domingo, 1 de diciembre de 2024

LAS PEQUEÑAS CUÑADAS ELIZABETH Y MADAME CLOTILDE DE FRANCIA

translator ⬇️

Durante el otoño, Clotilde e Isabel venían de vez en cuando a pasar la tarde con su cuñada, y viceversa. “Si pudieras organizar eso en los días de lluvia…”, preguntó María Antonieta, que se pavoneaba sobre tener que quedarse dentro de las paredes cuando hacía buen tiempo. Clotilde tenía once años y el mismo carácter taciturno de su hermano mayor, el Delfín. Le gustaba quedarse en casa. Era demasiado, demasiado grande para su edad; tan gorda que en esta corte donde no se perdonaba la diferencia, había recibido el cruel apodo de Gros-Madame. Cuando María Antonieta llegó a Versalles, Clotilde no sintió simpatía por su nueva cuñada. Eran tan diferentes.

Madame Elisabeth, soeur de Louis XVI
Retrato al pastel de la princesa francesa Marie-Adélaïde Clotilde Xavière de Bourbon, también conocida como Clotilde de Francia (1759-1802), con una paloma. 1764.

Clotilde ya no tenía a sus padres. María Antonieta tuvo a su madre, ¡y qué madre! La enorme silueta de la Emperatriz parecía pararse permanentemente detrás de María Antonieta y decir: “¡Cuidado! si molestas a mi amada hija, ¡aquí estoy!” Marie-Thérèse estaba a trescientas leguas de distancia, pero todos sabían que sus pensamientos nunca dejaban a su hija. ¿Quién estaba pensando en Clotilde? Cuando María Antonieta recibía una carta de su madre o de su numerosa familia, todo Versalles lo sabía y comentaba el acontecimiento. ¿Quién escribió jamás a Clotilde?

María Antonieta vivía en un torbellino, siempre en movimiento, siempre al aire libre, en sus burros, en su carruaje, con sus lindos trajes de sillines... Clotilde, a los once años, había elegido quedarse inmóvil en casa. María Antonieta se burlaba de los demás y todos se reían de sus chistes, Clotilde temía las burlas de los demás. El rey encontraba encantador todo lo que hacía María Antonieta. Clotilde rehuía la mirada de los versalleses que le confirmaban en todo momento que no era bonita y que no contaba.

Madame Elisabeth, soeur de Louis XVI
Retrato de la pequeña Elizabeth, por Joseph Ducreux (1768).

Elizabeth tenía siete años. Era amable, animada, risueña. A diferencia de su hermana mayor, instantáneamente se enamoró de María Antonieta. Era demasiado joven para que el mensaje que Madame de Marsan había tratado de transmitir -hay que tener cuidado con los austriacos porque esta gente no es de aquí- la impresionara. Ella juró a María Antonieta la absoluta devoción y lealtad que un niño de siete años ofrece a una jovencita de quince cuando la admira apasionadamente. Durante las tardes que pasaban juntas, María Antonieta e Elizabeth nunca se separaban. Estaban riendo, bromeando, jugando. María Antonieta tenía el don de adaptarse a la edad de un niño menor que ella, de encantarle y seducirlo. Encontró muy agradable la admiración de la pequeña Elisabeth. Era nuevo para ella ser admirada. En Viena, la única persona a la que admirábamos era a Marie-Thérèse… María Antonieta descubrió que adoraba complacer y ser amada, incluso era uno de los combustibles que hacía funcionar su máquina.

Clotilde permaneció aislada. Madame de Marsan comentó:
"Madame la Delfina muestra demasiado de su predilección por Madame Elisabeth, que es la más bonita". El buen corazón de Madame la Delfina debería, por el contrario, empujarla a cuidar más de quien está más deshonrado por la naturaleza.
"¡Deshonrado, tú mismo!" respondió María Antonieta para sus adentros. ¿Qué tenía ella, ésa, para reprochar siempre? ¿Iba a pasar la tarde prodigando atenciones a esta chica gorda y melancólica a la que obviamente no le gustaba?
"¡Deshonrado, tú mismo!" pensó al mismo tiempo Clotilde cuyos ojos se habían llenado de lágrimas, pero por suerte – ¡tuvo tiempo para pensar! - nadie se percató. ¿Era realmente necesario señalarles a todos la humillación que sufrió al ver a su hermanita obviamente favorita? Y recordar una vez más – ¡y en qué plazo! – su diferencia, en caso de que alguien en esta sala tuviera la distracción de no pensar más en eso?

Estas reuniones se hicieron menos frecuentes y luego cesaron. Obviamente María Antonieta y Clotilde no se llevaban bien. Y obviamente también, María Antonieta y Elisabeth se llevaban demasiado bien. El pequeño ya no veía nada en el mundo excepto el Dauphine. Pidió cuarenta permisos al día. ¿Podría ir en el coche de la Delfina? ¿Podría dar paseos en burro con la Delfina? La Delfina se estaba probando vestidos nuevos, ¿podría ir? Temiendo que la niña cayera completamente bajo la influencia de María Antonieta y escapara de su autoridad, Madame de Marsan limitó las oportunidades de encuentro tanto como fue posible.

Madame Elisabeth, soeur de Louis XVI
Marie Antoinette, Dauphine de France, 1771

Clotilde y Elisabeth acababan de salir del apartamento de María Antonieta, se preguntó Vermond. ¿Cómo había permitido que Clotilde se volviera tan gorda, tan sola y tan triste? ¿Alguien se ocupó de lo que comió? ¿Y qué sintió ella? Sin embargo, ese era exactamente el trabajo de Madame de Marsan, ¿no? En Viena, Marie-Thérèse había elaborado la lista de lo que podían comer sus hijos. Por ejemplo, Vermond nunca había visto a María Antonieta y sus hermanos en posesión de dulces. María Antonieta, es cierto, en este punto fue un poco especial. Ella no tenía ningún interés en la comida. Se alimentó con cuatro uvas y tres bocados de brioche arrancados de la mitad de la miga, y sólo pensó en abandonar la mesa lo antes posible.

¿Por qué el delfín y sus hermanos sintieron la necesidad de absorber cantidades tan grandes de comida?... El delfín, cuando Vermond lo vio por primera vez en Compiègne, estaba saliendo de un crecimiento acelerado que había propulsado metro y medio de altura y parecía un palo largo. Pero, hoy, este crecimiento fue completo. En la mesa, Luis comió el doble de lo que come una persona con buen apetito. Mes tras mes, Vermond vio al delfín envolverse en gordura. La caza, la equitación y la herrería lo convertían en un hombre fuerte en lugar de gordo, pero ya se le notaba la barriga y la papada, y solo tenía diecisiete años.

A los quince años, su hermano Provence estaba realmente gordo. Obesidad sedentaria severa. Pero tenía un rostro agradable, una voz hermosa, una conversación alegre y variada. Siempre cuidó su apariencia. Tenía esa preocupación por sí mismo y ese aire principesco que se busca sin resultado en su hermano mayor. El joven Artois, un duende ágil y travieso, era el único que parecía escapar de esta maldición familiar del peso. Clotilde sufría en silencio, e Elizabeth, a los siete, ya estaba redonda.

Madame Elisabeth, soeur de Louis XVI
Detalle de un retrato de Charles-Philippe de France, el conde d'Artois y su hermana, Madame Clotilde por Francois-Hubert Drouais. siglo 18.

"Es igualmente sorprendente", dijo un día Vermond a Madame de Noailles, "de estos cinco niños, cuatro son demasiado gordos, mientras que su abuelo a los sesenta años es tan delgado".

-Su padre era así -respondió la señora de Noailles. A los veinte años, era obeso hasta el punto de jadear cuando subía unas escaleras. Él lo padecía. Cuando estaba con su padre, parecía mayor que él. Ocurrió que las personas que los vieron juntos por primera vez se equivocaron.

"¿Alguien, ningún médico... alguna vez recomendó una dieta moderada para estos niños, ya que sabemos que este mal de la obesidad es de familia?"

- No. Cuenta la tradición que los reyes de Francia comían Mucho y en público.

Otro símbolo de épocas anteriores, pensó Vermond. De nuevo el respeto conferido a la fuerza más primitiva, porque el que come mucho es el fuerte, el brutal, el que mata mucho en la caza, luego en la guerra si es necesario, y que en consecuencia es mejor no molestar, el jefe, es el rey... En la época de los filósofos y la Enciclopedia, ¿tenían que morir estos frágiles jóvenes príncipes de las tradiciones de los reyes francos?

domingo, 17 de noviembre de 2024

MARIE TERESA DE AUSTRIA: "LA EMPERATRIZ Y SUS HIJOS SON LA CORTE" CAP.02

translator ⬇️

In Destiny's Hands Five Tragic Rulers, Children of Maria Theresa

En comparación con las otras familias reales de Europa, los Habsburgo disfrutaban de una vida familiar relativamente pacífica. Sin embargo, no todo fue perfecto. El tercer hijo de María Teresa, el archiduque Leopoldo, se estaba ganando la reputación de ser su hijo más frustrante. Cuando era un niño pequeño, a Poldy le molestaba el generoso afecto que se derramaba sobre sus hermanos mayores. Su comportamiento “pendenciero” y “truculento” hacia sus parientes solo empeoró a medida que envejecía.

Un niño enfermizo y sensible, su intransigencia a menudo sacaba lo peor de él, lo que resultaba en pucheros y rabietas que irritaban incluso los nervios de acero de la Emperatriz. Maria Theresa estaba consternada por el comportamiento de Poldy, una vez que lo describió como "perezoso y corrupto". En resumen, era “el joven menos prometedor que se pueda imaginar”.

Una de las personas que ayudó a impulsar el comportamiento de Leopoldo no fue otra que su propia hermana, Mimi. La hija favorita de la emperatriz, Mimi, era una gran intrigante que se dedicó a atormentar a Poldy y sus otros hermanos. Solía ​​delatar a sus hermanos y hermanas ante la emperatriz, quien estuvo de acuerdo con los juicios de su hija. Mimi, que era “muy inteligente, rápida, astuta y graciosa”, exasperaba constantemente a Leopoldo. Cuando finalmente no pudo soportar más las travesuras de su hermana, la denunció públicamente en la corte por sus “maneras de regañar, su lengua afilada” y, sobre todo, su costumbre de “contarle todo a la Emperatriz”

El carácter malsano de Leopoldo se apoderó intensamente de la mente de Maria Theresa, obligándola a considerar varias opciones radicales. Una posibilidad era que ocupara un puesto honorario en el ejército. La Emperatriz explicó al tutor de Poldy, el Conde Francis Thurn, que “la ciencia de las armas” era “la única forma en que un príncipe de su nacimiento puede ser útil a la Monarquía, brillar en el mundo y hacerse especialmente amado por mí”.

In den Händen des Schicksals Fünf tragische Herrscher, Kinder von Maria Theresia
El archiduque Leopold (1747-92) - por Jean-Étienne Liotard.
Este entrenamiento militar nunca se materializó. Tampoco se sugirió que Leopoldo ingresara en el seminario católico. Su única esperanza, razonó María Teresa, era verlo casado algún día con una novia real adecuada. Por esta época, el duque de Módena estaba recorriendo Europa para encontrar un marido para su hija y heredera, Beatriz. Esto funcionó de manera fortuita para María Teresa, quien estaba más que feliz de ver a Leopoldo emparejado con la rica y bella princesa Beatriz.

Cuando la emperatriz María Teresa comenzó a planificar el futuro de Leopoldo, volvió a quedar embarazada por decimocuarta vez. En 1754, dio a luz a un hijo, Fernando. Al año siguiente, estaba embarazada de nuevo. A estas alturas ya se había convertido en una experta en maternidad, tanto que durante las primeras etapas del parto siguió trabajando en los papeles de su estado. “Mis súbditos son mis primeros hijos”, decía a menudo la Emperatriz. Se hizo eco de este sentimiento más tarde cuando declaró: “Soy la madre general y principal de mi país”.

La Emperatriz siguió trabajando en sus papeles hasta el último minuto posible. En la tarde del 2 de noviembre de 1755 dio a luz en el Hofburg a “una archiduquesa pequeña, pero completamente saludable”. En su bautismo, esta niña recibió el nombre de Maria Antonia Josepha Joanna, pero su familia siempre la llamaría “Antonia”. La historia la inmortalizaría como la reina María Antonieta de Francia.

Había una siniestra sensación de aprensión en Viena el día que nació Antoine. La Europa católica estaba absorta en la Fiesta de Todos los Santos, también conocida como el Día de los Muertos. Iglesias, palacios y otros edificios se cubrieron de negro mientras la gente recordaba solemnemente a sus seres queridos fallecidos. Más desconcertante aún fue la tragedia que sufrieron los padrinos del infante, el rey José I y la reina María Ana de Portugal, ese mismo día. Un devastador terremoto había golpeado Lisboa, matando a 30.000 personas. Estos serían los primeros de muchos signos ominosos asociados con María Antonia.

Con la incorporación de Antoine en 1755, la estirpe de María Teresa se había convertido realmente en un pequeño ejército privado, con algunas diferencias de edad considerables. Joseph tenía catorce años, Amalia nueve, Poldy ocho y Charlotte cuatro. Al año siguiente, la Emperatriz dio a luz a su último hijo, Maximiliano ("Max"). María Teresa y Francisco I jugaron papeles vitales en la política continental, moldeando radicalmente la vida de sus hijos. Pero como veremos, sus propias personalidades, combinadas con sus relaciones individuales con su madre, moldearían aún más a los gobernantes que estos cinco niños especiales estaban destinados a convertirse. 

In den Händen des Schicksals Fünf tragische Herrscher, Kinder von Maria Theresia
Maximilian Franz cuando tenía dos o tres años.
Como madre, María Teresa adoptó un enfoque diferente para tratar con cada uno de sus hijos. En ninguna parte fue más obvio este contraste que en la ternura que mostró a la pequeña Antoine en comparación con lo estricta que era con el archiduque Joseph. Ella insistió en una educación de estilo militar para Joseph, quien se rebeló contra el “abarrotamiento despiadado” que tuvo que soportar. Una vez, frustrada por la falta de voluntad de su hijo para hacer lo que le decían, María Teresa levantó las manos en el aire y se quejó: “Mi José no puede obedecer”

Joseph causó un sinfín de estrés a su madre. En su adolescencia, el archiduque

“se volvió mercurial. La emperatriz no estaba ciega a la personalidad problemática de su hijo mayor. Era inteligente pero apático como su padre y obstinado como su madre. Su relación con sus hermanos no fue menos fácil, ya que Joseph tenía tendencia a ser sarcástico con ellos, incluso frente a extraños". María Teresa instó a sus tutores a convertirlo en un príncipe ideal, dando instrucciones sobre cómo tratar con el heredero, quien disfrutaba de “ser honrado y obedecido” y encontraba “las críticas… casi insoportables. Con tendencia a complacer sus caprichos”, se descubrió que Joseph era “deficiente en cortesía e incluso grosero”. Por mucho que María Teresa tratara de refrenar la obstinación e indiferencia de su hijo mayor, él siempre haría las cosas a su manera y causaría ansiedad a su madre.

La personalidad difícil de Joseph le valió el apodo de "Starrkopf " ("Terco") de la Emperatriz. Pero también heredó gran parte de la inteligencia de su madre. Junto con sus hermanas Marianne, Amalia e Elizabeth, José asistía a los salones de María Teresa, donde “las reflexiones sobre el mundo, las cortes y los deberes de los príncipes eran los temas habituales de conversación”.

Notablemente ausente de estas sesiones sobre la iluminación estuvo el emperador Francisco. Era un gran mérito del Emperador que sus hijos disfrutaran de una vida familiar tranquila, pero José no lo vio de esa manera. Francisco era un padre absolutamente devoto, pero nunca hubo duda de que el poder real recaía en la Emperatriz. A José le molestaba el papel titular que había asumido su padre, creyendo que era poco más que “un holgazán rodeado de aduladores”. Pero Francisco I también era legendario por su alegría de vivir y entusiasmo por la vida. Al permitir que María Teresa ejerciera la mayor parte del poder, a Francisco se le dio más tiempo para pasar con sus hijos y dedicarse a su amor por las actividades al aire libre. Nadie estaba más feliz con este arreglo que el mismo Francisco, quien una vez bromeó con las damas de honor de su esposa:

“No te preocupes por mí. yo soy sólo el marido; la Emperatriz y sus hijos son la corte.”

In den Händen des Schicksals Fünf tragische Herrscher, Kinder von Maria Theresia
La vida familiar dea emperatriz reprendiendo a sus hijos ( grabado de 1750).
Al igual que sus hermanos y hermanas mayores, los primeros años de María Carolina los pasó en los espectaculares palacios de sus padres. Además de dividir su tiempo entre el Hofburg y Schönbrunn, la familia imperial también disfrutó pasar tiempo en su finca en la pintoresca ciudad de Laxenburg en la Baja Austria.

Laxenburg se convirtió en la residencia de la familia cuando los Habsburgo compraron por primera vez el Castillo Viejo de la ciudad en 1333. En los primeros años de su reinado, María Teresa hizo construir dos nuevos palacios cerca, el Blauer Hof y el Neues Schloss. Finalmente, los terrenos fueron rediseñados después de un jardín paisajista inglés. Más tarde se construyeron una serie de estanques artificiales y se construyó otro palacio, Franzensburg (llamado así por el emperador Francisco I), en una de las islas.

Fue en Laxenburg donde Charlotte pudo ver a sus padres librarse de la estricta etiqueta de la corte que los atormentaba en Viena. Los palacios de Laxenburg eran tan pequeños que la multitud de cortesanos que normalmente seguían al Emperador y la Emperatriz se vieron obligados a encontrar habitaciones en la ciudad, lejos de la familia imperial.

María Teresa y Francisco I prefirieron criar a sus hijos en este tipo de ambiente, libre de rangos y títulos. Se animó encarecidamente a Charlotte y sus hermanos a asociarse con niños "normales" fuera de su círculo real. El Emperador y la Emperatriz hicieron lo mismo relajando las reglas del protocolo y permitiendo que personas de mérito entraran a la corte. María Teresa creía que era importante para ella ser “accesible a todos. Había acostumbrado a los campesinos a abordarla en sus paseos; ella había visitado para indagar y aliviar sus necesidades.”

Una de esas personas “comunes” que visitó Viena durante este tiempo en la vida de Charlotte no fue otra que “el niño pequeño de Salzburgo”, Wolfgang Amadeus Mozart. Invitado a Schönbrunn junto con su padre y su hermana, el pequeño Mozart interpretó espléndidamente el clavicémbalo y el piano. Después de que terminó de tocar, corrió hacia María Teresa, "le rodeó el cuello con los brazos y la besó con entusiasmo". El padre de Mozart, Leopold, escribió más tarde a un amigo: “Sus majestades nos recibieron con tanta amabilidad que, cuando lo cuente, la gente dirá que me lo he inventado”.

In den Händen des Schicksals Fünf tragische Herrscher, Kinder von Maria Theresia
La pequeña Archiduquesa Charlotte por Jean-Etienne Liotard
En comparación con sus hermanos, la archiduquesa Amalia recibió muy poco amor o atención por parte de su madre. Desde muy temprana edad, ella y la Emperatriz mantuvieron una relación tensa, casi indiferente. Nunca se cuestionó que María Teresa amaba a su hija, pero no siempre supo expresarlo. La atención que recibía Amalia solía ser en forma de crítica o comparación con alguna de sus hermanas.

Una autora ha observado que, en comparación con sus hermanos y hermanas, “Amalia… era una figura mucho menos amenazante; no era tan inteligente, ni tan interesante, ni tan bonita, ni tan graciosa, y por todas estas razones María Teresa no la amaba mucho" Vivir bajo la atenta mirada de su madre, sin duda, hizo que Amalia se sintiera muy consciente de sus propios defectos.  Pero a pesar de estar detrás de sus hermanas en el favor de la Emperatriz, cuando era una adolescente, Amalia brillaba en la sociedad vienesa. También fue muy solicitada como posible novia real. El famoso virtuoso italiano Metastasio se entusiasmó con su “voz encantadora” y su “figura angelical”.

Muchos príncipes extranjeros que visitaron Viena se enamoraron de Amalia, incluido el joven y apuesto príncipe Carlos de Zweibrücken. Amalia no lo sabía en ese momento, pero Charles estaba apasionadamente enamorado de ella y estaba esperando su momento hasta que pudiera proponerle matrimonio formalmente.

A diferencia de Joseph, Amalia recibió una educación liviana que se centró principalmente en la “necesidad de presentarse y desempeñarse con gracia en las funciones de la corte”. Para las archiduquesas se hizo especial hincapié en las obras de Gluck, Wagenseil, Joseph Stephan y Johann Adolf Hasse. Las niñas Habsburgo recibieron una educación mucho mayor en arte e historia que en geografía o matemáticas. Se les enseñaba “caligrafía, lectura y francés, con una o dos horas escasas a la semana dedicadas al estudio de mapas y lectura de cuentos”. Mientras los niños se entrenaban en esgrima, las niñas se dedicaban a la costura.

In den Händen des Schicksals Fünf tragische Herrscher, Kinder von Maria Theresia
La Archiduquesa María Amalia por Jean Etienne Liotard (1762)
El otro énfasis que se puso en todas las archiduquesas fue la necesidad de docilidad y completa obediencia. Francisco I se aseguró de que sus hijas leyeran obras como Les Aventures de Télémaque de François Fénelon, que “subrayaba la importancia de las mujeres de laboriosidad y destreza” además de “modestia y sumisión”. En cuanto a María Teresa, fue “bastante inequívoca” en cuanto a la “necesidad de total obediencia y sumisión de las archiduquesas”.

En 1760, el archiduque José de Austria era un adolescente al borde de la edad adulta. En una era en la que la muerte a una edad temprana era un lugar común, se estaba volviendo famoso por su constitución robusta junto con una personalidad tenaz. También fue considerado uno de los príncipes más apuestos de Europa, con “abundancia de cabello castaño claro, cayendo en rizos sobre sus hombros, con un semblante expresivo y animado, una nariz aguileña y una fina dentición”.

Con un hijo que se convirtió en hombre, María Teresa se dio cuenta de que tendría que moverse rápidamente si quería ver a José emparejado con una novia real adecuada. Siempre la madre ambiciosa, imaginó un futuro espectacular para su hijo. María Teresa estaba decidida a ver a José casarse con una princesa que algún día sería una emperatriz brillante, pero era más fácil decirlo que hacerlo.

Europa a fines del siglo XVIII era un juego de ajedrez político de alianzas e intrigas. Cien años de guerra entre los poderes monárquicos dividieron el continente. Prusia y Gran Bretaña, potencias y enemigos tradicionales, se convirtieron en aliados formales y remodelaron el equilibrio de poder en Europa en lo que se conoció como la Revolución Diplomática de 1756. Austria, España y Francia, ansiosos por preservar sus propios intereses, se unieron por primera vez. Es interesante notar que este nuevo orden político trajo una clara división entre la Europa católica y la protestante.

In den Händen des Schicksals Fünf tragische Herrscher, Kinder von Maria Theresia
Atribuido a Martin van Meytens: el joven archiduque José, hacia 1765, pintura al óleo.
Este nuevo triunvirato provocó una reacción estridente en Europa. La unión de Austria y España bajo los Habsburgo era todavía un recuerdo reciente, pero una alianza con Francia fue un movimiento sin precedentes. El ministro británico en Viena confrontó rápidamente a María Teresa sobre este cambio de política exterior. “Estoy lejos de ser francesa en mi disposición -le dijo- y no niego que la corte de Versalles ha sido mi enemigo más acérrimo… pero tengo poco que temer de Francia”. El ministro británico replicó: "¿Se humillará usted, la emperatriz y archiduquesa, hasta el punto de arrojarse a los brazos de Francia?". “No a los brazos -replicó ella- sino del lado de Francia”.

Durante el proceso de paz que siguió, María Teresa y sus homólogos masculinos, el rey Carlos III de España y el rey Luis XV de Francia, descubrieron que cada uno de ellos tenía familias numerosas con muchos hijos. No se puede decir con certeza quién sugirió la idea por primera vez, pero estos tres gobernantes influyentes acordaron los matrimonios de sus hijos reales. Conocido como el Pacto de Familia, este papel redactado y firmado en Madrid, Versalles y Viena determinaría por sí solo el destino de los cinco hijos reinantes de María Teresa.

El Archiduque José fue el primero de sus hermanos en ver su vida impactada por este documento. En la búsqueda de una esposa para José, María Teresa estaba ansiosa por verlo casarse con un miembro de la familia del rey Carlos III. Los Habsburgo una vez gobernaron España, y la Emperatriz soñaba con ver reunidas estas dos casas reinantes. Carlos III estaba menos motivado por la ambición imperial y más por el afecto paternal. Este rey legendario transmitía un aura de fría majestad, pero en realidad era un hombre muy cálido y afectuoso. Su motivación al firmar el Pacto de Familia fue ver a sus hijos bien establecidos en la vida; lo llamó un "affaire de Coeur , no un affaire politique".

In den Händen des Schicksals Fünf tragische Herrscher, Kinder von Maria Theresia
Perfil del archiduque Joseph 
Al igual que la emperatriz María Teresa, el rey Carlos III fue una persona de notables talentos y ambiciones. Cuando tenía cuarenta años, ya había honrado tres tronos europeos. Hijo del primer rey Borbón de España tras la extinción del linaje de los Habsburgo, el ex infante Carlos fue llamado a tomar las riendas del poder en Italia, primero como duque de Parma en 1732. Después de liderar con éxito un ejército a la victoria contra los austriacos en la Guerra de Sucesión de Polonia de 1733-1738, Don Carlos se convirtió en el primer rey moderno de Nápoles y Sicilia en 1735, tomando el nombre de Carlo VII. Pero cuando su medio hermano, el rey Fernando VI de España, murió sin hijos en 1759, regresó a Madrid para reinar como rey Carlos III.

Carlos también tenía una familia numerosa que podría (y lo haría) casarse fácilmente con las otras casas reinantes de Europa. Cuando firmó el Pacto de Familia, Carlos esperaba concertar matrimonios felices y prósperos para sus trece hijos. También representó los intereses de su hermano Felipe, duque de Parma. Si el éxito se medía por conexiones, el alcance de la familia de Carlos III le otorgaba el monopolio en Europa. Era padre de dos futuros reyes y una emperatriz, y estaba destinado a ser el abuelo de un emperador, una emperatriz, dos reyes y cinco reinas. En compañía de tan distinguidos parientes, la sobrina de Carlos, la renombrada princesa Isabel de Parma, fue considerada una esposa perfecta para José de Austria.

Citado de: In the Shadow of the Empress : The Defiant Lives of Maria Theresa, Mother of Marie Antoinette, and Her Daughters. Nancy Goldstone (2021)

domingo, 10 de noviembre de 2024

MARIE ANTOINETTE: ULTIMO VIAJE (16 OCTUBRE 1793)

translator ⬇️
Marie Antoinette guillotined October 16, 1793
María Antonieta siendo llevada a su ejecución, 16 de octubre de 1793
A las cinco de la mañana, mientras María Antonieta escribe todavía su última carta, tocan ya a llamada los tambores en todas las cuarenta y ocho secciones de París. A las siete está en pie toda la fuerza armada; cañones dispuestos a ser disparados cierran los puentes y las grandes calles; destacamentos de guardia atraviesan la ciudad con bayoneta calada; la caballería forma grandes filas... Un inmenso movimiento de soldados, y todo contra una única mujer que ella misma no quiere otra cosa sino llegar pronto al fin. Con frecuencia, la fuerza tiene más miedo de la víctima, que la víctima de la fuerza. A las siete, la criada del carcelero se desliza silenciosamente en el calabozo. Sobre la mesa arden todavía las dos luces de cera; en el rincón está sentado el oficial de gendarmería, como una sombra vigilante. AL principio, Rosalía no ve a la reina; sólo después nota, toda espantada, que María Antonieta, completamente vestida de su negra ropa de viuda, está tendida en el lecho. No duerme. Sólo está fatigada y agotada por sus permanentes pérdidas de sangre.

La tierna aldeanita se aproxima temblorosa, conmovida por doble compasión: de la condenada a muerte y de su reina. «Señora -pronuncia sobrecogida al acercarse-, ayer por la noche no tomó usted ningún alimento, y casi nada durante el día. ¿Qué desea hoy por la mañana?» « Hija mía -le responde la reina sin levantarse-, ya no necesito nada; para mí está ya todo terminado.» Pero, como la muchacha le ofrezca de nuevo, insistentemente, una sopa que ha preparado especialmente para ella, acaba por decir, fatigada: « Bueno, Rosalía, tráigame usted el bouillon ». Toma algunas cucharadas; después, la muchachita la ayuda a cambiar de traje. Han recomendado a María Antonieta que no vaya al cadalso con la negra ropa de luto con que compareció ante los jueces: el llamativo traje de viuda podría excitar al pueblo. María Antonieta -¡qué le importa ahora un vestido!- no opone ninguna resistencia y decide llevar un ligero traje blanco de mañana.

Marie Antoinette guillotined October 16, 1793

Pero tampoco para esta última molestia le es ahorrada una última humillación. En todos estos días, la reina ha perdido sangre incesantemente; todas sus camisas están manchadas de ella. Por el natural deseo de recorrer corporalmente limpia su último camino, quiere cambiar ahora de camisa y ruega al oficial de gendarmes que está de guardia que se retire durante un momento. Pero el hombre, que tiene el severo encargo de no perderla de vista ni un segundo, declara que no le es permitido abandonar su puesto. Por tanto, se acurruca la reina en el estrecho espacio entre la cama y la pared, y mientras se cambia la camisa, la cocinera, compasiva, se coloca delante de ella para ocultar su desnudez. Pero ¿qué hacer con la ensangrentada camisa? Se avergüenza la mujer de dejar aquel lienzo maculado bajo la vista de aquel hombre desconocido, expuesto a las curiosas miradas de los que, pocas horas más tarde, deben venir para repartir la ropa de su pertenencia. Por tanto, la arrolla rápidamente en un pequeño envoltorio y lo introduce en un hueco que hay en el muro, detrás de la estufa.

Se viste entonces la reina con especial cuidado. Desde hace más de un año no ha vuelto a pisar la calle ni ha visto sobre su cabeza el cielo libre y dilatado: precisamente este último deseo debe hacerlo limpia y decentemente vestida; no es una vanidad femenina lo que la determina a ello, sino el sentimiento de la dignidad en esta hora histórica.

Marie Antoinette guillotined October 16, 1793

Cuidadosamente se ajusta el blanco vestido mañanero, envuelve su cuello con un fichu de suave muselina, escoge sus mejores zapatos; oculta sus encanecidos cabellos con una cofia de dos volantes. A las ocho llaman a la puerta. No, no es todavía el verdugo. No es más que el que le precede, el sacerdote; pero uno de esos que han prestado juramento a la República. La reina se niega cortésmente a confesarse con él; sólo reconoce como verdaderos servidores de Dios a los sacerdotes no juramentados, y, a la pregunta de si debe acompañarla en sus últimos pasos, responde con indiferencia: «Como usted quiera» .

Esta aparente indiferencia es, hasta cierto punto, el muro protector tras el cual prepara María Antonieta su energía para el último viaje. Cuando, a las diez de la mañana, entra el ejecutor Sansón, joven de estatura gigantesca, para cortarle los cabellos, deja tranquilamente que le ate las manos a la espalda y no opone ninguna resistencia La vida, ya lo sabe, no es posible salvarla; únicamente el honor. Pues ahora, ¡a no mostrar debilidad alguna delante de nadie! Sólo conservar la fortaleza y enseñar a todos los que desean verlo cómo muere una hija de María Teresa.

Marie Antoinette guillotined October 16, 1793
Un grabado de María Antonieta con las manos atadas a la espalda, de una reimpresión británica del registro de su juicio. Alrededor de 1795.
Hacia las once se abren las puertas de la Conserjería. Fuera está la carreta del verdugo, una especie de carro con adrales y al cual está enganchado un poderoso y pesado caballo. Luis XVI había sido conducido todavía a la muerte, solemne y respetuosamente, en su cerrada carroza de corte, protegido por las paredes de cristal contra la más grosera curiosidad y el más ofensivo odio. Pero, después, la República ha seguido avanzando desmedidamente en su camera impetuosa; también exige igualdad en el viaje de la guillotina; una reina no debe morir más cómoda que cualquier otro ciudadano; un carro de adrales es suficiente para la viuda de Capeto. Como asiento le sirve sólo una tabla puesta entre los travesaños, sin almohadón ni cubierta alguna; también madame Roland, Danton, Robespierre, Fouquier, Hébert, todos los que envían ahora a María Antonieta hacia la muerte, harán su último viaje sobre la misma dura tabla; sólo un breve trecho de camino precede la condenada a sus condenadores.

Primeramente surgen del oscuro pasillo de la Conserjería algunos oficiales, y detrás de ellos toda una compañía de la guardia con el fusil al hombro; después María Antonieta, tranquila y con seguro paso. El verdugo Sansón lleva cogido el extremo de la larga cuerda con la cual ha atado a la espalda las manos de la reina, como si hubiese peligro de que su víctima, rodeada de centenares de guardias y soldados, pudiera todavía escaparse.

Marie Antoinette guillotined October 16, 1793

Involuntariamente, la muchedumbre queda sorprendida por esta humillación insospechada a innecesaria. No se alza ninguno de los sarcásticos gritos habituales. En completo silencio, se deja que la reina avance hasta la carreta. Llegados allí, Sansón le ofrece la mano para subir. Junto a ella se sienta el clérigo Girard, vestido de paisano, mas el verdugo permanece en pie, inconmovible el semblante, con la cuerda en la mano; lo mismo que Carón las almas de los difuntos, lleva a diario su cargamento, con impasible corazón, a la otra orilla del río de la vida. Pero esta vez, tanto él como sus ayudantes, durante todo el trayecto llevan bajo el brazo el sombrero de tres picos, como si quisiesen disculparse de su triste oficio ante la mujer indefensa que conducen al patíbulo.

La miserable carreta avanza lentamente, bamboleándose sobre el pavimento. Con toda intención se deja tiempo para que cada cual pueda considerar suficientemente este espectáculo único. Sobre su duro asiento, le daña a la reina hasta el tuétano de los huesos cada vaivén de la grosera carreta sobre el mal pavimento, pero, inconmovible el pálido semblante, con sus ojos orlados de rojo mirando fijos ante sí, María Antonieta no da ninguna muestra de miedo o de dolor a las apretadas filas de curiosos. Reconcentra todas las fuerzas de su alma para mantenerse enérgica hasta el final, y en vano sus más crueles enemigos acechan para sorprender en ella un momento de debilidad o desaliento. Pero nada desconcierta a María Antonieta, ni siquiera que, junto a la iglesia de Saint-Roch, las mujeres allí reunidas la reciban con los habituales sarcásticos clamores, ni que el comandante Grammont, para animar la fúnebre escena, cabalgue delante del carro de la muerte con su uniforme de guardia nacional y, blandiendo el sable, exclame: « ¡Aquí tenéis a la infame Antonieta! Se ha fastidiado ahora, amigos míos». 

Marie Antoinette guillotined October 16, 1793
María Antonieta conducida a la horca - François Flammeng 1887
El semblante de la reina permanece inmóvil, como de bronce; parece no oír ni ver nada. Las manos atadas a la espalda le hacen levantar un poco más la cabeza; mira derechamente ante sí, y todos los abigarrados y bárbaros cuadros de la calle no penetran ya en sus ojos, que, en su interior, se encuentran ya anegados por la muerte. Ni un estremecimiento mueve sus labios, ningún escalofrío recorre su cuerpo; totalmente señora de sus fuerzas, permanece allí sentada, orgullosa y desdeñada, y hasta el mismo Hébert tiene que confesar al día siguiente en su Père Duchéne : «Por lo demás, la muy bribona se mantuvo hasta el final audaz a insolente».

La gigantesca Plaza de la Revolución, la actual Plaza de la Concordia, está llena de gente. Diez mil personas se encuentran allí de pie desde por la mañana temprano, para no perder aquel espectáculo único de ver cómo una reina, según la grosera frase de Hébert, es «afeitada por la navaja nacional». Horas enteras lleva ya de espera la curiosa muchedumbre. Para no aburrirse, se charla un poco con una linda vecinita, se ríe, se bromea, se compran periódicos o caricaturas a los voceadores, se hojea el más reciente folleto de la actualidad: Les Adieux de la Reine à ses mignons et mignonnes o Grandes fureurs de la ci-devant Reine. Se trata de adivinar, en voz baja, qué cabezas caerán aquí, en el cesto, en los días siguientes, y, mientras tanto, se adquiere limonada, panecillos o nueces de los vendedores callejeros: la gran escena bien merece un poco de paciencia.

Marie Antoinette guillotined October 16, 1793

Sobre este hervidero de curiosos, negro y ondulante, se elevan rígidamente dos siluetas, las únicas cosas sin vida en aquel espacio cargado de animación humana: la esbelta línea de la guillotina, con su puente de madera que lleva del más acá al más allá; en lo alto de su yugo centellea, bajo el turbio sol de octubre, el brillante indicador del camino, la cuchilla recién afilada. Ligera y esbelta, se recorta sobre el cielo gris, juguete olvidado de un dios horrendo, y los pájaros, que no sospechan la tenebrosa significación de este cruel instrumento, juguetean despreocupadamente sobre él en sus revoloteos. Severa y grave se levanta allí al lado, dominando a esta tremenda puerta de la muerte, la gigantesca estatua de la Libertad, sobre el pedestal que sostuvo en otro tiempo la estatua de Luis XV.

Tranquilamente se muestra allí sentada la inaccesible diosa, coronada la cabeza con el gorro frigio, meditando con la espada en la mano; permanece allí sentada, piedra sobre piedra, la diosa de la Libertad, y mira soñadora ante sí. Sus blancos ojos sin pupila miran más allá de la muchedumbre, eternamente inquieta, que se tiende a sus pies, y mucho más allá de la inmediata máquina mortífera, fijándose en algo lejano a invisible. No ve en torno suyo lo humano, no ve la vida, no ve la muerte, la incomprensible y eternamente diosa amada, con sus soñadores ojos de piedra. No oye los gritos de todos aquellos que la llaman, no advierte las guirnaldas que se cuelgan en torno a sus rodillas de piedra, ni la sangre que abona la tierra bajo sus pies. Símbolo de un eterno pensamiento, extraño entre los hombres, permanece silenciosa y contempla en la lejanía una invisible meta. Ni pregunta ni sabe qué cosas se realizan en su nombre.

Marie Antoinette guillotined October 16, 1793
María Antonieta sentada en un carro, junto a Girard, sacerdote constitucional de Saint-Landry
De pronto se agita la muchedumbre, se alza en conmoción, para quedar después súbitamente muda. En este silencio se oyen ahora unos salvajes gritos que llegan desde la calle Saint-Honoré; se ve la caballería que precede al cortejo, y después, bamboleándose al dar la vuelta a la esquina, la trágica carreta con la mujer amarrada que en otro tiempo fue señora de Francia; de pie, detrás de ella, con la cuerda llevada orgullosamente en una mano y humildemente el sombrero en la otra, viene Sansón, el verdugo. Un silencio total se hace ahora en la plaza gigantesca. Los vendedores no lanzan sus pregones, enmudece toda lengua; tan grande llega a ser el silencio, que se perciben los pesados pasos del caballo y el chirriar de las ruedas. Las diez mil personas que poco antes charlaban y se reían animadamente, se sienten de pronto oprimidas y contemplan con una mágica emoción de horror a la pálida mujer atada que no mira a nadie. Sabe que aquello no es más que la última prueba. Sólo cinco minutos hasta morir, y después la inmortalidad.

La carreta se detiene delante del patíbulo. Tranquila y sin auxilio de nadie, «con aire aún más sereno que al salir de la prisión», asciende la reina, rechazando toda ayuda, las escaleras de tablas del cadalso; sube exactamente con la misma alada facilidad, calzando sus negros zapatos de satén de tacones altos, por esta última escalera, como en otro tiempo por las escalinatas de mármol de Versalles. Ahora, por encima del repulsivo verbeneo de las gentes, una última mirada que se pierde en el cielo. ¿Reconoce, al otro lado de la plaza, en medio de 1a neblina otoñal, las Tullerías, en las que ha vivido y sufrido indecibles dolores? ¿Recuerda todavía, en estos últimos minutos, ya los postreros, el día en que estas mismas muchedumbres la saludaron con entusiasmo, en el mismo jardín, como heredera del trono? No se sabe. Nadie conoce los últimos pensamientos de un moribundo. Ya está terminado todo. Los verdugos la cogen por los hombros; la arrojan, con un rápido impulso, sobre el tablero, con la nuca bajo el filo; un tirón de la cuerda, un relámpago de la cuchilla, que cae zumbando, un golpe sordo, y Sansón coge ya por los cabellos la cabeza que se desangra, alzándola bien visible a los cuatro lados de la plaza.

Marie Antoinette guillotined October 16, 1793

De repente, el horror que cortaba el aliento de las diez mil personas se resuelve ahora en un salvaje grito de «¡Viva la República!» que retumba al salir de unas gargantas libradas ahora de una furiosa congoja. Después, la muchedumbre se dispersa casi presurosa. Parbleu! , realmente son ya las doce y cuarto, más que tiempo para la comida del mediodía; ahora, de prisa a casa. ¿Para qué estar aún más tiempo dando vueltas por allí? Mañana, y todas las próximas semanas, y meses, podrá casi todos los días, en la misma plaza, contemplarse veces y veces idéntico espectáculo. Es más de mediodía. La muchedumbre se ha dispersado. En un carretoncillo se lleva el ejecutor de la justicia el cadáver, con la sangrienta cabeza entre las piernas. Algunos gendarmes guardan todavía el cadalso. Pero nadie se preocupa de la sangre que va empapando lentamente la tierra; aquel lugar vuelve a quedar vacío.

Sólo la diosa de la Libertad con sus soñadores ojos de piedra, ha permanecido inmóvil en su sitio, y contempla sin cesar, allá en lo remoto, una meta invisible. No ha visto ni oído nada. Severamente, columbra una eterna lejanía más allá de las salvajes y locas acciones de los hombres. No sabe ni quiere saber qué cosas se hacen en su nombre. 

domingo, 3 de noviembre de 2024

EL DUQUE DE ORLEANS ES ENVIADO A LA GUILLOTINA (6 NOVIEMBRE 1793)

translator ⬇️
The Revolution: The Life of Philippe Egalite, Duc, d'Orleans
El grabado de Isaac Cruikshank de febrero de 1793 titulado El mártir de la igualdad: He aquí el progreso de nuestro sistema. Muestra el Duque de Orleans - alias Philippe Equality - con la cara salpicada de sangre sosteniendo la cabeza del Rey al lado de la recién inventada guillotina.
La Convención Nacional, que sucedió rápidamente a la Asamblea Legislativa, acusó al rey de traición: lo juzgó, lo condenó y lo ejecutó. El duque de Orleans, miembro de esta Convención, votó a favor de la muerte del rey. Inmediatamente siguió la abolición de la monarquía y el establecimiento de una república. Se discutió con mucho interés la cuestión de si la república debía ser federal, como la de los Estados Unidos, o integral, como las antiguas repúblicas de Grecia y Roma. El duque de Orleans abogó por la concentración del poder y la indivisibilidad de Francia. El fanatismo usurpó el lugar de la razón; la guillotina estaba ocupada; las sospechas llenaron el aire; ninguna vida estaba a salvo. El duque de Orleans se alarmó. Envió a su hija, bajo el cuidado de Madame de Genlis, a Inglaterra. Los nobles volaban en todas direcciones. Se aprobaron severas leyes contra los emigrantes. El duque, que había asumido el apellido de Egalité, o Igualdad, suscitó sospechas al colocar a su hija entre los emigrantes. Se decía que no tenía confianza en el pueblo ni en el nuevo orden de cosas. Para calmar estas sospechas, el duque envió una petición a la Convención el 21 de noviembre de 1792, que contenía la siguiente declaración:

“la menor duda es suficiente para angustiar a un padre. Os ruego, pues, conciudadanos, que me aliviéis de esta inquietud".

The Revolution: The Life of Philippe Egalite, Duc, d'Orleans
Philippe Egalité como rey de picas.
Pero en ese momento la Convención comenzó a mirar al duque de Orleans con suspicacia. Circulaban rumores de que mucha gente, cansada del republicanismo, que abarrotaba las cárceles y hacía brotar la sangre en un torrente incesante, deseaba restablecer la monarquía y colocar en el trono al duque de Orleans. La duquesa de Orleans, hija de uno de los más altos nobles, no simpatizaba con su marido en sus puntos de vista democráticos. Su despilfarro sin límites también había enajenado sus afectos, de modo que no había felicidad doméstica que encontrar en los magníficos salones del Palais Royal.

Robespierre deseaba desterrar al duque de Orleans de Francia, como un hombre peligroso, en torno al cual podría reunirse el espíritu de la realeza aún no extinguido. Movió en la Convención, "Que todos los parientes de Borbón Capeto deberían ser obligados, dentro de ocho días, a abandonar el territorio de Francia y los países entonces ocupados por los ejércitos republicanos".

The Revolution: The Life of Philippe Egalite, Duc, d'Orleans
Philippe Egalité (1747-1793) Original  grabado dibujado por Gaildrau, grabado por Pannier. 1840
La moción fue, por el momento, frustrada por la siguiente objeción de M. Lamarque:

"¿No sería el extremo de la injusticia desterrar a todos los Capetos, sin distinción? Nunca he hablado sino dos veces a Egalité. Por lo tanto, no estoy abierto a la sospecha de parcialidad, pero he observado de cerca su conducta en la Revolución. Le he visto entregarse enteramente a ella, víctima voluntaria de su promoción, sin rehuir los mayores sacrificios; y puedo afirmar verdaderamente que, de no haber sido por Egalité, nunca deberíamos haber tenido los Estados Generales, nunca deberíamos haber sido libres".

Así, el sentimiento público fluctuó. Pronto ocurrió un evento que llevó las cosas a una crisis. El general Dumouriez, ex ministro de Luis XVI, estaba al mando del ejército en la frontera norte. Disgustado con la violencia de la Convención, que silenciaba toda oposición con la corredera de la guillotina, y temeroso del peligro personal, consciente de que se sospechaba que no era muy amigo del Gobierno, resolvió abandonar el país que pensaba que estaba condenado a la destrucción, y a buscar seguridad en la huida. Louis Philippe, el hijo mayor del duque de Orleans, entonces un muchacho de unos 16 años, estaba en su personal. Huyeron juntos. Esto despertó la indignación popular en París al más alto nivel. Este joven príncipe, Luis Felipe, entonces titulado duque de Chartres, y quien, como posteriormente rey de los franceses, escribiría estas palabras: "Veo que la Convención destruye por completo a Francia". Se creía que Dumouriez había entrado en un complot para colocar al duque de Orleans en el trono y que el duque estaba al tanto del plan.

The Revolution: The Life of Philippe Egalite, Duc, d'Orleans
El joven Louis Philippe d'Orléans, duc de Chartres (1792)
hijo de Philippe Egalite. retratado por Leon Cogniet

Inmediatamente se aprobó un decreto ordenando el arresto de todos los Borbones en Francia. El duque fue arrestado y trasladado a Marsella, con varios miembros de su familia. Aquí estuvo detenido durante algún tiempo y luego fue llevado a París para ser juzgado por traición. en lugar de ser llevado al Palais-Royal, fue llevado a la Conciergerie; fue encarcelado allí en medio de la noche y encerrado en el mismo calabozo donde la reina María Antonieta había sufrido, llorado y rezado durante setenta y seis días. Al colocarlo allí, ¿Robespierre pensó en entregarlo a la tortura moral que debía?

Cansado del camino, que le habían obligado a hacer sin darle un momento de descanso, pidió una cama, ¡y ​​la que le dieron fue la del torturado real el 16 de octubre! ¡Ves al verdugo tratando de dormir en la cama de la víctima, inquieto, dándose la vuelta sin que se le acerque el sueño! ... El miserable, sin querer admitir que era el remordimiento que torturaba. El carcelero ordenó que le trajeran unos más finos... pero Igualdad no durmió más, el aire en este calabozo le dio fiebre. “El espíritu de la reina va a volver”, le gritaban los prisioneros.

The Revolution: The Life of Philippe Egalite, Duc, d'Orleans
Arresto de Philippe Egalite el 6 de abril de 1793

D'Orléans fue llevado al tribunal revolucionario, Fouquier-Tinville sometió a Igualdad a un largo interrogatorio.

Cuando se le preguntó sobre su nombre, edad, calificaciones, lugar de nacimiento y residencia, el acusado respondió:

“Louis- Philippe- Joseph Egalité, cuarenta y seis años, almirante y diputado en la convención, que habitualmente reside en París”

¿Hace cuánto dejaste de ver a Pétion?

-Desde que me aconsejó que renunciara como representante del pueblo.

¿Cómo pudiste consentir en entregar a tu hija en manos de esta traidora, de la Genlis, una mujer inteligente y pérfida?

-En verdad, he consentido en entregar a mi hija a la mujer Genlis, que no merecía mi confianza. Unió fuerzas con Pétion; Sin querer, le di mi aprobación para acompañarla a Inglaterra.

¿Cuál fue el motivo del viaje de su hija a Inglaterra? 

-La necesidad de viajar para recuperar la salud.

¿Cómo es que tú que estabas en Marsella en medio de los federalistas que apresaron y torturaron a los patriotas, te dejaron en paz?

-Me presenté ante un tribunal que, después de darme un abogado, me interrogó; no me encontró culpable.

- ¿Sabías de las maniobras de Dumouriez antes de que estallara su traición?

-No.

The Revolution: The Life of Philippe Egalite, Duc, d'Orleans

¿Cómo pretendes hacer creer a los ciudadanos juramentados que ignorabas las maniobras de este sinvergüenza, el que fue tu criatura, tú, cuyo hijo mandó bajo sus órdenes, y que huyó con él, compartiendo su traición hacia el pueblo francés; usted que tenía a su hija cerca de él y que mantenía correspondencia con él?

-Nunca he recibido de él más de dos o tres cartas que trataban sólo de asuntos completamente indiferentes.

-¿Por qué entonces en la república sufres que te llamen príncipe ?

- Hice lo que dependía de mí para evitarlo; Incluso lo puse en la puerta de mi dormitorio, observando que aquellos que me trataran de esta manera serían multados a favor de los pobres.

Su abogado asignado, el señor Voidel, que seguía apegado al príncipe acusado, lo defendió calurosamente. Entró en los detalles de la vida política de su cliente para demostrar que siempre había amado y servido a la república con todos sus medios; pero todos sus esfuerzos fueron en vano, y aquí está el veredicto de los jurados. Aunque no hubo prueba alguna en su contra, fue declarado culpable de ser "cómplice de una conspiración contra la unidad e indivisibilidad de la República", y fue condenado a muerte.

The Revolution: The Life of Philippe Egalite, Duc, d'Orleans
Egalite y su familia en cautiverio. “Histoire de la vie politique et privee de Louis- Philippe” de Dumas 1852 Colección privada

El duque, al escuchar la sentencia, respondió: "Ya que estabas predeterminado a darme muerte, deberías al menos haber buscado pretextos más plausibles para lograr ese fin; porque nunca persuadirás al mundo de que me consideras culpable. Sin embargo, ya que mi suerte está decidida, te exijo que no me dejes languidecer aquí hasta mañana, sino que ordenes que me lleven a la ejecución de inmediato ". Su solicitud no fue concedida; pero fue conducido de regreso a las celdas de la Conciergerie, para ser ejecutado al día siguiente.

El general Pierre Coustard, su ayudante de campo, diputado de la Convención, había sido condenado al mismo tiempo que él. Cuando el verdugo apareció frente a la vanguardia, Philippe Egalité estaba pálido, pero no mostraba la menor emoción. Habiéndole preguntado el verdugo si permitía que le cortaran el pelo, se sentó en una silla sin hacer ninguna observación. En este momento se trajo de vuelta a otros tres convictos. M. de Laroque entró primero. El Duc d'Orléans, que hasta ahora le había dado la espalda, se levantó, M. de Laroque lo reconoció; una viva indignación apareció en su rostro, dijo al príncipe en alta voz: "Ya no me arrepiento de mi vida, ya que el que ha perdido mi patria recibe la misma pena por sus crímenes; confieso que soy, Monseñor, muy humillado de ser obligado a morir en el mismo patíbulo que tú". El duque de Orleans volvió la cabeza y no respondió. Los rasgos del príncipe regicida se habían descompuesto, y toda la fiera bondad de su rostro había desaparecido repentinamente, y se había fundido en una palidez que ya se parecía a la de la muerte. Tan pálido, silencioso, inmóvil, era espantoso de mirar, era el crimen hecho estúpidamente impasible.

The Revolution: The Life of Philippe Egalite, Duc, d'Orleans

Eran las 4 de la tarde cuando la procesión salió de la Conciergerie. La frialdad del príncipe no lo abandonó, pero su coraje no se parecía en nada al de los girondinos y de tantas otras víctimas: su semblante indicaba indiferencia, asco más que resolución. Iba minuciosamente vestido con levita verde, chaleco blanco, calzones de piel de ciervo y botas cuidadosamente lustradas. Su cabello estaba arreglado y empolvado con cuidado.

El líder de la escolta hizo detener el carro frente al Palacio de la Igualdad (Palais-Royal), en cuya fachada se leían en letras grandes estas palabras: "Propiedad Nacional". Durante este cuarto de hora de descanso, el príncipe miró aturdido el palacio donde nació y donde por amor al dinero había albergado todos los vicios. Bajo este techo, detrás de esas ventanas cerradas, ¡qué orgías! ¡Qué proyectos culpables! ¡qué preocupaciones! ¡qué tramas! ¡Qué humillaciones! ¡Qué angustia! Cada pensamiento que le llegaba allí era como una daga atravesando su corazón. luego apartó la mirada con desdén.

The Revolution: The Life of Philippe Egalite, Duc, d'Orleans

M. de Laroque fue el primero en ser ejecutado: tomó cierta afectación al despedirse de sus compañeros, e incluso del pobre obrero, y al no hablar con el duque de Orleans. Gondier fue ejecutado en segundo lugar, luego el general Pierre Coustard y finalmente el desafortunado Brousse. El príncipe vio caer cuatro cabezas sin emoción; él a su vez trepó al cadalso y miró con aire orgulloso y altivo, encogiéndose de hombros ante la multitud que lo perseguía con sus abucheos. Después de haberlo despojado de su abrigo, los asistentes quisieron quitarle las botas; se liberó de sus manos y avanzó hacia la tabla, diciéndoles: "Es tiempo perdido, me las quitaras mucho más fácilmente muerto; apresurémonos". Examinó el filo afilado del cuchillo y lo ató a la tabla. El tobogán cayó y su cabeza cayó dentro de la canasta. Un momento después, la cabeza del duque de Orleans cayó en medio de aplausos. Así pereció Louis Philippe Egalité a los 46 años de edad. Era el 6 de noviembre de 1793, diez meses después de Luis XVI. había perecido en el mismo patíbulo. 

The Revolution: The Life of Philippe Egalite, Duc, d'Orleans
Mort de Louis-Philippe. Museo Carnavalet
Su joven hijo conoció un momento de desesperación, de furia impotente, cuando, en noviembre de 1793, se enteró de la ejecución de su padre. Parece que en el momento de su muerte, Philippe-Égalité recobró el coraje y la fe, y declaró a su confesor:

– “Yo contribuí a la muerte de un hombre inocente y aquí está mi muerte, pero él era demasiado bueno para no perdonarme. Dios nos unirá a los dos con San Luis"

A partir de entonces, Luis Felipe se convirtió en duque de Orleans y jefe de su casa, o de lo que quedaba de ella.

Escena del film L'évasion de Louis XVI (2009) donde nos muestra como Philippe Egalite, Duc d'Orleans es enviado a la guillotina.

domingo, 20 de octubre de 2024

EL BESO DE LAMOURETTE (7 JULIO 1792)

translator ⬇️

EL EPISODIO SE CONOCE COMO "LE BAISER DE LAMOURETTE" (1792)

Louis XVI and Marie Antoinette during the French Revolution
El abate Lamourette busca reconciliar a todas las facciones en La asamblea legislativa: se dan muchos abrazos, pero el beso de Lamourette se convierte en sinónimo de reconciliación hueca. Fecha: 7 de julio de 1792.
Francia tuvo todavía sus momentos de entusiasmo e ilusión antes de sumergirse en el abismo de los males. Parecía bajo una alucinación, o sufriendo una especie de vértigo. Un frenesí indescriptible, tanto en el bien como en el mal, la agitó y perturbó en 1792, aquel año tan fértil en sorpresas y dramas de toda índole. ¡Época extraña y estrafalaria, llena de amor y de odio, lanzándose de un extremo al otro con espantosa inconstancia, ora llorando de ternura, ora aullando de rabia! La sociedad se asemejaba a un borracho que a veces es amable en sus copas y a veces cruel. Hubo paradas repentinas en el camino de la furia, oasis en medio de arenas abrasadoras, bajo un sol cuyo fuego consumía. Pero la caravana no descansa mucho bajo la sombra de los árboles. Rápidamente reanuda su curso como impulsado por una fuerza misteriosa.

Madame Elisabeth escribió a Madame de Raigecourt el 8 de julio de 1792: "Se necesitaría toda la elocuencia de Madame de Sévigné para describir adecuadamente lo que sucedió ayer; porque ciertamente fue lo más sorprendente, lo más extraordinario, lo más grande, lo más pequeño. Pero, afortunadamente, la experiencia puede ayudar a la comprensión. En una palabra, aquí estaban jacobinos, feuillants, republicanos y monárquicos, abjurando de todas sus discordias y reuniéndose junto al árbol de la Constitución y de la libertad, para prometer sinceramente que obrarían de acuerdo con la ley y no se apartarían de ella. Afortunadamente, llega agosto, el tiempo en que, con las hojas bien crecidas, el árbol de la libertad brindará un refugio más seguro".

¿Qué había sucedido el día antes de que Madame Elisabeth escribiera esta carta? Había habido una sesión muy singular de la Asamblea Legislativa. Por la mañana, una mujer llamada Olympe de Gouges, cuya madre era vendedora de ropa de segunda mano en Montauban, consumida por el deseo de que se hablara de ella, había hecho colocar un cartel enfático en el que predicaba la concordia entre todas las fiestas. Este cartel fue como un prólogo a la sesión del día.

Entre los diputados había un tal Abad Lamourette, obispo constitucional de Lyon, que jugaba a la democracia religiosa. Era un ex-lazarista que había sido profesor de teología en el Seminario de Toul. Cansado del yugo conventual, había dejado su orden y al comienzo de la Revolución era vicario general de la diócesis de Arras. Había publicado varias obras en las que buscaba conciliar filosofía y religión. Mirabeau era uno de sus acólitos y lo adoptó como su teólogo ordinario. Al encontrarlo apto para "obispar", para usar su propia expresión, el gran tribuno lo recomendó a los electores del departamento del Ródano. Fue así como el abad Lamourette se convirtió en obispo constitucional de Lyon. Después de su consagración, emitió una instrucción pastoral tan acorde con las ideas actuales que Mirabeau, su protector, indujo a la Asamblea Constituyente a que la enviara como modelo a todos los departamentos de Francia. En 1792, el Abad Lamourette tenía cincuenta años. Afable, untuoso, con la boca siempre llena de palabras pacíficas y dulces, predicaba con ingenuidad la moderación, la concordia y la fraternidad en conversaciones que eran como tantos sermones.

Louis XVI and Marie Antoinette during the French Revolution
Antoine-Adrien Lamourette (31 mayo 1742 - muerte en la guillotina el  11 enero 1794)
Durante varios días las discusiones en la Asamblea habían sido de una violencia sin precedentes. La sospecha, el odio, el rencor, la ira, se desencadenaban en una furia que bordeaba el delirio. Derecha e izquierda se emularon en ultrajes e invectivas. La apariencia de Lafayette y el miedo a una invasión extranjera habían perturbado todas las mentes. La Asamblea Nacional, sentada tanto de día como de noche, era como un ruedo de gladiadores peleando sin tregua ni piedad. Fue este momento el que eligió el buen Abad Lamourette para pronunciar su sermón más conmovedor desde la tribuna.

Durante la sesión del 7 de julio, Brissot estuvo a punto de subir a la tribuna y proponer nuevas medidas de seguridad ciudadana. Lamourette, poniéndose delante de él, pidió ser oído en una moción de orden. Él dijo que de todos los medios propuestos para detener las divisiones que destruían Francia, se había olvidado uno, y el único que podía ser eficaz. Fue la unión de todos los franceses en un mismo espíritu, la reconciliación de todos los diputados, sin excepción. ¿Qué iba a impedir esto? Las únicas cosas irreconciliables son el crimen y la virtud. ¿A qué vienen todas nuestras desconfianzas y sospechas? Un partido en la Asamblea atribuye al otro un deseo sedicioso de destruir la monarquía. Los demás atribuyen a sus colegas el deseo de destruir la igualdad constitucional y de instaurar el gobierno aristocrático conocido como el de las Dos Cámaras. Estas son las desastrosas sospechas que dividen al imperio. "¡Muy bien! -Exclamó el abad- aplastemos tanto la república como las Dos Cámaras”.

El salón resonó con los aplausos unánimes de la Asamblea y las galerías. De todos lados llegaban gritos de "Sí, sí, no queremos nada más que la Constitución". Lamourette continuó: "Juremos tener una sola mente, un solo sentimiento. Juremos hundir todas nuestras diferencias y convertirnos en una masa homogénea de hombres libres formidables tanto para el espíritu de la anarquía como para el del feudalismo. El momento en que los extranjeros ven que deseamos una cosa resuelta, y que la deseamos todos, será el momento en que triunfe la libertad y se salve Francia. Ruego al presidente que someta a votación esta sencilla proposición: Que los que igualmente abjuran y execran la república y los Dos Las Cámaras se levantarán". Una vez, como movidos por el mismo impulso, los miembros de la Asamblea se levantaron como un solo hombre, y juraron con entusiasmo no permitir jamás, ni por la introducción del sistema republicano ni por el de las Dos Cámaras, alteración alguna en la Constitución.

Por un movimiento espontáneo, los miembros de la extrema izquierda se dirigieron hacia los diputados de la derecha. Fueron recibidos con los brazos abiertos y, a su vez, la derecha avanzó hacia las filas de la izquierda. Todas las partes mezcladas. Jaucourt y Merlin, Albite y Ramond, Gensonné y Calvet, Chabot y Genty, hombres que de ordinario se oponían implacablemente, se podían ver sentados en el mismo banco. Como por milagro, la sala de la Asamblea se convirtió en el templo de la Concordia. Los emocionados espectadores mezclaron sus aclamaciones con los juramentos de los diputados. Según las expresiones del Moniteur, la serenidad y la alegría estaban en todos los rostros, y la unción en todos los corazones.

Louis XVI and Marie Antoinette during the French Revolution
Le Baiser Lamourette 1792
El señor Emmery fue el siguiente orador. "Cuando la Asamblea esté reunida –dijo- todos los poderes deben estarlo. Pido, por lo tanto, que la Asamblea envíe inmediatamente al Rey el acta de sus procedimientos por una diputación de veinticuatro miembros". La moción fue adoptada.

Unos minutos más tarde, Luis XVI, seguido por la diputación y rodeado de sus ministros, entró en la sala. Gritos de "¡Viva la nación! ¡Viva el Rey!" resonaba por todos lados. El soberano se colocó cerca del presidente, y con voz que delataba emoción, pronunció el siguiente discurso: "Señores, el espectáculo que más me toca el corazón es el de la reunión de todas las voluntades en aras de la seguridad de la patria. Lo he deseado durante mucho tiempo, un momento saludable; mi deseo se ha cumplido. La nación y el Rey son uno. Cada uno de ellos tiene el mismo fin a la vista. Su reunión salvará a Francia. La Constitución debe ser el punto de reunión de todos los franceses. Todos debemos defenderla. El Rey siempre dará el ejemplo de hacerlo". El presidente respondió: "Señor, este momento memorable, cuando todas las autoridades constituidas se unen, es una señal de alegría para los amigos de la libertad, y de terror para sus enemigos. De esta unión saldrá la fuerza necesaria para combatir a los tiranos combinados contra nosotros".

Tras prolongados aplausos siguió un gran silencio. “Os confieso, M. Presidente -dijo luego el complaciente Luis XVI- deseo que termine la diputación, para poder apresurarme a la Asamblea”. Aplausos y gritos de "¡Viva la patria! ¡Viva el Rey!" redoblado ¡Qué! ¡este monarca ahora aclamado es el mismo príncipe contra el que Vergniaud lanzó hace unos días invectivas con la aprobación entusiasta de la misma Asamblea! Es el soberano a quien el girondino se dirigió así: "Oh rey, que sin duda has creído con el tirano Lisandro que la verdad no es mejor que la mentira, y que los hombres deben divertirse con juramentos como niños con sonajas; que habéis pretendido amar las leyes sólo para conservar el poder que os permitirá desafiarlas; la Constitución sólo para que no os arroje del trono donde debéis quedaros para destruirla; la nación sólo para asegurar el éxito de su perfidia inspirándola con confianza, ¿cree que puede imponernos hoy con hipócritas protestas?" Qué ha ocurrido desde el día en que Vergniaud, pronunciando palabras como estas, estaba Nada. Aquel día la veleta apuntaba a la cólera, hoy a la concordia. ¿Por qué? Nadie lo sabe. Cansada de odiar, la Asamblea necesitaba sin duda un instante de distensión. Los sentimientos violentos acaban por fatigar las almas que los experimentan. Deben descansar y renovar sus energías para odiar un mañana mejor. ¿Y por qué decir mañana? Esta misma noche comenzarán de nuevo las disputas, la ira y la furia.

Louis XVI and Marie Antoinette during the French Revolution
Beso de la paz en la Asamblea Nacional (7 de julio de 1792), conocido como el beso de Lamourette ANÓNIMO FRANCÉS siglo XVIII.
A las tres y media Luis XVI abandonó el Salón del Manège, en medio de los alegres aplausos de la Asamblea y las galerías. Durante la sesión vespertina reapareció la discordia. Se leyó la siguiente carta del Rey: "Me acaban de entregar el decreto departamental que suspende provisionalmente al alcalde y al procurador de la Comuna de París. Como este decreto se basa en hechos que me conciernen personalmente, el primer impulso de mi corazón es rogar a la Asamblea que decida al respecto". ¿Alguien cree que la Asamblea tendrá el valor de condenar a Pétion y el 20 de junio? No toma ninguna decisión, pero pasa por unanimidad de la carta del Rey a la orden del día. ¿Y qué ocurre en los clubes? Escuche a Billaud-Varennes en los jacobinos: "Se abrazan en la Asamblea -exclama- Es el beso de Judas, me parece ver a Nerón abrazando a Británico y  Carlos IX extendiendo su mano a Coligny. Se estaban abrazando así mientras el Rey se preparaba para la huida del 6 de octubre. Se estaban abrazando así antes de las masacres del Champ de Mars. Se abrazan, pero ¿las conspiraciones de la corte están llegando a su fin? ¿Han cesado nuestros enemigos su avance contra nuestras fronteras? ¿Es Lafayette menos traidor?” Y entonces estalló el grito: "¡Pétion o muerte!". Al día siguiente, 8 de junio, en la Asamblea, un fuerte aplauso saludó al orador de una sección que dijo, a propósito del departamento: "Sirve abiertamente a los proyectos siniestros y las conspiraciones desastrosas de una corte pérfida. Es el primer eslabón de la inmensa cadena de complots formados contra el pueblo. Es cómplice de los extravagantes proyectos de este general, que, no pudiendo convertirse en héroe de la libertad, ha preferido hacerse el Don Quijote de la corte”.

¡Oh pobre Lamourette! abad humanitario, revolucionario del agua de rosas, ¿de qué sirve tu agua bendita democrática? ¿Qué has ganado con tu sentimental? ¿Jerga? ¿En qué consisten tus sueños de filosofía evangélica y fraternidad universal? ¡Pobre abad constitucional, la gente ya se burla de su unción sacerdotal, de su homilía tranquilizadora! Los mismos hombres que, para complaceros, han jurado destruir la república, la proclamarán dos meses y medio después. Tu famosa reunión de fiestas, la gente ya se encoge de hombros y la llama "baiser d'Amourette, la réconciliation normande". El beso de amor de becerro, la pretendida reconciliación. Te acusan de haberte vendido a la corte. Te ridiculizan, se burlan y te matarán. El discurso de acusación de Fouquier-Tinville te castigará por tu moderantismo Llevarás tu cabeza al patíbulo y, optimista hasta el final, dirás: "¿Qué es la guillotina? sólo un golpe en el cuello".