jueves, 16 de febrero de 2017

EJECUCION DE LUIS XVI - STEFAN ZWEIG

ultimo viaje de luis XVI.
 la Revolución pensaba haber realizado su tarea con ignorar la existencia del rey; después con destituirlo. Pero, aun destituido y sin corona, este hombre desdichado e inofensivo sigue siendo siempre un símbolo, y si la República llega hasta el punto de arrancar de sus tumbas los esqueletos de los reyes muertos hace siglos, para volver, una vez más, a quemar lo que hace largo tiempo no es más que polvo y ceniza, ¿cómo podría soportar aunque no fuera más que la sombra de un rey viviente? Así, creen los jefes tener que completar la muerte política de Luis XVI con su muerte corporal, para estar a cubierto de toda recaída. Para un republicano radical, el edificio de la República sólo puede tener resistencia si está cimentado sobre sangre real; pronto se deciden a unirse también a esta opinión los otros grupos menos radicales, por miedo a quedarse atrás en la carrera en busca del favor popular, y el proceso contra Luis Capeto es señalado para el mes de diciembre.
 
En el Temple se llega a saber esta amenazadora determinación por la súbita presencia de una comisión que exige la entrega de «todos los instrumentos cortantes», es decir, cuchillos, tijeras y tenedores: el detenido, que sólo estaba sometido a vigilancia, se convierte con ello en acusado. Además, Luis XVI es separado de su familia. Aun habitando en la misma torre, sólo un piso más abajo de los suyos, cosa que agrava la crueldad de la medida, desde este día no le es permitido ver a la mujer ni a los hijos. En todas estas semanas fatales, su propia mujer no puede hablar ni una sola vez con el esposo, no le es permitido saber cómo se desenvuelve el proceso ni cómo es la sentencia.
 
Luis XVI se desarmó en la torre del templo. "De mí no se tiene nada que temer".
No le es dado leer ningún periódico, no puede interrogar a los defensores de su marido; en espantosa incertidumbre y excitación, la desgraciada tiene que pasar sola todas estas horas de espantosa angustia. Un piso más abajo, separada sólo por el pavimento, oye los pesados pasos de su marido, y no le es dado verle, no le es dado hablarle: indecible tormento provocado por una medida absolutamente sin sentido. Y cuando el 20 de enero de 1793 un empleado municipal se presenta a María Antonieta y, con voz algo deprimida, le anuncia que, excepcionalmente, aquel día le es permitido trasladarse con su familia junto a su esposo en el piso de abajo, comprende inmediatamente la reina lo que tiene de espantoso aquella merced: Luis XVI ha sido condenado a muerte, ella y sus hijos ven por última vez al esposo y al padre. En consideración al trágico momento -quien subirá mañana al patíbulo no es ya peligroso-, los cuatro empleados municipales dejan por primera vez solos en la habitación a la esposa y al esposo, la hermana y los hijos en esta última reunión de familia; sólo por una puerta de cristales vigilan la despedida. 

despedida del rey con su familia
Nadie asistió a esta patética hora en que vuelven a reunirse con el sentenciado rey y, al mismo tiempo, se despiden de él para siempre; todos los relatos que han sido impresos son puras y románticas invenciones, lo mismo que aquellas sentimentales estampas que, en el sentido dulzón de la época, rebajan lo trágico de tal entrevista con una lacrimosa y afectada ternura. ¿Cómo dudar de que esta despedida del padre de sus hijos haya sido uno de los momentos más dolorosos de la vida de María Antonieta, y para qué tratar de exagerar todavía su trágica emoción? Ya sólo ver a un individuo que va a morir, un condenado a muerte, aunque sea la persona más desconocida, antes de su marcha al suplicio, es un tormento profundo para todo hombre dotado de humana sensibilidad; mas con este hombre, si bien es cierto que María Antonieta no lo ha querido nunca apasionadamente y hace mucho tiempo que ha entregado su corazón a otro, ha vivido veinte años, día tras día, y le ha dado cuatro hijos; jamás, en estos agitados tiempos, lo ha visto de otro modo sino lleno de bondad y abnegación hacia ella. Más íntimamente unidos de lo que estuvieron nunca en sus bellos años, lo estaban ahora ambos esposos, originariamente unidos para toda la vida solamente por la política razón de Estado, pero a quienes ahora el exceso de la desgracia en estas sombrías horas del Temple ha acercado de modo más humano. Aparte eso, sabe la reina que pronto tendrá que seguirlo en este último paso. Sólo la precede en un breve plazo. 
 
Louis XVI en el rezo antes de su ejecución.
En esta hora extrema, en este último momento, lo que durante toda su vida había sido fatal para el rey, su completa carencia de excitabilidad nerviosa, fue una ventaja para aquel hombre tan probado por el dolor; su imperturbabilidad, en general tan irritante, da a Luis XVI en este momento decisivo cierta grandeza moral. No muestra temor ni excitación; los cuatro comisarios desde la habitación inmediata, no le oyen ni una sola vez alzar la voz ni sollozar: en esta despedida de los suyos, manifiesta este hombre lamentablemente débil, este rey indigno, mayor fuerza y mayor dignidad que en ningún otro momento de toda su vida. Tranquilo como todas las otras noches, se levanta a las diez el condenado a muerte, y da con ello a su familia la indicación para que lo abandonen. Ante esta voluntad tan claramente manifiesta no osa María Antonieta presentar ninguna protesta, tanto más que él, con un piadoso propósito de engaño, le dice que aún subirá al día siguiente junto a ella, a las siete de la mañana. 

grabado que muestra a luis XVI en el patibulo antes de ser guillotinado.
Después todo queda tranquilo. La reina queda sola en su habitación de arriba; viene una noche larga y sin sueño. Por último clarea la mañana, y con ello despiertan los siniestros rumores de los preparativos. Oye llegar una carroza con pesadas ruedas; oye, una y otra vez, pasos y pasos, escaleras arriba y escaleras abajo: ¿es el confesor, con los representantes municipales?, ¿acaso ya el verdugo? A lo lejos redoblan los tambores de los regimientos en marcha, aumenta cada vez más la luz, llega a ser un día claro; cada vez se acerca más la hora que privará a los niños de su padre y a ella del respetable, bondadoso y circunspecto compañero de tantos años. Prisionera en su habitación, con los despiadados guardias delante de la puerta, no le es permitido a la desdichada mujer bajar los pocos peldaños que la separan del esposo, no le es permitido oír ni ver nada de todo to que ocurre, e, imaginadas, las cosas son quizá mil veces más espantosas que en la misma realidad. Después, y de repente, hay en el piso de abajo un espantoso silencio. El rey ha dejado la habitación, la pesada carroza rueda llevándolo hacia el patíbulo. Y una hora más tarde, la guillotina ha dado a María Antonieta un nuevo nombre: en otros tiempos fue archiduquesa de Austria, después delfina, por último reina de Francia; ahora es la viuda Capeto. 

domingo, 12 de febrero de 2017

DESPUÉS DE VARENNES: EL UNO ENGAÑA AL OTRO

regreso del rey a parís tras ser detenido en varennes.
La fuga de Varennes abre un nuevo período en la historia de la Revolución: ese día nace un nuevo partido, el republicano. Hasta entonces, hasta el 21 de junio de 1791, la Asamblea Nacional había sido unánimemente realista, como compuesta exclusivamente de nobles y burgueses; pero ya para las próximas elecciones se agita detrás del tercer Estado, el burgués, un cuarto Estado, el proletariado; la gran masa, tormentosa y elemental, de la cual la burguesía se espanta en la misma forma que el rey se había espantado de la burguesía. Llena de miedo y con tardíos remordimientos, toda la dilatada clase de los poseedores reconoce qué poderes primitivos y demoníacos ha desencadenado, y por tanto rápidamente, por medio de una Constitución, querría limitar, unos frente a otros, los poderes del rey y los del pueblo. Para conseguir que Luis XVI apruebe tal proyecto es indispensable tratar bien, personalmente, al monarca; para ello, los partidos moderados acuerdan que no se le haga al rey ningún reproche por su fuga a Varennes; no abandonó París voluntariamente, no por su propia voluntad, declaran hipócritamente, sino que ha sido « raptado». Y cuando los jacobinos, por el contrario, organizan en el Campo de Marte una manifestación para pedir la destitución del soberano, los jefes de la burguesía, Bailly y La Fayette, hacen, por primera vez, que sea disuelta enérgicamente la muchedumbre por medio de la caballería y con salvas de fusilería. Pero la reina -estrechamente vigilada en su propia morada desde la huida a Varennes: no le es ya permitido cerrar con llave sus puertas y la Guardia Nacional observa cada uno de sus pasos- no se engaña durante mucho tiempo sobre el auténtico valor de tales tardíos intentos de salvación. Con demasiada frecuencia oye ante sus ventanas, en lugar del antiguo grito de « ¡Viva el rey!», el nuevo de « ¡Viva la república!». Y sabe que esta república sólo puede surgir habiendo antes perecido ella, su marido y sus hijos. 

caricatura del rey como un cerdo: "¡ay que alimentarlo bien para que nos firme la constitución! mas queso!"
La verdadera fatalidad de la noche de Varennes -también esto no tarda en reconocerlo la reina- no consistió tanto en el fracaso de su propia fuga como en el éxito de la emprendida, al mismo tiempo, por el hermano nacido después de Luis, el conde de Provenza. Apenas llegado a Bruselas, se sacude la subordinación fraternal, tanto tiempo y tan trabajosamente soportada; se declara regente del reino como representante legítimo de la monarquía, mientras el auténtico rey Luis XVI está prisionero en París, y hace en secreto todo lo imaginable para alargar este plazo cuanto sea posible. «Del modo más inconveniente, se ha manifestado aquí la alegría por haber sido hecho prisionero el rey -informa Fersen desde Bruselas-; el conde de Artois estaba literalmente radiante.» Por fin ahora montan en la silla los que tanto tiempo tuvieron que cabalgar humildemente a la zaga de su hermano; ahora pueden hacer retiñir el sable y lanzar sin ninguna consideración desafíos guerreros; si con este motivo perecen Luis XVI, María Antonieta y probablemente Luis XVII, tanto mejor para ellos, pues de este modo habrán ascendido de un solo salto dos de las gradas del trono, y finalmente, Monsieur el conde de Provenza podrá llamarse Luis XVIII. De este modo totalmente misterioso, adoptan también los príncipes extranjeros la concepción de que es indiferente, para la idea monárquica, cuál sea el Luis que se siente en el trono de Francia; lo esencial es que se ponga un obstáculo en Europa a la difusión del veneno republicano, que sea ahogada en germen la «epidemia francesa».

caricatura que muestra a los príncipes emigrados celebrando en Coblenza la detención del rey.
Con espantosa sangre fría escribe Gustavo III de Suecia: «Por grande que sea el interés que tomo por el destino de la familia real, pesa más en la balanza la dificultad de la situación general del equilibrio europeo, los intereses especiales de Suecia y la causa general de los soberanos. Todo depende de que se pueda restablecer la monarquía en Francia, y debe sernos indiferente el que sea Luis XVI, Luis XVII o Carlos X quien ocupe el trono, con tal que el trono mismo sea restaurado y destrozado el monstruo de la Manège (la Asamblea Nacional)». Más clara y cínicamente no puede ser dicho. Para los monarcas no hay más que «la causa de los monarcas», es decir, su propio poder no aminorado, «y debe ser indiferente», como dice Gustavo III, qué Luis ocupe el trono francés. En efecto, les es y sigue siéndoles indiferente. Y esta indiferencia les cuesta la vida a María Antonieta y a Luis XVI Contra este doble peligro interior y exterior, contra el republicanismo del país y los impulsos guerreros de los príncipes en la frontera, debe combatir ahora, al mismo tiempo, María Antonieta: tarea sobrehumana y plenamente insoluble para una mujer solo, débil, aislada y abandonada por todos sus amigos. Sería menester un genio, al mismo tiempo Ulises y Aquiles, astuto y osado; un nuevo Mirabeau; pero, en esta gran necesidad, sólo encuentra al alcance de la mano pequeños auxiliares, y a ellos se dirige la reina. 

Al regreso de Varennes, María Antonieta ha reconocido, con su rápida mirada, lo fácilmente que el abogadillo provincial Barnave, cuya palabra hace gran papel en la Asamblea, se deja prender por aduladoras palabras tan pronto como habla una reina; decide utilizar ahora esta debilidad.
Por ello, se dirige directamente a Barnave, en una carta secreta, y le dice que «desde su regreso de Varennes ha reflexionado mucho sobre la inteligencia y el talento de aquel con quien ha hablado tanto, y que ha comprendido todo el provecho que podría obtener continuando con él una especie de conversación por escrito». Puede él contar con su discreción, lo mismo que con su carácter, el cual, cuando se trata del bien general, está siempre dispuesto a someterse a lo que sea necesario. Después de esta introducción, se explica más claramente: «No se puede continuar tal como estamos; es cierto que es preciso hacer algo. Pero ¿qué? Lo ignoro. Es a él a quien me dirijo para saberlo. Debe haber visto en nuestras mismas discusiones cuánta era mi buena fe. Así to será siempre.
Es el único bien que nos queda y que no podrán quitarme jamás. Creo que existe en él el deseo del bien; nosotros también lo tenemos y, dígase lo que se diga, lo hemos tenido siempre. Pónganos él en situación de que lo ejecutemos todos juntos; que encuentre medio para comunicarme sus ideas; responderé con franqueza sobre todo lo que yo podría hacer. Nada será gravoso para mí si veo realmente en ello el bien general». 

libelle: la atractivas y escandalosa vida privada de Marie Antoinette de Austria (1791). en el fondo los partidos sabían que la reina estaba detrás de cualquier conspiración contra la asamblea y no dudaron en seguir dañando su imagen.
Barnave les muestra esta carta a sus amigos, que a un mismo tiempo se alegran y se espantan; pero, por último, deciden que desde entonces transmitirán en común secretos consejos a la reina -Luis XVI no cuenta para nada-. Comienzan por pedir a la reina que procure que regresen los príncipes y que su hermano, el emperador, se incline a reconocer la Constitución francesa. Dócil en apariencia, acepta la reina todas estas proposiciones.
Le envía a su hermano cartas dictadas por sus consejeros; procede según sus órdenes; sólo se atreve a resistir «en un punto donde están comprometidos el honor y el agradecimiento». Y creen ya los nuevos maestros políticos haber encontrado en María Antonieta una alumna atenta y agradecida.
No obstante, ¡hasta qué punto se engañan aquellas buenas gentes! En realidad, ni por un momento piensa María Antonieta en entregarse a estos facciosos; todas estas negociaciones no deben servir más que para el antiguo temporizar, para diferir las cosas hasta que su hermano haya convocado aquel deseado «Congreso armado». Como Penélope, deshace por la noche el tejido que ha hecho de día con sus nuevos amigos. 

caricatura de Barnave que lo muestra como un político de doble juego.
Mientras que, por aparentar que cede, envía a su hermano, el emperador Leopoldo, las cartas que le han sido dictadas, le hace saber al mismo tiempo a Mercy: «Le he escrito el 29 una carta que comprenderá fácilmente que no es de mi propio estilo. He creído deber ceder en este punto a los deseos de los jefes de partido que me han dodo ellos mismos el proyecto de carta. He escrito otra vez al emperador ayer, día 30; sería humillante para mí si no esperase que mi hermano comprenderá que, en mi posición, estoy obligada a hacer y escribir todo lo que de mí exijan.» Insiste en «que es esencial que el Emperador esté persuadido de que no hay allí palabra que sea suya ni de su manera de ver las cosas». De este modo, aquella carta es como una carta de Uría. Si bien, «para ser justa, tengo que confesar que, en mis consejeros, aunque se atenga a sus opiniones, no he visto nunca más que gran franqueza, energía y verdaderos deseos de restablecer el orden y, por tanto, la autoridad real», siempre se niega a seguir por completo a sus auxiliares, pues, «por muy buenas intenciones que muestren, sus ideas son exageradas y no pueden convenimos jamás». 

Es un doble juego sospechoso el que comienza a emplear María Antonieta con estos desacuerdos, y no muy honroso para ella, porque, por primera vez desde que se dedica a la política, o más bien porque se dedica a la política, se ve obligada a mentir, y lo hace de la manera más audaz. Mientras asegura hipócritamente a sus auxiliares que acompaña sus pasos sin reserva alguna, escribe a Fersen: «No tema usted que me deje sorprender por los fanáticos, y, si veo a algunos de ellos y tengo con ellos relaciones, no es más que para aprovecharlos; me producen demasiado horror para que nunca pueda ir con ellos». En el fondo, ella se da cuenta perfectamente de la indignidad de ese engaño hecho a gentes bienintencionadas que por su culpa perderán la cabeza en el cadalso; comprende con toda evidencia su falta, pero resueltamente atribuye la responsabilidad al tiempo y a las circunstancias, que la han obligado a desempeñar un papel tan desdichado. «A veces -escribe, desesperada, al fiel Fersen- no me entiendo ya ni a mí misma y me veo obligada a reflexionar para saber si soy realmente yo la que habla; pero ¿qué quiere usted? Todo es necesario, y crea usted que estaríamos más abajo aún de lo que estamos si no hubiese tomado yo inmediatamente este partido; por lo menos, de esta manera ganaremos tiempo, y eso es todo lo que se precisa. ¡Qué dicha si algún día puedo volver a ser lo bastante yo misma para probar a todos estos bribones (geux) que no he sido engañada por ellos!» Sólo con esto sueña, una y otra vez, su orgullo indomable: poder volver a ser libre, no verse ya obligada a mentir ni diplomáticamente. Y como, en su calidad de reina coronada, tiene la sensación de poseer esta ilimitada libertad como derecho dado por Dios, opina que también tiene el de engañar de la manera más desconsiderada a todos los que quieren poner límites a este privilegio suyo.

sátira revolucionario francés de Luis XVI y María Antonieta como una bestia de dos extremos.
Pero no es sólo la reina la que engaña, sino que, en esta crisis decisiva, todos los que participan en el gran juego se engañan mutuamente -en raros casos puede reconocerse de modo más plástico la inmoralidad de toda política llevada secretamente que al examinar la infinita correspondencia cambiada entre los gobiernos de entonces, príncipes, embajadores y ministros-. Todos trabajan subterráneamente contra los otros y sólo en favor de sus privados intereses. Luis XVI miente al dirigirse a la Asamblea Nacional, la cual, por su parte, sólo espera a que la idea republicana haya penetrado suficientemente en el pueblo para deponer al rey. Los constitucionales fingen ante María Antonieta un poder que están muy lejos de poseer, y son burlados por ella de la manera más despreciativa, pues, a espaldas suyas, negocia con su hermano Leopoldo. Éste, a su vez, entretiene con palabras a su hermana, pues está íntimamente decidido a no emplear en el asunto ni un soldado ni un tálero, y pacta, entre tanto, con Rusia y Prusia acerca de un segundo reparto de Polonia. Pero mientras que el rey de Prusia discute con él desde Berlín sobre el «Congreso armado» contra Francia, al mismo tiempo, en París, su propio embajador da fondos a los jacobinos y come a la mesa con Pétion. Los príncipes emigrados incitan a la guerra, pero no para conservar el trono de su hermano Luis XVI, sino para ascender a él ellos mismos lo más pronto posible, y, en medio de este torneo de papel, hace grandes aspavientos el Don Quijote de la realeza, Gustavo de Suecia, a quien, en el fondo, no le importa nada todo esto y que sólo querría desempeñar el papel de Gustavo Adolfo, el salvador de Europa. El duque de Brunswick, que debe mandar los ejércitos coligados contra Francia, trata, al mismo tiempo, con los jacobinos, que le ofrecen el trono francés; Danton, a su vez, y Demouriez juegan también un doble juego. 

el juego de las potencias extranjeras, aprovechando la revolución francesa para sus propios intereses expansionistas.
Los príncipes están tan exactamente de acuerdo entre sí como los revolucionarios; el hermano engaña a la hermana; el rey, a su pueblo: la Asamblea Nacional, al rey: un monarca, al otro; todo son mentiras recíprocas, sólo para ganar tiempo en favor de su propia causa. Cada uno querría sacar algo para sí de la general confusión, y aumenta con sus amenazas la inseguridad general. Nadie querría quemarse los dedos, pero todos juegan con el fuego; todos, el emperador, el rey, los príncipes, los revolucionarios, crean, mediante este eterno negociar y engañar, una atmósfera de desconfianza (semejante a la que envenena el mundo en el día de hoy), y por último, sin quererlo realmente, arrastran a veinticinco millones de hombres en la catástrofe de una guerra de tantos años.

martes, 7 de febrero de 2017

LA ESTATUA DE LUIS XVI SE QUEDA SIN CABEZA (21 ENERO 1784)

El 21 de enero de 1784, nueve años antes de la ejecución de Luis XVI, el ministro Malesherbes infirmo en su diario un hecho muy preocupante: la cabeza de una gran estatua de hielo del rey, que se colocó en el Pont Neuf, en agradecimiento por un impuesto excepcional a los ricos para ayudar a la gente pobre para calentarse por el frio extremo del invierno, se cayó.

Un periódico francés, Le Message, escribió a este respecto en 1862: el invierno de 1783-1784 Francia vivió uno de los peores inviernos. Las iglesias y todos los lugares públicos estaban cerrados. París parecía desierta. No se encontraba a nadie en las calles. Los ricos decidieron quemar sus muebles para mantener el calor, los pobres se morían de frio en los graneros. La caridad no tenía poder, el dinero en efectivo estaba en las últimas.

Luis XVI, movido por las historias que le contaba el señor Lenoir, superintendente general de la policía, tuvo la idea de volver a promulgar las ordenanzas relativas a la gran oficina de los pobres y que dio el derecho de exigir un cargo extraordinario en parís. La cuota debía ser pagada por los príncipes, señores burgueses, artesanos, comerciantes y todos los ciudadanos que tenían una renta alta. El clero también estuvo involucrado, comunidades eclesiásticas y seculares aportaron este impuesto. Eran solo los pobres lo que estaban exentos. Luis XVI dejo abierto al pueblo las cocinas del palacio de Versalles, y ordenó la luz de los grandes incendios en las calles de París.

El rey brindando ayuda a los pobres durante el duro invierno.
María Antonieta aporto de su propia bolsa privada 500 libras para la distribución entre los pobres. Luis XVI ordeno que los trineos privados de la reina se utilizaran para el transporte de madera.

La humanidad del rey fue descrito por el historiador Louis Blanc: “las calamidades de un reciente invierno habían dejado un recuerdo de su benevolencia hizo que más de un corazón quedara destrozado bajo los harapos. Durante el intenso frio de 1784 si no hubiera ordenado la distribución de la madera que él mismo superviso. Si no hubiera permitido a los pobres a entrar en el castillo, para ir a la cocina y calentarse, comer carne asada y sopa”.

Durante este invierno, de acuerdo con las memorias de Madame Campan: “el rey regalo nada menos que tres millones de libras para ayudar a los pobres, y la reina entre doscientos y trescientos mil libras. María Antonieta enseño a sus hijos la importancia de la caridad, por primera vez la pequeña Marie teresa dio una porción de fondos asignados para instituciones de beneficencia”.

El rey brindando hospitalidad a unos campesinos.
El 15 de enero de 1784, Luis XVI y María Antonieta partieron para París. Deseaban pasar el resto del invierno en las Tullerías, donde una parte de la corte los había precedido. Se subieron al carruaje a la primera luz del alba y llegaron a la capital a última hora de la mañana. A la altura de la Place Louis XV, todas las constelaciones de nieve, el cochero tuvo que moderar el ritmo del carruaje. Entonces los caballos se detuvieron, dejando salir de sus narices llameantes mechones de aliento luminoso. Un lacayo pasó su cabeza por la puerta y se dirigió al rey:" Señor, no podemos ir más lejos.- ¿Qué está pasando? Respondió el soberano.

Una pequeña multitud de mujeres parecía querer acercarse a la procesión real. Una diputación de las damas de la Halle vino a presentar gracias a Luis XVI. - Gracias? sorprendió al rey, mirando los ojos brillantes de una chica que acababa de dirigirse al monarca. La nombraron para hablar con el rey en nombre de sus compañeros. La emoción que la ganó le hizo olvidar su arengue. - "Señor, se disculpó, no tengo memoria pero tengo corazón. Eres un buen hombre, me gustaría besarte". Luis XVI salió del carruaje y Respondió con amabilidad paterna. Pero, naturalmente, Venus des Halles recibió dos grandes besos en sus mejillas rosadas en el frío gélido. Ella hizo una reverencia y agregó, esta vez a la intención de María Antonieta: - Su Majestad, tengo el honor de haber sido elegida para recitarle los siguientes versos :

"De la reina, es la belleza;
Sin duda ella es de muy buen gusto.
Es bueno adoptar su ejemplo;
Tómalo como modelo en todo.
Al imitar su beneficencia,
Hazte amado, respetuosa;
Y como ella sabe responder.
Con una ayuda rápida a los necesitados".

"Qué conmovedores son estos versos", dijo María Antonieta, quien había levantado la cortina de su puerta para escuchar el cumplido, "¡y qué bien se dicen! Da las gracias, querido niño".
- ¿Eso es todo? Entonces el rey le preguntó a la niña.
 
"No, señor, no lo necesito; ahora soy más feliz que una reina, pero tengo un vecino muy pobre, que tiene once hijos y a quien sus acreedores amenazan con confiscar". El rey convocó al vecino a las Tullerías, donde ella cenó con la corte, sentada a la derecha de su huésped. Durante la comida, prometió arreglar sus cosas. Y cumplió su palabra.


En la mañana del 21 de enero, después de la misa, escoltada por su guardia, Luis XVI dejó las Tullerías para ir al Louvre. En la esquina de las calles Saint-Honoré y Coq, su carro fue nuevamente inmovilizado. Los fuertes de La Halle, como se les llamaba, y todos los desafortunados de la capital formaban una multitud en torno a un determinado señor Desire Pilon. Este último avanzó hacia el cortejo real e hizo una reverencia algo torpe al soberano. Al igual que Venus des Halles, se ahogó de emoción cuando habló.

"Le estoy evitando su discurso", dijo el rey bajando de su carruaje, "no es por las grandes frases que sabemos cómo complacerme". Prefiero los corazones agradecidos a las cabezas mejor amuebladas.
Lágrimas en su voz, Pilon simplemente dijo:
- "Majestad, te debemos la vida".

A su señal, la multitud se abrió, revelando un enorme obelisco hecho de nieve y hielo, de pie en la inmaculada blancura del suelo. "Este monumento, a la vez modesto y glorioso, señor, es para ti. Lo criamos para el más caritativo de los reyes". El obelisco de la nieve llevaba una placa de cobre en la que estaba grabado este cuarteto:

"Louis, el necesitado que protege tu bondad.
Solo puedo levantarte un monumento de nieve,
Pero es más agradable a tu corazón generoso.
Que el mármol pague el pan de los desafortunados".

Las medidas del rey recibió la admiración de la gente. Unos días más tarde llego el dinero y devolvió la esperanza, a continuación, el clima comenzó a mejorar. Las personas manifestaron su alegría erigiendo una estatua de hielo del rey, delante de la estatua de enrique IV en el Pont Neuf, de una altura de dos pisos de los edificios vecinos.

Los rasgos del rey eran perfectos, en la cabeza de la estatua se colocó una corona de flores de tela, fabricado por madame Bertin, la famosa reina de los sombreros. En el pedestal fue grabada la frase: “nuestro amor por él nos calienta”. Todo parís quería ver esa estatua tan pintoresca, nobles y pobres se apresuraron a verlo.

El "Pont Neuf", donde fue erigida la estatua de hielo de Luis XVI.
El intenso frio comenzó a declinar y la mañana del 21 de enero, la cabeza de la estatua se cayó. Malesherbes que temprano en la mañana cruzo la plaza de La Dauphine para ir a visitar a los presos de Chatelet, vio caer la cabeza y también a un hombre, un portador de agua, que recogió la corona de flores para usarla en el transporte de los trozos de hielo. Malesherbes fue golpeado por el espectáculo y escribió todo en su diario, sin imaginar que había sido una premonición.

domingo, 5 de febrero de 2017

INFANCIA DE MARIE ANTOINETTE


El énfasis en la educación de las archiduquesas estaba en la docilidad y la obediencia. El texto fundamental utilizado en su crianza era “les aventures de Telémaco” por Fenelon, escrito a finales del siglo XVII por el heredero de Luis XIV y de importación a Austria por francisco esteban. Esto subraya la importancia de que el sexo femenino tuviera habilidades y destrezas, modestia y sumisión. La necesidad de la obediencia total a partir de sus hijas era algo sobre lo que María Theresa era bastante inequívoca. “ellos han nacido para obedecer y tienen que aprender a hacerlo a su debido tiempo”, como declaro la emperatriz.

Como cualquier otra gran familia, esta contenía una colección de individuos diversos y, como cualquier otra familia numerosa, era inevitable estar dividido por su rango de edad y la experiencia. La emperatriz desfilo su diferencia de mujer casada con el emperador; por otro lado, era ella la que trabajo día y noche en sus documentos de estado y el emperador fue feliz en las jornadas de cacería. Fue María Theresa la maravilla de Europa por su fuerza y capacidad de decisión, no francisco esteban. Por decir lo menor, María Theresa presento un modelo complicado a sus hijas.


Debajo de la superficie idílica, también hubo corrientes y rápidos bancos de arena, celos y rivalidades, que sin embargo, era común en todas las familias numerosas, tuvieron una importancia adicional en una familia de estado. En efecto, los hijos de María Theresa francisco esteban, nacidos entre 1738 y 1756, se dividieron en dos grupos. La primera familia y la frase era apta en más de un sentido, constaba, además de la invalida Marianne, del heredero Joseph, nacido el 13 de marzo de 1741, María cristina nacida el 13 de mayo, en el propio cumpleaños de María Theresa, al año siguiente, luego vino “la bella Elizabeth”, como se le conocía, nacida en agosto de 1743, el archiduque Carlos, nacido en 1745 y la primera familia fue completada por Amalia nacida en 1746 y Leopoldo en 1747.

los niños imperiales, José y sus seis hermanos y hermanas, a la salida de la guerra de sucesión.
Después de que había una brecha artificial de cinco años, causadas por el nacimiento y muerte de una hija en 1748, agravada cuando la próxima nacida hija, Joanna, también murió joven. La tercera en la fila fue Josefa, otra belleza nacida en 1751, así, la segunda familia comenzó con la archiduquesa Charlotte –conocida en la historia más tarde como María Carolina- nacida el 13 de agosto de 1752, seguido por Fernando, Antonieta y Maximiliano; los tres de ellos nacieron en el espacio de dos años y medio.

Se verá que la posición de madame Antonieta en la familia se caracterizó por una parte en la distancia, el archiduque Joseph era casi quince años más viejo, edad suficiente para ser su padre por las normas reales de la época. María Theresa en sus últimos treinta y cuarenta años, ya no era la madre joven feliz que había saludado el nacimiento de Joseph, el heredero varón con el éxtasis. De hecho sus energías estaban ahora dominadas por los asuntos de estado.

Marie-Josèphe, Marie-Caroline, Marie-Antoinette et Maximilien.
Desde finales de 1756 hasta la paz de parís en febrero de 1763, Antonieta en sus primeros años de vida, Austria estaba en guerra con Prusia e Inglaterra, y María Theresa estuvo al frente. Sin embargo, la emperatriz era la figura central de la vida de sus hijos y cuyo amor que junto con el respeto, en el caso de los más jóvenes, una fuerte dosis de temor, incluso miedo, fue mezclado con estos sentimientos. Como María Antonieta diría: “me encanta la emperatriz, pero tengo miedo de ella, incluso a la distancia; cuando me dirijo a ella, nunca me siento muy a gusto”.

Dada la autoridad inexorable de la emperatriz, el favoritismo claro que ella expuso por la archiduquesa María cristina casi desde su nacimiento –pues era un cumpleaños compartido- fue una fuente de gran resentimiento a todos los hermanos y hermanas. El fenómeno era tan marcado que uno se pregunta, al igual que con todos los padres que se entregan al favoritismo marcado si la emperatriz no se cuestionaba a veces ella misma. Por el contrario, María Theresa vio a “mimi” o María cristina como la segunda hija sobreviviente, como el consuelo que se le debía a ella por la vida.

María Teresa de luto junto a su hija María Cristina - Gabinete de Miniaturas - Hofburg de Viena.
Antonieta resintió de esta hermana que era trece años y medio mayor que ella, como ella la vio, María cristina utilizo su posición primordial de crear problemas con su madre. Fue un punto de vista compartido por su hermano Leopoldo, que estaba mucho más cerca de la edad de María cristina, quien denuncio sus maneras de reñir, su afilada lengua y, sobre todo, su habito de “contar todo a la emperatriz". Ciertamente María cristina tenía una fuerte vena del “masculino” o magistral en su naturaleza. Esta es una herencia de María Theresa en más de una archiduquesa – Amalia y María Carolina por ejemplo- pero no por María Antonieta. Al mismo tiempo, María cristina era muy inteligente, así como talento artístico; ella era sin duda la hermana excepcional en este sentido.

Era fácil como resultado de Antonieta de concebir una aversión tímida para la empresa intelectual y brillante, mujeres mayores dueñas de sí misma, exactamente l la clase de criaturas sofisticadas que por tradición dominaban la sociedad francesa. Amalia, aunque casi diez años mayor, era una figura mucho menos amenazante; ella no era inteligente, no tan interesante, no tan bonita, ni elegante, por todas estas razones no estaba tan querida por María Theresa. Aunque Antonieta podría hacer frente a Amalia, los ecos de sus celos infantiles para mimi, al pasar los años, resonarían cada vez con más fuerza. La relación de Antonieta con su hermana más cercana en edad, Charlotte, por otra parte, establece un patrón bastante diferente. La futura María Carolina, tres años mayor que ella, se alzó con Antonieta casi como si fueran gemelas.

retrato de la pequeña antonieta junta a su hermana Maria Carolina.
Se trataba de dos animadas niñas, al mismo tiempo, Charlotte era dominante y protectora, Antonieta dependiente. María Theresa, atontada como estaba con su mimi, sin embargo admiraba el espíritu de Charlotte, “ella era –dijo la emperatriz- la que se parece más estrechamente a mí misma”. Tal vez ayudo a su relación simbiótica que Charlotte y Antonieta “se parecían en gran medida”, como la pintora madame Vigee-LeBrun señalo más tarde (el retrato de las dos se pueden confundir fácilmente). Como niñas compartían los mismos ojos azules grandes, el color rosa y tez blanca, cabello rubio y narices alargadas; pero por razones indefinibles, todo añadió hermosura femenina en Antonieta. Charlotte, si “no es tan bonita”, estaba en el otro lado atractivo con una fuerte personalidad.


La pequeña Antonieta había logrado al parecer, evitar más o menos la desagradable experiencia de la educación, que no sea en las artes, donde su habilidad en el baile y su gusto por la música añadieron a su aura general, una gracia majestuosa. Su institutriz, la condesa de Brandeis era una bondadosa mujer, que le brindo afecto a Antonieta, el cariño que quizás le faltaba de su madre imperial. Parece adecuado que la carta escrita para saludar al año nuevo cuando tenía once o doce años escrito por ella para “la más querida Brandeis” y firmado por “su fiel discípula que te ama con locura, Antonieta”.

Esta breve carta es la primera existente escrito por María Antonieta, un deseo para el Año Nuevo, cuando tenía 12 años de edad, envió a su institutriz, la condesa Brandeiss, firmada por "su pupila fiel, Antoine."
El problema era que “la querida Brandeis” llego a estropear y descuidar cualquier tipo de instrucción grave. Cuando periódicamente la emperatriz exigió ver los trabajos de su hija, muchas fueron hechos por la institutriz, incluso los dibujos supuestamente por la mano de la archiduquesa probablemente no fueron hechos por Antonieta.

María Antonieta junto
a su ama de llaves
En 1768 la querida Brandeis fue eliminada en favor de la condesa de Lerchenfeld, inteligente y también más difícil, que había actuado como maestra de las batas a las mayores archiduquesas. Inevitablemente Antonieta le desagradaba y continúo llorando por Brandeis. Esta combinación de un inicio tardía y una aversión personal a su maestra no hizo mucho para remediar su situación educativa.

La ignorancia es la bendición de la niñez. ¿Qué sabe una niña de diez, doce, catorce años de la guerra y la paz, de batallas y tratados? ¿Qué significan para ella los nombres como Austria o Francia, Luis, Federico o Catalina de Rusia, que toda esa locura del mundo? Con los rubios cabellos al viento, una muchachita de largas piernas corre y juega en las habitaciones luminosas y en las sombrías de un palacio, con su hermana Charlotte. Niñas, hoy son alegres compañeras de juego, mañana lo serán en el extranjero como reinas.

María Antonieta en tres años, el Hofburg de Viena -
Gabinete de Miniaturas
Un resplandor de la niñez dichosa seguirá brillando así incluso en su hora más oscura. Pero ¡qué lejos está aún ese tiempo turbio y sombrío! Ahora las hermanas siguen jugando día y noche, burlando y engañando a su institutriz, sonrisas encantadoras en los palacios de Schonbrunn o Laxenburg y nada saben de soberanía, dignidad y reinos, nada de su orgullo y de sus peligros. Pero de repente ambas serán separadas, la aventura ha terminado, Charlotte es enviada a Nápoles y la pequeña Antonieta es elegida para ser la prometida del delfín de Francia, la política echa mano a su cuerpo sin desarrollar, a su alma ingenua. Pero con esa ha terminado su niñez y comienza el deber y las pruebas.

La pequeña María Antonieta de cinco años, dice para el cumpleaños de su madre un poema de Metastasio -
El ejemplo tomado de "Ilustraciones para la Historia de Italia" por Lodovico Pogliaghi, publicado por la Casa de Treves (1886).

domingo, 29 de enero de 2017

LA ENTREGA DE MARIE ANTOINETTE EN EL BOSQUE DE COMPIÈGNE (1770)


La corte de francesa tiene larga experiencia en costumbres distinguidas y es irreprochable en la misteriosa ciencia de las ceremonias. Un Luis XV, sabe cuál es la dignidad que corresponde a la prometida de un delfín. Incluso antes de su llegada, firma un decreto por el que la archiduquesa, habrá de ser saludada a su paso por todas las ciudades y pueblos de su camino con los mismos honres que si fuera su propia hija.

este un cartel publicado por la ciudad de Lambach en honor de María Antonieta durante su paso por esa ciudad el 23 de abril de 1770.
La llegada de María Antonieta constituye una inolvidable hora de fiesta para el pueblo francés, hace ya mucho tiempo no obsequiado con tales expansiones. Desde decenios atrás, Estrasburgo no ha visto ninguna futura reina, y acaso nunca ninguna en tal alto grado encantadora como esta muchachilla. Con sus cabellos rubio ceniza, sus esbeltas proporciones, la niña ríe y sonríe con sus azules ojos petulantes, desde detrás de los cristales de la carroza, a la innumerable muchedumbre que, adornada con sus campesinos trajes alsacianos, se ha precipitado de todas las aldeas y ciudades para aclamar el suntuoso cortejo. Cientos de niñas vestidas de blanco van delante de la carroza arrojando flores; han alzado un arco de triunfo; las puertas de la ciudad están cubiertas de guirnaldas; en la plaza municipal corre vino de las fuentes; bueyes enteros son asados en grandes espetones: gigantescas cestas de pan son repartidas entre los pobres. Por la noche son iluminadas todas las casas; ardientes sierpes de fuego ascienden lamiendo la torre de la catedral; relucen al trasluz, rojamente, los encajes de la fachada gótica de la iglesia. Por el Rin se deslizan incontables barcas y navecillas, que llevan farolitos como naranjas candentes y en las que arden antorchas de colores; entre los árboles, resplandecientes de luz, centellean bolas de cristal multicolores, y en la isla, visible para todos, como final de un grandioso fuego de artificio, llamean en medio de figuras mitológicas los monogramas enlazados del delfín y la delfina. Hasta altas horas de la noche, el pueblo, deseoso de espectáculos, recorre los muelles y calles; numerosas músicas retumban y ganguean; en cien lugares, hombres y muchachas se agitan animosamente al compás de la danza; parece haber venido de Austria, con esta rubia mensajera, una dorada edad de dichas, y una vez más el pueblo francés, amargado y resentido, alza su corazón hacia una alegre esperanza.

7 de mayo de 1770, María Antonieta llegó a Estrasburgo. Aquí es una ilustración de su entrada en la ciudad.
Pero también este magnífico cuadro encubre una pequeña hendidura oculta; también aquí, lo mismo que con los Gobelinos de la sala de recepción, ha entretejido simbólicamente el destino un signo de desgracia. Al día siguiente, como antes de la partida, quiere María Antonieta oír una misa; la recibe en el pórtico de la catedral, en lugar del venerado arzobispo, su sobrino y coadjutor, a la cabeza de la clerecía. Con aire un poco afeminado en sus flotantes vestiduras violeta, el mundano sacerdote pronuncia una alocución galante y patética -no en vano la Academia lo eligió para figurar en sus filas-, la cual culmina con estas cortesanas frases: «Sois para nosotros la viviente imagen de la venerada emperatriz a la que Europa desde hace mucho tiempo admira tanto como la venerará la posteridad. El alma de María Teresa se une ahora con el alma de los Borbones ». Después de la salutación, el cortejo se tiende respetuosamente hasta el fondo de la catedral, resplandeciente de luz; el joven sacerdote acompaña hasta el altar a la joven princesa y alza la custodia con mano fina de amante, ornada de anillos. Es Luis, príncipe de Rohan, el primero que le da la bienvenida en Francia, futuro héroe tragicómico del asunto del collar, el más peligroso adversario de María Antonieta, su más funesto enemigo. Y la mano que ahora se levanta sobre la cabeza de la princesa para bendecirla es la misma que más tarde arrojará al fango y al desprecio la corona y el honor de la reina.

la comitiva real en el bosque de compiégne.
No mucho tiempo le es lícito a María Antonieta detenerse en Estrasburgo, en esta Alsacia que aún es para ella una semipatria; cuando espera un rey de Francia, sería culpable todo retraso. Atravesando mugientes ríos de aclamaciones, bajo arcos triunfales y enguirnaldadas puertas de ciudades, el cortejo nupcial hace, por fin, rumbo a su primera meta, el bosque de Compiègne, donde, con gigantesca acumulación de coches, la familia real espera a su nuevo miembro. Cortesanos, damas de la corte, militares, guardias de corps, tambores, trompetas, bandas y charangas, todos con nuevos y resplandecientes trajes, se amontonan en grupos abigarrados; todo el bosque bajo la luz de mayo centellea con estos cambiantes juegos de colores. Apenas los clarines de uno y otro séquito anuncian la proximidad del cortejo nupcial, Luis XV abandona su carroza para recibir a la mujer de su nieto.

La curiosidad de Luis XV con respecto a su nuera fue por fin gratificada. Él tuvo ya un interrogatorio a su embajador en Austria acerca de su pecho y al ser contado con un rubor que el embajador no había mirado al seno de la archiduquesa, el rey respondió jovialmente: “¿no es así? Es lo primero que miro?”.


Cuando la delfina salió de su carruaje a la alfombra ceremonial que había sido establecida, fue el duque de Choiseul quien recibió el privilegio del primer saludo. Presentada por el príncipe de Starthemberg; María Antonieta exclamo: “¡nunca olvidare que hayas sido responsable de mi felicidad!” – y el de Francia – contesto Choiseul suavemente.

El duque de Croy, primer caballero del bed chambrer, presento debidamente a “madame la dauphine”, con lo cual María Antonieta se arrojó de rodillas delante de “mosieur frére et grand cher cher”, ahora para ser “papa”. Cuando se levantó –el rey se sintió conmovido por el gesto conmovedor de sumisión-, María Antonieta vio ante ella una figura distinguida con “grandes y llenos ojos prominentes y penetrantes y nariz romana”, un monarca que incluso a los sesenta años era generalmente considerado como “el hombre más guapo de su corte”. El rey, experimentado, en fresca carne de muchacha y altamente sensible a aquella encantadora gracia, se inclina, tierno y satisfecho, hacia la juvenil, rubia y apetitosa criatura, alza a la novia de su nieto y la besa en ambas mejillas.


Sólo entonces le presenta a su futuro esposo, de cinco pies y diez pulgadas de alto, el cual, rígido, desmañado y aturdido, se mantiene a un lado; ahora, por fin, alza los adormecidos ojos cortos de vista y, sin especial entusiasmo, según ordena la etiqueta, besa ceremoniosamente a su novia en la mejilla. En la carroza, María Antonieta se sienta entre el abuelo y el nieto, entre Luis XV y el futuro Luis XVI. El señor viejo parece representar mejor el papel de novio; charla animadamente y hasta hace un poco la corte a su nueva nieta, mientras el futuro esposo se aburre y se mantiene en un rincón, silencioso.

En suma, Luis augusto no era precisamente la figura idealizada de los retratos y de la miniatura que María Antonieta había recibido. Por la noche, cuando los desposados, y ya casados per procurationem , se van a dormir a sus respectivas habitaciones, el triste amante no le ha dicho aún una sola palabra tierna a aquella encantadora muchachuela, y como resumen de la jornada decisiva sólo escribe en su diario esta seca línea: « Entrevue avec Madame la Dauphine». Treinta y seis años más tarde, en el mismo bosque de Compiègne, otro soberano de Francia, Napoleón, esperará también como esposa a otra duquesa austríaca, a María Luisa. No será tan bonita ni apetecible como María Antonieta aquella regordeta, aburrida y dulce Luisa. Pero, sin embargo, el hombre enérgico y el amante toman al instante posesión, tierna y fogosamente, de la novia que le es destinada. En la misma noche le pregunta Napoleón al obispo si el matrimonio celebrado en Viena le da ya derechos conyugales, y, sin esperar respuesta, saca las conclusiones; a la mañana siguiente, los dos, ya reunidos, se desayunan en el lecho. Pero María Antonieta, en el bosque de Compiègne, no ha encontrado un hombre ni un amante: nada más que un novio por razón de Estado.

el rey presenta la futura novia al delfín luis augusto.
En cuanto a las tías reales, de treinta y ocho, treinta y siete y treinta y seis, respectivamente, el malicioso anecdotista inglés Horace Walpole las había descrito como “torpes y rechonchas viejas”. De hecho, la mayor y más inteligente, madame Adelaida, había tenido un cierto encanto en su juventud, aunque ahora se hubiera desvanecido; madame Victoria no era mala, pero se había vuelto tan gorda que su padre la apodo “cerda”; mientras que madame Sofía, conocida como “grub”, ya que inclinaba la cabeza hacia el costado como una liebre asustada. Estos apodos de guardería otorgados por el rey (Adelaida era “rag”) arrojaron un engaño cálido y acogedora luz sobre estas tres mujeres decepcionadas en Versalles, pero, como descubriría María Antonieta, el afecto no era realmente su principal atributo, al menos en lo que se refería a la “autrichienne”. También descubriría que su marido el delfín, robado de su propia madre hace tres años, estaba dedicado a sus tías.

Luis XV, por su parte, vio a una encantadora niña que tenía aproximadamente la edad de las ninfas adolescentes que había acostumbrado a visitar en diversos establecimientos (en realidad burdeles reales) en el distrito llamado parc des cerfs. Ella era sin embargo muy diferente de esas rosadas criaturas, los tipos de frescura y sensualidad, medio conocedoras, medio inocentes, retratadas por Fragonard. Para la madame Adelaida había otra niña que había llegado a Versalles. La tez de María Antonieta era su mejor rasgo, la deslumbrante piel blanca y el maravilloso color natural que compensaba el menos afortunado “labio austriaco”. Pero su figura subdesarrollada – por desgracia para las esperanzas del rey- era espontánea y un poco infante. ¿Qué vio Luis augusto? En su diario de caza, iniciado cuatro años antes, en el que solo se veían acontecimientos importantes, informó brevemente: “encuentro con la delfina”, sin comentar su reacción ante la apariencia física de María Antonieta.

Aquí es un grabado de la llegada de la procesión que lleva la archiduquesa María Antonieta en Versalles, 16 de Mayo, 1770.
La comitiva llego a Versalles a eso de las nueve de la mañana. Todas las ventanas de la gran fachada estaban llena de curiosos. María Antonieta se benefició de la mañana brillante de mayo para su primera vista del palacio donde pasaría el resto de su vida. Terminado el protocolo, comenzaría los preparativos para la solemne boda.

domingo, 22 de enero de 2017

La gruta del amor - film "Marie Antoinette:la veritable histoire" (2006)

LA JORNADA DEL LUNES 5 OCTUBRE DE 1789: LA MARCHA DE LAS MUJERES A VERSALLES

La Marche des Femmes - 5 et 6 octobre 1789

A los hombres se les puede llamar insurrectos y rebeldes, contra los hombres dispara obedientes un soldado bien disciplinado. Pero las mujeres no intervienen en el levantamiento popular sino solo la más aguda bayoneta, y, además, los instigadores saben que un hombre tan temeroso y sentimental como el rey no dará nunca la orden de dirigir cañones contra las mujeres.

LA MARCHA DE LAS MUJERES

En la mañana del lunes 5 de octubre, el ayuntamiento de París fue invadido por mujeres que amenazaron con prenderle fuego si no les daban pan. La mayoría de estas mujeres provienen de los suburbios de Saint-Antoine y Saint-Marcel. Trabajadores disfrazados de mujeres se deslizaron en sus filas.
 
    
La multitud se trasladó a la Place Louis-XV (ahora Place de la Concorde), donde se reunieron más de 6.000 mujeres, algunas reclutadas a la fuerza, armadas con pistolas, picas, colmillos de hierro, palas, broches, lardoirs, cuchillos encajados en palos. También hay cuatro cañones. Maillard (uno de los vencedores de la Bastilla) es el único hombre admitido abiertamente: toma la delantera de la procesión y todos lo siguen en el camino a Versalles. 

La columna pasa por Chaillot y Sèvres, donde tienen lugar algunas escenas de saqueo. En su camino, los habitantes se atrincheran. Después de Viroflay, está la entrada a Versalles, por la avenida de París. Maillard organiza a las mujeres en tres filas y coloca los cañones en la parte trasera de la columna. Gritan "¡Viva Enrique IV!" y "¡Viva el rey!", pero también "¡Muerte a la reina!" y "¡Muerte a los guardaespaldas!". A estos últimos se les acusa de haber organizado el banquete del 1 de octubre . Apiñados a ambos lados de la avenida de París, el pueblo de Versalles grita: "¡Viva nuestros parisinos!".

LA ULTIMA CACERIA

A pesar de los cielos grises y el clima sombrío, pronto a llover, el rey salió a cazar a las 10 a.m. Fue al bosque de Verrières, luego cerca de la Porte de Châtillon, no lejos del bosque de Meudon. En su diario, fechado el 5 de octubre, anota: “Disparado a la puerta de Châtillon, matado 81 cañonazos, interrumpido por los acontecimientos, ida y vuelta a caballo".

El conde de Saint-Priest, secretario de Estado de la Casa del Rey -y como tal responsable de la ciudad de París- fue informado hacia las 11 de la mañana de la marcha de mujeres sobre Versalles. Inmediatamente envía al marqués de Cubières, primer escudero del rey, y al marqués de Salvert, escudero de la reina, en busca del soberano. En sus memorias, el Conde de Semallé, entonces paje del rey, relata que estuvo con este último en el bosque de Meudon: "Muchos cazadores furtivos dispararon al juego indiscriminadamente. El rey me dijo: “Ve y dile a estos hombres que vayan más lejos, porque podrían lastimar a alguien de mi séquito”. Estos cazadores furtivos recibieron respetuosamente las órdenes del rey. Momentos después llegó a pie, desde París, un caballero de Saint-Louis cuyo nombre he olvidado, que venía a advertir a Luis XVI que bandas de asesinos se dirigían a Versalles y a rogarle que pusiera el castillo en estado de defensa. . . "Le agradezco mucho, señor -respondió el rey- por su acto de devoción, pero no tengo miedo. Debes estar muy cansado. Tienes que subirte a uno de mis coches y que te lleven a Versalles". Cuando el Rey acababa esta frase, llegó al galope el Marqués de Salvert [...], rogando a Su Majestad que volviese cuanto antes".


Continúa el Conde de Semallé: “El rey subió a su carruaje y saltamos a caballo para seguirlo, pero Luis XVI, que había forzado el paso, regresaba al castillo cuando aún estábamos en el recodo de la avenida de París. Allí vimos, a lo sumo a quinientos pasos de la plaza de Armas, esta espantosa vanguardia de bandoleros marchando sobre Versalles. Ambos lados de la avenida estaban llenos de hombres y mujeres que gritaban horriblemente y nos tiraban piedras y palos. Aunque estábamos en chaquetas, escuchamos a la gente decir: “¡Estos son pajes, hay que matarlos!”. Recibí una piedra en el codo izquierdo, que me dolió tanto que me solté. Mi caballo montó en cólera y el animal asustado me condujo directamente al patio del Gran Establo".

En sus memorias, el diputado Barère también evoca este apresurado regreso del rey a Versalles: "Estaba cruzando [...] la avenida cuando el rey pasó cabalgando. La exaltación de los espíritus fue tan extrema que vi hombres, de esta tropa que habían venido de París, disparar dos tiros a los dos últimos guardaespaldas que acompañaban al rey. Uno de estos guardaespaldas perdió su sombrero por un momento. Temí que lo hubieran golpeado y me retiré a mi casa desconsolado".

Fue alrededor de las 3 de la tarde cuando el rey regresó al castillo.

VIENTO DE PANICO

Contrariamente al relato de Madame Campan, la reina no estaba en su gruta de Trianon cuando escuchó la noticia de la marcha de las mujeres. Ciertamente pasó la mañana en Trianon, que ve por última vez, pero regresa al castillo hacia las 13 horas, pasando por la avenida principal y el estanque de Neptuno, o bien por los jardines y la Allée Royale. Almuerza en su estudio con sus dos hijos, sin saber aún nada de lo que ocurre.

En una carta del 13 de octubre a su amiga Madame de Bombelles, Madame Élisabeth evoca el curso de la mañana: “Había desmontado el lunes en Montreuil, donde tenía que pasar el día y donde le habría escrito. Estaba a punto de sentarme a la mesa cuando vi llegar al patio a un hombre que me dijo que habían llegado quince mil hombres de París y que iban a buscar al rey, que disparaban contra Chatillon. Supe, sin embargo, antes de partir, que había dos mil mujeres armadas con cuerdas, cuchillos de caza, etc., que llegaban a Versalles". 

La Marche des Femmes - 5  octobre 1789
El pequeño Trianon en los días de otoño, como probablemente lo vio por última vez Marie Antoinette. Artist:Victor Olivier Gilsoul (1914)
Al regresar al castillo, Madame Élisabeth pasó frente al Hôtel de Monsieur, Ella advierte a su hermano y ambos van al castillo. Según Madame Royale, "Acabábamos de terminar de cenar cuando se anunció que Monsieur y Madame Elisabeth estaban allí y querían hablar con la Reina. Mi madre se sorprendió porque no era la hora habitual para verlos. Entró a otra habitación para hablar con ellos y regresó casi de inmediato, muy agitada por lo que acababa de enterarse y más preocupada aún por la suerte de mi padre". Son casi las 2 p. m.

Según Madame de Gouvernet, nuera del Marqués de La Tour du Pin-Gouvernet, Secretario de Estado para la Guerra, “el regimiento de Flandes recibió la orden de tomar las armas y ocupar la Place d'Armes. Los guardaespaldas ensillaron sus caballos. Se enviaron mensajeros para convocar a los suizos de Courbevoie. En todo momento, mandábamos a la carretera para tener noticias de lo que estaba pasando. Supimos que una muchedumbre innumerable de hombres y muchas más mujeres marchaban sobre Versalles; que tras esta especie de vanguardia venía la Guardia Nacional de París con sus cañones, seguida de una numerosa tropa de individuos que marchaban sin orden. Era demasiado tarde para defender el Pont de Sèvres. La guardia nacional de esta ciudad ya lo había entregado a las mujeres para que fueran a fraternizar con la guardia de París. Mi suegro quería que enviáramos el regimiento de Flandes y obreros para cortar el camino a París. Pero la Asamblea Nacional se había declarado permanente, el rey estaba ausente, nadie podía tomar la iniciativa de un paso hostil. Mi suegro, desesperado, al igual que el señor de Saint-Priest, exclamó: “Nos vamos a dejar atrapar aquí y quizás masacrarnos, sin defendernos”. Durante este tiempo, golpeó la convocatoria para armar la guardia nacional. Se reunió en la Place d'Armes y entró en batalla de espaldas a la puerta [...]. El regimiento de Flandes tenía su izquierda en la Grande Ecurie y su derecha en la puerta. El puesto del interior de la Corte Real y el de la bóveda de la capilla estaban ocupados por los suizos, de los que siempre hubo un fuerte destacamento en Versalles. Las puertas estaban cerradas por todas partes. Todas las salidas del castillo estaban atrincheradas, y puertas que no giraban sobre sus goznes desde que Luis XIV las cerró por primera Son alrededor de las 3 p.m.


En el interior del castillo, Madame de Donissan señala que “todo estaba desordenado, una multitud de gente corría por las galerías. Había unos dos mil hombres en el castillo, en su mayoría caballeros. Iban de gala, sombreros bajo el brazo, no tenían más armas que sus espadas, algunos tenían sables y pistolas. Todo el asunto despertaba lástima: su buena voluntad y sus burlas como soldados. Todos estaban desconcertados". Según Pauline de Tourzel, alrededor de 700 caballeros se encuentran en la Gran Galería y el Gran Apartamento, espadas al costado, listos para defender al rey.

En la ciudad, el conde d'Estaing compareció ante la asamblea municipal, cuya sede estaba en el Hôtel du Garde-Meuble. Este último, "informado por el Comandante General de que una tropa considerable de personas de ambos sexos, que partió esta mañana de París, se dirige hacia esta ciudad, solicita al Comandante de la Milicia Nacional que tome todas las precauciones y emplee todas las fuerzas a su alcance. A disposición de proteger de todo insulto al Rey y a la Familia Real, a la Asamblea Nacional y a esta ciudad, incluso de repeler por la fuerza, después de haber empleado todos los medios de la dulzura para mantener la paz, y, en caso de que Su Majestad fuera obligada a ausentarse de este pueblo, la asamblea da instrucciones al comandante para que lo traiga de vuelta lo antes posible”.

Miembro de la administración de la Secretaría de Estado para la Guerra, pero también de la milicia municipal, Miot se dirigió al conde de La Tour du Pin-Gouvernet, que vivía en la parte este, en el lado de la ciudad, del ala sur de los Ministros: "Me sorprendió encontrar en su escalera una docena de mujeres que había venido de París, sentadas en escalones y al que los suizos habían dado asilo [...]. Me dijeron que habían salido de París antes para venir a pedir pan al rey, y que los seguían en mayor número que habían salido con la misma intención. Durante esta historia que me contó una de ellas, las demás gritaban “¡Viva el rey! ¡Que nos dé pan!”. Los suizos las silenciaron y ellas obedecieron. Era a la vez lamentable y risible".

EL REY CELEBRA CONSEJO

Llegados al castillo, Luis XVI vio a su esposa, la tranquilizó, luego se dirigió al Gabinete del Consejo para celebrar allí el Consejo de Estado, en el que participaron Necker, principal Ministro de Hacienda, el Arzobispo de Burdeos Champion de Cicé, Guardián de las Sceaux, el Conde de La Tour du Pin-Gouvernet, Secretario de Estado de Guerra, Conde de Montmorin, Secretario de Estado de Asuntos Exteriores, el Conde de La Luzerne, Secretario de Estado de Marina, el Conde de Saint-Priest, Secretario de Estado de Estado de la Casa del Rey, el Arzobispo de Vienne Lefranc de Pompignan, encargado de la hoja de beneficios, y el Mariscal de Beauvau, ministro sin cartera.

Habiendo descartado por principio el uso de la fuerza armada, el rey escuchó al conde de Saint-Priest. Este último le sugirió que enviara a la familia real a Rambouillet, bajo la protección de las tropas, y que fuera, a la cabeza de los guardaespaldas, al encuentro de los insurgentes: "También quería que el rey montara a caballo con sus guardaespaldas. En caso de que los puentes de Sèvres, Saint-Cloud o Neuilly fueran forzados, Saint-Priest opinaba que el rey también debería retirarse a Rambouillet, confiando Versalles a la guardia nacional. El conde de Montmorin plantea el espectro de una guerra civil. Necker declara que no hay riesgo en quedarse en Versalles -no hay nada que temer de las mujeres- e incluso prevé la instalación del rey en París. Él también plantea el espectro de una guerra civil, pero, como buen contador, También se argumenta la perspectiva de escasez de Hacienda, la imposibilidad de garantizar los pagos si se viaja a Rambouillet. Además de Montmorin, los arzobispos de Burdeos y Vienne coincidieron con la opinión de Necker, el "error más grave de su carrera" - señala Ghislain de Diesbach.

Perfectamente consciente de la ventaja estratégica que en adelante representaba Versalles o alguna otra residencia distinta de París, el conde de Saint-Priest volvió a hablar: "Le respondí que me parecía imposible atribuir a un apego por la persona de Su Majestad la violencia que había venido a hacerse en su persona y en su residencia, que el rey, en manos de los rebeldes, sería un cautivo entregado a todas las pasiones populares y a la opinión de los rebeldes, que no habría seguridad ni por su corona ni por su vida". Saint-Priest cuenta con el apoyo de La Luzerne y Beauvau.

La Marche des Femmes - 5  octobre 1789

Ante la división de su Consejo, el rey aplazó su decisión. Puede temer que los partidarios del duque de Orleans aprovechen su ausencia para instalar a este último en su lugar, o al menos darle un papel. También puede tener miedo de exponer a los miembros de la corte que se quedaron atrás a la furia de la población. Como resumió Ghislain de Diesbach, "Luis XVI por fatalismo, indulgencia mal entendida y horror a derramar sangre, Necker por un espíritu de economía, por miedo a ver la máquina financiera paralizarse o atascarse, se unen para adoptar la solución de facilidad ".

Durante la reunión del Consejo, muchos cortesanos abarrotaron la antecámara del Œil-de-boeuf. Entre ellos, la señora Necker, a quien su hija se ha incorporado apresuradamente desde París: “Encontré esta sala llena de una gran cantidad de personas, atraídas por sentimientos muy diversos […]. Todos en la sala donde estábamos reunidos se preguntaban si el rey se iría o no".

Se plantea que la reina sea trasladada con los hijos reales a la fortaleza de Metz bajo vigilancia de una guardia, pero María Antonieta rechaza la propuesta y se dirige a su marido: “Luis augusto, comprende una cosa, nunca estaré de acuerdo en separarme de ti. Si muero, será tus pies. Mi lugar está a su lado, escapar sin ti seria una cobardía y estarás solo en las manos de nuestros enemigos. La tormenta que nos asalta, la vamos a enfrenar juntos”.


Luis XVI interrumpe el Concilio y se dirige a su esposa para consultarle sobre el plan de albergar a la familia real en Rambouillet. María Antonieta mostró una “devoción heroica pero engorrosa” (Henri Leclercq) y declaró que no quería separarse del rey. Durante el juicio de la Reina en 1793, el Conde d'Estaing testificó: “Escuché a los asesores de la corte decirle a la acusada que la gente de París venía a masacrarla y que tenía que irse. A lo que ella había respondido con gran carácter: “Si los parisinos vienen aquí a asesinarme, es a los pies de mi marido donde estaré, pero no huiré”.

Tras haber renunciado a montar a caballo y al frente de sus tropas, el rey decide esperar y ponerse, en cierto modo, al servicio de los acontecimientos. Pero he aquí que asciende ya, amenazante, un confuso rumor de centenares de voces que llegan por la avenida de parís. Ya están ahí. Con las faldas echadas sobre la cabeza para protegerse de la torrencial lluvia, sombría masa de millares de rostros en la oscuridad de la noche, avanzan con pesados pasos las amazonas de los mercados. La guardia de la revolución esta a las puertas de Versalles. Es demasiado tarde. Mojadas hasta los huesos, hambrientas y tiritando, con el calzado cubierto del empapado lodo del camino, llegan ahora las mujeres, en el camino asaltan los despachos de aguardiente, calentándose así un poco los sufrientes estómagos. Las voces de las mujeres atruenan, agudas de modo poco amable contra la reina: “que contenta estaría de poner esta lanza desde su vientre hasta el cuello”. Muchas con cuchillos juraron que los utilizarían para “cortar la garganta de la Austria” que fue la fuente de todos sus problemas. Otras se comprometieron a reducir diferentes “piezas de Antonieta”.

MUJERES EN LA ASAMBLEA

Como hemos visto, varios diputados, entre ellos Mirabeau, conocían la marcha de las mujeres desde la mañana. Lanzado por Pétion y ampliamente difundido por parte de la Asamblea, los ataques al banquete del 1 de octubre y , de manera más general, en la corte quizás también estén motivados por la perspectiva de la inminente intervención del pueblo en el panorama político.

Hacia las 15.30 horas, como hemos visto, el presidente Mounier recibió instrucciones de acudir al Rey para obtener de él la aceptación pura y simple de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano y de los Diecinueve artículos primeros de la Constitución. Mounier vuelve a este momento en su Exposé "Estaba por cerrar la sesión cuando me dijeron que varias mujeres, que habían llegado de París, se habían presentado en la puerta de la sala, que pedían ser escuchadas en el bar y que "querían obligar a los centinelas'". para dejarlas entrar. Informé a la Asamblea de su solicitud. Se resolvió permitirles la entrada al salón. Se presentaron en gran número, con dos hombres a la cabeza. Vestido de negro, Maillard, uno de estos dos hombres, se dirige a la barra y habla en nombre de las mujeres que le siguen, que rondan los quince años. Maillard explica que falta pan en París, que vienen a Versalles a pedir pan y castigar a los guardaespaldas que han insultado a la nación a través de la escarapela".
La Marche des Femmes - 5  octobre 1789
LAS MUJERES DE VERSALLES SENTADAS EN LA ASAMBLEA NACIONAL ENTRE LOS DIPUTADOS, 5 DE OCTUBRE DE 1789.
Autor: JANINET Jean-François
Para calmar las recriminaciones, Mounier leyó a las mujeres un proyecto de decreto en virtud del cual los municipios podrían hacer uso de la fuerza militar para facilitar el transporte del trigo y la harina adquiridos y la seguridad en los mercados, y "la comisión de investigación estará obligada a realizar todas las información necesaria contra los autores, instigadores, cómplices, adeptos e instigadores, cualquiera que sea su estatus y condición, que hayan traído o traerán algún obstáculo a la libre circulación de cereales dentro del reino o que favorezcan la exportación al extranjero".

Mientras los diputados deliberan sobre el proyecto de decreto de subsistencia, otras mujeres ingresan al recinto de la Asamblea. Pasan por encima de los banquillos de los diputados, algunas llegan a subir al estrado para besar a Mounier. Según Madame de Gouvernet, "un gran número de ellas, borrachas y muy cansadas, ocuparon las gradas y varios de los bancos del interior de la sala". Se escuchan algunas maldiciones: “¡Muerte al austriaco! ¡La Guardia del Rey junto a la Linterna!" Mounier mantiene la calma. Declara a las mujeres que la Asamblea ve con dolor la escasez que aflige a la capital, que no ha descuidado nada para facilitar el abastecimiento de la ciudad de París, que el rey se ha esforzado al máximo para asegurar la ejecución de estos decretos, que se debe dejar que la Asamblea se ocupe libremente de estos importantes cuidados, que deben retirarse en paz. Estas palabras no tienen ningún efecto sobre las mujeres.

Varios proponen entonces utilizar la diputación que debe acudir al rey para obtener su aceptación de los textos constitucionales y al mismo tiempo informarle de la preocupante situación de la población parisina. En definitiva, se trata de aprovechar la presión popular para arrancar al rey la ansiada firma: esta estrategia revolucionaria del miedo, que tanto éxito tendría posteriormente, se ensayó así por primera vez el 5 de octubre en Versalles. Se decreta, por tanto, que el Presidente de la Asamblea acudirá inmediatamente al castillo, acompañado de la diputación inicialmente prevista, así como de una delegación de mujeres.
La Marche des Femmes - 5  octobre 1789
Jean-Joseph Mounier, Presidente de la Asamblea recibe a las mujeres (Alexandre Debelle, siglo XIX). 
Mounier dejó su silla para ir al castillo: "Íbamos a pie en el barro con una fuerte lluvia. Debo describir el espectáculo que se presentó ante mis ojos al salir de la habitación. Una considerable multitud de habitantes de Versalles se alineaba, a cada lado, en la avenida que conduce al castillo. Las mujeres de París formaban diversas multitudes, entremezclándose con cierto número de hombres, la mayoría cubiertos de harapos, de ojos feroces, gestos amenazadores y lanzando terribles aullidos. Estaban armados con algunas pistolas, viejas picas, hachas, palos de metal o grandes palos con hojas de espada o cuchillos en los extremos. Pequeños destacamentos de guardaespaldas patrullaban y galopaban entre gritos y abucheos [...]. Un grupo de hombres armados con picas, hachas y palos se nos acercan para escoltar a la delegación. La extraña y numerosa procesión, cuyos diputados fueron atacados, se toma por una multitud. Los guardaespaldas corren. Nos desperdigamos en el lodo y se nota claramente el ataque de ira que debieron sentir nuestros compañeros, que pensaban que con nosotros tenían más derecho a presentarse. Avanzamos así hacia el castillo. Encontramos, alineados en la plaza, los guardaespaldas, el destacamento de dragones, el regimiento de Flandes, los guardias suizos, los inválidos y la milicia burguesa de Versalles. Somos reconocidos, recibidos con honor. Cruzamos las líneas y tuvimos muchas dificultades para impedir que la multitud, que nos seguía, entrara con nosotros. En lugar de seis mujeres, a las que les había prometido la entrada al castillo, doce tuvieron que ser admitidas".

LA PLACE D´ARMES

A partir de las 15.30 horas, la multitud invade la Place d'Armes. Según Barère, “mujeres furiosas iban sentadas sobre cañones y hasta sobre los palcos que las seguían”.  La vista de las tropas desplegadas en orden a ambos lados de las puertas cerradas está lejos de calmar los ánimos. El guardaespaldas Jean-Pierre Lévi d'Albignac de Montal testificó: "Apenas estábamos en fila frente a la avenida, cuando una columna de mujeres de unas quinientas o seiscientas personas vino a atacar a mi brigada, que ocultaba la rejilla. Había algunos hombres, armados con picas y colmillos, mezclados entre estas mujeres. Aullidos espantosos, gritos horribles asustaron mucho a nuestros caballos. Nuestras filas se abrieron y las mujeres aprovecharon este momento para pasar. En medio de estos gritos pudimos hacer peticiones para ver al rey por pan. Siempre les decíamos amablemente que era imposible. Sugerimos que dejaran pasar a doce de ellos. Respondieron que todos querían pasar y que todos pasarían. El duque de Guiche estaba a mi lado. Le dije: “Monsieur le duc, esto es sólo una diversión. ¿Sabemos lo que está pasando en nuestros flancos? ¿Estamos protegidos?" Él respondió que no sabía nada al respecto, pero que iba a subir al castillo para averiguarlo. Traté de hablar con algunas de estas mujeres, tratando de calmarlas. Luego se escucharon palabras de odio contra la reina".

Mujeres preguntaron a varios soldados del regimiento de Flandes si estaban listos para dispararles. Responden que sus armas no están cargadas y agregan: "Hemos bebido el vino de los guardaespaldas, no obstante somos parte de la nación". Asimismo, los miembros de la Guardia Nacional confraternizan con la multitud de manifestantes, quienes concentran sus lanzamientos de lodo sobre los guardaespaldas.

marie antoinette - Journées des 5 octobre 1789

Desde el Salon d'Hercule, las damas de la corte, incluida Mademoiselle de Donissan, observaron la Place d'Armes: “Alrededor de seiscientos hombres o mujeres, y especialmente hombres vestidos de mujer, estaban en la Place d'Armes. Iban andrajosos, algunos armados con hoces, otros con picas. Habían arrastrado dos pequeños cañones y gritado: “¡Pan!”.

Después de dejar el Hôtel du Garde-Meuble, el conde d'Estaing fue al castillo y esperó en la antecámara del Œil-de-boeuf. Fue allí donde se encontró con el Conde de Saint-Priest, al salir del Consejo, quien le preguntó por qué no aprovechaba las fuerzas puestas a su disposición. El conde d'Estaing respondió: "Señor, espero las órdenes del rey". Saint-Priest responde: “Cuando el rey no ordena nada, un general debe decidir ser un hombre de guerra".

COMITIVIA DE MUJERES EN PALACIO

Llegados a la primera puerta del castillo, Mounier fue anunciado a los centinelas, quienes entreabrieron la puerta y lo dejaron pasar con sus cinco compañeros diputados y la delegación de doce mujeres. Cada uno de los diputados está flanqueado por dos mujeres. La procesión atraviesa el patio de los Ministros, cruza la puerta Real, llega a la escalera de la Reina, sube a los aposentos del Rey y avanza hasta la antecámara del Œil-de-boeuf. Fue allí donde el conde de Saint-Priest les dio la bienvenida: "Una de estas mujeres, que desde entonces sé que era una chica pública, tomó la palabra para manifestarme que la escasez de pan reinaba en París y que la gente venía a pídaselo a Su Majestad. Respondí que el rey había tomado todas las medidas necesarias para compensar la falta de la última cosecha. Añadí que las calamidades de este tipo deben soportarse con paciencia, como quien sufre sequía cuando no llueve. Despidí a estas mujeres, diciéndoles que regresaran a París y aseguraran a sus conciudadanos el amor del rey por la gente de su capital. Fue entonces cuando un particular, a quien no conocía, y que desde entonces sé que se llama el Marqués de Favras, me propuso tener allí presentes a un número de caballeros dados los caballos de los establos del rey y entrarían frente a los parisinos para obligarlos a descender. Respondí que los caballos en los establos del rey, al no estar entrenados para el tipo de servicio que él proponía, les servirían muy mal y expondrían a sus jinetes innecesariamente".

marie antoinette - Journées des 5 octobre 1789

Con todos los honores la extraña comisión es llevada arriba, por la gran escalera de mármol, hasta las estancias que en otros tiempos solo debían ser pisadas por nobles de sangre azul siete veces probadas. Entre los diputados que acompañan al presidente de la asamblea nacional está también cierto señor de buen tipo, corpulento, con aspecto jovial, que no llaman precisamente la atención. Pero su nombre da una simbólica importancia a este primer encuentro con el rey. Pues con el doctor Guillotin, diputado por parís, la guillotina ha hecho su primera visita a la corte el día 5 de octubre de 1789.

Los diputados y las mujeres insisten en ver al rey. Saint-Priest se marcha y luego vuelve para introducir a Mounier y a sólo cuatro mujeres en el dormitorio de Luis XIV –donde una de ellas, Françoise Rolin, florista de profesión, tropieza y cae al suelo– y de allí, en el gabinete del Consejo, donde esta el rey Este último les pregunta con delicadeza: “¿Qué queréis?" Louise Chabry, conocida como Louison, escultora de 17 años, es la encargada de responder en nombre de sus acompañantes. Ella se confunde, murmura "¡Pan!" y se desmaya. Luis XVI le da una copa de vino en una copa de oro, luego se le hace respirar sales. Las otras dos mujeres son Victoire Sacleux, tintorera, y Rose Barré, encajera.


El rey quiere tranquilizarlos: “Debéis conocer mi corazón, ordenaré recoger todo el pan que hay en Versalles, haré que os lo den". Cuando se iba, Louison le pidió permiso al rey para besarle la mano. “Te mereces algo mejor que eso”, responde el rey antes de besarla en ambas mejillas. El rey también les da a cada una siete luises de oro, que saca de su bolsillo.

Mounier intentó en vano obtener del rey su aceptación de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano y de los primeros diecinueve artículos de la constitución. Comprende que este no es el momento y obtiene el permiso de Luis XVI para regresar más tarde en la noche.

El Conde de Neuilly, que no sabía que el rey había vuelto de cazar, estaba en la antecámara del Œil-de-boeuf cuando pasó la procesión: “Había una multitud enloquecida. Charlamos, discutimos sin llevarnos demasiado bien. Miré todo sin entender, excepto que la familia real estaba en peligro, y solo supuse que estábamos hablando, en lugar de tomar las armas. El rey estaba de vuelta. Vi salir de su estudio a unas pescadoras que, con lágrimas en los ojos, exclamaban: "¡Oh, el buen rey! Sería una pena hacerle daño".

Las mujeres salen del castillo y, habiendo regresado a la primera puerta, comienzan a gritar: "¡Viva el rey!" "¡Viva nuestro buen Rey y su Casa! ¡Mañana tendremos pan!" Los guardaespaldas las acompañan: "¡Viva el rey!" "¡Viva la nación!" el mujerío recibe con gritos de furor a su propia delegación, reprochándoles que se hayan dejado comprar por dinero y pagar con embustes. No es para volveré trotando a casa, con el estómago zurriendo de hambre, solo alimentadas con vanas promesas, para lo que han venido pateando, durante seis horas, desde parís, en medio de un diluvio. Quedando en la Place d'Armes, la multitud, disgustada, las acusa de haber sido corrompidas y amenaza con colgarlas de las farolas de la plaza. Se las arreglan para apaciguar a la multitud presentando la orden escrita de traer grano de Senlis y Lagny para abastecer a París. Esta orden está firmada por el rey, quien se la encomendó para dar fe de su buena voluntad.  
  
       
Lecointre, teniente coronel de la Guardia Nacional de Versalles, salió inmediatamente de la Place d'Armes para dirigirse a la sede de la administración municipal, en el Hôtel du Garde-Meuble. Explica a la asamblea municipal que las mujeres han prometido irse si reciben 600 libras de pan. Consternada, la municipalidad entregó plenos poderes a Lecointre, quien así ejecutó su golpe de Estado: “La asamblea municipal deja en libertad al señor Lecointre para que haga lo que crea conveniente por la paz. Esta acta de abdicación está firmada por Loustauneau, presidente de la asamblea municipal".

DISTURBIOS Y DISPAROS

En el castillo, Mounier y los cinco diputados que lo acompañaban se quedaron después de que las mujeres se fueran, esperando en la antecámara del Œil-de-boeuf. Mounier cree que la aceptación real de los textos constitucionales sería una forma de apaciguar los ánimos y lamenta tener que volver más tarde para este fin. Se abrió a varios ministros, a los que conoció, a los que también confió su temor de ser acusado de cobardía, tanto por no estar presente en la Asamblea, en su lugar de presidente, como por no haber conseguido la aceptación real en su primera visita. Habiendo visto la multitud de cortesanos en la Gran Galería, también piensa que el rey puede salir de Versalles con buena escolta, con la reina y el delfín. Por otro lado, llega incluso a decirle al conde de Saint-Priest que está dispuesto a seguir al rey a Rouen, donde sería posible retirarse para convocar la Asamblea, lejos de la presión popular. Saint-Priest promete hablar sobre este proyecto en la reunión de la Junta, que es inminente.

Según Madame de Gouvernet, que observó la escena desde una de las ventanas del alojamiento de su suegro en el ala sur de los Ministros, “caía la noche y se escucharon varios disparos. Partían de las filas de la Guardia Nacional y estaban dirigidas a mi esposo, su líder, a quienes se negaba  a obedecer”. Desde una de las ventanas del salón d'Hercule, Mademoiselle de Donissan también es testigo: “Vimos que se llevaban a un oficial de los guardaespaldas. Lo llevaron al patio y lo dejaron con el señor de La Luzerne [...]. Era el señor de Savonnières, acababa de recibir una herida en el brazo [...]. Se había separado tres o cuatro pasos de su tropa, le habían disparado a quemarropa [...]. Nos impresionó mucho este espectáculo, especialmente porque había varias esposas de oficiales de guardaespaldas en la ventana con nosotros".

La Marche des Femmes - 5  octobre 1789

El Consejo acaba de comenzar cuando el Príncipe de Luxemburgo, capitán de los guardaespaldas, pide ser presentado en el gabinete del Consejo. Viene a informar al rey del incidente que le ha ocurrido al marqués de Savonnières ya pedir órdenes para castigar este gesto homicida. El rey se contentó con contestarle: "Vamos entonces, señor, ¿órdenes de guerra contra las mujeres?"

El Consejo se interrumpe por segunda vez. Según el conde de Saint-Priest, “apenas nos habíamos sentado cuando un ayudante de campo del señor de La Fayette me trajo una carta que me había escrito este general cerca de Auteuil. Me dijo que estaba en marcha con la Guardia Nacional de París, pagada y no pagada, y una parte del pueblo de París que había venido a hacer gestiones ante el Rey. Me rogó que asegurara a Su Majestad que no habría desórdenes y que él era el responsable”.

Esta es una segunda ola de insurgentes parisinos, mucho más formidable que las mujeres. En París, el marqués de La Fayette resistió durante varias horas los mandatos de sus propios guardias nacionales, que gritaban sin descanso: “¡A Versalles! ¡En Versalles!" Por la tarde, resolvió obedecer a sus propias tropas y partió a su vez hacia Versalles, "a la cabeza, o más bien detrás de la guardia nacional" -señala Simone Bertière. La presión provenía principalmente de los ex guardias franceses, sin duda descontentos por haber sido despedidos a fines de julio y quizás ansiosos por reanudar su servicio en Versalles. La procesión está formada por unos 15.000 soldados, seguidos por otros tantos voluntarios, armados principalmente con picas.

EL REY PRISIONERO EN VERSALLES

Apoyado por el marqués de La Tour du Pin-Gouvernet, el conde de Saint-Priest aprovechó para volver a poner sobre la mesa el proyecto de la jubilación: “Señor, si mañana lo llevan a París, perderá su corona". Mientras Necker demostraba su oposición, el rey repetía varias veces: "No quiero comprometer a nadie". También evoca, sin nombrarla, la figura de Carlos I de Inglaterra, con la que no quiere identificarse: "¡Un rey fugitivo! ¡Un rey fugitivo!" Sin embargo, abandonó por un momento el Gabinete del Consejo para ir a consultar a la Reina sobre este proyecto. Durante su ausencia, Necker le dijo a Saint-Priest: "Estás dando consejos que podrían costarte la cabeza". A su regreso, el rey ordenó la partida hacia Rambouillet: esta retirada le permitiría iniciar las negociaciones con los insurgentes parisinos y la Asamblea Nacional en otro plano.

Saint-Priest luego ordenó al marqués de Cubières que llevara la orden a los establos para enganchar cuatro carruajes y llevarlos al pie de Cent-Marches. Según Mme de Gouvernet, “sería difícil imaginar que, de todos los escuderos del rey que lo rodeaban, ninguno pensara que el pueblo de Versalles podría oponerse a la partida de la familia real. Sin embargo, eso fue lo que sucedió. En el momento en que la multitud de gentes de París y Versalles, que se habían reunido en la Place d'Armes, vieron abierta la puerta del patio de las Grandes Caballerizas, se elevó un grito unánime de miedo y furor: "¡El Rey se va! " Al mismo tiempo, nos tiramos sobre los carros, cortamos los arneses, quitamos los caballos y nos vimos obligados a venir a decirle al castillo que la salida era imposible”.

Según el testimonio de Miot, los carruajes del rey consiguieron salir de la Grande écurie, doblaron por la rue de Satory y tomaron la rue de l'Orangerie, donde debían esperar a sus pasajeros en el pie de los Cien Escalones. Los Guardias Nacionales de Versalles, que los ven enfrentarse en la rue de Satory, entienden que deben ser bloqueados. Una treintena de ellos logran llegar a las parrillas de la concesión de la rue de l'Orangerie, que se cierran antes de que lleguen los coches.

La Marche des Femmes - 5  octobre 1789
film Marie Antoinette - Jean Delannoy (1956)
Mme de Gouvernet continúa su historia: “Mi suegro y el señor Saint-Priest ofrecieron entonces nuestros coches, que estaban amarrados frente a la puerta de la Orangerie. Pero el rey y la reina rechazaron esta propuesta y todos, desalentados, aterrorizados y previendo las mayores desgracias, permanecieron en silencio y esperando. Caminamos largo y tendido, sin intercambiar una palabra, en esta Galería [la Gran Galería], testigo de todos los esplendores de la monarquía desde Luis XIV. La Reina estaba en su dormitorio con Madame Élisabeth y Madame [Condesa de Provenza]. El salón de juegos [Salon de la Paix], tenuemente iluminado, estaba lleno de mujeres que hablaban entre sí en voz baja, algunas sentadas en taburetes, otras en mesas. Para mí, mi agitación era tan grande que no podía quedarme un momento en el mismo lugar. La espera parecía insoportable".

También presente en la antecámara del Œil-de-bœuf, la Sra. de Staël testificó: “Se acercaba la noche y el miedo aumentaba con la oscuridad, cuando vimos entrar en el palacio al Sr. de Chinon, quien desde entonces, bajo el nombre de Duc de Richelieu, ha adquirido tan justamente gran consideración. Estaba pálido, derrotado, vestido casi como un hombre del pueblo. Era la primera vez que un traje así entraba en la residencia de los reyes y que un gran señor como M. de Chinon se vio reducido a llevarlo. Había caminado durante algún tiempo de París a Versalles, confundido en la multitud, para escuchar lo que allí se decía, y se había separado a mitad de camino para llegar a tiempo de advertir a la familia real de lo que pasaba. ¡Qué historia la suya! Mujeres y niños armados con picas y guadañas se apiñaban por todos lados. Las clases bajas del pueblo estaban aún más estupefactas por la embriaguez que por la rabia. En medio de esta banda infernal, los hombres se jactaban de haber recibido el nombre de descabezadores y prometían merecerlo. La Guardia Nacional marchó en orden, obedeció a su líder y sólo expresó el deseo de traer de vuelta al Rey y la Asamblea a París".

Con la multitud de cortesanos que también llenaban la habitación de Luis XIV, supo que el rey se negó a llamar a la fuerza armada y renunció a dejar Versalles: “Todos los ojos estaban puestos en el camino que estaba frente a las ventanas. Pensamos que los cañones podrían dirigirse primero contra nosotras y eso nos asustó bastante, pero sin embargo ninguna mujer, en tan nefastas circunstancias, tuvo la idea de alejarse".

LA ESTAMPIDA

La noche ya es completa, la lluvia sigue cayendo, se asienta una espesa niebla. Las mujeres reunidas en la Place d'Armes están exhaustas, sus filas se reducen, la calma parece haber vuelto.

Poco después de las 8 de la noche, el rey ordenó a las tropas que se retiraran a sus cuarteles. Los soldados del regimiento de Flandes regresan al picadero de la Grande écurie. El Conde d'Estaing y el Conde de Gouvernet van al cuartel de la Guardia Francesa, en la Place d'Armes, para transmitir la orden real a la Guardia Nacional de Versalles. Lecointre se niega a obedecer hasta que los guardaespaldas se retiren.

El duque de Guiche también envía la orden de retirar a los guardaespaldas. Estos últimos salieron del patio de los Ministros y atravesaron la Place d'Armes, Cuando pasan junto a la Guardia Nacional de Versalles, son silbados e insultados. Luego, cuando la cabeza de la columna entraba en la Avenue de Sceaux, también se escucharon disparos: dos caballos murieron y sus jinetes resultaron heridos por la caída. Uno de ellos, Moucheron de La Meslière, fue arrastrado a la caseta de vigilancia de los guardias franceses: interrogado, explicó que estaba enfermo el 1 de octubre, por lo tanto, ausente de la cena, lo que provocó que no fuera maltratado.

Mientras se descuartizaban y asaban los dos caballos muertos, Lecointre, armado con todos sus poderes como hemos visto, hizo colocar dos cañones en dirección a la Avenue de Sceaux para disuadir a los guardaespaldas de volver sobre sus pasos. Temerosos de ser atacados en su hotel por los miembros de la Guardia Nacional de Versalles, los guardaespaldas se apresuraron a regresar al castillo. Retoman su posición en el patio de los Ministros. Por orden de Lecointre, los cañones de la Guardia Nacional de Versalles se trasladaron frente a la puerta del castillo, frente al patio de los Ministros, algo que nunca se había visto en toda la historia de Versalles.

marie antoinette - Journées des 5 octobre 1789

Al duque de Guiche, que iba a informarle de lo sucedido, el rey, deseoso de calmar la agitación, ordenó a los guardaespaldas que pasaran por los jardines. Por lo tanto, pasan por debajo de la bóveda de la escalera de los Príncipes para formar fila en la batalla en el parterre du Midi. Más tarde, a petición del rey, el duque de Guiche les ordenó alejarse más de la corte de los ministros y establecerse en Allée Royale o Tapis-Vert. Aún más tarde, pasada la medianoche, los guardaespaldas reciben la orden de llegar a Rambouillet. Queda pues en Versalles, en términos de tropas regulares, sólo el contingente de guardaespaldas necesario para el relevo de los puestos en los aposentos reales, así como, dentro, los Cent-Suisses y, fuera, los guardias suizos. En su camino hacia el castillo para realizar su servicio, el conde Hezecques toma la rue de l'Orangerie y la rue de Satory alrededor de las 10 de la noche: “Toda esta parte de la ciudad estaba en calma. El silencio de las calles sólo era interrumpido por los aullidos emitidos de vez en cuando por los bandidos reunidos en la Place d'Armes. Encontré a los guardaespaldas dispuestos en los jardines, bajo las ventanas de la reina. El puesto en el Tribunal de Ministros presentaba todavía demasiados peligros, y pronto el rey les envió la orden de ir a Rambouillet. Quedaron para la defensa del palacio de los reyes sólo unos ciento cincuenta fieles guardias. Todas las demás tropas habían vendido su honor".

Retirada a su dormitorio, la reina pidió a la señora de Tourzel que le trajera a sus hijos tan pronto como escuchara el menor ruido: "Le acababan de advertir de los peligros personales que podía correr en su apartamento y le habían pedido que pasara la noche en el del rey, pero se negó rotundamente: "Prefiero -dijo- exponerme a cualquier peligro, si hay quien huya, y alejadlos de la persona del rey y de mis hijos".

ACEPTACION PURA Y SIMPLE

Como hemos visto, Mounier consiguió que el rey regresara al castillo por la noche. De hecho, el momento es más propicio que nunca para arrebatarle a Luis XVI su aceptación de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano y de los primeros diecinueve artículos de la constitución: las mujeres aún no se han ido realmente, la guardia carretera nacional de París está en camino a Versalles. 

Alrededor de las 8 de la noche, por lo tanto, Mounier y una delegación abandonaron el Salón de Asambleas para ir a ver al rey. Este último está considerablemente debilitado por el fracaso de su intento de abandonar Versalles. Se sintió intimidado por los disparos efectuados contra sus guardaespaldas. Está impresionado por las armas que se volvieron contra el castillo. Le aterra la idea de que el Marqués de La Fayette y la Guardia Nacional de París irrumpan repentinamente en el explosivo universo de Versalles. El rey recibe a Mounier ya la diputación. Les declara que acepta pura y simplemente -sin hablar de promulgación o adhesión, ni siquiera de sanción- los textos constitucionales votados por la Asamblea. Temiendo sin duda los reproches que los diputados no dejarían de dirigirle, Mounier pidió un documento escrito. El rey escribe, sin inmutarse: “Acepto pura y simplemente los artículos de la constitución y la Declaración de Derechos que me ha presentado la Asamblea Nacional". Con lágrimas en los ojos entregó esta nota a Mounier.
 

De regreso a la Asamblea, Mounier descubrió que muchos diputados se habían marchado, pero que sus lugares, incluido el suyo, seguían ocupados por mujeres, algunas de ellas en avanzado estado de embriaguez. Logra restablecer una apariencia de orden y escribe la siguiente nota: “El Presidente de la Asamblea Nacional solicita a los funcionarios municipales a golpear la caja registradora para invitar a los diputados a reunirse en el salón general". Sin esperar a que estuvieran todos los diputados, Mounier leyó la nota del rey. Es aplaudido, se escuchan unos “¡Viva el rey!” pero varias mujeres preguntan en voz alta: "¿Esto dará pan a los pobres de París?" Algunos diputados también señalan que este documento no está refrendado por un ministro, contrario a lo que exige el artículo 18 de la constitución.

Ansioso por prolongar la sesión hasta la llegada del marqués de La Fayette, Mounier quiso pasar al orden del día. Es interrumpido por mujeres, que gritan: “¡Pan! Pan! ¡Ningún discurso!" Mounier luego ordena al personal de servicio que distribuya todo el pan y el vino que se pueda encontrar. La comida y la bebida se llevan al Salón de Actos, que se convierte en el escenario de una orgía. Algunos diputados, sin embargo, deciden volver a casa. Es el caso de Malouet, que regresa a su casa de Montreuil, donde unos hombres armados llaman a su puerta para decirle que tienen hambre y que se adelantan al ejército en marcha. Malouet les pregunta qué busca este último en Versalles. Responden que su intención es llevar al rey a París.

LA FAYETTE ENTRA EN ESCENA

Hacia las 22 horas, de hecho, podemos ver, en las alturas de Viroflay, la luz de las antorchas en la noche. Son las Guardias Nacionales de París, artillería a la cabeza, que avanzan en desorden, empapadas y cubiertas de barro, hambrientas y acosadas por seis horas de marcha. La columna toma la avenida de París y se detiene a la altura de la Asamblea. El marqués de La Fayette entra en la sala de reuniones, donde los diputados están de pie y en silencio. Mounier le interroga sobre los motivos de su salida de París: “¿Qué quiere tu ejército?". La Fayette afirmó que sólo estaba en Versalles para proteger al rey ya la Asamblea y añadió que podría ser útil sacar el regimiento de Flandes y obtener del rey unas palabras a favor de la escarapela patriótica. Luego sale y camina con sus hombres hasta la Place d'Armes.

Mme de Gouvernet recuerda este momento: "Mi marido, que estaba en la corte desde hacía mucho tiempo, vino a decirme que el señor de La Fayette, que había llegado frente a la puerta de la Real Audiencia con la Guardia Nacional de París, pedía hablar con el Rey. que la parte de esta guardia, compuesta por el antiguo regimiento de guardias, mostraba mucha impaciencia y que la menor demora podía tener inconvenientes y hasta peligros".


El marqués de La Fayette envía a su ayudante de campo, Mathieu Dumas, como emisario. Este último relata: “El rey mandó dejar entrar al señor de La Fayette. Luego bajé con el conde de Gouvernet para encontrarlo. Atravesamos el gran patio de los Ministros. Los guardaespaldas habían sido retirados y colocados, se nos dice, en las terrazas al costado del jardín. Llegando a la puerta de la verja todavía cerrada, vimos al señor de La Fayette, rodeado de su estado mayor y de un gran número de granaderos de la guardia nacional que se oponían a que entrara en el castillo a menos que se les permitiera acompañarlo. Este debate duró más de media hora. El general tranquilizó a sus amigos, les dijo que era una cuestión de honor para la guardia nacional dar al rey esta prueba de su devoción y su confianza […]. Finalmente, cuando el señor de La Fayette hubo persuadido a sus compañeros y recibido su palabra, la puerta estaba entreabierta y, cuando se cerró inmediatamente, todos le tendieron la mano a través de la reja y estrecharon la suya. No fue sin dificultad que lo sacamos. Estaba tan exhausto por la fatiga que casi lo llevamos a los apartamentos. Dos comisionados de la comuna de París, delegados para acompañar al general, obtuvieron permiso para entrar con él, y el rey les permitió ser introducidos en la Sala del Consejo. Cuando atravesábamos el Œil-de-boeuf, donde reinaba un lúgubre silencio, cuando íbamos a entrar en la sala del dique, un alto caballero de Saint-Louis dijo alzando la voz: "Aquí está Cromwell...". La Fayette se detuvo y, mirando fijamente a este individuo, respondió con calma y dignidad: “Él no estaría solo aquí". Lo acompañamos hasta la puerta del gabinete del rey y esperamos en la sala del consejo, con otras personas del servicio interior, el final de esta memorable audiencia".

Madame de Staël todavía está en la antecámara del Œil-de-boeuf cuando pasa el marqués de La Fayette: "Finalmente, el señor de La Fayette entró en el castillo y cruzó la habitación donde debíamos ir al rey. Todos lo rodearon de ardor, como si hubiera sido el maestro de los acontecimientos […]. El señor de La Fayette parecía muy tranquilo. Nadie lo ha visto nunca de otra manera, pero su delicadeza se vio afectada por la importancia de su papel". Según el conde de Neuilly "fue mal recibido por todos en el Œil-de-boeuf, excepto por el Sr. Necker, su esposa y su hija. Este pobre marqués escuchó epítetos que no pudieron halagarlo, pero permaneció impasible mientras esperaba que le presentaran al rey, a quien había pedido audiencia". 


Madame de Gouvernet relata lo que le contó su marido de la entrevista concedida por el rey al marqués de La Fayette: "Muy conmovido, se dirigió al rey en estos términos: "Señor, pensé que valía la pena venir aquí, morir a los pies de Vuestra Majestad, que perecer inútilmente en la plaza de Grève". Estas son sus propias palabras. Entonces el rey preguntó: "¿Qué es lo que quieren entonces?" La Fayette respondió: “El pueblo pide pan, y la guardia quiere volver a sus antiguos puestos con Vuestra Majestad”. El rey dijo: "Bueno, que se los lleven". Estas palabras me fueron repetidas al mismo tiempo". El marqués de Cubières, primer caballerizo del rey, también informa de la siguiente conversación entre el rey y Lafayette: -"¡Oh, sí, lo creo, señor de La Fayette!" "¡Oh! ¡Señor, créalo, créalo bien! Se lo ruego a Su Majestad". -Bueno, señor de La Fayette, lo creo ya que me lo asegura"

La entrevista con el rey dura menos de media hora. Según Mme de Staël, “La Fayette dejó al rey tranquilizándonos a todos. Cada uno se retiró a lo suyo... Parecía que ya bastaba la crisis del día, y uno se creía perfectamente a salvo, como casi siempre sucede cuando se ha vivido mucho tiempo un gran miedo y no se ha materializado”. También presente en la antecámara del Œil-de-boeuf, el conde de Neuilly da otra versión: “Cuando salió del gabinete del rey, el señor de La Fayette parecía agotado por la fatiga. Varias personas, entre otros un Caballero de San Luis, con casaca negra, lo llamaron y, sin detenerse, me dijo todo: “Yo respondo de todo, he obtenido un gran sacrificio del Rey, pero su vida dependía de ello”. "Habla habla, que sacrificio Defenderemos al rey hasta la muerte. “Estoy abrumado por el cansancio, prosiguió, voy a descansar”. Sus ayudantes le abrieron el camino y se retiró acompañado de maldiciones y palabras escandalosas: “¡Traidor!”, “¡Infame!”, etc. Esta escena me perturbó mucho".

Tras la marcha del marqués de La Fayette, los dos comisarios de la comuna de París se quedaron un tiempo con el rey, a quien pidieron que enviara las tropas de línea de regreso de Versalles, en particular el regimiento de Flandes, para tomar medidas para asegurar el avituallamiento de París durante el invierno, sancionar los textos constitucionales votados por la Asamblea e instalarse en París. El rey les responde que ya ha dado su aceptación a los textos constitucionales y que está dispuesto a consentir las dos primeras exigencias. No comenta sobre el último de ellos.

ÚLTIMA AUDIENCIA REAL

En sus memorias, Mme de La Rochejacquelein, relata los momentos que vivió con su madre, la marquesa de Donissan, dama de honor de Madame Victoire: "En medio de este desorden, fuimos a Mesdames. Madame Victoire estaba con Madame Adélaïde. Lo ingresamos. Había mucha gente de su casa. Las damas estaban tranquilas, a pesar de los gritos afuera, y mostraron un gran coraje. Todavía creo oír a Madame Adélaïde decir con nobleza: “Les enseñaremos a morir”. Sólo cerraron las persianas, estando el dormitorio en la terraza de la planta baja. A cada momento venía gente a dar noticias contradictorias. El Conde de Narbonne-Lara que desde entonces ha sido ministro, luego caballero de honor de Madame Adélaïde y gran amigo de La Fayette, llega a las once y media a Mesdames. Viene de l'Œil-de-boeuf, nos asegura que todo está en paz, comienza a bromear sobre el miedo de todos. Todavía estaba hablando cuando el señor de Thianges abrió la puerta, al igual que Mme de Béon, gritando: “¡Lafayette está con el rey! Nada puede pintar el asombro, la conmoción provocada por esta noticia. Al momento siguiente, se decía que La Fayette, pálido como la muerte, había venido a pedir sólo la sanción de algunos decretos y permiso para hacer custodiar al rey por voluntarios parisinos, las damas fueron al ver al rey".

Es poco probable que el rey tuviera tiempo para sus tías. Después de la partida de los dos comisarios de la comuna de París, recibió efectivamente al presidente Mounier, que vino a verlo por tercera vez y que estaba acompañado por más de 200 diputados, todos los cuales habían venido a petición del rey. Según Duquesnoy, en cuanto supo que el marqués de La Fayette pedía verlo, “el rey envió al Guardián de los Sellos y a Necker a la Asamblea para instar a los diputados que allí estarían a acercarse a él [ ...]. El rey les dijo que quería pedirles consejo en el momento de su entrevista con de La Fayette, pero que ya lo había visto, que, además, le había dicho que no hubiera tenido la intención de mudarse nunca de la Asamblea Nacional, que sólo quería ser uno con su pueblo". 


La Révellière-Lépeaux fue uno de los diputados que estaban allí: "El gabinete del rey [cabinet du Conseil] no siendo lo suficientemente grande para contener a todos los diputados, parte de él permaneció en la cámara [Chambre de Louis XIV] que lo precedió y cuya puerta estaba abierta. Estábamos abrumados por el cansancio. Me senté. ¡vino gravemente un ujier a decirme que tenía que levantarme, porque no tenía las credenciales necesarias para sentarme en esta sala! Hice sentir a este pobre hombre lo mal que se estaba tomando su tiempo y lo despedí".

Según Madame de Gouvernet, después de despedir a Mounier y a los diputados que lo acompañaban, "el rey, a quien se le dijo que en Versalles reinaba la más absoluta calma, como era cierto, despidió a todas las personas que aún estaban presentes en el Œil-de-boeuf o en su oficina". Le dijo a Hüe, ujier de la Cámara: “Ve donde la reina, dile en mi nombre que esté tranquila por la situación en este momento y que se vaya a la cama. Voy a hacer lo mismo". Esa noche, la última de Versalles, no tuvo lugar la ceremonia de acostarse del rey.

Tranquilizada, la reina sigue el mandato de su marido. Según cuenta Madame de Tourzel, "la reina me mandó decir a las dos de la mañana que se iba a la cama y me aconsejó que hiciera lo mismo". Según el conde de Saint-Priest, que no indica exactamente la misma hora, ella no está tan tranquila sabiendo que  “esa misma noche querían su vida. Los criados de Monsieur, que llegaban de París con la multitud, habían oído que ella sería la primera víctima y Monsieur la había advertido. La indiferencia por la vida en este momento de depresión mental, o confianza en La Fayette que aseguraba haber tomado medidas para la seguridad de las personas reales, la reina se retiró a sus aposentos y se acostó sobre la una de la madrugada". Varios señores querían montar guardia en la entrada de su apartamento, pero ella se negó.


Madame Campan no está de servicio ese día con la Reina, pero declara haber oído las impresiones de este último: "La reina estaba lejos de contar con el cariño de La Fayette, pero me ha repetido muchas veces que creía ese día que, habiéndolo afirmado al rey, en presencia de ante una multitud de testigos, a quienes respondía por el ejército parisino, no arriesgaría su gloria como comandante y estaba seguro de su hecho. También pensó que todo este ejército estaba dedicado a ella y que todo lo que él había dicho sobre la violencia que ella le había hecho para hacerlo marchar sobre Versalles era solo un pretexto".

según Madame de Gouvernet, “los ujieres entraron en la Galería para avisar a las damas que aún estaban allí que la Reina se había retirado. Las puertas se cerraron, las velas se apagaron y mi esposo nos llevó de vuelta al departamento de mi tía [la Princesa de Hénin, en el ala de los Príncipes], no queriendo llevarnos de regreso al ministerio, por las mujeres que yacían en las antecámaras. y que nos causó gran disgusto".

Todas las luces estaban apagadas y a las dos de la mañana, el castillo estaba dormido.