domingo, 30 de septiembre de 2018

EL MATRIMONIO DEL CONDE DE ARTOIS (1773)

Marie Therese de Savoie, comtesse d'Artois, Retrato de François-Hubert Drouais , 1775
Después de los sucesivos compromisos del futuro Luis XVI y su hermano, el conde de Provenza, el rey Luis XV comenzó a buscar una esposa para el joven conde de Artois. Para fortalecer los vínculos con las casa de Saboya, Luis XV puso sus mirada en María Teresa de Saboya. Todas estas alianzas con la casa de Saboya, finalmente ofendieron a la corte austriaca que encuentra su influencia demasiado extendida en Italia. La emperatriz María Teresa escribió a María Antonieta: “lo que me marca en el matrimonio del conde de Artois es de extrañar: dos hermanas de la misma casa de Sajonia no es nada agradable”.

Mirando el retrato que se le presento, el conde Artois lucha por ocultar su disgusto de este matrimonio político para el que no fue consultado. Los ojos azules de la princesa de Saboya no podía olvidar la nariz larga que disgusto al joven conde. Charles, que tenía dieciséis años, primero se comprometió con Louise Adelaida, la encantadora hija del príncipe de Conde. Pero desagrado a Luis XV uniéndose a un problema entre los jueces y el rey.

Charles Phillipe Comte d'Artois,1773 by Jean Marital Fredou
El 16 de octubre de 1773, en Turín, la solicitud oficial del matrimonio se hará con prontitud. Ocho días más tarde, el 23 de octubre se realizara el matrimonio por poder, la nueva condesa de Artois, de diecisiete años, llego a Francia el 4 de noviembre. El pueblo se viste de gala para recibir a la princesa. Maris teresa de Saboya comienza el viaje ritual que le permite descubrir su nuevo país. Tímida, reservada, la princesa se esconde en el fondo de su carruaje mientras ella es aclamada por los franceses.

Cuando la princesa desciende de su carruaje y se dirige hacia el rey Luis XV; es acompañada por el marqués de Ventimiglia, su caballero de honor y el marqués de Chabrillant, su primer escudero queda su mano. Además, se acompaña de la condesa de Forcalquier, su dama de horno; la condesa de Bourbon-Busset, su dama de compañía y las señoras que el rey había encargado para recibirla en la frontera. El rey después de darle la bienvenida, la presento al conde de Artois que la besa en la mejilla. Después de la entrevista, emprenden el viaje al castillo de Chosiy para ser presentada al resto de la familia real.

El matrimonio de María Teresa de Saboya y el Conde de Artois, 1773. 
El 16 de noviembre, la unión de Charles Philip de Artois y Marie Therese Savoy se celebró con pompa en Versalles. El cardenal de La Roche-Aymon, gran capellán de Francia, presidio la ceremonia con la bendición de 13 monedas de oro y el anillo de compromiso. Él los presento al conde Artois, que pone el anillo en el dedo anular de la mano izquierda de la condesa de Artois y le da las 13 monedas de oro. La ceremonia se ha completado, el conde y condesa de Artois recibieron la bendición nupcial. Tras el ofertorio, al final del “padre nuestro” se extiende por encima de su cabeza una corona de brocado de plata.

Una vez de vuelta a su apartamento, la condesa de Artois es emitida por el mariscal de Richelieu, primer caballero de la cámara del rey, un cofre lleno de una gran cantidad de joyas que Luis XV había ordenado para su nueva nuera, a continuación, los primeros oficiales de la cámara de la condesa tienen el honor de tomar juramento en manos de este ultimo; luego los embajadores y ministros extranjeros son presentados uno a uno ante la condesa.

La condesa D'Artois en un retrato de Jean-Martial Fredou (1783)
Los invitados a la boda asistieron a la representación de Ermelinda y el desfile de cuatrocientos granaderos a caballo en el escenario de la ópera. Luego se abrió el baile tradicional. Todo el mundo pudo ver como una triste evidencia la danza de la condesa de Artois sin placer y sin ninguna gracia. Charles Philip, guapo y un gran amante de las mujeres hermosas no pudo evitar mostrar cierta impaciencia con esta mujer, que se mueve sin elegancia, no tiene talento para la conversación y no puede incluso servir de ornamento.

Después del banquete real, Luis XV acompaño al conde y condesa de Artois a sus apartamentos privados. De ante mano, el cardenal de La Roche-Aymon bendijo la cama, donde se llevó a cabo la ceremonia: Luis XV le da la camisa a su pequeño nieto y María Antonieta a su vez a la condesa de Artois. Luego, la pareja en presencia de la corte se acuestan en la cama donde las cortinas se cierran. La pareja queda sola.
 
esta hermosa representación de la condesa de Artois y la condesa de Provenza, con sus hijos
La corte francesa y en particular el embajador Mercy condenaron a la condesa de Artois sin escrúpulos: “lo que es aún más desafortunado para esta princesa, es la desgracia de su postura, su timidez y su aire avergonzado. Ella no sabe pronunciar una palabra, baila muy mal… todo el público la ha juzgado y su primera mirada ha sido muy desfavorable para madame la condesa de Artois”.

Sin embargo como anota Mercy la excepción que constituye una amenaza para la delfina, fue la capacidad de María Teresa para “agradar a su marido”, en palabras de Luis XV. Aquí el novio realizo sus deberes con valentías desde la noche de bodas en adelante. A parte de la satisfacción marital, no había duda de que en términos de apariencia y modales seductores, la condesa de Artois había conseguido el mejor trato de los tres principescos ya casados.

lunes, 24 de septiembre de 2018

LE HAMEAU DE LA REINE MARIE ANTOINETTE

  
La moda quiere todavía más autenticidad. Para desnaturalizar aún más a fondo la naturaleza, para embadurnar las decoraciones hasta el punto más refinado de viviente verdad, para realce de la manía de la veracidad, son introducidos auténticos figurantes en esta comedia pastoral, la más preciosamente representada de los tiempos; verdaderos aldeanos y verdaderas aldeanas, legítimas vaqueras con legítimas vacas, temeros, cerdos, conejos y ovejas, auténticos segadores y guadañeros, pastores, cazadores, lavanderas y queseros, para que sieguen, y laven, y estercoleen, y ordeñen, con objeto de que la comedia de figurillas se continúe alegre a incesantemente.

Un nuevo y más profundo zarpazo a la caja del Tesoro, y por orden de María Antonieta se desembala al lado de Trianón un teatro de muñecos en tamaño natural para aquellos juguetones niños grandes, con cuadras, pajares, graneros, con palomares y nidales de gallinas, el famoso Hameau . El gran arquitecto Mique y el pintor Huberto Robert dibujan, bosquejan y construyen ocho grandes chozas campesinas, copiadas con todo cuidado de las usuales en el país, con techumbres de paja, gallineros y estercoleros. A fin de que estas engañosas construcciones, que relumbraban como recién construidas en medio de aquella naturaleza costosamente lograda, por nada del mundo parezcan falsificadas, se imita exteriormente hasta la pobreza y la ruina de las verdaderas chozas de la miseria; a martillazos se producen grietas en los muros; se hacen románticos desconchones en los recovecos; vuelven a ser arrancadas algunas tablillas en los techos. 

vista de la aldea.
Huberto Robert pinta hendiduras figuradas en la madera, a fin de que todo haga impresión de podrido y antiquísimo; los humeros de las chimeneas son ennegrecidos con humo. Pero por dentro algunas de las casitas aparentemente arruinadas se hallan provistas de todas las comodidades, con espejos y estufas, billares y cómodos canapés. Pues si la reina se aburre alguna vez y tiene gusto en jugar a Jean-Jacques Rousseau, haciendo quizá manteca con sus propias manos, con sus damas de corte, en ningún caso es lícito que, al hacerlo, se ensucie los dedos. 

Marie Antoinette en la lechería del Hameau. escenas de su vida
Si visita, en su establo, a sus vacas Brunette y Blanchette , naturalmente es pulido antes el suelo como un parqué por una mano invisible; la piel de las vacas, almohazada hasta ser de un blanco de flores y un pardo de caoba; la espumeante leche es servida no en un grotesco cubo de aldeano, sino en vasos de porcelana especialmente hechos en la fábrica de Sèvres. Este Hameau , hoy encantador a causa de su ruina, era para María Antonieta un teatro a la luz del día, una comédie champêtre frívola, casi provocativa justamente a causa de su frivolidad. Pues mientras ya en toda Francia los aldeanos se amotinan, mientras la verdadera población campesina, abrumada de impuestos, exige tumultuosamente, con desmedida excitación, una mejora en su insostenible situación, en esta aldeíta de teatro a la Potemicine reina un abobado y embustero bienestar. 


Atadas con cintitas azules, son llevadas al pasto las ovejas; bajo una sombrilla, sostenida por una dama de la corte, contempla la reina cómo las lavanderas aclaran la ropa blanca en el arroyo murmurador: ¡ay!, es tan deliciosa esta sencillez tan moral y tan cómoda; todo es limpio y encantador en este mundo paradisíaco; tan pura y clara es aquí la vida como la leche que brota de la ubre de la vaca. Se ponen vestidos de fina muselina de una sencillez campestre (y se hacen retratar con ellos pagando algunos miles de libras); se entregan a inocentes placeres; rinden homenaje al goût de la nature con toda la frivolidad de los ahítos de todo. Pescan, cogen flores, pasean -rara vez solos- a través de los entrecruzados senderos, corren por las praderas, ven trabajar a los buenos aldeanos falsificados, juegan a la pelota, bailan minués y gavotas sobre campos floridos en lugar de hacerlo sobre pulidas baldosas, cuelgan columpios entre los árboles, construyen un chinesco juego del anillo, se pierden y se encuentran entre las casitas y los caminitos umbrosos, montan a caballo, se divierten y hacen representar comedias en medio de aquel teatro natural y, por último, acaban por representarlas ellos mismos para otros.

Y aquella pandilla se toma muy en serio su papel en esta comedia pastoril: en las mesas de mármol madame Lamballe reparte la leche. Madame Polignac y su hija, la duquesa de Guiche recolectan verduras en preciosos canastos con cintas rosadas. Por la orilla del lago las lavanderas del momento; la condesa de Chalons, de cuyas sonrisas para muchos caballeros sostuvo, con la condesa Diana, para desempeñar el papel, con la ropa de ébano en los batidores.

En el establo, donde las ovejas, inconscientes del honor de ser dispuestas para el recorte con unas tijeras de oro por parte del duque de Coigny. Desde lo alto de un árbol, el duque de Guines ameniza la jornada tocando su flauta; el conde Adhemar iza los sacos de maíz y la caoba, el barón de Besenval junto con el impaciente conde Artois ordeñan las vacas. madame Polastron reparte refrescos para alentar a los trabajadores.


Hay fiestas, ya en honor del esposo, o del hermano, ya de príncipes extranjeros, huéspedes de Versalles, a quienes María Antonieta quiere mostrar su encantado imperio; fiestas en las cuales millares de lucecitas escondidas, reflejadas por vidrios de colores, centellean en la oscuridad como amatistas, rubíes y topacios, mientras que chisporroteantes garbas de fuego surcan el cielo y una música, que toca invisible en un lugar próximo, se deja oír dulcemente. Se organizan banquetes de centenares de cubiertos; se construyen puestos de feria para bromas y danzas, y el inocente paisaje sirve, obediente, de refinada decoración de fondo a todo aquel lujo. No; no se aburre uno en medio de la «naturaleza». María Antonieta no se ha retirado a Trianón para hacerse reflexiva, sino para divertirse mejor y más libremente.

sábado, 8 de septiembre de 2018

LA EJECUCION DEL MARQUES DE FAVRAS (1790)

Thomas de Mahy: Caballero de la Orden Real y Militar de San Luis nacido el 26 de marzo de, 1744 condenado 18 de de febrero de, 1790 murió 19 con el valor de la renuncia y la firmeza de la conciencia tranquila y sin reproche , el grabado.
 La hora se acercaba cuando Luis XVI vería todas las prerrogativas de la realeza del, incluso el derecho del perdón. Ya, en los primeros meses de 1790, no se atrevió a salvar de la muerte a un realista cuyo crimen había sido un exceso de celo a la familia real. El patíbulo del marqués de Favras fue el preludio del andamio del rey.

El marqués de Favras nació en 1745, sirvió en el ejército con distinción y su esposa era una hija del príncipe de Anhalt-Schavenburg. Desde que la revolución comenzó, él había estado considerando un proyecto tras otro para rescatar a la monarquía de los peligros que la rodeaban. Creyendo que era necesaria una contrarrevolución, se involucró con los planes del conde de Provenza, hermano del rey para salvar a la familia real. Desafortunadamente, fue tan imprudente como para confiar en ciertos oficiales de la guardia nacional, que lo traicionaron.

El arresto del marqués de Favras, Revolución Francesa, el 24 de diciembre de 1789.
Un panfleto comenzó a circulare por todo parís, alegando que Favras había planeado rescatar a la familia real del palacio de las Tullerias, declarar regente al conde de Provenza, matar a Necker (ministro de finanzas), el marqués de LaFayette (comandante de la guardia) y Bailly (alcalde de parís) y contratar una fuerza de 30.000 soldados para sitiar parís.

Favras y su esposa fueron arrestados y encarcelados en la prisión de Abbaye. Como el nombre del conde de Provenza había sido implicado en la denuncia, el príncipe fue de inmediato a la comuna de parís para contrarrestar, sin un momento de retraso, los rumores sospechosos que podrían estar en circulación: “desde el día en que la segunda asamblea de notables me ha pronunciado sobre las cuestiones fundamentales que dividen las mentes de los hombres, no he cesado en creer que una gran revolución es inminente, que el rey, en virtud de sus intenciones, sus virtudes y su rango supremo, debe estar a la cabeza, ya que ni puede ser ventajoso para la nación sin ser igual al monarca, y, finalmente, esa autoridad real debería ser la muralla de la libertad nacional”.

Juicio del marques de Favras
El discurso fue recibido con aplauso general, y el príncipe fue acompañado por la multitud de vuelta a el palacio de Luxemburgo, donde residía. En cuanto al desafortunado Favras, todo el mundo estaba contra él. Quince días más tarde, fue separado e su esposa y enviado a Chatelet para ser juzgado. Allí tuvo que ser guardado cuidadosamente por temor a que la gente lo asesine. Durante todo el juicio, que duro dos meses debido a la falta de pruebas y testimonios confusos de los testigos, la gente gritaba constantemente “¡a la farola con él!” y el propio LaFayette dijo: “si el señor de Favras no es condenado, no responderé por la guardia nacional”. Fue incluso necesario tener piezas de artillería y numerosas tropas constantemente firmes en el patio. La multitud había sido exasperada por la absolución del barón de Besenval y otros implícitos en el caso del 14 de julio.

La acusación principal contra él era su plan de traer tropas para atacar parís, pero esto nunca pudo ser probado. La única evidencia para ello fue una carta al señor de Foucault, que decía: “¿Dónde están sus tropas? ¿de qué dirección entraran a parís? me gustaría servir entre ellas”. Esto fue muy vago y no se descubrió ningún rastro de los caballeros que iban a hacer el supuesto ataque, o de los ejércitos suizos, alemanes o Piamontés esperando para ayudarlos.

Acontecimiento del 19 de febrero de 1790: el señor de Favras llegó a la puerta principal de Notre Dame, tomó con gran valor la antorcha quemándose con una mano, y en el otro su sentencia de muerte.
El 18 de febrero de 1790, a pesar de la falta de pruebas, fue declarado culpable y condenado a muerte. Después de escuchar la sentencia, dijo a los jueces: “le tengo una gran misericordia si el simple testimonio de dos hombres es suficiente para condenar a una persona inocente”. También comentó, cuando vio su orden de ejecución: “veo que ha cometido tres errores ortográficos”. La sentencia debía llevarse a cabo al día siguiente, en la Place Greve. 

A las tres de la tarde la horca estaba preparada, y el carro aguardaba al reo a la puerta del Châtelet. El marqués subió a él en cay con la cabeza y los pies desnudos: llevaba en la mano una vela de cera amarilla y al cuello la cuerda con que iba a ser ahorcado, y una de cuyas puntas tenía el verdugo. Tan pronto como la gente lo vio esta escena, rompieron en exaltado salvaje y gritos de alegría entusiasta. El escribano del Châtelet se preparaba para leer la sentencia, pero Favras se la tomó de las manos y la leyó en voz alta. Terminada la lectura, dijo con voz segura:

“Próximo a comparecer ante Dios, perdono a los que contra su conciencia me han acusado suponiéndome proyectos criminales. Amaba a mi rey, y moriré fiel a mis sentimientos, pero jamás he podido ni querido emplear medios violentos contra el nuevo orden de cosas. Sé que el pueblo pide a gritos mi muerte, y supuesto que ha menester una víctima, prefiero que su elección haya recaído en mí que, en otro débil, y a quien el aspecto de un patíbulo no merecido sumiría en la desesperación. Voy, pues, a espiar crímenes que no he cometido”

Luego, después de haberse inclinado ante el altar que veía a lo lejos, volvió a subir con pie firme al carro.

Era de noche, y las lámparas se encendieron sobre la Place de Greve; incluso pusieron una en el patíbulo. En el cadalso reitero su inocencia: “ciudadanos –dijo llorando el condenado- muero inocente, recen a dios por mí”. Luego dirigiéndose al verdugo, dijo: “ven, amigo, cumple con tu deber”.
  

Tan pronto como lo ahorcaron, varias voces gritaron: “encore!”, exigiendo, más ejecuciones. La gente quería llevar el cadáver, rasgarlo en pedazos y llevar la cabeza sangrante en el extremo de una pica. Con gran dificultad la guardia nacional pudo prevenir esta escena, digna de caníbales.

Madame Elizabeth quedo horrorizada por esta acción, en una carta a la marquesa de Bombelles escribió: “fui penetrada por la injusticia de la muerte del señor de Favras, por la forma excelente en que termino su vida y el amor que mostro por su rey” y si la marquesa hubiera estado en parís “se habría preguntado, como todos los que respiran en parís, tanto por la injusticia de su muerte como por el coraje con que se sometió a su condena. Solo dios, que se lo pudo haber dado. Así que espero haya recibido la recompensa por ello. Los corazones de hombres honestos le rinden el homenaje que se merece…”.

Se ha conservado una frase de la Memoria de Favras, que es una terrible acusación contra Monsieur de Provenza: «No me queda duda de que una mano invisible se une a mis acusadores para perseguirme. ¡Pero, que importa! Mis ojos siguen por todas partes al que me han nombrado; es mi acusador, y no creo que por ello sienta ni un remordimiento; pero hay un Dios vengador, y espero que tomará a su cargo mi defensa, porque nunca jamás han permanecido impunes crímenes como los suyos»


María Antonieta estaba muy triste por la muerte del marques, pero se vio obligada a ocultar su dolor. Ni siquiera podía consolar a su familia como a ella le hubiera gustado. Cuando pocos días después, Monsieur de La Villeurnoy llevo a su viuda e hijo a una cena publica del rey y la reina. María Antonieta, que estaba sentada cerca de Santerre, comandante de un batallón de la guardia nacional, no se atrevió a hablar con ellos. Más tarde fue a la habitación de madame Campan y grito: “he venido a llorar contigo. Necesitamos que perezcan las necesidades cuando somos atacados por hombres que unen todos los talentos a cama crimen, y defendidos por hombres que son muy estimables, me han comprometido con ambas partes presentando a la esposa y al hijo de Favras. Si fuera libre, debería haber tomado al hijo de un hombre que acababa de sacrificarse por nosotros, y lo habría puesto en la mesa, entre el rey y yo; pero, rodeado por los verdugos que acababan de matar a su padre, ni siquiera me atreví a mirarlo. Los relistas me culparan por no haber tomado al pobre niño y los revolucionarios se enfurecerán con la idea de que al presentarlo esperaban complacerme”.
 
Familia Favras
Ella, sin embargo, ordeno a madame Campan que le enviara varios rollos de papel con cincuenta Louis cada uno, con la seguridad de que tanto ella como el rey siempre se encargarían de ellos. Que tortura para la reina estar obligada al incesante disimulo, controlar su semblante, esconder sus lágrimas, sofocar sus suspiros, miedo a dar a conocer su simpatía y gratitud a sus amigos y defensores que rodee incluso en su palacio por los inquisidores, ella no se atrevió ni actuar ni hablar. Ella apenas se atrevió a pensar. Que tortura para un alma altiva y sincera, para una mujer quien, sin embargo, llevo su cabeza tan alta como la hija de los cesares alemanes, como reina de Francia y Navarra.

domingo, 2 de septiembre de 2018

LA PRINCESA Y LA BURGUÉS (MADAME JULIETTE RECAMIER)

Madame Royale.
En ocasiones, al público se le permitió circular alrededor de la mesa real. Los ojos de los espectadores que llagaron a admirar la magnificencia de Versalles y la propia atención de la familia real fueron, en ese día, atraídos por la belleza de una niña que estaba a la vanguardia de los curiosos. La reina comento que parecía tener la edad de Madame Royale, y envió a una de sus damas a pedirle a la madre de esta encantadora niña que la dejara ir a los apartamentos donde se retiraba la familia real.

Inmediatamente la pequeña Juliette Bernard, que un día pasaría a la historia como madame Recamier, fue llevada a los apartamentos privados. Allí, Juliette fue medida con madame Royale y encontraron que en altura era un poco más grande, tenía entonces once o doce años. Madame Royale ese día hizo pucheros al sentirse indignada por haber sido confrontada con una chica de clase media.

Retrato de la pequeña Juliette Récamier by
Jacques-Louis David
Madame Recamier más tarde se convirtió en la anfitriona del famoso salón donde se encontraba la sociedad elite. La extraordinaria belleza y el encanto de Juliette ganaron una gran multitud de admiradores. La dama refinada fue una de las primeras en adoptar el “sabor griego” en la ropa –vestidos de muselina traslucida simples- y desempeño un papel importante en la difusión del gusto por la antigüedad, entonces conocido como imperio. Amiga de madame Stael y luego de Chateaubriand, fue una figura calve en la oposición al régimen de Napoleón.

Para citar a Amelia Gere Mason en “las mujeres de los salones franceses”: “madame Recamier representa mejor que cualquier mujer de su tiempo los talentos peculiares que distinguen a los líderes de algunos de los salones más famosos. Tenía tacto, gracia, inteligencia, aprecio y el don de inspirar a los demás. Los hombres y mujeres más inteligentes de la época se encontrarían en su salón. Se encontró allí el genio, la belleza, el espíritu, la elegancia, la cortesía y la brillante conversación que es la herencia gala”

Retrato de Madame Récamier por Jacques-Louis David (1800, Louvre )
Madame Recamier alimentaria bien a sus invitados, luego presidiría la discusión mientras estaba recostada en un sofá, generalmente envuelta en un chal amarillo. En su juventud durante el reinado de Napoleón, se hizo famosa por el “baile de chal” que realizaría con el pelo suelto y tenía muchos admiradores. Muchos nobles y príncipes intentarían seducirla pero sin éxito; ella permaneció fiel a su esposo.

Cuando era muy joven, la habían dado en matrimonio a un hombre rico tres veces mayor que ella. El matrimonio fue más una adopción que un verdadero matrimonio y probablemente fue una unión solo de nombre. Una vez, cuando un príncipe prusiano pidió su mano en matrimonio, Juliette pensó en buscar una anulación, pero Monsieur Recamier le suplico que no lo abandonara. Ella se quedó con él hasta su muerte, incluso después de que perdió toda su fortuna y Juliette tuvo que cambiar su elegante casa por una habitación en un antiguo monasterio. Sin embargo, tal era la leyenda de su salón, que los famosos autores y artistas seguían reuniéndose en su vivienda. Uno de los más prestigiosos fue el gran Chateaubriand.

Todas las opiniones políticas y todos los orígenes coexisten allí. Es necesario que la anfitriona despliegue todos sus talentos frente a la cada vez mayor cantidad de salones que se dan cita en la buena sociedad parisina. Juliette sabe cómo desarrollar más que cualquier otro de sus rivales su arte de la seducción para unir a sus invitados. Lecturas, conciertos y recitales están organizados, todos los cuales son oportunidades para atraer a los recién llegados.
El vizconde Chateaubriand fue el padre del romanticismo francés, ya que en sus escritos están las fascinaciones con la muerte, el misticismo, el amor no correspondido y la inconformidad que llegaron a caracterizar el movimiento romántico. También tuvo una carrera como político y diplomático, además de amante. Había sido un poco libre pensador, experimento una conversión religiosa dramática debido a la muerte de la mayor parte de su familia a manos de la revolución.

François-René, vicomte de Chateaubriand (1768-1848)
En sus memorias describe su primera entrevista con madame Recamier: “de repente, madame Recamier entro con un vestido blanco. Ella se sentó en el centro de un sofá de seda azul; madame Stael permaneció de pie y continúo su conversación, de una manera muy animada y hablando con bastante elocuencia; apenas respondí, mis ojos se fijaron en madame Recamier. Me pregunte si estaba viendo una imagen de ingenuidad o voluptuosidad. Nunca había imaginado nada para igualarla y estaba más desaminado que nunca; mi admiración despierta se convirtió en enojo conmigo mismo. Creo que le suplique al cielo que envejeciera a este ángel, que redujera su divinidad un poco, que pusiera menos distancia entre nosotros. Me dote de todas las perfecciones para complacerla; cuando pensé en madame Recamier disminuí sus encantos para acercarla más a mí: estaba claro que amaba la realidad más que el sueño”.

Madame Juliette Recamier Rodeada de figuras literarias y políticas: Charles Rodier, Chateaubriand, Sophie Gay, Benjamin Constant, Madame Ancelot, Madame de Stael, Ampere.
Muchos años y muchas mujeres más tarde, se encontró con Juliette nuevamente. Como Chateaubriand luego recordó: “alce los ojos y vi a mi ángel guardián en mi mano derecha”. Fue el comienzo de una amistad de por vida. Algunos han dicho que Juliette era la amante de Chateaubriand, pero no hay evidencia de que el romance haya sido consumado alguna vez. Nunca vivieron juntos y conservaron establecimientos separados.

Retrato de Juliette Récamier sentada, por el barón Gérard (1802).
Para él, ella fue la musa que lo inspiro. Cuando ambos era muy viejos y sus dos conyugues habían fallecido, Chateaubriand en su enfermedad avanzada todavía visitaría a Juliette, que estaba ciega. Víctor Hugo fue testigo de una de sus reuniones finales:

“El señor Chateaubriand, a comienzos de 1847, era un paralítico; madame Recamier estaba ciega. Todos los días a las 3 en punto, Chateaubriand fue llevado a casa de madame Recamier. Fue conmovedor y triste. La mujer que ya no podía ver extendió sus manos a tientas hacia el hombre que ya no podía sentir; sus manos se encontraron. ¡Alabado sea dios! La vida estaba muriendo, pero el amor aún vivía”.

“Ella fue la fuente oculta de mis afectos. Mis recuerdos de varias edades, tanto los de mis sueños como los de mis realidades, se han moldeado, mezclado en un conjunto de alegrías y dulces sufrimientos de los que se ha convertido en la encarnación visible. Ella gobierna mis sentimientos, de la misma manera que el Cielo ha traído la felicidad, el orden y la paz a mis deberes” - Francois Chateabriand.
Madame Recamier murió en 1849, llevándose consigo los últimos recuerdos de una era de revolución y agitación social, pero dejando atrás una leyenda de belleza que adornaba la época tumultuosa.