Mostrando entradas con la etiqueta 06 TRIANON. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta 06 TRIANON. Mostrar todas las entradas

domingo, 30 de abril de 2023

EL TRIANON - FAREWELL MY QUEEN (CHANTAL THOMAS)

“¡Qué lugar tan grande es el mundo! -Dijo de repente la Reina- Nunca he visto el mar… no puedo imaginar nada en un mapa, mientras que desde un árbol o una flor, todo me llega con bastante facilidad. Solo necesito sentarme a la sombra de mi cedro del Líbano, y es como si hubiera viajado a Oriente ".
-"El mundo entero está aquí en Trianon; ¿por qué tomarse la molestia de viajar?" -fue mi humilde respuesta

les adieux à la reine
"El Petit Trianon, ese “ramo de flores” que le regaló el Rey, toda la actuación fue muy diferente. Lo que Monsieur de Montdragon me había dicho era cierto: el aura característica que encontrabas al llegar a la presencia de la Reina, de hecho, tan pronto como entrabas en la atmósfera de su Casa, era de gentil amabilidad. Y a cualquiera que conociera también las casas del señor conde de Provence, o la de la señora, la mujer del conde, o las del otro hermano del rey, el Conde d'Artois o su esposa, la diferencia era bastante notable. En casa en su propio lugar, la Reina evitaba dar órdenes. Ella sugería, mencionaba, pedía cada cosa como un favor que alguien podría querer hacer por ella y por el cual estaría muy agradecida. Era absolutamente cortés con los más humildes de sus sirvientes y nunca mostró la menor impaciencia o brusquedad en su trato con ellos. Era maternal y deliberadamente juguetona con sus pajecitos, y se dirigía a sus asistentes femeninas con acento no solo de amistad sino de comprensión mutua. ¿Fue un llamamiento a un afecto más cercano? ¿Se olvidó la reina de quién era? De ninguna manera, además, nadie se hacía ilusiones al respecto, pero el ambiente que he descrito era la armonía afectiva, afectuosa en que ella deseaba vivir. La dulzura que caracterizaba sus gestos, su tono de voz y su trato con otras personas era una extensión de la tremenda elegancia que marcaba todo lo que entraba en su órbita: ropa, muebles, decoración. Al entrar en Versalles, había pensado que estaba entrando en el reino de la Belleza. Mi introducción a aquellos dominios donde gobernaba la Reina me enseñó que la belleza que tanto admiraba podía asumir un matiz más personal, sutil y delicado.

Mi visita era esperada. Subí la escalera de mármol que conducía al segundo piso donde estaba su dormitorio. Todavía puedo ver la curva de la escalera, las vasijas de porcelana azul y blanca que estaban colocadas en los escalones (siempre me hacían desear ir a Holanda al verlas; me gustan mucho los molinos de viento), el pasillo algo estrecho, construido para permitir que dos personas se rozaran, las puertas en las que estaban escritos con tiza los nombres de aquellos pocos amigos considerados lo suficientemente dignos como para pasar la noche en el Petit Trianon. También hubo, en varios rincones, cuartitos improvisados ​​para los criados, tablas removibles sobre las que colocarían un delgado colchón que enrollarían inmediatamente al despertar y guardarían fuera de la vista. En el Petit Trianon, el día borraba las huellas de la noche. Pero no en su lugar especial, no, no en su alcoba, no en el territorio privado que marcaba con su dulzura, con su olor. Allí, la noche y el día se mezclaron, se prolongaron, se encontraron y se entrelazaron. Y esto era especialmente cierto en aquella alcoba del Pequeño Trianón, tan querida para ella porque no podía confundirse en modo alguno con un escenario oficial.

les adieux à la reine

La habitación daba a un estanque ornamental y al Templo del Amor, parcialmente oculto a la vista por un pequeño bosque de juncos. ¿Bosque? Al menos así se refería a la docena o más de juncos cuyo susurro, cuando la ventana estaba abierta, era parte del encanto que encontré en aquella alcoba del Pequeño Trianón. Sonidos de agua y cañas, voces de encajeras, costureras, hiladoras y planchadoras, cuyas canciones gustaba escuchar a la Reina mientras trabajaban en el lavadero. Esa, en mi memoria, es la música del Pequeño Trianón, y no la sucesión de conciertos que allí se dieron, por numerosos que fueran. Es la música del jardín y de las voces de las mujeres. ¿Y las fragancias? Al igual que la música, estas provienen en primera instancia del exterior. Son delicados y cambian en primavera con las flores cambiantes del jardín. Pero hay uno que persiste, idéntico a lo largo de las estaciones: el olor del café llevado a la Reina para su desayuno. Si por casualidad llegaba justo cuando ella estaba tomando su café, les pedía a sus asistentes que me trajeran otra taza. Y en el instante en que tocó mi garganta, el sabor del fuerte brebaje negro, que para ella era el sabor de su despertar diario, se convirtió en parte del sabor mismo de mi vida. 

Si busco en mi memoria, hay otra fragancia, más cargada de significado, con un olor muy fuerte y suave, que olí solo cuando llegué al Petit Trianon. Pero tenía miedo de respirarlo, porque estaba demasiado relacionado con el cuerpo de la Reina y el cuidado que prodigaba en él. Este era un ungüento de flores de jazmín que ella hacía que sus mujeres untaran alrededor de las raíces de su cabello. El ungüento tenía la propiedad de evitar la caída del cabello e incluso hacerlo crecer. Todas las mujeres anhelaban tener algo para ellas, pero Monsieur Fargeon, de The Scented Swan en Montpellier, lo guardaba celosamente para uso exclusivo de la Reina".

-extracto del libro "farewell my queen" de Chantal Thomas (2003) donde Agathe-Sidonie, antigua lectora de cámara de la reina describe el ambiente del palacete querido por Marie Antoinette, el Trianon.

domingo, 3 de julio de 2022

TRIANON- ELENA VIDAL

Una mujer con un vestido de algodón blanco, un pañuelo de volantes de muselina diáfana cruzado sobre su corpiño, con un sombrero de paja de ala ancha, bajo los escalones desde el porche hasta la terraza inferior en el suroeste, al lado del jardín francés del pequeño Trianon. Se deslizo por la terraza donde, de joven reina, había bailado a la luz de las llamas en muchas fiestas de verano. Había una parsimonia en su paso; ella tenía mucho que hacer esa tarde.

En primer lugar, algunas de sus plantas necesitaban riego; a pesar de que parecía como si pudiera llover. Ella planeaba inspeccionar su lechería y, si podía encontrar a su jardinero, darle instrucciones para los preparativos de invierno. El cielo azul se estaba volviendo nublado. La belleza y la serenidad de los jardines, de los prados y valles, de los arboles cuyas hojas se estaban volviendo doradas, hicieron un sorprendente contraste con las nubes plomizas y los nubarrones que ascendían desde el horizonte occidental.

Antonieta camino por el sendero boscoso hacia el gran lago y el Hameau. El susurro de los arboles tranquilizo su mente, como si le estuviera susurrando secretos. Se sentía maravilloso estar solo, completamente solo. Por un lado, saboreaba las fiestas y la alegría, pero también ansiaba la soledad del mismo modo que otros ansían la comida.

Ella vino al lago, al otro lado estaba la rustica casa de campo normanda; se reflejaba en la suave superficie del agua. Un sauce rozo con tristeza el lago, sobre el que flotaban racimos de nenúfares. Las orillas estaban salpicadas de juncos. Un cisne se deslizo cerca de ella, ignorando al pez que perseguía una libélula.

Ella se dio cuenta de que no era más que un sueño de encantamiento que ella había hecho tangible. Fue muy censurada por este sueño. Se consideraba extravagante, pero todo lo que ella había tratado de hacer era crear un jardín cercado, donde ella, su familia y amigos pudieran venir y estar seguro, feliz y libre, libre de chismes y escándalos, de malicia y conspiraciones

Pero como ella, había aprendido, no había forma de escapare de la maldad del mundo, al menos no de forma permanente. Solo en el cielo estaba allí en verdadera paz y libertad.

lunes, 25 de octubre de 2021

TRIANON PARA LA NACIÓN FRANCESA

“El hermoso sueño hecho realidad, el palacio y el jardín encantados, donde María Antonieta se quitara su corona, pasaba el tiempo de la representación y la corte, reanudaba su voluntad y capricho, evadía la vigilancia, la fatiga, la prueba solemne y la disciplina invariable de su vida real, cubierta de soledad; aquí tiene amistad, derrame y entrega, tiene vida!” (la historia de Marie Antoinette de Edmond y Jules Goncourt 1859)

En los últimos días de abril de 1789, el camino de Versalles estuvo lleno de caminantes inusuales. Se reunieron en cualquier momento, abrigo de abogados, fiscales y curas rurales. Señores que formaban el tercer estado, que acababan de llegar a la ciudad real para la reunión de los estados generales. Estaban encantados de realizar una visita oficial a los jardines de su majestad. 

Su primera visita fue para el castillo de María Antonieta, el famoso Trianon que habían oído tanto en los periódicos, folletos y canciones que circulaban tanto en el reino como en las provincias. Se detuvieron en la puerta que  cierra el pequeño patio y se quedaron un poco propendidos por el aspecto de aquel odiado palacete: un edificio cuadrado, cinco ventanas de la fachada, dos plantas cubiertas con una azotea… en verdad –ellos pensaban- no era la idea que el pueblo tenia, parecía un poco señorial.

Cuando entraron a ver el interior de la casa; esperaban encontrar maravillas y curiosidades, y muchos creyeron que la reina había pasado gran parte de sus años despilfarrando la fortuna del tesoro real en este diminuto espacio, pequeño como la palma de la mano.

Imágenes del film Marie Antoinette de 1975, donde nos muestra como la reina es sorprendida por algunos diputados en su jardín, Marie Antoinette voltea despreciativamente.
Su asombro aumento cuando el ayuda de cámara los introdujo en los apartamentos. Había mobiliarios muy elegantes y una exquisita decoración, pero en ninguna parte sobrepasaba el lujo: esa palabra estaba excluida para cada rincón. Los diputados revisaron por todas partes, hasta el más mínimo de los gabinetes, varios buscaban detalles específicos y pidieron ver la gran sala, con columnas salomónicas decoradas con zafiros y rubíes.

Su guía no sabía que responder, la sala descrita por ellos en los periódicos, nunca ha existido en el conjunto y las joyas que adornaban los cabujones de vidrio eran simples. La verdadera historia era otra, aunque los visitantes salieron como lo hicieron, convencidos de que ocultaban las partes principales de la casa.

Tal era la imagen del público en Francia sobre le pequeño castillo de la reina, juzgado y calumniado por los nacidos en la corte, a quienes María Antonieta no hizo el honor de invitar, hinchados por la estupidez de las masas, comenzaron a hacer de Trianon, en la boca de la revolución: “el templo de la corrupción y el libertinaje de la austriaca”.

Una noche, en sus apartamentos, habló del incidente con su esposo el Rey. Pero, "¿dónde, señor?¿Captarían la noción de una habitación así? No hay una cámara tachonada de gemas en todo Versalles, y mucho menos en mi pequeño Trianon. ¿No saben que anhelo y me deleito en la sencillez en lugar de la ostentación?”

Su marido guardó silencio. "Creo que sé de dónde vino la idea -dijo pensativo-Recuerde, hace años, tal vez incluso en la época de Madame du Barry, que había un utilería del teatro en la ópera de Versalles con cristales de colores que brillaban y, desde la distancia, parecían joyas”.

 "Oh, lo recuerdo -dijo- ¿Pero cómo podrían conectarlo con Trianon?"

Él la miró con sus ojos tristes y dulces llenos de una ternura que estaba reservada solo para ella. "No lo sé, querida. Todo lo que puedo decir es que los panfletistas han estado muy ocupados”.

Enterró su rostro en su hombro; Sintió venir el extraño temblor del que había Sufrió cuando era una niña, pero últimamente comenzó a experimentar con mayor frecuencia. Sólo en los brazos de su marido podría recuperar su autocontrol. "¿Pero qué les he hecho para que me odien tanto?...Celos, envidia, calumnia – murmuró- Y supongo que es lo suficientemente cierto como para decir que en los días de mis predecesoras, las calamidades y desgracias de la tierra fueron atribuidas a las amantes del rey, en una Pompadour o Du Barry. La reina nunca fue considerada responsable cuando las cosas salieron mal”.

 El rey se río diciendo: “Yo, en cambio, tengo como amante nada menos que a una bella actriz de pelo rojo llamada Antoinette, a quien me niego a renunciar ".

“Mi cabello ya no es rojo; es gris” dijo ella, su voz amortiguada por su chaleco de seda. Entonces ella lo miró. “Y cómo eres un hombre virtuoso, culpan de todo a tu esposa, que Se convierte en el chivo expiatorio de los males de la nación. Oh, señor, si supiera que mi muerte salvaría su Reino, con qué gusto lo ofrecería como sacrificio”.

"Tonterías", respondió con brusquedad. "Disparates. Si alguna vez pienso que tú o los niños van a estar en peligro, te enviaría fuera del país”.

 Ella se apartó de él y se puso las manos en la cintura. "Louis-Auguste, por favor, comprenda una Cosa. Nunca estaré de acuerdo en dejarte. Si muero, será a tus pies, con los niños en mis brazos. Mi  lugar está a tu lado; escapar sin ti sería una cobardía, y solo haría el juego en manos de nuestros enemigos. Cualesquiera que sean las tormentas que nos asalten, las enfrentaremos juntos”.

domingo, 1 de marzo de 2020

TRIANON: CAROLINE WEBER

En junio de 1774, un mes después de ascender al trono, Luis XVI le presentó a su esposa el Petit Trianon, un pequeño pero exquisito palacio neoclásico a solo un cuarto de liga de Versalles. Para María Antonieta, que realmente amaba las flores, el edificio resultó tan encantador como sugería la metáfora de Luis XVI.


Impresionada por la frescura y la simplicidad del Petit Trianon, la reina, rápida y entusiastamente, comenzó a transformar el lugar en un laboratorio para un amplio programa de experimentación estética y cultural. Desde los jardines interiores y los disfraces que ella y sus invitados llevaban hasta los tipos de actividad y comportamiento que alentaba allí, Marie Antoinette diseñó prácticamente todos los aspectos de la vida en su hogar siguiendo las líneas discretas e informales sugeridas por esa arquitectura. En conjunto, sus innovaciones establecieron un dominio en el que ninguna de las reglas habituales de la corte se aplicaban y, de manera diferente, aunque no menos dramática que sus pufs.

Para comenzar su experimentación en la vida pastoral, María Antonieta se centró menos en la ropa y más en los entornos en los que se desarrollaría la nueva experiencia. Después de recibir el palacio de su esposo, ella inmediatamente comenzó a trabajar con Richard Mique, el sucesor de Gabriel como arquitecto del Petit Trianon, para intensificar y expandir la encantadora atmósfera natural que reinaba allí. A su habitación, agregó una hermosa y pequeña habitación cuyos revestimientos de madera representaban rosas exuberantemente talladas, el símbolo tradicional de los Habsburgo que también resultó ser su flor favorita. Para su nueva biblioteca, ordenó cortinas de tafetán verde manzana y paneles de madera en el tono más suave del blanco.


El teatro privado presentaba delicados techos con frescos que representaban a Apolo (antepasado tanto de Medea como de Césares), revestimientos de paredes azul verdoso pálido, esculturas de papel maché y una ornamentación de piedra de vidrio que imitaba gemas. Junto con las colecciones de cristales, conchas, lacas japonesas y madera petrificada de María Antonieta, los estantes de curiosidades del palacio estaban llenos de flores hechas de delicada porcelana y esmalte chinos. Y en todas partes, las telas de colores claros bordadas con alegres ramos de flores - rosas y jazmín, flores de manzano y lirio de los valles - iluminaban los muebles y las paredes y realzaban la sensación dominante de elegancia casual y casual.
 

Para extender esta cálida atmósfera campestre a los terrenos que rodean el palacio, María Antonieta optó por reemplazar parte de los jardines rígidamente geométricos existentes de André Le Nôtre, un remanente de la era teatralmente formal de Luis XIV, con la atmósfera artísticamente descuidada de un jardín inglés contemporáneo. Diseñado por la novela sentimental altamente vendida de Rousseau, Julia o New Heloise (1761), el jardín Anglais pretendía parecer plantado "sin orden y sin simetría" con un efecto que era "encantador pero inculto y áspero”. Al adoptar este modelo, el jardín inglés de Petit Trianon exhibió prados ondulantes, un río serpenteante, árboles y arbustos que parecían plantados al azar, y en todas partes, masas de flores casualmente dispersas.

A pesar de la atmósfera discreta, el palacio de la Reina emergió rápidamente, al igual que sus bailes de disfraces y modas parisinas, como un símbolo de su ascendencia favorita sobre Luis XVI, y no solo porque el lugar había sido originalmente diseñado como un nido de amor para el ex rey y su amante. Como dueños de sus propias residencias privadas, los mesdames de Pompadour y Du Barry habían alcanzado un grado de libertad notable, de hecho envidiable, cuando estaban lejos de Versalles: organizaban sus propias fiestas, daban la bienvenida a sus propios amigos y disfrutaban de sus pasatiempos y caprichos favoritos. En mayor o menor medida abandonaron los rituales de la corte. De esta manera, los hogares personales de los favoritos representaban extensiones, así como afirmaciones de su poder inusual e inigualable.
 

Con el Petit Trianon, María Antonieta pudo lograr un grado similar de libertad y control, y no hizo ningún esfuerzo por subrayar la idea de que el reino del Trianon estaba gobernado por ella y solo por ella. Por ejemplo, fue su monograma, no el de su marido, el que colocó en la escalera de hierro fundido en el vestíbulo central y grabó las encuadernaciones en la biblioteca. También expresó su independencia en la costumbre, librea roja y plateada, que requería que los sirvientes de Petit Trianon los usaran para distinguirlos de los funcionarios de la casa del rey, que vestían uniformes blancos, azules y rojos, los colores reales tradicionales. En lo que quizás fue más llamativo, todas las regulaciones que rigen el Trianon se emitieron "Por orden de la reina", feminizando sin precedentes el tradicional decreto monárquico.

Paradójicamente, por lo tanto, el propio movimiento de la reina hacia un estilo simplificado reforzó la apariencia de su poder real, como pronto se dieron cuenta los miembros del público francés. Porque en la corte la posición de los nobles les aseguraba diversos grados de acceso a los monarcas, tanto si deseaban verlos como si no; en Trianon, la admisión dependía de una invitación especial de la propia reina. Del mismo modo, mientras que Versalles estaba abierto a todos los miembros del público, las entradas al Petit Trianon estaban cerradas y vigiladas para excluir a los visitantes no deseados. Y mientras en Versalles se le exigía que soportara estar bajo el escrutinio de innumerables espectadores, ahora, en su nuevo dominio, María Antonieta tomó el control de su imagen, sacándola del ojo público. La decisión desafió tanto a los aristócratas como a los plebeyos en su expectativa de conocer a la reina, un símbolo vivo del glorioso reinado de su esposo, siempre a la vista; y reveló el grado en que María Antonieta estaba dispuesta a salir por su cuenta y determinar su propio destino, sin ninguna contribución del pueblo o del rey.


Los sujetos de María Antonieta también aborrecieron la suspensión drástica de la etiqueta que había introducido en el Petit Trianon y con la que repudió aún más por completo la rigidez aturdidora que dominaba la corte de su esposo. Por Orden de la Reina, se ordenó a los invitados en la propiedad que no dejaran de hablar y que no se levantaran de sus asientos cuando el soberano entrara en la habitación. "La conversación continuó, las damas no interrumpieron sus bordados o la música que tocaban", escribió Evelyne Lever. "La reina se sentaría entre los invitados donde quisiera... nadie debería sentir vergüenza"  Nadie debe cumplir con la miríada de otras formalidades que prevalecieron en Versalles. Casualmente, los compañeros encargados de supervisar rituales como el baño y Coucher no era bienvenido en el refugio de María Antonieta, y esto también indicaba su renuencia a acatar la vieja tradición de la corte. En lugar de su dame d'atours, mantuvo a Rose Bertin a mano para ayudarla a vestirse. En lugar de sus damas del palacio, se rodeó de amigos como la princesa de Lamballe y la bella condesa Jules de Polignac, a quienes había introducido en su círculo en el verano de 1776.


Además de excluir a su séquito oficial y a todos los demás visitantes no deseados, María Antonieta tomó medidas adicionales agresivas en su búsqueda de privacidad. Mientras se relajaban en los jardines del Petit Trianon, ella y sus amigas a menudo se reunían en una tienda de tafetán azul equipada con persianas que obstruían los intentos de los voyeurs de espiarlos desde lejos. Durante las fiestas, se ordenó a los cargadores que expulsaran sin ceremonias todas las penetraciones. La regla era tan estricta que María Antonieta, al descubrir en mayo de 1782 que su enemigo, Louis de Rohan, en ese momento cardenal, se había escabullido en una de sus fiestas al aire libre con los calcetines morados típicos de su estado eclesiástico apenas ocultos debajo de su capa oscura, ella despidió sumariamente al portero que lo había dejado entrar.


Humillados e indignados por la provocación de María Antonieta, los aristócratas, aparte revivieron el viejo apodo del partido francés dio a la reina, l'Autrichienne , y puso en marcha una nueva serie de ataques xenófobos contra él. Afirmando que esta princesa de los Habsburgo nunca había podido adaptarse a los refinamientos formales de la corte francesa, nadie había olvidado su antigua guerra con el corsé, llamaron a Trianon "pequeña Viena" y "pequeña Schönbrunn". Aunque había sido despojada ritualmente de toda la ropa austriaca a su llegada a Francia, la pizarra en blanco de su cuerpo no había podido corresponder como lugar de inscripción de la costumbre borbónica. Completamente manifiesta en su comportamiento desviado en el Trianon, su disgusto por el protocolo y su deseo de privacidad fueron interpretados por los enemigos menos como una extensión de una vista protonaturalista del mundo a la manera de Rousseau como evidencia de su irreformado "corazón de Austria" y su despreciable barbarie Alemán.

-Queen of Fashion: What Marie Antoinette Wore to the Revolution, Caroline Weber (2007).

sábado, 9 de marzo de 2019

FIESTAS EN TRIANON - MARIE ANTOINETTE ( PATHÉ, 1903)


Fiestas en Trianon – María Antonieta (Pathé, 1903) La investigación histórica sobre la colección Sagarmínaga y el estudio y supervisión de la restauración han estado a cargo de Camille Blot-Wellens. La restauración física de las películas recuperadas fue realizada en las instalaciones de la Filmoteca Española.

lunes, 24 de septiembre de 2018

LE HAMEAU DE LA REINE MARIE ANTOINETTE

  
La moda quiere todavía más autenticidad. Para desnaturalizar aún más a fondo la naturaleza, para embadurnar las decoraciones hasta el punto más refinado de viviente verdad, para realce de la manía de la veracidad, son introducidos auténticos figurantes en esta comedia pastoral, la más preciosamente representada de los tiempos; verdaderos aldeanos y verdaderas aldeanas, legítimas vaqueras con legítimas vacas, temeros, cerdos, conejos y ovejas, auténticos segadores y guadañeros, pastores, cazadores, lavanderas y queseros, para que sieguen, y laven, y estercoleen, y ordeñen, con objeto de que la comedia de figurillas se continúe alegre a incesantemente.

Un nuevo y más profundo zarpazo a la caja del Tesoro, y por orden de María Antonieta se desembala al lado de Trianón un teatro de muñecos en tamaño natural para aquellos juguetones niños grandes, con cuadras, pajares, graneros, con palomares y nidales de gallinas, el famoso Hameau . El gran arquitecto Mique y el pintor Huberto Robert dibujan, bosquejan y construyen ocho grandes chozas campesinas, copiadas con todo cuidado de las usuales en el país, con techumbres de paja, gallineros y estercoleros. A fin de que estas engañosas construcciones, que relumbraban como recién construidas en medio de aquella naturaleza costosamente lograda, por nada del mundo parezcan falsificadas, se imita exteriormente hasta la pobreza y la ruina de las verdaderas chozas de la miseria; a martillazos se producen grietas en los muros; se hacen románticos desconchones en los recovecos; vuelven a ser arrancadas algunas tablillas en los techos. 

vista de la aldea.
Huberto Robert pinta hendiduras figuradas en la madera, a fin de que todo haga impresión de podrido y antiquísimo; los humeros de las chimeneas son ennegrecidos con humo. Pero por dentro algunas de las casitas aparentemente arruinadas se hallan provistas de todas las comodidades, con espejos y estufas, billares y cómodos canapés. Pues si la reina se aburre alguna vez y tiene gusto en jugar a Jean-Jacques Rousseau, haciendo quizá manteca con sus propias manos, con sus damas de corte, en ningún caso es lícito que, al hacerlo, se ensucie los dedos. 

Marie Antoinette en la lechería del Hameau. escenas de su vida
Si visita, en su establo, a sus vacas Brunette y Blanchette , naturalmente es pulido antes el suelo como un parqué por una mano invisible; la piel de las vacas, almohazada hasta ser de un blanco de flores y un pardo de caoba; la espumeante leche es servida no en un grotesco cubo de aldeano, sino en vasos de porcelana especialmente hechos en la fábrica de Sèvres. Este Hameau , hoy encantador a causa de su ruina, era para María Antonieta un teatro a la luz del día, una comédie champêtre frívola, casi provocativa justamente a causa de su frivolidad. Pues mientras ya en toda Francia los aldeanos se amotinan, mientras la verdadera población campesina, abrumada de impuestos, exige tumultuosamente, con desmedida excitación, una mejora en su insostenible situación, en esta aldeíta de teatro a la Potemicine reina un abobado y embustero bienestar. 


Atadas con cintitas azules, son llevadas al pasto las ovejas; bajo una sombrilla, sostenida por una dama de la corte, contempla la reina cómo las lavanderas aclaran la ropa blanca en el arroyo murmurador: ¡ay!, es tan deliciosa esta sencillez tan moral y tan cómoda; todo es limpio y encantador en este mundo paradisíaco; tan pura y clara es aquí la vida como la leche que brota de la ubre de la vaca. Se ponen vestidos de fina muselina de una sencillez campestre (y se hacen retratar con ellos pagando algunos miles de libras); se entregan a inocentes placeres; rinden homenaje al goût de la nature con toda la frivolidad de los ahítos de todo. Pescan, cogen flores, pasean -rara vez solos- a través de los entrecruzados senderos, corren por las praderas, ven trabajar a los buenos aldeanos falsificados, juegan a la pelota, bailan minués y gavotas sobre campos floridos en lugar de hacerlo sobre pulidas baldosas, cuelgan columpios entre los árboles, construyen un chinesco juego del anillo, se pierden y se encuentran entre las casitas y los caminitos umbrosos, montan a caballo, se divierten y hacen representar comedias en medio de aquel teatro natural y, por último, acaban por representarlas ellos mismos para otros.

Y aquella pandilla se toma muy en serio su papel en esta comedia pastoril: en las mesas de mármol madame Lamballe reparte la leche. Madame Polignac y su hija, la duquesa de Guiche recolectan verduras en preciosos canastos con cintas rosadas. Por la orilla del lago las lavanderas del momento; la condesa de Chalons, de cuyas sonrisas para muchos caballeros sostuvo, con la condesa Diana, para desempeñar el papel, con la ropa de ébano en los batidores.

En el establo, donde las ovejas, inconscientes del honor de ser dispuestas para el recorte con unas tijeras de oro por parte del duque de Coigny. Desde lo alto de un árbol, el duque de Guines ameniza la jornada tocando su flauta; el conde Adhemar iza los sacos de maíz y la caoba, el barón de Besenval junto con el impaciente conde Artois ordeñan las vacas. madame Polastron reparte refrescos para alentar a los trabajadores.


Hay fiestas, ya en honor del esposo, o del hermano, ya de príncipes extranjeros, huéspedes de Versalles, a quienes María Antonieta quiere mostrar su encantado imperio; fiestas en las cuales millares de lucecitas escondidas, reflejadas por vidrios de colores, centellean en la oscuridad como amatistas, rubíes y topacios, mientras que chisporroteantes garbas de fuego surcan el cielo y una música, que toca invisible en un lugar próximo, se deja oír dulcemente. Se organizan banquetes de centenares de cubiertos; se construyen puestos de feria para bromas y danzas, y el inocente paisaje sirve, obediente, de refinada decoración de fondo a todo aquel lujo. No; no se aburre uno en medio de la «naturaleza». María Antonieta no se ha retirado a Trianón para hacerse reflexiva, sino para divertirse mejor y más libremente.

domingo, 4 de junio de 2017

TRIANON: EL REFUGIO DE LA REINA MARIE ANTOINETTE


Con mano ligera y juguetona, María Antonieta coge la corona como un inesperado regalo; es todavía demasiado joven para saber que la vida no da nada de balde y que todo lo que se recibe del destino tiene señalado secretamente su precio. Este precio, María Antonieta piensa no pagarlo. Sólo toma a su cargo los derechos de la realeza y deja a deber sus obligaciones. Quiere reunir dos cosas que no son humanamente compatibles: quiere reinar y al mismo tiempo gozar. Como reina, quiere que todo sirva a sus deseos, cediendo sin vacilar ella misma a cada uno de sus caprichos; quiere la plenitud de poderes de la soberana y la libertad de la mujer; por tanto, gozar doblemente de su vida, juvenil y fogosa, poniéndola dos veces en tensión. 

Pero en Versalles no es posible la libertad. En medio d aquellas claras Galerías de Espejos no hay paso alguno que quede oculto. Todo movimiento está reglamentado, cada palabra es transportada más lejos por un viento traidor. Aquí no hay soledad posible ni fácil coloquio entre dos personas; no hay descanso ni reposo; el rey es el centro de un gigantesco reloj que señala, con implacable regularidad, cada uno de los actos de la vida, desde el nacimiento a la muerte, desde el levantarse hasta el irse a la cama; las mismas horas de amor se convierten en una cuestión de Estado. El soberano, a quien todo pertenece, pertenece él a su vez a todo y no a sí mismo. Pero María Antonieta odia toda vigilancia; de este modo, apenas llega a ser reina, cuando ya le pide a su siempre condescendiente esposo un escondrijo donde no tenga que serlo. Y Luis XVI, mitad por debilidad, mitad por galantería, le regala, como donación nupcial, el palacete estival de Trianón, un segundo reino chiquito, pero propiedad particular de la reina, en medio del poderoso reino de Francia. 


En sí mismo, no es ningún gran regalo el que María Antonieta recibe de su esposo al darle Trianón, pero es juguete que debe ocupar y encantar su ociosidad durante más de diez años.

el rey se convirtió en galán –señalo el 31 de mayo de 1774 el padre Baudeau en su crónica -, le dijo a la reina: ¿te gustan las flores? Bueno! Tengo un ramo de flores para ti. Este es el Petit Trianon”.

“señora, ahora soy capaz de satisfacer sus gustos -según los relatos de Bauchaumont- os ruego que acepte para su uso el Petit Trianon. Estos bellos lugares siempre han sido la residencia favorita de los reyes y debe así ser suyo”.


Con Trianón, este espíritu desocupado ha encontrado por fin una ocupación, un juego, que se renueva constantemente. Lo mismo que a la modista vestido tras vestido, lo mismo que al joyero de la corte alhajas siempre distintas, también tiene María Antonieta que encargar siempre algo nuevo para adornar su pequeño reino; al lado de la modista, del joyero, del director de ballets, del profesor de música y del maestro de baile, ahora el arquitecto, el constructor de jardines, el pintor, el decorador, todos estos nuevos ministros de su reino en miniatura, le llenan largas horas, ¡ay!, tan espantosamente largas, vaciando al mismo tiempo del modo más intenso el bolso del Estado. La principal preocupación de María Antonieta es su jardín, el cual, naturalmente, no debe semejarse en nada a los históricos jardines de Versalles; tiene que ser el más moderno, el más a la moda, el más original, el más coquetón de toda aquella época, un verdadero y auténtico jardín rococó.

De nuevo, María Antonieta, sabiéndolo o no sabiéndolo, sigue con este deseo el transformado gusto de su tiempo. Pues la gente ya está harta de los campos de césped, llanos y trazados a cordel por el general de jardinería Le Nôtre; de los setos recortados como con una navaja de afeitar, de sus geométricos adornos fríamente calculados en la mesa de dibujo, todo lo cual debía mostrar ostentosamente que Luis XIV, el Rey Sol, no sólo obligó al Estado, a la nobleza, a las clases sociales, a la nación entera, a adoptar la forma exigida por él, sino también al paisaje. La gente ha contemplado hasta hartarse esta verde geometría; está fatigada de esta masacre de la naturaleza; lo mismo que en todo el malestar cultural de la época, también en este punto vuelve a ser el enemigo de la «sociedad» Jean-Jacques Rousseau, el que pronuncia la palabra salvadora al exigir en La nueva Eloísa un «parque natural» .

Grabado que muestra el jardín ingles del Petit Trianon.
Cierto que, indudablemente, María Antonieta no ha leído jamás La nueva Eloísa. A Jean-Jacques Rousseau lo conoce, en el mejor de los casos, como compositor de ese rústico musical que se llama Le devin du village . Pero las concepciones de Jean-Jacques Rousseau flotan entonces en el aire. Marqueses y duques tienen los ojos llenos de lágrimas cuando se les habla de este noble defensor de la inocencia ( homo perversissimus en su vida privada). Le están agradecidos porque, después de haber agotado ellos todos los procedimientos para excitar sus nervios, les ha revelado dichosamente un último incentivo: el juego con la ingenuidad, la perversión de la inocencia, el disfraz de lo natural. Claro que también María Antonieta quiere tener ahora un jardín «natural», un paisaje «inocente»; a la verdad, el más natural de todos los jardines naturales de última moda. Y para ello reúne a los mejores y más refinados artistas del tiempo, a fin de que, del modo más artificial, le creen, a fuerza de sutileza, el jardín más ultranatural.

El templo del amor en el Trianon!
sin duda uno de los lugares mas hermosos y símbolo del amor entre Luis y Marie Antoinette.
Porque, ¡moda del tiempo!, se pretende en estos jardines «anglochinescos» no sólo representar a la naturaleza, sino la totalidad de la naturaleza; en el microcosmos de un par de kilómetros cuadrados figurar, en un resumen de juguete, el universo entero. Todo debe estar reunido en este minúsculo terreno: árboles franceses, indios y africanos, tulipanes de Holanda, magnolias del Mediodía, un lago y un riachuelo, una montaña y una gruta, románticas ruinas y casas de aldea, templos griegos y perspectivas orientales, molinos de viento holandeses, el norte y el sur, el este y el oeste, lo más natural y lo más extraño, todo artificial y todo que parezca auténtico, hasta un volcán arrojando fuego y una pagoda china quiso primitivamente el arquitecto estilizar en aquel trozo de terreno, grande como la mano, felizmente pareció que su proyecto resultaba demasiado caro. Impulsados por la impaciencia de la reina, centenares de obreros comienzan a hacer surgir como por encanto siguiendo los planes del constructor y del pintor, en medio del paisaje real, otro paisaje lo más pintoresco posible a intencionadamente tierno y natural. 

Detalle de una pintura del Belvédère y la gruta en el Petit Trianon de Claude-Louis Chatelet, 1785. 
Primeramente se traza un suave y líricamente murmurador arroyuelo, imprescindible accesorio de todo auténtico idilio pastoril, que come entre las praderas; cierto que el agua tiene que ser conducida desde Marly por una tubería de dos mil pies de largo, con la cual, al mismo tiempo, corre también mucho dinero por aquellos tubos; pero, y esto es lo principal, los meandros de su curso tienen un delicioso aspecto natural. Susurrando suavemente, desemboca el arroyo en el lago artificial, con islas no menos artificiales; se inclina amablemente para pasar bajo los lindos puentes, sostiene graciosamente el deslumbrante plumaje blanco de los cisnes. Como brotando de unos versos anacreónticos, se lanza un peñasco artificial con musgo, una disimulada y artificial gruta de amor y un romántico belvedere; nada permite sospechar que este paisaje, tan conmovedoramente ingenuo, haya sido dibujado, antes de nacer. en innumerables pliegos de colores y que de toda su traza fueran hechos primero veinte modelos de yeso, en los cuales el lago y el arroyuelo estaban representados con trozos de espejo recortados, y las praderas y árboles, lo mismo que en un «nacimiento», por medio de musgo teñido y pegado. Pero adelante.
 
Cada año tiene la reina un nuevo antojo; instalaciones cada vez más selectas y «naturales» deben hermosear su imperio; no quiere esperar hasta que estén pagadas las antiguas cuentas; tiene ahora su juguete y quiere seguir jugando con él. Como esparcidas a la casualidad y, sin embargo, bien calculado el sitio en que se alzan por el romántico arquitecto de la reina, se colocan en el jardín, para aumentar sus encantos, pequeñas preciosidades. Un templecillo consagrado al dios de aquella época, el templo del Amor, se levanta sobre una colinita, y su rotonda, abierta a la antigua, muestra de una de las más hermosas esculturas de Bouchardon, un amor que se construye un arco de mayor alcance con un trozo de la maza de Hércules. Una gruta, la gruta del amor, está tallada con tal habilidad en la roca, que la pareja que allí juguetee descubre a tiempo a los que se aproximen para no dejarse sorprender en sus ternezas. A través del bosquecillo serpentean senderos que se entrelazan; las praderas están bordadas con raras especies de flores; pronto, en medio de la cortina de verde follaje, reluce un pequeño pabellón de música, construcción octogonal de un blanco deslumbrante, y con todo ello, puestas en relación con gusto tan perfecto, unas cosas junto a otras y dentro de otras que, en realidad, en medio de esta gracia, ya no se conoce el artificio estudiado y rebuscado.

Le Belvédère y vista de la gruta del amor en Trianon
En sentido político, su capricho le cuesta más caro a la reina. Pues al dejar ociosa en Versalles a toda la camarilla de cortesanos, le quita a la corte el sentido de su existencia. La dama que tiene que entregar los guantes a la reina, aquella dama que le aproxima respetuosamente su vaso de noche, las damas de honor y los gentileshombres, los miles de guardias, los servidores y los cortesanos, ¿qué van a hacer ahora sin su cargo? Sin ocupación alguna, permanecen sentados el día entero en el Oeil-de-boeuf , y lo mismo que una máquina, cuando no trabaja, es roída por la herrumbre, así se ve invadida esta corte, desdeñosamente abandonada, de un modo cada vez más peligroso, por la hiel y el veneno. Pronto llegan tan adelante las cosas, que la alta sociedad, como por un pacto secreto, evita el concurrir a las fiestas de la corte: que la orgullosa «austríaca» se divierta en su « petit Schoenbrunn», en su « petite Viena»; para recibir sólo una rápida y fría inclinación de cabeza se considera demasiado buena esta nobleza, que es tan antigua como los Habsburgos.

Gluck Playing for Marie Antoinette at the Trianon.
Cada vez más pública y francamente, crece la fronde de la alta aristocracia francesa contra la reina desde que ha abandonado Versalles, y el duque de Lévis describe muy plásticamente la situación: "En la edad de las diversiones y de la frivolidad, en la embriaguez del poder supremo, a la Reina no le gustaba imponerse traba alguna; la etiqueta y las ceremonias eran para ella motivos de impaciencia y de aburrimiento. Le demostraron... que en un siglo tan ilustrado, en el que los hombres se libraban de todos los prejuicios, los soberanos debían librarse de esas molestas ataduras que les imponía la costumbre: en una palabra, que era ridículo pensar que la obediencia de los pueblos depende del número mayor o menor de horas que la familia real pase en un círculo de cortesanos fastidiosos y hastiados... Fuera de algunos favoritos que debían su elección a un capricho o a una intriga, fue excluida toda la gente de la corte. La alcurnia, los servicios prestados, la dignidad, la alta cuna, no fueron ya títulos para ser admitido en el círculo íntimo de la familia real. Sólo los domingos podían aquellos que habían sido presentados en la corte ver durante algunos momentos a los príncipes. Pero la mayor parte de estas personas perdieron pronto el gusto por esta inútil molestia, que sabían que no les era agradecida en modo alguno; reconocieron, por su parte, que era una tontería venir hasta tan lejos para no ser mejor recibidos, y dejaron de hacerlo... Versalles, el escenario de la magnificencia de Luis XIV, adonde se venía ansiosamente de todos los países de Europa para aprender refinadas formas de vida social y de cortesía, no era ya más que una pequeña ciudad de provincia, a la cual no se iba más que de mala gana y de la cual volvían todos a alejarse lo más rápidamente posible". 

Imagenes del Petit Trianon en la serie anime Le Chevalier D'Eon.
También este peligro lo previó desde lejos María Teresa a su debido tiempo: «Yo misma conozco todo el aburrimiento y vacío de las ceremonias de corte, pero, créeme, si se las abandona surgen de ello inconvenientes aún mucho más importantes que estas pequeñas incomodidades, especialmente entre vosotros, con una nación de tan vivo carácter» No obstante, cuando María Antonieta no quiere comprender, no tiene sentido alguno el pretender razonar con ella. ¡Cuántas historias a causa de la media hora de camino separada de Versalles a que vive! Más, en realidad, estas dos o tres millas le han alejado para el resto de su vida, tanto de la corte como del pueblo. Si María Antonieta hubiese permanecido en Versalles, en medio de la nobleza francesa y siguiendo las costumbres tradicionales, en la hora del litigio habría tenido a su lado a los príncipes, a los grandes señores y al conjunto de la aristocracia. Por otra parte, si hubiese intentado, lo mismo que su hermano José, acercarse democráticamente al pueblo, los cientos de miles de parisienes, los millones de franceses la habrían idolatrado. Pero María Antonieta, individualista absoluta, nada hace para agradar a la nobleza ni al pueblo; piensa sólo en sí misma, y a causa de este capricho favorito de Trianón es igualmente mal querida tanto del primero como del segundo y del tercer estado; porque quiso estar demasiado sola gozando de su dicha, estará igualmente solitaria en su desdicha, y se ve forzada a pagar un juego infantil con su corona y con su vida. 



domingo, 22 de enero de 2017

domingo, 26 de junio de 2016

LAS VELADAS DE TRIANON

La fiesta dada por María Antonieta en el Petit Trianon en Lunes, 21 de junio 1784 en honor a Gustavo III, rey de Suecia. Me encanta la manera elegante que los invitados pasear por el templo iluminado del amor.
La gracia de pequeños edificios, sorpresas formadas en cada esquina, Trianon intentaba imitar a la naturaleza, predilección de la reina para este rincón adornado por ella. También era el caso para los espectáculos ofrecidos a sus invitados, como el dado en la noche de 1779: “todas las zanjas que rodeaban el jardín –dice Grimm- se sembraron en corrales iluminados, cuyo resplandor, se mezcló con el de varias linternas muy ingeniosamente escondidas en el follaje de las gruesas arboledas, que se distribuye entre los de la noche con una luz suave, como luz de luna o los primeros rayos de luz de la mañana. Allí, la reina se sorprendió por los sonidos de la música celestial, y después de los acentos una melodía conmovedora, que vio, en un nicho de la arboleda, un pastor tocando la flauta, que era el duque de Guines. Todo parece mágico en este pedazo de terreno, favorito de la reina”.

Estos paseos y conciertos fueron una de las grandes pasiones de la reina. Uno de los más originales era el 3 de septiembre de 1777, para la inauguración del nuevo jardín inglés. Tenía representado una feria de mercado, una plaza pública era figurada en el césped, por medio de placas y marcos. Había puestos de panadería, charcutería, asaderos al aire libre, todos unidos por guirnaldas de flores. El de la reina era una taberna, con veintiuna mesas, cada una de las cuales llevaba el cartel con el nombre de una casa real.


Hubo desfiles de todo tipo. Carlín, arlequín de la comedia italiana y Dugazon de la comedia francesa, ofrecieron un hermoso espectáculo ocultos en modelos de mimbre en forma de pastel. En un teatro improvisado, los actores dieron dos actuaciones más. En el pabellón chino también se ofrecieron espectáculos todo al estilo oriental con músicos vestidos de mandarines.

El 27 de junio de 1784 se dará la actuación de la obre de Marmontel en el teatro del Trianon, la música por Gretry, ballets y cena en los diferentes pabellones del jardín. Todo el mundo tenía que vestir de blanco para ser admitido, el resultado es que se dice que parecía una fiesta celebrada en los campos Elíseos (en referencia a la célebre danza de los espíritus de Orpheé de Gluck).

la gran feria realizada en 1783 en el hameua de la reina

domingo, 22 de mayo de 2016

TRIANON : STEFAN ZWEIG


En sí mismo, no es ningún gran regalo el que María Antonieta recibe de su esposo al darle Trianón, pero es juguete que debe ocupar y encantar su ociosidad durante más de diez años.

Su constructor no había pensado jamás este palacete como residencia permanente para la familia real, sino sólo como «buen retiro», como apeadero, y en el sentido de secreto nido de amor, había sido abundantemente utilizado por Luis XV con su Du Barry y otras damas de ocasión. Cálido aún de estas lascivas escenas, se posesiona María Antonieta de este apartado palacete del parque de Versalles. Tiene ahora la reina su juguete, y, a la verdad, uno de los más encantadores que ha inventado jamás el gusto francés; delicado en sus líneas, perfecto en sus proporciones, verdadero estuche para una reina joven y elegante. Edificado con una arquitectura simple, levemente arcaizante, de un blanco reluciente en medio del lindo verde de los jardines; plenamente aislado y, sin embargo, inmediato a Versalles, este palacio de una favorita, y ahora de una reina, no es mayor que una casa de una familia de hoy día, y apenas más cómodo o más lujoso; siete a ocho habitaciones en conjunto, vestíbulo, comedor, un pequeño salón y uno grande, dormitorio, baño, una biblioteca en miniatura ( caso inaudito , pues, según unánimes testimonios, María Antonieta jamás abrió un libro en toda su vida, aparte de algunas novelas rápidamente hojeadas).

En el interior de este palacete, la reina, en todos aquellos años, no cambia gran cosa en la decoración; con seguro gusto no introduce nada llamativo, nada pomposo, nada groseramente caro, en aquel recinto totalmente destinado a la intimidad; por el contrario, no lleva allí nada que no sea delicado, claro y discreto, en aquel nuevo estilo, al cual se llama Luis XVI, con tan escaso motivo como a América por el nombre de Américo Vespucio. Tendría que llevar el nombre de la reina, el nombre de esta delicada, inquieta y elegante mujer; tendría que llamarse estilo María Antonieta, pues nada, en sus formas frágiles y graciosas, recuerda al hombre gordo y macizo que era Luis XVI y a sus toscas aficiones, sino que todo hace pensar en la leve y linda figura de mujer cuya imagen adorna todavía hoy aquellos recintos; formando una unidad desde el lecho hasta la polvera, desde el clavicordio hasta el abanico de marfil, desde la chaise-longue hasta la miniatura, utilizando sólo los materiales más escogidos en las formas menos llamativas, aparentemente frágil y, sin embargo, duradero, uniendo la línea clásica a la gracia francesa, este estilo, aún comprensible hoy para nosotros, anuncia, como ningún otro, el señorío victorioso de la mujer, el dominio de Francia por damas cultas y llenas de buen gusto y trasmuda la pompa dramática de los Luis XIV y Luis XV en intimidad y musicalidad.


El saloncito en que se condensa y se divierte la sociedad de un modo tierno y ligero llega a ser el punto principal de la casa, en lugar de las orgullosas y resonadoras salas de recepción; revestimientos de madera, tallados y dorados, sustituyen al severo mármol; blancas y relucientes sedas, al incómodo terciopelo y al pesado brocado. Los matices tiernos y pálidos, el créme apagado, el rosa de melocotón, el azul primaveral, inician su suave reinado; este arte se apoya en la mujer y en la primavera; no se aspira provocativamente a nada magnífico, a nada teatral a imponente, sino a lo discreto y amortiguado; aquí no debe poner su acento el poder de la reina, sino que todas las cosas que la rodean deben reflejar tiernamente la gracia de la joven mujer. Sólo en el interior de este marco precioso y coquetón alcanzan su auténtica y verdadera medida las deliciosas estatuillas de Clodion, los cuadros de Watteau y de Pater, la música de plata de Boccherini y todas las otras selectas creaciones: este incomparable arte de jugar con las cosas, esta dichosa despreocupación, casi en la víspera de las grandes preocupaciones, ningún otro lugar produce en nosotros un efecto tan directo y auténtico.

Para siempre sigue siendo Trianón el vaso más fino, más delicado, y, sin embargo, irrompible, de aquella floración exquisitamente lograda; aquí, el culto del goce refinado se nos revela por completo como un arte en una morada y una figura de mujer. Y, cenit y nadir del rococó, al mismo tiempo su florecimiento y su agonía, su duración es medida aún hoy de modo más exacto por el relojito de la chimenea de mármol de la habitación de María Antonieta.


Este Trianón es un mundo en miniatura y de juguete: tiene un valor simbólico el que desde sus ventanas no se pueda lanzar ninguna mirada hacia el mundo viviente, hacia la ciudad, hacia París, o siquiera hacia el campo. En diez minutos están recorridas sus escasas brazas de terreno, y, sin embargo, este ridículo rincón era más importante y significativo en la vida de María Antonieta que toda Francia, con sus veinte millones de súbditos. Pues aquí no se sentía sometida a cosa alguna, ni a las ceremonias, ni a la etiqueta, ni apenas a las buenas costumbres. Para dar a conocer claramente que, en aquellos reducidos terrones, sólo ella y nadie más que ella manda, dispone la reina, con gran enojo de la corte, que acata severamente la Ley Sálica, que todas las disposiciones sean dadas no en nombre de su esposo, sino en el suyo propio, de par la reine; los sirvientes no llevan la librea real, roja, blanca y azul, sino la suya propia, rojo y plata.

Hasta el propio marido no aparece allí más que como huésped, un huésped lleno de tacto y cómodo por demás, que nunca se presenta sin ser invitado o a hora inoportuna, sino que respeta severamente los usos domésticos de su esposa. Pero aquel hombre sencillo viene muy gustoso, porque se pasa aquí el tiempo de modo mucho más agradable que en el gran palacio; por orden de la reina está abolida toda severidad y afectación; no se hace vida de corte, sino que, sin sombrero y con sueltos y ligeros vestidos, se sientan en el verde campo; desaparecen las categorías jerárquicas en la libertad de la alegre reunión, desaparece todo engallamiento, y, a veces también, la dignidad. Aquí se encuentra a gusto la reina, y pronto se ha acostumbrado de tal modo a esta laxa forma de vida, que, por la noche, se le hace más pesado regresar a Versalles. Cada vez se le hace más extraña la corte después que ha probado esta libertad campestre; cada vez la aburren más los deberes de su cargo, y, probablemente, también los conyugales: con creciente frecuencia se retira, durante el día entero, a su divertido palomar. Lo que más le gustaría sería permanecer siempre en su Trianón. Y como María Antonieta hace siempre lo que quiere, se traslada, en efecto, totalmente a su palacio de verano. Se dispone un dormitorio, cierto que con un lecho para un solo durmiente, en el cual el voluminoso rey apenas habría tenido cabida. Como todo lo demás, desde ahora también la intimidad conyugal no está sometida al deseo del rey, sino que, lo mismo que la reina de Saba a Salomón, María Antonieta sólo visita a su buen esposo cuando se le antoja (y la madre da voces muy violentamente contra manera de vivir por separado).

En el lecho de su mujer, ni una sola vez es huésped el rey de Francia, pues Trianón es para María Antonieta el imperio, dichosamente intacto, sólo consagrado a Citerea, sólo a los placeres, y jamás ha contado ella entre sus placeres sus obligaciones, por lo menos las conyugales. Aquí quiere vivir por sí misma, sin estorbos; no ser otra cosa sino la mujer joven, desmesuradamente adulada y adorada, que, en medio de mil superfluas ocupaciones, se olvida de todo, del reino, del esposo, de la corte, del tiempo, y a veces -y éstos son acaso sus minutos más dichosos- hasta de sí misma.  

domingo, 9 de agosto de 2015

EL PABELLON CHINO EN TRIANON!


Mientras tanto la reina tenía una nueva pasión. El gusto no solo por los jardines chinos sino por todo lo relacionado con esta cultura oriental. Impresionada por las ferias realizadas en Marly en el mes de abril de 1775, quería tener en su amado Trianon un conjunto de anillos chino como el de Monceau. Al final del año se hicieron los bosquejos y los primeros días de 1776, un modelo en relieve en la escala de cuatro pulgadas por seis pies, se presentó a María Antonieta.


El juego en Monceau algo parecido a lo que conocemos hoy como un carrusel, estaba formado por un gran parasol de rotación en una plataforma. Dos quimeras enjaezados eran hombres quienes sostenían la gran sombrilla donde cuelgan faroles, todo al estilo chino. Al imitar este juego en Trianon, se embelleció y amplifico con un gusto sencillo y al ves costoso!.

No se encuentra ninguna representación figurativa del juego de anillos en Trianon. De hecho, existen, en el caso de edificios, un boceto a lápiz en un pedazo de papel, probablemente por Mique, durante una conversación con el señor de Angiviller, dibujo que me pareció en el primer término la primera idea del arquitecto. Representa una torre de dos pisos en torno perforada en una plataforma que se mueve.

Sin embargo, ni el dibujo ni el bosquejo están de acuerdo con las indicaciones que nos quedan de las presentaciones de artistas que trabajaron en el pabellón.


“Se excavo un pozo cerca de la esquina noroeste del castillo, la planta baja, una plataforma que gira alrededor de un mástil coronado con una sombrilla. Este mástil fue apoyado por un grupo de tres hombres chinos, cuyo cuerpo hueco y las manos cubiertas con plomo, proporcionaron la fuerza de la construcción. En la parte superior de la sombrilla, se volvió una veleta adornada con dos dragones de oro. Cuatro dragones con cuernos de cobre eran los asientos de los hombres y pavos reales los de las mujeres. Sombreros chinos sonaban sus campanas cuando el mecanismo se movía”.

Todas estas esculturas fueron diseñados con roble de los Vosgos y Holanda, tallados por Bocciardi. Se complementó con una galería al aire libre con pilastras en el gusto chino, la obra se completó en agosto de 1776.

El juego de anillos en Trianon según la Marie Antoinette de 1956 protagonizada por Michele Morgan.

lunes, 8 de junio de 2015

EL TEATRO DE LA REINA MARIE ANTOINETTE EN TRIANON


María Antonieta tenía un gusto por el teatro, una de las pasiones de la alta sociedad francesa, como todos los adolescentes de su tiempo. La opera de Versalles era un teatro de corte donde se jugaron en ocasiones tragedias solemnes; por el contrario, el “teatro privado”, tal como existía en muchas casas de campo, fue más bien la intención de familiares y amigos, que le apostaron a la comedia intima. En abril de 1775, la reina ordeno la construcción de una galería en el gran Trianon, un teatro temporal, con un vestíbulo, una sala semicircular. Pero la reina no estaba satisfecha con esta instalación y pidió a la primavera siguiente, la transferencia de chasis para el invernadero del Petit Trianon. El 23 de julio de 1776 dieron una presentación, a la que asistieron el rey, sus dos hermanos, la condesa de Provenza y las tres tías.

Pero esta breve instalación carecía de maquinaria o escenas que apresuradamente se erigían en el parque cuando era necesario. En 1777, María Antonieta dio la orden a Richard Mique para proponer un proyecto inspirado en la pequeña sala teatral del castillo de Choisy construido por Gabriel y fue rápidamente adoptado; el trabajo comenzó en junio de 1778. Se utilizo el sitio de un antiguo invernadero del jardín botánico de Luis XV, a pocos metros al este de la casa de las fieras. Destinado a ser oculto por los tilos y los setos del jardín ingles y el jardín alpino, la construcción de si mismo con un volumen rectangular sencilla montada en piedra de molino sin ninguna decoración exterior, con tejado de pizarra.

Sin embargo la entrada fue enmarcada por dos columnas jónicas que llevan un frontón triangular decorado con Tímpano, un genio de Apolo. El callejón se había erigido un marco enrejado cubierto de lino crudo, que conecta el teatro con el castillo, para protegerse de la intemperie y sobre todo del sol, y mantener su “complexión de sencillez”.

Anteriormente el escultor José Deschamps, propuso integrar en el frontón los atributos de los cuatro poemas liricos, heroicos, trágicos y cómicos. Pero ellos prefirieron un niño coronado por un laurel y la celebración de una lira, que se esculpió en piedra conflans. Los emblemas de la comedia y la tragedia, sin embargo, se añaden a los dos lados.


El interior, en cambio, estaba ricamente decorado, al menos en apariencia, porque las esculturas fueron hechas en cartón y yeso con líneas en alambre y pinturas en trampantojo. De hecho la reina había prometido que el gasto seria mínimo y el rey no había dudado en utilizar su casete personal, probablemente con el fin de contribuir a los gastos en cortinas y muebles de madera. La construcción costó 141.200 libras. El telón del proscenio, único lujo decorativo, de color azul con flecos de oro. El maquinista Pierre Boullet fue el encargado de la maquinaria del escenario.

La primera actuación se dio en el escenario del teatro de la reina el 1 de junio de 1780 y la inauguración solemne tuvo lugar el 1 de agosto del año siguiente.

La entrada del teatro es a través de un portal de medio punto que da opuesto en dos habitaciones contiguas, y a la derecha, a los pisos superiores. La primera habitación, la chimenea, octagonal, se abre el auditorio por una cerradura de doble puerta equipada y decorada con relieves que representan a las musas, obra de Deschamps.


La habitación, oval, se cuelga con moaré y terciopelo azul, así como los apoyos y los asientos. Originalmente, la iluminación de la rampa está asegurada por medio de ochenta velas reflejadas por un cobre plateado. Durante las actuaciones, la sala toma su iluminación, equivalente tradicionalmente la de la escena, muchas lámparas de aceite dispuestas en cajas de estaño en las cornisas.

El foso de la orquesta puede sostener unos cuarenta músicos y la sala es de unos doscientos asientos. El balcón es apoyado por las consolas conformadas en piel de león y la segunda galería está decorada con un friso de acanto.

El techo pintado original de Jean-Jacques Lagrenée representa a Apolo en las nubes acompañado por gracias y musas, en torno al cual el aleteo de cupidos sosteniendo antorchas.


El teatro está lleno de esculturas, como hemos dicho por razones de economía hechas de cartón, sazonadas con medallas de oro amarillo y verde. los paneles están pintados a imitación de mármol blanco veteado. Se perfora el arco con niños sosteniendo guirnaldas de flores y frutas. En cada esquina una escultura de dos mujeres que sostienen un candelabro con un elegante gesto y llevan un gran cono cubierto con soles, rosas, lirios y las llamas de las velas. El telón, de color azul, con el apoyo de dos bustos de mujeres. El arco frontal incluye dos bueyes y entre ellos, el emblema de la reina sostenido por dos musas.


Se adjunta a la fachada occidental del teatro, un pequeño edificio de una sola planta para albergar a los músicos y artistas detrás del escenario. Por encima del vestíbulo un pequeño apartamento de Richard Mique. Presentado por María Antonieta, fue el arquitecto de honor y una muestra de su indudable talento y sobre todo, un testimonio de su docilidad a los caprichos de la reina.