El 22 de octubre de 1781 el tan esperado heredero al trono nació.
Trajo la popularidad sin precedentes a María Antonieta, había llegado a ser
reina por segunda vez. Los primeros años de la corta vida del delfín era de
gozo absoluto de sus padres.
El 22 al despertar, la reina sintió un poco de dolor, sin
embargo se dio un baño, el rey, que iba a disparar a Sacle, derogo la partida
de caza. Entre las doce y media, su dolor fue mayor, a la una y cuarto el delfín
nació. Con el fin de evitar una repetición del accidente que había ocurrido en
el nacimiento de madame royal, se había decidido que la multitud no se le seria
permitido el ingreso al apartamento real, y que no se sabría el sexo del bebe
hasta que la madre estuviera fuera de peligro.
Al enterarse de la noticia a la mitad de las onces, la
señora Polignac se había quedado con la reina, las damas y caballeros de la
corte que quería presenciar el nacimiento del delfín encontraron las puertas
cerradas. Solo pudieron ingresar el conde Artois, madame Lamballe, de Chimay,
de Mailly, de Ossun, de Tavennes y de Guemenne. Cuando el niño nació, fue
llevado al gran vestidor, donde el rey lo vio lavado y vestido y se le fue dado
a la institutriz real, la princesa de Guemenee.
La reina estaba en la cama, ansiosa y sin saber nada, todos
los que la rodeaban controlaron su
rostro tan bien que la pobre mujer, al ver su aire limitado, pensó que ella había
dado a luz a una niña por segunda vez. “ya ves como soy razonable”, dijo
suavemente: “yo no te pregunto”. Pero el rey ya no podía contenerse, se acerco
a la cama de su esposa y con lagrimas en los ojos le dijo: ”el señor delfín le
pide permiso para entrar”. El niño le fue llevado, la reina lo abrazo con un
entusiasmo que no se puede describir.
La escena era indescriptible: todas las restricciones se
dejaron a un lado, la alegría broto libremente, la antecámara de la reina era
encantadora. Todas las cabezas se envolvieron en risa y llanto, las personas que
no se conocían entre sí, hombres y mujeres, se abrazaron. Lo mismo sucedió,
cuando media hora después del nacimiento, las puertas de la cámara de la reina
se abrieron y el señor delfín se anuncio.
Madame Guemenee, radiante de alegría, lo tomo en sus brazos,
hubo aclamaciones de júbilo y aplausos, que penetraron a la habitación de la
reina y seguramente a su corazón. Uno de los valientes suizos y amigo intimo de
la reina reina, el conde de Stedingk, no podía contener su alegría: “un delfín señora,
que felicidad!”. Madame Elisabeth estaba tan encantada que no lo podía creer,
ella rio, lloro y caso enferma de emoción.
En cuanto al rey, que estaba intoxicado con su felicidad, no
dejo de ver a su hijo, le sonreía y lagrimas corrían de sus ojos. El extendió, sin
distinción, la mano a cada uno que lo felicitaba, su alegría se sobrepuso a su
habitual reserva. Buscaba cualquier ocasión para pronunciar las palabras: “mi
hijo el delfín”, y tomo al niño en sus brazos, lo levanto en la ventana, con
una expresión de contenido que toco a cada uno de los presentes.
A las tres de la tarde el niño recién nacido fue bautizado como Louis Joseph francois Xavier en la capilla de Versalles por el cardenal de Rohan. Después de la ceremonia, el conde de Vergennes y el conde de Segur le entregaron las insignias del cordon bleu y la cruz de san Luis. Por la noche hubo fuegos artificiales en la place d`armes.
El era un niño de excepcional belleza y de una fuerza
sorprendente. Las damas de la corte, admitieron al mirar al niño real, “tan
bello como un ángel”. Los cortesanos disputaban sobre la elección del futuro
gobernador del delfín, y se dieron cuenta, no sin malicia, el semblante
decepcionado del duque de Guines, que pensaba ilusionado que ese lugar debería ser para él y cuya
reciente desgracia le había robado la esperanza. Cuando el presidente del tribunal
de cuentas se acerco con elogios al delfín declaro: “el nacimiento es nuestro
gozo, su educación será nuestra esperanza, la virtud será nuestra felicidad”.
En parís, no era menos vivo, cuando el señor Croismare,
teniente de los guardias anuncio la gran noticia en el hotel de Ville. La gente
se echo a reír y se abrazaron unos a otros en las calles.
En su diario, escrito día a día, Luis XVI, trazaba
brevemente, aunque con sequedad, los mas pequeños actos de su vida privada. Esta
vez, para nuestra gran sorpresa, entra en detalle, gracias a su alegría de
haber tenido un heredero a la corona:
“la reina paso una noche muy cómoda el 21 de octubre. Se sentía
algo de dolor leve al despertar por la mañana, pero esto no le impidió el baño,
el dolor continuaba, pero esta vez en gran medida. Hasta el mediodía interrumpí
la partida de caza que se realizaría en Sacle.
Entre las doce y media, el dolor se hizo mas grande; la
reina se fue a la cama y solo una hora y cuarto mas tarde, según mi reloj dio a
luz aun niño. Solo estaba presentes la señora de Lamballe, el conde Artois, mis
tias, la señora de Chimay, la señora de Mailly, madame d`Ossun, la señora de Tavannes y madame de Guemenee.
De todos los príncipes a los que la señora de Lamballe había
enviado al mediodía para anunciar la noticia: debido a que el señor de Orleans llego
antes del momento critico (estaba cazando en Fause), permaneció en la cámara o
en el salón de la Paix. El señor de conde, el señor de Penthievre, el duque de Chartres, madame de Chartres, la señora princesa de Conty y la señora de conde
llegaron también… Mi hijo fue llevado
al gran vestidor, donde fui a verlo vestido y me lo puso en las manos la señora
de Guemenee, la institutriz. Después me acerque a la reina y yo le dije que era
un niño, y le fue llevado a su cama…”
“La reina dio a luz a un delfín. Madame de Polignac fue
convocada a las once y media. El rey estaba de salida para la caza en el
momento con el conde de Artois. El rey fue a la habitación de la reina y la encontró
en el sufrimiento, aunque ella no lo admitía. Su majestad revoco la caza, lo
que fue la señal para que todo el mundo se precipitara al apartamento de la
reina… el rey, sin embargo, continuaba con su traje de caza. Las puertas de la
antesala se cerraron, al contrario a la costumbre, lo que fue una gran mejora. La
reina acudió primero a la casa de la duquesa de Polignac, donde estuvo
acompañada por la duquesa de guiche, la señora de Polastron, la señora condesa
de Gramont, la señora de Deux-Ponts y la
señora de Chalons. Después de un cruel cuarto de hora, una de las mujeres de la
reina, llego toda salvaje y despeinada y grito: “un delfín! Pero no debe ser
contado”. Nuestra alegría era demasiado grande para contenerla”.
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