Y aquella pandilla se toma muy en serio su papel en esta comedia pastoril: en las mesas de mármol madame Lamballe reparte la leche. Madame Polignac y su hija, la duquesa de Guiche recolectan verduras en preciosos canastos con cintas rosadas. Por la orilla del lago las lavanderas del momento; la condesa de Chalons, de cuyas sonrisas para muchos caballeros sostuvo, con la condesa Diana, para desempeñar el papel, con la ropa de ébano en los batidores.
lunes, 24 de septiembre de 2018
LE HAMEAU DE LA REINE MARIE ANTOINETTE
Y aquella pandilla se toma muy en serio su papel en esta comedia pastoril: en las mesas de mármol madame Lamballe reparte la leche. Madame Polignac y su hija, la duquesa de Guiche recolectan verduras en preciosos canastos con cintas rosadas. Por la orilla del lago las lavanderas del momento; la condesa de Chalons, de cuyas sonrisas para muchos caballeros sostuvo, con la condesa Diana, para desempeñar el papel, con la ropa de ébano en los batidores.
sábado, 8 de septiembre de 2018
LA EJECUCION DEL MARQUES DE FAVRAS (1790)
El marqués de Favras nació en 1745, sirvió en el ejército con distinción y su esposa era una hija del príncipe de Anhalt-Schavenburg. Desde que la revolución comenzó, él había estado considerando un proyecto tras otro para rescatar a la monarquía de los peligros que la rodeaban. Creyendo que era necesaria una contrarrevolución, se involucró con los planes del conde de Provenza, hermano del rey para salvar a la familia real. Desafortunadamente, fue tan imprudente como para confiar en ciertos oficiales de la guardia nacional, que lo traicionaron.
El arresto del marqués de Favras, Revolución Francesa, el 24 de diciembre de 1789. |
Favras y su esposa fueron arrestados y encarcelados en la prisión de Abbaye. Como el nombre del conde de Provenza había sido implicado en la denuncia, el príncipe fue de inmediato a la comuna de parís para contrarrestar, sin un momento de retraso, los rumores sospechosos que podrían estar en circulación: “desde el día en que la segunda asamblea de notables me ha pronunciado sobre las cuestiones fundamentales que dividen las mentes de los hombres, no he cesado en creer que una gran revolución es inminente, que el rey, en virtud de sus intenciones, sus virtudes y su rango supremo, debe estar a la cabeza, ya que ni puede ser ventajoso para la nación sin ser igual al monarca, y, finalmente, esa autoridad real debería ser la muralla de la libertad nacional”.
Juicio del marques de Favras |
La acusación principal contra él era su plan de traer tropas para atacar parís, pero esto nunca pudo ser probado. La única evidencia para ello fue una carta al señor de Foucault, que decía: “¿Dónde están sus tropas? ¿de qué dirección entraran a parís? me gustaría servir entre ellas”. Esto fue muy vago y no se descubrió ningún rastro de los caballeros que iban a hacer el supuesto ataque, o de los ejércitos suizos, alemanes o Piamontés esperando para ayudarlos.
Acontecimiento del 19 de febrero de 1790: el señor de Favras llegó a la puerta principal de Notre Dame, tomó con gran valor la antorcha quemándose con una mano, y en el otro su sentencia de muerte. |
“Próximo a comparecer ante Dios, perdono
a los que contra su conciencia me han acusado suponiéndome proyectos
criminales. Amaba a mi rey, y moriré fiel a mis sentimientos, pero jamás he
podido ni querido emplear medios violentos contra el nuevo orden de cosas. Sé
que el pueblo pide a gritos mi muerte, y supuesto que ha menester una víctima,
prefiero que su elección haya recaído en mí que, en otro débil, y a quien el
aspecto de un patíbulo no merecido sumiría en la desesperación. Voy, pues, a
espiar crímenes que no he cometido”
Luego, después de haberse inclinado ante el altar que veía a
lo lejos, volvió a subir con pie firme al carro.
Tan pronto como lo ahorcaron, varias voces gritaron: “encore!”, exigiendo, más ejecuciones. La gente quería llevar el cadáver, rasgarlo en pedazos y llevar la cabeza sangrante en el extremo de una pica. Con gran dificultad la guardia nacional pudo prevenir esta escena, digna de caníbales.
Se ha conservado una frase de la Memoria de Favras, que es una terrible acusación contra Monsieur de Provenza: «No me queda duda de que una mano invisible se une a mis acusadores para perseguirme. ¡Pero, que importa! Mis ojos siguen por todas partes al que me han nombrado; es mi acusador, y no creo que por ello sienta ni un remordimiento; pero hay un Dios vengador, y espero que tomará a su cargo mi defensa, porque nunca jamás han permanecido impunes crímenes como los suyos»
María Antonieta estaba muy triste por la muerte del marques, pero se vio obligada a ocultar su dolor. Ni siquiera podía consolar a su familia como a ella le hubiera gustado. Cuando pocos días después, Monsieur de La Villeurnoy llevo a su viuda e hijo a una cena publica del rey y la reina. María Antonieta, que estaba sentada cerca de Santerre, comandante de un batallón de la guardia nacional, no se atrevió a hablar con ellos. Más tarde fue a la habitación de madame Campan y grito: “he venido a llorar contigo. Necesitamos que perezcan las necesidades cuando somos atacados por hombres que unen todos los talentos a cama crimen, y defendidos por hombres que son muy estimables, me han comprometido con ambas partes presentando a la esposa y al hijo de Favras. Si fuera libre, debería haber tomado al hijo de un hombre que acababa de sacrificarse por nosotros, y lo habría puesto en la mesa, entre el rey y yo; pero, rodeado por los verdugos que acababan de matar a su padre, ni siquiera me atreví a mirarlo. Los relistas me culparan por no haber tomado al pobre niño y los revolucionarios se enfurecerán con la idea de que al presentarlo esperaban complacerme”.
Familia Favras |
domingo, 2 de septiembre de 2018
LA PRINCESA Y LA BURGUÉS (MADAME JULIETTE RECAMIER)
Madame Royale. |
Inmediatamente la pequeña Juliette Bernard, que un día pasaría a la historia como madame Recamier, fue llevada a los apartamentos privados. Allí, Juliette fue medida con madame Royale y encontraron que en altura era un poco más grande, tenía entonces once o doce años. Madame Royale ese día hizo pucheros al sentirse indignada por haber sido confrontada con una chica de clase media.
Retrato de la pequeña Juliette Récamier by Jacques-Louis David |
Para citar a Amelia Gere Mason en “las mujeres de los salones franceses”: “madame Recamier representa mejor que cualquier mujer de su tiempo los talentos peculiares que distinguen a los líderes de algunos de los salones más famosos. Tenía tacto, gracia, inteligencia, aprecio y el don de inspirar a los demás. Los hombres y mujeres más inteligentes de la época se encontrarían en su salón. Se encontró allí el genio, la belleza, el espíritu, la elegancia, la cortesía y la brillante conversación que es la herencia gala”
Retrato de Madame Récamier por Jacques-Louis David (1800, Louvre ) |
Cuando era muy joven, la habían dado en matrimonio a un hombre rico tres veces mayor que ella. El matrimonio fue más una adopción que un verdadero matrimonio y probablemente fue una unión solo de nombre. Una vez, cuando un príncipe prusiano pidió su mano en matrimonio, Juliette pensó en buscar una anulación, pero Monsieur Recamier le suplico que no lo abandonara. Ella se quedó con él hasta su muerte, incluso después de que perdió toda su fortuna y Juliette tuvo que cambiar su elegante casa por una habitación en un antiguo monasterio. Sin embargo, tal era la leyenda de su salón, que los famosos autores y artistas seguían reuniéndose en su vivienda. Uno de los más prestigiosos fue el gran Chateaubriand.
François-René, vicomte de Chateaubriand (1768-1848) |
Madame Juliette Recamier Rodeada de figuras literarias y políticas: Charles Rodier, Chateaubriand, Sophie Gay, Benjamin Constant, Madame Ancelot, Madame de Stael, Ampere. |
Retrato de Juliette Récamier sentada, por el barón Gérard (1802). |
“El señor Chateaubriand, a comienzos de 1847, era un paralítico; madame Recamier estaba ciega. Todos los días a las 3 en punto, Chateaubriand fue llevado a casa de madame Recamier. Fue conmovedor y triste. La mujer que ya no podía ver extendió sus manos a tientas hacia el hombre que ya no podía sentir; sus manos se encontraron. ¡Alabado sea dios! La vida estaba muriendo, pero el amor aún vivía”.
domingo, 26 de agosto de 2018
EL CONDE AXEL DE FERSEN: ¿LO ERA O NO LO ERA?
el conde Axel de Fersen, Retrato de Carl Frederik von Breda alrededor de 1800, Castillo de Löfstad , Suecia. |
Finalmente, la situación se va haciendo ya enojosa, cuando se quita la careta la galante intrigante: es María Antonieta -caso inaudito en los anales de la corte-, la heredera del trono de Francia, que, una vez más, se ha evadido del triste lecho conyugal de su dormilón esposo, ha venido a la redoute de la ópera y ha buscado un caballero extranjero para charlar un rato con él. Las damas de la corte procuran evitar un escándalo demasiado grande. Al punto rodean a la extravagante fugitiva y vuelven a llevarla a su palco. Pero ¿qué se mantendrá en secreto en este Versalles murmurador? Cada cual cuchichea y se asombra del favor hecho por la delfina, tan opuesto a la etiqueta; ya al día siguiente, probablemente, el embajador Mercy habrá dado quejas a María Teresa; de Schoenbrunn habrá sido enviado un correo urgente con una amarga carta esa cabeza de viento de su hija, diciéndole que debe dejar por fin esas inconvenientes dissipations y evitar que hablen más de ella a propósito de Juan o de Pedro en esas malditas redoutes. Pero María Antonieta tiene su voluntad propia; el joven le ha gustado, se lo ha dejado ver. A partir de aquella velada, aquel caballero, nada extraordinario ni por su categoría ni por su posición, es recibido con especial amabilidad en los bailes de Versalles. Ya entonces, después de un principio tan prometedor, ¿se desarrolló entre ambos cierto positivo afecto? Nada se sabe. En todo caso, este flirt -sin duda inocente- es pronto interrumpido por un gran acontecimiento, la muerte de Luis XV, que de la noche a la mañana convierte a la princesa en reina de Francia. Dos días más tarde -¿le habrán hecho alguna indicación?-, Hans Axel de Fersen regresa a Suecia.
Segundo acto. Al cabo de cuatro años, en 1778, vuelve Fersen a Francia; el padre envía al mozo, de veintidós años, para que se procure como esposa a alguna rica heredera, ya a una señorita de Reyel, de Londres, o a la señorita Necker, la hija del banquero de Ginebra, universalmente famosa más tarde con el nombre de Madame de Staël. Pero Axel de Fersen no muestra ninguna especial inclinación hacia el matrimonio, y pronto se comprenderá por qué. Apenas llegado, el joven aristócrata, vestido de gala, se presenta en la corte. ¿Lo conoce todavía?' ¿Habrá alguien que se acuerde de él? El rey corresponde displicente a su saludo; los demás miran con indiferencia al insignificante extranjero, nadie le dirige una amable palabra. Sólo la reina, apenas lo descubre, exclama bruscamente: «Ah! C'est une vielle connaissance». («¡Ah! nos conocemos ya desde hace tiempo.») No, no se ha olvidado de su bello caballero del Norte. Al punto se inflama nuevamente su interés por él -no era, pues, ninguna fogata de paja-. Invita a Fersen a sus reuniones; lo colma de amabilidades; lo mismo que al comienzo de su conocimiento en el baile de la ópera, es María Antonieta la que da los primeros pasos. Pronto puede comunicarle Fersen a su padre: «La reina, la princesa más amable que conozco, tuvo la bondad de preguntar por mí. Le ha preguntado a Creutz por qué no iba yo a sus partidas de juegos dominicales, y al saber que había ido en un día en el que no recibía, casi llegó a presentarme sus excusas». «¡Espantosa merced a este mancebo!», se siente uno tentado a decir, con palabras de Goethe, al ver que esta orgullosa, que ni siquiera corresponde al saludo de las duquesas, que durante siete años no le concedió ni una inclinación de cabeza a un cardenal de Rohan y durante cuatro a una Du Barry, se disculpe con un pequeño noble viajero porque una vez se haya molestado en venir en vano a Versalles.
Mas esta vez es ya un juego peligroso para una reina a quien la corte vigila con mil ojos de Argos. María Antonieta tendría ahora que ser más prudente, pues ya no es la princesa de dieciocho años de antes, cuyas locuras disculpaban su puerilidad y juventud, sino la reina de Francia. Pero su sangre se ha despertado. Por fin, al cabo de siete años espantosos, el inhábil esposo Luis XVI ha logrado realizar el acto conyugal, ha hecho realmente de la reina una esposa. Pero, sin embargo, ¿qué sentirá esta mujer de fina sensibilidad, de una belleza plenamente florecida y casi sensual, cuando compare a este panzudo esposo con su joven y brillante enamorado? Sin que ella misma tenga conciencia de ello, apasionadamente enamorada por primera vez, comienza a revelar a los ojos de todos los curiosos sus sentimientos hacia Fersen por el cúmulo de sus agasajos, y, más aún, por cierto rubor y confusión. Una vez más, como le ocurre con tanta frecuencia, es peligrosa para María Antonieta su más humana y atractiva cualidad: el que no puede ocultar sus simpatías y aversiones.
Acto tercero: nuevo regreso de Fersen. Directamente desde Brest, donde desembarca, en junio de 1783, al cabo de cuatro años de voluntario destierro con el cuerpo auxiliar de los americanos, se precipita sobre Versalles. Epistolarmente había estado desde América en relación con la reina, pero el amor exige la presencia real. ¡Que no tengan ahora que volver a separarse, que por fin pueda establecerse junto a ella, que no haya ninguna distancia más entre sus miradas! Evidentemente por deseo de la reina, solicita al punto Fersen el mando de un regimiento francés. ¿Por qué? Este enigma no es capaz de resolvérselo en Suecia el viejo y económico senador su padre. ¿Por qué quiere Hans Axel permanecer en Francia? Como soldado experimentado, como heredero de un nombre de antigua nobleza, como favorito del romántico rey Gustavo, podría elegir en su país el puesto que más le agradara. ¿Por qué, pues, en Francia?, se pregunta una y otra vez el senador, enojado y desengañado. Y el hijo, para engañar al escéptico padre, inventa rápidamente que lo hace para casarse con una rica heredera, con la señorita Necker y sus millones suizos.
Pero ¿qué hace Fersen? ¡Ay!, guarda silencio. Toma la pluma y anota pulcramente en su Diario toda la conversación de Edelsheim con Bonaparte, incluyendo la imputación de haberse acostado él con la reina. En la más profunda intimidad consigo mismo, no tiene palabras para atenuar esta afirmación, «infame y cínica» en opinión de sus biógrafos. Baja la cabeza, y con este signo presta su aquiescencia. Cuando, algunos días más tarde, las gacetas inglesas comentan este incidente y «con ello hablan de él y de la desgraciada reina», añade en su Diario: «Le qui me choqua» , es decir, « lo que fue enojoso para mí». Ésta es toda la protesta de Fersen, o más bien su no protesta. Una vez más, el silencio habla más claro que todas las palabras.
Se ve, por tanto, que lo que los timoratos herederos trataban de ocultar tan celosamente, el hecho de que Fersen hubiera sido amante de María Antonieta, el amante mismo no lo negó jamás. Por docenas aparecen más y más detalles demostrativos de una porción de hechos y documentos: el que su hermana le conjure, al dejarse ver él públicamente en Bruselas con otra querida, a que haga de modo que ella no sepa nada, porque se ofendería (¿con qué derecho, hay que preguntar, si no fuese su amante?); el que en el Diario esté borrado el pasaje en el que Fersen anota que ha pasado la noche en las Tullerías, en las habitaciones regias; el que, ante el tribunal revolucionario, una camarera declare que con frecuencia alguien salía secretamente del cuarto de la reina.
domingo, 19 de agosto de 2018
LUIS XVI Y SU APOYO A LA INDEPENDENCIA DE ESTADOS UNIDOS
Cosiendo un símbolo,Betsy Ross cose la primera bandera de EE.UU ante George Washington, óleo por J. L. Ferris, siglo XIX. |
Pocos días después de este evento, los funcionarios estadounidenses se reunieron, y, por un acto solemne, declararon las colonias libres e independientes, y la defensa de cualquier relación con Inglaterra. Queriendo justificar su conducta ante las naciones el congreso emitió un manifiesto: “declaramos que no queremos dejar a nuestros hijos una servidumbre vergonzosa. Nuestra causa es justa, nuestros recursos son grandes; declaramos, en la cara de los cielos y de la tierra, que vamos a utilizar las armas firmes que nuestros enemigos nos han obligado a tomar, resueltos a morir libres que esclavos vivos. No luchamos para hacer conquista; mostramos al mundo el triste espectáculo de un pueblo indignado…”
Exaltada por las ideas de la época y deseosa de borrar la vergüenza de la guerra de los siete años, la joven nobleza francesa quería reunir militares, equipar bracos e ir en multitudes para américa. Sin embargo, aunque Francia estaba listo para apoyar aun lucha contra el odioso rival, estaba contento de seguir la pendiente de los eventos. Mientras el gobierno se mostró reacio, los oficiales jóvenes, ávidos de gloria y maniacos de la libertad, se escaparon en la emulación de la corte y los ejércitos, cruzaron los mares y ofrecieron su espada a los estadounidenses.
George Washington Saluda Lafayette en Mount Vernon. |
Ante la noticia de la rendición de Saratoga (1777), los estadounidenses reanudaron la ofensiva e todas partes. En Francia, la opinión pública y la fuerza de los acontecimientos llevaron al gobierno a tomar una decisión. Entrenado por su generosidad de ideas, la filantropía, la dedicación y el deseo de vengar los insultos que había recibido de su rival, la nación exigía la guerra, además los envidos de los estados unidos exigieron una respuesta definitiva. Maurepas y Vergennes se esforzaron en consecuencia por clamar los escrúpulos de Luis XVI, que no estaba convencido de la justicia de su causa, se mostró reacio a tomar las armas contra los ingleses, aunque a veces se mostró molesto por su dominio.
Franklin se presenta al rey en Versalles. |
Una flota de conde barcos y cuatro fragatas al mando del vicealmirante, el conde Estaing, salieron de Toulon el 13 de abril de 1778, hacia américa. Otra flota se formó en el puerto de Brets, y pronto un ejército destinado a aterrizar en Inglaterra, para humillar el orgullo británico, se reúne en las costas de Francia. La guerra iba a recibir un amplio desarrollo y sus operaciones debían abarcar las diferentes regiones del océano.
Tratado de Alianza con Francia firmado el 6 de febrero de 1778 en el Hôtel de Crillon |
La pelea era inminente. Fue con secreta satisfacción que los estados de Europa se enteraron de esta ruptura entre Francia e Inglaterra. En Rusia, Catalina II podía librar la guerra contra los otomanos y aun ampliar su imperio a su costa. Todos esperaban enriquecerse con todo lo que las potencias rivales perderían de su comercio; en cuanto a España, el viejo rey, Carlos III, había ofrecido su mediación innecesaria, vacilo declarar para Francia, su aliado, por temor a un levantamiento de sus propias colonias, exaltado por la situación inglesa, se llevo los tesoros de México y Perú.
La rendición de Lord Cornwallis, el 19 de octubre de 1781 en YorktownEsta pintura de Washington en Yorktown cuelga en la Rotonda del Capitolio, y fue pintada por Constantino Brumidi. |
Las victorias de Suffren en las indias orientales no ejercieron una gran influencia en las condiciones de paz con Inglaterra. La reputación de la marina británica había caído, el sufrimiento del comercio, la deuda había incrementado en el reino en dos mil millones y medios y la perdida de varias colonias. Comenzaron negociaciones bajo la mediación de Austria y Rusia. Estas negociaciones continuaron después de la muerte de Rockingham, que fue reemplazado por Lord Shelburne, a pesar de la retirada de Fox y sus amigos, y la entrada al ministerio del joven William Pitt, heredero del odio apasionado de su padre contra Francia.
Esta guerra, también, no tuvo los resultados esperados por la realeza y la nobleza, no revivió la riqueza nacional, pero ahueco el abismo del déficit y acelero la revolución que derrocaría el viejo edificio social. Los jóvenes oficiales franceses que habían luchado en estados unidos bajo la bandera de la libertad y la igualdad, regresaron al país que ya estaba bajo una intolerable incomodidad. Acogidos con entusiasmo, difundieron allí estas ideas republicanas de las cuales habían estado enamorados y en cuyas mentes, más ardientes que pensantes, pensaban encontrar el remedio para los males que pesaban sobre Francia.