audiencia de la mañana, grabado por Jean Miche. vemos como al igual que la reina tenia ceremonia tanto para despertar como dormir.
La ceremonia para la inclusión en la cama del rey consistía en una serie de rituales y prioridades. Bajo Luis XIV estas ceremonias eran mucho más articuladas y la música vestía en tales ocasiones un papel importante. Esto dio lugar a composiciones tales como sinfonías para la cena de los reyes o tríos para la hora de dormir. Estas composiciones se realizaron con frecuencia durante tales rituales. 

Dos sirvientes le quitan la camisa mientras el cuerpo desnudo del rey se oculta a los ojos de los cortesanos. Escena de la serie de televisión "Versalles"
Así como la reina tenia ceremonias tanto para levantarse como para dormir, la Coucher también se llevó a cabo regularmente por Luis XVI, a pesar de lo sagrado de la ceremonia ya había perdido su significado original y, a partir de las memorias de la condesa de Boigne, aprendemos la forma en que se llevó a cabo:

“el Coucher se llevó a cabo todas las noches a las nueve y media y los hombres se reunieron en la sala de corte de Luis XIV (que no era donde dormía Luis XVI); creo que todas las personas habían presentado el acceso allí. El rey llego desde el interior de un armario, seguido de su personal, su pelo fue “peinado” y habían eliminado las decoraciones de orden (peluca, joyas y cinta de estado). Sin cuidado de nadie, entro en la barandilla de la cama; el capellán siguió al rey en el interior de la balaustrada, le dio el libro y él llevo el candelabro de dos velas durante la oración que fue corta. El rey pasó a la sala ocupada por los cortesanos, el limosnero entrego el candelabro a la persona elegida por el rey que lo mantuvo durante la duración de la Coucher. Fue una muy solicitada distinción, por lo que en las salas de estar de la corte, la primera pregunta a la gente al devolver del Coucher fue: “¿quién tenía el candelabro?”. El rey se desvistió a continuación, el manto, y por último la camisa, se quedó desnudo hasta la cintura, en presencia de toda la corte y, a menudo muchos extranjeros de distinción. El primer ayuda dio la camisa para los primeros calificados, los príncipes de la sangre, se trataba de un derecho y no de un favor. Una vez se pone la camisa, seguido de la bata... todo esto no duro más de diez minutos. El duque de Coigny con frecuencia era el encargado de la lectura real al rey. En el centro de la habitación el rey se dejó caer pesadamente, levantando las piernas, dos ayudas de cámara cambiaron sus zapatos. Cuando todo ha culminado, el ujier abrió la puerta diciendo: “ir señores”. Todos se fueron y la ceremonia había terminado. Sin embargo, la persona que sostenía el candelabro podía quedarse si tenía algo especial que decir al rey, y esto explica el valor que se dio a este extraño favor...”

Imágenes del film "L'évasion de Louis XVI" donde observamos en una escena un poco en que consistía esta ceremonia de "coucher du roi"

domingo, 18 de junio de 2017

CHAUVEAU LAGARDE: EL ABOGADO DEFENSOR DE MARIE ANTOINETTE

Claude François Chauveau-Lagarde (1756 - 1741), sera no solo el abogado defensor de la reina sino tambien de Jean Sylvain Bailly , de Madame Roland y Charlotte Corday.
A diferencia de Luis XVI, había recibido varios meses para preparar su defensa con sus abogados, María Antonieta y los dos hombres que fueron escogidos para defenderla; Tronson Ducoudray Chauveau Lagarde tuvieron solo unas pocas horas en la noche antes de la audiencia. Como Chauveau Lagarde relato más tarde:

“... yo estaba en parís cuando recibí la noticia de que había sido nombrado junto al señor Tronson Ducoudray para defender a la reina ante el tribunal revolucionario, el juicio iba a comenzar a la mañana siguiente, a las ocho en punto.

De inmediato partí hacia la prisión lleno de un sentido de mi sagrado deber que ahora se me había impuesto a mí, mezclado con un intenso sentimiento de amargura.

La Conciergerie, como es bien sabido es la prisión en la que se limitan las personas a causa de ser juzgados de aquellos a ser ejecutados después de dictada.



Después de pasar a través de dos puertas a un pasillo oscuro que no se podía localizar sin la ayuda de una lámpara que ilumina la entrada. A la derecha están las celdas y, a la izquierda hay una cámara en la que la luz entra por dos pequeñas ventanas enrejadas que miran en el pequeño patio reservado para las mujeres.

Fue en esta sala que la reina estaba presa. Se dividió por una pantalla. A la izquierda, se encontraba un gendarme armado, y en la derecha la habitación ocupada por la reina que contenía una cama, una mesa y dos sillas. Su majestad estaba vestida con un traje blanco de una simplicidad extrema.

Nadie capaz de imaginación empática podía dejar de darse cuenta de mis sentimientos en encontrar en este lugar a la esposa de uno de los más dignos sucesores de San Luis y descendiente de los emperadores de Alemania, una reina que por su gracia y bondad había sido la gloria de la corte más brillante de Europa y el ídolo de la nación francesa.


Me presente a la reina con devoción respetuosa, sentí que mis rodillas temblaban bajo mis pies y mis ojos llenos de lágrimas. No pude ocultar mi emoción y mi vergüenza era mucho más grande que cualquiera podría haber sentido por haber sido presentado a su majestad en medio de su corte, sentada en un trono y rodeada con los adornos brillantes de la realeza.

Su recepción majestuosa me puso a gusto y me hizo sentir, mientras yo hablaba y ella escuchaba, que ella me honraba con su confianza. Leí su acta de acusación, que más tarde llego a ser conocido en toda Europa. No voy a recordar los detalles horribles.

Al leer este documento satánico, me sentí abrumado absolutamente, pero yo solo, porque la reina, sin mostrar emoción, me dio sus impresiones al respecto. Ella percibe, y había llegado a la misma conclusión, que el gendarme podía oír lo que se dijera allí. Pero ella no mostro ningún signo al respecto y continuo expresándose con la misma confianza.


Hice mis notas iniciales para su defensa y luego subí el registro para examinar lo que llamaron documentos pertinentes. Allí me encontré con un montón de papeles tan confusos y voluminosos que debería haber necesitado semanas enteras para examinarlos.

Cuando sugería a la reina que no sería posible para nosotros conocer todos estos documentos en tan poco tiempo y era indispensable pedir un aplazamiento para darnos tiempo de examinarlos, la reina dijo: “a quien debemos aplicar para eso?”.

Temía el efecto de mi pregunta y como me dijo en voz baja: “la convención nacional” dijo la reina volviendo la cabeza hacia un lado: “no, nunca!”...


Añadí que había que defender la persona de su majestad la reina no solo de Francia, sino también a la viuda de Luis XVI, madre de sus hijos y hermana en ley de nuestra princesa, que fueron acusados con ella en el proceso.

Sin pronunciar una sola palabra, aunque dejó escapar un suspiro de ella, la reina tomo la pluma y escribió a la asamblea en nuestro nombre, unas líneas llenas de dignidad noble en la que se quejaba de que no nos habían dado tiempo suficiente para examinar las pruebas y alego en nuestro nombre el respiro necesario.

La nota no fue trasmitida a Fouquier-Tinville, quien prometió que lo presentaría a la asamblea, pero, de hecho, no hizo con ella o al menos, nada útil para el día siguiente... la audiencia comenzó a las ocho de la mañana”.

domingo, 11 de junio de 2017

LOUIS XVI Y MARIE ANTOINETTE: VIDA CONYUGAL

 
Aquella primera noche los novios solo duermen, el problema del matrimonio no consumado los primeros meses es de los recién casados, pero luego esto traspasa las habitaciones de ellos y se vuelve cada vez más grande hasta que toda Francia se mofa de la incapacidad del Delfín de Francia. Pero a pesar de que la situación empeora, el matrimonio no se consuma ni en un mes ni en un año, lo que atraerá serios problemas; algo detiene a Luis Augusto pero no se sabe que es.

Luis era un hombre muy inseguro, su inseguridad aumento al conocer a su bella esposa, en su diario escribió: “no pasó nada ni el primer día ni el día siguiente ni el próximo, es que ella es tan encantadora que me asusta, temo que yo le resulte poco encantador”. Y por lo que dice María Antonieta a su madre no se equivocaba, de inmediato se lo describe como gordito, retraído y extraño, así que sabemos que tampoco tenía ganas de consumar su relación. Lo increíble es que ambos son jóvenes en pleno desarrollo, muchos a esta edad tienen las hormonas alborotadas, y la única manera de liberarlas es teniendo sexo, pero en esa habitación dorada ¡no hay acción!.


Un año después del fatídico matrimonio en 1771 María Teresa le escribe a su hija: "caresses, cajolis" carícias y mimos, pero sin abusar de ellos, le dice la experimentada mujer, con esto mejora la situación y el Delfín visita cada noche a la Delfina pero no se consuma el matrimonio. Pasan dos años y la Emperatriz se impacienta ¿qué pasa con el heredero?. Marie Antoinette le confiesa a su madre de que podría ser «maladresse et jeunesse», en torpeza y juventud.

Pero la madre interviene de nuevo. Hace llamar al médico de la corte. Van Swieten y lo consulta sobre la incapacidad del delfín. El medico se encoge de hombros. Si una muchacha con tales atractivos no logra inflamar al Luis augusto, quedara sin efecto todo procedimiento medicinal. Marie teresa escribe a parís carta tras carta, finalmente, el propio Luis XV, con gran experiencia y ejercitado maestro en estos terrenos, interroga a su nieto: “¿es que no amas a tu esposa? A lo que él le respondió: la amo mucho con mi vida, no podría vivir sin ella, y estoy seguro que ella me aprecia pero necesito tiempo, solo un poco más de tiempo”. El médico de la corte, Lassone, es iniciado en el secreto y entonces se pone de manifiesto que esta impotencia del Delfín no es producida por ninguna causa espiritual, sino por un insignificante defecto orgánico: una fimosis.

“quien dice que el frenillo sujetó tanto el prepucio, que no cede a la introducción y causa dolor vivo en él, por el cual se retrae su majestad del impulso que conviene. Quien supone que dicho prepucio esta tan cerrado que no puede explayarse para la dilatación de la punta o cabeza de la parte, en virtud de lo cual no llega la erección al punto de elasticidad necesaria” (informe secreto del embajador español).


Se suceden consultas tras consultas para saber si debe intervenir con su bisturí el cirujano, como se murmura cínicamente en las antecámaras. También María Antonieta, instruida por sus amigas experimentadas, hace todo lo posible para inducir a su esposo a que se someta al tratamiento quirúrgico. "Yo trabajo para determinar la pequeña operación que ya ha sido discutido y creo que es necesario" (escribe a su madre en 1775).

Pero Luis XVI, Delfín entre tanto ha llegado a ser rey, pero al cabo de cinco años sigue todavía sin ser esposo. Lo retrasa y titubea, prueba y vuelve a probar y esta terrible, repugnante y ridícula situación de eternos ensayos y eternos fracasos, provoca la burla de toda la corte, la rabia de Marie teresa y la humillación de Luis XVI, se prolonga aun durante otros veinticuatro meses, por siete años de ridículas luchas, por estas dos mil noches en las cuales María Antonieta, como mujer y como esposa, ha sufrido las más extensas humillaciones de su sexo.

"la frialdad del delfín, un joven esposo de tan solo veinte años, en relación con una mujer bonita para mi es inconcebible". la emperatriz Marie Teresa al embajador Mercy (3 enero de 1774).



El secreto traspasa sus habitaciones: charlan de ello todas las camareras, todas las damas de la corte, los caballeros y los oficiales, la servidumbre lo saben y las lavanderas de palacio. Hasta en su propia mesa tiene que soportar el rey algunas bromas pesadas acerca de ello. Este es el comienzo de la hostilidad hacia Marie Antoinette ya que no se acusaba a Luis Augusto el de la ausencia de descendencia, sino a Marie Antoinette, que como mujer se veía humillada frente a todos, desde sus damas, hasta su servicio y las mujeres del mercado murmuraban sobre la ineptitud de ella al no ser lo suficiente mujer de provocar que su esposo la hiciera su mujer. Cuando la carroza de Marie Antoinette pasaba clandestinamente en las madrugadas por París las mujeres del mercado al reconocerla alzaban a sus hijos en señal de burla por su incapacidad.

Como la capacidad de engendrar de un Borbón, en cuanto a la sucesión del trono, constituye un asunto de alta política, todas las cortes extranjeras se mezclan en el asunto del modo más insistente. Se hacen informes detallados del delicado asunto en las cortes de Cerdeña, Prusia y Sajonia; el más celoso de todos ellos, el embajador español, el conde de Aranda, hasta llega a hacer examinar las sabanas del lecho real por criados sobornados, para seguir del modo más minucioso la posible pista de todo suceso fisiológico. Por todas partes, por toda Europa, se ríen y bromean reyes y príncipes sobre el bochornoso asunto de su colega. No solo en Versalles, sino en todo parís y en Francia entera, la vergüenza conyugal del rey se habla en todas las calles, vuela de mano en mano en forma de libelos, panfletos y coplas pornográficas.


Esto determina el carácter del rey y la reina: Luis XVI se vuelve retraído, en la vida pública le falta la fuerza necesaria para decidirse a actuar. No sabe presentarse en público: no es capaz de mostrar una voluntad, ni mucho menos de imponerla. Desmañado, tímido y secretamente avergonzado, huye de toda sociedad en la corte y especialmente del trato con las mujeres. A veces intenta imponerse violentamente cierta autoridad, darse una apariencia viril, pero entonces se coloca siempre en un peldaño demasiado alto: se convierte en grosero, brusco y brutal, típico gesto de fingida fuerza, en la cual no cree nadie. Pero jamás logra presentarse a la gente de un modo libre, natural y consciente de sí mismo, y mucho menos con majestad. Porque no sabe ser hombre en su dormitorio, tampoco logra presentarse ante los otros como rey.

Sus aficiones personales son varoniles: la caza, duros ejercicios corporales y su taller de herrero. Apenas Luis se ha puesto su uniforme de gala y se presenta en medio de sus cortesanos, descubre que aquella fuerza es solo muscular y no del corazón, y al punto se ve turbado. Rara vez se le oye reír, rara vez se le ve realmente feliz y divertido.


Pero este sentimiento de secreta debilidad actúa del modo más peligroso en sus relaciones con su mujer. Luis XVI no encuentra a gusto en modo alguno, la vertiginosa y turbulenta manera de divertirse de la reina, la sociedad que la rodea, su disipación, su frivolidad nada regia. Pero no tiene ni la voluntad ni las fuerzas para intervenir en ello, se sonríe de sus excesos y en el fondo está orgulloso de tener una mujer universalmente admirada. Además ¿Cómo puede un hombre, con una mujer ante la cual todas las noches se cubre de vergüenza y que le conoce como desvalido y ridículo, desempeñar durante el día papeles de amo y señor?.

Por su incapacidad viril, Luis XVI aparece plenamente indefenso ante su mujer, sometido a ella, superior a él en inteligencia y se echa a un lado, consiente de su inferioridad, para no quitarle la luz. A su vez ella sonríe de este marido cómodo, pero lo hace sin malignidad, pues también ella lo quiere en cierta indulgente forma. Pues la deja regirse y gobernarse según su capricho; se retira delicadamente cuando siente que no es deseada su presencia; no penetra jamás sin anunciarse en la cámara de su esposa; marido ideal que, a pesar de su espíritu ahorrativo, vuelve siempre a pagar las deudas de la reina, le consiente todo. Cuanto más vive con Luis XVI, tanto más crece en ella la estimación por el carácter de su esposo, altamente merecedor de respeto, a pesar de todas sus debilidades.

Con desesperación ven los ministros, ve la emperatriz madre, ve toda la corte, como por esta trágica flaqueza todo el poder va a caer en manos de una joven aturdida, la cual lo malgasta con la mayor ligereza. Hasta cuando Luis XVI llego realmente a ser esposo y padre de familia, aunque debería ser el dueño de Francia, continuo siempre como siervo de María Antonieta, sin voluntad propia, solo porque a su debido tiempo no pudo ser su marido.


No menos fatalmente influye el fracaso sexual de Luis XVI en el desenvolvimiento espiritual de María Antonieta. Su castidad despreocupada e intacta virginidad, durante dos mil noches su sexualidad es excitada infructuosamente de esta manera insatisfactoria, vergonzosa y deprimente, que ni una sola vez sacia sus apetitos. De este modo, no es necesario ser medico neurólogo para dictaminar que aquel fatídico exceso de vida, aquel perpetuo ir y venir y nunca estar satisfecha, aquella voluble carrera de placer en placer, son directa consecuencia típicamente clínica de un permanente esta de excitación sexual no satisfecha, producido por su esposo. Porque, en lo profundo de su ser, no ha sentido nunca verdaderas emociones y no ha podido sosegarse, esta mujer, aun no poseída al cabo de siete años de matrimonio, tiene necesidad de movimiento y ruido en torno de si, y lo que fue un infantil y regocijante afición al juego, se convierte poco a poco en un delirante y enfermizo furor de diversiones, considerado como escandaloso por toda la corte y contra la cual Marie teresa trata de luchar vanamente.

Lo mismo que en el rey la vitalidad insatisfecha se trasforma en rudo trabajo de herrero y en pasión por la caza, en oscuro y fatigante esfuerzo muscular, en la reina la falsamente dirigida y desaprovechadamente fuerza de sentimientos se refugia en tiernas amistades con mujeres, en coquetería con caballeros jóvenes, en preocupaciones por el adorno de su persona y otras satisfacciones semejantes, insuficientes para su temperamento.

Noches y noches huye del lecho conyugal, el triste lugar de su femenina humillación, y mientras su esposo y no esposo duerme profundamente reposando de las fatigas de la caza, ella se arrastra hasta las cuatro o las cinco de la mañana por bailes de ópera, salas de juego, cenas con compañías dudosas, excitándose con pasiones ajenas, reina indigna por haber caído en manos de un esposo impotente. Trata de llenar ese vacío que tiene de una manera equivocada, cada año que prolonga su desgracia hace que se vuelva cada vez más frívola, pero aquel vacío de amor nunca se llena, a pesar de que tenga el vestido más brillante, el diamante más caro, los zapatos más hermosos, el tocado más alto, nada de eso la satisface, es más, se siente más vacía que nunca, y esto se nota cuando le escribe a su madre que su parienta la duquesa de Chartres ha dado a luz en su primer embarazo a un niño muerto: “por muy espantoso que tenga que ser eso, querría por lo menos llegar hasta ahí”. Esto resume la desesperación de María Antonieta de ser madre.


Todo esto, no obstante, habría sido solo una tragedia privada, una desdicha como las que también hoy ocurren a diario detrás de las cerradas puertas de la intimidad. Pero las consecuencias de tal disgusto conyugal se extiende mucha más allá de la vida privada. Marido y mujer son aquí rey y reina; sin evasión se hallan siempre ante el deformante espejo cóncavo de la atención pública. Lo que en otros permanece secreto, alimenta en este caso charlas y murmuraciones. Una corte tan burlona como la francesa no se contenta, naturalmente, con la dolorosa comprobación de la desgracia. Sino que husmea sin cesar en torno a la cuestión de cómo se resarcirá María Antonieta del fracaso de su esposo.

Desde entonces toda la odiosa banda de chismosos no se preocupa más que de averiguar con quien engañara a su esposo. Justamente por no poder decirse nada preciso, el honor de la reina cae en frívolos comadreos. Un paseo a caballo con cualquier caballero y ya los desocupados charlatanes le han nombrado amante; una excursión matinal por el parque con damas de la corte y caballeros, y al punto se refieren las orgias más increíbles. Constantemente, el pensamiento de toda la corte está ocupado con la vida amorosa de la desengañada reina: los chismorreos se convierten en canciones, libelos y versos pornográficos. Primero son las damas de la corte las que se pasan de una a otras, detrás del abanico, esos versillos; después salen zumbando procazmente fuera de la real casa, son impresos y tienen gran éxito entre el pueblo.

depravada y pervertida, aquella gente no puede comprender lo natural, y pronto comienzan los cuchicheos y conversaciones sobre sádicas tendencias de la reina. "con gran liberalidad me han atribuido ambas inclinaciones, hacia las mujeres y hacia los amantes", le escribe, con toda franqueza y alegría, Marie Antoinette a su madre, bien segura de sus sentimientos; su sinceridad orgullosa desprecia a la corte, a la opinión publica y al mundo entero.

 

Los aparentes ridículos de las primeras noches y de los primeros años de la vida conyugal dan forma no solo al carácter de ambos esposos, sino que determina la configuración general del mundo. Las consecuencias venideras en esta muchacha de dieciocho años, ya reina, que bromea, sin sospecha alguna, con su marido inepto! Con alegre y palpitante corazoncito y con sus sonrientes y curiosos ojos claros, cree ascender las gradas de un trono, cuando es un patíbulo lo que se alza al término de su vital carrera. Pero aquellos esposos destinados desde su origen a una suerte negra no reciben de los dioses ninguna indicación ni advertencia. Les dejan recorrer su camino, despreocupados y sin presentimientos, y desde el fondo de su propia persona, su destino crece y avanza a su encuentro.

domingo, 4 de junio de 2017

TRIANON: EL REFUGIO DE LA REINA MARIE ANTOINETTE


Con mano ligera y juguetona, María Antonieta coge la corona como un inesperado regalo; es todavía demasiado joven para saber que la vida no da nada de balde y que todo lo que se recibe del destino tiene señalado secretamente su precio. Este precio, María Antonieta piensa no pagarlo. Sólo toma a su cargo los derechos de la realeza y deja a deber sus obligaciones. Quiere reunir dos cosas que no son humanamente compatibles: quiere reinar y al mismo tiempo gozar. Como reina, quiere que todo sirva a sus deseos, cediendo sin vacilar ella misma a cada uno de sus caprichos; quiere la plenitud de poderes de la soberana y la libertad de la mujer; por tanto, gozar doblemente de su vida, juvenil y fogosa, poniéndola dos veces en tensión. 

Pero en Versalles no es posible la libertad. En medio d aquellas claras Galerías de Espejos no hay paso alguno que quede oculto. Todo movimiento está reglamentado, cada palabra es transportada más lejos por un viento traidor. Aquí no hay soledad posible ni fácil coloquio entre dos personas; no hay descanso ni reposo; el rey es el centro de un gigantesco reloj que señala, con implacable regularidad, cada uno de los actos de la vida, desde el nacimiento a la muerte, desde el levantarse hasta el irse a la cama; las mismas horas de amor se convierten en una cuestión de Estado. El soberano, a quien todo pertenece, pertenece él a su vez a todo y no a sí mismo. Pero María Antonieta odia toda vigilancia; de este modo, apenas llega a ser reina, cuando ya le pide a su siempre condescendiente esposo un escondrijo donde no tenga que serlo. Y Luis XVI, mitad por debilidad, mitad por galantería, le regala, como donación nupcial, el palacete estival de Trianón, un segundo reino chiquito, pero propiedad particular de la reina, en medio del poderoso reino de Francia. 


En sí mismo, no es ningún gran regalo el que María Antonieta recibe de su esposo al darle Trianón, pero es juguete que debe ocupar y encantar su ociosidad durante más de diez años.

el rey se convirtió en galán –señalo el 31 de mayo de 1774 el padre Baudeau en su crónica -, le dijo a la reina: ¿te gustan las flores? Bueno! Tengo un ramo de flores para ti. Este es el Petit Trianon”.

“señora, ahora soy capaz de satisfacer sus gustos -según los relatos de Bauchaumont- os ruego que acepte para su uso el Petit Trianon. Estos bellos lugares siempre han sido la residencia favorita de los reyes y debe así ser suyo”.


Con Trianón, este espíritu desocupado ha encontrado por fin una ocupación, un juego, que se renueva constantemente. Lo mismo que a la modista vestido tras vestido, lo mismo que al joyero de la corte alhajas siempre distintas, también tiene María Antonieta que encargar siempre algo nuevo para adornar su pequeño reino; al lado de la modista, del joyero, del director de ballets, del profesor de música y del maestro de baile, ahora el arquitecto, el constructor de jardines, el pintor, el decorador, todos estos nuevos ministros de su reino en miniatura, le llenan largas horas, ¡ay!, tan espantosamente largas, vaciando al mismo tiempo del modo más intenso el bolso del Estado. La principal preocupación de María Antonieta es su jardín, el cual, naturalmente, no debe semejarse en nada a los históricos jardines de Versalles; tiene que ser el más moderno, el más a la moda, el más original, el más coquetón de toda aquella época, un verdadero y auténtico jardín rococó.

De nuevo, María Antonieta, sabiéndolo o no sabiéndolo, sigue con este deseo el transformado gusto de su tiempo. Pues la gente ya está harta de los campos de césped, llanos y trazados a cordel por el general de jardinería Le Nôtre; de los setos recortados como con una navaja de afeitar, de sus geométricos adornos fríamente calculados en la mesa de dibujo, todo lo cual debía mostrar ostentosamente que Luis XIV, el Rey Sol, no sólo obligó al Estado, a la nobleza, a las clases sociales, a la nación entera, a adoptar la forma exigida por él, sino también al paisaje. La gente ha contemplado hasta hartarse esta verde geometría; está fatigada de esta masacre de la naturaleza; lo mismo que en todo el malestar cultural de la época, también en este punto vuelve a ser el enemigo de la «sociedad» Jean-Jacques Rousseau, el que pronuncia la palabra salvadora al exigir en La nueva Eloísa un «parque natural» .

Grabado que muestra el jardín ingles del Petit Trianon.
Cierto que, indudablemente, María Antonieta no ha leído jamás La nueva Eloísa. A Jean-Jacques Rousseau lo conoce, en el mejor de los casos, como compositor de ese rústico musical que se llama Le devin du village . Pero las concepciones de Jean-Jacques Rousseau flotan entonces en el aire. Marqueses y duques tienen los ojos llenos de lágrimas cuando se les habla de este noble defensor de la inocencia ( homo perversissimus en su vida privada). Le están agradecidos porque, después de haber agotado ellos todos los procedimientos para excitar sus nervios, les ha revelado dichosamente un último incentivo: el juego con la ingenuidad, la perversión de la inocencia, el disfraz de lo natural. Claro que también María Antonieta quiere tener ahora un jardín «natural», un paisaje «inocente»; a la verdad, el más natural de todos los jardines naturales de última moda. Y para ello reúne a los mejores y más refinados artistas del tiempo, a fin de que, del modo más artificial, le creen, a fuerza de sutileza, el jardín más ultranatural.

El templo del amor en el Trianon!
sin duda uno de los lugares mas hermosos y símbolo del amor entre Luis y Marie Antoinette.
Porque, ¡moda del tiempo!, se pretende en estos jardines «anglochinescos» no sólo representar a la naturaleza, sino la totalidad de la naturaleza; en el microcosmos de un par de kilómetros cuadrados figurar, en un resumen de juguete, el universo entero. Todo debe estar reunido en este minúsculo terreno: árboles franceses, indios y africanos, tulipanes de Holanda, magnolias del Mediodía, un lago y un riachuelo, una montaña y una gruta, románticas ruinas y casas de aldea, templos griegos y perspectivas orientales, molinos de viento holandeses, el norte y el sur, el este y el oeste, lo más natural y lo más extraño, todo artificial y todo que parezca auténtico, hasta un volcán arrojando fuego y una pagoda china quiso primitivamente el arquitecto estilizar en aquel trozo de terreno, grande como la mano, felizmente pareció que su proyecto resultaba demasiado caro. Impulsados por la impaciencia de la reina, centenares de obreros comienzan a hacer surgir como por encanto siguiendo los planes del constructor y del pintor, en medio del paisaje real, otro paisaje lo más pintoresco posible a intencionadamente tierno y natural. 

Detalle de una pintura del Belvédère y la gruta en el Petit Trianon de Claude-Louis Chatelet, 1785. 
Primeramente se traza un suave y líricamente murmurador arroyuelo, imprescindible accesorio de todo auténtico idilio pastoril, que come entre las praderas; cierto que el agua tiene que ser conducida desde Marly por una tubería de dos mil pies de largo, con la cual, al mismo tiempo, corre también mucho dinero por aquellos tubos; pero, y esto es lo principal, los meandros de su curso tienen un delicioso aspecto natural. Susurrando suavemente, desemboca el arroyo en el lago artificial, con islas no menos artificiales; se inclina amablemente para pasar bajo los lindos puentes, sostiene graciosamente el deslumbrante plumaje blanco de los cisnes. Como brotando de unos versos anacreónticos, se lanza un peñasco artificial con musgo, una disimulada y artificial gruta de amor y un romántico belvedere; nada permite sospechar que este paisaje, tan conmovedoramente ingenuo, haya sido dibujado, antes de nacer. en innumerables pliegos de colores y que de toda su traza fueran hechos primero veinte modelos de yeso, en los cuales el lago y el arroyuelo estaban representados con trozos de espejo recortados, y las praderas y árboles, lo mismo que en un «nacimiento», por medio de musgo teñido y pegado. Pero adelante.
 
Cada año tiene la reina un nuevo antojo; instalaciones cada vez más selectas y «naturales» deben hermosear su imperio; no quiere esperar hasta que estén pagadas las antiguas cuentas; tiene ahora su juguete y quiere seguir jugando con él. Como esparcidas a la casualidad y, sin embargo, bien calculado el sitio en que se alzan por el romántico arquitecto de la reina, se colocan en el jardín, para aumentar sus encantos, pequeñas preciosidades. Un templecillo consagrado al dios de aquella época, el templo del Amor, se levanta sobre una colinita, y su rotonda, abierta a la antigua, muestra de una de las más hermosas esculturas de Bouchardon, un amor que se construye un arco de mayor alcance con un trozo de la maza de Hércules. Una gruta, la gruta del amor, está tallada con tal habilidad en la roca, que la pareja que allí juguetee descubre a tiempo a los que se aproximen para no dejarse sorprender en sus ternezas. A través del bosquecillo serpentean senderos que se entrelazan; las praderas están bordadas con raras especies de flores; pronto, en medio de la cortina de verde follaje, reluce un pequeño pabellón de música, construcción octogonal de un blanco deslumbrante, y con todo ello, puestas en relación con gusto tan perfecto, unas cosas junto a otras y dentro de otras que, en realidad, en medio de esta gracia, ya no se conoce el artificio estudiado y rebuscado.

Le Belvédère y vista de la gruta del amor en Trianon
En sentido político, su capricho le cuesta más caro a la reina. Pues al dejar ociosa en Versalles a toda la camarilla de cortesanos, le quita a la corte el sentido de su existencia. La dama que tiene que entregar los guantes a la reina, aquella dama que le aproxima respetuosamente su vaso de noche, las damas de honor y los gentileshombres, los miles de guardias, los servidores y los cortesanos, ¿qué van a hacer ahora sin su cargo? Sin ocupación alguna, permanecen sentados el día entero en el Oeil-de-boeuf , y lo mismo que una máquina, cuando no trabaja, es roída por la herrumbre, así se ve invadida esta corte, desdeñosamente abandonada, de un modo cada vez más peligroso, por la hiel y el veneno. Pronto llegan tan adelante las cosas, que la alta sociedad, como por un pacto secreto, evita el concurrir a las fiestas de la corte: que la orgullosa «austríaca» se divierta en su « petit Schoenbrunn», en su « petite Viena»; para recibir sólo una rápida y fría inclinación de cabeza se considera demasiado buena esta nobleza, que es tan antigua como los Habsburgos.

Gluck Playing for Marie Antoinette at the Trianon.
Cada vez más pública y francamente, crece la fronde de la alta aristocracia francesa contra la reina desde que ha abandonado Versalles, y el duque de Lévis describe muy plásticamente la situación: "En la edad de las diversiones y de la frivolidad, en la embriaguez del poder supremo, a la Reina no le gustaba imponerse traba alguna; la etiqueta y las ceremonias eran para ella motivos de impaciencia y de aburrimiento. Le demostraron... que en un siglo tan ilustrado, en el que los hombres se libraban de todos los prejuicios, los soberanos debían librarse de esas molestas ataduras que les imponía la costumbre: en una palabra, que era ridículo pensar que la obediencia de los pueblos depende del número mayor o menor de horas que la familia real pase en un círculo de cortesanos fastidiosos y hastiados... Fuera de algunos favoritos que debían su elección a un capricho o a una intriga, fue excluida toda la gente de la corte. La alcurnia, los servicios prestados, la dignidad, la alta cuna, no fueron ya títulos para ser admitido en el círculo íntimo de la familia real. Sólo los domingos podían aquellos que habían sido presentados en la corte ver durante algunos momentos a los príncipes. Pero la mayor parte de estas personas perdieron pronto el gusto por esta inútil molestia, que sabían que no les era agradecida en modo alguno; reconocieron, por su parte, que era una tontería venir hasta tan lejos para no ser mejor recibidos, y dejaron de hacerlo... Versalles, el escenario de la magnificencia de Luis XIV, adonde se venía ansiosamente de todos los países de Europa para aprender refinadas formas de vida social y de cortesía, no era ya más que una pequeña ciudad de provincia, a la cual no se iba más que de mala gana y de la cual volvían todos a alejarse lo más rápidamente posible". 

Imagenes del Petit Trianon en la serie anime Le Chevalier D'Eon.
También este peligro lo previó desde lejos María Teresa a su debido tiempo: «Yo misma conozco todo el aburrimiento y vacío de las ceremonias de corte, pero, créeme, si se las abandona surgen de ello inconvenientes aún mucho más importantes que estas pequeñas incomodidades, especialmente entre vosotros, con una nación de tan vivo carácter» No obstante, cuando María Antonieta no quiere comprender, no tiene sentido alguno el pretender razonar con ella. ¡Cuántas historias a causa de la media hora de camino separada de Versalles a que vive! Más, en realidad, estas dos o tres millas le han alejado para el resto de su vida, tanto de la corte como del pueblo. Si María Antonieta hubiese permanecido en Versalles, en medio de la nobleza francesa y siguiendo las costumbres tradicionales, en la hora del litigio habría tenido a su lado a los príncipes, a los grandes señores y al conjunto de la aristocracia. Por otra parte, si hubiese intentado, lo mismo que su hermano José, acercarse democráticamente al pueblo, los cientos de miles de parisienes, los millones de franceses la habrían idolatrado. Pero María Antonieta, individualista absoluta, nada hace para agradar a la nobleza ni al pueblo; piensa sólo en sí misma, y a causa de este capricho favorito de Trianón es igualmente mal querida tanto del primero como del segundo y del tercer estado; porque quiso estar demasiado sola gozando de su dicha, estará igualmente solitaria en su desdicha, y se ve forzada a pagar un juego infantil con su corona y con su vida. 



domingo, 28 de mayo de 2017

EL CARDENAL DE ROHAN POR IMBERT DE SAINT-AMAND

  
Louis Rene Edouard de Rohan nació en 1734. Su alto rango le permitió rápidamente convertirse en dignatario eclesiástico. Cuando María Antonieta llego a Francia, en 1770, para casarse con el delfín, fue sufragánea de su tío, el cardenal Constantin de Rohan, príncipe obispo de Estrasburgo. En ausencia de su tío, que estaba enfermo, recibió a la delfina en las puertas de la catedral y le dio la bienvenida a tierras francesas. El 21 de junio, en el próximo año, María Antonieta escribió a su madre: “se dice que el obispo sufragánea de Estrasburgo ira a Viena. Pertenece a una familia muy grande, pero su vida hasta el momento ha sido mucho más la de un soldado que de un obispo”.

Por su parte, María Theresa escribió al conde Mercy, 8 de julio: “tengo todas las razones para estar insatisfecha con la elección de una persona tan inútil para el puesto de embajador de Francia en esta corte. Me hubiera negado a recibirlo, si no hubiera sido detenida por la consideración y la molestia que causaría a mi hija esta acción”.

Jonathan Pryce como el Cardinal Louis de Rohan en el film:The Affair of the Necklace.
Una vez en Viena, el príncipe Luis, por lo que el futuro entonces cardenal representaba extraordinaria pompa y lujo. Su manera de vivir era real: él mantenía un establo de cincuenta caballos, tenía dos carros estatales con un costo de veinte mil francos cada uno, un primer caballerizo, siete ayudas de noble cuna, con su tutor y guardián, dos gendarmes que hacen los honores de la alcoba, un jefe de cocina, cuatro lacayos de librea de oro, seis ayudas de cámara de chambre, doce lacayos de la casa, dos cargadores, diez músicos revestidos en escarlata, un administrador, un tesorero; por último, para el trabajo diplomático, cuatro secretarias y cuatro caballeros. Todo esto ponía a la corte de María Theresa en ridículo. Su galantería era notoria. Siempre estaba en el teatro. Solía llevar diferente uniforme en las partidas de caza.

Un día del corpus, él y toda su embajada, en sus uniformes verdes acuchilladas con oro, rompió a través de una procesión que bloqueo su camino, para unirse a una partida de caza propuesta por el príncipe de Paar. Su prodigalidad era excesiva, y la conducta de su suite era más escandalosa. La emperatriz furiosa escribió al conde Mercy: 19 enero de 1772: “no puedo más que expresar mi desaprobación del embajador Rohan. Utiliza un lenguaje inadecuado a su condición de eclesiástico y como ministro, deja que fluya de la manera más descarada en cada ocasión, sin conocimiento de los asuntos y sin los dones necesarios, lleno de ligereza, presunción e indiferencia... su suite es también una colección de personas que tienen necesidad de mérito y de la moral”.


Todos los días María Theresa se quejó más. Ella volvió a escribir al conde Mercy, 18 marzo 1772: “el príncipe de Rohan me sagrada más y más, él es un hombre brusco... al emperador le gusta hablar con él, pero solo saca estupidez, presumiendo la charla”. 1 septiembre del mismo año: “Rohan es siempre el mismo, casi todas nuestras mujeres, jóvenes y viejas, bonitas y feas, son, no obstante, fascinadas por este villano extravagante y ridículo”. 15 mayo 1773: “él es insoportable” y en julio: “no hay necesidad de esperar cualquier cambio en la conducta del príncipe de Rohan. Él es incorregible y sus sirvientes, los sinvergüenzas, son al igual que su maestro sin valor. Corrompe mi pueblo, exactamente como su maestro corrompe la nobleza. Su insolencia va a los excesos más salvajes”.

Fue durante su embajada en Viena que Rohan perdió la amistad de María Antonieta. Una noche, madame Du Barry leyó en voz alta, en la cámara del rey, en presencia del delfín, una carta en la que el embajador describe a la emperatriz María Theresa como sostiene en una mano un pañuelo con el cual secar las lágrimas que derrama sobre los males de Polonia, mientras que en la otra está llevando una espada con la cual dividir ese desafortunado país. La carta que era confidencial, había sido escrita, no a madame Du Barry sino al duque de Aiguillon. María Antonieta, sin embargo pensaba que fue escrito a la condesa y no pudo perdonar al embajador.

El rey luis XVI recibido por el cardenal de Rohan en el portal de abadía Saint-.Waast (1778).Detalle de grabado.
Su cargo como representante de Francia solo duro dos años. Cuando Luis XVI ascendió al trono, por influencia de la condesa de Marsan fue nombrado gran limosnero de Francia, a la muerte del cardenal de la Roche-Aymon en 1777. Luego se convirtió en príncipe obispo de Estrasburgo en 1779, a la muerte de su tío, cuya sufragánea el había sido. Obtuvo el sombrero de cardenal a través del favor de Stanislao Poniatowski, rey de Polonia y la abadía de Saint-Waast, con un enorme ingreso. Fue admitido en la academia francesa y elegido director de la Sorbona.

Parte de la época en que vivió en parís, los hizo en la espléndida mansión de la Rue Vieille de Temple, que es ahora la imprenta nacional, y parte de las veces en Saverne, en un magnifico palacio. La baronesa de Oberkirch que lo visito allí en 1780, quedo impresionada por la pompa que esta representaba. Ella lo describe tan guapo, educado, majestuoso, que sale de su capilla en una sotana de seda escarlata y cubierto de joyas de un valor inestimable. Cuando él oficio en Versalles llevaba un alba, para las grandes ceremonias, encajes valiosos que apenas se atrevían a tocarlo; los brazos y el lema se dispusieron en medallones por encima de las flores grandes, y se estima en un valor de cien mil francos. En su mano llevaba un misal iluminado, una herencia familiar. “él vino a nosotros -madame de Oberkirch continuo- con un aire de galantería de una gran señor y la cortesía como yo rara vez he visto. El cardenal era altamente educado y muy amable”.

panfleto que circulo durante la época del proceso del collar, la gente comienza a darse cuenta de la corrupción en la iglesia, aunque es bastante ingenioso su forma de critica.
Este apuesto prelado, tan rico y halagado, como gran limosnero de Francia, estaba a la cabeza del episcopado y el clero, ningún obispo podía ver al rey con excepción de su permiso. Pero no estaba satisfecho con ser un príncipe de la casa de Rohan, cardenal, gran limosnero de Francia, caballero del espíritu santo, obispo de Estrasburgo, príncipe de Hildesheim, abad de Noirmoutiers y de Saint-Waast, director de la Sorbona, supervisor del asilo de ciegos, poseedor de ingresos entre 800,000 francos de los ingresos de la iglesia, miembro de la academia francesa, un hombre de la más alta moda, favorito de todas las finas damas de la corte de Viena y Versalles: este hombre ambicioso quería algo más. Lo que pidió al destino. Tener el poder ilimitado y el rango de primer ministro, la alegría de ver a todos sus rivales a sus pies.

escena del film The Affair of the Necklace, donde vemos como el cardenal sueña con la reina entregándole las insignias de primer ministro.
Pero que impidió la realización de esta visión del orgullo y la gloria. Solo una persona, la reina. ¿Cómo podría, él tan glorioso y fascinante, no tuvo éxito en conquistar a esta mujer? El príncipe de Rohan, no agrada a la reina! María Antonieta siguió manteniendo una helada actitud hacia él. Ella nunca le dirigió una palabra para el gran limosnero de Francia. Él de buena gana habría dado todos sus ingresos de la iglesia por una palabra, por una sonrisa. Su más ardiente deseo era convertirse en su favorito, el cual era el objetivo de su mente.

-tomado del libro: Marie Antoinette And The End Of The Old Regime -Imbert De Saint Amand