domingo, 25 de septiembre de 2016

MARIE ANTOINETTE REINA DEL ROCOCÒ - STEFAN ZWEIG

En el momento en que María Antonieta, la hija de su antigua adversaria María Teresa, asciende al trono de Francia, se intranquiliza Federico el Grande, el enemigo tradicional de Austria. Envía carta tras carta al embajador prusiano para que indague cuidadosamente los planes políticos de la reina. En realidad, el peligro para él es muy grande. María Antonieta no necesita más que quererlo, tomarse una pequeñísima molestia, y todos los hilos de la diplomacia francesa correrían únicamente por sus manos. Europa estaría dominada por tres mujeres: por María Teresa, María Antonieta y Catalina de Rusia. Pero por suerte para Prusia y por desdicha para ella misma, María Antonieta no se siente en modo alguno atraída por una magnífica a histórica tarea; no aspira a comprender el tiempo, sino únicamente a matarlo: con negligencia, coge la corona como si fuese un juguete. En vez de utilizar el poder que le ha caído en suerte, sólo quiere gozar de él. 


Fue éste, desde el comienzo, el error fatal de María Antonieta: quería triunfar como mujer, en vez de hacerlo como reina; sus pequeños triunfos femeninos eran más importantes para ella que los grandes y trascendentales de la Historia Universal; y como su frívolo corazón no sabía dar a la idea de la realeza ningún contenido espiritual, sino sólo una forma perfecta, se le empequeñeció entre las manos una gran misión, se le convirtió en un juego pasajero: un gran destino en un papel de teatro. Ser reina, para la María Antonieta de diecinueve irreflexivos años, significa exclusivamente ser la mujer más elegante, más coqueta, la mejor vestida, la más adulada, y ante todo la más divertida de toda la corte, la mundana que imprime el tono a aquella sociedad distinguida y ultrarrefinada, que vale, a sus ojos, por el mundo entero. Durante veinte años representa comedias en su escenario particular de Versalles, el cual, como una senda de flores japonesas, se alza sobre un abismo; enamorada de sí misma, representa, con gracia y buen estilo, los papeles de prima Donna, de perfecta reina del rococó. Mas ¡qué pobre es siempre el repertorio de este teatro de salón! Un par de menudas coqueterías efímeras, algunas tenues intrigas, muy poco espíritu y mucha danza.

En el curso de estos juegos y pasatiempos, no tiene ningún auténtico compañero como rey a su lado, ningún verdadero héroe como pareja en la representación; sólo un auditorio, siempre el mismo, esnob y aburrido, mientras por fuera de la adorada puerta de la verja un pueblo de millones de hombres confía en su soberana. Pero aquella ciega mujer no sale jamás de su papel; no se cansa de aturdir constantemente, con nuevas naderías, a su alocado corazón; hasta cuándo del lado de París retumban ya, amenazadores, los truenos sobre los jardines de Versalles, no cesa ella en su juego. Sólo en el momento en que la Revolución la arranca violentamente de esta angosta escena rococó, para arrojarla en el grande y trágico escenario de la Historia Universal, reconoce la reina el tremendo error de haber escogido, durante veinte años un insignificante papel de dama de salón, mientras que el destino le había proporcionado fuerzas y energía espiritual para desempeñar uno de heroína. Tarde advierte el error, pero no demasiado tarde, pues precisamente en la hora en que no tiene ya que vivir representando su papel de reina, sino que morir según él, en el trágico eplogo de esta comedia pastoril, alcanza la medida real de sus fuerzas. Sólo cuando el juego se convierte en cosa seria y cuando le quitan la corona, es cuando María Antonieta llega a tener un corazón de reina. 


La idea de María Antonieta, o más bien su falta de idea al creer que casi durante veinte años se puede sacrificar lo esencial a lo insignificante, el deber al goce, lo difícil a lo fácil, Francia al pequeño Versalles, el mundo real a su mundo de juguete, esta falta histórica es casi inconcebible. Para comprender plásticamente su falta de sentido, lo mejor es echar mano de un mapa de Francia y trazar allí el estrecho campo de acción dentro del cual consumió María Antonieta los veinte años de su reinado. El resultado es asombroso, pues este círculo es tan pequeño que, en medio del mapa, apenas es más que un puntito. Entre Versalles, Trianón, Marly, Fontainebleau, SaintCloud, Rambouillet, seis palacios dentro de un espacio ridículamente pequeño, a pocas horas de camino unos de otros, gira incansablemente, de uno a otro lado, la dorada peonza del inquieto aburrimiento de la reina.

Ni una sola vez sintió María Antonieta en lo espacial, como tampoco en lo espiritual, la necesidad de franquear este polígono en que la mantiene encerrada el más estúpido de todos los demonios: el demonio del placer. Ni una sola vez, en casi la quinta parte de un siglo, satisfizo la soberana de Francia el deseo de conocer su propio reino, de ver las provincias cuya reina es; el mar que baña sus costas, las montañas, las fortalezas, las ciudades y catedrales, el país vasto y diverso. Ni una sola vez le roba una hora de tiempo a su ociosidad para visitar a uno de sus súbditos, o, por lo menos, para pensar en ellos; ni una sola vez pisa los umbrales de una casa burguesa; todo este mundo verdadero, ajeno a su círculo aristocrático, era de hecho, para ella, como no existente. Que todo alrededor de la ópera de París se tienda una ciudad gigantesca, densamente llena de miseria y descontento; que detrás de los estanques de Trianón, con sus patos chinos, sus bien cebados cisnes y sus pavos reales; detrás de la limpia y adornada aldea de decoración de teatro, proyectada por el arquitecto de la corte, caigan en ruina las verdaderas casas de aldeanos y estén vacíos los graneros; que al otro lado de las doradas verjas de su parque millones de hombres del pueblo trabajen y pasen hambre, pero siempre esperando, María Antonieta no lo ha sabido jamás. Acaso sólo esta ignorancia y esta voluntad de ignorar todo lo trágico y triste del mundo podía dar al rococó aquella gracia seductora, aquel encanto leve y despreocupado; sólo quien desconoce la gravedad del mundo puede jugar tan dichosamente. Pero una reina que se olvida de su pueblo, se atreve a jugar con gran riesgo. Una sola pregunta le hubiera revelado a María Antonieta cómo era el mundo; pero no quería preguntar. Una sola ojeada al carácter de la época, y lo hubiera comprendido: pero no quería comprender.


Quería permanecer en su aislamiento alegre, juvenil y sin ser importunada. Dirigida por un fuego fatuo, gira incansablemente a la redonda, y con sus marionettes de corte, en medio de una cultura artificial, consume los años decisivos, y que no pueden recuperarse, de su vida.

Ésta es su culpa, su innegable culpa: haberse acercado a la tarea más recia en la Historia con una frivolidad sin igual; haber entrado en el conflicto más duro de aquel siglo con blando corazón. Innegable culpa, y, sin embargo, venial, porque comprensiblemente, dada la magnitud de la tentación, hasta un carácter mucho más fuerte apenas hubiera podido resistirlo. Llevada del cuarto de los niños al lecho nupcial; llamada de la noche a la mañana, y como en un sueño, de las habitaciones interiores de un palacio al poder supremo; aún no acabada de formar, aún no despierta espiritualmente, esta alma sin malicia, no muy fuerte, no muy lúcida, se siente de repente, a manera de un sol, rodeada por la danza de planetas de la admiración. ¡Y qué miserablemente bien ejercitada está esta gente para seducir a una mujer joven! ¡Qué astutamente enseñada para mezclar los venenos de la fina adulación! ¡Qué ingeniosa en la habilidad de encantar con nonadas! ¡Qué magistral en la alta escuela de la galantería y en el arte de los feacios de tomar la vida a la ligera! Expertos y más que expertos en todas las seducciones y debilidades del alma, los cortesanos atraen, ya desde el principio, a su mágico círculo a este cándido corazón de muchacha, curioso aún de sí mismo. Desde el primer día de su reinado, María Antonieta flota en lo alto de la nube de incienso de una ilimitada idolatría. 


Lo que dice pasa por sabio; lo que hace, por ley; lo que desea es cumplido. Si tiene un capricho, a la mañana siguiente está convertido ya en una moda. Si hace una tontería, toda la corte la imita entusiasmada. Su presencia es el sol de esta muchedumbre vana y ambiciosa; su mirada es un regalo; su sonrisa, una ventura; su llegada, una fiesta. Cuando tiene una recepción, todas las damas, las más viejas como las más jóvenes, las más distinguidas como las que acaban de ser presentadas en la corte, hacen los esfuerzos más convulsos, los más divertidos, los más ridículos, los más bobos, para atraer sobre su persona, aunque no sea más que por un segundo, la atención de la reina; para pillar una amabilidad, una palabra, y si no puede ser esto, por lo menos para ser notada y no pasar sin ser vista. En la calle, una y otra vez la aclama el pueblo, que confía en ella, agolpándose en tropel a su paso; en el teatro, se levanta para saludarla la totalidad del auditorio, desde la primera localidad hasta la última, y cuando pasa por la Galería de los Espejos ve en ellos, magníficamente vestida y elevada en las alas de su propio triunfo, a una mujer joven y linda, despreocupada y feliz, más hermosa que la más hermosa de la corte, y con ello -ya que confunde aquella corte con el mundo- la más hermosa de la tierra.

¿Cómo con un corazón infantil, con una energía mediana, defenderse contra la bebida embriagadora y adormecedora de la felicidad, bebida que está formada con las más picantes y dulces esencias del sentimiento, con la mirada adoradora de los hombres, con la envidia admirativa de las mujeres, con el rendimiento del pueblo y con su propio personal orgullo? ¿Cómo no convertirse en ligera donde todo es tan ligero, donde el dinero surge constantemente de siempre renovados pedacitos de papel y donde una palabra escrita apresuradamente en un pliego, hace brotar millares de ducados y surgir, como por encanto, piedras preciosas, jardines y palacios; donde el suave aliento de la dicha adormece los nervios de un modo tan dulce y fascinador? ¿Cómo no ser despreocupada y frívola cuando hay unas alas que, caídas del cielo, se implantan en vuestras juveniles espaldas relucientes? ¿Cómo no perder el suelo bajo los pies al ser arrebatado por tales seducciones? Esta frivolidad en la concepción de la vida, que, considerada en un aspecto histórico, es, indudablemente, una falta de la reina, era, al mismo tiempo, la falta de toda su generación; precisamente por su perfecta adhesión al espíritu de su tiempo ha llegado a ser María Antonieta la representación típica del siglo XVIII. El rococó, esta quintaesencia y sutil floración de una civilización muy antigua, del siglo de las manos finas y ociosas, del espíritu mimado y dilapidador, quería, antes de perecer encarnarse en una figura. 


Ningún rey, ningún varón hubiera podido representar a este siglo de las damas en el libro de imágenes de la Historia; sólo en la figura de una mujer, de una reina, podía representarse visiblemente, y esta reina del rococó lo ha sido, en forma simbólica, María Antonieta. La más despreocupada de las despreocupadas, la más derrochadora entre las derrochadoras, y entre las mujeres elegantes y coquetas la más lindamente elegante y la más consciente coqueta, vino a expresar en su propia persona, de un modo inolvidable y con una precisión verdaderamente documentaria, las costumbres y la artística forma de vivir de este siglo . «Es imposible -dice de ella madame de Staël- poner más gracia y bondad en la cortesía. Posee una especie de sociabilidad que nunca le permite olvidar que es reina, y siempre hace como si lo olvidara.» María Antonieta jugaba con su vida como con un instrumento muy delicado y frágil. En lugar de ser humanamente grande para todos los tiempos, se hizo de este modo la expresión característica de su época, y mientras descuidaba insensatamente su fuerza interior, dio, sin embargo, una significación a su vida; en ella culmina y termina el siglo XVIII.

La madre a mil leguas de camino la amonesta y le pide reflexiones, pero no ejercen ninguna influencia sobre la insensata, llegada ya tan adelante en el camino de sus locuras que no comprende que no se la comprenda. ¿Por qué no gozar de la vida? No tiene ningún otro sentido sino ése. Y con conmovedora franqueza responde a las advertencias maternas que le comunica el embajador Mercy: «¿Qué quiere? Tengo miedo de aburrirme».

«Tengo miedo de aburrirme.» Con esa frase ha pronunciado María Antonieta la palabra definidora de su tiempo y de toda su sociedad. El siglo XVIII toca a su fin, ha realizado su sentido. El reino está fundado, Versalles construido; la etiqueta es perfecta; la corte ahora, no tiene en realidad ya nada más que hacer; los mariscales como no hay guerra, se han convertido en puros títeres de uniforme: los obispos, como aquella generación ya no cree en Dios, son unos galantes señores con sotana violeta; la reina, como no tiene al lado un verdadero rey, ni un heredero del trono que educar, se ha trocado en una alegre mundana. Aburridos y sin comprender, se alzan todos ellos ante las poderosas mareas de la época, y si a veces se sumergen en ellas con curiosas manos, sólo es para extraer algunas piedrecillas brillantes; sonriendo como los niños, al ver lo fácilmente que relumbran entre sus dedos, juegan con el monstruoso elemento. Pero nadie, entre ellos, sospecha el crecimiento cada vez más rápido del nivel de las aguas; y cuando por fin advierten el peligro, la huida es ya inútil, el juego está perdido y su vida amenazada. 

domingo, 18 de septiembre de 2016

LA VIDA DE MADAME ANTOINETTE EN LOS PALACIOS VIENESES

Medallones en la sala de desayuno completadas por la madre de María Teresa.
La infancia aparentemente perfecta de la familia imperial tenía por fondo tres castillos principales. El Hofburg señorial y en expansión, donde nació Antoniette, fue utilizado en los meses de invierno, era el centro de la capital. A pesar de su tamaño, las oportunidades para la libertad de los hijos no podían ser extensa allí. Sin embargo, María Antonieta recordaría más tarde momentos esplendidos con placer.

Schönbrunn
Solo unos cinco kilómetros de distancia, sin embargo, estaba el mágico palacio de Schonbrunn. Esta enorme morada imperial podía competir en tamaño y esplendor con la mayoría de los palacios de Europa. Al mismo tiempo que disfrutaba de un entorno campestre. Su corta distancia desde el centro de Viena y un camino que significaba en buen estado que podría ser utilizado en ocasiones para la primavera y el verano, la familia en general se instalo allí de pascua hacia adelante. Todo el mundo amaba Schonbrunn con sus hermosos jardines, con zonas verdes y bosques mas allá de lo que alcanzaba la vista. En el momento del nacimiento de Antonieta, María Theresa había hecho mejoras sustanciales a la residencia de sus antepasados, no solo necesarias reparaciones, pues había sido destruida por los turcos en 1683.

La hermosa fuente que da nombre al castillo
situado dentro del parque de Schönbrunn .
Desde el punto de vista de la vida familiar de los Habsburgo fue la decisión de la emperatriz de construir dos nuevas alas para satisfacer las demandas de su creciente familia. Los archiduques habitaron el ala derecha y las archiduquesas la izquierda. Francisco esteban amaba las plantas y jardines; el jardín botánico holandés en Schonbrunn fue creado en 1753 y un invernadero fue construido dos años más tarde, que alberga una rica colección de plantas tropicales. La casa de las fieras, situada de modo que el emperador pudiera disfrutar contemplando por encima de su desayuno, se había establecido en 1751, que incluyo un camello enviado por el sultán turco, un rinoceronte que había llegado en barco por el Danubio, un puma, las ardillas rojas apreciadas por María Cristina y los loros que eran los favoritos de Elizabeth.

jardines de Schönbrunn en el momento de María Teresa
Laxenburg, era en una escala mucho más pequeña. Eso fue, de hecho, el punto de predilección de la emperatriz para este encantador palacio rococó. Se encontraba a unos diez kilómetros al sur de Viena en dirección a Hungría, a la orilla de un pequeño pueblo bonito y estaba rodeado por espesos bosques buenos para la caza. La emperatriz, con todos sus afanes de estado, era conocida por ser generalmente alegre mientras se encontraba en Laxenburg, estos fueron en efecto las vacaciones de la familia. No era de extrañar que de todas las escenas de la infancia de Antonieta, Laxenburg fuera el que ejerció el mayor tirón nostálgico. No solo significaba una alegría para la madre, también los archiduques y archiduquesas podría disfrutar de una medida de liberta personal.

el parque del castillo de Laxemburg
Fue durante la propia infancia de Antoinette que el arquitecto de la corte Nikolaus Pacassi diseño el denominado tribunal azul, como una nueva ampliación, la necesidad, como en Schonbrunn, era dar cabida a la familia real. Un mirador coronaba ahora el techo del ala norte y había una serie de salas de juegos, como salas de jardín elevadas, con amplias vistas de todo el parque. Estaban pintados con una serie de trampantojos, escenas pastorales románticas en las paredes, vislumbro a través de celosías de color verde pálido. La sensación de frescura, de vegetación y de la luz, fue pensada para ser vivida por los niños, incluso cuando el tiempo era malo. Para María Antonieta, Laxenburg, presento una imagen de felicidad rustica, un paraíso que tal vez podría ser recreado un día.

María Antonieta niña con su hermana María Carolina
y los hermanos Fernando y Maximilian en parque Laxemburg.

domingo, 11 de septiembre de 2016

EL CHOCOLATE EN LA CORTE DE MARIE ANTOINETTE


Descubierto por los aztecas y reportado por Hernán Cortes al rey Carlos V en 1524, los granos de cacao están bajo el monopolio del imperio de los Habsburgo hasta principios del siglo XVII. Poco a poco, el cho0colate se extiende a toda Europa. En la mitad del siglo XVII se convierte en un fluctuante y controvertido producto de lujo.

-El chocolate en el equipaje de Ana de Austria!


Entre los Habsburgo españoles, el chocolate como se dijo, era una bebida de elección. Ingesta privilegiada en cada oportunidad durante todo el día. Cuando la hija de Felipe III de España, Ana de Austria, al casarse con el rey francés, Luis XIII, no desea renunciar a la bebida de su infancia. Así que a principios del siglo XVII en 1615 gracias a Ana de Austria y su suite española, el chocolate hace su aparición en Francia. No es probable que Luis XVIII saboreaba el chocolate, sabemos que Ricuelieu se convirtió rápidamente en un fan de esta bebida. Su médico Behrens dice que “el uso diario prolonga su vejez”. No fue hasta la muerte del rey en el comienzo de la regencia de la reina, en 1643, que el chocolate realmente se difunde en toda la corte.

-En la corte del rey sol

Bajo el reinado de Luis XIV el chocolate de moda se extiende en Versalles, siendo la bebida favorita de la nueva reina, María Theresa de Austria. Su criado vino de España y es el responsable de la famosa preparación “molina”. En la corte, susurran; la reina tiene dos pasiones: el rey y el chocolate.

En las noches, los buffets están dedicados exclusivamente a las bebidas calientes en el salón de la abundancia. Luis XIV no es aficionado de esta bebida que “engaña el hambre, pero no llena el estómago”, pero esto no impide que ordene, junto con su ministro Colbert, el cultivo de cacao en las Antillas francesas. Toda la corte habla solo de esta bebida. El consumo de chocolate se vuelve tan excesivo que Luis XIV tiene que regularlo. La pobre reina disfrutaba en secreto de su bebida favorita.

Desatando a veces contradictorios sentimientos, el chocolate es adecuado, se alaban sus beneficios para la salud, pero sus críticos, que dicen que trae “vapores”, desmayos, dolores de cabeza y otras dolencias.

-El afrodisiaco del siglo XVIII
El regente, Philippe de Orleans, es un gran consumidor de la bebida. Los que tienen el honor de ser “el chocolate admitido” puede observar al príncipe beberlo por la mañana. Su diversión favorita es beber el chocolate con su amante del momento.

De hecho, el chocolate tiene reputación de afrodisiaco, que data de la conquista del reino azteca por los españoles. El rey Moctezuma, en honor a las mujeres de su harén, bebía 50 tazas por día, añadiendo muchas especies en su preparación: pimienta y vainilla. Invitar a una dama a beber una taza de chocolate caliente después de la cena no deja ninguna duda en cuanto a las intenciones traviesas o amorosas.

-Luis XV, amante del chocolate

El chocolate ofrecido por Louis XV a la reina (el surtidor y 3 pies son delfines en forma)
A diferencia de su bisabuelo, Luis XV era un aficionado de esta bebida. En 1729, el rey ofrece a su esposa María Leszcynska la esplendía sala de beber chocolate, con motivo del nacimiento del delfín. La reina consume su chocolate satisfecha con sus favoritos.

Voltaire es también un fan del chocolate, que consume “a partir de las cinco de la mañana a tres de la tarde”.

-El chocolatero de la reina Marie Antoinette


En 1770, María Antonieta llega a Versalles y adopta esta costumbre. La joven no olvidara su taza de chocolate con crema fresca al despertar en el palacio de Schonbrunn. La reina promueve la invención de nuevas recetas como la mezcla de flor de naranja o almendras dulces, algunos son incluso francamente raras, con ámbar y canela.

En junio de 1779, Sulpice Debauve, farmacéutico de Luis XVI, desarrolla la nueva combinación de cacao, caña de azúcar y la medicina para crear las primeras delicias de chocolate. María Antonieta queda encantada con esta mezcla que hace olvidar el sabor amargo de las bebidas anteriores. Bajo su patrocinio en 1780 es nombrado como un “ministro de chocolate”, abriendo su primera fábrica y que perpetua su tradición: “el chocolate es delicioso pero sobre todo para una buena salud”.

domingo, 4 de septiembre de 2016

EL DUQUE DE ORLEANS: EL ADVERSARIO DE MARIE ANTOINETTE

El gran descontento de todos aquellos que ansían un nuevo sistema en Francia, un orden mejor, una distribución más razonable de las responsabilidades, ha carecido largo tiempo de un punto d enlace. Por último lo encuentra en una casa y en un hombre. El duque de Chartres, se convirtió en duque de Orleans tras la muerte de su padre, objeto de historias contradictorias y exageradas que harán su vida irreconocible a los ojos de la posteridad.


En 1752, cuando el futuro duque tenía cinco años de edad, fue sacado de sus enfermeras ara comenzar su educación. Vestido como un cortesano en miniatura, el polvo del pelo, el niño fue incluido en un protocolo destinado a exprimir de él cualquier vestigio de calor o de la humanidad. El ocio era la entrada al vicio; no debería haber ningún tiempo de inactividad y sin soñar despierto. El día y la noche, tres asistentes lo observan. Cada palabra ocasional se informo a sus tutores. Todos los signos de emoción, en su presencia, debían ser borrados, además de no expresar sentimientos. Por encima de todo, el niño que crecería hasta ser dueño de una décima parte de Francia debía ser protegido de sus compatriotas. Su mundo era ser tan remoto como si otro planeta habitado, con aire enrarecido.

A sus 15 años era considerado “uno de los jóvenes cortesanos más atractivos en parís”. Roselie Duthe, un bailarina de la opera pensaba que el comportamiento de su amante en el dormitorio era “más apropiado para un cochero común que un príncipe de sangre”. Cada emisión seminal se convirtió en el objeto de un informe de la policía. Luis XV vigilo atentamente a su nobleza para evitar desafíos a su autoridad; solo mientras copulaban no estaban conspirando.


Arrastro a su hermano a la misma vida de excesos y libertinaje, que estaba llamado a ser un día el heredero del nombre y la inmensa fortuna del duque de Penthiévre. A causa de una enfermedad venérea, el príncipe de Lamballe falleció a la edad de 20 años y sin hijos, como esta muerte prematura aseguro al duque de Orleans una herencia considerable, era difícil persuadir al público de que no había, al menos, alguna responsabilidad en este suceso, su avaricia seria un crimen para su edad.

Philippe se caso con María Adelaida de Borbón, recién salida del convento y la mayor heredera en Europa. Sus apartamentos de estilo rococó en parís eran más extravagantes que cualquier otra que le esperaba a la nueva delfina del que se esperaba en Versalles. Philippe y la duquesa eran mucho más populares en parís que Luis y María Antonieta. Su amigo el príncipe de Gales, lo describió como “bastante inteligente, pero una gran bestia”. Philippe mostro todos los signos de no comprender su propia historia.


De un natural más bien destinado al goce que a la ambición. Mujeriego, jugador, disipado y elegante, sin nada de inteligencia y, en realidad, tampoco depravado, este aristócrata, de un carácter en absoluto vulgar y corriente, posee todos las debilidades propias de una naturaleza sin poder creador: vanidad, puesta solo en exterioridades. Y María Antonieta ha ofendido personalmente esta vanidad al bromear libremente sobre las empresas militares de su primo y al impedir que le fuera adjudicado el cargo de gran almirante de Francia a favor de uno de sus favoritos. Además de frustras su mas ambicioso proyecto, casar a su hijo, el duque de Chartres con la hija de Luis XVI. Excluido de la sociedad intima y las reuniones de Trianon, el duque de Orleans se quejo que la presencia de María Antonieta restringió la confianza que el rey le mostro en la privacidad de sus conversaciones.

El duque de Orleans, gravemente molesto, recoge el guante; como descendiente de una rama de la familia real igualmente antigua que la reinante, como hombre enormemente rico a independiente, no le intimida, en el Parlamento, hacer una obstinada oposición al rey y tratar abiertamente como a un enemigo a la reina. En su persona han encontrado, por fin, los descontentos, el anhelado jefe. Quien quiere alzarse contra los Habsburgos y al rama soberana de los Borbones, quien considera anticuada y opresora la ilimitada autocracia real, quien exige para Francia un nuevo orden de cosas razonables y democráticas, se mueve desde ahora en adelante bajo la protección del duque de Orleans. En el Palais Royal, en realidad, el primer club de la Revolución, aunque protegido aún por un príncipe, se reúnen todas las gentes de nuevas ideas: liberales, constitucionalistas, volterianos, filántropos, francmasones: a éstos se juntan los elementos descontentos, los cargados de deudas, los aristócratas dejados a un lado por la reina, los burgueses cultos que no obtienen ningún cargo, los abogados sin trabajo, los demagogos y los periodistas, todas aquellas fuerzas, fermentantes y desbordantes de vida, que más tarde compondrán, todas juntas, las tropas de asalto de la Revolución. Bajo la dirección de un jefe débil y vanidoso, se prepara y organiza el más poderoso ejército espiritual con el cual ha conquistado Francia su libertad. Aún no se ha dado la señal de ataque. Pero todos conocen el objetivo y saben el santo y seña. ¡Contra el rey! Y más aún: ¡Contra la reina!.