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domingo, 7 de enero de 2024

ADIOS A TRIANON (1789)

last visit of Queen Marie Antoinette to the Trianon 1789

Tenía tiempo de sobra para estar a solas con sus pensamientos aquella tarde en el pequeño Trianon. La reina se había ido por su cuenta a su pequeña gruta, dispuesta a disfrutar del lujo poco común de la soledad y dejar a sus damas de honor vagar por los jardines y los curiosos en el precioso salón lleno de luz. Era un día hermoso, soleado y luminoso, con unas pocas lluvias ocasionales. Nunca se había preocupado por la lluvia y aunque se acomodó en los escalones de pierda que conducía desde el castillo a los jardines, tomo el suave chal por los hombros y mantuvo la sombrilla de seda morada cerca de su mano, por si acaso.

Dio un suspiro de satisfacción, mientras miraba alrededor de los jardines, disfrutando del aire fresco, el sonido lejano de los pájaros y la música de piano que flotaba por debajo de una de las ventanas abiertas detrás de ella. Fue un día perfecto, un momento perfecto. Camino a través de la hierba para el Belvedere, un pequeño pabellón blanco al lado del lago, que fue decorado en su interior con diseños bonitos, caprichosos arabescos en las paredes y un cielo con nubes pintadas en el techo.

Fue un día glorioso, el sol lanzaba destellos sobre el suelo de mármol y los únicos sonidos que se escucharon fueron las abejas zumbando alrededor de las últimas rosas fragantes del verano, los pájaros cantan en los árboles y los suspiros apagados de la reina, sentada en la cercana gruta de ensueño.

Se sentó en el sofá de seda verde cubierto que estaba en el centro del pabellón y sin hacer nada saco una revista de moda. Dejo caer algunas páginas de su mano y apoyo la cabeza contra el sofá, cerrando los ojos mientras respiraba el aire fresco del otoño y el aroma voluptuoso de las flores que estaban en todas partes en el Trianon. Todo parecía a un millón de millas lejos de los problemas de parís y las tensiones de los últimos meses y de pronto comprendido porque estaba tan apasionadamente unida a su pequeño castillo y le gustaba pasar tanto tiempo aquí, especialmente desde la triste perdida de su hijo mayor, el delfín a principios de ese año.

last visit of Queen Marie Antoinette to the Trianon 1789

La tranquilidad de miel de esta escena fue roto por un grito desde la dirección del Trianon. Uno de los pajes de la reina salió corriendo hacia el Belvedere. Mientras corría se le cayó el sombrero y lo dejo detrás de él. Aterrorizado, con los ojos oscuros, con miedo y con un grito de alarma corrió al encuentro de una de las damas de honor.

“debemos alertar a la reina de inmediato! Las mujeres de parís están marchando hacia Versalles. Ellas estarán aquí en solo unas pocas horas. Madame, tienen la intención de matar a la reina y tomar el resto de la familia real y llevarlos a parís”.

La dama lo miro sin comprender el horror. “mon dieu, debe ser un error”, suspiro, sabiendo que todo el tiempo se hablaba de la amenaza muy real de que el pueblo de parís plantea sobre Versalles.

“no hay error, señora, -respondió el muchacho, limpien adose las lágrimas con el dorso de la manga. Todo protocolo se olvidó en aquel momento – el señor Saint-Priest me ha enviado”. El conde Saint-Priest fue uno de los ministros del rey y eras muy respetado en la corte: “he dado instrucciones para que la reina vuelva a Versalles los más rápido posible”.

last visit of Queen Marie Antoinette to the Trianon 1789

Llegaron a la gruta –“usted debe esperar aquí mientras yo voy a buscarla”. El joven se apoyó contra el árbol mientras la dama abrió camino a través de las ramas que colgaban a la gruta que se escondía en su interior. En la distancia se podía escuchar los gritos de otras damas que con la difusión de la noticia corrían por el césped para ayudar a la reina.

“su majestad” el interior estaba oscuro. “¿Quién es? -la voz de la reina resonó imperiosamente- pensé que había dado órdenes que no me molesten en ningún caso?”. Dio un paso adelante dela oscuridad, su vestido de muselina que brillaba en la luz del sol verde y misterioso que flotaba a través de los árboles de arriba: “¿y bien? ¿Qué es?”.

“soy la marquesa de Vautiere- haciendo una reverencia apresurada- lo siento señora, pero usted tiene que regresar al palacio de inmediato, la gente marcha desde parís”.

“la gente marcha desde parís? -repitió ella, levantando la mano para agarrar el chal fino que había envuelto alrededor de sus hombros- ¿Qué quieres decir?”. Ella la miro sorprendida la miro como si ella no entendiera muy bien lo que estaba diciendo.

last visit of Queen Marie Antoinette to the Trianon 1789

“señora, están llegando a Versalles. Usted está en el peligro más grave aquí y debe regresar al palacio donde puede estar bien custodiada”.

La reina dio un paso adelante y sostuvo las ramas de modo que podía caminar a través. Con paso ligero monto al carruaje que estaba esperando por ella. “he olvidado algo…” -María Antonieta murmuro, poniendo su mano en la manija de la puerta dorada.

- “señora, no hay más tiempo” “uno de los lacayos puede volver por él”. El carruaje se apartó y la reina miro por las ventanas con nostalgia a aquel rincón adorado tanto y que le había traído tanta felicidad, seco sus lágrimas y se restó contra el asiento, mirando con desinterés a los altos álamos. “¿porque tengo la sensación de que nunca voy a ver a mi pobre Trianon a través” -pregunto con un tono lastimero.

“estoy segura de que usted será capaz de volver mañana, señora, esto será una falsa alarma”. La reina volvió a mirar a través de la ventana los jardines que se estaban envolviendo en una bruma gris de otoño que se cernía sobre las copas de los árboles altos. Sus presentimientos eran ciertos, estos serían sus últimas miradas para aquel palacete querido. Aquella seria su última estancia, están terminadas para siempre los días de Trianon.

domingo, 4 de junio de 2023

HUYEN LOS AMIGOS: LOS POLIGNAC Y EL CONDE ARTOIS SON ENVIADOS AL EXILIO (16-17 JULIO 1789)

duchesse de polignac

La toma de la bastilla molesta a un gran numero de nobles que conocía la pobreza de la gente común Y temía la venganza si el poder real era insuficiente para controlar los impulsos de la multitud. Cundió el pánico y muchos de los cortesanos huyeron para salvar su vida. “ yo estaba asustada y el pensamiento a partir de entonces de la nada fue dejar francia” -escribió Madame Vigee Le-brun.

El 14 de julio, Luis XVI perdió la bastilla, el 17 se desprendió además de toda su dignidad, inclinándose tan profundamente delante de sus adversarios, que la corona rodó por el suelo desde su cabeza. Ya que el rey ha hecho su sacrificio, no puede Maria Antonieta negarse a realizar el suyo. también ella tiene que aportar un testimonio de buena voluntad apartándose de aquellos a quienes el nuevo señor, la nación, detesta de modo más justo: de sus compañeros de diversiones, los Polignac y el conde Artois. Para siempre deben ser proscritos de Francia.

Tan pronto como se anunció el motín parisino en Versalles, un terror de pánico, un pavor inimaginable se apodero de todos. Pocos retienen energía y firmeza. Gritos de muerte resuenan: “¡abajo la reina, abajo los Polignac!” a cada momento hay noticias espantosas; se traen listas de proscritos; todos los hombres de la compañía de la reina están registrados allí.

En el Palais Royal, el conde Artois y Madame Polignac son quemados en efigie; se promete una gran recompensa a quien traiga la cabeza al café Du Caveau. La literatura de panfletos transforma a María Antonieta y a la Polignac en monstruos. En “Les Intrigues Du Cabine de la Duchesse de Polignac”, Yolanda es el alma de la conspiración que pondrá a parís a fuego y sangre. Otro libelo “Les Imitateurs de Charles Neuf”, vemos a la reina y a Yolanda comentando sobre los acontecimientos, regocijándose ferozmente:

-“es a la gente a la que odio –dice María Antonieta- a quienes pretendo hacer sentir mi poder. Quiero aplastarlos bajo el peso de mi odio… ¡con gusto me bañaría en su sangre! Vería con mis ojos sus restos palpitantes…”

A lo que Madame Polignac responde: “¡con que intensidad siento tu ira! Ella me anima y me impulsa… no fracasemos en nuestra gloria; aplastar al vil pueblo. ¡Oye! ¿Qué nos importa, de hecho, la destrucción de unos pocos hombres?...”

duchesse de polignac
La duquesa de Polignac, el conde Artois y el Abad Vermond (folleto) son culpados por la retirada de Necker
En parís se exhibieron pancartas reclamando la cabeza del conde Artois. El odio popular, hábilmente dirigido por los secuaces del duque de Orleans, se cristalizo en él. Se le  imputa un delito contra el pueblo, el hecho de haber votado en contra de la duplicación del tercer estado. Danton fue el más inteligente de todos los agitadores; sabia como hacer que la gente se enojara mientras los hacia reír:

-“¿usaremos la escarapela vede como nuestros colores ciudadanos? ¡Nunca! Eso son los colores del conde Artois y él es uno de los malditos aristócratas que no arrebatan el pan dela boca, ciudadanos, para desfilar en su gloria. No, que nuestros colores sean los de nuestro amigo Monsieur de Orleans: el tricolor, azul, blanco y rojo. Aquí tengo una lista ciudadanos. Contiene los nombres de los traidores del país. Artois está en esta allí”.

Se publica “la confesión general de su serena alteza Monseñor el conde Artois”. Su lectura es edificante: “adulterio, casi homicida (se autodenomina), viole los derechos más respetables, los de la fraternidad y los cónyuges. Los hijos de Francia son frutos ilegítimos de mi romance con María Antonieta, ese monstruo que apoyo mis opiniones criminales, ayudándome a abrir un camino que podría llevarme al trono. La execrable Polignac, ese odiado monstruo, adorado por la reina, a la que hizo adoptar sus infames gustos, se dividía entre ella y yo, y habíamos formado, por este encuentro íntimo, el trió más espantoso. Nada le cuesta  a esta arpía, juntos agotamos Francia…”

La mafia estaba decidida a asestar muertes salvajes a aquellos a quienes odiaba. Versalles estaba alarmado. Recordaron a De Launay, el gobernador de la bastilla había perdida la cabeza. Llegan historias terribles de parís. Foulon, ex ministro de finanzas, había sufrido una muerte violenta. La gente lo odiaba porque lo culpaba por los impuestos y se había susurrado que una vez había hecho la declaración inhumana de que si la gente tenía hambre debería comer heno. Lo colgaron de una farola y le llenaron la boca de heno, antes de cortarle la cabeza y pasear con ella por las calles. La misma suerte le ocurrió al yerno de Foulon, Berthier de Sauvigny.

El odio fue a tal grado que incluso una mujer fue acribillada en su carruaje, la turba enfurecida la confundió con Madame Polignac. “es muy difícil para mí pintarte Versalles –escribe Diana de Polignac a Madame de Sabran- las angustia y la ansiedad reinaba en todas las almas, cada minuto aumentaba el miedo y el horror de la posición general y especialmente de la nuestra. Recibimos advertencias frecuentes de que estábamos en mayor riesgo; el dinero lo hace todo porque ha convencido de que una familia de gente decente, reconocida como tal durante quince años, merecía la muerte”.

El duque de Polignac y Diana estaban realmente asustados y quieren salvar a Yolanda del odio desatado y del cuchillo de un probable asesino. Es difícil devolverle la razón: cree que es su deber morir con María Antonieta. Su conciencia pura le impide tener el menor miedo, porque no sabe que el pueblo intoxicado ya no tiene frenos.

exile duchesse de polignac
Detalle de una miniatura de Ignazio Pio Vittoriano que representa a la duquesa de Polignac
Al duque le dieron cuenta de todo lo que se decía, le propusieron que se fuera. Ante el rey expreso su deseo de marcharse, la reina rompió a llorar, Luis XVI le dijo: “quieren irse –y apretando la mano del duque- ¿entonces toda la gente honesta quiere abandonarnos?”.“no señor -respondió-  si usted da órdenes nos quedaremos, si cree qué somos útiles para su  majestad. Conoce el fondo de nuestro corazón, nuestra gratitud y nuestra fidelidad, nada nos asustara. ¡Si supiera lo que nos cuesta dejarlos! El motivo que nos determina es el mejor interés de la reina, no el nuestro”.

En la noche del 15 al 16 de julio, Luis XVI celebro un concilio extraordinario. Se decidió destituir cuanto antes al conde Artois, al príncipe de Conde y a los Polignac, para salvarlos de la venganza revolucionaria, pero también de una ilusoria preocupación por el apaciguamiento. Por los tanto, el conde Artois recibió la orden formal de marcharse al extranjero. el marqués de Sérent, gobernador de los hijos del conde de Artois, se dirigió a petición de éste al dormitorio de la reina, donde encontró al rey, a la reina, Monsieur, a Madame Adelaida, Madame Victoria y Madame Élisabeth. viene a buscar un pasaporte para los dos niños de los que es responsable, los duques de Angoulême y Berry, a quienes debe llevar a Chantilly por una ruta separada de que tomó su padre. Sérent nota que el rey, al entregarle el pasaporte, parece ausente y tartamudea en lugar de hablar.

El duque y duquesa fueron informados de la decisión. María Antonieta estaba llorando. ¡Les ruega que se vayan sin demora, esa misma noche! Se niegan obstinadamente a hacerlo. La reina expone los peligros que amenaza a su amiga. La reina sin saber cómo convencerla y temblando de ver demorada su partida, dijo en un torrente de lágrimas: “el rey se va mañana a parís… temo todo, en nombre de nuestra amistad, vete, todavía hay tiempo para escapar de la furia de mis enemigos; al atacarte, me atacan a mí, no seas víctima de tu apego y mi amistad”.

El rey entra en ese momento: “ven, señor, ayúdame a persuadir a estas personas honestas, a estos amigos fieles, que deben dejarnos”. Luis XVI insta a los Polignac a seguir este consejo: “mi cruel destino me obliga a apartar de mi a todos aquellos a quienes aprecio y amo: acabo de ordenar al conde Artois que se vaya; te doy la misma orden, no pierdas ni un momento…”.

En el afecto general, Vaudreuil se benefició, según Leonce Pingaud, sino de un retorno al favor, al menos de una reparación “que de antemano hizo su exilio menos amargo”. El propio Vaudreuil relata: “cundo llegue a la reina, me arrodille en el suelo y balbuceé unas palabras de despedida. Su rostro se dignó inclinarse hacia el mío. Sentí sus lágrimas rodando por mi frente: “Vaudreuil”, me dijo con voz ahogada, con una voz cuyo acento siempre quedara en mi memoria, “tienes razón, Necker es un traidor, estamos perdidos”. Mire hacia arriba con pavor para mirarla. Ya había recuperado su aire de calma y serenidad. La mujer se había traicionado a si misma delante de mí solo; el resto de la corte solo vio al soberano”.

El rey no pudo contener sus lágrimas al despedirse de los Polignac. Para María Antonieta, la situación en la que fue en este momento es indescriptible. Vaudreuil debe llevarse a Madame Polignac, que se ha desmayado. Tras estas despedidas, la reina deberá resistir las ganas de volver a besar a Yolanda. Aquellos compañeros de sus años más bellos y despreocupados. Han participado locamente de todas las locuras de la reina, la Polignac ha compartido todos los regios secretos, ha educado a sus hijos y los ha visto crecer. Ahora tiene que partir. ¿Cómo no reconocer que esta despedida es al mismo tiempo, un adiós a la propia descuidada juventud? están terminadas las horas sin preocupación, están terminados los días de Trianon.

Necker a pesar del entusiasmo que su regreso produjo en el pueblo, se sintió mortificado por haber perdido la confianza del rey. “percibo –dijo- que los consejos del rey se regían mas por los consejos del favorito de la reina, el abad Vermond, que por los míos. Es recomendable, por la seguridad y la tranquilidad de su majestad y los asuntos nacionales, sugiero humildemente la prudencia de enviarlo lejos de la corte, al menos por un tiempo. Pero si sus majestades siguen siendo guiados por otros y no siguen mis consejos no puedo responder por las consecuencias”.

L'abbé de Vermond
Caricatura que muestra al L'abbé de Vermond, lecteur de Marie-Antoinette como el padre de todos los vicios y un espía al servicio de los austriacos
Al abad Vermond se le acusa de haber participado en el complot para derrocar a Necker, se habla como de un asesor peligroso para la nación al servicio del partido austriaco. María Antonieta estaba preparada y totalmente indiferente ante la privación de su tutor: “pienso -dijo- que Vermond se volvería odioso para el orden actual de las cosas, simplemente porque había sido un sirviente fiel y por mucho tiempo de apego a mi interés; pero puede decirle al señor Necker que el abad se va de Versalles, esta misma noche, por orden expresa amia, para Viena”. El hombre que había sido su tutor, y que, casi desde su niñez, nunca la abandono, la constante confianza durante dieciséis años, ahora fue expulsado sin un aparente pesar.

La partida del lector de la Reina, ganada a los intereses austríacos, irrita a Mercy. En su carta al emperador José II, el embajador evoca el odio del que es objeto la reina: "El despacho que se le imputa haber hecho a Vuestra Majestad de varios cientos de millones, la petición de un ejército imperial para oponerse a la nación y ideas tan absurdas han causado una profunda impresión [...] La reina sostiene su posición con gran paciencia y coraje. Ha hecho el sacrificio de su entorno favorito a la opinión pública. En esto no ha perdido nada, y ojalá lo hubiera decidido mucho antes, pero una verdadera pérdida para ella es la destitución del Abbé de Vermond [...]. Sigo siendo el único sirviente de la reina que todavía está en condiciones de demostrarle su celo, y me ocupo de ello tanto como me lo permiten mis débiles medios".

Madame Campan es la encargada de ayudar  a la partida de los Polignac, y le entrega una bolsa de quinientos luises, ordenándole la reina que inste a la duquesa a que acepte esta suma para cubrir los gastos del viaje. Vestida de camarera, Yolanda se sienta frente al sedan; todavía le pide a Madame Campan que hable a menudo de ella con la reina antes de dejar a esta amiga para siempre, este palacio “y como había sido su vida hasta entonces”.

El duque de Polignac recibe papeles falsos, un pasaporte firmado por el rey. Tomo el nombre de un comerciante de Basilea. A su lado, torturada por el dolor, Yolanda cuida de Guichette, quien dio a luz a un niño una semana antes. El padre de Baliviére acompaña a los proscritos. No tienen ni equipaje ni sirvienta; Yolanda y Diana tienen cada una dos camisas y algunos pañuelos. No hay otra ropa que la que tiene en el cuerpo. Combatiendo las lagrimas Maria Antonieta permanece en sus estancias. Pero por la noche, cuando abajo, en el patio, esperan ya los coches para el conde Artois y su familia, para la Polignac y su familia, los ministros y el abate de Vermond, para todos aquellos seres que han rodeado su juventud, la reina coge unos pliegos de papel y escribe a la Polignac estas palabras: "adiós, queridísima amiga, esta palabra es espantosa, pero tiene que ser así. no tengo ánimo para ir abrazarla".

Unas horas más tarde, el conde Artois, vestido con un abrigo de seda gris sin palca y sin bordados, salió de Versalles en compañía de Vaudreuil, el príncipe de Henin, su capitán de guardias y Grailly su escudero, se dirigieron a caballo hasta el bosque de Chantilly por caminos desviados. Allí encontró un sedán cuyo escudo de armas había sido borrado y partió hacia Valenciennes. Lafayette había firmado su pasaporte.

En Valenciennes, la guarnición reconoció al conde Artois. Casi estalo un incidente. El conde Esterhazy, que mandaba el lugar, saco apresuradamente al príncipe. Le dio una escolta de doscientos jinetes hasta la frontera de Bélgica. En consecuencia, esa noche del 16, los tres príncipes de la casa de Borbón: el príncipe de Conde, el duque de Enghien, el duque de Borbón y el príncipe de Conti, se despidieron de su majestad y abandonaron el reino. Ellos fueron seguidos por los caballeros y otras personas  de sus casas.

exile duchesse de polignac et comte artois

Esa misma noche, también se fue a viajar al extranjero los ministros más nuevos, cuya reunión fue para solicitar la renuncia: el barón de Breteuil, el mariscal de Broglie, Barentin y Laurent Villedeuil. El mariscal de Castrie fue también el número de los que fueron obligados a salir de la capital en ese momento. Así, Francia se vio privada, el mismo día y, al mismo tiempo, de casi todos los  príncipes de la sangre, políticos ilustres y generales que, a través de acciones brillantes y victorias habían defendido el honor de las armas francesas en la guerra de los siete años. Todas estas salidas no se llevaran a cabo sin riesgo para los prófugos ilustres. Se tomaron todas las precauciones, fue al amanecer, cuando los habitantes de Versalles, no menos agitada que las de parís, seguían profundamente dormidos.

Se le pidió al Conde de Angiviller que abandonara el reino: "El rey, educado como yo, aunque ajeno a los asuntos públicos, observó todas las listas del Palais-Royal entre aquellos cuya cabeza se pedía [ . ..], me sugirió y aconsejó que me fuera por un tiempo. Le rogué que me hiciera bien que no me alejara de su persona en medio de tanta agitación. Él consintió en esto, pero, informado unos días después de que iban a venir a sorprenderme y arrestarme durante la noche, me escribió y me dio la orden de irme y tuvo la amabilidad de hacerme escoltar a Pontchartrain a las 4. leguas de Versalles. Yo fui a España"

“este acto fue la señal para la primera deserción significativa. Esa misma noche vieron su reinado terminado, olvidándose de todo, libre de impuestos, dejaron el interés por la corona, a pensar solo en sí mismos, el conde Artois, los príncipes de Conde y Conti, los duque de Borbón y Enghien, Vauguyon, Calonne, Lambesc, Luxemburgo, Coigny, los Marsan, los Rohan, Vaudreuil, Castries, los arquitectos del golpe de estado fallido, como Breteuil, Barentin, los mas íntimos, Madame Polignac y el abad Vermond, salieron de Francia. Todos estos favoritos del trono, que abusaron de su generosidad hasta el punto donde la monarquía se está muriendo, cuando el primer rayo cayó del cielo, huyeron de la tormenta, haciendo caso omiso de lo que pasara con sus soberanos y benefactores. Se van con un corazón lleno de  odio contra la nación, lleno de resintiendo contra el rey, sueñan con la venganza y las represalias y no en la clandestinidad. Esta derrota vergonzosa que el miedo no es una excusa, es una puñalada por la espalda a la monarquía. Se desmoraliza a la voluntad soberana y para los compromisos futuros, casi los condena a los ojos del país” – despacho del conde Salmour.

El barón de Besenval también estaba preocupado: “Mis amigos temblaban por mí. Siempre era un rumor nuevo. Iba a ser arrestado, dijeron, el mismo día, en la Galería. Corría el riesgo de ser asesinado, por la tarde, al regresar [...]. El rey, que fue informado de las amenazas que resonaban contra mí, me instó a retirarme de ellas. Así que decidí volver a Suiza". Besenval, por lo tanto, salió de Versalles disfrazado con el uniforme de la compañía de policía de caza.

Los otros amigos de María Antonieta tienen suerte huyen del país; mientras unos pocos hacen todo lo posible por salvarla de la guillotina. Marcados por su actuar con la reina muchos no son admitidos en algunas cortes mientras otros no pueden regresar a Francia, porque se procesa a todo aquel que tuvo algún vínculo con la reina.

exile duchesse de polignac
Los primeros fugitivos de la revolución: Mme de Polignac et Comte d''Artois. París, Biblioteca Nacional
Todo es silencio ahora en torno de la reina que con tanto gusto, con demasiado gusto, había vivido en medio de la agitación. Ha comenzado la gran desbandada. ¿Dónde están los amigos de otro tiempo? Todos desaparecidos como las nieves de antaño. Los que alborotaban como niños voraces en torno a la mesa de los regalos, Lauzun, Esterhazy, coigny, ¿dónde están los compañeros de los juegos de naipes, de bailes y excursiones? Han salido de Versalles disfrazados, a caballo y en coche, pero no con careta para ir a un baile, sino enmascarados para no ser linchados por el pueblo. Cada noche sale un nuevo coche por las doradas puertas de la verja para no volver más; cada vez es mayor el silencio en las salas del palacio, que parecen ahora demasiado grandes; ya no hay teatro, ni bailes, ni cortejos, ni recepciones.

María Antonieta arruga con sus manos el listado donde su cabeza tiene precio y lo arroja al fuego. Un estallido de ira responde a esta ofensa. Su contenida amargura desborda entre lágrimas y duras palabras: “es imposible que esa ciudad quiera imponer su voluntad al rey... acaso ahora somos nosotros sus súbditos y no ellos los nuestros?”. Llenos de temores sus consejeros la instan para que se traslade a un lugar seguro, el ministro Saint-Priest comenta como ciertos nobles han salido del país disfrazados, a lo que María Antonieta le responde con brusquedad - “pues yo me iré disfrazada de reina de Francia, sé que no se conforman con quemar nuestras imágenes, no quieren en carne y hueso, pero he aprendido de mi madre a no temer a la muerte, y voy a esperarla con firmeza”.

exile duchesse de polignac
folleto revolucionario que muestra la expulsión de los favoritos de la reina entre los que están el conde Artois, madame Polignac y el abad Vermond, acusados como los principales instigadores que obligo a la renuncia de Necker.
Con sus enemigos echando espuma de rabia porque el amigo del austriaco se le había escapado, las imprentas de la capital derraman un festival de publicaciones como “les adieux a Madame Polignac”:

“Huirá de nosotros, huye, el monstruo odioso, vomitado del infierno, que huye a esconderse, serpiente venenosa, cuyo aliento infecta a todos los países donde se sabe arrastrar. Lleva las exhalaciones de su cuerpo impuro… mucho tiempo para degradar, envilecer, tu haz sembrado en su seno los crímenes y vicios, y se mantuvo virtuoso…

Huyes, angustiosa plaga, y arrastras tras de ti los focos de tu infección… pero esos monstruos, tú especie, se quedaron entre nosotros, que cobardes contagiados de tu aliento envenenado, no podrán escapar del hierro que va a cortar los miembros gangrenados por la corrupción! Que también, príncipes y bandidos, la nación sabrá arrancarlos de sus palacios custodiados o de  sus oscuras guaridas. En ellos atacara los males que la angustian. Es por fuego que ella se purificara de tu infección…”

domingo, 4 de septiembre de 2022

EL REY LUIS XVI EN PARIS (17 JULIO 1789)

El pueblo tomo la Bastilla y, al mismo tiempo, declaraba que si el rey no venía a parís irían a Versalles, destruirían el palacio, expulsarían a los cortesanos y llevarían al rey a su capital para ellos “cuidarlo bien”. Hubo consternación en Versalles.

En la noche del 16 de julio, la Asamblea se entera de que el Rey tiene la intención de ir a París al día siguiente y que invita a la Asamblea a dar a conocer esta resolución al municipio de París. Encabezada por el Príncipe de Poix, una delegación de doce miembros, incluido el arzobispo de París, fue designada inmediatamente para llevar la noticia a París, donde llegó alrededor de la 1 de la mañana. La Asamblea también decreta que el rey estará acompañado por una diputación de alrededor de cien miembros: 25 eclesiásticos, 25 nobles y 50 miembros del Tercer Estado.

Bailly se levantó temprano en la mañana y partió de Versalles hacia París, donde asumiría sus funciones como alcalde y daría la bienvenida al rey: “Estaba triste por dejar Versalles. Yo había sido feliz allí en una Asamblea que tenía una mente excelente y que era digna de las grandes operaciones a las que estaba llamada. Había visto grandes cosas hechas, había estado allí en alguna parte. Dejé todos estos recuerdos. Este día, mi felicidad terminó”.

El Conde de Mercy acude al castillo de madrugada: “El castillo parecía un desierto. Encontré a Su Majestad la Reina allí en un estado fácil de imaginar. Sin embargo, mostró un gran coraje y una extraordinaria firmeza de espíritu”.  Mercy vio a la reina y la convenció, después de una hora y media de conversación, de persuadir al rey para que también llamara a los condes de Montmorin y Saint-Priest. La reina lo despide y le dice que regrese a las 11:30 am. Luego le dice que ha logrado persuadir al rey en la dirección correcta.

El alcalde bailly ofrece las llaves de la ciudad al rey.
Pero el gran asunto del momento es la partida del rey para París: “Entre mi primera y mi segunda entrevista con la reina, el rey estuvo a punto de partir para París. La reina quería, en caso de que el rey fuera detenido en la capital, retirarse con el delfín a Valenciennes o a los Países Bajos Imperiales. Me opuse a este proyecto con todas mis fuerzas, a menos que el Rey declarara a los Estados Generales que él mismo había obligado a la Reina a tomar este curso”. Mercy agrega: “Se temía que el rey fuera detenido por la fuerza en París y obligado a poner su firma al pie de una capitulación”.

-“no te detendrían aquí -Dijo la reina- es demasiado peligroso. Deberías salir de Francia a toda velocidad”. Se acercó al rey y se quedó temblando ante él. Estaba asombrada por la calma de Luis. ¿Era coraje, se preguntó, o era que era tan imposible despertarle el miedo como lo era el ardor?

-“iré a parís” –dijo.

Antonieta, mirándolo, peso en todos los años que habían estado juntos, en toda la bondad de este hombre, en todos las indulgencias que había recibido de él. Pensó en cuanto lo amaban sus hijos, se arrojó en sus brazos y le imploro que no fuera a parís.

“¿sabes que han dicho que si no voy con ellos, vendrán aquí?”

-“no te vayas –dijo Antonieta- tienen la intención de matarte como mataron a De Launay”

“recordara que yo soy su rey y ellos son mis hijos”


Antonieta negó con la cabeza, ella no podía hablar, el nudo en su garganta la estaba ahogando. El rey escucho la misa y tomo la santa cena, hizo su testamento y partió hacia su capital. Antonieta lo miro desde el balcón de sus apartamentos: “adiós, mi pobre y querido rey y esposo”. No podía apartar de su mente el pensamiento de la cabeza ensangrentada del gobernador de la Bastilla, e imagino otra cabeza en la pica de esos locos aulladores: la de Luis.

Madame Tourzel estaba con los niños. ¿Y qué será de estos niños? Se preguntó Antonieta. Cuando fue a la guardería real ese día, estaba decidida a poner su bienestar por encima de todo los demás. Luis era el más amable de los hombres, pero le faltaba imaginación y veía a todos los hombres como a si mismo. No creía en la malicia, y la crueldad tenía que ser perpetrada ante sus ojos para que  creyera a alguien capaz de hacerlo. Aquellos hombres y mujeres que  habían asaltado la Bastilla, aquellos que habían cortado la cabeza de Launay y la habían llevado goteando por la calles era a los ojos del rey unos pobres niños descarriados.

“mamá –grito el delfín- ¿Qué ha pasado? ¿Por qué ha ido papá a parís y porque Madame Polignac está demasiado ocupada para hablar con nosotros?

-"la gente ha llamado a tu papá a parís –dijo la reina- es posible que tengamos que ir a parís pronto”.

¿Los soldados irán con nosotros? Pregunto el delfín y sostuvo un fusil imaginario en su hombro y comenzó a marchar por el apartamento. La reina los dejo, porque temía que si se quedaba se derrumbaría y les hablaría de sus temores. Había tomado una decisión: suplicaría refugio para ella y los niños en la asamblea nacional. Ella pediría que pudiera estar con el rey.


Después de confesarse y comulgar durante la misa a la que asistió en la capilla real, Luis XVI confió plenos poderes a su hermano Monsieur, y no a la reina, a quien consideraba demasiado impopular. Desde una ventana de la primera antecámara de los aposentos del rey, el conde Hézecques lo ve en compañía de dos de sus primeros caballeros de Cámara: “deambulando, todo agitado, entre el mariscal de Duras y el duque de Villequier. La angustia de su alma se manifestaba en sus movimientos [...]. Finalmente, después de haber estrechado en sus brazos a su llorosa familia, que creía verlo por última vez, el rey subió a su carruaje, acompañado por el duque de Villequier, el mariscal de Beauvau y el conde de Estaing”. Estos dos últimos son los héroes de guerra de Estados Unidos. En su carruaje tirado por seis caballos, el rey también está acompañado por el duque de Villeroy, capitán de la guardia personal, y por el marqués de Nesle, primer escudero de la condesa de Provenza. El carruaje real es seguido por el carruaje del Maestro de Ceremonias y otros oficiales de la Casa del Rey.

La mirada del marqués de Ferrières declara: “A las dos vi salir al rey. Una inmensa multitud se alineaba en la Avenida de Paris y parecía estar disfrutando de su triunfo. Algunas personas se vieron dolorosamente afectadas. El rey iba en un carruaje con el capitán de la guardia, el duque de Villequier y algunos otros señores”. La milicia burguesa de Versalles lo precedió y lo siguió. Esta milicia burguesa, que improvisó el 17 de julio en Versalles siguiendo el modelo de la de París, escoltó al rey hasta Sèvres. Allí, toma el relevo la Guardia Nacional de París. Bailly y veinticinco miembros de la asamblea de electores de la capital esperan al rey en la Barrière de Chaillot para entregarle las llaves.

Durante todo el día corrieron rumores por todo el castillo. ¿La turba había hecho prisionero al rey? ¿Se equivocó el rey al haberse entregado a si mismo en sus manos? ¿Era cierto que los asaltantes de la Bastilla ya marchaban sobre Versalles? Según la Madame Campan, la reina se encerró en sus gabinetes interiores con sus hijos: “Mandó llamar a varias personas de su corte. Se pusieron candados en sus puertas. El terror los ahuyentó. El silencio de la muerte reinaba en todo el palacio”. María Antonieta está preparando el discurso que piensa pronunciar ante la Asamblea si su esposo no regresa: “Señores, vengo a entregarles a la esposa y la familia de su soberano. No permitas que lo que se ha unido en el cielo se separe en la tierra”.

Según Baron des Cars, “corrían mil rumores de que una columna parisina marchaba sobre Versalles por Châtillon y Meudon, otra por Sèvres y una tercera por Saint-Cloud […]. La desdichada reina estaba en la angustia más horrible, tanto por el rey como por ella misma. Nadie volvió de París. Dos horas, tres horas después de que Luis XVI debería haber llegado allí, aún se desconoce cómo había sido recibido allí. No sabíamos si no estaría retenido allí. En ese caso, ¡qué perspectiva para la reina! Me presenté varias veces a la puerta de su habitación, así como otras personas, para informarme sobre sus novedades. Tan pronto como se enteró de que estábamos allí, vino a preguntarnos si sabíamos algo sobre el rey. De allí fuimos a la entrada de la avenida de París, pero no trajimos nada tranquilizador. El terror de la reina y nuestros temores se redoblaron durante la noche”

Luis entro en parís, estaba asombrosamente tranquilo, y aquellos que vieron pasar su carruaje podrían haber creído que estaba partiendo en alguna ocasión ordinaria de estado, y que sus guardias le habían sido quitados y reemplazados por el ejército andrajoso de hombres con pistolas y lanzas, guadañas y picas, arrastrando cañones con ellos, también había mujeres en esa asamblea; bailaban, gritaban y agitaban ramas de árboles que habían atado con cintas.

Cuando esta extraña procesión entro en parís, Bailly, el nuevo alcalde, estaba esperando recibir al rey. En sus manos sostenía el cojín y las tradicionales llaves. Dijo en un tono alto y claro que todos pudieran escuchar con claridad: “traigo a su  majestad las llaves de su buena ciudad de parís”. Luis no mostro ningún signo de disgusto por el hecho, acepto gentilmente las llaves y sonrió benignamente a la fea multitud que insistía en mantenerse cerca de su carruaje.

El alcalde de París, Jean Sylvain Bailly, recibe a Luis XVI. artista: Jean-Paul Laurens.
Fue en la Place Louis XV donde se disparó el tiro. Fallo al rey pero mato a una mujer. Nadie se fijó en ella mientras caída, y en el tumulto Luis no se dio cuenta de lo poco que había escapado de la muerte. Habían llegado al hotel de Ville y allí se detuvieron. Bajo un arco de picas y espadas, entro en el edificio. El alcalde condujo al rey al trono y la gente se apiño en el salón tras él.

Luis ocupo su lugar en el trono y esa extraña calma aun lo acompañaba. Fue como si dijera: “haz lo que quieras conmigo. No puedo odiarte”. Era como un padre benigno, apenas entristecido por las bromas de sus hijos porque los amaba y sabía que eran hijos únicos.

¿Acepta, señor, el nombramiento de Jean Bailly como alcalde de parís y el marqués de Lafayette como comandante de la guardias nacional?

“si”, dijo Luis

Luego se le entero la escarapela azul, blanca y roja, que acepto suavemente, y, todavía con el ánimo de un padre indulgente jugando al juego de los niños, luego se quitó el sombrero y se colocó el tricolor. La gente que lo rodeaba, incapaz de resistirse a caer bajo el hechizo de esa benevolente paternidad, gritaba: “¡vive le roi!”. Luego, el conde de Lally-Tollendal, que era miembro de los demócratas realista, un partido que deseaba sinceramente que la reforma se llevara a cabo de manera constitucional, grito:

“ciudadanos, ¿estáis satisfechos? Aquí está su rey. Regocíjate en su presencia y sus beneficios –se volvió hacia el rey- no hay ningún hombre aquí, señor, que no esté dispuesto a derramar su sangre por usted. Esta generación de franceses no dará la espalda a catorce siglos de fidelidad. Rey, súbditos, ciudadanos, unamos nuestros corazones, nuestros deseos, nuestros esfuerzos y mostremos a los ojos del universo la magnífica vista de su mejor nación, libre, feliz triunfante bajo un rey justo, querido y reverenciado, quien, no debiendo nada  al fuerza, todo lo deberá a sus virtudes y a su amor”.

Estallo el aplauso. Ahora había lágrimas en los ojos del rey. Dijo con una voz vibrante de emoción: “mi gente siempre puede contar con mi amor”. La gente se apretujaba contra él; le besaron la mano; besaron su abrigo y una mujer del mercado le echo los brazos al cuello; ella declaro que él era el salvador de su país. El rey se preparó para su viaje de regreso a Versalles. Que diferente fue el viaje de regreso. En su sombrero, el rey vestía el tricolor. ¡Larga vida al rey! Grito la multitud. Y los que habían llamado “¡asesino!” ahora gritaban “¡hónrenlo!”.

Eran las once cuando, rodeado por la multitud que gritaba, su carruaje entro en la Cour Royal. Antonieta lo escucho; bajo corriendo la gran escalera y se arrojó a los brazos del rey. Él estaba de regreso. Estaba a salvo. Luego hubo un pequeño respiro. Ella lo miro a la cara, vio las marcas de fatiga debajo de sus ojos, las manchas en su ropa, su corbata retorcida y el tricolor en su sombrero.

Entonces estaba asustada. Pero el rey sonreía dulcemente: “no se ha derramado ni una gota de sangre –dijo triunfante- te juro que nunca lo será”.

En su diario, Luis XVI se contentó con anotar: “Viaje a París en el Hôtel de Ville".

Justo un mes después de la proclamación de la Asamblea Nacional, la "visita de los vencidos a los vencedores" (Jean Jaurès) equivale a legitimar la comuna insurreccional, la toma de la Bastilla, el asesinato de Launay y Flesselles y la institución de la guardia nacional Según el embajador de los Estados Unidos, Jefferson, "así terminó una enmienda honorable que ningún soberano había hecho jamás, ni ningún pueblo recibió". El 20 de julio, Morris se reunió con el marqués de La Fayette, quien le dijo, con bastante orgullo, "que ejercía el máximo poder que hubiera podido desear [...], que era cabeza absoluta de cien mil hombres, que desfilaba su soberano por las calles a su antojo, prescribe el grado de aplausos que ha de recibir y que podría haberlo hecho prisionero si lo hubiera creído conveniente”. Desde su exilio en Londres, tan pronto como se entera de este episodio, Calonne ve en él el presagio de la "total destrucción de la monarquía forjada por el consentimiento mismo del monarca". Del mismo modo, volviendo a la conducta real de las últimas semanas, el emperador José II escribió a su hermana la archiduquesa Maria Cristina: "Es inconcebible cómo todo esto pudo haber llegado a este punto sin necesidad y por voluntad propia y cómo pudimos aconsejar el rey a tomar un acto de autoridad sin prever ni disponer de nada con las tropas extranjeras que sin embargo se encontraron reunidas y cómo finalmente la toma de la Bastilla pudo perturbar las cabezas en Versalles hasta el punto de hacerles perder todo valor y el rey ser conducido ignominiosamente en triunfo a París".

Aún más sorprendente que la de comparecer ante la Asamblea, la decisión de ir a París forma parte de esta forma de abdicación a la que el rey parece resignado. También puede interpretarse como un deseo de reconquistar el movimiento revolucionario, que se le escapa al rey desde el 17 de junio. Esta estrategia es arriesgada, pero, si tiene éxito, coloca al soberano a la cabeza de la Revolución: esto es quizás lo que Luis XVI pretendía significar cuando levantó la escarapela revolucionaria en la ventana del hotel de la ciudad. El 17 de julio, al menos impidió que la capital se revelara o jurara lealtad al duque de Orleans. Este enfoque, permitió a Luis XVI recuperar una parte importante de su popularidad. Con la del día anterior.

domingo, 6 de febrero de 2022

MARIE ANTOINETTE Y EL FATÍDICO AÑO 1789

María Antonieta nunca se había sentido más sola que a principios de 1789. Mercy vio los acontecimientos del año anterior los precursores de una revolución a vicisitudes que una vida ociosa y frívola no había preparado a la reina. por renuncia de Lomenie de Brienne, se había dado cuenta de que no podía confiar en ninguno de sus amigos. en los tiempos que corrían, su compañía fue de gran ayuda, a pesar de que había tenido varios altercados con la duquesa de Polignac, sin embargo, en momentos tan oscuros tenía necesidad de ella: "la reina se verá obligada a volver a Madame Polignac porque la tormenta a punto de estallar en su cabeza le obliga a buscar refugio en el seno de la amistad" -señalo Bombelles.

Las relaciones familiares también se deterioraron. los príncipes de Provenza y Artois se afirman como los defensores de los privilegios. no dudaron en oponerse con dureza ante el rey cuando se reunieron las tres parejas. María Antonieta observo con tristeza que Luis XVI no se atrevió a silenciar a sus hermanos, ni imponer su opinión soberana. se prestó grandes ambiciones para el conde de Provenza que generalmente cauteloso y reservado, yendo mucho más sutil que su predecesor. la reina siempre sintió la mayor desconfianza hacia él. mientras adopta la actitud del cortesano más atento, observaba sin la menor indulgencia.

Un extraño rumor circulo durante meses. se decía que el conde de Provenza habría depositado en la asamblea de notable de 1787 un dossier que probaba la ilegitimidad de los infantes reales. aunque no se tenía ninguna evidencia formal de este enfoque, se mantiene en voz baja. se habló de un posible retiro de la reina a Val-De-Grace. el abad de Soulavie, en sus memorias escribe que se pensaba que María Antonieta "se llevaría con ella todas las maldiciones del pueblo y que la autoridad seria, por este motivo, total y súbitamente regenerada y restaurada".

Las señoras tías incluso aconsejaron a su sobrino para que fuera regresada a Viena. para algunos partidarios de la corte, la medida habría constituido "el ultimo y único remedio para todos los males". en el bosque, compañeros de caza del rey, lo habían encontrado sentado en una pendiente, llorando mientras leía un paquete de cartas difamatorias contra la reina.

Por otro lado, para el pueblo por el grado de inhumanidad en que se sitúan sus crímenes, la horca sigue siendo demasiado honor. algunos preferirían que en continuidad con las "orgias sucias" de la reina, su muerte participe del mismo desorden bestial: "monstruo en todos los aspectos, no se te puede ver sin estremecerse, contemplarte sin pensar en Jezabel... nosotros también te despreciamos mucho... pero hay perros para darse un festín con tu cuerpo... te están esperando". algunos panfletos consideran que la pena de muerte es sin duda un castigo demasiado breve, se propone que se envié a Luis XVI a la penitenciaria o galeras. y, en cuanto a María Antonieta, que la lleven por las calles de parís o la coloquen como trabajadora en La Salpetriere. María Antonieta entregada al silencio de un convento, a la venganza publica, a barrer las calles de parís, la horca o a los perros.

"¿sabe usted de una mujer más digna de lástima que yo?" pregunto la reina a su amigo el conde Esterhazy. "es fácil concebir que esta buena y amable princesa debe sufrir muchos dolores juntos -señalo Bombelles- no es fácil demostrar que la mayoría de sus problemas no habrían llegado si la vanidad no la hubiera cegado, y, el sentimiento de superioridad de la soberana sobre su marido... el entusiasmo por su hermano le ha hecho daño en el espíritu de una nación en la que hubiera querido, habría sido el ídolo. parece que la emperatriz madre impregno de estas ideas de la monarquía universal para la casa de Austria, al inspirar a todas sus hijas inclinaciones que tienden a invadir la autoridad de sus maridos".

Folletos y dibujos animados florecieron aún más. la reina fue su blanco favorito. esa sensación de ser nefasta, cuyo destino era atraer la desgracia, la perseguía de nuevo. esta mujer que en ciertos sectores se creía fervientemente que tenía la intención de envenenar al rey e instalar a su amante, el conde Artois como regente de Francia. esta mujer que, de acuerdo con una obra de teatro de 1789 llamada "la destrucción de la aristocracia", odiaba a los franceses con tal intensidad que se ”deleita bañándose en su sangre". también se decía de ella que rápidamente envió toneladas de oro a su hermano José a Austria para financiar la invasión del reino.

El conde Artois en "Autrichienne Goguette" tomo a la reina por detrás en público con exclamaciones obscenas sobre su "firme y elástico cuerpo" si no es un ardiente amante masculino, María Antonieta fue una ardiente amante de las mujeres; los folletos recalcaron que la reina era insaciable incluso cuando estaba sola. en "Le Godemichet" o "Dildo Real" de 1789, representa a la reina como la diosa Juno, el folleto muestra a la reina dándose placer ella misma. tal fue su "vigor germánico" el responsable que había llevado a su desfloración incluso antes de salir de Austria.

¿Quién podría respetar una criatura como una mujer y mucho menos una reina? una mujer, que, a parte de sus apetitos sexuales, era un peligroso agente de una potencia extranjera. todo tenía que ser verdad. se pensaba que Luis XVI era un burro débil y obstinado, pero no cruel, que debieron haberle acoplado a una joven y dulce burra, pero en su lugar le dieron una tigresa. según el gobernador Morris la reina fue "odiada, humillada y mortificada".

También María Antonieta deleito a sus enemigos con el espectáculo de la pérdida de su juventud. La que les gustaba representar como una libertina usando y abusando de sus encantos de repente se convierte en una anciana. “su decadencia física -escribe Gerard Walter- en las rarísimas ceremonias oficiales en las que todavía estaba obligada a aparecer, excesivamente pintada, y gracias a los artificios de su peluquero y su costurera,  la reina consigue disimular su decrepitud, pero en la intimidad los estragos que sufre su cuerpo se manifiestan con aterradora claridad. Ella sigue perdiendo peso, los senos están caídos, la cara inflamada se cubre de granos, los ojos se abatieron y se hundieron, la saliva humedece continuamente las comisuras de su boca”.

domingo, 30 de mayo de 2021

THOMAS JEFFERSON Y LOS SUCESOS DE LA TOMA DE LA BASTILLA (14 JULIO 1789)

El 14 de julio de 1789, el embajador de Estados Unidos en Francia, Thomas Jefferson, fue testigo de los acontecimientos de la toma de la Bastilla en París que se asocia comúnmente con el comienzo de la Revolución Francesa. Jefferson registró los eventos del día en una carta larga y detallada a John Jay, entonces Secretario de Relaciones Exteriores.

Carta de Jefferson a Jay, 19 de julio de 1789. Archivos Nacionales, Registros de los Congresos Continentales y de Confederación y la Convención Constitucional:

"El día 14 Julio en la tarde. Monsieur de Corny (un miembro de los Estados Generales) y otros cinco fueron… enviados a pedir armas a Monsieur de Launay, gobernador de la Bastilla. Encontraron una gran multitud ya ante el lugar, e inmediatamente plantaron una bandera de tregua, que fue respondida por una bandera similar izada en el parapeto. La diputación logró que el pueblo retrocediera un poco, se adelantaron para hacer su demanda al Gobernador, y en ese instante una descarga de la Bastilla mató a 4 personas de los más cercanos a los diputados. Los diputados se retiraron, el pueblo arremetió contra el lugar, y casi en un instante se quedó en posesión de una fortificación, defendida por 100 hombres, de fuerza infinita, que en otras épocas había soportado varios asedios regulares y nunca había sido tomada. Cómo entraron, hasta ahora ha sido imposible de descubrir. Aquellos, Tomaron todas las armas, liberaron a los prisioneros y a los de la guarnición que no murieron en el primer momento de furia, llevaron al gobernador y al teniente gobernador al Greve (el lugar de ejecución pública), les cortaron la cabeza y los pasaron por toda la ciudad triunfante ante el Palais Royal.

Asesinato del marques de Launay, gobernador de la Bastille.
Pero por la noche, el duque de Liancourt se abrió paso hasta el dormitorio del rey y lo obligó a escuchar un detalle completo y animado de los desastres del día en París. (El Rey) se fue a la cama profundamente impresionado… el rey… fue alrededor de las 11 En punto, acompañado sólo por sus hermanos, a los Estados generales, y allí les leyó un discurso, en el que les pidió su interposición para restablecer el orden. Aunque esto se exprese en términos de cierta cautela, sin embargo, la forma en que se pronunció hizo evidente que se suponía que se trataba de una rendición a discreción. Regresó al castillo a pie, Enviaron una delegación, con el marqués de la Fayette a la cabeza, para silenciar París. Esa misma mañana había sido nombrado comandante en jefe de la milice Bourgeoise (la milicia del rey),... Un cuerpo de la guardia suiza, del regimiento de Ventimille (Italia).

La alarma en Versalles aumenta en lugar de disminuir. Creían que los aristócratas de París estaban bajo pillaje y matanza, que 150.000 hombres en armas venían a Versalles para masacrar a la familia real, la corte, los ministros y todo lo relacionado con ellos, sus prácticas y principios. Los aristócratas de los nobles y El clero en los estados generales compitió entre sí al declarar cuán sinceramente se convirtió a la justicia de votar por personas, y cuán decidido a ir con la nación...


El rey llegó a París, dejando a la reina consternada por su regreso. Omitiendo las figuras menos importantes de la procesión, sólo observaré que el carruaje del rey estaba en el centro, a cada lado de él los Estados generales, en dos filas, a pie, a la cabeza el Marqués de la Fayette como comandante en jefe, a caballo, y guardias burgueses delante y detrás. Aproximadamente 60.000 ciudadanos de todas las formas y colores, armados con los mosquetes de la Bastilla y los inválidos hasta donde llegaban, el resto con pistolas, espadas, picas, podaderas, guadañas, etc. se alinearon en todas las calles por donde pasó la procesión y, con la multitud de personas en las calles, puertas y ventanas, los saludó por todas partes con gritos de "vive la nación". Pero no se escuchó ni un solo 'vive le roy'.

El rey aterrizó en el Hotel de ville (Ayuntamiento de París). Allí monsieur Bailly (alcalde de París) presentó y se puso en su sombrero la escarapela popular y se dirigió a él. Como el rey no estaba preparado y no podía responder, Bailly se acercó a él, recogió algunos fragmentos de frases y redactó una respuesta, que entregó a la audiencia como si fuera del rey. A su regreso, los gritos populares fueron "vive le roi et la nation". Fue conducido por una garde burguesa (milicia) a su palacio de Versalles, y así concluyó una escena tan honorable como ningún soberano jamás hizo, y ningún pueblo jamás recibió”.

La "asistencia" directa de Jefferson llegó rápidamente a su fin. Salió de París en septiembre de 1789, regresó a los Estados Unidos para lo que anticipó que sería una breve visita y, para su propia sorpresa, fue nombrado secretario de Estado de George Washington. Lamentó haber dejado a sus amigos franceses, pero agradeció la nueva oportunidad de "cimentar la amistad" entre su propio país y el de ellos. "Ten por seguro -le escribió a un corresponsal francés- que hacer esto es el primer deseo de mi corazón... Has tenido algunos controles, algunos horrores desde que te dejé. Pero el camino al cielo, ya sabes, ha siempre se ha dicho que está salpicado de espinas".

Después de observar la revolución francesa en persona durante otras seis semanas y solo tres semanas antes de partir de París hacia su amada Virginia, Jefferson escribió:

“la tierra pertenece a cada una de estas generaciones durante su curso, plenamente y por derecho propio. La segunda generación lo recibe libre de las deudas y obligaciones de la primera, la tercera de la segunda, etc. Porque si el primero pudiera cobrarle una deuda, entonces la tierra pertenecería a los muertos y no a la generación viva. Entonces, ninguna generación puede contraer deudas superiores a las que pueda pagar durante el curso de su propia existencia" (Carta de Thomas Jefferson a James Madison, 6 de septiembre de 1789).

Jefferson regresó a los Estados Unidos cuando el apoyo estadounidense a la Revolución Francesa parecía casi unánime. John Adams, el vicepresidente y uno de los buenos amigos de Jefferson, fue una excepción y expresó su preocupación por el progreso de los eventos en Francia. En 1791, Jefferson apoyó la publicación de Los derechos del hombre de Thomas Paine, un panfleto que apoyaba la revolución; en el proceso, ofendió a Adams, cuyos propios escritos adoptaron un punto de vista opuesto. El desacuerdo entre dos hombres prominentes llevó los problemas ideológicos de la Revolución Francesa a la política estadounidense. 

Cuando la ejecución de los aristócratas franceses se intensificó en 1792, Jefferson seguía comprometido con la causa de la revolución: "Mis propios afectos han sido profundamente heridos por algunos de los mártires de esta causa, pero en lugar de haber fracasado, habría visto la mitad de los tierra desolada. Si sólo quedaran un Adán y una Eva en cada país y quedaran libres, sería mejor que como está ahora”.

Con la ejecución de Luis XVI en enero de 1793 y la declaración de guerra francesa contra Inglaterra diez días después, los políticos estadounidenses comenzaron a dividirse abiertamente en dos bandos: los federalistas, que estaban horrorizados por la violencia en Francia, y los republicanos, que aplaudieron el fin de una monarquía francesa despótica. Más tarde, a medida que avanzaba el Reinado del Terror francés, Jefferson denunció las atrocidades de Robespierre y otros radicales franceses, pero continuó apoyando y comprometido con el éxito de la Revolución Francesa. 

-Extracto del film: Jefferson in parís de 1995, donde nos muestra como Jefferson relata lo acontecimientos tanto del 14 de julio, como el traslado de la familia real a parís tras los disturbios del 5 y 6 de octubre de 1789.

lunes, 20 de julio de 2020

LA CARROZA FÚNEBRE DE LA MONARQUÍA (1789)

A las dos de la tarde son abiertas las grandes puertas de la dorada verja del palacio. Una gigantesca carreta tirada por seis caballos se lleva para siempre de Versalles, rodando sobre el traqueteante pavimento, al rey, a la reina y a toda la familia. Ha terminado todo un capítulo de la Historia Universal; mil años de autocracia regia han acabado en Francia.

Bajo una lluvia torrencial, bajo el azote del viento, había abierto su combate la Revolución el 5 de octubre para ir en busca del rey. Su victoria del 6 de octubre es saludada por un día resplandeciente. Otoñalmente claro el aire, el cielo de un azul de seda, ni una ráfaga acaricia las hojas de los árboles teñidas de oro; es como si la naturaleza contuviera, curiosa, el aliento para contemplar este espectáculo, único de todos los siglos, de ver cómo un pueblo rapta a su soberano. Pues ¡qué cuadro el de este regreso a la capital de Luis XVI y María Antonieta! Mitad cortejo público, mitad mascarada, entierro de la monarquía y carnaval del pueblo. Y ante todo, ¿Qué nueva moda es ésta, qué extraña etiqueta? No van correos galonados trotando, como en otro tiempo, delante de la carroza del rey; no van los halconeros en sus pardos caballos, ni guardias de corps, con sus casacas cubiertas de cordones, cabalgando a derecha a izquierda del coche regio.

Valor de las mujeres parisinas el 5 de octubre de 1789
No va la nobleza, con trajes de gala, rodeando la carroza solemne, sino un torrente sucio y desordenado de gentes, en cuyo centro es arrebatada, flotando como un barco náufrago, la triste carreta. A la cabeza, la guardia nacional con desabrochados uniformes, no formados y en fila, sino cogidos del brazo, con la pipa en la boca, riendo y cantando, cada cual con un mollete de pan clavado en la punta de su bayoneta. Por medio, las mujeres, montadas a caballo de los cañones, compartiendo la silla con algunos galantes dragones o marchando a pie cogidas del brazo con trabajadores y soldados, como si fuesen a un baile. Tras ellos rechinan los carros cargados de harina de los almacenes reales, escoltados por dragones. E incesantemente, saltando de adelante a atrás de la cabalgata, aclamada con claros gritos por los regocijados espectadores, blande fanáticamente su sable la superiora de las amazonas: Théroigne de Méricourt. En medio de este espumeante estrépito flota, polvorienta, la miserable y lúgubre carroza en la cual, muy estrechamente, se amontonan, tras las semibajas cortinillas, Luis XVI, el pusilánime descendiente de Luis XIV, y María Antonieta, la hija trágica de María Teresa, con sus hijos y la gouvernante. Siguen, a igual paso de entierro, las carrozas de los príncipes reales, de la corte, de los diputados y de algunos pocos amigos que permanecen fieles: el antiguo poder de Francia arrastrado por el nuevo, que ensaya hoy, por primera vez, su fuerza irresistible.

Seis horas dura este cortejo fúnebre de Versalles a París. De todas las casas, a lo largo del camino, salen gentes a verlos. Pero los espectadores no se quitan con respeto el sombrero ante los tan ignominiosamente vencidos, sino que sólo se acercan silenciosos, queriendo, cada uno de ellos, poder decir que ha visto, en su humillación, al rey y a la reina. Con gritos de triunfo, las mujeres les muestran su presa: «Aquí los llevamos, al panadero, a la panadera y al mozo de la tahona. Están ahora acabadas todas nuestras hambres». María Antonieta oye todos estos gritos de odio y de befa y se acurruca profundamente en el fondo del coche, para no ver nada ni ser vista. Sus ojos están cerrados. Acaso recuerda, en este infinito viaje de seis horas, los innumerables que ha hecho por este mismo camino, alegres y ligeros, en cabriolet, con la Polignac, para ir a un baile de máscaras, a la ópera o a alguna cena, y su regreso al romper el día. Acaso también busca con la mirada, entre los guardias a caballo, a una persona que acompaña al cortejo, disfrazada: Fersen, su único amigo verdadero. Acaso también no piense absolutamente en nada y sólo esté cansada, sólo rendida, pues lentamente, muy lentamente y de un modo inmodificable, ruedan las ruedas, ella bien lo sabe, hacia un funesto destino.

El 6 de octubre de 1789 Bailly recibiendo a Luis XVI en el 'Hôtel de ville
Por fin se detiene el carro fúnebre de la monarquía a la puerta de París: aquí le espera todavía, al muerto político, una solemne ceremonia de responsorio. Al vacilante resplandor de las antorchas, el alcalde Bailly recibe al rey a la reina, y celebra como un «hermoso día» esta fecha del 6 de octubre que para siempre hace de Luis el súbdito de los súbditos. «¡Qué hermoso día- dice enfáticamente-este que permite que los parisienses posean en su ciudad a Vuestra Majestad y a su real familia!» Hasta el insensible rey percibe esta puntada a través de su piel de elefante, y responde brevemente: « Espero, señor, que mi residencia en París traerá la paz, la concordia y la sumisión a las leyes».

Pero todavía no dejan descansar a los mortalmente fatigados. Aún tienen que ser llevados al Ayuntamiento para que todo París pueda contemplar sus rehenes. Bailly transmite las palabras del rey: «Siempre me veo con placer y confianza en medio de los habitantes de mi buena ciudad de París», pero, al hacerlo, olvida repetir la palabra «confianza» ; sorprendente presencia de espíritu, observa la omisión la reina. Reconoce lo importante que es que, con esta palabra, «confianza», se le imponga también la obligación al sublevado pueblo. En voz alta recuerda que el rey ha expresado también su confianza.

Louis XVI y Bailly en el Hotel de Ville. Ilustración para Francia y sus revoluciones 1789-1848 por George Long (Charles Knight, 1850).
«Ya lo oyen ustedes, señores -dice Bailly, rápidamente dueño de sí-, es aún mejor que si yo no me hubiese equivocado.» Para acabar, llevan a la ventana a los forzados viajeros. A derecha a izquierda sostienen antorchas cerca de sus rostros, a fin de que el pueblo pueda cerciorarse de que lo que han traído de Versalles no son muñecos disfrazados, sino, realmente, el rey y la reina. Y el pueblo está totalmente entusiasmado, totalmente ebrio de su inesperada victoria. ¿Por qué no ser ahora magnánimos? El grito de «¡Viva el rey, viva la reina!», no oído desde hace mucho tiempo, retumba una y otra vez en la plaza de la Grève, y, en recompensa, les es permitido ahora a Luis XVI y a María Antonieta que se trasladen sin protección militar a las Tullerías, para descansar por fin de aquella espantosa jornada y meditar a qué profundidad han sido precipitados por el pueblo.

Los coches polvorientos y sofocantes se detienen delante de un palacio sombrío y abandonado. Desde Luis XIV, desde hace cincuenta años, la corte no ha vuelto a habitar las Tullerías, la antigua residencia de los reyes; las habitaciones están desiertas, los muebles han sido quitados, faltan camas y luces, las puertas no cierran, el aire frío penetra por los rotos vidrios de las ventanas. A toda prisa, a la luz de prestados cirios, se intenta improvisar un semidormitorio para la familia real, caída del cielo como un meteoro. «¡Qué feo es todo aquí, mamá!» , dice, al entrar, el delfín, de cuatro años y medio de edad, que ha sido criado en el esplendor de Versalles y de Trianón, habituado a brillantes candelabros, centelleantes espejos, riqueza y suntuosidad. «Hijo mío -responde la reina-, aquí vivió Luis XIV y se encontraba bien. No debemos ser más exigentes que él.» Sin lamento alguno, Luis el Indiferente se instala en su incómoda yacija nocturna. Bosteza y dice perezosamente a los otros: «Que cada cual se coloque como pueda. Por mi parte, estoy satisfecho».

Luis XVI en ropa de ciudad, seguido de María Antonieta que sostiene la mano del Delfin; los tres, con la cabeza descubierta, avanzan hacia la derecha, liderados por la ciudad de París, cubiertos y coronados con torres, que les muestra la fachada de las Tullerías, frente a la cual se reúne la multitud.
María Antonieta, sin embargo, no está satisfecha. Nunca considera esta morada, que no ha elegido libremente, más que como una prisión: nunca olvidará de qué humillante manera fue arrastrada hasta aquí. «Jamás se podrá creer -le escribe precipitadamente al fiel Mercy- lo que ha ocurrido en las últimas veinticuatro horas. Por mucho que se diga, nada será exagerado, sino que, por el contrario, quedará muy por debajo de lo que hemos visto y soportado.» 

domingo, 24 de noviembre de 2019

DESFILE INAUGURAL DE LOS ESTADOS GENERALES (4 DE MAYO 1789)

  
En los últimos años, el centro de gravedad de la confianza nacional se alejó de Versalles. La nación no cree ya en las promesas del rey ni en sus cartas de pago y asignados; no espera nada del Parlamento, ni de los nobles, ni de la Asamblea de notables; tiene que ser creada -por lo menos temporalmente- una nueva autoridad para fortalecer el crédito y poner dique a la anarquía, pues un duro invierno ha endurecido también los puños del pueblo; a cada momento puede hacer explosión la desesperación de los sediciosos hambrientos, huidos del campo y que están ahora en las ciudades. Por ello, resuelve el rey, en el último momento, después de las habituales vacilaciones, convocar los Estados Generales, que desde hace doscientos años representan realmente a todo el pueblo.  

Para privar de su supremacía anticipadamente a aquellos en cuyas manos están todavía los derechos y la riqueza, el primero y el segundo Estado, la nobleza y el clero, ha duplicado el rey, por consejo de Necker, el número de representantes del tercer Estado. Así, ambas fuerzas están en equilibrio y al monarca se reserva con ello el poder decidir en última instancia.La convocatoria de la Asamblea Nacional aminorará la responsabilidad del rey y fortalecerá su autoridad: así se piensa en la corte.

Titulado: "Allegorie dèdiè au tiers etat". Muestra una escena alegórica con un miembro de la nobleza y un miembro del clero, que representa a los estados generales, ayudando a sostener en alto un gran marco en forma de corazón, que descansa sobre la espalda de un hombre que representa a la clase trabajadora, o tercer estado, quien está doblado bajo su peso, implementos de su oficio a sus pies. Dentro del marco se representa "Francia" rezando ante un crucifijo. En la parte superior, dos manos se extienden desde los cielos para ayudar a levantar "Francia".
Pero el pueblo piensa de otro modo; por primera vez se siente convocado, y sabe que sólo por desesperación, y nunca por bondad, llaman los reyes a sus consejos al pueblo. Una tarea inmensa es atribuida con ello a la nación, pero también se le da una ocasión que no volverá a presentarse; el pueblo está decidido a aprovecharla. Un arrebato de entusiasmo se desborda por ciudades y aldeas; las elecciones son una fiesta; las reuniones, lugares de mística exaltación nacional --como siempre, antes de los grandes huracanes produce la naturaleza las auroras más engañosas y ricas en colores-. Por fin puede comenzar la obra: el 5 de mayo de 1789, día de la apertura de los Estados Generales, por primera vez es Versalles no sólo residencia de un rey, sino la capital, el cerebro, el corazón y el alma de toda Francia.

ÓRDENES DE VESTIMENTA

Versalles se ocupó de ordenar los trajes de los diputados. Así, el único cardenal diputado se distingue por la gran capa roja, los arzobispos y obispos deben llevar la sotana morada y el gorro cuadrado - sotana y hackle negros en caso de luto -, los demás diputados del clero la sotana negra, el abrigo largo, la gorra cuadrada y con cinturón de crepé en caso de luto.

Los diputados nobles deben llevar pantalones negros, medias blancas, corbata de encaje, chaqueta negra, abrigo de tela negra con forro de tela dorada y sombrero con plumas blancas levantadas al estilo de Enrique IV. Este traje era bastante caro: el barón de Gauville, diputado de Dourdan, gastó 1.300 libras. En caso de luto, el vestido debe ser de paño negro sencillo, las hebillas de los zapatos y la espada de plata, la corbata de muselina negra. En caso de gran luto, éste debe ser de batista negra, el sombrero sin plumas.

Con su sombrero de terciopelo negro, el traje de los diputados del tercer poder se considera ridículo. Según el conde de La Galissonnière, noble diputado del senescal de Angers, "el sombrero de terciopelo negro usado en los teatros en los papeles de Gérontes y Crispins parecía una afrenta a este grupo de abogados y fiscales que formaban la masa de diputados de tercer orden". Para otros, como el marqués de Ferrières, diputado de la nobleza, el traje del tercer estado evoca el personaje de Sganarelle en Le Mariage forcé de Molière . “Intentábamos ridiculizar al tercer poder: esta arma de burla siempre había tenido un gran poder en Francia, la intentábamos contra el nuevo poder que veíamos crecer de un día para otro, pero el ridículo fracasa ante la opinión pública” -señala Bailly.

Etiqueta de vestimenta para cada orden de estado 
Retransmitidas por Necker, las protestas de los diputados del tercer poder consiguieron un cambio en el reglamento de vestimenta. Al final se adoptó el traje de los maestros de peticiones y de los consejeros de Estado: calzones de paño negro, medias negras, chaqueta de paño negro, casaca corta de seda, corbata de muselina y sombrero levantado por tres lados, sin galones ni botones. En caso de luto, el vestido es similar, pero el abrigo es de lino.

Este nuevo traje se aprecia mucho mejor, pero seguimos creyendo que “la diferencia de traje de las órdenes era ridícula e incluso descortés” (Bailly). Según el diputado Delandine, “la distinción en la vestimenta puede dar lugar a la idea de que admitiremos a otros, ya sea en la presentación de las papeletas o en la forma de recoger los votos”.

SÁBADO 2  DE MAYO, PRESENTACIÓN AL REY

Casi 900 diputados respondieron a la invitación que les hicieron el día anterior para presentarse en el castillo. Como indica la Instrucción para la ceremonia de presentación al rey de los diputados de los Estados Generales , "nos dirigiremos al salón de Hércules por la escalera giratoria de la capilla del lado derecho": los diputados del clero están invitados para las 11 horas, los de la nobleza a las 13 horas, los del tercer estado a las 17 horas. Está dirigida por el gran maestro de ceremonias, el marqués de Dreux-Brézé. Los diputados del clero encabezada por el Cardenal de La Rochefoucauld caminan de dos en dos por el Gran Apartamento y la Sala de Guerra. A la entrada de la Gran Galería, se colocan en una sola columna y llegan a la entrada de la oficina del Consejo, donde se encuentra el soberano. Vestido con un rico traje de seda azul, este último se levanta y mira hacia la ventana. Está rodeado de sus dos hermanos, los condes de Provenza y de Artois, y de sus dos sobrinos, los duques de Angulema y de Berry, así como de varios caballeros. Los diputados se inclinan profundamente uno tras otro, sin decir una palabra. El rey les responde con un leve saludo. Después de pasar delante del rey, los diputados pasaron por el dormitorio de Luis XIV.

La misma ceremonia se repite para los diputados de la nobleza, presentes en el salón Hércules a las 13.00 horas. Al formar la procesión, los duques y pares pretenden ir delante, pero el rey ha decidido que prevalezca el orden alfabético de los distritos electorales. Según el marqués de Sillery, diputado de la nobleza de la bailía de Reims, “en todos los apartamentos reinaba el mayor silencio y nunca hubo tanto respeto como hacia esta ceremonia”.

Más de 500 diputados de terceros se reúnen en el Salón Hércules antes de las 17.00 horas. La convocatoria se hizo en medio de la mayor confusión y el marqués de Dreux-Brézé no logró imponer su protocolo. El rey se impacienta ante el retraso que se avecina y por ello ordena que los diputados desfilen sin orden alguna. Estos últimos, con prisas, siguen el mismo camino que sus antecesores, pero caminan en pequeños grupos mixtos, y no en fila. El soberano los espera en la habitación de Luis XIV, por el deseo de actuar con rapidez, los diputados no son nombrados, los intercambios de saludos se reducen a su expresión más simple.


El 2 de mayo, Luis XVI anotó en su diario: “reverencias del clero a las 11 horas, de la nobleza a las 13 horas y del tercer estado a las 5 horas". Según la Correspondencia Secreta de Métra, “muy malos bromistas se divirtieron con la presentación de los diputados al rey, que tuvo lugar en diferentes momentos. Dijeron que a las 11 vino el clero a decirle al rey: “Señor, vaya a misa”; que la nobleza había venido a la una para informar a Su Majestad que era hora de ir a cenar; finalmente, que el tercer estado había llegado a las cinco para despedir al rey".

El domingo 3 de mayo, los heraldos anunciaron en la ciudad que la procesión y la Misa del Espíritu Santo tendrían lugar al día siguiente: los diputados fueron invitados a reunirse en Notre-Dame a las 9 horas. Después de las vísperas y del saludo en la capilla real, el soberano recibe el juramento de fidelidad de Flesselles, que acaba de ser nombrado preboste de los comerciantes de París. Por la noche, los diputados de los Estados Generales pueden entrar en el Gran Apartamento, donde se celebra el juego del rey. Muchos parisinos acudieron a Versalles para no tener que soportar la congestión del día siguiente. Al caer la noche, el marqués de Dreux-Brézé se dirigió a Saint-Louis para preparar el local.

Empezó a llover por la tarde: “El día 3 por la tarde llovió violentamente. El rey, cuando se acostaba, miraba constantemente el tiempo y daba orden de que, si a las cinco de la mañana dejaba de llover, se colgaran los tapices sobre el camino de la procesión” - señaló Hézecques.

DESDE NOTRE DAME...

Gracias a la vuelta del buen tiempo en la madrugada del lunes 4 de mayo, unos 302 tapices y alfombras de Gobelins y Savonnerie, de las colecciones Garde-Meuble, están tendidos en las fachadas de los edificios por delante de los cuales pasará la procesión. En la Place d'Armes, se colocaron postes a intervalos, a ambos lados para colgar las cortinas. Enlodadas por la lluvia del día anterior y de la noche anterior, las calles están lijadas. Contenida por barreras de madera, la multitud, estimada en unas 40.000 personas, abarrotaba las calles, así como las ventanas de los edificios, que se alquilaban por hasta 60 libras. Los guardias franceses y los guardias suizos se posicionan formando dos líneas paralelas a lo largo del recorrido de la procesión, desde Notre-Dame hasta Saint-Louis.

A partir de las 6:30 horas, el rey de armas y los heraldos de armas entran en Notre-Dame, acompañados por las trompetas y los músicos del Grand Stable. Los diputados comienzan a instalarse en la iglesia. Este último es demasiado pequeño para acoger a todos y los delegados del clero deben reunirse en el edificio de la Misión, contiguo a la iglesia, para esperar la salida de la procesión, con excepción de los prelados, que encuentran su lugar en la iglesia. Los diputados de la nobleza son dirigidos hacia el lado derecho de la iglesia, los diputados del tercer estado hacia el lado izquierdo y son colocados según el orden de los bailíacos y de los senescales. La espera por el soberano dura mucho tiempo. A pesar del pase de lista que llevó algún tiempo, los diputados se impacientaron: según Duquesnoy, diputado del tercer poder, “verdaderamente un individuo no hace esperar a una nación durante tres horas. Vi signos muy marcados de indisposición”.


Cuando el rey se levanta, alrededor de las 8 a.m,la King's Band toca una sinfonía de Haydn. A las 9 de la mañana, los soberanos abandonan el castillo: el rey, que lleva el regente en el sombrero, sube a un carruaje tirado por ocho caballos con sus dos hermanos, sus dos sobrinos y el duque de Chartres, La reina, ataviada con un traje dorado y plateado y adornada con el Sancy, en otro carruaje con Madame Élisabeth, su dama de honor, la princesa de Chimay, y algunas damas de palacio. Mientras pasan los carruajes reales, precedidos por un destacamento de guardaespaldas a caballo, los guardias franceses y suizos se despliegan en la Place d'Armes, los tambores suenan y la música acompaña el movimiento. Según Hézecques, “el rey iba en su carruaje de dos caballos con toda su familia, seguido de otros doce o quince carruajes llenos de damas y los grandes oficiales de la corte. Los caballos, magníficamente enjaezados, tenían la cabeza rematada con altos penachos. Toda la casa del rey, los escuderos, los pajes a caballo, la cetrería, el pájaro en el puño, precedieron la soberbia procesión”

Jubilosos gritos de «¡Viva el rey!» saludan estrepitosamente esta primera carroza y producen penoso contraste con el duro a irritado silencio en medio del cual pasa la segunda carroza, con la reina y las princesas. Claramente, ya en esta hora matinal, la opinión pública establece una profunda divisoria entre el rey y la reina. Igual silencio reciben los siguientes coches, en los que los restantes miembros de la familia real son llevados con marcha lenta y solemne hacia la iglesia de Notre-Dame. El alguacil de Virieu, ministro del duque de Parma, está muy impresionado: “Nada es tan espléndido como la procesión real. La belleza de los caballos, el lujo de los arneses, la riqueza de los carruajes, la profusión de oro y diamantes en los vestidos de los príncipes, las princesas, el rey y la reina estaban hechos para dar la mejor idea de Francia. . Las tripulaciones de los príncipes iban precedidas por los doce halconeros y los guardaespaldas rodearon el carruaje de coronación. El rey tenía a Monsieur a su izquierda. El Conde de Artois  y el duque de Chartres estaban a las puertas. Los gritos de “¡Viva el rey!” Se escucharon desde la salida del castillo hasta la entrada de la iglesia, lo que contribuyó a la grandeza del espectáculo. Sin embargo, Su Majestad no parecía sensible a estas manifestaciones, dictadas por el reconocimiento, la ternura y la alegría. Más tarde supimos la verdadera causa. Le entristeció no oír a la reina aplaudir tan calurosamente".

El carruaje real se detiene frente a las escaleras de la iglesia, que están cubiertas con una alfombra y donde se encuentran los príncipes de sangre (el duque de Orleans, el príncipe de Condé, el duque de Borbón, el duque de Enghien y el príncipe de Conti) con la cabeza descubierta, espera al soberano. Al rey también lo espera el clero de la parroquia, alineado bajo el pórtico. Entra en la iglesia entre vítores y aplausos. Los gritos se vuelven más raros cuando llega el carruaje de la reina, inmediatamente después, frente a la escalera donde esperan las princesas de sangre. Morris informa que la reina, molesta por no haber sido aplaudida, exclamó: “¡Estos franceses indignos!" “Diga indignada, señora”, le dice inmediatamente Madame Adélaïde.


Al son de pífanos, tambores y trompetas, los soberanos y su séquito recorren la iglesia hasta la entrada del coro. El duque de Orleans es aplaudido y saludado al grito de "¡Viva el duque de Orleans!". Un silencio de marcada desaprobación acompaña al Príncipe de Condé, al Duque de Borbón, al Príncipe de Conti, así como al Conde de Artois. 

A los representantes del brazo de la nobleza, fastuosos con sus mantos de seda con galones de oro, los sombreros de ala atrevidamente levantada, con sus plumas blancas, los conocen, por lo menos, de fiestas y bailes; lo mismo ocurre con el abigarrado esplendor de los eclesiásticos, flameante rojo de los cardenales y sotanas violeta de los obispos; estos dos Estados, el primero y el segundo, rodean fielmente el trono desde hace centenares de años y son el ornamento de cada una de sus solemnidades. Pero ¿quiénes componen esa oscura masa, intencionadamente sencilla, con sus trajes negros, sobre los cuales sólo relucen los blancos pañuelos del cuello? ¿Quiénes son esos hombres desconocidos, con sus vulgares sombreros de tres picos; quiénes esos ignorados, aún sin nombre en el día de hoy cada uno de ellos, que, juncos, se alzan delante de la iglesia, como un compacto bloque negro? ¿Qué pensamientos se alojan detrás de esos extraños semblantes nunca vistos, con miradas audaces, claras y hasta severas? El rey y la reina examinan a sus adversarios, que, fuertes en su unión, no hacen reverencias como esclavos ni prorrumpen en entusiastas aclamaciones, sino que esperan, virilmente silenciosos, para ir, de igual a igual, con estos orgullosos señores engalanados, con los privilegiados y de nombre famoso, a la obra de la renovación. ¿No parecen, con sus lóbregos trajes negros, con su grave a impenetrable aspecto, más bien jueces que dóciles consejeros? Acaso ya en este primer encuentro el rey y la reina hayan sentido en un escalofrío el presentimiento de su suerte.

Se han instalado dos palios a la entrada del coro, que está cubierto con ricas alfombras: el del rey está en el lado de la epístola, el de la reina en el lado del evangelio. El séquito de los soberanos, que incluye a miembros de la familia, a los principales funcionarios de sus casas, pero también a miembros del gobierno, tiene lugar en el coro, sobre bancos de terciopelo. En cuanto la reina ocupa su lugar bajo su palio, el clero entona el Veni Creator , el himno al Espíritu Santo, que acompaña la distribución de cirios para la procesión: 1.043 cirios son entregados a los diputados, 286 a los cortesanos. Antes de salir de la iglesia, todos se inclinan ante el rey y luego ante la reina. Son alrededor de las 10:30.


El clero de Versalles encabeza la procesión: los Recollets, luego el clero de las dos parroquias y los miembros de la Hermandad del Santísimo Sacramento con los abanderados. Cuando los Récollets cruzan la puerta de la iglesia para salir, diez granaderos de la guardia francesa, alineados uno al lado del otro, se paran frente a ellos para abrir el camino. Siguiendo al clero, el palio del Santísimo lo portan caballeros de honor de los hermanos del rey. Estos últimos y los hijos del conde de Artois sostienen las cuatro cuerdas del palio. El Santísimo Sacramento lo porta el arzobispo de París, rodeado por los arzobispos de Toulouse, François de Fontanges, y de Bourges, Jean-Auguste de Chastenet de Puységur. Delante del palio, los sacerdotes de las dos parroquias de Versalles visten estolas y capas.

Los soberanos y sus numerosos séquitos cierran la procesión, el rey a la derecha, la cola de la reina llevada por su dama de honor, la princesa de Chimay.

Desde la calle Dauphine, desde los balcones y las ventanas, pero también desde los tejados de los edificios, la multitud aplaude a los diputados del tercer estado nada más al salir de la iglesia: se trata, en cierto modo, de su primera investidura como representantes del gente. Se hace el silencio mientras pasan los de la nobleza. Asimismo, el rey es aclamado con “¡Viva el rey!” y – que es signo de popularidad condicional – de “Viva el tercero y el rey”. Para hacer aún más clara esta íntima oposición contra la corte, eligen algunos el momento en que se acerca María Antonieta y, en lugar de «Vive la Reine!» , aclaman altamente y con toda intención el nombre de su enemigo: «¡Viva el duque de Orleans!». María Antonieta siente la ofensa, se turba y palidece; sólo con un esfuerzo de voluntad logra dominar su sorpresa, sin alterar su aspecto, y continuar hasta el fin el camino de la humillación con erguida cabeza.


En la plaza de Armas volvió a sonar el grito de “Viva el duque de Orleans”. Este último, que es uno de los diputados de la nobleza, insistió en ocupar su lugar entre ellos aunque lógicamente debería, como príncipe de sangre, haber formado parte de la comitiva del soberano, al salir de la iglesia como a la entrada. Según Bombelles, el duque de Orleans incluso rechazó la invitación que le hizo el marqués de Dreux-Brézé de caminar detrás del rey. Esta aclamación es escuchada por la reina, que no oculta su irritación, Contrariamente a la creencia popular, el delfín no vio pasar la procesión desde una ventana del Gran Establo: permaneció postrado en cama en Meudon.

Esta larga procesión y estas aclamaciones deleitaron a Madame de Staël, hija de Necker: "Me colocaron junto a una ventana cerca de Madame de Montmorin, esposa del Ministro de Asuntos Exteriores, y confieso que me entregué a la más viva esperanza de ver por el primera vez en Francia representantes de la nación. Madame de Montmorin, cuyo espíritu no era nada distinguido, me dijo en un tono decidido, que sin embargo tuvo un efecto en mí: "Haces mal en alegrarte, grandes desastres sucederán a Francia y a nosotros por esto". Visión premonitoria sobre la condesa de Montmorin, futura víctima de la Revolución junto a su marido y su hijo.

...EN SAINT-LOUIS

El viaje hasta llegar a Saint-Louis dura más de una hora. La procesión llega allí sobre las 12.30 horas. El marqués de Bombelles se ha colocado en las escaleras de la iglesia: “Nunca, puedo decir, he visto un espectáculo más imponente que el de esta procesión vista desde lo alto de las escaleras del portal Saint-Louis. La plaza, custodiada por los dos regimientos de la guardia francesa y suiza, nos permitió ver, en un amplio espacio, a estos diputados caminando en buen orden en dos filas, siguiéndolos el Santísimo Sacramento y el rey, acompañado de toda su familia, viniendo inmediatamente después. Ver al líder de una nación ilustre venir con sus representantes a implorar la bondad divina fue una marcha tan imponente como soberbia. Los duques y pares, en esta ocasión, siguieron inmediatamente al rey, a pesar de las pretensiones de la Casa de Lorena". De hecho, los miembros de la Casa de Lorena están acostumbrados a reclamar precedencia desde que María Antonieta, de la familia Lorena-Habsburgo, estaba en el trono. Sin duda, se dejaron de lado estas pretensiones cortesanas para evitar un nuevo pretexto para la impopularidad de la reina.


Los diputados del tercero entran antes que los de los otros dos órdenes. Avanzaron hasta el altar temporal instalado frente a la puerta del coro, y ocuparon sus lugares en los bancos laterales. La nobleza tomó las tres primeras filas que se les habían reservado a cada lado. El clero avanzó hacia el coro y el altar. Las damas de la corte estaban sentadas en el centro de la nave, en taburetes de terciopelo púrpura decorados con flores de lis doradas. Después de media hora de espera en la plaza, el rey, la reina y su comitiva entran en la iglesia. Son precedidos por el Santísimo Sacramento, llevado al altar al son del himno O salutaris Hostia. Los soberanos se sientan en dos mesas de oración colocadas frente al altar, bajo un dosel de terciopelo púrpura sembrado de flores de lis doradas.

Aunque la suntuosa decoración interior de la iglesia anunciaba un respeto supremo por la corona, satinados ricos y terciopelos morados, ricamente bordados con flor de Lis, adornado el techo, el altar y los sillones especiales en los que se sentaba la familia real: el sacerdote que presidia los servicios del día estaba lejos de compartirlos. Enrique La Fare, obispo de Nancy de 37 años, fue miembro del primer estado que, como muchos de los representantes más jóvenes y pobres de la iglesia, simpatizaba con los no privilegiados del tercer estado.

Ni siquiera los enemigos de María Antonieta entre la aristocracia estaban preparados para las mordeduras del obispo; cuando termino el sermón, todos permanecieron en silencio, sintiendo diversas combinaciones de reproche severo y completa incredulidad. Los diputados del tercer estado, sin embargo, saludaron el sermón con aplausos. Esta reacción, estrictamente prohibida de estar en la iglesia, en presencia del rey y de la reina, y ante el santo sacramento, anunciaba la descarada negativa de los plebeyos a continuar doblando las rodillas ante sus superiores.

También revelo, por supuesto, su completo disgusto por la esposa del soberano. Golpeada –el objetivo de la arenga de La Fare reacción con vivos aplausos- la reina imperceptiblemente frunció los labios Habsburgueses. Tomando nota del pálido y triste semblante dela María Antonieta, el aristócrata Mirabeau, susurro a un vecino: “admiren la víctima”.

Muchos de los representantes llegaron a Versalles con los "prejuicios más fuertes contra la reina, seguros de que estaba agotando el tesoro del Estado para satisfacer a los más irrazonables lujos”. Algunos exigieron ver al Trianon, convencidos de que había al menos una habitación, “totalmente decorada con diamantes y columnas con zafiros y rubíes”. Representantes incrédulos buscaron en el pabellón en vano la cámara de diamantes.
Al final de la misa, el Arzobispo de París celebra un saludo al Santísimo Sacramento. La ceremonia termina alrededor de las 4 p.m. y todos están ansiosos por ir a almorzar. Los soberanos abandonan la iglesia, en cuya plaza les esperan sus carruajes: según Bombelles, “los gritos de “¡Viva el rey!” Fueron bastante frecuentes y bastante animados. La reina permanece al menos cuatro minutos sin mover su carruaje, con la esperanza de recibir también algunas ovaciones. Esfuerzo malgastado. Se marcha sin escuchar ningún aplauso. Ni un solo labio se mueve al salir la reina: un silencio glacial y manifiesto sale a su encuentro como una viva corriente de aire. Un hombre común preguntó a su vecina por qué no llevaba una vela en la procesión, y le dijeron: “¿Qué haría con ella, a menos que fuera para enmendar la situación?”. Cualquier grito de "Vive la Reine" señaló Bombelles fue ahogado. Continuó: “Nunca una reina de Francia ha sido menos popular; y, sin embargo, no se le puede atribuir ningún acto de maldad. Somos decididamente injustos con ella y demasiado severos al castigarla, como mucho, por unos pocos ejemplos de volubilidad".

Durante tres horas tiene la reina de Francia que permanecer sentada, como en el banquillo de los acusados, delante de los representantes del pueblo, sin que la saluden ni le presten ninguna atención. Pero al regresar a su palacio, María Antonieta no se hace ninguna ilusión. Con toda claridad siente la diferencia que hay entre este saludo vacilante y compasivo y los grandes, cálidos y torrenciales gritos de amor del pueblo que, en otro tiempo, habían conmovido su infantil corazón al retumbar en su primera llegada a París. Ya sabe que está excluida de la gran reconciliación y que comienza una lucha a muerte.

El 4 de mayo, el rey anotó en su diario: “Salida a las 9 de la mañana, procesión de los estados, saludo". La organización de esta jornada le costó al Estado cerca de 21.000 libras.