domingo, 30 de septiembre de 2012

LOS CARNAVALES DE PARIS!


Los carnavales en parís era una temporada de fiestas y jolgorios antes de la cuaresma realizados a través de bailes de operas y mascaradas, fue uno de los aspectos más destacados de la vida nocturna de parís. La escena de la noche parisina, la magia de la multitud real, se distinguió por la generosidad de su marco brillante, colores vivos y la excentricidad de los participantes.

La imaginación popular recrea la atmosfera de gran parte de esta fiesta de la noche de lujo. Las calles abigarradas de multitud vestida con trajes de diferentes colores, la mayoría de los participantes usaban el código de vestimenta: sombrero de copa y abrigo negro para los hombres; domino y vestidos brillantes para las mujeres, pero también pudo ser visto trajes extravagantes tales como los exhibidos por las figuras de la comedia francesa. El baile en la opera fue una oportunidad para los espectadores admirar los trajes elegantes de las mujeres de la alta sociedad.


Un gran número de artistas, compositores y escritores han examinado el baile de la opera como el reflejo de la popularidad del siglo 18. El punto culminante del carnaval de parís se distingue por su noche todavía mas lujosa y encantadora. Mientras que las clases más bajas se congregaron a las afueras de Belleville, Courtille, a la fiesta y el baile; la aristocracia prefería los bailes sofisticados de ambiente enmascarado, con el intercambio de pequeñas charlas.

En el Mardi Gras o martes gordo, el ultimo día antes de la cuaresma fue la ocasión para relaciones subidas de tono, obscenos bailes de mascaras. Desfiles ruidosos se presentaban por las calles de parís con el “buey gordo” una estatua de un toro coronado con espada y cetro, acompañado con el sonido de violines, pífanos y tambores. Las barreras sociales, el buen gusto y todas las reglas de conductas aceptables quedaban en el camino. La iglesia protesto y critico en vano estas festividades.


María Antonieta como joven, se perdió en este torbellino de diversiones, trasladada de Versalles a parís en un coche privado, se mezclaba libremente con la muchedumbre y bailaba toda la noche. La reina, incógnita de parís alimento la industria de amplios folletos y libelos, rumores sobre su supuesta depravación. El amor por el torbellino social de la agitadora vida en la alta sociedad francesa le permitió a María Antonieta experimentar de la alegría de los carnavales. Sin embargo, su madre, desaprobó la agitada vida social de su hija y de hecho Marie teresa prefería que asistiera a la capilla, como soberana católica la emperatriz querría de su hija una conducta aceptable.

“usted tiene razón para temer los malos efectos de la disipación de mi hija y su gusto por los laceres ruidosos, tan contrario al carácter del rey” (Marie teresa al conde Mercy, abril de 1775).


“la clase verdadera es hacer que los demás se sientan cómodos” y esto era un don que María Antonieta tenia en abundancia. Paso gran parte de su tiempo en el Mardi Gras, bailes, fiestas, banquetes, fuegos artificiales y festejos lanzados en parís y Versalles.

“espero el final de este carnaval con impaciencia, junto con la disipación excesiva en que la reina se ha permitido… durante las últimas tres semanas, el abate de Vermond solo ha tenido unos breves momentos en los que hablar de cosas serias, ella misma dice que es demasiado profunda en sus diversiones para pensar en otra cosa” (el conde Mercy, 20 febrero de 1775).

“Gracias a dios, este carnaval eterno ha terminado!, esa exclamación me hará ver vieja, pero debo admitir que todas esas horas en la noche deben cansarte mucho y temo por tu salud; el orden de sus hábitos usuales, lo cual es un punto esencial. Toda lectura, todas las otras ocupaciones se han interrumpido durante dos meses… cuando uno es joven, uno no piensa en ello, a medida que envejecemos uno se da cuenta…” (Marie teresa a María Antonieta, 5 marzo de 1775).

El carnaval de 1777 fue mucho más brillante que los anteriores, el delirio de placeres de la reina alcanza el punto culminante. “apenas oye cuando se le dice algo –se lamenta Mercy- y casi nunca existe la posibilidad de tratar con ella de ningún asunto serio a importante o de atraer su atención hacia una cuestión trascendental. La sed de placeres ejerce sobre ella un poder misterioso”. Es como si un demonio se hubiese posesionado de la joven señora, jamás su agitación y su inquietud fueron más irrazonables que en este decisivo año. Según las impresiones de este carnaval tenemos el intinerario de la reina: “su majestad asistió el 30 de enero al baile de la opera que duro hasta las cuatro de la mañana, luego asistió a la casa de campo del duque de Orleans donde asistió a la fiesta de graduación de la opera. El 6 de febrero un nuevo baile fue dado por el duque de Chartres y coincidió de con el de la opera. La reina se mostro en los dos eventos y no regreso a Versalles hasta las seis de la mañana. El domingo 9 de febrero asistió de nuevo al baile de mascaras, el lunes de carnaval dio un baile en Versalles y en el Mardi Gras se dio otra que duro hasta las nueve de la noche, luego que la cena había terminado, se fue a parís al baile de la opera donde permaneció hasta las seis de la mañana”. Así termino el carnaval de 1777.

Al final de estos carnavales muchos observadores indiferentes murmuraron que se veía enferma y había adelgazado, estas ruidosas diversiones habían sido demasiado para sus fuerzas. Según el conde Mercy: “ya era hora de entrar a la cuaresma, porque la salud a largo plazo de la reina podría tener un efecto dañino por su tipo de vida tan agitada. Su majestad está más delgada, se fatiga y siente escalofríos. Su doctor está un poco inquieto, y de hecho, este pequeño inconveniente no le impidió a la reina negarse a asistir el viernes pasado a la opera”.


Después del carnaval, llego el comienzo de la cuaresma y fue una temporada de la renuncia tomada muy en serio en Versalles, en especial por Luis XVI, que era muy devoto; habiendo sido criado en un ambiente católico romano desde niño, María Antonieta también era escrupulosa en las observaciones de las leyes religiosas y el mandato devocional para la cuaresma por sus sacerdotes y confesores. Por su puesto una vez terminado el carnaval, Marie teresa estaba más que dispuesta a regresar a sus advertencias más habituales con respecto al comportamiento de su hija.

Según el conde de Mercy: “la diversión de la temporada de carnavales ha causado vigilias tan frecuentes y tan incompatibles con el proceso de la vida cotidiana del rey… tras pasar el carnaval, la reina ofreció al rey sacrificar los bailes y espectáculos para pasar las tardes con él”.

domingo, 9 de septiembre de 2012

LAS CARRERAS DE CABALLOS!


María Antonieta le encantaban las costumbres inglesas, una de ellas eran las carreras de caballos. Se acompaña pocas veces del propio esposo, ¡es tan mortalmente aburrido!, sino que prefiere elegir al alegre cuñado d`artois y a otros cortesanos. Desde que aparece una nueva moda, María Antonieta es la primera en prestarle acatamiento;  apenas el conde de Artois trae de Inglaterra las carreras de caballos –su única iniciativa a favor de Francia- cuando ya se ve a la reina en las tribunas, rodeada por docenas de fatuos jóvenes anglómanos, apostando, jugando y apasionadamente excitada por esta nueva manera de poner en tensión los nervios.

El conde Mercy vio con desagrado el deporte: “las carreras en cuestión, -escribió en abril de 1773-, son una parodia bastante infantil de las que hay en Inglaterra, ciertamente no digno de ser honrado con la presencia de la reina. Fue construido para su majestad un tipo de plataforma o pabellón para los espectadores, donde siempre hay un pequeño grupo de personas elegidas, mucha gente joven pobremente vestida, lo que, unido a una gran confusión y el ruido, no está de acuerdo con la dignidad que debe rodear a una gran princesa. Estas carreras suelen tener lugar los martes, por lo que a continuación la reina no recibirá en estos días ni a embajadores de relaciones exteriores ni ministros del rey”.

Este fue un agravio como diplomático para el conde Mercy. Causo malestar y se encontró como opuesto a la etiqueta que una reina se rodee de mozos y mujeres dudosas; también para la política que era más grave.


El príncipe de Ligne, como el conde Mercy censuro las costumbres de la nobleza inglesa,  “sus cenas de noche, sus carreras de caballos, sus apuestas y sus orgias”. Madame de Genlis también critico mucho las carreras. Sus reflexiones sobre este tema se han desarrollado en el estilo pastoral que entonces estaba de moda: “desprecio todos los juegos donde se puede ver la ruina, así que odio las carreras de caballos, creo que es terrible para impulsar sus campos pastorales y sus rebaños inocentes, a su vez un césped verde y hermoso en una alfombra de juego. Es la naturaleza profana”.

El buen rey Luis XVI era consciente del peligro, culpo a esta moda altamente ante el tribunal como una locura. Sin embargo según el conde de Segur: “a pesar de que estábamos en el medio ambiente de carreras, apuestas, el rey presiona a apostar, la lección de su opinión era ya inútil, más alta que su autoridad y que el ejemplo”. María Antonieta aplaudió esta moda inglesa, aun no tenía idea de nada de lo que vendría a Francia, al otro lado del estrecho “la anglomanía”.

El conde de Artois realizo estas carreras en las pistas del Bois de Boulogne en su Bagatelle y el príncipe de Conde organizo también en su Chantilly. Las emociones  y los nervios puestos en cada caballo sin saber cuál de ellos llegaría a la meta, fue muy apreciado por los cortesanos franceses.

·pistas de carreras de caballos en el hipódromo de Chatilly, propiedad el príncipe de Conde.

lunes, 3 de septiembre de 2012


“Madame la delfina baila con tanta gracia que uno podía decir que borra a todos los jóvenes que aparecen en sus bailes. El señor delfín no se ha beneficiado mucho de las clases de baile… sin embargo el se mantiene mejor y ya no es tan torpe en sus movimientos, ni en su porte”.
(el conde Mercy  a Marie Teresa, 16 de diciembre de 1772)

domingo, 2 de septiembre de 2012

MARIE ANTOINETTE RECIBE CON HONOR AL ALMIRANTE SUFFREN


Los asuntos políticos han asistido a este tiempo, lo que María Antonieta tenía una gran ansiedad. Uno de sus deseo expresados con mayor frecuencia había sido la batalla campal de la flota francesa contra Inglaterra, cuando la atención estaba puesta en el señor de Sartines que se esperaba que su misión diera frutos. Pero cuando  la batalla se llevo a cabo, el resultado confundió en lugar de justificar sus patrióticas expectativas. En abril de 1784, el almirante ingles Rodney aplasto la flota francesa al mando del conde de Grasse frente a las costas de Jamaica; y en septiembre, las fuerzas combinadas de Francia y España fueron derrotadas con la perdida aun más pesada en la fortaleza de Gibraltar.

Sin embargo, el mar de las indias seguía protegida gracias al almirante Suffren. Con una unidad de fuerzas atacaron y derrotaron al almirante ingles Edward Hughes el 17 de febrero de 1783. Para el 20 de junio los franceses atacaron el campamento ingles en Cuddalore proporcionando una derrota aún más decisiva.



·Pierre Andre de suffren de Saint Tropez (llamado el Bailli de Sufren) nació en el castillo de Saint-Cannat, en Provenza el 17 de julio de 1729. En 1743 ingreso a la guardia de marina hasta 1747, después de haber entrado en la orden de malta, la paz de Aix-la-Chapelle en 1748, se desempeño en esa orden hasta 1756. Para el marino y estratega de ingeniería, tenía solo el mar y el éxito real. Jefe de guerra prodigiosa participo en la guerra de estados unidos contra Inglaterra. Temido por los ingleses ya que infligió numerosas derrotas se había ganado el apodo de “el almirante Satanás”.


El 2 de abril de 1784 llego a Versalles. En la parte superior de todas las  cualidades de la mente, Luis XVI colocaba por encima del amor la nacionalidad, se revela en todas las acciones: la última guerra había presentado dos hombres, dos marineros, una cubierta de gloria y éxito en su campaña de la india, el almirante Suffren y el infortunado o incapacitado conde de Grasse.

El señor de Castries salió de su estudio acompañado por el almirante quien fue presentado a Luis XVI con estas palabras: “señores este es el señor Suffren!”. Los guardias de corps se levantaron y dejando sus fusiles formaron una procesión a la cámara del rey. En su estudio Luis XVI hablo más de una hora sobre su campaña en la india, con un conocimiento perfecto, ubicado en los acontecimientos sobre las maniobras del almirante. Sufren se hizo Cordón Bleu recibiendo una pensión considerable. La reina a su entrada lo abrazo con sentimentalismo. Maria Antonieta le dijo cosas graciosas, lagrimas asomaron a los ojos del marinero.

“El almirante sufren tuvo el honor de ser presentado al rey, la reina y la familia real por el mariscal de Castries… la gente estaba en Versalles en el momento de la llegada del señor sufren, ceno con la reina, su majestad Luis XVI ha tenido la amabilidad de darle la bienvenida al ganador y lo presento a la reina, diciendo: “este es el mejor de mis siervos” y Madame de Polignac que se encontraba  presente con el pequeño Delfín y madame royal, la reine se acerco y les dijo: “mis niños, este es el señor sufren. Todos estamos bajo las mayores obligaciones para con él. Míralo bien y siempre recuerda su nombre, es uno de los primeros que los niños deben aprender a pronunciar y uno de los que nunca se debe olvidar”.

María Antonieta estaba actuando con el ejemplo de su madre, a quien había reconocido mejor como dar honor debido a la valentía y lealtad. La reina merecía tener amigos fieles y sufren era un hombre con sentimientos de caballerosidad y devoción a los reyes.

El pueblo de Versalles se había congregado en multitudes al palacio y mostro su agradecimiento con aplausos y reverencias. Ellos admiraban el reconocimiento de héroe francés por parte del rey. El conde de Artois organizo una maravillosa recepción para él, el príncipe le dijo presionándolo contera pecho: “siento por ti un gran admiración y un profundo respeto”. Por su parte el conde de Provenza le otorgo una medalla, además de los títulos de caballero de la orden del rey, gran cruz de san Juan de Jerusalén y vicealmirante de Francia.

Este gran hombre recibió de la corte y de la nación la recompensa que se merecía por los gloriosos servicios prestados al país. Pero murió antes de que su país y su reina tuvieran mas necesidad de su servicios, o la oportunidad de demostrar la gratitud a su soberanos. El almirante moriría en parís el 5 de diciembre de 1788.

domingo, 26 de agosto de 2012

EL ZAR PABLO I EN FRANCIA (1782)


En la primavera de 1782 la atención de los parisinos fue ocupada por la llegada del futuro zar de Rusia pablo. El gran duque, que había sido legitimo emperador desde el asesinato de su padre veinte años antes, pero que se había visto obligado a posponer sus reclamos a los de su ambiciosa y madre sin escrúpulos, catalina II.

La emperatriz le comunico a Luis XVI que su hijo deseaba hacerle una visita, que buscaba en primer lugar “tomar clases en la cortesía y la nobleza de la corte más elegante del mundo”. Catalina por su parte, no era agradable a la corte de Versalles, su libertinaje, sus escándalos amorosos y su dureza como gobernante hizo que toda Europa le tuviera miedo, catalina se burlo alguna vez diciendo: ”los franceses están enamorados de mi como una pluma en el pelo”. Sin embargo la zarina fue un apoyo militar para Francia en la lucha contra Inglaterra y estaban por ese lado agradecidos con ella.

Aplausos saludaron la llegada a Francia del gran duque pablo, catalina no parecía muy sensible. “la emperatriz no ama ni a Francia ni a su hijo” escribió el marques de Verac. Indulgente con Luis XVI, catalina detestaba a María Antonieta: “si la reina de Francia se parece a la cara del emperador (José II), se encontrara la misma similitud en su conversación…”; se burla también de la frivolidad: “Dios bendiga a la reina muy cristiana, sus pompones, sus bailes y sus programas bien o mal organizados! Yo no siento que le moleste solo digo la verdad”.

El 18 de mayo bajo el titulo de conde y condesa du Nord llegarían a parís acompañados por la baronesa d`Oberkirch. Los extranjeros ilustres fueron recibidos solemnemente en Versalles el 20 de mayo, su carroza fue recibida por un desfile de caballeros del espíritu santo. Acto seguido fue presentado a Luis XVI mediante el príncipe de Bariatinski, embajador ruso, mientras que la condesa de Vergennes llevo a la gran duquesa junto a la reina. La futura zarina llevaba un vestido precioso, un brocado grande confinado con perlas y diamantes. La reina cuya primera impresión fue por lo general amistosa, se sintió avergonzada delante de los ilustres visitantes.

En palabras de la señora Campan: “la reina los recibió con gracia y dignidad. El día de su llegada a Versalles, cenaron en privado con el rey y la reina. La apariencia simple sin pretensiones de pablo complace a Luis XVI. El le hablo con mas confianza y alegría de lo que había hablado con José II. La condesa de Nord no tuvo en el primer momento mucho éxito con la reina… cuando fueron presentados a la reina estaba muy nerviosa, ella se retiro a su apartamento antes de la cena con los ilustres viajeros y pidió un vaso de agua confesando “que acababa de experimentar lo difícil que es hacer el papel de reina en presencia de otros soberanos o príncipes destinados para serlo, que estar ante cortesanos”. Pronto se recupero de su confusión, y volvió a aparecer con facilidad y confianza. La cena fue bastante alegre y una conversación muy animada”.

Pablo realmente quedo admirado por la pompa de Versalles, los uniformes y trajes, el mundo animado, libre, dispuesto expresamente a la vista como un escenario de opera, los hombres obra maestra de la sofisticada elegancia, las mujeres de una exquisita postura casi virginal; estaba encantado. 

Pablo aun no había dado ninguna indicación de la brutal y feroz disposición que lo distinguió en sus años como zar, convirtiéndose en una locura salvaje que ni sus nobles ni siquiera sus hijos podían soportar. Parecía mas bien un hombre joven (entonces tenia 28 años de edad), de franco y abierto temperamento, algo descuidado en su lenguaje, especialmente en lo relativo a sus propios asuntos y la posición, fue muy prudente, cortes y astuto en contestar todas las curiosidades acerca de la dominación de su madre. La gran duquesa, María Feodorovna, fue sin embargo considerada como muy superior a su marido en todos los aspectos. Era casi repulsiva en su fealdad. Guapa en la función, aunque desfigurada por la robustez extraordinaria en alguien tan joven. Ella también tenía una gran reputación por sus logros y la capacidad general, sin embargo, al igual que su marido, estaba disfrazada por una frivolidad de manera que dio a los extranjeros una desagradable impresión de ella. 

La gran duquesa, María Feodorovna
Los visitantes dirigidos por sus majestades fueron llevados a los apartamentos preparados para ellos en la planta baja del salón de Poix sobre la base de la Orangerie. María Antonieta garantizaba los más pequeño detalles de su instalación y seguir estrictamente las instrucciones de su hermano José.

“el gran duque -escribió la reina- con su simplicidad encanto al rey. Parece muy educado. El sabe los nombres de todos los escritores y hablaron con el conocimiento, cuando se presentaron”. 

Por la noche se realizo un concierto, el castillo fue iluminado con mil lámparas de arañas, dando la idea del esplendor y la riqueza de la corte de Versalles. Madame d`Oberkirch apenas podía encontrar palabras para describir la impresión de la belleza de María Antonieta: "El baile fue estupendo; la Reina bailó con el Gran Duque; Tiene un busto y un porte maravillosos. Me encontré por un momento detrás de ella y detrás del Gran Duque. La reina estaba maravillosamente hermosa, unos ojos fascinantes. Era absolutamente imposible para cualquiera mostrar una mayor gracia y nobleza en su actitud como ella”.

La señora d`Oberkirch, como ella, era alemana de nacimiento y María Antonieta le rogo hablar alemán para recordar su lengua materna, pero se encontró con que casi lo había olvidado. “ah”, dijo, “el alemán es un idioma bueno, pero el francés, en las bocas de mis hijos, me parece el mejor idioma del mundo”.

La señora d`Oberkirch
Los días siguientes tuvieron cenas íntimas y galas, conciertos, esplendidas excursiones en el Trianon, en sevres y Marly. Las reuniones tenían un encanto intimo, maría Antonieta y sus invitados ofrecieron fiestas sin etiquetas y minúsculas dadas a conocer, solo lo natural, facilidad y agrado. El conde y condesa du Nord se entregaron a las confidencias. Pablo hablo amargamente de las molestias que experimentaba en san Petersburgo. Se quejo de la vigilancia hostil de la que era objeto, la audacia de los favoritos de su madre, el escándalo de las indignas protecciones, lo atormentaban mucho.

“En un momento en que los viajeros distinguidos habían pasado el día en el Trianon a solas con la reina, la intimidad estaba tan bien establecida que las confidencias del duque a la reina causaron algunos puntos que su majestad sintió un poco de vergüenza. El príncipe le hablo con un poco de amargo la costumbre, la incomodidad y la molestia en su experiencia en san Petersburgo… el príncipe, creyéndose con derecho de convocar a la confianza, le rogo a la reina que le Explicara cómo, durante la vida de Luis XV, se había comportado con la condesa du Barry. Su majestad prestada para explicar, diciéndole que la base de su conducta en ese momento era evitar cualquier cosa que hubiera conmocionado al monarca fallecido y omitir toda la marca de aprobación de la favorita” (el conde Mercy a José II).

Estas confidencias entre María Antonieta y los príncipes crearon una verdadera amistad. La duquesa tenía para el delfín, que aun estaba en pañales, miradas y sonrisas que iban directo al corazón de la reina. 

Los hermanos del rey y los príncipes de la sangre también celebraron la llegada de pablo. El conde de Artois les dio un concierto en su Bagatelle, el príncipe de Conde una cacería de luz de antorchas en su tierra en Chantilly. Mas específicamente el 10 de junio, Madame d`Oberkirch lo describió como “el lugar más bello del mundo, lleno de narcisos, mil escudos, encantador, hermoso. Las aguas, bosques, jardines deliciosos. las ninfas de las fuentes tienen un aire de corte, los caminos de arena del bosque son mil veces más encantadores de un pozo”. Además de añadir una descripción del príncipe de Conde: "coronado por sus victorias militares, Luis José de Borbón, príncipe de Conde, el octavo hombre con nombre de contacto y el ingenio, la afabilidad rara valentía sin igual con una predilección por la profesión de armas al servicio de la gloria de Francia”.


 Pablo y su esposa fueron deslumbrados por la belleza de Chantilly. Según la señora d`Oberkirch: “éramos ciento cincuenta y tres personas. Después de la cena, el príncipe Conde llevo a los invitados a través de mil damas bajo los arcos verdes, decorados con guirnaldas, cintas y nombres de sus altezas imperiales. En la tarde, recorrimos los establos, perreras, paseos a las cascadas y jardines. Por la noche, comedias, cena, iluminaciones, fuegos artificiales, seguidos de un baile hasta altas horas de la noche”.

De regreso a Versalles pablo se reunió con el odioso duque de Orleans. El zarevich había oído que este hombre patrocinaba abiertamente las canciones trasmitidas por las cábalas contra María Antonieta: “ el rey de Francia es paciente- dice- Si mi madre tuviera un primo así, el no se quedaría mucho tiempo en Rusia”.

Finalmente el futuro zar de Rusia abandono Francia muy contento y agradecido por la hospitalidad, el conocimiento y lugares visto. Además de prometer que su país seria su aliado en todo lo que desearan.

domingo, 12 de agosto de 2012

LA REINA MARIE ANTOINETTE SE NIEGA A RECIBIR A VOLTAIRE (1778)

voltaire in paris 1778
Retrato anónimo de Voltaire (1694-1778), realizado en el siglo XVIII.
Voltaire, de 84 años, llegó a París, después de una ausencia de veintiocho años, el 10 de febrero de 1778. Se alojó en el hotel del Marquis de Villette, rue de Beaune, en la esquina del quai des Théatins. Una hora más tarde fue alegremente a pie a visitar al conde d'Argental en el Quai d'Orsay. Envuelto en un enorme abrigo de piel, con la cabeza enterrada en una peluca de lana coronada por un gorro rojo de piel, está vestido de manera tan extraña que los niños, tomándolo por una máscara, lo siguen abucheando. Al día siguiente, recibe el homenaje de una multitud de cortesanos, sin que vengan a saludarlo como a un rey. Por la noche, él mismo declama con fuego la mayor parte de su tragedia de Irene. Luego pasa toda la noche corrigiendo los dos últimos actos.

Durante unas semanas habrá dos cortes en Francia: la de Luis XVI en Versalles, y la de Voltaire en París. Todo un pueblo de grandes señores, magistrados, hombres de letras, artistas, eruditos abarrotaban los salones del hotel donde la gente se inclinaba ante el autor de la Henriade. Todo el mundo pide una palabra, un asentimiento. Como observa M. de Lacretelle, la mirada de Luis XVI no producía más efecto en una corte que lo adoraba que la mirada chispeante de Voltaire. Pero tantas ovaciones cansan al viejo. En los últimos días de febrero, el doctor Tronchin le dice que ya no tiene ocho días para existir si no decide tomar reposo absoluto.

voltaire in paris 1778

Voltaire se asusta; dice que su salud es más preciosa para él que todos los homenajes del mundo, y no quiere volver a ver a nadie. Sin embargo, no puede abstenerse de trabajar, y abruma a secretario, por esta desgraciada tragedia que se ha convertido en su obsesión.

A finales de febrero sufrió una violenta hemorragia. Su primera palabra es: "Envía por un sacerdote... ahora mismo... No quiero que me tiren a la basura" -Confesó en todas sus formas al Padre Gautier, capellán de los Incurables, y, el 2 de marzo, firmó la siguiente profesión de fe: "Yo, el abajo firmante, declaro que habiendo sido atacado durante cuatro días por vómitos de sangre, a la edad de ochenta y cuatro, y no habiéndome podido arrastrar a la iglesia, y el párroco de Saint-Sulpice habiendo tenido la bondad de añadir a sus buenas obras, la de enviarme al Abbé Gautier, sacerdote, le confesé, y que si Dios dispone de mí, moriré en la santa religión católica donde nací, esperando en la misericordia divina que se digne perdonar todas mis faltas; y que si alguna vez escandalicé a la Iglesia, pido perdón a Dios ya ella".

Voltaire se entera de que el párroco de Saint-Sulpice, que hubiera querido confesarlo, envidia un poco al abate Gautier el honor de haber tenido como penitente al príncipe de los filósofos. Entonces escribió una carta al sacerdote fechada el 4 de marzo, en la que le decía: “Usted es un general a quien le pedí un soldado; Te ruego que me perdones por no haber previsto la condescendencia con que habrías bajado hasta mí".
 
voltaire in paris 1778
Voltarie y el Abad de Gautier
El párroco de Saint-Sulpice responde con una carta más cortés. “Mi ministerio -dijo- teniendo por objeto la verdadera felicidad del hombre, disipando por la fe las tinieblas que oscurecen su razón y la limitan al estrecho círculo de esta vida, juzguen con qué afán debo ofrecerlo al hombre más distinguido por sus talentos, cuyo solo ejemplo haría felices a miles de personas, y quizás la época más interesante para las costumbres, la religión y todos los principios verdaderos sin los cuales la sociedad no existiría. nunca sino una asamblea de miserables tontos divididos por sus pasiones y atormentados por sus remordimientos". El párroco añade, en la misma carta: "Me abrumas con cosas complacientes que me quieres decir y que no merezco. Estaría más allá de mis fuerzas responderla ubicándome entre los eruditos y la gente de espíritu que con tanto afán os traen su tributo y su homenaje. En cuanto a mí, sólo tengo que ofrecerle deseos para su sólida felicidad".

Voltaire no volverá a morir esta vez. Se siente mejor y se recupera cálidamente de su tragedia. Las visitas comienzan de nuevo. Una multitud idólatra apostada día y noche en el Quai des Théatins, con la esperanza de divisar la silueta del gran hombre. Mirándolo extasiado, el conde de Segur nos dice que le parece ver cara a cara a Homero, Platón, Virgilio, Cicerón.

Lo es a lo sumo si la propia reina no se deja llevar por la corriente del entusiasmo público. Severa para el filósofo, admira al poeta. Ella quería, se dice, que él tuviera en la Comédie-Française un palco alfombrado como el de ella, y junto al de ella, para poder hablar con él todos los días. El rey templa rápidamente este fino celo. "¡Oh! ¡Ja! El señor de Voltaire está en París -dice-pero sin mi permiso".

- "Señor, se objeta respetuosamente, nunca fue desterrado"

- "Puede ser -responde Luis XVI- pero sé lo que quiero decir" 

¡Una palabra más! Eso fue suficiente para que la reina y muchos otros frenaran repentinamente su ardor.

Desgarrado en varias direcciones, el gobierno busca a tientas y decide. Prohíbe a los periódicos atacar al anciano filósofo, luego revoca esta prohibición, por las quejas del clero. Si el rey permite que se predique a Voltaire en la capilla de Versalles, permite, a modo de compensación, que el director de los edificios de la corona encargue la estatua del hombre conocido como el patriarca de Ferney al escultor Pigalle.

voltaire in paris 1778
El Escritor francés de la Ilustración, Voltaire bendice al nieto de Franklin. Grabado.
El autor de Mérope y Zaire Sería muy feliz de arrojarse a los pies de Luis XVI, como se arrojó a los de Luis XV. El cortesano de Federico II y la gran Catalina siempre ha tenido pasión por las cabezas coronadas, aunque los demócratas algún día deberán erigir una estatua en su honor, Su felicidad sería tener permiso para reaparecer en el Palacio de Versalles, no como poeta, no como filósofo, sino como un caballero de cámara. ¿No exaltó, en muchas circunstancias, la justicia, la generosidad, la humanidad de aquel excelso Luis XVI, quien, en vez de incluir en sus edictos la vieja fórmula: "porque tal es nuestro placer” hubiera podido decir: "porque tal es nuestra sabiduría y nuestra amabilidad, si el pudor siempre compañero de la benevolencia le hubiera permitido estas expresiones?"

Nadie manejaba el incensario tan bien como Voltaire. El que se extasiaba con una Pompadour, una Du Barry, ¿Qué le diría a María Antonieta si la reina le permitiera ir a Versalles? Sería un delirio de admiración y gratitud. Pero Luis XVI sigue siendo inflexible. Al viejo filósofo no se le permitirá cortejar a su rey. Alguien le dijo para consolarlo de esta desilusión: "¡Qué bueno es que ustedes se aflijan! ¿Sabes lo que te habría pasado en Versalles? Te enseñare. El rey, con su habitual afabilidad, se habría reído en tu cara y hablado de tu cacería en Ferney; la reina de tu teatro; Monsieur le habría pedido que le diera cuenta de sus ingresos; Madame le habría citado algunos de sus versos; la condesa de Artois no te habría dicho nada; y el conde te hubiera hablado de la sirvienta".

Los aciertos del autor trágico compensarán la decepción del caballero de la sala. La primera representación de Irène tiene lugar, en el Français, el 16 de marzo, la tarde del día en que el duque de Borbón se enfrentó al conde de Artois. Voltaire, enfermo, no puede ir al teatro. Pero llega María Antonieta, seguida de toda la corte. La tragedia es débil. ¡Que importa! hay que aplaudirla, como si fuera una obra maestra. En cada acto, llega un mensajero para anunciar al autor que la obra hace maravillas. Pero todos los elogios que le prodigan sus aduladores no pueden devolverle la salud. Según Bachaumont, “esta famosa frase de un Padre de la Iglesia se puede aplicar a la futilidad de la reputación de tantos hombres ilustres e inmortalizados en este mundo inferior cuando arden en el infierno: "Laudantur ubi non sunt , cruciantur ubi sunt".

voltaire in paris 1778
Escena de la obra de Voltaire 'Irene' (1778)
La anécdota que le hubiera hecho temblar de alegría, si no hubiera estado tan enfermo, fue el espectáculo de la reina, lápiz en mano, pareciendo escribir los versos más bellos de la obra. Imaginamos que eran sobre todo las relativas a Dios ya la religión, de las que habla el poeta con gran edificación, las que hicieron exclamar a un bromista: "Es claro que se ha confesado". Sea como fuere, se ha presumido que Su Majestad quiso citarlas al rey, para justificar este anciano de la filosofía sobre sus verdaderos sentimientos.

Muy feliz por el éxito de su obra, Voltaire revive por tercera vez. Sólo sueña con tragedias; tiene obras nuevas en la obra, trabaja día y noche, y todos dicen que está impaciente por ir al teatro a agradecer él mismo al público. Tranquilizado por su autoestima, puede salir a dar una vuelta. Los caballos marchan, y una multitud de forma curiosa, siguen al patriarca de Ferney, como  una especie de procesión triunfal.

El conde de Mercy, que sabía de la aversión de Marie-Thérèse por el filósofo, escribió a la emperatriz el 20 de marzo: "La llegada del poeta Voltaire ha hecho que se cometa aquí la mayor extravagancia en forma de homenaje que queríamos para devolverle a este hermoso y peligroso espíritu. A uno le hubiera gustado que lo llamaran a Versalles y que allí recibiera una distinguida recepción. La reina fue instada a este efecto; pero Su Majestad se negó rotundamente y declaró que de ninguna manera deseaba a un hombre cuya moral había causado tantos problemas e inconvenientes" 

Si María Antonieta fuera amable con Voltaire, ¿a qué reproches no se expondría de parte de María Teresa? Se resigna, pues, a no ver al famoso anciano; pero está ahí, por ella, no importa lo que diga Mercy, una verdadera privación. Le gustaría poder presenciar el triunfo que se prepara para el autor de Mérope y la Henriade .

Es el lunes 30 de marzo de 1778. Voltaire ha fijado ese día para su visita a la Academia ya la Comédie Française. La Academia va a su encuentro para recibirlo, honor que nunca ha hecho a ninguno de sus miembros, ni siquiera a los príncipes extranjeros que asistieron a una de las sesiones. Lo llevan al asiento del director, donde le piden que se siente. Su retrato fue colocado encima del sillón, y la sociedad, en lugar de echarlo a suerte, como es habitual, lo nombra, por aclamación, director para el período de abril. Luego, dejó la Academia, entonces ubicada en el Louvre, y se dirigió a la Comédie-Française, instalada en el Palacio de las Tullerías, entre el Pavillon de l'Horloge y el Pavillon de Marsan, en la antigua Salle des Machines, donde se encuentra la Psique de Moliere.se había realizado bajo Luis XIV, y donde se sentará la Convención.

voltaire in paris 1778

Los accesos al Louvre y a las Tullerías están atestados de una inmensa multitud. Gritos de "¡Vive Voltaire!" resuena por todos lados. Cuando se baja del coche, apoyándose en dos brazos, para entrar en el teatro, la ternura y el entusiasmo están en su apogeo. Aparece en el vestíbulo y ocupa su lugar en el segundo, en el palco de los caballeros de cámara, entre la señora Denis y la marquesa de Villette. por la emperatriz Catalina su cuerpo esbelto y arqueado no es más que una envoltura ligera y casi diáfana, a través de la cual parece entreverse su alma, su espíritu, La exaltación no conoce límites. El piso está en convulsiones de alegría y entusiasmo. Todas las mujeres están de pie. El comediante Brizard se presenta en el palco de Voltaire y quiere ponerle una corona en la cabeza.

"¡La corona! la corona": exclama el público. Voltaire está llorando. "¡Oh! Dios -dijo- ¿quieres hacerme morir de placer?" Tomó la corona en su mano y se la ofreció a Madame Denis, quien la rechazó. Entonces el Príncipe de Beauveau tomó el laurel y lo volvió a poner sobre la cabeza del llamado Sófocles. Estalla un trueno de aplausos; entonces, comenzamos la tragedia de Irene. Nadie está escuchando, pero los vítores son cada vez más fuertes. Todos los ojos están fijos en Voltaire. Lo vemos como un semidiós. Una vez terminada la pieza, llevan su busto al centro del escenario. El actor Brizard, disfrazado para el papel de Léonce en Irène, es decir, como monje de Saint-Bazile, coloca la primera corona en el busto. Los otros artistas siguen este ejemplo; luego la señora Vestris recita este verso que acaba de improvisar el señor de Saint-Marc:

"A los ojos del París encantado, 
recibe en este día un homenaje 
que te confirmará de edad en edad.
La severa posteridad. 
No, no es necesario llegar a la orilla negra, 
Para disfrutar de la dicha de la inmortalidad.
Voltaire, recibe la corona 
que te acaban de regalar; 
Es bueno merecerlo"

El público está delirando. El busto permanece en el escenario, todo cubierto de laureles, mientras se presenta la pieza Nanine, que no está mejor interpretada que Irene, y que es igualmente aplaudida.

voltaire in paris 1778

Durante este tiempo, María Antonieta está muy cerca, en la sala de la Ópera, en el Palais-Royal. Se dice que dejó Versalles para ir a la Comédie-Française; pero que en el camino recibió una orden del rey prohibiéndole estar presente en el triunfo de Voltaire. Por lo tanto, es en la Ópera donde pasa la noche. Pero el conde de Artois, que la acompaña, la deja un momento para presentarse en la Comédie-Française. Llegó allí, en el momento mismo de la apoteosis, y envió a su capitán de la guardia, el Príncipe d'Hénin, al palco de Voltaire, para decirle en su nombre el placer que había tenido en unir su homenaje a los de la Nación.

La noche ha terminado. Cuando el viejo poeta sale de la habitación, la gente grita: “¡Antorchas! antorchas!" Que todo el mundo pueda verlo, Regresado a casa como un anciano triunfante roto por tantas emociones. Vuelve a llorar. "Si hubiera previsto -dijo con modestia- que me tenían que hacer tantas locuras, no lo habría hecho. no hubiera ido al teatro!"

Sus admiradores fácilmente podrían asegurarle una brillante recepción en el teatro, pero estaban ansiosos ya que esperan por sobre todas las cosas obtener para él una entrevista privada con la reina. María Antonieta se encontraba en un dilema. Su hermano José, un año antes, le había advertido en contra de dar estimulo para un hombre cuyos principios se merecía la reprobación de todos los soberanos. El mismo, aunque a su regreso a Viena, había pasado por ginebra, evito una entrevista con el filósofo, mientras que su madre fue mucho más explícita en condenar su carácter. Por otro lado, María Antonieta aun no había aprendido el arte de negarse, cuando quien solicito un favor tenía acceso personal a ella, el clan polignac; y tenía también curiosidad por aquel hombre cuya fama literaria se contabilizo como una de las principales glorias de la nación y la edad. María Antonieta sin embargo cedió a su objeciones, se negó varias veces a ofrecer un recepción privada con ella. 

¡Qué espectáculo filosófico lleno de enseñanzas que el de este hombre tan débil en medio de tantas ovaciones! Buenas gentes, aplaudid, todos vuestros vítores no aumentarán ni una hora, ni un minuto, esta apresurada existencia. La frágil máquina está dislocada. Solo queda un poco de aceite en la lámpara. El incienso que tanto quemas a los pies de tu ídolo te hace olvidar por un momento al pobre filósofo que es viejo, que está enfermo, que es mortal, que se va a morir. Pero ahí está la naturaleza, que se encarga de recordarle rápidamente la triste verdad. ¡Ay! este triunfo de Voltaire, ¿no es la imagen del mundo con sus vanidades pueriles o seniles, sus alegrías adulteradas, sus locas ilusiones? No hay nada patriarcal en el patriarca de Ferney. Un poco de virtud es mejor que tanto ingenio. 

voltaire in paris 1778

Voltaire debe comprender, como Salomón, la nada de las cosas aquí abajo. De esta gran llama de entusiasmo que arroja tan ardientes destellos sobre su rostro demacrado, ¿qué le quedará ahora? Nada, nada, ni siquiera un poco de humo. ¡Qué rápido se desvanecen estas ovaciones sonoras! La apoteosis de Voltaire es el signo de los tiempos, el viejo mundo se derrumba; es la vieja sociedad francesa aplaudiendo su propia ruina; es una multitud de saboteadores que se juntan para construir juntos una estatua. Una nobleza imprevisora ​​y desconcertada se apasiona por las causas y los autores de su inminente condena. 

La guerra americana les fascina. Rousseau, Voltaire, Beaumarchais son sus dioses. La ola revolucionaria se levanta sin cesar. No son solo los reyes, también son las pocas personas que, antes de su caída, son arrastradas fatalmente por el espíritu de la temeridad y el error. Hay momentos en que las sociedades se tambalean como borrachos, en que ya no conservan ni la conciencia de sus intereses ni de sus deberes; donde, como los ídolos de la Biblia, tienen ojos para no ver, oídos para no oír, y donde comienzan a arrojar de sus propias manos, con una especie de rabia, el edificio que les servía de refugio.

Voltaire iba a morir. Si Dios le hubiera concedido unos años más de existencia, habría sido el primero en maldecir esta revolución de la que involuntariamente fue el precursor. Este amigo de reyes, grandes señores y grandes damas habría retrocedido horrorizado al ver las ruinas que había hecho. Tal vez se habría convertido en un buen cristiano. Los filósofos, que se habían enfurecido con su confesión, hicieron todo lo posible para impedir que se confesara una vez más. 

voltaire in paris 1778
Coronación de Voltaire en el Theatre Francais - Escuela de Francés
El mariscal de Richelieu le había aconsejado que tomara láudano para calmar su dolor. Una dosis demasiado fuerte, y cayó en un entumecimiento que anunció la muerte. Pocas horas antes de exhalar su último suspiro, vio al cura de Saint-Sulpice y al abate Gautier. Si hubiera querido, no lo haría. no habría estado en condiciones de hacer una confesión. tuvo fuerzas para decir al marqués de Villette, al ver a los dos eclesiásticos: "Tenga a estos señores mis respetos"

El Príncipe de Ligne, que lo conocía bien, dijo de él: “¡Oh! ¡Qué justo y sublime es el señor de Chateaubriand sobre el señor de Voltaire! Nos lo muestra como un impío inconsistente, un anticristiano circunstancial; pero lo que informa a favor de la religión podría hacer un libro de oraciones. En cuanto a mí, si hubiera sido tan buen cristiano como lo soy ahora, y no tan joven como cuando estaba en Ferney, apuesto a que lo habría reconciliado con Jesucristo, especialmente diciéndole que sus tontos enemigos nunca lo hicieron. No lo creo, y la gente decía por todas partes que era judío. Al día siguiente, calumnia contra los judíos, los incrédulos. El padre Adán, habría dicho, deja a tus hijos allí; dime la misa, yo creo en ella, e iré todos los días".

Voltaire murió el 30 de mayo de 1778, entre las diez y las once de la noche. Todo París estaba todavía a la puerta de su casa cuando su cuerpo ya había sido retirado y transportado en secreto a la Abadía de Sellières, donde fue enterrado. Las órdenes dadas para su entierro habían estado envueltas en el mayor misterio, tan temidas eran las querellas de los filósofos y del clero.

El gobierno, para evitar la agitación, prohibió a los actores representar obras de Voltaire, a los periodistas hablar de su muerte, para bien o para mal; maestros para que sus alumnos aprendan de sus versos. Madame du Deffand escribió a Walpole: "Realmente, olvidé un dato importante, que es que Voltaire está muerto, no sabemos ni la hora ni el día; hay unos que dicen ayer, otros anteayer".

mort voltaire 1778
Placa de Romance of Madame Tussaud's (1921): el "Sócrates moribundo" era una pieza muy conocida; presumiblemente fue destruido en un incendio en la fábrica de cera en Baker en 1925
En la Correspondencia secreta publicada por M. de Lescure, leemos, el 2 de julio de 1778: "Les diré que nuestros parisinos no son más sabios con respecto a Franklin que lo que fueron con Voltaire, de quien no han hablado desde el día después de su muerte... Nunca seremos razonables; las virtudes y felices cualidades de nuestra nación estarán siempre equilibradas por una ligereza, una inconsistencia y un entusiasmo demasiado excesivo para ser duradero"

No es a la virtud que hay que decir: "Tú eres sólo un nombre", es a la gloria. Cansado durante casi un siglo todos los ecos del ruido de tus éxitos, en un día, en una hora, eres olvidado, y el transeúnte distraído ni se molesta en echar una mirada a la casa donde le devolviste el alma. Estos atenienses modernos, estos parisinos frívolos y versátiles, nunca pueden mantener el mismo ídolo por mucho tiempo. Los hombres y las cosas olvidan todo con la misma rapidez.

death voltaire 1778

En medio de las ruinas de las Tullerías, el sitio donde se instaló la Comédie-Française en el momento del triunfo de Voltaire; donde se sentó la Convención desde el 10 de mayo de 1793 hasta el 26 de octubre de 1795, el final de su sangrienta sesión; donde tantas sesiones tuvieron lugar terrible: 31 mayo, 9 Termidor, 12 Germinal, 1 Prairial, 13 Vendémiaire. Se pregunta qué queda de todo eso. El público, hastiado de tantos desastres, ya ni siquiera se conmueve con las ruinas. Este espectáculo de vergüenza y desolación no lo toca. Se ha acostumbrado a estos escombros, y los considera como los de la primera casa que vino, que habría caído, con tantas otras, bajo el pico de los demoledores. Para él, estas piedras calcinadas, estas piedras elocuentes permanecen en silencio. La historia no tiene para la multitud ni recuerdos ni lecciones, e indiferentes a sus propios destinos, los pueblos que apenas se preocupan por el día mismo, no piensan ni en el día anterior ni en el mañana.

domingo, 29 de julio de 2012

DESPEDIDA DE MARIE ANTOINETTE DE SU AUSTRIA (1770)


Para el delfín y la corte real se confecciona nuevos trajes de gala, bordados con preciosa pedrería; el gran pitt, el más soberbio diamante de aquel tiempo, adorna el sombrero de bodas de luís XVI, y con igual lujo prepara María teresa el equipo de su hija: encajes tejidos especialmente en malinas, los más delicados lienzos, sedas y joyerías. Todo porque ya es la hora de la entrega oficial de Marie Antonieta como futura delfina de Francia.

Luis augusto por su parte está confundido, nunca ha visto a su futura esposa y tiene miedo de no agradarle, el sabe que ella es bella y que se desenvuelve con mucha gracia, encantando a todos, mientras que el es torpe.


Por último, llega a Viena el embajador Durfort, encargado de solicitar a la novia. El 17 de abril de 1770 María Antonieta jura sobre los evangelios renunciar a la sucesión hereditaria, tanto materna como paterna ante un crucifijo y cirios encendidos. Seguidamente vienen las felicitaciones, primero de la corte, de la universidad y del ejército, recepción y baile para tres mil personas en el Belvedere, otra nueva recepción para los mil quinientos invitados del palacio de Liechtenstein.

El 21 de abril una cena familiar para la despedida solemne en medio de una doble fila de soldados entre abrazos y lagrimas María Antonieta atraviesa la fila, sube a la carroza y parte hacia su nueva vida en Versalles.

María teresa como presintiendo que algo está por suceder, pues como gran conocedora de caracteres acerca de su hija tardía María Antonieta; sabe las buenas cualidades de su hija más joven -su gran bondad y cordialidad, su puro y alegre buen sentido, su natural humano y sincero-, pero conoce sus peligros: su falta de madurez, su aturdimiento, su ligereza, su inconsecuencia.


Para estar más cerca de ella, para formar en el último momento una reina con esta ardiente bestezuela silvestre, hace que María Antonieta duerma en su propia habitación los dos últimos meses antes de su partida; con largas conversaciones, procura prepararla a desempeñar su alto puesto; y para obtener la ayuda del cielo, lleva consigo a la niña a una peregrinación a Mariazell. Pero a medida que está más próxima la hora de la despedida, más intranquila se siente la emperatriz. Un oscuro presentimiento le turba el corazón: el presentimiento de una desgracia futura, y emplea todas sus fuerzas en desechar las tenebrosas potencias. Antes de la partida entrega a María Antonieta su amplio directorio de conducta y exige de la descuidada niña el juramento de que lo leerá cada mes concienzudamente. Aparte la misiva oficial, escribe además una carta particular a Luis XV en la cual la anciana dama conjura al anciano rey para que tenga indulgencia con el infantil aturdimiento de la joven de catorce años. Pero ni aun con eso se acalla su interna intranquilidad.

Aún no puede haber llegado a Versalles María Antonieta cuando le repite ya la advertencia de que consulte aquel escrito admonitorio. «Te recuerdo, mi hija querida, que el 21 de cada mes vuelvas a leer aquella hoja. Te suplico que seas fiel cumplidora de este deseo mío: no temo para ti más que tu negligencia para orar y hacer lecturas, y los descuidos y pereza que vendrán de ello. Lucha contra todo esto... y no olvides a tu madre, la cual, aunque alejada, no cesará, hasta su último aliento, de estar preocupada por ti.» En medio del júbilo universal por el triunfo de su hija, la anciana señora va a la iglesia y suplica a Dios que aleje el daño que ella sola, entre todos, presiente.

Aquel día de primavera, en la despedida la emperatriz abrazo a su hija y le dijo estas conmovedoras palabras: “adiós, mi querida hija. Una gran distancia nos va a separar… hacer tanto bien a los franceses que puedan decir que les he enviado un ángel”. Luego se derrumbó y se echó a llorar. Joseph Weber, un testigo de la despedida comento: “cubría sus ojos, a veces con un pañuelo, a veces con sus manos; de vez en cuando miraba por la ventana para una última mirada a su palacio ancestral, donde no volvería a poner los pies…”.

Al salir de los palacios de Viena, María Teresa escribió la siguiente carta para el futuro marido de su hija: “su novia, querido delfín, se separa de mí. Ella ha sido mi delicia, por lo que será ella ahora su felicidad. Para este fin la he educado; porque yo he sido consciente de que ella iba a ser su compañera de toda la vida. He ordenado a ella, que entre en sus más altas funciones, la oferta de fijación más adaptado a su persona, la mayor atención a cada cosa que pueda agradar o hacerlo feliz…”



Mientras la gigantesca cabalgata -trescientos cuarenta caballos que tienen que ser mudados en cada casa de postas atraviesa lentamente Austria y Baviera, y, al cabo de innumerables fiestas y recepciones, se acerca a la frontera, carpinteros y tapiceros martillean en la isla del Rin, entre Kehl y Estrasburgo, construyendo una extraña edificación. En este punto, los grandes maestros de ceremonia de Versalles y Schoenbrunn han obtenido su mayor triunfo; después de infinitas deliberaciones acerca de si la entrega solemne de la novia debe verificarse en territorio aún austríaco o ya en tierra francesa, alguien de entre ellos, muy ladino, encuentra la salomónica solución de que el acto tenga lugar en una de las deshabitadas islitas de arena del Rin entre Francia y Alemania; por tanto, en un país de nadie: un milagro de neutralidad; se construye allí, para la entrega solemne, un pabellón especial, de madera; dos antecámaras por el lado de la orilla derecha del Rin, que María Antonieta pisará aún como archiduquesa: dos antecámaras por la orilla izquierda, por las que, después de la ceremonia, saldrá como delfina de Francia; en medio, el gran salón para la solemnidad de la entrega, en la cual la archiduquesa se convertirá definitivamente en la heredera del trono de Francia. Preciosos tapices del palacio arzobispal cubren las paredes de madera construidas a toda prisa; la Universidad de Estrasburgo presta un baldaquín; la rica burguesía de la ciudad, su mejor mobiliario. Penetrar en este santuario de regio esplendor está, naturalmente, vedado a miradas no aristocráticas; no obstante, un par de monedas de plata hacen indulgentes en todo lugar y tiempo a los guardianes, y de este modo, varios días antes de la llegada de María Antonieta, algunos estudiantes alemanes se deslizan en los salones semiterminados para satisfacer su curiosidad. Mas poco después se acerca la «poderosa ola de nobleza y esplendor» del cortejo nupcial y, con alegres conversaciones y gozosos dichos, inunda aquel decorado recinto sin sospechar que, pocas horas antes, los videntes ojos de un poeta han descubierto en aquellos abigarrados tejidos el hilo negro de la fatalidad.

María Teresa entrega a Maria Antonieta para comenzar su viaje rumbo a Francia - Alegoría
donado a la duquesa de Chartres.
La entrada de María Antonieta debe significar la despedida de todos y de todo lo que la liga con la Casa de Austria; también aquí los maestros de ceremonia han imaginado un símbolo especial: no sólo no le es permitido a nadie de su acompañamiento austríaco ir con ella más allá de la invisible línea fronteriza, sino que la etiqueta llega hasta requerir que no conserve su desnudo cuerpo ni una sola hebra de los tejidos de su patria, ni zapatos, ni medias, ni camisa, ni cintas. Desde el momento en que María Antonieta llega a ser delfina de Francia, sólo le es lícito envolverse en telas de procedencia francesa. Es así como la joven de catorce años, en la antecámara austríaca, delante de todo el acompañamiento de su país, tiene que desnudarse por completo; en cueros vivos, brilla durante un momento, en el oscuro recinto, el delicado y apenas florecido cuerpo de la muchacha; después le imponen una camisa de seda francesa, enaguas de París, medias de Lyon, zapatos del zapatero de la corte, encajes y lazos; no le es dado conservar ningún recuerdo querido, ni un anillo, ni una cruz; ¿no se vendría abajo el mundo de la etiqueta si la niña guardara un solo broche o una cinta que le gustara? Ni uno solo de los rostros familiares para ella desde siempre, será, desde ahora, lícito que vuelva a ser visto a su lado por la princesita. ¿Es, pues, milagro, sabiendo todo esto, que, lanzada tan de repente en la existencia extranjera, la muchachilla, espantada de toda esta pompa y vanas ceremonias, rompa a llorar como una niña? Pero al punto tiene que volver a hacerse dueña de sí, porque los transportes de sensibilidad no son admisibles en un matrimonio político; al lado, en la otra sala, espera ya el acompañamiento francés, y sería vergonzoso acercarse a este nuevo séquito con húmedos ojos enrojecidos y llena de espanto.


El jefe de la comisión austríaca, el conde de Starhemberg, le tiende la mano para dar el paso decisivo, y, vestida a la francesa, seguida por última vez por su séquito austríaco, austríaca también ella por dos últimos minutos, penetra en la sala de la entrega, donde, con gran pompa y suntuosidad, la espera la delegación borbónica. El representante de Luis XV pronuncia un solemne discurso, y se da lectura al protocolo; después -todo el mundo retiene el aliento, da comienzo la gran ceremonia. Está concertada paso a paso, como si se tratase de bailar un minué, y ha sido ensayada y aprendida antes por los que participan en ella. La mesa en medio del recinto representa simbólicamente la frontera. De un lado están los austríacos; del otro, los franceses. Primeramente, el representante austríaco, conde de Starhemberg, deja libre la mano de María Antonieta; en su lugar, se apodera de ella el representante francés, y con paso solemne conduce lentamente a la trémula doncella alrededor de la mesa. Mientras ocurre esto, en minutos bien calculados, se retira lentamente, andando de espaldas hacia la puerta de entrada, el séquito austríaco, al mismo compás con el cual la suite francesa avanza hacia la futura reina, en forma que, justamente en el momento en que María Antonieta se halla en medio de su nueva corte francesa, la austríaca ha abandonado ya la sala. Silenciosa, ejemplar, espectral y magníficamente se desenvuelve esta orgía de etiqueta; sólo que en el último momento la emocionada muchachita no puede soportar más esa fría solemnidad. Y en lugar de recibir serena y glacialmente la devota reverencia de su nueva dama de honor, la condesa de Noailles, se arroja, sollozando y como pidiendo auxilio, en sus brazos: bello y conmovedor ademán de abandono que los grandes maestros del ceremonial de uno y otro lado habían olvidado prescindir. Pero el sentimiento no figura en los logaritmos de las reglas de corte. Ya espera fuera la encristalada carroza; ya suenan las campanas de la catedral de Estrasburgo y retumban salvas de artillería; mientras rompen a su alrededor oleadas de aclamaciones, María Antonieta abandona para siempre las dichosas costas de la niñez: comienza su destino de mujer.