domingo, 26 de octubre de 2025

LA LLEGADA DE LOS FEDERADOS DE MARSELLA A PARIS (30 JULIO 1792)

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The arrival of the federates from Marseille in Paris on July 30, 1792
La salida del batallón de Marsella (1792) por Jean Julien – 1922 
Comenzaron los primeros estruendos de la tormenta. La gente discutía y peleaba en el Palais Royal, los cafés y los teatros. La mitad de la Guardia Nacional se puso del lado de la corte y la otra mitad del lado del pueblo. A los discursos sediciosos se sumaron cantos llenos de insultos al Rey y a la Reina. Estos cantos, vendidos en todas las esquinas, aplaudidos en todas las tabernas y repetidos por las mujeres y los hijos del pueblo, propagaban la furia revolucionaria. Hubo una sucesión constante de reuniones, reyertas y disturbios. La Asamblea había declarado el país en peligro. Rumores de todo tipo excitaban la imaginación popular. Se decía que los sacerdotes que se negaban al juramento se escondían en las Tullerías, que además estaba llena de armas y municiones. 

Para someter a la corte, era necesario destruir el único medio de defensa que le quedaba. Para dejar suficiente margen para el motín, la Asamblea, el 15 de julio, ordenó que dos batallones suizos y varios regimientos de línea fueran enviadas unas treinta y cinco millas más allá de París y mantenidas allí. Se ideó un medio singular para desbaratar las tropas escogidas de la Guardia Nacional, que eran realistas. Se les dijo que era contrario a la igualdad que ciertos ciudadanos estuvieran más brillantemente equipados que otros; que un gorro de piel de oso humillaba a los que sólo tenían derecho a uno de fieltro; y que había algo aristocrático en el nombre de granadero que era realmente intolerable para un simple soldado de infantería. Las tropas selectas se disolvieron en consecuencia, y los granaderos acudieron a la Asamblea como buenos patriotas para dejar sus charreteras y gorros de piel de oso y asumir la gorra roja. El 30 de julio se reconstruyó la Guardia Nacional.

The arrival of the federates from Marseille in Paris on July 30, 1792
Los voluntarios marselleses partiendo, esculpidos en el Arco del Triunfo
Los famosos federados de Marsella, que tan activamente iban a tomar parte en la insurrección que se avecinaba, llegaron a París el mismo día. Los girondinos, al no haber podido obtener su campamento de veinte mil hombres antes de París, habían ideado en su lugar una reunión de voluntarios federados, convocados de todas partes de Francia. Los caminos se llenaron de inmediato de futuros alborotadores a quienes la Asamblea permitió treinta centavos por día.

Los jacobinos de Brest y Marsella se distinguieron. En lugar de un puñado de voluntarios enviaron dos batallones. El de Marsella, reclutado por Barbaroux, compuesto por quinientos hombres y dos piezas de artillería. Entró en París el 30 de julio. Excitado hasta el fanatismo por el sol y las declamaciones de los clubes del sur, había corrido sobre Francia, había sido recibido bajo arcos triunfales y cantaba en una especie de frenesí las terribles estrofas de Rouget, El nuevo himno de Isle, la Marsellesa. 

Fue en este momento que Blanc Gilli, diputado del departamento de Bouches du Rhone a la Asamblea Legislativa, escribió: "Estos supuestos marselleses son la escoria de las cárceles de Génova, Piamonte, Sicilia y de toda Italia, España, el Archipiélago, y Barbary. Me los cruzo todos los días". Rouget de l'Isle recibió de su anciana madre, monárquica y católica de corazón, una carta en la que le decía: "¿Qué es ese himno revolucionario que una horda de bandoleros canta a su paso por Francia, y en el que se escribe tu nombre? ¿mezclado?". En París los acentos de esa terrible melodía sonaron por todas partes. Los hombres que la cantaban llenaron de terror a los conservadores. Llevaban escarapelas de lana e insultaban como aristócratas a quienes las llevaban de seda.

The arrival of the federates from Marseille in Paris on July 30, 1792
Retrato de Charles Barbaroux de Henri-Pierre Danloux (1792).
Aquel hombre que entraba en París por una puerta mientras que Dumouriez salía por la otra? Aquel joven era un poeta, era un tribuno, un orador; era un hombre de cabeza y de ejecución, era Charles Barbaroux, de apacible y hechicero rostro, y de quién Madame Roland  en un principio desconfío, porque era demasiado hermoso:

"Barbaroux es ligero; las adoraciones que las mujeres inmorales le prodigan, disminuyen la gravedad de sus sentimientos. Cuando veo a esos hermosos jóvenes demasiado embriagados por la impresión que producen, como sucede con Barbaroux y Hérault de Séchelles, no puedo menos de pensar que se aman demasiado a sí mismos para que puedan amar lo bastante a la patria".

La severa Roland se engañaba; la patria fue la primera, la única querida de Barbaroux, amándola mas que a ninguna otra, pues que murió por ella. Barbaroux tenia veinte y seis años; había nacido en Marsella, y era hijo de una de esas familias de atrevidos navegantes que han poetizado el comercio; por su gracia, por su idealismo, por su figura y sobre todo por su perfil griego parecía descender de alguno de los navegantes fócidos que trasportaron sus dioses desde las orillas del Caico a las del Ródano. Desde muy joven se había ejercitado en el uso de la palabra, ese arte que los hombres del Mediodía saben convertir a la vez en un arma y un adorno; dedicándose después a la poesía, flor que cogen con solo bajarse, y en sus ocios se ocupó de la física, hallándose en correspondencia con Saussure y Marat.

The arrival of the federates from Marseille in Paris on July 30, 1792
Retrato de Barbaroux, miniatura pintada sobre marfil de Henry, el Museo del Louvre, xviii ª siglo.
En medio de la agitación que siguió a la elección de Mirabeau, fue nombrado secretario de la municipalidad de Marsella; en los disturbios de Arlés tomó las armas, y finalmente, enviado en comisión a Paris para dar cuenta a la Asamblea nacional de los asesinatos de Aviñon, no disculpó ni a los verdugos ni a las víctimas, contentándose con decir la verdad sencilla, terrible, cruel tal como era. Llamó la atención de los girondinos, que eran verdaderos artistas y que lo atrajeron a su partido y le presentaron a Madame Roland, lo que equivalía a presentar la Imaginación a la Sabiduría.

Roland era ministro todavía, estaba en correspondencia con Barbaroux, a quien conocía por sus cartas antes de conocerle personalmente. Madama Roland le recibió y no pudo menos de asombrarse al comparar a aquel hermoso joven, tan ligero en apariencia, con sus discretas cartas. El joven comisionado por Marsella conocía bien a sus compatriotas. En efecto, estos se hallaban ya en camino, con dirección a Paris, y habiendo emprendido como un paseo una marcha de doscientas veinte leguas.

El comisionado marsellés había escrito únicamente desde Paris con un laconismo parecido al de los antiguos: «Enviadme quinientos hombres que sepan morir.»

The arrival of the federates from Marseille in Paris on July 30, 1792

Rebecqui, su compatriota, los escogió entonces por sí mismo y se los envió. Aunque jóvenes, habían sido soldados, pertenecían al partido francés de Aviñon, habían peleado en Tolosa, Nimes y Arlés, y por consiguiente estaban acostumbrados ya a la fatiga y a la sangre. Rebecqui aprovechó el permiso y los reclutó por todas partes, componiéndose aquel número de ásperos marinos e insensibles campesinos, con las manos ennegrecidas por la brea o encallecidas por el trabajo y los rostros quemados por el jaloque de África o por el maestral. 

Lo que les sostenía sobre todo durante su marcha, lo que les embriagaba, era la Marsellesa, aquel himno que, nacido en el Norte, atravesó de un vuelo toda la Francia para ir a posarse en el Mediodía. En sus bocas la Marsellesa había cambiado de espíritu, como las palabras habían cambiado de acento; compuesta para ser un canto de fraternidad, se convirtió en un canto de exterminio y de muerte.

The arrival of the federates from Marseille in Paris on July 30, 1792
Día del 30 de julio de 1792: Lucha entre los marselleses y la Guardia Nacional, en el jardín real de los Campos Elíseos.
Desde el día siguiente al de su llegada, los marselleses tropezaron con un obstáculo. En los Campos Elíseos se celebraba un festín patriótico, y a dos pasos de ellos estaban los granaderos de las Monjas de Santo Tomás, guardia realista de Luis XVI, que le había defendido constantemente y en particular el 20 de junio. Principiaron por injuriarse, y de las injurias pasaron a vías de hecho. Los marselleses tenían la ventaja de ser una nación, y se arrojaron como jabalíes sobre sus enemigos; a la primera envestida los granaderos fueron arrollados; pero felizmente para ellos tenían una retirada, las Tullerías; el puente postizo se bajó ante ellos y volvió a subirse ante los marselleses, de modo que los fugitivos encontraron un asilo en las habitaciones del rey, y los heridos fueron cuidados por las blancas manos de las damas de palacio.

El 17 de julio habían dirigido un mensaje a la Asamblea, y en él le hablaban como nadie le había hablado aun:

"Habéis declarado la patria en peligro, pero ¿acaso no sois vosotros quienes lo causan, prolongando la impunidad de los traidores? Perseguid a La Fayette, suspended el poder ejecutivo, destituid los directorios de departamento y renovad el poder judicial".

The arrival of the federates from Marseille in Paris on July 30, 1792

Mucho atrevimiento era en cinco mil hombres salidos de algunas provincias, ir a dictar de aquel modo sus condiciones a la Asamblea nacional. Siete días después se les dio un banquete en el sitio que había ocupado la Bastilla, el cual estaba aun cubierto de escombros. Es digno de notarse que el pueblo de Paris se reunía siempre allí; la Bastilla era el monte Aventino de la moderna Roma. Allí nombraron un directorio de ejecución, eligiendo para formar parte de él a Santerre, Fournier el americano, Westermann y Lazouski, quienes acordaron apoderarse de la Casa de Ayuntamiento, lo que no seria difícil, pues Péthion abriría las puertas y Manuel y Danton las ventanas, dirigirse luego a las Tullerías, llevarse al rey sin hacerle mal, y llevarlo a Vincennes. Pero habían contado demasiado con Péthion, quien, llegando a las tres de la madrugada, dispersó a los convidados, por juzgar que aun no era tiempo.

Robespierre Contribuyó  a excitar los ánimos de los confederados dirigiéndose en estos términos:

"¡Salud a los franceses de los ochenta y tres departamentos! ¡Salud a los marselleses! Salud a la patria poderosa, invencible, que reúne a sus hijos en torno suyo en el día de sus peligros y de sus fiestas! ¡Abramos las puertas a nuestros hermanos! Ciudadanos, habéis venido aquí solamente para una vana ceremonia de confederación, y para hacer superfluos juramentos? ¡No, vosotros acudís al grito de la nación que os llama! Amenazados en el exterior y vendidos en el interior, nuestros pérfidos jefes guían nuestros ejércitos a su ruina. Nuestros generales respetan el territorio del tirano austríaco, e incendian las ciudades de los belgas nuestros hermanos. Otro monstruo, La Fayette, ha venido a insultar cara a cara a la Asamblea nacional, la cual envilecida, amenazada, ultrajada, apenas puede decirse que exista. Tantos atentados despiertan a la nación, y vosotros habéis acudido aquí. Los que aletargaban al pueblo van a tratar de seduciros. Evitad sus halagos y huid de sus banquetes, en donde se bebe el moderantismo y el olvido del deber. Guardad vuestras sospechas en vuestros corazones. La hora fatal se acerca. Aquí tenéis el altar de la patria. ¿Consentiréis que vengan colocarse en él cobardes ídolos entre vosotros y la libertad, para usurparle el culto que le es debido? No prestemos juramento sino a la patria, en manos del Rey inmortal de la naturaleza. En este Campo de Marte todo nos recuerda los perjurios de nuestros enemigos; y no podemos encontrar en él ni una sola pulgada que no esté teñida con la sangre inocente que han hecho correr. Purificad este suelo, vengad esa sangre, y no salgáis de este recinto sino después de haber decidido en vuestros corazones la salud de la patria!".

The arrival of the federates from Marseille in Paris on July 30, 1792
Día del 30 de julio de 1792: Lucha entre los marselleses y la Guardia Nacional, en el jardín real de los Campos Elíseos. La revista "Revolutions de Paris" de Prud'homme

sábado, 18 de octubre de 2025

LOS RESTOS DE VOLTAIRE SON TRANSLADADOS AL PANTHÉON DE PARIS (11 JULIO 1791)

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Transfert des cendres de Voltaire à l'église Sainte-Geneviève(Panthéon) le 11 juillet 1791

En medio de estas escenas tormentosas, la Asamblea votó trasladar los restos de Voltaire, que habían dormido durante trece años en la oscura abadía de Scellieres en Champagne, al Panteón de París. El 11 de julio su ataúd fue recibido con gran pompa en las barreras y conducido a un pedestal en el antiguo sitio de la Bastilla, construido a partir de una de las piedras fundamentales de la fortaleza. Voltaire había estado encarcelado una vez en esa lúgubre ciudadela. Sobre el pedestal que sostenía el ataúd estaban grabadas las palabras:

"Recibe en este lugar, donde una vez el despotismo te encadenó, los honores que tu país te ha decretado".

Voltaire, ya en vida había adquirido tanto prestigio que su propia persona se había convertido en objeto de culto, al punto que, al momento de su muerte, su amigo, el marqués de Villette, hizo embalsamar su cuerpo y conservó su corazón, también embalsamado, a manera de reliquia personal. De igual forma, durante la exhumación y el traslado del cuerpo, fueron extraídos con la misma finalidad el primer hueso del metatarso, el calcáneo y dos dientes. Sin embargo, más significativo aún fue el hecho de que, al ser desenterrado, el cuerpo de Voltaire se hallaba en excelentes condiciones de conservación, lo que simbólicamente fue interpretado como una victoria del filósofo sobre la muerte y, especialmente, sobre el Antiguo Régimen que lo había agraviado. Esta victoria se convertía en la de la propia Revolución al realizar el traslado al Panteón del cuerpo de Voltaire; su gloria devenía así la gloria del régimen revolucionario.

Transfert des cendres de Voltaire à l'église Sainte-Geneviève(Panthéon) le 11 juillet 1791

La gloria nacional era algo que superaba las individualidades personales y que las absorbía, por este motivo los grandes hombres no eran dueños de sus propios cuerpos, sino que éstos les pertenecían a la Nación. Villette lo había expresado de ese modo en una reunión del Club de los Jacobinos: "De acuerdo con los decretos de la Asamblea Nacional, la abadía de Sellières se ha vendido. El cuerpo de Voltaire reposa allí, le pertenece a la Nación".

Es lícito pensar que los revolucionarios no tenían las herramientas analíticas para concebir las diferentes formas en que las ceremonias fúnebres operarían en la opinión pública; sin embargo, la proyección de la gloria hacia el futuro fue una función conscientemente buscada por ellos, y esto se evidencia cuando Pastoret, comunicando a la Asamblea lo que había sido resuelto por el directorio del departamento de París el día anterior, sostiene que

"En medio de los justos lamentos causados por una muerte que, en este momento, puede ser considerada como una calamidad pública, el único medio de distraer su pensamiento es de buscar en esta propia desgracia una gran lección para la posteridad. [...] que el templo de la religión se convierta en el templo de la patria; que la tumba de un gran hombre se convierta en el altar de la libertad".

Transfert des cendres de Voltaire à l'église Sainte-Geneviève(Panthéon) le 11 juillet 1791.
Sarcofago que transporto el cuerpo de Voltaire
En ese contexto, los funerales de Voltaire fueron percibidos como una excelente forma para congraciarse con la opinión pública y destacar, una vez más, aquella diferencia. Esto queda perfectamente en evidencia cuando Regnaud, durante el debate sobre la panteonización de Voltaire, se expresa en los siguientes términos: "este hombre extraordinario, que ha renovado entre nosotros casi todos los campos de la literatura, ha hecho a través de su ejemplo una revolución en la historia. Esta revolución, Señores, ha preparado la nuestra; este es el primer título de Voltaire para el reconocimiento nacional".

Libre pensadores, regocíjense! Este es el triunfo de la filosofía, la apoteosis de tu Patriarca de Ferney. un sol brillante invitó a toda la población de París a la fiesta. Cuarenta hombres fuertes de la sala, vestidos con albas blancas, brazos desnudos, cabezas coronadas de laureles, representan a los poetas de la antigüedad, y llevan sobre una camilla una estatua del semidiós en cartón dorado. Un cofre de oro, en forma de arco, contiene los setenta volúmenes de sus obras. El féretro se coloca sobre un carro tirado por doce caballos blancos, cuyas riendas y crines están trenzadas con flores.

Un inmenso cuerpo de caballería encabezaba la procesión. El aullido de los réquiems y el rugido de los tambores amortiguados se mezclaron con el estruendo de los cañones diminutos desde las alturas adyacentes. El sarcófago fue precedido, rodeado y seguido por la Asamblea Nacional, las autoridades municipales de la ciudad y por las diputaciones de todos los cuerpos ilustres y dignos de Francia. Porteadores disfrazados de sacerdotes de Apolo, doncellas con vestidos más o menos desteñidos, representan a las Musas, a las Ninfas, rodean el carro alfombrando el camino con flores. Todo los actores y todas las actrices de París lo siguen. Se detiene en la puerta de los principales teatros y en la de la casa del señor de Villette, donde murió Voltaire y donde se guardó su corazón. Guirnaldas y coronas adornan la fachada, donde se lee la inscripción: “Su espíritu está en todas partes, y su corazón está aquí".

Transfert des cendres de Voltaire à l'église Sainte-Geneviève(Panthéon) le 11 juillet 1791.
Procesión fúnebre de Voltaire. Anónimo, Honneur rendue aux manes de Voltaire le 11 juillet 1791, París, Biblioteca Nacional de Francia, De Vinck.
El Théâtre-Français ha convertido su peristilo en un arco triunfal. Allí se erige una estatua del autor de Mérope . Leemos en el pedestal: “Hizo a Irène a los 83; a los 17, hizo Edipe". A pesar del afán de la multitud, esta pompa pagana, mitológica, esta ceremonia funeraria, sin cruces, sin sacerdotes, sin oraciones, sólo despierta curiosidad. Te hacen sonreír, las extrañas sacerdotisas con vestidos blancos, las llamadas vírgenes vestales, cuya misión es mantener el fuego sagrado de la poesía. No es cosa fácil conceder a un hombre, sin caer en el ridículo, honores que sólo se deben a Dios. Hagamos lo que hagamos, digamos lo que digamos, el culto a Voltaire nunca será una religión. Una lluvia torrencial perturba repentinamente la procesión. Poetas, musas, ninfas, pueblerinos corren a buscar refugio. La ceremonia no termina hasta las diez de la noche. El cuerpo es depositado en el Panteón, entre el de Descartes y el de Mirabeau. 

Fue la pluma de Voltaire la que derrocó al despotismo en Francia. Fue también la pluma de Voltaire la que desterró durante tanto tiempo de los corazones humanos los pensamientos de Dios y de la responsabilidad futura. Así surgió entonces, en lugar del despotismo que él había derribado, otro despotismo mil veces más terrible. Con un genio consumado y una total destitución de todo principio moral, era el demonio de la destrucción, arrastrando a los buenos y a los malos por igual a la ruina indiscriminada. Podía adular al infame Federico y paliar sus vicios. Siempre estuvo dispuesto a doblar la rodilla ante las amantes de Luis XV. No había prostitución de genio que pudiera hacerlo sonrojar. El espíritu venenoso con el que siguió la religión de Cristo se expresa plenamente en su lema, "Aplasta al miserable". la generacion de Voltaire indujo a Francia a intentar establecer la libertad sin religión. El excelente resultado probablemente disuadirá de cualquier futura repetición de ese experimento.

Transfert des cendres de Voltaire à l'église Sainte-Geneviève(Panthéon) le 11 juillet 1791.

Los realistas se quejan de que se ha celebrado una fiesta pública cuando el rey y su familia están cautivos en las Tullerías. La gente caritativa lamenta las sumas gastadas en bombas teatrales, cuando al pueblo le falta el pan. Todos los individuos que figuraban en la procesión están exhaustos, cubiertos de lodo. La lluvia apagó el entusiasmo. El cartón dorado de la estatua se ha desmoronado.

Al día siguiente, ya nadie piensa en el patriarca de Ferney. Dos días después del traslado de las cenizas de Voltaire, es en el Champ-de-Mars la fiesta de la Federación. La familia real secuestrada no asiste. Estamos ya muy lejos del optimismo y las ilusiones del año anterior. Nos damos cuenta de que la edad de oro no está tan cerca como suponíamos. Los vítores son menos entusiastas; las charangas ya no tienen los mismos ecos.

sábado, 11 de octubre de 2025

LA FUITE DE VARENNES: EL TERRIBLE CUARTO DE HORA. CAP.04

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L'évasion de Louis XVI 2009.
Mientras Fersen pasea frente por las oscuras callejuelas de la ciudad, el Rey, María Antonieta, Madame Elisabeth, el Conde y la Condesa de Provenza se encuentran reunidos en el "salón de compañía" de la Reina, ubicado en la planta baja del palacio y cuyas ventanas dan a los jardines. El futuro Luis XVIII y su esposa, cada uno por una ruta diferente, también deben huir esa noche.

“Cuídate de no ablandarme”, le había recomendado la reina a su cuñado mientras se sentaba a comer, “no quiero que nadie vea que lloré”.

La cena se envió rápidamente y durante las nueve y media el rey y su familia habían estado hablando en voz baja. Cuando dan las diez, la reina sale del salón, entra en su dormitorio, sale al pasillo y por la pequeña escalera sube al primer piso donde está el dormitorio de Madame Royale. Debe llamar unos instantes antes de que la señora Brunier, alertada por la pequeña Marie-Theresa, en pocas palabras se informa a la camarera. Está de viaje, se va con la señora de Neuville, la doncella del Delfín. En unos minutos, dejarán el castillo e irán a esperar a la familia real a Claye, el segundo puesto en el camino a Metz.

"Alguien te llevará al cabriolet que ya está estacionado en el Pont Royal".

¡Pero rápido, que se apresure!... La reina le ordena que levante a la princesa y la vista con un vestidito que ha traído consigo. Es un modesto vestido percal "fondo merdoye, con pequeños ramilletes de azul".

La reina ahora se dirige al apartamento del delfín. El futuro Luis XVII, por orden de Madame de Tourzel, ya ha sido despertado por Madame de Neuville, bajo la supervisión de la institutriz.

"Vamos a un lugar de guerra donde habrá muchos soldados", le dijo la reina.

El niño, lleno de alegría, pide sus botas, su espada.

"¡Rápido, rápido, apresurémonos!... ¡vamos!"


Pero, por desgracia, no es su uniforme de guardia francesa lo que le traen, sino un vestido de niña. Parece haberse consolado rápidamente, porque unos instantes después, en el entresuelo de la reina, cuando su hermana le pregunta “qué pensaba que íbamos a hacer”, responde muy alegre:

- ¡Haremos la comedia, ya que estamos disfrazados!

Ahora son las once menos cuarto.

-"Vamos, apúrense, váyanse" -dijo la reina a las dos camareras que seguían al Desconocido a quien la reina les había encomendado y que les conducía sin incidentes hasta el Puente Real donde les esperaba el cabriolé, conducido por un postillón "alquilado" por el Conde de Fersen.


La Guerre des Trônes : La Véritable Histoire de l'Europe

El rey, a su vez, abandona el salón y viene a entregar a Madame de Tourzel "una nota firmada por su mano para demostrar que es por orden suya que se lleva al Delfín y a Madame".

Siguiendo el plan ideado por Fersen, él se decidió que los niños de Francia abandonarían el castillo primero.

La Reina, seguida de Madame Royale y de la institutriz que lleva al Delfín, sale de su apartamento, toma el corredor que divide en dos el castillo en toda su longitud y se dirige hacia una puerta que comunica con el apartamento del Sr. de Villequier, el primer caballero de la Cámara que acaba de partir para la emigración. María Antonieta, con una llave que ella misma se ha proporcionado, abre la puerta del apartamento y el pequeño grupo entra en una habitación sin amueblar. Lo cruza y sale a una antecámara que, a través de una puerta de cristal, da al patio de los Príncipes. La primera, la reina mira hacia el patio... una sombra asoma detrás de la ventana iluminada por los faroles de los carruajes y los quinquets del patio.

Es Fersen, vestido con su amplio abrigo de cochero.

Axel entra, toma la mano del Delfín, Madame de Tourzel la de Madame Royale y, seguido por la Reina, el grupito desciende las escaleras del porche que conduce al patio, todo ruidoso con Guardias Nacionales, cocheros y sirvientes.

¿Cómo explicar que por este mismo desenlace la familia real, en cuatro grupos, consiga abandonar el castillo sin llamar la atención?... Aquí hay que dar la palabra a Clery, ayuda de cámara del Delfín, que responde a los magistrados instructores que estaban muy asombrados por esta hazaña:

"Estando una vez en el apartamento del señor de Villequier, es muy fácil salir, dada la cantidad de coches que ocultan la entrada al patio de los Príncipes, que coches están allí para esperar a las personas que asisten a la hora de acostarse del rey o que salen de casa de Madame de Tourzel"

"Esta puerta era tanto más cómoda -explica el duque de Choiseul por su parte- cuanto que no estaba vigilada; el centinela que estaba al pie de la escalera de la reina no caminó tanto y permaneció bajo el arco".

Siguiendo la línea oscura formada por los coches, los fugitivos llegan al coche de la ciudad que se encuentra casi en medio de la Cour Royale o Cour des Tuileries. Madame de Tourzel y los niños se suben a él, Fersen se sube al asiento, envuelve sus pedazos de alquiler con un amplio latigazo y abandona pacíficamente el patio. La reina, cuya emoción y angustia adivinamos, ve alejarse el arpa judía que, tras un pequeño rodeo por los muelles y la plaza Luis XV, se dirigirá al parque de la rue de l'Echelle, en la esquina de la plaza du Petit- Carrusel.
 
Imagen de la serie María Antonieta de Guy-André Lefranc.
Maria Antonieta regresa al salón de la compañía. El Conde de Provenza está tomando licencia “Nos besamos con mucha ternura y nos separamos”, dijo.

Luis XVI, esclavo de una etiqueta que, a pesar de los acontecimientos, no quiere morir, ahora debe desempeñar su papel habitual en la obsoleta Ceremonia del Atardecer que tiene lugar todas las noches en la Sala de Desfiles.

Ya son las once y cuarto.

Tras entregar su espada y su sombrero al caballero de turno, el rey comienza a charlar con los asistentes y en particular con La Fayette. Se habla de la procesión del Corpus Christi que iba a tener lugar el jueves 23. Esa misma mañana, Luis XVI prometió asistir a los párrocos de Saint-Germain-l'Auxerrois. Pero el rey apenas está en la conversación. Ansioso, a veces mira por la ventana. Sobre el follaje el cielo permanece encapotado. La Fayette habla del Reposoir que se erigirá en el patio del Louvre. El rey no se atreve a interrumpir la conversación. Finalmente pasa por detrás de la balaustrada, se arrodilla, reza una oración, se quita la túnica, se baja los calzones y se sienta en un gran sillón. Esta es la señal para el final del ritual.

Mientras los dos muchachos de Cámara le quitan los zapatos a Su Majestad, el ujier, siguiendo la antigua costumbre, grita:

- ¡Pasen, señores!

Todos hacen una reverencia y Luis XVI, solo con su ayuda de cámara Lemoine y el joven "chico del castillo" Pierre Hubert, va a su habitación. porque la cama de desfile solo está allí para satisfacer a Lady Etiquette. Luis XVI se acostó rápidamente ayudado por sus dos criados y Lemoine, después de haber corrido las cortinas de la alcoba, fue a desvestirse en un gabinete vecino. Luego regresó de puntillas al dormitorio real donde se había instalado su catre.

El ayuda de cámara se acerca a la alcoba, toma la cinta que cuelga de las cortinas y se la ata a la muñeca por si su amo quiere despertarlo durante la noche.

Pero hace cinco minutos Luis XVI se deslizó fuera de las sábanas y, por la puerta que da a la alcoba, pasó a la habitación del Delfín. De allí se dirigió a los aposentos de la reina en el entresuelo.

Mientras Lemoine se acuesta sin hacer ruido, Luis XVI se pone una levita verde botella, un chaleco marrón y lleva un sombrero redondo. Tras coger un bastón, va a liberar a Malden y los dos salen por el apartamento de Villequier.
  

Luis XVI está tranquilo. La hebilla de su zapato habiéndose desprendido, se detiene pacíficamente y la ata.  luego se dirige hacia la caseta de vigilancia. "El Rey estaba completamente tranquilo", nos dijo Madame de Tourzel, "por la precaución que había  dejado salir a M. le Chevalier de Coigny por esta misma puerta, centinelas en esta puerta para dejarlo salir de noche con toda seguridad". De hecho, sin incidentes, los dos hombres pasaron frente a la caseta de vigilancia, salieron de la Place du Carrousel, tomaron la Rue du Carrousel a la izquierda y llegaron a la esquina de la Rue de l'Echelle.

Frente al Hôtel du Gaillarbois —una casa amueblada— y frente a la tienda del guarnicionero Ronsin está la ciudadana. Fersen parece "caminar alrededor del carruaje, como un hombre mirando a sus caballos". El conde abre la puerta y el rey se precipita en el ómnibus. Pero la reina aún no ha llegado. Madame Elisabeth llegó a la rue de l'Echelle hace un cuarto de hora, pudo salir de su apartamento gracias al falso guardarropa. Madame de Tourzel relata su angustia: el coche de La Fayette, rodeado de jinetes con antorchas, rozó a la ciudadana. viéndose así escondido, había tenido la idea, informó Choiseul, de que era para salvarlo de gente que quería matarlo.

"Estaba sobre espinas", contó más tarde Madame de Tourzel.

¡Ya es pasada la medianoche y la reina aún no ha llegado! La ansiedad comienza a apoderarse de los actores del drama. Finalmente se abre la puerta y María Antonieta, con un vestido gris, una capa negra y un gran sombrero del que cae un velo, sube al coche de la ciudad. El rey la besa, luego Madame Elisabeth y los niños.

"¡Cómo me alegro de verte venir!" repite el rey varias veces, mientras el coche se pone en marcha a paso ligero.

Todavía sin aliento, la reina cuenta sus aventuras: perdió el tiempo para engañar a su pueblo. Dio las órdenes con la mayor calma posible para el paseo del día siguiente; finalmente, se desvistió, se acostó, se levantó y volvió a vestirse con la complicidad de la señora Thiébaut, su doncella de confianza. Este último, con mucha habilidad, consiguió apartar a la señora Gouguenot, que solía dormir en el Gran Gabinete. Al dejar las Tullerías con Malden en el château, la reina se encontró con el carruaje de La Fayette, cuyas ruedas incluso ella, sonriendo, colocó de golpe de su bastón.

Pero lamentablemente se perdió con su guía en el laberinto de callejones sin salida que irradian alrededor de la Place du Petit-Carrousel...

Pero, de repente, Luis XVI está preocupado. ¿Qué curioso camino sigue Fersen para llegar a la barrera de Saint-Martin? ¡Se dirige a la Chaussée d'Antin! El rey, que conoce muy bien París, no se atreve a asomar la cabeza por la puerta e interrogar al conde. Ante el gran asombro de los fugitivos, la ciudadana se detiene en la rue de Clichy, donde ha estado guardado el sedán. Fersen se baja, llama a la puerta, le pregunta al portero si el coche se ha ido. Ante su respuesta afirmativa, el sueco vuelve rápidamente al asiento y finalmente toma - probablemente por los bulevares y la puerta de Saint-Martin - el camino de la barrera.
 

Es la una de la mañana.

Es sólo una media hora más tarde que el coche llega a la vista de la rotonda alta del edificio de la aduana. Hay una boda en la casa de los secretarios. Toda la rue du Faubourg-Saint-Martin está llena de gritos y risas. “Mucha gente y luces en las puertas”, dijo la Sra. de Tourzel. El coche pasa la barrera unas cuantas vueltas y luego se detiene. Fersen se baja del asiento y va en busca del sedán. “Tuvimos que esperar bastante tiempo -Informa Madame Royale- e incluso mi padre bajó las escaleras, lo que nos preocupó aún más". Finalmente Fersen descubre el coche aparcado a un lado de la carretera de Metz. Ha estado esperando allí durante casi dos largas horas. Balthazar está en la silla, Moustier en el asiento y Valory durante más de una hora ha ido a Bondy, el primer relevo, para tener los caballos preparados. El coche de ciudad llega a alinearse justo al lado del sedán de tal forma que la familia real, sin siquiera desmontar, pasa de un coche a otro. Balthazar no nota nada. Sin embargo, se sorprendió bastante al ver el lujoso sedán.

"Camarada -le dijo a Moustier- ¿quiénes son vuestros amos? ¡Se ven muy ricos!"

"¡Te lo diremos, camarada!"

Fersen vuelca el coche de la ciudad en la zanja, enreda a los dos caballos en sus huellas y se sube al asiento, junto a Moustier. No le da tiempo a su cochero para soñar.

- "¡Vamos, atrevido! ¡Ve rapido!" él le ordena .

Deben ser casi las dos. Es la noche más corta del año, y en una hora empezará a amanecer.

En el camino, cuenta Balthazar, el Conde hizo restallar su látigo, gritando:

“¡Vamos, Baltasar! Tus caballos no respiran bien, ¡vamos a entrenar mejor!"

El cochero, "reflexionando que los caballos eran del conde de Fersen", espoleó a sus bestias, porque, se dijo, "no hay riesgo de ir como quiere su amo".

En menos de media hora el sedán llega a Bondy. Los seis limones comandados por Valory esperan, completamente enjaezados, frente a la oficina de correos. Mientras Balthazar y los palafreneros están desenganchando los caballos de Fersen y enjaezando al nuevo tiro, el Conde Axel desciende de su asiento, abre la puerta, se inclina y dice en voz muy alta:

"¡Adiós, señora de Korff!"

Según Moustier, "el rey abrazó al sueco con una efusión de corazón y le dio las gracias con conmovedora amabilidad". Teniendo en cuenta que Fersen estaba disfrazado de cochero parisino, ¡los mozos de cuadra y los postillones que ya estaban en la silla debieron sorprenderse un poco!.

El relevo es rápido y pronto Fersen, plantado en medio de la calzada, observa cómo se aleja el pesado coche, escoltado por Malden, que se ha montado a horcajadas sobre un bidé de poste. Valory ya se fue a preparar los caballos para Claye.
 
Imagen de La guerre des trônes, T7 E3: María Antonieta, l'Europe pour seul secours, Fabian Wolfrom interpreta a Fersen.
En el camino pavimentado, las ruedas con llantas de hierro del sedan hacen un ruido infernal, el rey asoma la cabeza por la puerta y le grita a Moustier que todavía está en el asiento:

"¡Una rueda en el suelo! ¡Haremos menos ruido y nos sacudiremos menos!"

El día ha terminado.

En Claye, poco después de las cuatro, las dos camareras que esperaban ansiosas durante cinco o seis cuartos de hora vieron llegar por fin a Valory. Momentos después, al oír el ruido del carro y el chasquido de los látigos de los postillones, suspiran aliviados.

Valory abre la puerta del sedán y, para pagar el franqueo, mete la mano en una bolsa que contiene algo de dinero. Después de ser pagado los postillones de Bondy confían a sus camaradas de Claye que suben a la silla:

"¿Quién es ese señor que paga tan bien? ¡Dio cuatro libras seis soles más para beber!"

Unos minutos más tarde, los coches escoltados por sus dos pilotos se alejan hacia Meaux.

En el sedán empieza a recuperar la confianza:

- "¡Ten por seguro que una vez que el culo esté en la silla de montar -exclama Luis XVI- seré muy diferente de lo que me has visto hasta ahora!"

El Rey sacó entonces de su bolsillo la declaración que debía ser entregada esa misma mañana al Presidente de la Asamblea. Mientras el sedán sigue lentamente su camino, Luis XVI comienza a enumerar la larga serie de sacrificios que ha hecho por la Nación. ¿Cuál fue su única recompensa?

"¡La destrucción de la realeza!" Todos los poderes desconocidos, propiedad violada, la seguridad de las personas en todas partes en peligro y una completa anarquía se estableció por encima de la ley...

¿Cuáles son sus poderes hoy?

"¡El vano simulacro de la realeza! ¡El rey no tiene participación en la elaboración de las leyes! La administración interna está íntegramente en manos de los departamentos"

Es prácticamente lo mismo para el Ejército, la Marina, las Relaciones Exteriores, las Finanzas... ¡El rey ya no es nada! ¿Es sólo libre de su persona? El 18 de abril, ¿pudo siquiera ir a Saint-Cloud?

"Después de haber soportado durante una hora y tres cuartos todos los ultrajes -prosigue Luis XVI- Su Majestad se vio obligado a volver a su prisión, porque después de eso no se podía llamar de otro modo a su palacio... Ya por estas razones y por la imposibilidad donde el rey se encuentra para operar el bien y prevenir el mal que se hace, ¿es de extrañar que el rey pretendiera recobrar su libertad y poner en seguridad así como a su familia?"

Fuite à Varennes: la folle cavale de Louis XVI - Secrets d'histoire. (Vídeo editado)

La apelación terminó con la prohibición a los ministros de firmar cualquier orden en nombre del rey.

Meaux se pasa sin incidentes. Sin embargo, Madame Royale dirá más tarde "observamos a un hombre a caballo que seguía constantemente al automóvil". El incidente no se produjo, los fugitivos se tranquilizaron. Sin embargo, el sedán tiene más de dos horas de retraso.

Los fugitivos, con el apetito avivado por las emociones, comienzan a irrumpir en la cantina: "Comían -nos dice Moustier- sin plato ni tenedor, con pan, como hacen los cazadores o los viajeros económicos". La reina llama a Malden a la puerta, le ofrece comida y bebida y dice:

"¡Quizás el señor de La Fayette ya no tiene la cabeza sobre los hombros!"

El rey toma su reloj —son las ocho— y declara con una sonrisa:

-"¡Actualmente está muy avergonzado de su persona!".

- Citado: Varennes, le roi trahi - André Castelot

viernes, 3 de octubre de 2025

APARECE ANTOINE BARNAVE EN LA ESCENA POLITICA

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Antoine Barnave appears on the political scene
Antoine Barnave por Sicardi
En la primavera de 1791, Antoine Barnave aparece para muchos como el hombre clave. Representa entonces, de hecho, la Revolución que toma conciencia de sus límites. A sus ojos, el enemigo estaba en la derecha: era el emigrante que soñaba con la venganza, el cortesano que incitaba al rey a resistir, incluso el diputado que trabajaba para salvar al poder ejecutivo de un abatimiento definitivo.

El 23 de abril, días después de que el pueblo impidiera al rey ir a Saint-Cloud, Montmorin envió una carta circular a todos los embajadores franceses afirmando que era una calumnia decir que el rey no era libre. Montmorin no quiso enviar lo que llamó un "diablo de carta" porque el propio rey había dicho a la Asamblea tres días antes que la Guardia Nacional le había impedido ir a Saint-Cloud y persistía en su deseo de hacerlo. Pero Montmorin le dijo a La Marck: "Alguien le da mucha importancia", código para el rey o la reina o ambos. Se ha afirmado que la carta fue escrita por Barnave siguiendo instrucciones del rey. Y que tenía dos objetivos: frenar la invasión de emigrados desde el Midi y facilitar la huida de la familia real aflojando la seguridad en torno a las Tullerías. Estos eran de hecho los objetivos de la carta. Siguiendo el consejo de Fersen, María Antonieta dijo que deben calmar las sospechas "aparentando ceder ante todo hasta el momento en que podamos actuar". No se puede probar la autoría de Barnave de la carta circular, pero tenemos evidencia del contacto real con los triunviros y sus aliados antes de la huida a Varennes en base a que se dieron cuenta de que la Constitución era defectuosa y que la autoridad del rey necesitaba ser fortalecida antes de que el país se desintegrara. 

Esta toma de conciencia por parte del centro-izquierda había amanecido algunos meses antes. El punto de partida había sido la propuesta de Le Chapelier del 23 de septiembre de 1790 de que se agregaran siete nuevos miembros al Comité Constitucional de la Asamblea para dar un borrador final coherente a una Constitución cuyos artículos se habían votado poco a poco durante los últimos doce meses, y modificar el producto final para aumentar el poder del rey. Entre los siete estaban Barnave, Lameth y Duport, los "triunviros", quienes rápidamente establecieron el control del Comité. Para el otoño de 1790 habían llegado a la conclusión de que, como dijo más tarde Barnave, "es hora de detener la revolución" antes de que degenere en un ataque a la propiedad e incluso a la civilización.

Antoine Barnave appears on the political scene
Barnave, Lameth y Duport quienes conformaron el "triunvirato frances" cuyas opiniones eran preparadas por el primero, sostenidas por el segundo, y dirigidas por el tercero. Algo notable era y peculiar del espíritu de igualdad de la época la unión íntima de un abogado, perteneciente a la clase media, de un consejero, individuo de la clase parlamentaria, y de un coronel agregado a la corte, que renunciaban a los intereses de su estado para asociarse con miras de bien público y de popularidad.
Pronto Mirabeau estableció contacto con ellos. El 17 de enero de 1791 le dijo a la reina que había tenido "una conversación muy interesante con Alexandre de Lameth", en la que detectó que él y sus compañeros estaban "avergonzados" por la postura radical que aún tenían que mantener para perpetuar su popularidad. Duport había propuesto en la Asamblea que un comisionado del rey debería estar presente en los tribunales penales. Pero el hombre clave fue Barnave, cuya estrecha relación personal con María Antonieta dominará los siguientes capítulos. Los otros, d'André, Lameth, Le Chapelier y Mirabeau, se reunieron en los apartamentos de Montmorin, quien pagó a d'André por los servicios a la monarquía. Montmorin era necesariamente el único ministro al tanto del secreto. Pero Mirabeau "tomó la precaución con Barnave de que nunca debería estar presente en Montmorin's con los demás". La Marck pensó que esta precaución era "muy llamativa" y la explica por la rivalidad entre facciones entre estas prima donnas revolucionarias.

La Marck traza el ascenso meteórico de "este joven que apenas había terminado la universidad [Barnave tenía veintinueve años]" y que había pasado de ser "un simple abogado de provincia" a ser agasajado por la alta sociedad: "los ducs d'Aiguillon y de La Rochefoucauld, Laborde de Méréville, hijo mayor del banquero más rico de Francia, el salón de la anciana duquesa d'Enville". En definitiva, esa fusión de nacimiento y dinero, conocida como "les grands", que caracterizó a la sociedad tardía del Antiguo Régimen. Estos hombres "lo iniciaron en todos sus placeres e intrigas políticas".

Ciertamente había un abismo social entre La Marck, el hijo de un príncipe del Sacro Imperio Romano Germánico, y Barnave, pero este último estaba lejos de ser un provinciano don nadie, aunque sus orígenes mixtos pueden haber actuado como la arena en la ostra. Su abuelo era un capitán del ejército que no pudo progresar más porque era un roturier. Su padre ocupaba un cargo judicial que le confería nobleza "personal", es decir, vitalicia. Pero su madre pertenecía a una antigua familia noble, los de Prest, que contaba con altos oficiales del ejército en sus filas. Barnave también estaba emparentado con su futuro colega triunviro, Adrien Duport, juez del Parlamento, cargo que le confería nobleza hereditaria. Cuando Barnave tenía nueve años, su madre eligió sentarse en un palco desocupado reservado para un lacayo del gobernador. La gerencia le pidió que se fuera, lo cual hizo; pero hizo tanto alboroto que el resto del público se fue con ella y no volvió por algunos meses. Nada ilustra mejor la observación de Luis XVI de que la Revolución se trataba de "vanidad burguesa".

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Miniatura de Barnave por Sicardy
Barnave era un estudiante brillante pero tuvo que ser educado en privado porque la familia era protestante. Su hermano menor fue aún más precoz. Matemático dotado, estaba destinado a ser oficial de artillería, como Carnot, también capitán burgués y más tarde «organizador de la victoria» en el Comité de Seguridad Pública. El hermano murió joven en París, donde Barnave lo cuidó durante tres meses. Más tarde escribió que cada vez que tenía pensamientos nobles, los dulces y hermosos rasgos de su hermano flotaban ante él mientras se dormía, pero cada vez que hacía algo deshonroso, la visión lo abandonaba. como uno se imagina cuando preguntó "¿Es su sangre tan pura?" de los asesinados Foulon y Berthier. Un seminoble protestante entonces, una mezcla explosiva apenas contenida en la botella de cuello apretado del anciano régimen.

Esbelto, sonriente, elegante, compensa la falta de regularidad de sus rasgos con el brillo de una pasión dominada, un verbo riguroso, una energía inquieta. En agosto de 1790, se batió en duelo en el Bois de Boulogne, lo que elevó aún más su gloria: fue contra Cazales, adalid de la derecha, que acababa de insultar a sus adversarios en la Asamblea. Reunión de señores, a la francesa: cortesía y elegancia. Habiendo fallado los dos primeros tiros de pistola, Barnave, mientras se recargaban las armas, le dijo a su adversario lo desconsolado que estaría si lo mataba: “Será aburrido cuando tengas que escuchar en la tribuna a alguien tuyo". Barnave no mató a Cazales, pero sin embargo lo golpeó en la cabeza, sin gravedad. No dejó de hacerle visitas durante su convalecencia. Modales, un estilo, que te hacen famoso en los periódicos. Cuando los dos adversarios se encontraron de nuevo cara a cara al pie de la tribuna, por primera vez desde el duelo, recibieron una igual ovación de sus compañeros, sensibles a la tradición caballeresca.

Mirabeau siente admiración por este joven descendiente de los Alpes, y que habla con tanta claridad, que argumenta con tanta lógica, mientras se consuela por seguir siendo el mejor: "Nunca había oído a la gente hablar tan bien o durante tanto tiempo", pero no hay divinidad, no hay dios en él. Sin embargo, si es cierto que Dioniso parece habitar en el hombre de Provenza, el orador incontenible, capaz de sofocar una asamblea en convulsión, el Olimpo tiene otras divinidades a las que inspirar. Barnave. En casa, es Apolo quien habla, dios del clasicismo. Aunque también sabe improvisar, lo que lo hace aún formidable.

Antoine Barnave appears on the political scene
Mounier (Alain mottet) et Barnave (Bruno Devoldére) dans L'été de la révolution: Directed by Lazare Iglesis (1989)
Barnave disfrutaba mezclarse con duques y banqueros, pero al igual que el príncipe Hal, conocía su valor y el de ellos. Y "antes de que Mirabeau lo designara en la Corte como uno de sus auxiliares", ya había decidido distanciarse de sus amigos. Había "visto al señor de Montmorin solo" y Mirabeau quería que siguiera siendo así. Barnave impresionó a Montmorin, lo que confirmó Mirabeau en su opinión de que podrían obtener grandes beneficios de una asociación con Barnave y ahí radica la razón por la que iba a ser un agente aislado en el plan de Mirabeau.

María Antonieta, irónicamente en vista de su futura relación, estaba menos impresionada con Barnave, como le explicó a Mercy el 6 de mayo de 1791. La reina estaba en contacto con el padre del amigo de Barnave, Laborde de Méréville. María Antonieta necesitaba reunir suficiente dinero para mantener un ejército durante dos meses en Montmédy hasta que la situación se resolviera por sí sola. Laborde quería que vendiera sus diamantes y fue tan insistente que ella tuvo que fingir que los había sacado de las Tullerías. "Bueno, déjame venderlos desde su nueva ubicación", instó. Pero María Antonieta pensó que era mejor conservarlos como garantía: no podían usar las Joyas de la Corona porque, como ella dijo, ahora se consideraban propiedad nacional. De lo contrario, como hemos visto, bien podría haberlo hecho.

En esta ocasión, sin embargo, Laborde no había venido por los diamantes, sino que "había sido enviado por su hijo y sus socios Duport y Barnave para que ella se identificara con la Revolución que consideraban "completada", palabra clave con Barnave. No estaban tan mal dispuestos como ella imaginaba y él cantó las alabanzas de Barnave en particular con quien parecía encantado. "Como puedes imaginar, le seguí la corriente a todo lo que dijo" – su postura habitual ahora que el vuelo era inminente. Laborde no estaba al tanto de los detalles exactos del vuelo, pero ya había liquidado algunos de sus activos y los había enviado a Inglaterra junto con 2 millones de libras de su propio dinero para ser utilizados según lo requiriera la ocasión. Entonces, al menos, Bourgade no consideró que volar y trabajar con Barnave fueran incompatibles.

Antoine Barnave appears on the political scene
Detalle del personaje para la pintura de el juramento de Jeu de Paum, aquí  el rostro de Antoine Barnave, por Luis David.
Sin embargo, la cuestión planteada en su momento por Robespierre, era cuánto sabían Barnave y sus asociados. Es imposible que supieran los detalles precisos del vuelo (solo cuatro personas lo sabían). Pero Barnave, como el número dos de Mirabeau, debe haber sabido del plan para llevar al rey a Compiègne. Ahora Mirabeau estaba muerto y Barnave era su legado a la reina. Barnave probablemente también supo, a través del hijo de Bourgade, que la idea de huir continuó después de la muerte de Mirabeau.

Tras su muerte, el relevo lo tomó lo que podríamos llamar el mueble de cocina de María Antonieta. Con alguna aportación de Montmorin, estaba formado por La Marck y el arzobispo François de Fontanges. Se encontraron y mantuvieron correspondencia con frecuencia hasta el 10 de mayo. Luego hay un lapso hasta el 21 de junio, día en que huyó la familia real. Maria Antonieta le había dicho a Fontanges que se quedara un rato en el campo. Ella no dijo más, pero todos debieron haber adivinado que algo estaba pasando. El vuelo a Varennes, dijo Fontanges a La Marck, aclaró el misterio de los dos meses anteriores.

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Antoine Barnave (1761-93) by French School.
Tenía que haber un "misterio" porque no se trataba de que María Antonieta confiara el plan de fuga a sus partidarios, que se verían comprometidos si fallaba, y menos aún a los ministros, que lo traicionarían. Montmorin fue el único ministro sobreviviente, de antes de la Revolución y la reina se comportó con frialdad con el hombre que era amigo personal del rey, en parte porque ella se había opuesto a su nombramiento pero principalmente porque él había seguido servilmente a Necker. Pero la instó a ser amable con Montmorin, a invitarlo a hablar con ella porque era demasiado tímido para preguntar. Esto fue necesario porque la mayoría de los otros ministros eran hostiles a la reina, especialmente el juezministro, Duport du Tertre, un acólito de Lafayette. La Marck le dijo a Mercy que era "un esclavo" de los diputados de izquierda. "De todos los males que había causado M. de Lafayette el más difícil de perdonar" fue obligando al nombramiento de este ministro "que manifestó en gabinete abierto que la quería fuera del camino". Cuando Montmorin preguntó qué quería decir, du Tertre "respondió con frialdad que él personalmente no se prestaría haciéndola asesinar pero que sería otra cosa si se tratara de llevarla a juicio". Para aclarar, Montmorin preguntó si como ministro de la Corona la llevaría a juicio, a lo que respondió que sí, si esa era la única forma de deshacerse de ella.

Un juicio es lo que (según La Marck) tenía en mente Duport du Tertre. Madame de la Motte-Valois fue invitada a regresar a Francia para provocar problemas y el plan era dejarla defender su caso ante el tribunal de la Asamblea. Declararía que María Antonieta era la culpable y exigiría un nuevo juicio. La propia reina sería entonces juzgada «ante los nuevos tribunales que acababan de establecerse con funcionarios electivos independientes y hostiles a la Corona». Otro truco era este: con la confiscación de los terrenos de la iglesia, que habían sido puestos a disposición de la Nación (Revolución, habla de confiscados), el cardenal Rohan había perdido los ingresos con los que, como un caballero, había estado pagando los joyeros de la corte por el collar de diamantes. Ahora había un movimiento en marcha para descontar el dinero de la Lista Civil, que la Asamblea había concedido al rey en lugar de su corona tierras, que también habían sido puestas a disposición de la nación. El objetivo de esta maniobra era establecer que la propia reina le había encargado a Rohan que obtuviera el collar, que luego había vendido, sin duda para darle las ganancias al emperador. Si las palabras atribuidas a du Tertre fueron realmente suyas, entonces dentro de un año lo veremos dar el cambio personal más grande en la historia de la Revolución. Mirabeau quedó tan conmocionado por este complot para mancillar a la reina que dejó de dar los discursos radicales que juzgaba necesarios para preservar su popularidad y redobló su energía para tratar de salvar a la monarquía: "Salvaré a esta desafortunada reina de sus carniceros o moriré en el intento". Lo hizo, el 2 de abril expedirá su último aliento.

Antoine Barnave appears on the political scene
Caricatura del diputado Antoine Barnave en Jano, por ser considerado un político jugando un doble juego, hacia 1791.
La muerte de Mirabeau ciertamente agudizó la conciencia de Barnave ante el nuevo peligro. ¿Será capaz de retomar, con otros medios, la lucha del gran difunto en favor de la anhelada alianza entre la monarquía y la libertad? Aquí está, con sus amigos, trabajando duro. Pero, ¿cómo no ser golpeado por el desorden? Por qué entonces aquellos que querían más o menos lo mismo – Mirabeau, LaFayette, Barnave, duport y el Lameth –quienes eran a su vez los hombres de influencia en la Asamblea Constituyente, ¿nunca pudieron llevarse bien? Ciertamente tenían una mayoría entre sus colegas. La discordia ahogó las convergencias políticas. Hombres de carne y hueso, impulsados por la ambición, rivalizando en opinión, divididos además por las maniobras e inclinaciones de la corte, no supieron aunar sus fuerzas, sus talentos, sus saberes, para atemperar el ascenso del movimiento popular. Hoy le toca a Barnave y sus amigos poner los límites de la Revolución. ¿Todavía pueden?

Como sabemos, sin embargo, la Revolución se deleita en devorar a sus propios hijos. Éste, hijo prodigio, mimado jovencito, momento predilecto de los patriotas, conocerá, como sus adversarios y amigos, sólo una gloria fugaz. Y en primer lugar porque su joven celebridad no ha vuelto la cabeza, y se da cuenta, en el mismo momento en que todos los laureles le ceñían la frente, cuando su madre, que se ha quedado en Grenoble, no deja de sonrojarse de felicidad ante la historia de sus méritos. Pero un peligro acecha a la Revolución: su desbordamiento por la demagogia, el desliz que amenaza la libertad, el surgimiento con fuerza de un movimiento popular, monstruo de un millón de ojos, hambriento de igualdad, que surge a través de sociedades fraternales, periódicos, clubes, como el pueblo auténtico, el “pueblo de pie”, vigilante, intransigente. 

Era hora de que la familia real saliera.

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