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domingo, 8 de enero de 2017

LOS HERMANOS DE LUIS XVI: LOS CONDES DE PROVENZA Y DE ARTOIS

Un grabado de Louis-Auguste, el delfín, y sus hermanos Louis-Stanislas-Xavier y Charles Philippe-. Circa 1770-1774.
Entre los grupos rivales, los revolucionarios y los reaccionarios, se mantiene aislado el enemigo de la reina acaso más peligroso y funesto, el propio hermano de su marido, Monsieur Estanislao Javier, conde de Provenza, más tarde el rey Luis XVIII.

Solapado y tenebroso, intrigante y cauto, no se liga, para no comprometerse demasiado pronto, con ninguno de los grupos mencionados; oscila de derecha a izquierda, esperando que el destino le revele su auténtica hora. Ve sin disgusto las dificultades crecientes, pero se guarda muy bien de criticarlas en público; como un negro y silencioso topo, excava subterráneamente sus galerías y espera la hora en que la posición de su hermano esté lo suficientemente desquiciada. Pues sólo si Luis XVI y Luis XVII dejan el campo libre puede, por fin, llegar a ser rey Estanislao Javier, conde de Provenza, bajo el nombre de Luis XVIII, meta de su ambición, secretamente sustentada desde su infancia. Ya una vez se había entregado a la justificada esperanza de ser regente y legítimo sucesor de su hermano; los siete años trágicos en que permaneció estéril el matrimonio de Luis XVI a causa del ominoso obstáculo habían sido para su impaciente ambición las siete vacas gordas de la Biblia. Pero después vino el desaforado golpe contra sus embarazadas esperanzas hereditarias; cuando María Antonieta dio a luz una niña, él dio suelta, en una carta al rey de Suecia, a esta dolorosa confesión: «No me oculto a mí mismo que el suceso me ha conmovido muy sensiblemente... En lo exterior, me hice muy pronto dueño de mí mismo y he seguido la misma conducta de antes, en todo caso sin expresar una alegría que hubiera sido tenida por falsa, como en realidad lo habría sido... En lo interior me fue más difícil salir triunfador. A veces aún se me subleva el sentimiento, pero confío en mantenerlo a raya si no puedo vencerlo por completo». El nacimiento del delfín destroza después completamente sus últimos sueños de heredar el trono. Ahora queda cerrado para él el camino recto.

retrato del conde de Provenza.
Pero una vez que se le pone a un ser humano el sello de inferioridad en un lugar visible, ese constante sentimiento de inferioridad tiene que debilitarlo o fortalecerlo de forma decisiva; semejante presión puede quebrar un carácter o endurecerlo de manera fantástica. En cambio, en las naturalezas fuertes la postergación incrementa todas las fuerzas oscuras y sometidas; donde el camino recto hacia el poder no se les franquea de buen grado, aprenderán a crear el poder por sí mismos. Este conde de Provenza es una naturaleza fuerte. La furiosa decisión de sus antepasados reales, su orgullo y su voluntad de poder se agitan fuertes y tenebrosos en su sangre; como hombre, supera en una cabeza en porte, inteligencia y clara decisión la pequeña estirpe de rapiña.

Sus objetivos son amplios, sus planes están pensados desde una perspectiva política; inteligente como su hermano, este hombre es inconmensurablemente superior a él en prudencia y experiencia varonil. Lo mira como quien mira jugar a un niño, y le deja jugar mientras su juego no perturbe sus movimientos. Porque, como hombre maduro, no obedece tampoco como su cuñada a vehementes y nerviosos impulsos, no tiene nada de heroico como gobernante, pero a cambio conoce el secreto del saber esperar y tener paciencia, que es mayor garantía del éxito que el entusiasmo rápido y apasionado. El primer signo de verdaderas dotes para la política siempre será que un hombre renuncie de antemano a exigir para sí lo inalcanzable.
 
Grabado que muestra de perfil al conde de Provenza junto a su esposa
Marie Joséphine de Saboya.
Renuncia a las insignias del poder, al brillo aparente, pero sólo para sujetar con más fuerza en sus manos el poder real. Tiene que recorrer aquellos caminos, tortuosos a hipócritas, que finalmente -claro que sólo al cabo de treinta años- han de conducirle a la anhelada cima. La oposición del conde de Provenza no es, como la del duque de Orleans, una franca llama de odio, sino un fuego de envidia que arde lentamente bajo el disfraz de la ceniza; mientras María Antonieta y Luis XVI conservaron indiscutido en sus manos el poder, el secreto pretendiente de la corona se mantiene frío y silencioso, sin manifestar públicamente ni la menor pretensión; sólo con la Revolución comienzan sus sospechosas idas y venidas, las extrañas conferencias del palacio de Luxemburgo. Pero apenas ha logrado salvarse felizmente al otro lado de la frontera, cava valientemente, con sus provocativas proclamas, las tumbas de su hermano, de su cuñada y de su sobrino, en la esperanza -en efecto realizada- de encontrar en sus ataúdes la anhelada corona.

Por su parte el conde de Artois, una fina cabeza, un espíritu flexible y cultivado, no ama como Provenza el poder, no es autoritario y orgulloso. Como príncipe real, lo que le gusta es el juego intrincado y desconcertante de la vida y la intriga, el arte de la combinación; no le interesan los rígidos principios, la religión y la patria, la reina y el reino, sino el arte de tener una mano en todas partes y atar o soltar los hilos a su capricho. No es ni verdaderamente leal ni verdaderamente desleal a María Antonieta, por la que siente una curiosa inclinación personal, la servirá mientras tenga éxito, y la abandonará al llegar el peligro.

Retrato del conde de Artois
Como algún individuo masculino de la familia tiene que acompañar a la reina en sus diversiones, el conde de Artois, es el que coma a su cargo el papel de ángel tutelar. Aturdido, frívolo, descarado, pero hábil y manejable, padece igual temor que María Antonieta ante el aburrimiento o el tener que ocuparse de cosas serias. Conquistador, pródigo, divertido, elegante, fanfarrón, más descarado que valiente, más jactancioso que verdaderamente apasionado, conduce a aquella alocada pandilla adondequiera que haya algún nuevo sport , alguna nueva moda, un nuevo placer, y pronto tiene más deudas que el rey, la reina y toda la corte reunidos. 

Grabado que muestra de perfil al conde Artois junto a su esposa Marie-Thérèse de Saboya.
El conde de Artois es el comandante electo de la guardia de corps con la cual María Antonieta emprende sus correrías diurnas y nocturnas por todas las provincias de la alegre ociosidad; esta tropa es realmente reducida, y en ella cambian constantemente los cargos directivos, pues la indulgente reina dispensa a sus satélites toda clase de transgresiones, deudas y arrogancias, una conducta provocativa y excesivamente familiar, aventuras galantes y escándalos, pero cada cual tiene agotado el caudal del regio favor tan pronto como comienza a aburrir a la reina. Pero precisamente por ser así concuerda admirablemente con María Antonieta. No estima ella en mucho a este impertinente atolondrado, ni mucho menos le ama, aunque las malas lenguas lo hayan afirmado con ligereza. Hermano y hermana, en su furia de placeres, se cubre las espaldas y forman en poco tiempo una pareja inseparable.

sábado, 10 de diciembre de 2016

LUIS XVI - ANTONIA FRASER

 
El joven delfín de Francia, el prospectivo novio era un niño agradable, pero sin educación, fue de alguna manera particularmente poco prometedor. Su vida había tenido un comienzo desafortunado. Su madre se inclinó por el dolor durante su tercer embarazo, gracias a la muerte de su segundo hijo, el infante duque de Aquitania. Era, sin embargo, la muerte del hijo mayor, el duque de Borgoña, en 1761, que dejo a los siete años de edad, Luis augusto con un complejo de inferioridad permanente. De acuerdo con las reglas de etiqueta inexorable de Versalles, Luis augusto fue trasladado a los apartamentos de su hermano agonizante en el mismo día de su muerte.

Sus padres no hicieron ningún secreto de sus lamentaciones por la muerte del hijo favorito. El hombre a cargo de Luis augusto, el duque de Vauguyon, gobernador de los hijos de Francia a partir de 1758, también aprovecho la oportunidad para dar un retrato sobre la inadecuación para el papel, en comparación con su hermano fallecido. La firmeza es de todas las virtudes, la más necesaria para un rey; pero el resultado fue una terrible falta de confianza en sí mismo. La muerte de su padre, el delfín Luis Fernando, en 1765, significo que Luis augusto, ahora delfín, estaba a tan solo un latido de distancia del trono de Francia.

Lo que le faltaba en la confianza, el delfín ciertamente no lo compenso por la atracción física. Fue construido en gran medida a un peso que aumentaría aún más con el paso del tiempo. Había una especie de gen de la gordura en esta rama de la familia Borbón, que puede haber sido glandular en origen. Su padre había sido enormemente gordo. El padre de María Josefa, Augusto III también había sido obeso. Donde quiera que la herencia viniera –posiblemente a partir de la reunión de dos genes similares- no había duda de que Luis Augusto, su hermano más cercano, el conde de Provenza y su hermana menor Clotilde, tenían un problema de peso.

Notoriamente torpe, el delfín corto una figura lamentable en los bailes de la corte; el tenía un mal oído para que su canto provoco estremecimientos generales, sus claros ojos azules –a diferencia delos sajones- espumosos “eslavos” de su abuelo Luis XV, miopes lo que hace mirar a los cortesanos y no lo reconoce; a menudo mantuvo la cabeza baja de manera que se evita la confrontación total. Mal equipados para la vida formal en Versalles, el delfín se refugió en una profunda pasión por la caza, la ocupación real tradicional. Desde la edad de nueve años en adelante grabo sus hazañas en una revista de caza que constituía el diario de un deportista.

El delfín fue, sin embargo, inteligente, naturalmente estudioso y bien instruido por los métodos de memorización y aprendizaje para la época. Le gustaba la literatura y las “melodías sublimes” de Racine. Por encima de todo, él tenía el amor por la historia que fue inculcada por David Hume. Teniendo en cuanta todos estos factores, dado que el delfín seria rutinario capaz del acto conyugal como cualquier otro marido seguramente sería?.

-Marie Antoinette: the journey - Antonia Fraser 

domingo, 23 de octubre de 2016

LOUIS XVI Y MARIE ANTOINETTE: RETRATO DE UNA PAREJA REGIA


En las primeras semanas después de una elevación al trono, siempre y en todas partes tienen las manos llenas de trabajo grabadores, escultores y medallistas. También en Francia se deja a un lado, con apasionada rapidez, el retrato de Luis XV el rey que desde mucho tiempo atrás no era ya «el bien amado», para sustituirle por la imagen de la nueva pareja soberana, coronada solemnemente: «Le Roi est mort, vive le Roi!».

Luis  y Marie Antoinette de 1938.
No necesita mucho arte de adulación un hábil medallista para imprimir un gesto cesariano a la fisonomía de hombre de bien que posee Luis XVI, pues, prescindiendo del corto y robusto cuello, en modo alguno puede decirse que carezca de nobleza la cabeza del nuevo rey: frente huidiza y bien proporcionada, curva nariz fuerte y casi audaz, labios abultados y sensuales, una barbilla carnosa pero bien formada, componen, dentro de un tipo rollizo, un perfil augusto y plenamente simpático. Retoques hermoseadores los necesita, en primer lugar, la mirada, pues el rey, extraordinariamente corto de vista, sin sus anteojos no conoce a nadie a tres pasos de distancia: aquí el cincel del grabador tiene que afinar mucho ya la puntería para prestar alguna autoridad a estos ojos vacunos, pesados de párpados y mortecinos. Mal le va también a Luis, tan tardo y torpe, en lo que se refiere a su figura; presentarlo como realmente erguido y majestuoso con sus trajes de gala procura un duro trabajo a todos los pintores de la corte, pues tempranamente obeso, mazorral y, gracias a su miopía. Desmañado hasta la ridiculez, a pesar de tener casi seis pies de altura y ser bien conformado, Luis XVI, en todas las ocasiones oficiales, presenta la más desdichada figura. Anda por los brillantes pavimentos de Versalles pesadamente y balanceando los hombros, «como un aldeano detrás de su arado»; no sabe bailar ni jugar a la pelota: cuando quiere marchar aceleradamente, da traspiés, tropezando con su propia espada. Esta torpeza corporal es perfectamente conocida por el pobre hombre, y lo azora; este azoramiento aumenta aún más su tosquedad; de modo que cada cual, en el primer momento, tiene la impresión de tener ante sí, en el rey de Francia, la persona de un desdichado zopenco.

Luis y Marie Antoinette (Les Années Lumières 1989)
Pero Luis XVI no es en modo alguno tonto ni limitado; sólo que, lo mismo que en lo físico se ve duramente embarazado por su miopía, también en lo moral le paraliza su timidez (la cual, en último resultado, depende probablemente de su incapacidad sexual).

Sostener una conversación significa siempre, para este monarca receloso hasta lo enfermizo, un esfuerzo espiritual, pues, como sabe lo lento y difícil que es su mecanismo de pensar, siente un miedo indecible ante las gentes inteligentes, ingeniosas y discretas, a quienes las palabras les brotan fácilmente de los labios; comparándose con ellas, aquel hombre sincero siente, avergonzado, su propia insuficiencia. Pero si se le deja tiempo para ordenar sus ideas, si no se le exigen rápidas resoluciones y respuestas, sorprende hasta a los interlocutores más escépticos, como a José II o a Pétion, con su buen juicio, cierto que no sobresaliente, pero por lo menos recto, sano y honrado; tan pronto como su timidez nerviosa ha sido felizmente dominada, procede de un modo totalmente normal.

En general, le gusta más leer y escribir que hablar, pues los libros se mantienen tranquilos y no ahogan con prisas; Luis XVI -no es casi creíble- lee mucho y con placer, conoce bien la historia y la geografía, mejora constantemente su inglés y su latín, en lo cual le ayuda una memoria excelente. Sus cuadernos y libros de recuerdos son llevados con un orden perfecto; todas las noches, con su escritura clara, redonda, limpia, casi caligráfica, consigna las insipideces más desdichadas («he matado seis corzos», «me he purgado») en un diario que actúa sobre nosotros de un modo directamente conmovedor por su ciego desconocimiento de todos los sucesos de importancia histórica. En resumidas cuentas, el rey es un tipo de inteligencia mediana, poco independiente, destinado por la naturaleza para ocupar un puesto de celoso funcionario de aduanas o de escribiente de oficina; para cualquier actividad puramente mecánica y subalterna, lejos del campo de los acontecimientos históricos; para cualquier cosa, no importa cuál, menos para monarca.

Luis  y Marie Antoinette (l'évasion de louis xvi)
La verdadera fatalidad en la naturaleza de Luis XVI es que tiene plomo en la sangre, Algo acorchado y denso obstruye sus venas; nada es fácil para él. Este hombre, que realiza esfuerzos sinceros, tiene siempre que dominar en sí una resistencia de la materia, una especie de modorra, para lograr hacer algo, para pensar, o simplemente para sentir. Sus nervios, lo mismo que tiras de goma relajadas no pueden ponerse tensas ni tirantes, no pueden vibrar, no pueden desprender electricidad. Este innato embotamiento nervioso excluye a Luis XVI de toda emoción fuerte: amor (en sentido espiritual lo mismo que en sentido fisiológico), alegría, goce, miedo, dolor, terror, todos estos elementos emotivos no logran perforar la piel de elefante de su indiferencia y ni una sola vez inmediatos peligros de muerte consiguen despertarlo de su letargo. Mientras los revolucionarios asaltan las Tullerías, su pulso no late ni un ápice más de prisa, y hasta en la misma noche antes de ser guillotinado no están perturbadas ninguna de las dos columnas de su bienestar: sueño y apetito. Jamás palidecerá este hombre, ni aun con una pistola delante del pecho; jamás la cólera brillará en sus torpes ojos; nada puede espantarle, pero tampoco nada entusiasmarle.

Sólo los más rudos esfuerzos, como la cerrajería o la caza, agitan su persona, por lo menos exteriormente; todo lo delicado, fino de espíritu y gracioso, como el arte, la música y la danza, no es, en modo alguno, accesible al orden de su sensibilidad: ninguna musa ni ningún dios, ni siquiera Eros, son capaces de poner en conmoción sus perezosos sentidos. Jamás, durante veinte años, Luis XVI ha deseado otra mujer que la que su abuelo le ha destinado por esposa; permanece feliz y contento con ella, lo mismo que se contenta con todo, en su carencia de necesidades realmente exasperante. Por ello, fue una diabólica maldad del destino ir a exigir a una naturaleza como ésta, tan estancada, roma y elemental, las más importantes determinaciones históricas de todo aquel siglo, y colocar a un ser humano tan absolutamente destinado a una vida pasiva en medio del más espantoso de los universales cataclismos. Porque precisamente allí donde comienza la acción, donde el resorte de la voluntad debe ponerse en tensión, para actuar o resistir, este hombre, corporalmente robusto, se nos presenta con una debilidad lamentable; toda resolución que adoptar significa siempre para Luis XVI la más espantosa de las perplejidades. Sólo es capaz de ceder; sólo sabe hacer lo que quieren los otros, porque él mismo no quiere otra cosa sino paz, paz y paz.

Luis  y Marie Antoinette (Jefferson in Paris)
Acosado y sorprendido, le promete a cada cual lo que desea; y, de un modo igualmente flojo y afable, lo contrario al que viene tras él; quien se le acerca lo tiene ya vencido. A causa de esta incalificable debilidad, Luis XVI es siempre culpable, aun estando siempre sin culpa, y poco honrado, aun con las mejores intenciones; rey pelanas, sin serenidad ni carácter; pelota con que juegan su mujer y desesperante en las horas en que debería reinar de veras. Si la Revolución, en lugar de hacer caer bajo la cuchilla el corto cuello de este hombre ingenuo y apático, le hubiera concedido, en cualquier sitio, una casita de aldeano con un jardincillo, imponiéndole cualquier insignificante obligación, le habría hecho más feliz que el arzobispo de Reims con la corona de Francia, que llevó indiferentemente durante veinte años, sin orgullo, sin placer y sin dignidad.

Si ni el más servil de todos los poetas de corte osó jamás celebrar como gran monarca a este hombre bondadoso y poco viril, en cambio todos los artistas rivalizan en celo para glorificar a la reina en todas las formas y medios de expresión: mármol, terracota, biscuit , pastel, lindas miniaturas de marfil, y en graciosas poesías, pues el semblante de la reina, y sus modos y maneras, reflejan directa y plenamente el ideal de su tiempo. Tierna, esbelta, graciosa, encantadora, juguetona y coqueta, aquella muchacha de diecinueve años se convierte desde el primer momento en la diosa del rococó, el prototipo de la moda y de los gustos dominantes; si una mujer desea pasar por bella y atractiva, se esfuerza por semejarse a la reina. Mas, sin embargo, María Antonieta no tiene realmente un semblante ni muy notable ni muy expresivo; el suave óvalo de la cara. Finamente recortado, con algunas pequeñas incorrecciones atractivas, como el fuerte labio inferior de los Habsburgo y una frente algo plana en demasía, no seduce ni por su expresión espiritual ni por cualquier rasgo fisonómico muy personal. Algo fresco y vacío, como en un esmalte de lisos colores, impresiona en este rostro de muchacha aún poco formada, todavía curiosa de sí misma, al cual solamente los venideros años de madurez femenina añadirán cierta majestuosa plenitud y resolución. 

Luis y Marie Antoinette (Marie-Antoinette reine de France, 1956)
Únicamente los ojos, dulces y muy mudables de expresión, de los que fácilmente se desborda el llanto, para centellear en ellos inmediatamente después la alegría en juegos y bromas, denotan una viveza de sentimientos, y la miopía presta a su azul frívolo y no muy profundo un carácter vago y conmovedor; pero en ningún lugar la fuerza de voluntad traza una línea dura de carácter en este semblante pálido; sólo se percibe una naturaleza blanda y acomodaticia, que se deja guiar por cada estado de su ánimo y que, de un modo totalmente femenino, sólo sigue siempre las corrientes profundas de su sentimiento. Pero este encanto delicado es lo que todos admiran más en María Antonieta. Verdaderamente hermoso, sólo se nos aparece en esta mujer lo que es esencialmente femenino: la exuberante cabellera, de un color rubio ceniza que centellea con reflejos rojizos; la blancura de porcelana y el pulido color de su rostro; la redondeada suavidad de sus formas; la línea acabada de sus brazos, lisos como marfil y delicadamente torneados; la cuidada belleza de sus manos; todo lo que hay de floreciente y fragante en una feminidad aún no del todo desplegada; en todo caso, atractivos harto fugitivos y quintaesenciados para que se los pueda adivinar plenamente a través de unos retratos.

Pues hasta las escasas obras maestras que hay entre sus imágenes no nos manifiestan tampoco lo más esencial de su naturaleza, el elemento más personal de su seducción. Los retratos no son capaces casi nunca sino de conservar la fortaleza y rígida pose de un ser humano, y el encanto característico de María Antonieta -acerca de ello coinciden todos los testimonios consistía en la gracia inimitable de sus movimientos. Sólo en la animada manera de mover su cuerpo revela María Antonieta la innata armonía de su natural: cuando, sobre sus finos tobillos, atraviesa, alta y esbelta, por en medio de las filas de cortesanos la Galería de los Espejos; cuando, coqueta y deferente, se reclina en un asiento para charlar; cuando, impetuosa, salta de prisa por las escaleras como en un vuelo; cuando, con un ademán naturalmente gracioso, da a besar su mano, deslumbradoramente blanca, o coloca con ternura su brazo en torno al talle de una amiga, sus gestos, sin nada estudiado, brotan de una pura intuición de su ser femenino. «Cuando está en pie -escribe, completamente entusiasmado, el escritor inglés Horacio Walpole, en general tan cauto-, es la estatua de la hermosura; cuando se mueve, la gracia en persona.» Y, realmente, monta a caballo y juega a la pelota como una amazona; en todas partes donde entra en juego su cuerpo flexible, bien formado y rico en dones, sobrepasa a las más bellas damas de su corte no sólo en destreza, sino también en encantos sensuales, y enérgicamente lo demuestra el fascinado Walpole cuando, al objetársele que la reina, al bailar, no sigue suficientemente el compás, responde con la bella frase de que, en ese caso, es la música la que comete la falta.

Luis y Marie Antoinette (the affair on the necklace)
Por un consciente instinto -coda mujer conoce la ley de su belleza-, María Antonieta ama el movimiento. La agitación es su verdadero elemento; por el contrario, permanecer tranquilamente sentada, oír, leer, escuchar, reflexionar, y, en cierto modo, hasta dormir, son para ella insoportables ejercicios de paciencia. Sólo ir y venir, arriba y abajo y de un lado a otro; comenzar algo, siempre cosa distinta, sin terminarlo nunca; estar siempre ocupada, sin, a pesar de ello, aplicarse a nada seriamente; sólo percibir contantemente que el tiempo no se detiene; ir tras él, adelantársele, vencerlo en su carrera... Nada de comidas largas; sólo catar algunas golosinas; no dormir mucho, no meditar mucho; nada más que ir siempre adelante y adelante, en ociosidades, en cambio permanente. De este modo, los veinte años de vida de reina de María Antonieta constituyen un eterno torbellino, que gira alrededor de su propio ser y que, no dirigiéndose hacia ninguna meta externa o interna, humana o política, se nos presenta como una carrera plenamente vacía de sentido.

Esta falta de dominio de sí misma, este no pararse nunca, esta autodilapidación de una fuerza grande pero mal empleada, es lo que en María Antonieta disgusta tanto a su madre; aquella antigua conocedora de caracteres humanos sabe muy bien que esta muchacha bien dotada por su natural y rica de fuerzas podría obtener cien veces más de sí misma que lo que hoy alcanza. María Antonieta no necesita más sino querer ser lo que en el fondo es, y sólo con ello tendría ya un poder soberano; pero, infaustamente, vive siempre, por comodidad, por debajo de su propio nivel espiritual. Como verdadera austríaca, posee, sin duda, muchas dotes y mucho talento; pero, por desgracia, no tiene ni la voluntad de utilizar seriamente estos dones naturales, ni de profundizar su valer, y aturdidamente disipa sus capacidades para disiparse a sí misma. 

Luis y Marie Antoinette (film Sofia Coppola,2006)
«Su primer movimiento -dice José II- es siempre el verdadero, y si perseverase en él, reflexionando un poco más, sería excelente.» Pero precisamente ya esto de reflexionar un poco es una carga para su impetuoso temperamento; todo pensamiento que no sea el que brota de repente significa para ella un esfuerzo, y su naturaleza, caprichosa y nonchalance, odia toda especie de esfuerzo intelectual. No quiere más que juego, sólo facilidad, en lo general, y en lo particular, ninguna molestia, ningún auténtico trabajo. María Antonieta charla exclusivamente con la boca y no con el cerebro. Cuando se le habla, escucha distraída y con intermitencias; en la conversación, en la cual cautiva con su encantadora amabilidad y su volubilidad centelleante, deja que se pierda toda idea apenas expresada; no dice nada, no piensa nada, no lee nada hasta el final, no aprisiona firmemente cosa alguna para extraer de ella un sentido y auténtica experiencia. Por eso no le gusta ningún libro, ningún asunto de Estado, nada serio que exija paciencia y atención, y sólo de mala gana, con una letra garrapateada a ilegible, despacha las cartas más indispensables; hasta en las dirigidas a su madre se nota claramente con frecuencia el deseo de acabar pronto. No complicarse la vida; nada que pueda producir tristeza, melancolía o aburrimiento. Como de un salto, se aparta de todos los consejeros razonables, para unirse a sus gentiles hombres y a las damas que opinan como ella. Sólo se trata de gozar, sólo de no ser perturbada por reflexiones y cuentas y economías: así piensa la reina, y así piensan todos los de su círculo. Vivir sólo para los sentidos y no pensar en nada; moral de toda una estirpe; moral de este siglo XVIII cuyo destino, como reina, representa María Antonieta simbólicamente, en forma tal que, de modo bien visible, vive con él y con él muere.

Luis y Marie Antoinette (Marie-Antoinette la veritable histoire)
Una más extraña oposición de caracteres que la de una pareja altamente desigual no podría imaginarla ningún poeta; hasta en los últimos nervios de su cuerpo, hasta en el ritmo de la sangre, hasta en las vibraciones más exteriores de su temperamento, María Antonieta y Luis XVI, en todas sus facultades y caracteres, representan un modelo de antítesis. Él, pesado; ella, ligera; él, torpe; ella, ágil; él, tibio; ella, desbordante; él, apático; ella, con nervios como llamas. Y más adentro, en el terreno espiritual: él, indeciso; ella, resuelta, con excesiva rapidez; discurre él lentamente; tiene siempre ella en la boca un «sí» y un «no» espontáneos; él, severamente devoto; ella, sólo feliz entre mundanidades; él, modesto y humilde; ella, conscientemente coqueta; él, metódico: ella, inconstante; él, ahorrativo, ella, dilapidadora; él, demasiado serio; ella, desmedidamente juguetona; él, oscuras profundidades con corrientes densas; ella, todo espuma y cabrillear de olas. Él se siente a gusto en la soledad; ella, en el puro estrépito de una reunión; a él, con una especie de oscura satisfacción animal, le gusta comer mucho y beber vinos fuertes; ella no cata el vino y come poco y con ligereza. El elemento del rey es el sueño; el de la reina, la danza: el mundo del esposo es el día; el de la mujer, la noche; así, las agujas del reloj de su vida están siempre en oposición, como el sol y la luna. A las doce de la noche, cuando Luis XVI se echa a dormir, es cuando María Antonieta comienza a brillar realmente: hoy en una sala de juego, mañana en un baile, siempre en distintos lugares; cuando, por la mañana, hace ya horas enteras que cabalga él cazando, apenas comienza ella a levantarse de la cama. En ningún sitio, en ningún punto, coinciden sus costumbres, sus inclinaciones, su distribución del tiempo: en realidad, María Antonieta y Luis XVI, durante gran parte de su existencia, hicieron vidas separadas.

Luis y Marie Antoinette (Louis XVI l'homme qui ne voulait pas être roi)
Por tanto, ¿un mal matrimonio, regañón, irritado, difícilmente mantenido? ¡En modo alguno! Por el contrario, un matrimonio absolutamente plácido y satisfecho y, si no hubiese sido por la carencia de virilidad del principio, con sus conocidas consecuencias penosas, hasta un matrimonio completamente feliz. Porque para que se produzcan tiranteces es necesario que haya en ambos lados cierta fuerza de carácter; la voluntad tiene que chocar contra otra voluntad; la dureza contra la dureza. Pero estos dos, María Antonieta y Luis XVI, esquivan todo roce y tirantez; él, por dejadez corporal: ella, por dejadez espiritual. «Mis gustos no son iguales a los del rey -confiesa traviesamente en una carta María Antonieta-; no se interesa él por otra cosa sino por la caza y los trabajos mecánicos... Me concederá usted que mi puesto en una fragua no tendría ninguna gracia especial; no sería allí ningún Vulcano, y el papel de Venus acaso desagradara aún más a mi esposo que todas mis otras aficiones.»

Luis y Marie Antoinette (les adieux a la reine)
Luis XVI, por su parte, no encuentra a su gusto, en modo alguno, la vertiginosa y turbulenta manera de divertirse de la reina, pero el desmazalado esposo no tiene voluntad ni fuerzas para intervenir enérgicamente en ello; bonachonamente, se sonríe de sus excesos, y, en el fondo, está orgulloso de tener una mujer tan charmante y universalmente admirada. Hasta el punto en que su lánguida sensibilidad es capaz de una vibración, este hombre honrado se muestra a su manera -torpe y sinceramente, por tanto- plena y voluntariamente sometido a su hermosa mujer, superior a él en inteligencia, y se echa a un lado, consciente de su inferioridad, para no quitarle la luz. A su vez. Ella sonríe algún tanto de este marido cómodo, pero lo hace sin malignidad, pues también ella lo quiere en cierta indulgente forma, pues la deja regirse y gobernarse según su capricho; se retira delicadamente cuando siente que no es deseada su presencia; no penetra jamás sin anunciarse en la cámara de su esposa; marido ideal que, a pesar de su espíritu ahorrativo, vuelve siempre a pagar las deudas de la reina, le consiente todo, y, a la postre, hasta un amante. Cuanto más tiempo vive con Luis XVI, tanto más crece en ella la estimación por el carácter de su esposo, altamente merecedor de respeto, a pesar de todas sus debilidades. Del matrimonio concertado diplomáticamente se origina, poco a poco, una auténtica camaradería, una mansa vida en común afectuosa; más afectuosa, en todo caso, que la mayor parte de los matrimonios regios de aquel tiempo.

domingo, 16 de octubre de 2016

CORONACIÓN DE LUIS XVI EN LA CATEDRAL DE REIMS (1775)

procesión hasta la catedral de Reims.
En Francia, toda la atención de la nación se concentró en la coronación, que había sido designada para ser llevada a cabo en junio. Tras un breve debate, se había decidido que Luís fuera coronado por sí solo. No había muchos precedentes para la coronación de una reina en Francia; y el último ejemplo, la de María de Medicis, coronada después del asesinato de su marido, fue considerado como un mal presagio. Sin embargo, María Antonieta había expresado no tener ningún deseo de ser compañera de su marido en la solemnidad, ella se mantuvo indiferente sobre el tema y se conforme con contemplar como espectadora.

Luis XVI se había visto obligado a pospones la ceremonia e incluso ofreció a abolirla. El ministro Turgot manifestó su repugnancia en el consejo: “va a ser –dijo al rey- mucho más agradable para su gente, diciéndoles que desea mantener la corona de su amor”. Muchos partidarios están de acuerdo en que Luís XVI merecía ser coronado y recibir la bendición de dios. Según Mirabeau “es el más grande de todos los eventos para un pueblo, es sin duda, la inauguración de su rey. El cielo dedica nuestro monarca y aprieta de alguna manera los lazos que nos unen a ellos”.

La escasez del tesoro había provocado las dudas del rey. Sin embargo se le ordeno proporcionar los preparativos para la coronación y la ceremonia, se fijó para el domingo, 11 de agosto de 1775. El rey fue a Reims con la reina y toda la corte. Entro en una carroza de dieciocho pies de altura. Los magistrados de la ciudad habían ordenado que, según la costumbre antigua, las calles estaban cerradas, a lo que Luís XVI respondió: “no quiero nada que me impida ver a mi pueblo”.

grabado de la época que muestra la carroza en la que fue transportado el rey.
El domingo, a las seis de la mañana, llego el arzobispo de Reims, seguido por cardenales y prelados, ministros, mariscales de Francia, consejeros de estado y parlamentarios de diferentes empresas del reino. A las seis y media los compañeros laicos alcanzaron el palacio arzobispal. El ducado de Borgoña representado por el rey, el ducado de Normandía por el conde Artois, el ducado de Aquitania por el duque de Orleans; el duque de Chartres, el príncipe de Conde y el duque de Bourbon representando los condados de Toulouse, Flandes y Champaña.

A las siete de la mañana el obispo de Laon y el obispo de Earl Beauvais fueron en procesión a buscar al rey. Ambos prelados con su vestido de pontifical, llevando las reliquias que cuelgan de sus cuellos, fueron precedidos por la música de la catedral. El marqués de Dreux-Breze, gran maestro de ceremonias, se dirigió inmediatamente ante el clero. Pasaron a través de una pasarela cubierta y llegaron a la puerta del rey. El prelado dijo estas palabras: “pedimos a Luís XVI a quien dios nos ha dado para ser rey”. Tan pronto como las puertas se abrieron, el gran maestro de ceremonia llevo a los obispos ante el rey.

El rey en su traje para la ceremonia de coronación.
El príncipe estaba vestido con una larga camisola de color carmesí mezclado con oro, abierto en los lugares donde debe recibir la unción; lleva encima una túnica larga en tela de plata y en la cabeza, un gorro de terciopelo negro adornado con una línea de diamantes y una pluma de garza blanca. La mano eclesiástica se levanta sobre su cabeza y dice la siguiente oración: “dios todopoderoso y eterno, que ha elevado a la realeza a tu servidos Louis, procura el bien de sus súbditos, en el curso de su reinado y nunca desviarse de los caminos de la justicia y la verdad”. Esta oración termina, los dos obispos toman al rey por el brazo y lo llevan en procesión a la iglesia.

El rey había llegado a la puerta, el cardenal De La Roche-Aymon le dio estas palabras: “señor, tengo la dicha de recibir a su sucesor en la iglesia, introduzca, señor, su ejemplo, bajo estas bóvedas sagradas que la religión lo ha recibido. Abraza la fe que haz de trasmitir a sus sucesores, con la promesa de proteger la misma fe que ha recibido de sus padres. Llevas las cualidades necesarias para fundar un imperio cristiano, las virtudes para mantener su esplendor. Son todos los que figuran en el amor al orden y este amor es el carácter distintivo de su majestad”.

La procesión avanza hasta el altar donde el arzobispo acercándose al rey, presento el libro de los evangelios. Luis puso sus manos y hablo en latín, el siguiente juramento:

“en el nombre de Jesucristo, yo prometo al pueblo cristiano que está delante de mí. En primer lugar, para interponer mi autoridad para mantener en todo momento una verdadera paz entre todos los miembros de la iglesia de dios. Aplicar para mí mismo en mi poder y de buena fe, para evitar, en la medida completa de mi dominación todos los herejes denunciados por la iglesia. Confirmo estas promesas por juramento; yo a dios por testigo y estos santos evangelios”.

Luis XVI recibe después del rito los tributos de los caballeros del espíritu santo como gran maestro de la orden. cuadro de Gabriel François Doyen.
El rey presto un segundo juramento como gran maestro de la orden del espíritu santo y una tercera, que data del reinado de Luís XIV, en relación con el castigo de los duelos. El mariscal de Clermont-Tonnerre ofrece la espada de Carlomagno con estas palabras: “el roció del cielo y la abundancia de la tierra en el reino procure de maíz, vino, aceite y de todo tipo de frutas, de modo que durante este reinado, las personas puedan disfrutar de una salud constante”.

Cuando se terminaron las oraciones, cuatro obispos entonaban letanías y mientras cantaban alternativamente con el coro, el rey se mantuvo postrado en un terciopelo purpura, a su derecha, el arzobispo de Reims también postrado. Recibió la unción en la cabeza, el pecho, entre los hombros y cada brazo. Puso un anillo en el dedo anular de la mano derecha como símbolo de la omnipotencia, así como la unión intima que reinan entre el rey y su pueblo. Luego tomo el cetro en el altar y lo puso en la mano derecha del rey, y finalmente, en su mano izquierda el símbolo de la justicia.


El arzobispo tomo la corona de Carlomagno, traída de Saint-Denis y la puso sobre la cabeza. La multitud de asistentes que llenaron las tribunas repitió el grito de ¡viva el rey!. En ese momento se abrieron las puertas y la multitud de personas se precipito en la enrome basílica. La reina, demasiado excitada, se desvaneció, pero pronto recobro sus fuerzas y fue aclamada como el rey con entusiasmo. Al mismo tiempo los cazadores soltaron en la iglesia una gran cantidad de aves blancas como símbolo de libertad y esperanza.

Detalle de un grabado que muestra al rey recibiendo la unción por parte del arzobispo de Reims.
Saliendo de la iglesia, Luís XVI encontró una multitud aún mayor. Los guardias querían dispersar la masa de gente pero el rey se opuso. Las lágrimas brotaban de los ojos de todos y el rostro del príncipe no era menos movido. La ciudad estaba llena de arcos de triunfo, ornamentos, emblemas y divisas que expresaban los sentimientos más entrañables para el rey y la reina. Dos mil representantes habían viajado a Reims de todas partes de Francia. El rey se acercó a cada uno de ellos y les toco la frente, diciendo: “el rey te toca, dios te bendiga!”.

Moneda conmemorativa por la coronación de Luis XVI.
La ceremonia en la catedral fue de gran magnificencia; después de su regreso a Versalles, María Antonieta escribió a su madre, ella no entra en detalles, solo se limita más bien a una descripción de la impresión manifestada por el pueblo:

“la coronación fue perfecta en todos los sentidos. Se hizo evidente que cada uno era muy encantado con el rey, por lo que todos los súbditos de grandes y pequeños rangos, todos muestran el mayor interés en él… y por el momento de colocar la corona en la cabeza, la ceremonia fue interrumpida por las aclamaciones más conmovedoras que no puede contenerme; mis lágrimas fluyeron a pesar de todos mis esfuerzos… hice todo lo posible para corresponder a la seriedad de la gente y aunque el calor era grande y la multitud inmensa, no me arrepiento de mi fatiga… pero al mismo tiempo es agradable ser tan bien recibido solo dos meses después de la revuelta, a pesar del alto precio del pan, que desgraciadamente todavía continua… es muy cierto que cuando vemos a la gente, incluso en los momentos de angustia, nos tratan bien, lo que nos obliga a trabajar por su felicidad. El rey parece estar de acuerdo conmigo. En cuanto a mí, siento que toda mi vida, incluso si tuviera que vivir cien años, nunca olvidare el día de la coronación”.



“levanto la vista de repente y vio Antonieta. Ella estaba en una galería cerca del altar, y él vio que ella se inclinaba hacia adelante y lloraba en silencio.
Hizo una pausa y el sonrió a través de sus lagrimas, mientras que muchos testigos de su intercambio de miradas, sintieron su emoción y su cariño en esas largas miradas que le dieron unos a otros. Algunos lloraban y todos aplaudieron gritando: “¡viva el rey y su reina!”.
Fue un momento conmovedor, un alejamiento de la tradición y nunca, se dijo, hubo un rey y una reina tan devotos el uno al otro, como esta pareja real.
Tan pronto como pudo se incorporo a Antonieta. Ella le tendió las manos a él y levanto la cara a la suya. “siempre vamos a estar juntos”, dijo Luis XVI”. 
(haciendo gala de la reina extravagante! - Jean Plaidy- 1957)

domingo, 14 de agosto de 2016

LUIS XVI - NESTA WEBSTER


“Luis XVI se describe a menudo como gordo y feo, pero cuando miro los retratos del rey pintados en su juventud, no lo era en absoluto. Aunque yo no lo encuentro especialmente guapo, no era feo tampoco y es fácil ver como los contemporáneos lo consideraban apuesto. Era un hombre alto, corpulento, pero aun no muy gordo, con las piernas bien formadas, un semblante agradable, rubio y ojos azul claro, de los cuales fue velada la expresión benévola solo por la miopía, Luis XVI, a sus diecinueve años, no fue desagradable.

Su voz, armoniosa en su tono normal, solo se levantó discordante bajo la presión de la emoción. Desafortunadamente caminaba mal, con el movimiento de vaivén propio de su familia, en vez de deslizarse suavemente a la manera que era de rigor, en los pisos pulidos de Versalles… simple, honesto, amable, sencillamente vestido con su abrigo de color marrón o gris, que no parecía de ningún modo real… el propio Luis era delicado en la infancia y solo por la edad de dieciséis años había empezado a adquirir la solidez y la fuerza del musculo, que lo llevo a encontrar una válvula de escape para sus energías en la caza, el tiro y el trabajo en su taller de cerrajero”.

-Louis XVI and Marie Antoinette - nesta webster - 1937.

domingo, 18 de octubre de 2015

"Sin embargo, hubo ocasiones en que el rey demostró ser un verdadero romántico – incluso en público -. Un día cuando viaja a través del Bois Boulogne vio a la reina en el césped con sus tías, disfrutando de una comida de fresas con crema, una imagen de los lienzos pastorales de Fragonard. Allí desde su silla de montar, tomo por detrás a la reina de su cintura y le beso la mejilla, María Antonieta se ruborizó toda ante este gesto espontaneo de Luis. Todos los que fueron testigos de este encantador despliegue de felicidad doméstica y armonía marital nunca antes visto entre los monarcas quedaron admirados".

-notorious royal marriages - leslie carroll (2010)

domingo, 5 de mayo de 2013

EL DEBATE SOBRE LA ENFERMEDAD DE LUIS XVI!


La desesperación de no dar a luz a un heredero, así como el anhelo insatisfecho natural de tener un niño, junto con los espíritus exuberantes de alta de una niña que amaba las fiestas crearon para María Antonieta una imagen de vértigo frenético, ensucio su reputación de todos los tiempos y llevo a los rumores de su conducta lasciva. Es irónico, porque su hermano José II describe a la joven reina como no tener temperamento o ninguna inclinación por la sexualidad.

Tal vez tengamos que atribuir las presuntas deficiencias de Luis XVI en su lucha con la tuberculosis cuando era niño, así como la perdida temprana de sus padres y la forma en que fue tratado por sus tutores. En cuanto a consumar el matrimonio, la novia tenia catorce años de edad pero parecía como si tuviese doce, creo que habla bien de Luis al no querer desflorar a una niña. Luis también se acercó a su esposa de una manera restringida, porque sus  tías habían inculcado en él los peligros para Francia, cuando un rey esta cautivado por una mujer, como le había sucedido a su abuelo Luis XV.

Por otra parte, Luis pertenecía a la camarilla política de Versalles que había estado en contra de la alianza con Austria, pues era el enemigo tradicional de esa nación y se  había estabilizado una humillante derrota a los borbones en la guerra de los siete años. La derrota se atribuyó a la amante de Luis XV, madame de Pompadour, quien también había estado detrás de la organización de la boda con la archiduquesa austriaca. Luis probablemente podría verse a sí mismo llegando a ser absolutamente cautivado por María Antonieta, por lo que se mantuvo al margen en un principio.


Para citar “Marie Antoinette l’insoumise” de Simone Bertiére: “la reina sufría una condición conocida en la corte como “l’étroitesse du chemin” (una estrechez del pasaje), que impedía la penetración”. Pronto surgió la tesis de que el rey sufría una enfermedad, propuesta en la biografía de Stefan Zweig de 1932 después de descubrir la correspondencia sin censura entre la reina y su dominante madre. “desde entonces, la impotencia de Luis presume en su cobardía al negarse a una operación para corregir una malformación física – dice Bertiere- Zweig no comparo estas cartas con las enviadas por el embajador austriaco que no dejan duda alguna de que Luis XVI no sufría de malformaciones”. No fue sino hasta siete años después de casarse que María Antonieta “la niña paralizada por el terror”, perdió si virginidad.

Zweig es responsable de propagar la teoría de la fimosis, una teoría que sigue apareciendo en los libros contemporáneos y en internet, aunque autores como Webster, Bertiere, Cronin y Fraser ha hecho su mejor esfuerzo para mostrar que es errónea.

Según Wikipedia: “las razones detrás del fracaso inicial de la pareja se debatieron en aquel momento y han continuado desde entonces. Una sugerencia es que Luis augusto sufría de una disfunción fisiológica, fimosis, propuesta hecha a finales de 1772 por los médicos de la corte. Los historiadores en este punto de vista sugieren que fue circuncidado (un tratamiento común para la fimosis). Los doctores de Luis no estaban a favor de la cirugía, era una operación delicada y traumática para un hombre adulto. El argumento a favor de la fimosis y el resultante de una operación se considera sobre todo que se  origina a partir de Stefan Zweig”.


Sin embargo, se ha acordado entre los historiadores más modernos que Luis no tenía la cirugía. Por ejemplo, en 1777, el embajador prusiano, el barón de Goltz, informo que el rey de Francia había declinado definitivamente de la operación. El hecho es que Luis fue declarado como apto para la relación sexual, confirmado por José II y si durante el tiempo que fue presuntamente sometido a la operación, el rey se fue a cazar casi todos los días, de acuerdo a su diario. Esto no había sido posible si se hubiera sometido a una circuncisión, por lo menos, habría sido incapaz de ir a la caza por unas pocas semanas. Sus problemas Sus problemas se han atribuido a otros factores, en torno al cual la controversia y la discusión aun hoy envuelven.

Bertiere repetidamente cita informes de varios médicos de los exámenes de Luis, que dicen que no había ninguna razón física por la que no pudiera consumar el matrimonio, es decir, ninguna fimosis.

Según Nesta Webster: “José II fue capaz de dar el consejo correcto que finalmente llevo a la consumación de tan devotamente esperado matrimonio sin tener que recurrir a la tan comentada operación”.

Según Antonia Fraser: “en enero de 1776, Moreau, un cirujano del hospital Hotel-Dieu, estaba pronunciando que la operación de Luis XVI era innecesaria, y unos meses más tarde María Antonieta corroboro lo dicho por el cirujano, por lo que nunca hubo una operación”.


En el verano de 1777, Luis XVI y María Antonieta consumaron totalmente su matrimonio. Cada uno con veintidós años y veintiuno respectivamente.la novia ya había madurado física y emocionalmente, ya estaba lista para realizar la tarea de ser esposa y madre. Se convirtió en un matrimonio que no todas las fuerzas del infierno pudieron romper.

domingo, 28 de abril de 2013

LA EXPEDICIÓN A OCEANÍA (1783)

En 1783, después del tratado de parís, Jean Francois de La Perouse es elegido  por el marqués de Castries y Luis XVI para dirigir una expedición alrededor del mundo, para complementar los hallazgos de James Cook en el océano pacifico.

El rey Luis XVI lanzo una de las mayores expediciones de descubrimiento de su época. Quería corregir y completar la cartografía del planeta, crear nuevos puestos de comercio, abrir nuevas rutas marítimas en todo el mundo, enriqueciendo las colecciones de conocimientos científicos.


Luis XVI tenía un amplio conocimiento en viajes de lectura geográfica, le había dado una gran predilección por todo lo que tenía alguna relación con la navegación y sobre todo los viajes de Cook, quien había bateado mas, inspiro el deseo de ordenar una campaña de descubrimiento e involucrar a los franceses en la gloria que había conseguido aquel navegador por su nación. Las opiniones del monarca fueron consignadas en un proyecto que fue esbozado por primera vez por sus propias ideas. El original todavía existe y vemos notas al margen, escrito de puño y letra, con medidas propuestas a corregir y compensar lo que se omite. Todas estas notas anuncian un profundo conocimiento de la geografía, la navegación y el comercio. Por último leemos en el fondo del proyecto, también escribió la mano del rey, el siguiente pasaje:

“Para resumir lo que se propone en el presente proyecto y las observaciones que hice, hay dos partes, el comercio y los reconocimientos. Los primeros dos puntos principales: la caza de ballenas en el océano Antártico al sur de América y el cabo de buena esperanza y el otro es el comercio de pieles en el noroeste de América, por ser transportados en china, y si podemos, en Japón. Como parte del reconocimiento, los punto principales son que la parte del noroeste de América, que compite con el aspecto comercial, el mar del Japón, que también contribuye, pero creo que esta temporada propuesta en el proyecto es un nombre poco apropiado, las islas salomón y al sudoeste de nueva Holanda. Todos los demás  deben estar subordinado a ellos, debe limitarse a lo que es más útil y e puede ejecutar en el país en los tres años propuestos”.

Fue después de considerar y, en sus diversas partes, la expedición propuesta, que el rey le dio al navegador La Perouse  que le había confiado la ejecución de la expedición. Se trataba de un capitán que llego a su rango en la armada francesa con una carrera de servicio largo y honorable.

Galaup jean francois de La Perouse, nacido en 1741, ingreso a la armada en 1756 con el rango de simple guardia. En 1780, después de una expedición hábilmente llevada a cabo contra las colonias inglesas de Hudson, había sido nombrado capitán.


Los preparativos para el viaje cuyo objetivo era llenar todos los huecos, para disipar las dudas que aun pudieran existir  en la geografía marítima, respondió a la medida de su plan y la importancia de los resultados que se esperan.

Dos fragatas, la brújula y el astrolabio, se organizaron para esta compaña marítima, estaban equipados con todo lo que parecía necesario o útil solo para un viaje que duraría tres años.

Un comité formado por hombres mayores en las diversas ciencias y artes. Una tripulación de 220 hombres, incluyendo un astrónomo, un médico, tres biólogos, un matemático y tres dibujantes. Incluso los sacerdotes católicos que formaban parte de la expedición como los capellanes fueron entrenados como científicos.


El tamaño del proyecto, la atención prestada a su organización, la habilidad de los que fueron escogidos, todo parecía prometer un éxito de La Perouse, pero la fortuna engaño todas las expectativas y la compañía de transporte marítimo en condiciones tan favorables, termino pronto por un desenlace oscuro casi desconocido en los anales del mar.

La expedición cruzo el atlántico y llego a cabo de hornos, en el extremo sur de América del sur, en enero de 1786.mas tarde exploro chile, islas de pascua, Hawái (todavía hay un lugar en mavi llamado laperouse bay), Alaska, california (donde La Perouse  encontró mucho que criticar en el tratamiento de los nativos americanos), Japón, Rusia, filipinas, Taiwán, corea, tonga, Samoa y Australia.

Dos años después de la hora fijada para el regreso de La Perouse  no volvió a aparecer, se sacaron conjeturas sobre su triste final de su campaña. En 1791, la asamblea nacional pidió al rey enviar exploradores en busca de los infelices.

El almirante d`entrecasteaux fue encargado de esta misión pero no obtuvo resultados, hasta que en 1827 el capitán  Dillon, que navego los mares de india, descubrió los restos de vasijas y objetos que habían pertenecido a La Perouse. Guiados por los indicios, parece cierto que durante la noche las dos fragatas la brújula y astrolabio se estrellaron en los arrecifes de las islas vanikoro, fueron tragados sin que nadie pudiera escapar de este desastre.

El capitán  Dillon recogió los cañones de bronce, la campana de buceo, algunos fragmentos de porcelana y tubos barométricos que obviamente venían del armamento de La Perouse.En 1828, el capitán  Dumont  d`urville recorrió los mares en los que había navegado  La Perouse, encontraron restos de armas que confirmaron todo lo que se podía haber previsto el lamentable destino del navegador y su tripulación.

Antes de salir de este lugar,  Dumont  d`urville hizo un último homenaje a la memoria de La Perouse. En las rocas se erigió un mausoleo coronado por un obelisco triangular.


El propio Luis XVI habría pedido; en la mañana de su ejecución, el 21 de enero de 1793: “¿hay alguna noticia del señor de La Perouse?”. Yo no garantizo la exactitud de esta cita, pero es emblemática la simpatía personal del depuesto rey por el explorador, y el nivel de  interés público en el destino de la expedición.

domingo, 17 de marzo de 2013

María Antonieta a su madre 18 diciembre de 1771: "Hoy estuve presente mientras que el señor delfín estaba disparando. él mato a unos cuarenta pájaros, lo que demuestra que no es tan miope como se cree".

domingo, 20 de marzo de 2011

PERSONALIDAD DE LUIS XVI DE FRANCIA

LOUIS XVI PERSONALITY

A los quince años y medio, el futuro Luis XVI se presenta como un adolescente flaco y larguirucho que creció demasiado rápido. A su rostro de facciones regulares no le faltaría encanto, a pesar de una dentadura mal arreglada, si no tuviera aún las huellas de una adolescencia en la que todo desarrollo estaba prohibido. El delfín, que tiene grandes ojos azules, suaves y un poco miopes, no mira a la cara a sus interlocutores. Parece tan tímido como desconfiado, mostrando siempre el aire más oscuro e infeliz del mundo. Habla poco y cuando habla, su voz aguda y nasal es desagradablemente impresionante. A pesar de su delgadez, camina como un pato, como si le diera vergüenza moverse bajo la mirada de los demás. La Corte es verdaderamente para él el lugar de todas las torturas.

Perfectamente consciente de su deshonra física y de su falta de majestad, el príncipe se sinceró al respecto con sus amos que, por una vez, intentaron hacerle superar lo que llamaríamos sus complejos. "Solo de ti depende adquirir este aire de bondad y afabilidad", le había dicho La Vauguyon cuando el príncipe hubo suspirado a su lado que nunca tendría el porte de su abuelo. “Tratad de imitar la manera en que el rey recibe las gracias por las mercedes que se digna conceder -prosiguió el gobernador- Presta atención a esa majestuosa sonrisa llena de bondad que penetra hasta el fondo del corazón”. Parece decir: “Lo que he hecho por ti está por debajo de la grandeza del que dio y del mérito del que recibió”.

Es madame Adelaida, una pequeña marimacho, que lo entendía mejor, incluido su hermano Provenza afirmó que era tan escurridizo como dos bolas de billar manchadas de aceite. Ella le dijo cuando era un niño: "Adelante, mi pobre Berry, estás en casa, diviértete, haz ruido, ¡empújate y rompe lo que quieras!” El hombre no era emocional Y no tenía nada que ver con la ternura. En 1767, los hermanos criticaron al escritor Marmontel que se atrevía a dar lecciones a los reyes y el conde de Artois declaró: “Si de mí dependiera, lo haría castigar en las cuatro esquinas de París". "Y lo ahorcaría", agregó el delfín Luis Augusto. Cuando se le preguntó qué apodo le gustaría que mantuviéramos, respondió, para horror de quienes lo rodeaban: “Louis le Sévère”. Esta violencia interna se manifestaría más tarde en lo que se denominaría los "golpes de boutoir” del rey que dejó boquiabiertos a los cortesanos. Diana de Polignac, dama de honor de Madame Élisabeth, recibió un día un orinal – ¡de la fábrica de Sèvres, es verdad! – por apoyar a Benjamin Franklin, y el Marqués d'Argenson fue reprendido alegando que era "indigno de un caballero establecerse como comerciante mayorista y tener una posada y una oficina de correos en su tierra de Ormes”

En otra ocasión, le dijo a uno de sus ministros, que casi se desmaya: “¡Qué! ¿Te sale una carta de cachet de tu departamento y no sabes nada al respecto?”. Esto iba de la mano con un vestido desaliñado, un aire de rudeza que a menudo se le reprochaba, y un vocabulario lansquenet en círculos pequeños; La galantería cortesana debía pesar sobre él y la caza era una salida. Quizás tenía la moderación de los que temen su propia violencia.

De adulto, el delfín era un tipo alto y taciturno del que se pensaba que se sentía más cómodo cazando que haciendo gracia. Se decía que era duro y obstinado. “Era nada menos que amistoso”, concede el historiógrafo de France Moreau, aunque ardiente defensor de la monarquía; un embajador italiano incluso se preguntó si no habría nacido en medio del bosque. Mercy, que comenzaba a reconocer sus errores, escribió en 1770: "Su carácter lúgubre y reservado lo había vuelto impenetrable hasta ahora”. Afinaría su pensamiento en 1774: “El rey, en quien reconozco cualidades sólidas, tiene muy pocas amables. Su exterior es tosco; el negocio podría incluso darle momentos de mal humor”. El delfín estaba fuera de lugar en Versalles; aparte de la caza, no compartía ninguno de los gustos de los cortesanos; era muy serio y las malas lenguas llegaban a llamarlo ahorrativo. Practicaba su religión sin segundas intenciones y no rehuía a las mujeres que pasaban a su alcance, lo que resultaba sorprendente en un hombre de su generación. Se reconocía que tenía buen sentido, pero pocos jóvenes nobles podían reconocerse en él, pues, con la moral y la religión, uno solo podía pasar por una mente mediocre.

El extraño adolescente debió ahogarse al ver a una cortesana hacer y deshacer ministros mientras su abuelo deshonraba sus canas. Pero cualquier comentario de su parte inevitablemente habría sido distorsionado para ser informado al rey y no tenía la intención de revelarse antes de tiempo. Se distanció de La Vauguyon, no dice nada contra el Du Barry y no mostró ninguna emoción por el despido de Choiseul. Fuera de Versalles, gozaría de una popularidad inagotable.

Se decía que tal delfín prestado no podía gobernar, pero desde 1771 el rey le había delegado al Abbé Jean de La Ville, primer secretario de Relaciones Exteriores. Durante las horas dedicadas a la caza, el abuelo y el nieto debieron hablarse bien. El Delfín se preparaba para sus funciones de seminarista al sacerdocio y se mostró, ante el asombro de todos, plenamente capaz de ejercer su papel al acceder al trono. Los académicos Hardman y Price señalan, en su edición de la correspondencia entre el ministro de Relaciones Exteriores Vergennes y el rey, que la cuenta y el estilo de este último no cambió de 1774 a 1784. Sabía lo que se decía de él, lo que le proporcionaba material para un humor poco convencional. Un día, cuando alguien le hizo una pregunta sobre literatura, se complació maliciosamente en responder: "Pregúntale a Provenza, es el que tiene el espíritu”. Era una línea de doble filo oponer “espíritu” y “juicio”. Cuando le hicieron repetir su discurso ante el lecho de justicia recordando los parlamentos, observó con un puchero: "Sí, lo sé, Provenza hubiera ido mejor”. Cuando Saint-Maigrin, el hijo de La Vauguyon, solicitó la supervivencia del cargo de su padre, el rey, a quien no le gustó, contestó: "Tenemos en común, señor, haber recibido una mala educación”

Uno hubiera pensado que los providentes cortesanos se apresurarían a ofrecer sus servicios al futuro soberano, pero no lo era tanto la posibilidad de un nuevo reinado absoluto parecía improbable. El futuro Luis XVI, sin embargo, tenía lo que ahora se llama una agenda oculta: hacer de la corte algo más que un burdel y una guarida de ladrones que serían barridos por el resentimiento popular..

Le mariage forcé ou Marie-Antoinette humiliée – Jean-Pierre Fiquet

sábado, 1 de agosto de 2009

LOS GUSTOS DE LUIS XVI


Efectivamente Luis adoraba la carpintería y herrería reparaba relojes y creo una excelente colección de muebles. Gustos que la corte francesa veía como algo totalmente bochornoso y denigrante, y aun más siendo esta la conducta del que seria pronto el soberano de Francia siendo coronado rey, Luis XVL dejo un poco este gusto aunque no dejo de lado su pasión por la cacería. muchas cartas dirigidas a Marie teresa tanto por maría Antonieta como por el conde Mercy, ponen en evidencia que la futura reina estaba disgustada por la conducta de su esposo, la indiferencia que le demostraba y que solo olvidaba cuando se dedicaba a este tipo de oficio.

María Antonieta escribe a María Teresa el 18 de abril de 1773: “Luis Augusto está bien constituido, me ama y me tiene buena voluntad, pero es de una indiferencia y de una pereza, que sólo lo abandonan cuando se dedica a la caza.” 

17 de julio de 1773: Mercy-Argentau escribe a María Teresa: “Aunque existe entre el señor Delfín y la señora Delfina la más perfecta armonía, Su Alteza Real tiene a veces pequeños motivos de desagrado, de los cuales me hace la gracia de hablarme: Todo el ascendiente que tiene sobre el señor Delfín no ha podido apartar de este joven príncipe de su gusto extraordinario por todo lo que sea construcción de obras, como albañilería, carpintería y otras de ese tipo. Siempre tiene algo nuevo que hacer arreglar en el interior de sus aposentos; trabaja él mismo, con sus obreros, en quitar los materiales, las vigas, los enlosados, y se dedica durante horas enteras a ese penoso ejercicio; a veces vuelve más fatigado de lo que estaría un jornalero obligado a realizar ese trabajo. Hace poco he visto a la señora Delfina muy molesta y dolida por esta conducta...”


En palabras de señora Campan: “por desgracia, mostro predilección demasiada por las artes mecánicas y la albañilería, esto era motivo de agrado incluso lo admitió en su apartamento privado, convirtiendo sus aposentos en un cerrajero común, donde realizo las llaves y cerraduras, y eran sus manos, ennegrecidas por ese tipo de trabajo, a menudo, en mi presencia, el tema eran protestas e incluso reproches fuertes por parte de la reina, que había elegido otro tipo de diversiones para su marido”.

Pero estos dos, Luis XVI y María Antonieta, esquivan todo roce, cada uno con distintas diversiones, él, dejadez corporal, ella, por dejadez espiritual: “mis gustos no son iguales a los del rey –confiesa traviesamente en una carta María Antonieta- no se interesa él por otra cosa sino por la caza y los trabajos mecánicos… me concederá usted que mi puesto en una fragua no tendría ninguna gracia esencial; no sería allí ningún Vulcano, y el papel de Venus acaso desagradara aun mas a mi esposo que todas mis otras aficiones”. 

Luis XVI además era un ávido lector, conoce bien la historia y la geografía, mejora constantemente su ingles y su latín, en lo cual le ayuda una memoria excelente. Sus cuadernos y libros de recuerdos son llevados con un orden prefecto, todas las noches, con su escritura clara, redonda, limpia, casi caligráfica, consigna las insipideces más desdichadas de su vida: “he matado seis corzos”, “me he purgado”.

“… el registro llevado por Luis XVI, conservado en los archivos nacionales, era simplemente un cuaderno en el que anoto abajo memorandos personales – sus compromisos privados, los días en que se tomo un medicamento o iba a misa, además de todas las notas de caza y tiro de una manera clara y sin detalles”. (Luis XVI y María Antonieta antes de la revolución – Nesta Webster, 1937)