sábado, 21 de enero de 2017

MARIE ANTOINETTE Y EL CHAMPAGNE DEL SEÑOR FLORENS-LOUIS HEIDSIECK

María Antonieta no era un gran consumidor de vino, de hecho, era casi abstemio. bañaba sus labios con el vino de Alsacia, un vino de cosecha tardía que le recordaba su infancia, el Tokaji (un vino típico de Hungría y Eslovaquia también muy querido por Sissi, definido por Louis XIV "rey de los vinos, vino de los reyes"). La nobleza da la bienvenida a cualquier tipo de elevación y perfección, y el surgimiento de nuevas elites. 

Retrato de Florens-Louis Heidsieck, un joven alemán nacido en Westfalia. Fabricante de ropa, se crea un comerciante de lana y vinos en Reims, al que llamó "Heidsieck & Co.". Pronto abandonó el comercio de la lana para centrarse en el comercio de los vinos de Champagne exclusivamente.
Sin embargo, cuando el 6 de mayo de 1788, Florens-Louis Heidsieck tomó el homenaje de su primera botella de un prestigioso licor de Champagne Piper de la vendimia, la reina no desdeña en absoluto; de hecho ella le da las gracias por el regalo precioso, ordenó al duque de Coigny, comandante de la época de los pequeños establos de la Casa del Rey, para donar al señor Heidsieck un sedán "que le fue permitido participar cómodamente por sus enormes bodegas de vinos finos.". En 1780 produjo su primera cosecha. No es vino, sino que tiene talento y es un gran trabajador y en 1785 fundó su casa llamada Champagne.

La presentación tuvo lugar en el apartamento de la Reina, que se convirtió así en el primer embajador en el mundo de este exclusivo champán. La reputación de Heidsieck para hacer champagnes distintivos y deliciosos rápidamente se extendió.

Florens-Louis Heidsieck presenta su Champagne a la reina María Antonieta, 6 de mayo de 1788. Lienzo de 1946, una copia de una pintura del siglo XIX. La pintura es parte de la colección privada de la Cámara de Piper-Heidsieck en Reims.

lunes, 16 de enero de 2017

EL NACIMIENTO DE MADAME ROYAL (1778)


Aquel acontecimiento del nacimiento no seria un privado suceso de familia, esas duras horas, según la regla antiquísima, tiene que pasarlas en presencia de todos los príncipes y princesas y bajo vigilancia de toda la corte. Todo miembro de la familia real, lo mismo que muchos altos dignatarios, tienen derecho a encontrarse presentes en la habitación de la parturienta y dar testimonio que el niño ha nacido de la reina. De todas las provincias, de los castillos más apartados, llegan curiosos; pero la reina hace esperar largo tiempo el espectáculo a los indeseables huéspedes.

Por fin, el 18 de diciembre, suena, por la noche, la campana de palacio anunciando que los dolores han comenzado. Madame de Lamballe se precipita en el cuarto de la parturienta, y tras ella, emocionadas, todas las damas de honor de la corte. A las tres son despertados en rey, los príncipes y princesas: pajes y guardias montan a caballo y corre a todo galope hacia parís y Saint-Cloud para llamar como testigos a todos los que tienen sangre real o la categoría de príncipe.


Algunos minutos después de que el medico de la corte ha anunciado en voz alta que ha comenzado el difícil trance para la reina, penetra estrepitosamente toda la banda aristocrática, estrechamente apretados en la angosta habitación. El aire se hace cada vez mas denso y sofocante en el cerrado recinto, por el aliento de unas cincuentas personas y el penetrante olor de esencias y vinagrillos.


La publica escena de tormento dura siente horas completas, hasta que por fin, a las doce y media de la mañana, María Antonieta da aluza una criatura –una niña-.de repente resuena entonces un sonoro mandato del comadrón: “apártense la reina necesita aire!, agua caliente! Es necesaria una sangría!”. A La reina se le ha subido de repente la sangre a la cabeza, ha caído desmayada, medio ahogada por el aire apestoso, yace sin movimiento y resollando sobre las almohadas. El cirujano osa hacer la sangría sin ninguna clase de preparación. Un chorro de sangre brota de la vena herida en el pie y he aquí que la reina abre los ojos: esta salvada.
  

“la reina dio a luz a una princesa a las doce y media. Al principio los dolores fueron leves y llegaron con largos intervalos de descanso momentos de sueño. Los dolores graves y prolongados solo comenzaron alrededor de las ocho y las aguas fluían en ese momento.la reina afrontaba todo con gran coraje. El esfuerzo que hizo para no quejarse ni gritar causo un leve movimiento convulsivo de los nervios, se pensó en a serle sangrar y el accidente termino inmediatamente. La reina esta lo mejor posible y su hija hermosa, es grande y fuerte…” (el conde Mercy , 20 diciembre de 1778).

Ciertamente, para María Antonieta, con su pasión de por vida para los niños, el nacimiento de una hija que era excepcionalmente robusta y saludable no fue una “desgracia nacional” como fue calificado en Viena. El príncipe de Lambesc, hijo de la condesa de Brionne, el encargado para hacer el anuncio oficial en nombre del rey en la corte de Austria. María Antonieta había querido garabatear unas líneas en lápiz a su madre, pero fue detenida en razón de que la emperatriz estaría preocupada por la idea de un esfuerzo innecesario de su hija en un momento tan crítico.

un delfín le pregunta a nuestra reina
una princesa le anuncia cercano
dado que una de las gracias se ve
un joven cupido rápido aparecerá!.
(una rima popular que circulo después del nacimiento de madame royal).
 
La reina no estuvo presente en el bautismo instantáneo de su hija. Así, María Antonieta se salvó del incidente cuando el malévolo conde Provenza protesto ante el arzobispo oficiante que “el nombre y la calidad” de los padres no habían dado formalmente, de acuerdo con el rito habitual de un bautismo. Bajo la máscara de la preocupación por el procedimiento correcto, el conde estaba haciendo una alusión impertinente a las acusaciones sobre la paternidad del bebe hecho en los libelos. La alusión sin duda no paso desapercibida para los cortesanos presentes. En parís, el duque de Chartres monto otro tipo de protesta por la decoración del Palais Royal, con un conjunto muy modesto de iluminaciones con motivo del nacimiento; esta mezquindad fue atribuido por las multitudes por el estado de indignación con el rey y la reina.

María Antonieta, más fácilmente capaz de pasar por alto este tipo de insultos porque no quería oír ni ver ella misma, se concentró en la celebración del nacimiento de su hija con donaciones a organizaciones benéficas adecuadas. Ella pidió al rey 5000 libras para ser utilizado como dotes para las cien niñas “pobres y virtuosas” de parís.


Luis XVI, por su parte, no mostro ningún signo de decepción por el sexo del bebe, sentía una alegría indescriptible, verse como padre, su afecto y ternura hacia la reina no tenia limites… cuando la reina despertó por la mañana fue el primero junto a su cama, donde permaneció parte de la mañana, volvió varias veces en la tarde y paso toda la noche. La reina se quedó en la cama durante dieciocho días, con sus damas que la vigila día y noche. Leonard la visito para acomodar el pelo corto y darle una oportunidad para reparar los estragos de los últimos meses. Durante este periodo, María Antonieta, salto por encima de la etiqueta para amamantar a su bebe, de acuerdo con las teorías de Rousseau sobre la maternidad saludable y natural. Esta fue la ventaja de haber producido una hija –“tú eres mía”- ya que un delfín habría arribado inmediatamente a la mejor nodriza de la tierra. Pero la creencia de que la lactancia materna actúa como un anticonceptivo significaba que María teresa recibió la noticia con desaprobación abierta. Aunque una nodriza para la bebe princesa se empleó obviamente, María Antonieta parece haber logrado amamantar a su hija durante un determinado periodo.


Ha terminado el tormento de la mujer y comienza la felicidad de la madre. Aunque la alegría no sea completa y los cañones sólo retumben veintiuna veces en honor de una princesa, y no ciento una, como sería saludado un recién nacido heredero del trono, reina, no obstante, el júbilo en Versalles y en París. Son enviadas estafetas a todos los países de Europa, se reparten limosnas en toda la nación, son puestos en libertad presos por deudas y presidiarios, cien prometidos son equipados a Costa del rey, casados y provistos de una dote. Para el pueblo de París hay fuegos de artificio, iluminaciones, fuentes que derraman vino, reparto de pan y de embutidos, entrada gratuita en la Comedia Francesa: a los carboneros se les reserva el palco del rey; a las pescaderas, el de la reina; también a los pobres debe serles permitido una vez celebrar su fiesta. Todo parece ahora bueno y dichoso; Luis XVI, desde que es padre, puede convertirse en un hombre satisfecho y seguro de sí, y María Antonieta, desde que es madre, llegar a ser una mujer feliz, seria y concienzuda; está removido el gran obstáculo, asegurado y fortalecido el matrimonio. Los padres, la corte y todo el país pueden regocijarse y, en efecto, se regocijan abundantemente con fiestas y diversiones.

Madame Royale, en una imagen enviada a la abuela, la emperatriz María Teresa. Ella escribió: " me dio una alegría profunda como siempre, tranquilizándome sobre el estado de su salud, especialmente en la nueva intimidad con el rey y la consiguiente, sus esperanzas que pronto será capaz de dar un compañero a la querida, El retrato que me han enviado de su hija, muestra a ser encantadora, fuerte y sana y me dio una gran alegría. Lo tengo cerca de mí en una silla, al no ser capaz de ponerlo fuera de mi vista, creo que se parece al rey."
Una sola persona no está del todo contenta: María Teresa. Mediante aquella nieta, cierto que le parece mejorada la situación de su hija predilecta, pero aún no lo bastante consolidada. Como emperatriz, como política, piensa incesantemente, y ante todo, más allá de las dichas familiares, en el sostenimiento de la dinastía: «Necesitamos absolutamente un delfín, un heredero del trono». Como otra vez pasan meses y meses sin embarazo, la emperatriz se enoja realmente, al ver lo mal que aprovecha María Antonieta sus noches conyugales. «El rey se retira temprano y se levanta lo mismo; la reina hace todo lo contrario. ¿Cómo puede entonces esperarse nada bueno? Si no os veis más que de pasada, no hay que confiar en ningún auténtico resultado favorable.» Sus cartas son cada vez más vivas a insistentes. «Hasta ahora fui discreta, pero en adelante llegaré a ser inoportuna: sería un crimen no traer al mundo más hijos de esta raza.» Éste es el único acontecimiento del cual quiere tener noticias antes de su muerte: «Estoy llena de impaciencias; a mi edad, no puede esperarse ya mucho tiempo».

domingo, 15 de enero de 2017

MARIE ANTOINETTE ES RECIBIDA FRÍAMENTE EN PARÍS (1785)

Vista interior de Notre Dame de París en el momento de la llegada de María Antonieta de Austria, reina de Francia, para la acción de gracias por el nacimiento del delfín, el futuro Luis XVII. 1785.
Una niebla de polvo, tan espesa como raras veces cae sobre la capital, oculta cuando María Antonieta se traslada a parís, el 24 de mayo de 1785 – como era la costumbre para una reina después del nacimiento real-. Pero que distinta es esta llegada a la bienvenida hace 5 años con motivo del nacimiento del delfín Luis José. Allí la había acompañado, en majestuosa caravana, la flor de la nobleza francesa; príncipes y condes, poetas y músicos le rendían, cortesanos, reverencia y saludo. Aquí no la espera nadie; el pueblo parece no darse cuenta de la llegada de la más alta dama del país: la reina. La muchedumbre no se asombra, permanecen despreocupados en sus labores. Pescadores vestidos con sus ásperas ropas de faena, unos cuantos soldados que holgazanean, unas cuantas damiselas de la calle y campesinos que han venido a vender sus ovejas a la capital.

Con el rostro más de odio que entusiasta, contemplan como, con ricos vestidos y adornos de ceremonia, bajan de los carruajes principescas mujeres y hombres, la reina magníficamente con un vestido de lentejuelas de plata y adornada con joyas de un costo de 800.000 libras, mientras a ellos los agobian los impuestos y no tienen para comer. La hostilidad y la extrañeza se miran desde uno y otro lado. Es una áspera bienvenida, dura y severa como el alma de esta tierra. Ya en las primeras horas, María Antonieta advierte dolorosamente el odio que le profesa la nación francesa, una cultura en otros tiempos rica, exuberante, derrochadora y autocomplaciente hasta convertirse en un mundo estrecho, oscuro y trágico.


El conde Fersen, un testigo de esta visita protocolar, le escribió al rey Gustavo de Suecia: “la reina fue recibida con mucha frialdad, no hubo ni una sola aclamación en su honor, solo un perfecto silencio”. 

Sophie von La Roche relata también cuando acude con la familia Bachmann la tarde del 24 de mayo para admirar la procesión: "La reina vestía maravillosamente, su tez es deslumbrantemente blanca y estaba cubierta de diamantes. Su belleza, verdaderamente regia, la habría hecho destacar si el primer lugar que ocupó no hubiera sido suficiente; de hecho, las dos esposas de los hermanos del rey destacaban menos, aunque el rostro de Madame de Provence expresaba mucho carácter e inteligencia, y el de Madame d'Artois mucha bondad. Apenas había terminado mis observaciones cuando las personas que me rodeaban en el balcón comenzaron a mirarse asombradas y susurrar: “¿Qué está pasando? Las calles están llenas de gente y nadie grita “¡Viva la Reina! ” El silencio fue sorprendente, comparado con los vítores que se escucharon durante la Entrada del Rey. Un hombre ingenioso me dijo: “Ves aquí un rasgo del carácter de la gente que tiene el coraje de mostrar su descontento. Se abruma sin ser sumiso, como los grandes: nos enfadamos con la reina y le hacemos entender que hemos venido por el esplendor de la procesión, no por su persona". El placer de la curiosidad unido al rechazo silencioso, aparentemente compartido por miles, me entristeció; No quisiera estar en el lugar de la reina estos días".

Las primeras impresiones tienen gran poder sobre el espíritu, se graban de manera profunda y fatal. Quizá esta reina no sepa lo que la conmueve de tal manera al volver a poner pie en su palacio, como una extraña. ¿Es nostalgia, un inconsciente deseo de aquella calidez y dulzura de la vida que aprendió a vivir en tierras francesas y que ahora es la sombra de un cielo gris y ajeno, es el presentimiento de venideros peligros? En cualquier caso, apenas se queda sola, María Antonieta rompe a llorar: ¿Qué quieren de mí? ¿Que les he hecho?.


Como una tempestad, oscura y grandiosa que entenebrece el cielo despejado y atemoriza el alma con sus palpitantes relámpagos y aplastantes truenos. No volverá a poner en pie en parís fuerte, segura de sí, con un auténtico sentimiento de soberanía… de ahora en adelante su primer sentimiento es la timidez, el presagio y el miedo de los futuros acontecimientos. María Antonieta ha sentido por primera vez los límites de su poder real. Pero estas lágrimas no serán las últimas. Pronto advertirá que el poder no se hereda sin más, sino que ha de ser reconquistado incesantemente, mediante lucha y humillaciones.

lunes, 9 de enero de 2017

SE PREPARA LA HUIDA (1791)

el Vizconde Isidoro de Charny estudia con Luis XVI el Mapa de escape a Varennes.
La ejecución de la huida viene a quedar en manos de la reina, y así se explica que, como es fácil de comprender, confiara sus preparativos prácticos a aquella persona de su intimidad para la cual no tiene secreto alguno y en quien confía irreflexivamente: Fersen. 

A él, al que ha dicho: «Vivo sólo para servirla»; a él, «al amigo», le encomienda una misión que sólo puede ser realizada poniendo en juego, sin reserva alguna, todas las energías de que el ejecutante disponga, hasta la propia vida. Las dificultades son ilimitadas. Para salir del palacio, ultravigilado por los guardias nacionales, donde casi cada servidor es un espía; para atravesar toda la ciudad, desconocida y hostil, tienen que ser adoptadas cuidadosamente toda suerte de especiales medidas, y para el viaje mismo, a través del país, hay que ponerse de acuerdo con el general Bouillé, el único jefe del ejército en quien se puede confiar. Éste debe enviar, según lo planeado, hasta medio camino de la fortaleza de Montmédy, es decir, aproximadamente hasta Châlons, destacamentos sueltos de caballería, por los cuales, en caso de ser reconocidos los viajeros o de persecución, pueda ser inmediatamente protegido el carruaje que lleva al rey con toda la real familia. Pero nueva dificultad: para justificar este sorprendente movimiento militar cerca de la frontera hay que encontrar un pretexto; por tanto, el Gobierno austríaco debe concentrar un cuerpo de ejército en territorios vecinos, a fin de dar ocasión al general Bouillé para ejecutar su movimiento de tropas. Todo esto tiene que ser discutido secretamente en una innumerable correspondencia y con la prudencia más extrema, porque la mayoría de las cartas son abiertas y, como el mismo Fersen dice, «todo estaría perdido si pudieran notar el preparativo más pequeño». Fuera de ello -nueva dificultad-, esta fuga exige grandes sumas de dinero, y el rey y la reina mismos están absolutamente desprovistos de fondos. Han fracasado todas las tentativas para recibir prestados algunos millones del hermano de la reina, de los príncipes de Inglaterra, de España, Nápoles o de los banqueros de la corte. También en este capítulo, como en todos los demás, tiene que proveer Fersen, este poco importante gentilhombre extranjero.


Pero Fersen extrae fuerzas de su propia pasión. Trabaja como diez cabezas, con diez manos y sólo con su único corazón, lleno de amor. Durante horas enteras delibera con la reina acerca de todos los detalles, deslizándose, por la noche o por la tarde, junto a María Antonieta, por el camino secreto. Lleva la correspondencia con los príncipes extranjeros, con el general Bouillé; elige los jóvenes nobles más seguros que, disfrazados de correos, han de acompañar a los fugitivos, y a los otros que, antes de ello, llevan y traen las cartas entre París y la frontera. Encarga la carroza a su nombre, se procura los falsos pasaportes, proporciona dinero tomando prestadas de una dama rusa y de una sueca trescientas mil libras de cada una, respondiendo con su propia fortuna, y hasta, finalmente, pidiéndole tres mil a su propio portero. Lleva, prenda a prenda, a las Tullerías los necesarios disfraces, y saca de contrabando, por el contrario, los diamantes de la reina. Día y noche, semana tras semana, escribe, negocia, planea con infatigable tensión nerviosa y siempre en permanente peligro de la vida, pues si un solo nudo de esta red tendida por toda Francia se deshace, si uno de sus iniciados hace traición a su confianza, si es sorprendida una única palabra o apresada una carta, se convierte en reo de muerte. Pero audaz, y al mismo tiempo serenamente lúcido, infatigable, porque es movido por su pasión, ejecuta su deber, silencioso héroe de último término en uno de los grandes dramas de la historia universal. 

dibujo el cual nos da una idea de como era la enorme berlina.
Pero ni a un dedo de distancia de la muerte la familia real quiere ofender a las sacrosantas leyes domésticas: hasta en el más peligroso de todos los viajes, la imperecedera etiqueta tiene que ir con ellos. Primera falta: se determina que las cinco personas vayan juntas en el mismo carruaje; por tanto, toda la familia, padre, madre, hermana y los dos niños, exactamente como se la conoce hasta en la última aldea de Francia por centenares de grabados. Pero no basta con esto; madame de Tourzel recuerda su juramento, a consecuencia del cual no le es lícito abandonar ni un solo momento a los regios niños; por tanto, le es preciso, segunda falta, ir con ellos como persona número seis. Mediante esta innecesaria carga se retrasa el momento de la partida en un viaje en el cual cada cuarto de hora y hasta cada minuto son preciosos. Tercera falta: no puede imaginarse que una reina pueda servirse por sí misma. Por tanto, hay que llevar, además, dos camareras en un segundo coche; ahora se ha llegado ya a contar ocho personas. Pero como los puestos de cochero, de delantero, de postillón y de lacayo tienen que ser desempeñados por gentes de toda confianza, los cuales es cierto que no conocen el camino, pero pertenecen a la nobleza, se ha alcanzado ya felizmente el número respetable de doce viajeros, y con Fersen y su cochero son catorce; abundante número para guardar un secreto. Cuarta, quinta, sexta y séptima falta: hay que llevar toilettes a fin de que la reina y el rey, en Montmédy, puedan presentarse en traje de gala y no ya con su ropa de viaje; por tanto, se cargan aún en el coche, elevándose como una torre, doscientas libras de equipaje, en unos baúles que atraen la atención de puro nuevos; nuevo compás de la marcha y nuevo incremento de los motivos para llamar la atención. Poco a poco, lo que debía ser una fuga secreta se convierte en una pomposa expedición. 

utensilios de necesidad para la reina en su viaje, conservado en el museo del perfume en Grasse.
Pero la falta de las faltas es que tanto un rey como una reina no deben hacer un viaje de veinticuatro horas, ni aunque sea para escaparse del infierno, sin tener todas sus comodidades. Según esto, se encarga un coche nuevo, especialmente ancho, especialmente provisto de buenos muelles, un coche que huele a barniz fresco y a riqueza, que en cada cambio de tiro tiene que despertar especial curiosidad en cada cochero, cada postillón, cada maestro de postas y cada mulero. Pero Fersen -los enamorados no piensan nunca en la realidad- quiere que para María Antonieta todo sea tan magnífico, bello y lujoso como sea posible. Según sus minuciosas instrucciones, es construida -aparentemente para cierta baronesa de Korff- una máquina gigantesca, una especie de navío de guerra sobre cuatro ruedas que no sólo debe ser capaz para las cinco personas de la familia real, y. además de esto, la gouvernante , el cochero y los lacayos, sino que también ha de tener sitio para todas las imaginable, comodidades: vajilla de plata, un guardarropa, provisiones de boca y hasta ciertas sillas usadas para necesidades que no son exclusivas de los monarcas. Es embalada también, y bien estibada, toda una bodega de vinos, pues se conoce el sediento gaznate del monarca; para aumentar aún el error, el interior del carruaje es tapizado con claro damasco, y casi tiene uno que asombrarse de que hayan prescindido de plantar en sitio bien visible, sobre las portezuelas, las flores de lis de las armas familiares. Con tan pesado pertrecho, este monstruoso coche de lujo necesita, para avanzar con una velocidad tolerable, por lo menos ocho caballos, pero en general doce, lo cual quiere decir que mientras a una ligera silla de postas de dos caballos se le muda el tiro en cinco minutos, exige por término medio, en este caso, una media hora cada cambio de caballos; en total, por tanto, un retraso de cuatro o cinco horas en un viaje entre la vida y la muerte, en el cual puede ser decisivo cada cuarto de hora.

el pasaporte a nombre de la baronesa de Korff , utilizado por la familia real durante el viaje.
Para compensar a los guardias nobles que durante veinticuatro horas tienen que llevar trajes de sirvientes, se les plantan libreas deslumbrantes, que brillan de puro nuevas, que no pueden menos de ser llamativas y contrastan extrañamente con los disfraces, intencionadamente modestos, del rey y de la reina. Este modo de llamar la atención la real familia es, además, aumentado por el hecho de que a cada una de las pequeñas poblaciones del camino lleguen de repente, en tiempos pacíficos, escuadrones de dragones, aparentemente para esperar un «transporte de dinero», y el que, como última tontería, verdaderamente histórica, el duque de Choiseul haya elegido, como oficial de enlace entre los diferentes cuerpos de tropas, al hombre más imposible para el cargo, a Fígaro en persona, al peluquero de la reina, el divino Léonard, muy indicado para hacer un peinado, pero no para la diplomacia, el cual, guardando mayor fidelidad a su eterno papel de Fígaro que al rey, embrolla de modo aún más completo una situación de suyo ya bien intrincada.

Una disculpa para todo esto: la etiqueta del Estado francés no tenía ningún precedente en su historia para regular la fuga de un rey. Cómo se debe ir a un bautizo, a una coronación, al teatro y a la caza, qué trajes, qué calzado y qué hebillas deben llevarse para las grandes y las pequeñas recepciones, para la misa, la caza y el juego, todo esto está especificado con cien detalles en el ceremonial. Pero acerca de cómo se han de escapar, disfrazados, un rey y una reina del palacio de sus antepasados, sobre ello no hay ninguna prescripción; aquí hay que improvisar, atrevida y libremente, una decisión inmediata y aprovechar el momento. Por serle la realidad tan completamente ajena, tenía que sucumbir la corte en este primer contacto con el mundo verdadero. Desde el momento en que el rey de Francia se pone la librea de un criado para escapar, ya no puede volver a ser señor de su destino.
 
Grabado de María Antonieta durante el viaje a Varennes.
Después de innumerables aplazamientos, el 19 de junio es designado como el día de la fuga; es tiempo, más que tiempo, porque una red de secretos entre tantas manos puede desgarrarse por cualquier lugar en todo momento. Como un latigazo restalla de repente en medio de los suaves cuchicheos y conciliábulos de la familia real un artículo de Marat que anuncia un complot para apoderarse del rey. «Quieren a toda fuerza llevarlos a los Países Bajos con pretexto de que su causa es la de todos los reyes, y vosotros sois lo bastante imbéciles para no prevenir la fuga de la real familia. ¡Parisienses, insensatos parisienses!, estoy ya cansado de repetíroslo siempre: conservad con cuidado al rey y al delfín en vuestras murallas; encerrad a la austríaca, a su cuñado y al resto de la familia.La pérdida de un solo día puede ser fatal para la nación y abrir la tumba a tres millones de franceses.» 


Extraña profecía la de este hombre de tan aguda vista detrás de los anteojos de su enfermiza desconfianza. Sólo que esta «pérdida de un solo día» fue fatal no para la nación, sino para el rey y la reina. Pues, aún otra vez, en el último momento, María Antonieta aplaza la fuga, ya acordada en cada detalle. En vano Fersen ha trabajado hasta el agotamiento para que todo estuviera dispuesto para el 19 de junio. El día y la noche, desde hace semanas y meses, los ha dedicado su pasión sólo a esta única empresa. Por su propia mano saca nuevas prendas de vestir, noche tras noche, bajo la capa al salir de sus visitas a la reina; en una innumerable correspondencia ha convenido con el general Bouillé en qué punto los dragones y los húsares han de esperar la carroza del rey; llevando las riendas en su propia mano, prueba, en el camino a Vincennes, los caballos de posta que ha encargado. Los indicios están todos dispuestos, el mecanismo funciona hasta en su más pequeña ruedecilla. Pero, en el último momento, da contraorden la reina. Una de las camareras, que está en relaciones con un revolucionario, le parece altamente sospechosa.

grabado que muestra a Maria Antonieta despidiéndose del conde Fersen.
Las cosas están de tal modo dispuestas que, precisamente en la mañana siguiente, la del 20 de junio, esta mujer debe estar libre de servicio; hay, por tanto, que esperar a ese día. Otra vez veinticuatro horas de fatal retraso, contraorden al general, mandato de desensillar a los húsares ya dispuestos para el avance, nueva tensión nerviosa para el ya totalmente agotado Fersen y para la reina, que apenas puede ya dominar su inquietud. No obstante, por fin pasa también este último día. Para disipar toda sospecha, lleva la reina, por la tarde, a sus dos niños y a su cuñada Elisabeth a los jardines del Tívoli. A su regreso, con su habitual altivez y seguridad, le da al comandante las órdenes para el día siguiente. No se nota en ella ninguna excitación, y menos aún en el rey, porque este hombre sin nervios es absolutamente incapaz de ello. Por la noche, a las ocho, se retira María Antonieta a sus habitaciones y despide a las doncellas. Acuesta a los niños y, aparentemente despreocupada, se reúne, después de la cena, en el gran salón con toda la familia. Sólo una cosa habría podido advertir acaso una mirada especialmente atenta, y es que la reina se levanta a veces y mira el reloj, como si estuviese cansada. Pero, en realidad, jamás como esta noche estuvo en una mayor tensión de sus energías, más despierta ni más dispuesta para hacer frente al destino. 

domingo, 8 de enero de 2017

LOS HERMANOS DE LUIS XVI: LOS CONDES DE PROVENZA Y DE ARTOIS

Un grabado de Louis-Auguste, el delfín, y sus hermanos Louis-Stanislas-Xavier y Charles Philippe-. Circa 1770-1774.
Entre los grupos rivales, los revolucionarios y los reaccionarios, se mantiene aislado el enemigo de la reina acaso más peligroso y funesto, el propio hermano de su marido, Monsieur Estanislao Javier, conde de Provenza, más tarde el rey Luis XVIII.

Solapado y tenebroso, intrigante y cauto, no se liga, para no comprometerse demasiado pronto, con ninguno de los grupos mencionados; oscila de derecha a izquierda, esperando que el destino le revele su auténtica hora. Ve sin disgusto las dificultades crecientes, pero se guarda muy bien de criticarlas en público; como un negro y silencioso topo, excava subterráneamente sus galerías y espera la hora en que la posición de su hermano esté lo suficientemente desquiciada. Pues sólo si Luis XVI y Luis XVII dejan el campo libre puede, por fin, llegar a ser rey Estanislao Javier, conde de Provenza, bajo el nombre de Luis XVIII, meta de su ambición, secretamente sustentada desde su infancia. Ya una vez se había entregado a la justificada esperanza de ser regente y legítimo sucesor de su hermano; los siete años trágicos en que permaneció estéril el matrimonio de Luis XVI a causa del ominoso obstáculo habían sido para su impaciente ambición las siete vacas gordas de la Biblia. Pero después vino el desaforado golpe contra sus embarazadas esperanzas hereditarias; cuando María Antonieta dio a luz una niña, él dio suelta, en una carta al rey de Suecia, a esta dolorosa confesión: «No me oculto a mí mismo que el suceso me ha conmovido muy sensiblemente... En lo exterior, me hice muy pronto dueño de mí mismo y he seguido la misma conducta de antes, en todo caso sin expresar una alegría que hubiera sido tenida por falsa, como en realidad lo habría sido... En lo interior me fue más difícil salir triunfador. A veces aún se me subleva el sentimiento, pero confío en mantenerlo a raya si no puedo vencerlo por completo». El nacimiento del delfín destroza después completamente sus últimos sueños de heredar el trono. Ahora queda cerrado para él el camino recto.

retrato del conde de Provenza.
Pero una vez que se le pone a un ser humano el sello de inferioridad en un lugar visible, ese constante sentimiento de inferioridad tiene que debilitarlo o fortalecerlo de forma decisiva; semejante presión puede quebrar un carácter o endurecerlo de manera fantástica. En cambio, en las naturalezas fuertes la postergación incrementa todas las fuerzas oscuras y sometidas; donde el camino recto hacia el poder no se les franquea de buen grado, aprenderán a crear el poder por sí mismos. Este conde de Provenza es una naturaleza fuerte. La furiosa decisión de sus antepasados reales, su orgullo y su voluntad de poder se agitan fuertes y tenebrosos en su sangre; como hombre, supera en una cabeza en porte, inteligencia y clara decisión la pequeña estirpe de rapiña.

Sus objetivos son amplios, sus planes están pensados desde una perspectiva política; inteligente como su hermano, este hombre es inconmensurablemente superior a él en prudencia y experiencia varonil. Lo mira como quien mira jugar a un niño, y le deja jugar mientras su juego no perturbe sus movimientos. Porque, como hombre maduro, no obedece tampoco como su cuñada a vehementes y nerviosos impulsos, no tiene nada de heroico como gobernante, pero a cambio conoce el secreto del saber esperar y tener paciencia, que es mayor garantía del éxito que el entusiasmo rápido y apasionado. El primer signo de verdaderas dotes para la política siempre será que un hombre renuncie de antemano a exigir para sí lo inalcanzable.
 
Grabado que muestra de perfil al conde de Provenza junto a su esposa
Marie Joséphine de Saboya.
Renuncia a las insignias del poder, al brillo aparente, pero sólo para sujetar con más fuerza en sus manos el poder real. Tiene que recorrer aquellos caminos, tortuosos a hipócritas, que finalmente -claro que sólo al cabo de treinta años- han de conducirle a la anhelada cima. La oposición del conde de Provenza no es, como la del duque de Orleans, una franca llama de odio, sino un fuego de envidia que arde lentamente bajo el disfraz de la ceniza; mientras María Antonieta y Luis XVI conservaron indiscutido en sus manos el poder, el secreto pretendiente de la corona se mantiene frío y silencioso, sin manifestar públicamente ni la menor pretensión; sólo con la Revolución comienzan sus sospechosas idas y venidas, las extrañas conferencias del palacio de Luxemburgo. Pero apenas ha logrado salvarse felizmente al otro lado de la frontera, cava valientemente, con sus provocativas proclamas, las tumbas de su hermano, de su cuñada y de su sobrino, en la esperanza -en efecto realizada- de encontrar en sus ataúdes la anhelada corona.

Por su parte el conde de Artois, una fina cabeza, un espíritu flexible y cultivado, no ama como Provenza el poder, no es autoritario y orgulloso. Como príncipe real, lo que le gusta es el juego intrincado y desconcertante de la vida y la intriga, el arte de la combinación; no le interesan los rígidos principios, la religión y la patria, la reina y el reino, sino el arte de tener una mano en todas partes y atar o soltar los hilos a su capricho. No es ni verdaderamente leal ni verdaderamente desleal a María Antonieta, por la que siente una curiosa inclinación personal, la servirá mientras tenga éxito, y la abandonará al llegar el peligro.

Retrato del conde de Artois
Como algún individuo masculino de la familia tiene que acompañar a la reina en sus diversiones, el conde de Artois, es el que coma a su cargo el papel de ángel tutelar. Aturdido, frívolo, descarado, pero hábil y manejable, padece igual temor que María Antonieta ante el aburrimiento o el tener que ocuparse de cosas serias. Conquistador, pródigo, divertido, elegante, fanfarrón, más descarado que valiente, más jactancioso que verdaderamente apasionado, conduce a aquella alocada pandilla adondequiera que haya algún nuevo sport , alguna nueva moda, un nuevo placer, y pronto tiene más deudas que el rey, la reina y toda la corte reunidos. 

Grabado que muestra de perfil al conde Artois junto a su esposa Marie-Thérèse de Saboya.
El conde de Artois es el comandante electo de la guardia de corps con la cual María Antonieta emprende sus correrías diurnas y nocturnas por todas las provincias de la alegre ociosidad; esta tropa es realmente reducida, y en ella cambian constantemente los cargos directivos, pues la indulgente reina dispensa a sus satélites toda clase de transgresiones, deudas y arrogancias, una conducta provocativa y excesivamente familiar, aventuras galantes y escándalos, pero cada cual tiene agotado el caudal del regio favor tan pronto como comienza a aburrir a la reina. Pero precisamente por ser así concuerda admirablemente con María Antonieta. No estima ella en mucho a este impertinente atolondrado, ni mucho menos le ama, aunque las malas lenguas lo hayan afirmado con ligereza. Hermano y hermana, en su furia de placeres, se cubre las espaldas y forman en poco tiempo una pareja inseparable.

viernes, 6 de enero de 2017

MARIE ANTOINETTE EN VERDAD ERA UNA DIOSA - ANTONIA FRASER

“Por su modo de andar, revelo que ella era en verdad una diosa”. Horacio Walpole citando a la reina.


El glamour de María Antonieta –en palabras del siglo XX- parecía encajar admirablemente para la posición de la reina de Francia. Durante los próximos años, la belleza de María Antonieta o la ilusión de su belleza, alcanzo su mejor momento, el cumplimiento de esa promesa insinuada cuando ella era una niña en Viena. Su figura, sobre todo su pecho, aumento. Sus grandes ojos de color azul-gris fueron notablemente expresivos, su falta de visión solo le dio una suavidad a su mirada; su pelo, en la medida en que el color natural podría ser discernido por debajo de la “bañera de polvo”, se había oscurecido del ceniza infantil a un marrón claro y grueso.

Sus defectos, por supuesto, se mantuvieron. Tenía la nariz aguileña y como tales narices generalmente lo hacen, se hizo más pronunciada con la edad. Aunque la más elaborada peluquería oculto la notoria frente, no había nada que hacer al respecto al labio inferior de los Habsburgo, que no podía ser ignorado y que le costó tanto trabajo a los artistas.


En 1774, Jean-Baptiste Gautier pinto a María Antonieta en su dormitorio en Versalles en su pasatiempo favorito, el arpa. Era una composición encantadora. Llevaba un vestido de gasa gris claro bajo un envoltorio con un toque de la cinta de color melocotón en el pecho; un lector (hembra) sostuvo un libro, un cantante (masculino) toco la música, una doncella extendió una cesta de plumas para poner en el pelo y en la esquina el artista contemplo su paleta.

El próximo año Gautier pinto un retrato que fue ampliamente copiado en diferentes versiones, que muestra a la reina con un penacho de diamantes clavado en su peinado, perlas y cintas azules pasadas a través de sus cabellos, su vestido azul pálido y un manto de terciopelo azul, ricamente adornado con la flor de lis y armiño, rodeándola. Fue un estudio de la feminidad y la majestad combinado.


Se admiró la sonrisa de la reina; contenía “un encanto”, que la futura madame Tussaud, un observador en Versalles, diría fue suficiente para ganarse a “las más brutal de sus enemigos”. Por su parte, el conde Tilly, que vio por primera vez a María Antonieta en 1775, tuvo que admirar su piel, su cuello, sus hermosos hombros, brazos y manos, fue la más hermosa que había visto nunca. El brillo de su piel hizo que el príncipe de Ligne, que adoraba a la reina, al comentar que su piel y su alma fueron igualmente blanco. Madame Thrale viajando por Francia con el doctor Johnson en 1775, evaluó a María Antonieta como “la mujer más hermosa de su propia corte”. La artista madame Vigee LeBrun fue lo suficientemente honesta para decir que la piel de la reina era “tan transparente que ninguna sombra me permitió capturarla”.

Fue, sin embargo, el conjunto elegante en lugar de los elementos individuales perfectos que hicieron tal impresión en los que sabían de María Antonieta. Por encima de todo, era su porte; en palabras del barón de Besenval, “una elegancia maravillosa en todo, la hizo capaz de disputar la ventaja con otras mejor dotadas por la naturaleza e incluso ganarles”. Por su puesto, los encantos físicos de imagen son pocas veces menospreciados, el lustre de una corona mejora incluso el aspecto más mediocre en los ojos del público. Sin embargo, en el caso de María Antonieta existe tal unanimidad de informes de tantas fuentes, incluidos los visitantes extranjeros, así como sus íntimos, que es difícil dudar de la veracidad de la imagen.


El resultado fue una gran cantidad de comparaciones con las diosas y ninfas, tanto como se había hecho en su viaje de bodas, con la diferencia de que ahora una mujer visible, en vez de una chica desconocida. Madame Campan la comparo con las estatuas clásicas en los jardines reales, por ejemplo, el Atalanta en Marly. Horacio Walpole nunca olvidara verla en la capilla real, como se “disparo a través de la habitación como un ser aéreo, todo el brillo y la gracia y sin dar la impresión de tocar tierra”. Madame Vigee leBrun, mirándola al aire libre con sus damas de honor en Fontainebleau, pensó que la reina deslumbrante, sus diamantes espumosos en la luz del sol, podría haber sido una diosa rodeada de ninfas.

-Marie Antoinette :the journey, Antonia Fraser (2002)

martes, 3 de enero de 2017

Detalle de la pintura de Joseph Caraud -
María Antonieta y la pequeña Madame Royale (1870).
“Ella siempre se mantuvo vinculada en su trabajo de caridad, lleno de huéspedes, y siempre era hospitalaria para cualquier persona que mostró respeto a la causa de los legitimistas. La señora de La Ferronnays describe a María Teresa como tener un corazón que era un tesoro de la indulgencia… podía ser divertida y disfrutar de momentos alegres con amigos y familiares, donde se visualiza un lado de su personalidad que, cuando era niña, su madre le había llamado “muselina”.

-Susan Nagel – Marie-Therese: el destino de la hija de Marie Antoinette (2009)