lunes, 16 de enero de 2017

EL NACIMIENTO DE MADAME ROYAL (1778)


Aquel acontecimiento del nacimiento no seria un privado suceso de familia, esas duras horas, según la regla antiquísima, tiene que pasarlas en presencia de todos los príncipes y princesas y bajo vigilancia de toda la corte. Todo miembro de la familia real, lo mismo que muchos altos dignatarios, tienen derecho a encontrarse presentes en la habitación de la parturienta y dar testimonio que el niño ha nacido de la reina. De todas las provincias, de los castillos más apartados, llegan curiosos; pero la reina hace esperar largo tiempo el espectáculo a los indeseables huéspedes.

Por fin, el 18 de diciembre, suena, por la noche, la campana de palacio anunciando que los dolores han comenzado. Madame de Lamballe se precipita en el cuarto de la parturienta, y tras ella, emocionadas, todas las damas de honor de la corte. A las tres son despertados en rey, los príncipes y princesas: pajes y guardias montan a caballo y corre a todo galope hacia parís y Saint-Cloud para llamar como testigos a todos los que tienen sangre real o la categoría de príncipe.


Algunos minutos después de que el medico de la corte ha anunciado en voz alta que ha comenzado el difícil trance para la reina, penetra estrepitosamente toda la banda aristocrática, estrechamente apretados en la angosta habitación. El aire se hace cada vez mas denso y sofocante en el cerrado recinto, por el aliento de unas cincuentas personas y el penetrante olor de esencias y vinagrillos.


La publica escena de tormento dura siente horas completas, hasta que por fin, a las doce y media de la mañana, María Antonieta da aluza una criatura –una niña-.de repente resuena entonces un sonoro mandato del comadrón: “apártense la reina necesita aire!, agua caliente! Es necesaria una sangría!”. A La reina se le ha subido de repente la sangre a la cabeza, ha caído desmayada, medio ahogada por el aire apestoso, yace sin movimiento y resollando sobre las almohadas. El cirujano osa hacer la sangría sin ninguna clase de preparación. Un chorro de sangre brota de la vena herida en el pie y he aquí que la reina abre los ojos: esta salvada.
  

“la reina dio a luz a una princesa a las doce y media. Al principio los dolores fueron leves y llegaron con largos intervalos de descanso momentos de sueño. Los dolores graves y prolongados solo comenzaron alrededor de las ocho y las aguas fluían en ese momento.la reina afrontaba todo con gran coraje. El esfuerzo que hizo para no quejarse ni gritar causo un leve movimiento convulsivo de los nervios, se pensó en a serle sangrar y el accidente termino inmediatamente. La reina esta lo mejor posible y su hija hermosa, es grande y fuerte…” (el conde Mercy , 20 diciembre de 1778).

Ciertamente, para María Antonieta, con su pasión de por vida para los niños, el nacimiento de una hija que era excepcionalmente robusta y saludable no fue una “desgracia nacional” como fue calificado en Viena. El príncipe de Lambesc, hijo de la condesa de Brionne, el encargado para hacer el anuncio oficial en nombre del rey en la corte de Austria. María Antonieta había querido garabatear unas líneas en lápiz a su madre, pero fue detenida en razón de que la emperatriz estaría preocupada por la idea de un esfuerzo innecesario de su hija en un momento tan crítico.

un delfín le pregunta a nuestra reina
una princesa le anuncia cercano
dado que una de las gracias se ve
un joven cupido rápido aparecerá!.
(una rima popular que circulo después del nacimiento de madame royal).
 
La reina no estuvo presente en el bautismo instantáneo de su hija. Así, María Antonieta se salvó del incidente cuando el malévolo conde Provenza protesto ante el arzobispo oficiante que “el nombre y la calidad” de los padres no habían dado formalmente, de acuerdo con el rito habitual de un bautismo. Bajo la máscara de la preocupación por el procedimiento correcto, el conde estaba haciendo una alusión impertinente a las acusaciones sobre la paternidad del bebe hecho en los libelos. La alusión sin duda no paso desapercibida para los cortesanos presentes. En parís, el duque de Chartres monto otro tipo de protesta por la decoración del Palais Royal, con un conjunto muy modesto de iluminaciones con motivo del nacimiento; esta mezquindad fue atribuido por las multitudes por el estado de indignación con el rey y la reina.

María Antonieta, más fácilmente capaz de pasar por alto este tipo de insultos porque no quería oír ni ver ella misma, se concentró en la celebración del nacimiento de su hija con donaciones a organizaciones benéficas adecuadas. Ella pidió al rey 5000 libras para ser utilizado como dotes para las cien niñas “pobres y virtuosas” de parís.


Luis XVI, por su parte, no mostro ningún signo de decepción por el sexo del bebe, sentía una alegría indescriptible, verse como padre, su afecto y ternura hacia la reina no tenia limites… cuando la reina despertó por la mañana fue el primero junto a su cama, donde permaneció parte de la mañana, volvió varias veces en la tarde y paso toda la noche. La reina se quedó en la cama durante dieciocho días, con sus damas que la vigila día y noche. Leonard la visito para acomodar el pelo corto y darle una oportunidad para reparar los estragos de los últimos meses. Durante este periodo, María Antonieta, salto por encima de la etiqueta para amamantar a su bebe, de acuerdo con las teorías de Rousseau sobre la maternidad saludable y natural. Esta fue la ventaja de haber producido una hija –“tú eres mía”- ya que un delfín habría arribado inmediatamente a la mejor nodriza de la tierra. Pero la creencia de que la lactancia materna actúa como un anticonceptivo significaba que María teresa recibió la noticia con desaprobación abierta. Aunque una nodriza para la bebe princesa se empleó obviamente, María Antonieta parece haber logrado amamantar a su hija durante un determinado periodo.


Ha terminado el tormento de la mujer y comienza la felicidad de la madre. Aunque la alegría no sea completa y los cañones sólo retumben veintiuna veces en honor de una princesa, y no ciento una, como sería saludado un recién nacido heredero del trono, reina, no obstante, el júbilo en Versalles y en París. Son enviadas estafetas a todos los países de Europa, se reparten limosnas en toda la nación, son puestos en libertad presos por deudas y presidiarios, cien prometidos son equipados a Costa del rey, casados y provistos de una dote. Para el pueblo de París hay fuegos de artificio, iluminaciones, fuentes que derraman vino, reparto de pan y de embutidos, entrada gratuita en la Comedia Francesa: a los carboneros se les reserva el palco del rey; a las pescaderas, el de la reina; también a los pobres debe serles permitido una vez celebrar su fiesta. Todo parece ahora bueno y dichoso; Luis XVI, desde que es padre, puede convertirse en un hombre satisfecho y seguro de sí, y María Antonieta, desde que es madre, llegar a ser una mujer feliz, seria y concienzuda; está removido el gran obstáculo, asegurado y fortalecido el matrimonio. Los padres, la corte y todo el país pueden regocijarse y, en efecto, se regocijan abundantemente con fiestas y diversiones.

Madame Royale, en una imagen enviada a la abuela, la emperatriz María Teresa. Ella escribió: " me dio una alegría profunda como siempre, tranquilizándome sobre el estado de su salud, especialmente en la nueva intimidad con el rey y la consiguiente, sus esperanzas que pronto será capaz de dar un compañero a la querida, El retrato que me han enviado de su hija, muestra a ser encantadora, fuerte y sana y me dio una gran alegría. Lo tengo cerca de mí en una silla, al no ser capaz de ponerlo fuera de mi vista, creo que se parece al rey."
Una sola persona no está del todo contenta: María Teresa. Mediante aquella nieta, cierto que le parece mejorada la situación de su hija predilecta, pero aún no lo bastante consolidada. Como emperatriz, como política, piensa incesantemente, y ante todo, más allá de las dichas familiares, en el sostenimiento de la dinastía: «Necesitamos absolutamente un delfín, un heredero del trono». Como otra vez pasan meses y meses sin embarazo, la emperatriz se enoja realmente, al ver lo mal que aprovecha María Antonieta sus noches conyugales. «El rey se retira temprano y se levanta lo mismo; la reina hace todo lo contrario. ¿Cómo puede entonces esperarse nada bueno? Si no os veis más que de pasada, no hay que confiar en ningún auténtico resultado favorable.» Sus cartas son cada vez más vivas a insistentes. «Hasta ahora fui discreta, pero en adelante llegaré a ser inoportuna: sería un crimen no traer al mundo más hijos de esta raza.» Éste es el único acontecimiento del cual quiere tener noticias antes de su muerte: «Estoy llena de impaciencias; a mi edad, no puede esperarse ya mucho tiempo».

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