domingo, 18 de junio de 2017

CHAUVEAU LAGARDE: EL ABOGADO DEFENSOR DE MARIE ANTOINETTE

Claude François Chauveau-Lagarde (1756 - 1741), sera no solo el abogado defensor de la reina sino tambien de Jean Sylvain Bailly , de Madame Roland y Charlotte Corday.
A diferencia de Luis XVI, había recibido varios meses para preparar su defensa con sus abogados, María Antonieta y los dos hombres que fueron escogidos para defenderla; Tronson Ducoudray Chauveau Lagarde tuvieron solo unas pocas horas en la noche antes de la audiencia. Como Chauveau Lagarde relato más tarde:

“... yo estaba en parís cuando recibí la noticia de que había sido nombrado junto al señor Tronson Ducoudray para defender a la reina ante el tribunal revolucionario, el juicio iba a comenzar a la mañana siguiente, a las ocho en punto.

De inmediato partí hacia la prisión lleno de un sentido de mi sagrado deber que ahora se me había impuesto a mí, mezclado con un intenso sentimiento de amargura.

La Conciergerie, como es bien sabido es la prisión en la que se limitan las personas a causa de ser juzgados de aquellos a ser ejecutados después de dictada.



Después de pasar a través de dos puertas a un pasillo oscuro que no se podía localizar sin la ayuda de una lámpara que ilumina la entrada. A la derecha están las celdas y, a la izquierda hay una cámara en la que la luz entra por dos pequeñas ventanas enrejadas que miran en el pequeño patio reservado para las mujeres.

Fue en esta sala que la reina estaba presa. Se dividió por una pantalla. A la izquierda, se encontraba un gendarme armado, y en la derecha la habitación ocupada por la reina que contenía una cama, una mesa y dos sillas. Su majestad estaba vestida con un traje blanco de una simplicidad extrema.

Nadie capaz de imaginación empática podía dejar de darse cuenta de mis sentimientos en encontrar en este lugar a la esposa de uno de los más dignos sucesores de San Luis y descendiente de los emperadores de Alemania, una reina que por su gracia y bondad había sido la gloria de la corte más brillante de Europa y el ídolo de la nación francesa.


Me presente a la reina con devoción respetuosa, sentí que mis rodillas temblaban bajo mis pies y mis ojos llenos de lágrimas. No pude ocultar mi emoción y mi vergüenza era mucho más grande que cualquiera podría haber sentido por haber sido presentado a su majestad en medio de su corte, sentada en un trono y rodeada con los adornos brillantes de la realeza.

Su recepción majestuosa me puso a gusto y me hizo sentir, mientras yo hablaba y ella escuchaba, que ella me honraba con su confianza. Leí su acta de acusación, que más tarde llego a ser conocido en toda Europa. No voy a recordar los detalles horribles.

Al leer este documento satánico, me sentí abrumado absolutamente, pero yo solo, porque la reina, sin mostrar emoción, me dio sus impresiones al respecto. Ella percibe, y había llegado a la misma conclusión, que el gendarme podía oír lo que se dijera allí. Pero ella no mostro ningún signo al respecto y continuo expresándose con la misma confianza.


Hice mis notas iniciales para su defensa y luego subí el registro para examinar lo que llamaron documentos pertinentes. Allí me encontré con un montón de papeles tan confusos y voluminosos que debería haber necesitado semanas enteras para examinarlos.

Cuando sugería a la reina que no sería posible para nosotros conocer todos estos documentos en tan poco tiempo y era indispensable pedir un aplazamiento para darnos tiempo de examinarlos, la reina dijo: “a quien debemos aplicar para eso?”.

Temía el efecto de mi pregunta y como me dijo en voz baja: “la convención nacional” dijo la reina volviendo la cabeza hacia un lado: “no, nunca!”...


Añadí que había que defender la persona de su majestad la reina no solo de Francia, sino también a la viuda de Luis XVI, madre de sus hijos y hermana en ley de nuestra princesa, que fueron acusados con ella en el proceso.

Sin pronunciar una sola palabra, aunque dejó escapar un suspiro de ella, la reina tomo la pluma y escribió a la asamblea en nuestro nombre, unas líneas llenas de dignidad noble en la que se quejaba de que no nos habían dado tiempo suficiente para examinar las pruebas y alego en nuestro nombre el respiro necesario.

La nota no fue trasmitida a Fouquier-Tinville, quien prometió que lo presentaría a la asamblea, pero, de hecho, no hizo con ella o al menos, nada útil para el día siguiente... la audiencia comenzó a las ocho de la mañana”.

domingo, 11 de junio de 2017

LOUIS XVI Y MARIE ANTOINETTE: VIDA CONYUGAL

 
Aquella primera noche los novios solo duermen, el problema del matrimonio no consumado los primeros meses es de los recién casados, pero luego esto traspasa las habitaciones de ellos y se vuelve cada vez más grande hasta que toda Francia se mofa de la incapacidad del Delfín de Francia. Pero a pesar de que la situación empeora, el matrimonio no se consuma ni en un mes ni en un año, lo que atraerá serios problemas; algo detiene a Luis Augusto pero no se sabe que es.

Luis era un hombre muy inseguro, su inseguridad aumento al conocer a su bella esposa, en su diario escribió: “no pasó nada ni el primer día ni el día siguiente ni el próximo, es que ella es tan encantadora que me asusta, temo que yo le resulte poco encantador”. Y por lo que dice María Antonieta a su madre no se equivocaba, de inmediato se lo describe como gordito, retraído y extraño, así que sabemos que tampoco tenía ganas de consumar su relación. Lo increíble es que ambos son jóvenes en pleno desarrollo, muchos a esta edad tienen las hormonas alborotadas, y la única manera de liberarlas es teniendo sexo, pero en esa habitación dorada ¡no hay acción!.


Un año después del fatídico matrimonio en 1771 María Teresa le escribe a su hija: "caresses, cajolis" carícias y mimos, pero sin abusar de ellos, le dice la experimentada mujer, con esto mejora la situación y el Delfín visita cada noche a la Delfina pero no se consuma el matrimonio. Pasan dos años y la Emperatriz se impacienta ¿qué pasa con el heredero?. Marie Antoinette le confiesa a su madre de que podría ser «maladresse et jeunesse», en torpeza y juventud.

Pero la madre interviene de nuevo. Hace llamar al médico de la corte. Van Swieten y lo consulta sobre la incapacidad del delfín. El medico se encoge de hombros. Si una muchacha con tales atractivos no logra inflamar al Luis augusto, quedara sin efecto todo procedimiento medicinal. Marie teresa escribe a parís carta tras carta, finalmente, el propio Luis XV, con gran experiencia y ejercitado maestro en estos terrenos, interroga a su nieto: “¿es que no amas a tu esposa? A lo que él le respondió: la amo mucho con mi vida, no podría vivir sin ella, y estoy seguro que ella me aprecia pero necesito tiempo, solo un poco más de tiempo”. El médico de la corte, Lassone, es iniciado en el secreto y entonces se pone de manifiesto que esta impotencia del Delfín no es producida por ninguna causa espiritual, sino por un insignificante defecto orgánico: una fimosis.

“quien dice que el frenillo sujetó tanto el prepucio, que no cede a la introducción y causa dolor vivo en él, por el cual se retrae su majestad del impulso que conviene. Quien supone que dicho prepucio esta tan cerrado que no puede explayarse para la dilatación de la punta o cabeza de la parte, en virtud de lo cual no llega la erección al punto de elasticidad necesaria” (informe secreto del embajador español).


Se suceden consultas tras consultas para saber si debe intervenir con su bisturí el cirujano, como se murmura cínicamente en las antecámaras. También María Antonieta, instruida por sus amigas experimentadas, hace todo lo posible para inducir a su esposo a que se someta al tratamiento quirúrgico. "Yo trabajo para determinar la pequeña operación que ya ha sido discutido y creo que es necesario" (escribe a su madre en 1775).

Pero Luis XVI, Delfín entre tanto ha llegado a ser rey, pero al cabo de cinco años sigue todavía sin ser esposo. Lo retrasa y titubea, prueba y vuelve a probar y esta terrible, repugnante y ridícula situación de eternos ensayos y eternos fracasos, provoca la burla de toda la corte, la rabia de Marie teresa y la humillación de Luis XVI, se prolonga aun durante otros veinticuatro meses, por siete años de ridículas luchas, por estas dos mil noches en las cuales María Antonieta, como mujer y como esposa, ha sufrido las más extensas humillaciones de su sexo.

"la frialdad del delfín, un joven esposo de tan solo veinte años, en relación con una mujer bonita para mi es inconcebible". la emperatriz Marie Teresa al embajador Mercy (3 enero de 1774).



El secreto traspasa sus habitaciones: charlan de ello todas las camareras, todas las damas de la corte, los caballeros y los oficiales, la servidumbre lo saben y las lavanderas de palacio. Hasta en su propia mesa tiene que soportar el rey algunas bromas pesadas acerca de ello. Este es el comienzo de la hostilidad hacia Marie Antoinette ya que no se acusaba a Luis Augusto el de la ausencia de descendencia, sino a Marie Antoinette, que como mujer se veía humillada frente a todos, desde sus damas, hasta su servicio y las mujeres del mercado murmuraban sobre la ineptitud de ella al no ser lo suficiente mujer de provocar que su esposo la hiciera su mujer. Cuando la carroza de Marie Antoinette pasaba clandestinamente en las madrugadas por París las mujeres del mercado al reconocerla alzaban a sus hijos en señal de burla por su incapacidad.

Como la capacidad de engendrar de un Borbón, en cuanto a la sucesión del trono, constituye un asunto de alta política, todas las cortes extranjeras se mezclan en el asunto del modo más insistente. Se hacen informes detallados del delicado asunto en las cortes de Cerdeña, Prusia y Sajonia; el más celoso de todos ellos, el embajador español, el conde de Aranda, hasta llega a hacer examinar las sabanas del lecho real por criados sobornados, para seguir del modo más minucioso la posible pista de todo suceso fisiológico. Por todas partes, por toda Europa, se ríen y bromean reyes y príncipes sobre el bochornoso asunto de su colega. No solo en Versalles, sino en todo parís y en Francia entera, la vergüenza conyugal del rey se habla en todas las calles, vuela de mano en mano en forma de libelos, panfletos y coplas pornográficas.


Esto determina el carácter del rey y la reina: Luis XVI se vuelve retraído, en la vida pública le falta la fuerza necesaria para decidirse a actuar. No sabe presentarse en público: no es capaz de mostrar una voluntad, ni mucho menos de imponerla. Desmañado, tímido y secretamente avergonzado, huye de toda sociedad en la corte y especialmente del trato con las mujeres. A veces intenta imponerse violentamente cierta autoridad, darse una apariencia viril, pero entonces se coloca siempre en un peldaño demasiado alto: se convierte en grosero, brusco y brutal, típico gesto de fingida fuerza, en la cual no cree nadie. Pero jamás logra presentarse a la gente de un modo libre, natural y consciente de sí mismo, y mucho menos con majestad. Porque no sabe ser hombre en su dormitorio, tampoco logra presentarse ante los otros como rey.

Sus aficiones personales son varoniles: la caza, duros ejercicios corporales y su taller de herrero. Apenas Luis se ha puesto su uniforme de gala y se presenta en medio de sus cortesanos, descubre que aquella fuerza es solo muscular y no del corazón, y al punto se ve turbado. Rara vez se le oye reír, rara vez se le ve realmente feliz y divertido.


Pero este sentimiento de secreta debilidad actúa del modo más peligroso en sus relaciones con su mujer. Luis XVI no encuentra a gusto en modo alguno, la vertiginosa y turbulenta manera de divertirse de la reina, la sociedad que la rodea, su disipación, su frivolidad nada regia. Pero no tiene ni la voluntad ni las fuerzas para intervenir en ello, se sonríe de sus excesos y en el fondo está orgulloso de tener una mujer universalmente admirada. Además ¿Cómo puede un hombre, con una mujer ante la cual todas las noches se cubre de vergüenza y que le conoce como desvalido y ridículo, desempeñar durante el día papeles de amo y señor?.

Por su incapacidad viril, Luis XVI aparece plenamente indefenso ante su mujer, sometido a ella, superior a él en inteligencia y se echa a un lado, consiente de su inferioridad, para no quitarle la luz. A su vez ella sonríe de este marido cómodo, pero lo hace sin malignidad, pues también ella lo quiere en cierta indulgente forma. Pues la deja regirse y gobernarse según su capricho; se retira delicadamente cuando siente que no es deseada su presencia; no penetra jamás sin anunciarse en la cámara de su esposa; marido ideal que, a pesar de su espíritu ahorrativo, vuelve siempre a pagar las deudas de la reina, le consiente todo. Cuanto más vive con Luis XVI, tanto más crece en ella la estimación por el carácter de su esposo, altamente merecedor de respeto, a pesar de todas sus debilidades.

Con desesperación ven los ministros, ve la emperatriz madre, ve toda la corte, como por esta trágica flaqueza todo el poder va a caer en manos de una joven aturdida, la cual lo malgasta con la mayor ligereza. Hasta cuando Luis XVI llego realmente a ser esposo y padre de familia, aunque debería ser el dueño de Francia, continuo siempre como siervo de María Antonieta, sin voluntad propia, solo porque a su debido tiempo no pudo ser su marido.


No menos fatalmente influye el fracaso sexual de Luis XVI en el desenvolvimiento espiritual de María Antonieta. Su castidad despreocupada e intacta virginidad, durante dos mil noches su sexualidad es excitada infructuosamente de esta manera insatisfactoria, vergonzosa y deprimente, que ni una sola vez sacia sus apetitos. De este modo, no es necesario ser medico neurólogo para dictaminar que aquel fatídico exceso de vida, aquel perpetuo ir y venir y nunca estar satisfecha, aquella voluble carrera de placer en placer, son directa consecuencia típicamente clínica de un permanente esta de excitación sexual no satisfecha, producido por su esposo. Porque, en lo profundo de su ser, no ha sentido nunca verdaderas emociones y no ha podido sosegarse, esta mujer, aun no poseída al cabo de siete años de matrimonio, tiene necesidad de movimiento y ruido en torno de si, y lo que fue un infantil y regocijante afición al juego, se convierte poco a poco en un delirante y enfermizo furor de diversiones, considerado como escandaloso por toda la corte y contra la cual Marie teresa trata de luchar vanamente.

Lo mismo que en el rey la vitalidad insatisfecha se trasforma en rudo trabajo de herrero y en pasión por la caza, en oscuro y fatigante esfuerzo muscular, en la reina la falsamente dirigida y desaprovechadamente fuerza de sentimientos se refugia en tiernas amistades con mujeres, en coquetería con caballeros jóvenes, en preocupaciones por el adorno de su persona y otras satisfacciones semejantes, insuficientes para su temperamento.

Noches y noches huye del lecho conyugal, el triste lugar de su femenina humillación, y mientras su esposo y no esposo duerme profundamente reposando de las fatigas de la caza, ella se arrastra hasta las cuatro o las cinco de la mañana por bailes de ópera, salas de juego, cenas con compañías dudosas, excitándose con pasiones ajenas, reina indigna por haber caído en manos de un esposo impotente. Trata de llenar ese vacío que tiene de una manera equivocada, cada año que prolonga su desgracia hace que se vuelva cada vez más frívola, pero aquel vacío de amor nunca se llena, a pesar de que tenga el vestido más brillante, el diamante más caro, los zapatos más hermosos, el tocado más alto, nada de eso la satisface, es más, se siente más vacía que nunca, y esto se nota cuando le escribe a su madre que su parienta la duquesa de Chartres ha dado a luz en su primer embarazo a un niño muerto: “por muy espantoso que tenga que ser eso, querría por lo menos llegar hasta ahí”. Esto resume la desesperación de María Antonieta de ser madre.


Todo esto, no obstante, habría sido solo una tragedia privada, una desdicha como las que también hoy ocurren a diario detrás de las cerradas puertas de la intimidad. Pero las consecuencias de tal disgusto conyugal se extiende mucha más allá de la vida privada. Marido y mujer son aquí rey y reina; sin evasión se hallan siempre ante el deformante espejo cóncavo de la atención pública. Lo que en otros permanece secreto, alimenta en este caso charlas y murmuraciones. Una corte tan burlona como la francesa no se contenta, naturalmente, con la dolorosa comprobación de la desgracia. Sino que husmea sin cesar en torno a la cuestión de cómo se resarcirá María Antonieta del fracaso de su esposo.

Desde entonces toda la odiosa banda de chismosos no se preocupa más que de averiguar con quien engañara a su esposo. Justamente por no poder decirse nada preciso, el honor de la reina cae en frívolos comadreos. Un paseo a caballo con cualquier caballero y ya los desocupados charlatanes le han nombrado amante; una excursión matinal por el parque con damas de la corte y caballeros, y al punto se refieren las orgias más increíbles. Constantemente, el pensamiento de toda la corte está ocupado con la vida amorosa de la desengañada reina: los chismorreos se convierten en canciones, libelos y versos pornográficos. Primero son las damas de la corte las que se pasan de una a otras, detrás del abanico, esos versillos; después salen zumbando procazmente fuera de la real casa, son impresos y tienen gran éxito entre el pueblo.

depravada y pervertida, aquella gente no puede comprender lo natural, y pronto comienzan los cuchicheos y conversaciones sobre sádicas tendencias de la reina. "con gran liberalidad me han atribuido ambas inclinaciones, hacia las mujeres y hacia los amantes", le escribe, con toda franqueza y alegría, Marie Antoinette a su madre, bien segura de sus sentimientos; su sinceridad orgullosa desprecia a la corte, a la opinión publica y al mundo entero.

 

Los aparentes ridículos de las primeras noches y de los primeros años de la vida conyugal dan forma no solo al carácter de ambos esposos, sino que determina la configuración general del mundo. Las consecuencias venideras en esta muchacha de dieciocho años, ya reina, que bromea, sin sospecha alguna, con su marido inepto! Con alegre y palpitante corazoncito y con sus sonrientes y curiosos ojos claros, cree ascender las gradas de un trono, cuando es un patíbulo lo que se alza al término de su vital carrera. Pero aquellos esposos destinados desde su origen a una suerte negra no reciben de los dioses ninguna indicación ni advertencia. Les dejan recorrer su camino, despreocupados y sin presentimientos, y desde el fondo de su propia persona, su destino crece y avanza a su encuentro.

domingo, 4 de junio de 2017

TRIANON: EL REFUGIO DE LA REINA MARIE ANTOINETTE


Con mano ligera y juguetona, María Antonieta coge la corona como un inesperado regalo; es todavía demasiado joven para saber que la vida no da nada de balde y que todo lo que se recibe del destino tiene señalado secretamente su precio. Este precio, María Antonieta piensa no pagarlo. Sólo toma a su cargo los derechos de la realeza y deja a deber sus obligaciones. Quiere reunir dos cosas que no son humanamente compatibles: quiere reinar y al mismo tiempo gozar. Como reina, quiere que todo sirva a sus deseos, cediendo sin vacilar ella misma a cada uno de sus caprichos; quiere la plenitud de poderes de la soberana y la libertad de la mujer; por tanto, gozar doblemente de su vida, juvenil y fogosa, poniéndola dos veces en tensión. 

Pero en Versalles no es posible la libertad. En medio d aquellas claras Galerías de Espejos no hay paso alguno que quede oculto. Todo movimiento está reglamentado, cada palabra es transportada más lejos por un viento traidor. Aquí no hay soledad posible ni fácil coloquio entre dos personas; no hay descanso ni reposo; el rey es el centro de un gigantesco reloj que señala, con implacable regularidad, cada uno de los actos de la vida, desde el nacimiento a la muerte, desde el levantarse hasta el irse a la cama; las mismas horas de amor se convierten en una cuestión de Estado. El soberano, a quien todo pertenece, pertenece él a su vez a todo y no a sí mismo. Pero María Antonieta odia toda vigilancia; de este modo, apenas llega a ser reina, cuando ya le pide a su siempre condescendiente esposo un escondrijo donde no tenga que serlo. Y Luis XVI, mitad por debilidad, mitad por galantería, le regala, como donación nupcial, el palacete estival de Trianón, un segundo reino chiquito, pero propiedad particular de la reina, en medio del poderoso reino de Francia. 


En sí mismo, no es ningún gran regalo el que María Antonieta recibe de su esposo al darle Trianón, pero es juguete que debe ocupar y encantar su ociosidad durante más de diez años.

el rey se convirtió en galán –señalo el 31 de mayo de 1774 el padre Baudeau en su crónica -, le dijo a la reina: ¿te gustan las flores? Bueno! Tengo un ramo de flores para ti. Este es el Petit Trianon”.

“señora, ahora soy capaz de satisfacer sus gustos -según los relatos de Bauchaumont- os ruego que acepte para su uso el Petit Trianon. Estos bellos lugares siempre han sido la residencia favorita de los reyes y debe así ser suyo”.


Con Trianón, este espíritu desocupado ha encontrado por fin una ocupación, un juego, que se renueva constantemente. Lo mismo que a la modista vestido tras vestido, lo mismo que al joyero de la corte alhajas siempre distintas, también tiene María Antonieta que encargar siempre algo nuevo para adornar su pequeño reino; al lado de la modista, del joyero, del director de ballets, del profesor de música y del maestro de baile, ahora el arquitecto, el constructor de jardines, el pintor, el decorador, todos estos nuevos ministros de su reino en miniatura, le llenan largas horas, ¡ay!, tan espantosamente largas, vaciando al mismo tiempo del modo más intenso el bolso del Estado. La principal preocupación de María Antonieta es su jardín, el cual, naturalmente, no debe semejarse en nada a los históricos jardines de Versalles; tiene que ser el más moderno, el más a la moda, el más original, el más coquetón de toda aquella época, un verdadero y auténtico jardín rococó.

De nuevo, María Antonieta, sabiéndolo o no sabiéndolo, sigue con este deseo el transformado gusto de su tiempo. Pues la gente ya está harta de los campos de césped, llanos y trazados a cordel por el general de jardinería Le Nôtre; de los setos recortados como con una navaja de afeitar, de sus geométricos adornos fríamente calculados en la mesa de dibujo, todo lo cual debía mostrar ostentosamente que Luis XIV, el Rey Sol, no sólo obligó al Estado, a la nobleza, a las clases sociales, a la nación entera, a adoptar la forma exigida por él, sino también al paisaje. La gente ha contemplado hasta hartarse esta verde geometría; está fatigada de esta masacre de la naturaleza; lo mismo que en todo el malestar cultural de la época, también en este punto vuelve a ser el enemigo de la «sociedad» Jean-Jacques Rousseau, el que pronuncia la palabra salvadora al exigir en La nueva Eloísa un «parque natural» .

Grabado que muestra el jardín ingles del Petit Trianon.
Cierto que, indudablemente, María Antonieta no ha leído jamás La nueva Eloísa. A Jean-Jacques Rousseau lo conoce, en el mejor de los casos, como compositor de ese rústico musical que se llama Le devin du village . Pero las concepciones de Jean-Jacques Rousseau flotan entonces en el aire. Marqueses y duques tienen los ojos llenos de lágrimas cuando se les habla de este noble defensor de la inocencia ( homo perversissimus en su vida privada). Le están agradecidos porque, después de haber agotado ellos todos los procedimientos para excitar sus nervios, les ha revelado dichosamente un último incentivo: el juego con la ingenuidad, la perversión de la inocencia, el disfraz de lo natural. Claro que también María Antonieta quiere tener ahora un jardín «natural», un paisaje «inocente»; a la verdad, el más natural de todos los jardines naturales de última moda. Y para ello reúne a los mejores y más refinados artistas del tiempo, a fin de que, del modo más artificial, le creen, a fuerza de sutileza, el jardín más ultranatural.

El templo del amor en el Trianon!
sin duda uno de los lugares mas hermosos y símbolo del amor entre Luis y Marie Antoinette.
Porque, ¡moda del tiempo!, se pretende en estos jardines «anglochinescos» no sólo representar a la naturaleza, sino la totalidad de la naturaleza; en el microcosmos de un par de kilómetros cuadrados figurar, en un resumen de juguete, el universo entero. Todo debe estar reunido en este minúsculo terreno: árboles franceses, indios y africanos, tulipanes de Holanda, magnolias del Mediodía, un lago y un riachuelo, una montaña y una gruta, románticas ruinas y casas de aldea, templos griegos y perspectivas orientales, molinos de viento holandeses, el norte y el sur, el este y el oeste, lo más natural y lo más extraño, todo artificial y todo que parezca auténtico, hasta un volcán arrojando fuego y una pagoda china quiso primitivamente el arquitecto estilizar en aquel trozo de terreno, grande como la mano, felizmente pareció que su proyecto resultaba demasiado caro. Impulsados por la impaciencia de la reina, centenares de obreros comienzan a hacer surgir como por encanto siguiendo los planes del constructor y del pintor, en medio del paisaje real, otro paisaje lo más pintoresco posible a intencionadamente tierno y natural. 

Detalle de una pintura del Belvédère y la gruta en el Petit Trianon de Claude-Louis Chatelet, 1785. 
Primeramente se traza un suave y líricamente murmurador arroyuelo, imprescindible accesorio de todo auténtico idilio pastoril, que come entre las praderas; cierto que el agua tiene que ser conducida desde Marly por una tubería de dos mil pies de largo, con la cual, al mismo tiempo, corre también mucho dinero por aquellos tubos; pero, y esto es lo principal, los meandros de su curso tienen un delicioso aspecto natural. Susurrando suavemente, desemboca el arroyo en el lago artificial, con islas no menos artificiales; se inclina amablemente para pasar bajo los lindos puentes, sostiene graciosamente el deslumbrante plumaje blanco de los cisnes. Como brotando de unos versos anacreónticos, se lanza un peñasco artificial con musgo, una disimulada y artificial gruta de amor y un romántico belvedere; nada permite sospechar que este paisaje, tan conmovedoramente ingenuo, haya sido dibujado, antes de nacer. en innumerables pliegos de colores y que de toda su traza fueran hechos primero veinte modelos de yeso, en los cuales el lago y el arroyuelo estaban representados con trozos de espejo recortados, y las praderas y árboles, lo mismo que en un «nacimiento», por medio de musgo teñido y pegado. Pero adelante.
 
Cada año tiene la reina un nuevo antojo; instalaciones cada vez más selectas y «naturales» deben hermosear su imperio; no quiere esperar hasta que estén pagadas las antiguas cuentas; tiene ahora su juguete y quiere seguir jugando con él. Como esparcidas a la casualidad y, sin embargo, bien calculado el sitio en que se alzan por el romántico arquitecto de la reina, se colocan en el jardín, para aumentar sus encantos, pequeñas preciosidades. Un templecillo consagrado al dios de aquella época, el templo del Amor, se levanta sobre una colinita, y su rotonda, abierta a la antigua, muestra de una de las más hermosas esculturas de Bouchardon, un amor que se construye un arco de mayor alcance con un trozo de la maza de Hércules. Una gruta, la gruta del amor, está tallada con tal habilidad en la roca, que la pareja que allí juguetee descubre a tiempo a los que se aproximen para no dejarse sorprender en sus ternezas. A través del bosquecillo serpentean senderos que se entrelazan; las praderas están bordadas con raras especies de flores; pronto, en medio de la cortina de verde follaje, reluce un pequeño pabellón de música, construcción octogonal de un blanco deslumbrante, y con todo ello, puestas en relación con gusto tan perfecto, unas cosas junto a otras y dentro de otras que, en realidad, en medio de esta gracia, ya no se conoce el artificio estudiado y rebuscado.

Le Belvédère y vista de la gruta del amor en Trianon
En sentido político, su capricho le cuesta más caro a la reina. Pues al dejar ociosa en Versalles a toda la camarilla de cortesanos, le quita a la corte el sentido de su existencia. La dama que tiene que entregar los guantes a la reina, aquella dama que le aproxima respetuosamente su vaso de noche, las damas de honor y los gentileshombres, los miles de guardias, los servidores y los cortesanos, ¿qué van a hacer ahora sin su cargo? Sin ocupación alguna, permanecen sentados el día entero en el Oeil-de-boeuf , y lo mismo que una máquina, cuando no trabaja, es roída por la herrumbre, así se ve invadida esta corte, desdeñosamente abandonada, de un modo cada vez más peligroso, por la hiel y el veneno. Pronto llegan tan adelante las cosas, que la alta sociedad, como por un pacto secreto, evita el concurrir a las fiestas de la corte: que la orgullosa «austríaca» se divierta en su « petit Schoenbrunn», en su « petite Viena»; para recibir sólo una rápida y fría inclinación de cabeza se considera demasiado buena esta nobleza, que es tan antigua como los Habsburgos.

Gluck Playing for Marie Antoinette at the Trianon.
Cada vez más pública y francamente, crece la fronde de la alta aristocracia francesa contra la reina desde que ha abandonado Versalles, y el duque de Lévis describe muy plásticamente la situación: "En la edad de las diversiones y de la frivolidad, en la embriaguez del poder supremo, a la Reina no le gustaba imponerse traba alguna; la etiqueta y las ceremonias eran para ella motivos de impaciencia y de aburrimiento. Le demostraron... que en un siglo tan ilustrado, en el que los hombres se libraban de todos los prejuicios, los soberanos debían librarse de esas molestas ataduras que les imponía la costumbre: en una palabra, que era ridículo pensar que la obediencia de los pueblos depende del número mayor o menor de horas que la familia real pase en un círculo de cortesanos fastidiosos y hastiados... Fuera de algunos favoritos que debían su elección a un capricho o a una intriga, fue excluida toda la gente de la corte. La alcurnia, los servicios prestados, la dignidad, la alta cuna, no fueron ya títulos para ser admitido en el círculo íntimo de la familia real. Sólo los domingos podían aquellos que habían sido presentados en la corte ver durante algunos momentos a los príncipes. Pero la mayor parte de estas personas perdieron pronto el gusto por esta inútil molestia, que sabían que no les era agradecida en modo alguno; reconocieron, por su parte, que era una tontería venir hasta tan lejos para no ser mejor recibidos, y dejaron de hacerlo... Versalles, el escenario de la magnificencia de Luis XIV, adonde se venía ansiosamente de todos los países de Europa para aprender refinadas formas de vida social y de cortesía, no era ya más que una pequeña ciudad de provincia, a la cual no se iba más que de mala gana y de la cual volvían todos a alejarse lo más rápidamente posible". 

Imagenes del Petit Trianon en la serie anime Le Chevalier D'Eon.
También este peligro lo previó desde lejos María Teresa a su debido tiempo: «Yo misma conozco todo el aburrimiento y vacío de las ceremonias de corte, pero, créeme, si se las abandona surgen de ello inconvenientes aún mucho más importantes que estas pequeñas incomodidades, especialmente entre vosotros, con una nación de tan vivo carácter» No obstante, cuando María Antonieta no quiere comprender, no tiene sentido alguno el pretender razonar con ella. ¡Cuántas historias a causa de la media hora de camino separada de Versalles a que vive! Más, en realidad, estas dos o tres millas le han alejado para el resto de su vida, tanto de la corte como del pueblo. Si María Antonieta hubiese permanecido en Versalles, en medio de la nobleza francesa y siguiendo las costumbres tradicionales, en la hora del litigio habría tenido a su lado a los príncipes, a los grandes señores y al conjunto de la aristocracia. Por otra parte, si hubiese intentado, lo mismo que su hermano José, acercarse democráticamente al pueblo, los cientos de miles de parisienes, los millones de franceses la habrían idolatrado. Pero María Antonieta, individualista absoluta, nada hace para agradar a la nobleza ni al pueblo; piensa sólo en sí misma, y a causa de este capricho favorito de Trianón es igualmente mal querida tanto del primero como del segundo y del tercer estado; porque quiso estar demasiado sola gozando de su dicha, estará igualmente solitaria en su desdicha, y se ve forzada a pagar un juego infantil con su corona y con su vida.