domingo, 25 de marzo de 2018

LA MUERTE DEL EMPERADOR FRANCISCO ESTEBAN (1765)

La dicha de la imagen de la imperial familia personificada desapareció completamente. El emperador y la emperatriz emprenden la marcha a Innsbruck con el fin de celebrar el matrimonio de su segundo hijo superviviente, el archiduque Leopoldo con la hija del rey español. Fue pesando para ser tan esplendida ocasión con el fin de destacar no solo la majestad de ambas monarquías, sino también la naturaleza brillante de la alianza.


La emperatriz ordena la construcción de un arco de triunfo con el fin de conmemorar la valiosa alianza: “servirá como un recuerdo duradero de la ocasión. Yo le enviare un boceto de lo que me gustaría. Vi un arco más satisfactorio en Waizen, muy simple y muy al estilo romano. En Innsbruck debe ser muy alto, podría ser iluminado por tres noches: en honor a nuestra llegada, la venida de la novia y otra vez en la noche de bodas”.

Antes de salir de Viena el emperador francisco Esteban hizo una pausa, y en un impulso extraño se apresuró para dar a la pequeña Antonieta de nueve años un abrazo más. La tomo en sus rodillas y la abrazo una y otra vez. Antonieta se dio cuenta con sorpresa de que tenía lágrimas en los ojos. Veinticinco años después mas tarde, ella todavía recuerda el incidente con dolor, ella creía que francisco Esteban había tenido algún presentimiento de la gran infelicidad que sería su suerte. 


A pesar de la temprana hora, las calles estaban llenas de espectadores que animaron a los viajeros a su paso primero a san esteban para oír la misa y de allí al límite de la ciudad. El novio estaba acompañado por el emperador y l emperatriz, su hermano José, sus hermanas Marianne y María Cristina, y sus tíos, el príncipe Carlos y la princesa Charlotte de Lorena. Kaunitz, que en la ocasión del segundo matrimonio de José había sido avanzado al rango de príncipe del imperio, estuvo presente con sus majestades, junto con otros titulares de estado y un sequito aparentemente interminable. Fue, de hecho, un éxodo de toda la corte.

El 1 de julio el sequito llego a Innsbruck donde la imperial familia se unió con el huésped invitado especialmente por el emperador. Era el duque de Chablais, hijo del rey de Cerdeña y la hermana mayor de francisco. Cada uno sabía que la ocasión ameritaba para discutir la unión de la archiduquesa María Cristina con el joven duque. En el primer indicio de lo que estaba en la contemplación, María Cristina imploro a su madre para salvarla de la miseria de la unión con este primo desconocido. La situación hizo un llamamiento a la emperatriz. Pero se negó a intervenir antes de la salida de Innsbruck. Sin embargo, ella no dejo que le duque de Chablais tuviera el campo para sí mismo. El otro pretendiente, Alberto de Sajonia también fue invitado a Innsbruck. Su hermano Clemente de Sajonia, ahora un hecho y derecho obispo, iba a ser el celebrante principal en el matrimonio. 

Retrato del archiduque Leopoldo por Joseph Hickel
El 30 de julio, el emperador y Leopoldo se dirigieron a Botzen para cumplir con el tiempo de espera para la novia. Tres días después, la acompañaron a la capital de Tirol, debidamente pasando por debajo del arco de triunfo. Con esta hija en ley, María teresa era del todo satisfecha. Su primera impresión se registró para el beneficio de la electora de Sajonia: “la infanta tiene un cutis resplandeciente, con un bonito color de ojos azul claro, y el más bello pelo que he visto en mi vida. Ella tiene una figura muy fina, en una palabra, una encantadora joven, llena de vida y buen humor… mi felicidad podría ser demasiado completa si la salud de mi hijo no me provocar ansiedad. Durante el viaje mostro signos de fiebre”.

La ansiedad aumenta cuando se hizo evidente que Leopoldo había contraído un resfriado durante su ausencia de Innsbruck. Durante la ceremonia le costó mantenerse de pie y tan pronto termino, tuvo que ser llevado de la capilla a la cama. Cuando se hizo evidente que tendría que reservar toda su fuerza para el viaje a Florencia, hubo más objetos en el retraso de las celebraciones públicas de su matrimonio. En ausencia del esposo, los otros miembros de la familia imperial redoblaron sus esfuerzos para asegurar el éxito de las diversas festividades. 
 
Emperatriz Maria Theresa y Kaiser Franz-Stephan coronan el arco del triunfo en Innsbruck, que fue construido en 1765 para la boda de su segundo hijo mayor Leopold.
El 18 de agosto hubo una actuación especial en el teatro. El emperador se había quejado de dolores la noche anterior, pero, la sensación de mejoría por la mañana, se levantó como de costumbre y cumplió con los compromisos del día. Para obtener un breve descanso entre las funciones de la tarde, abandono el teatro antes del cierre de La, actuación. Había llegado al final del corredor entre el teatro y la residencia, cuando retornaron los síntomas angustiantes de la noche anterior, el emperador se inclinó hacia atrás en el ángulo dela puerta. José, su único acompañante le propuso que debería sentarse mientras el medico fue llamado. Pero antes de que pudiera caminar a través del pasillo cayó al suelo. Fue llevado a una vecina habitación, pero nunca recupero la conciencia y en unas pocas horas murió de un derrame cerebral masivo.

El primer pensamiento de José era su madre, pero apenas la verdad había sido aceptada, la emperatriz entro al cuarto. La conmoción en el palacio había provocado el presentimiento de que algo le había sucedido al emperador y ella había corrido al lugar. Estaba preparada para una enfermedad alarmante, pero no por el golpe que se produjo a raíz mismo de su ser. Aturdida por lo repentino y la gravedad, se arrodillo al lado de su marido, con los ojos secos, incapaz de moverse hasta por su propio bien.

“nunca olvidare esa noche –escribe el príncipe Alberto a la electora de Sajonia- pensar en ello, el emperador muerto, la emperatriz consolada en sus apartamentos por su cuñado y hermana, las archiduquesas pesas del dolor, los huéspedes que llegan para la cena y rompieron a llorar hasta que todo el palacio resonaba con sollozos y gemidos”. 

Colocación del emperador muerto (en la sala gigante del Palacio Imperial de Hofburg Innsbruck)
En el trascurso de la mañana, María Teresa pidió ver a sus hijos e hijas que estaban en Innsbruck. Todos ellos llegaron incluso Leopoldo, aunque todavía era demasiado débil para caminar. En esta tarea dolorosa y en las oraciones para el alma del difunto, el primer día de viudez estuvo totalmente ocupada. No podía ser persuadida para emitir cualquier orden o expresar cualquier deseo que sea, ninguno iba a ver a sus ministros. Por lo tanto la responsabilidad de cada descripción recayó sobre el joven de veinticuatro años que, se convirtió sin más formalidad en el emperador José II. 

El duelo con mayor sinceridad lo padeció Josefa que escribió a su hermana: “no me siento cómoda al aceptar las felicitaciones por mi título de emperatriz. Lo he recibido a un costo demasiado alto. Si hubiera dependido de mí, yo hubiera elegido en lugar de permanecer como reina, que sobreviviera mi padre en ley. Soy incapaz de expresar mi sentimiento de pesar por su perdida. Él nunca hizo ninguna diferencia entre sus propios hijos y yo, y me encanto y lo honre como si efectivamente hubiera sido mi padre. Su memoria está grabada en mi corazón y mi agradecimiento para toda la vida”.


La segunda carta, casi textualmente, fue enviada a las Archiduquesas por su hermano, el emperador reinante, José II: "Perdónenme, mis queridas hermanas, si me abruman con la pena más terrible y, además, con todas las disposiciones que deben tomarse, me dirijo a ustedes de inmediato. Acabamos de sufrir el golpe más terrible que alguna vez nos haya podido pasar. Hemos perdido al padre más tierno y a nuestro mejor amigo. ¡Inclina la cabeza a los decretos del Señor! -Esperemos sin cesar por su alma, y ​​seamos más que nunca apegados a la única felicidad que nos queda, tu augusta madre. Su preservación es mi único cuidado en los momentos espantosos del presente. Si toda la amistad de un hermano, que ahora no puede ofrecérsela, como la poseyó hace mucho tiempo, parece ser de algún servicio, mándeme; Seré consolado al poder servirte. Los abrazo a todos. Solo pido compasión por los Hijos más infelices. Tu muy humilde servidor y hermano, JOSÉ ".

La devastación de la emperatriz era total. En su diario golpeo con una nota nostálgica: “mi feliz vida matrimonial duro veintinueve años, seis meses y seis días”. Como símbolo de dolor se cortó el pelo del cual una vez había estado tan orgullosa, cubrió sus apartamentos con terciopelos sombríos y ella misma llevaría nada más que negro de viuda por el resto de su vida. Todo en ella era y seguía siendo “oscuro y lúgubre”. Incluso hablo de retirarse del mundo y terminar sus días como abadesa del recién fundado convento de Salzburgo.

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