lunes, 27 de marzo de 2017

“Madame Elisabeth hizo mucho esfuerzo en ayudar  a la reina en la educación del joven príncipe y Madame Royal, porque a pesar de la falta de ayudas necesarias, su educación no fue descuidada… ni un momento se perdió. Incluso los juegos se convirtieron en buenas lecciones. Era imposible no sentirse conmovido por la visión del joven príncipe de ocho años sobre su pequeña mesa, leyendo la historia de Francia con la mayor atención, y luego repitiendo lo que había leído y escuchando con avidez las observaciones de su madre y su tía”.

-el relato de Jacques Francois Lepitre, de la familia real en el temple.

domingo, 26 de marzo de 2017

EL CONDE ARTOIS Y EL ACTO DE LA CUERDA FLOJA


El conde Artois, como no le gustaba la corte de Versalles y había tomado cariño a Trianon, trajo un día la compañía de Nicolet, llamado “los grandes bailarines del rey”. Las dos estrellas fueron Placide, que jugó pantomimas en su composición y el pequeño “diablo de Holanda” con un acto de equilibrio extraordinario con los huevos en una cuchara que sostenía en la boca sin romperlos. A María Antonieta le encantaban estos espectáculos y su hermano, inteligente para sí mismo, que por su tamaño, su juventud y sus gracias naturales en todos los ejercicios corporales, celoso de la gloria de sus protegidos, también aspiraba a bailar en la cuerda floja.

Al año siguiente, todas las mañanas iba al Petit Trianon y se dedicaba durante varias horas al aprendizaje de este acto. Tomo varias lecciones en secreto por Placide y el “pequeño diablo”, los héroes más famosos ahora de este género. Finalmente el 12 de junio de 1780, el conde Artois organizo un pequeño comité a los ojos de la reina para mostrar su nuevo talento. Él desarrollo sus habilidades en la cuerda floja, aunque fue un éxito se observo que el rey estaba un poco asustado durante el acto por los aleteos de su hermano. La reina estaba encantada con este aturdido equilibrista de veinte años.

domingo, 19 de marzo de 2017

LAS SEÑORAS TIAS: LES FILLES DE LOUIS XV

“las cuatro señoras, que son torpes, mozas maduras y pesadas, con un mal parecido con el padre, estaban todas en fila y con la bolsa de tejido de punto, la apariencia alegre en la ropa, pero realmente no sabían que decir y se retorcían como si tuvieran que hacer pis”. La descripción implacable y maliciosa de las cuatro restantes hijas solteras de Luis XV, por el escritor inglés Horacio Walpole en su visita a Versalles.

Mesdames Tantes: Madame Victoire, Madame Sophie and Madame Adélaïde, cuadro de Louise Francois-Hubert Drouais.
El lote se había despertado en contra de estas princesas en un intento de hacer ahorros, el cardenal Fleury convenció al rey de enviar a sus hijas menores en el convento de Fontevrault. El colegio de Saint-Cry hubiera sido mucho más adecuado para recibir las hijas del rey, pero Fleury prefirió confiar su educación a las monjas provinciales, donde las princesas aprendieron poco o nada.

La mayor madame Adelaida, era una rubia linda con una nariz chata y una hermosa mujer fuerte y esplendida jinete. En su adolescencia, su padre estaba orgulloso de sus talentos como jinete, dispuesta a complacer, ella salto para cazar a los más altos setos y galopo como los hombres. Inteligente y brillante, podía jugar varios instrumentos musicales, incluso los más inusuales para una chica, como el cuerno y el arpa. Estaba tan orgullosa de su título de Fille de Francia, que incluso atar el nudo con el hijo de un príncipe reinante le parecía incómodo y ella eligió la soltería y la comodidad en Versalles. Se oponía abiertamente al matrimonio de su sobrino Luis Augusto con María Antonieta, y su oposición no se detiene no si quiera cuando la conoció en persona.

Marie-Adélaïde de France (1732 - 1800)
Madame Victoria, la más corpulenta y agradable. Muy hermosa en su juventud, ella sufrió mucho por sus ataques de nervios, consecuencia de los terrores vividos durante su estancia en el convento de Fontevrault. La princesa sin embargo, era dulce y afable; amaba la cocina y la comodidad de un sofá suave junto a la chimenea y era muy cariñosa con María Antonieta. Por la bondad natural, dejo que su hermana Adelaida decidiera todo.

Victoire de France (1733 - 1799).
Madame Sofía, su rostro estaba extrañamente largo con la boca plana. “ella es una rara fealdad” como decían los cortesanos. Además era una mala mujer cuya soberbia ocultaba una profunda desconfianza. Todas las personas ajenas desconcertaran a Sofía que caminaba siempre a toda prisa por los pasillos atestados de Versalles para evitar todo contacto humano.

Sophie de France (1734 - 1782)
Las señoras tías, Adelaida, Victoria y Sofía no se habían casado. Siempre se habían negado a ir a enterrarse en un reino de segundo orden. Mejor quedarse solteronas en Versalles que ser reinas o princesas entre patanes. El rey amaba a sus hijas, con sinceridad y de forma natural. Cuando eran pequeñas, era un padre moderno que se rio de sus payasadas. Ellas lo idolatraban, el deseo de no alejarse de él había influido en su decisión de no casarse. Las damas Vivian en un gran apartamento en la planta baja donde Vivian y comían juntas.

“Estas princesas -dijo la emperatriz a María Antonieta- están llenas de virtudes y talentos, es una alegría para usted, espero que merezcan su amistad”. El Abad Vermond repitió varias veces a la delfina esta recomendación materna. Sin embargo, un día, en Schonbrunn, María Theresa expreso a Vermond lo que pensaba de las damas. El deber de una joven de sangre real, pensaba la emperatriz, era casarse y tener hijos. Era una regla para todas las familias reinantes de Europa. Por lo que las monarquías se apoyarían entre si y serian sólidas. Ella desaprobó la debilidad de Luis XV que autorizo a estas tres niñas sanas de aferrarse a su vida cómoda e inútil de Versalles. Por supuesto era difícil de entender, pues ella había casado a todas sus hijas. Sin embargo, María Theresa había actuado con prudencia, dando a su hija simplemente consejos para llevarse bien con las damas.

Marie Antoinette como delfina de Francia, cuadro de Joseph Ducreux.
Por lo tanto, María Antonieta hace el conocimiento con las señoras con la mejor voluntad. Sus nuevas tías le dieron una cálida bienvenida. La presionaron para que las visitara tan a menudo como le daba la gana y le dieron la llave de su apartamento para que se sintiera en casa. Fue un regalo simbólico, ya que sus puertas estaban cerradas a curiosos, pero fue una señal de confianza e intimidad hacia el nuevo miembro de la familia. El rey venia cada mañana para tomare el café con sus hijas. Ocurrió alrededor de las diez, proporcionándole café caliente, porque eran las únicas que conocían exactamente como le gustaba al rey. A veces regreso en las tardes después de la caza y la noche fue de lo más a menudo a reunirse para charlar animadamente.

Pero no todo era armonía, la afectuosidad de las tías solo era para utilizar la posición de la delfina para ponerla en contra de la favorita madame Du Barry. Además fueron las primeras en definir a María Antonieta despectivamente como la “austriaca”. Porque cuando uno de los oficiales de la delfina, se acercó a Adelaida para recibir órdenes, antes de viajar a Estrasburgo a buscar a la archiduquesa, al princesa respondió: “si tuviera que dar órdenes, no sería ciertamente los de ir a buscar a una “austriaca”.

las señoras tías en Marie Antoinette (2006).
Adelaida veía su posición amenazada por esta princesita extranjera. Después de la muerte de su hermana y madre, ella se convirtió en la primera dama de Francia. Sabía que la pequeña delfina la sucedería un día y se convertiría en la mujer más poderosa de la corte: la reina. Después de todas las muertes sucesivas del delfín Luis Fernando y María Josefa, el rey se hundió en una melancolía. Durante un tiempo, encontró el camino a los apartamentos de sus hijas. Madame Adelaida tuvo este gran honor buscado y tuvo a su padre solo para ella. Lo consoló, le pidió su opinión sobre los asuntos de estado durante estos meses, ella creía que sería ahora la principal amiga y asesora de su padre, pero cuando madame Du Barry apareció todo había terminado. El rey recupero su energía y pasaba las tardes ahora en otro lugar.

Para los celos de Adelaida se extendieron también a nuestra María Antonieta. Una princesa de un rango tan ilustre como la de ella. El rey estaba encantado, en el parque la tomo del brazo y presento a la delfina a todo el mundo, alabando su encanto juvenil y hermosa tez, la invito a cenar, pasa tiempo con ella, él la llama “mi hija” y ella a su vez “mi querido papa”. Francia y Austria durante mucho tiempo habían estado luchando, pero precisamente el matrimonio de María Antonieta con el delfín era una reconciliación emprendida por Luis XV y María Theresa; y Adelaida, en lugar de participar en este gran proyecto, recibir a María Antonieta como el pequeño ángel de paz, la trataba en su audiencia de “austriaca”, es decir, de enemigo extranjero del cual había que tener cuidado desde el principio.

Detalle del retrato de Madame Adelaida por Labille-Guiard en 1787. muestra la muerte del rey Luis XV y se observa las tres hijas presentes en el lecho del difunto.

domingo, 12 de marzo de 2017

LAS TULLERIAS: RESIDENCIA VIGILADA

la familia real en paris (6 de octubre de 1789).
Desde ese punto de inflexión del destino, ese 6 de octubre los franceses pusieron a su reina bajo llave en las tullerias, la familia real nunca dejara de ser objeto de la inquietud de Europa. Porque en su persona se ha anticipado un problema de nuevo cuño, ni más ni menos que revolucionario, de imprevisibles repercusiones: ¿Qué se hace con un monarca que se pone en abrupta oposición a su pueblo y se demuestra indigno de la corona? La respuesta es abrumadora: ninguna. Porque los manejos jurídicos-políticos entre un monarca son nulos en aquella época, aun no se permite a la voluntad del pueblo objeción o reproche alguno contra su soberano. Toda jurisdicción termina ante los peldaños del trono. La corona aún no se encuentra dentro del espacio del derecho civil, sino fuera y por encima de ese derecho. Consagrados como los sacerdotes, nadie puede despojar de su dignidad as un ungido, significaría romper la estructura jerárquica del cosmos.

Construido por orden de Catalina de Medici en la segunda mitad del siglo XVI, el palacio de las Tullerías fue el escenario de algunos de los eventos más famosos de la historia de Francia. Devastado por el incendio provocado en 1871, sus restos fueron demolidas en 1883. Su aura legendaria, sin embargo, cruzó las lámparas de araña y despierta hoy un proyecto de reconstrucción.
¿Dónde se halla en la Sagrada Escritura un pasaje que permita a los súbditos deponer a sus príncipes? ¿En qué monarquía hay una ley escrita según la cual los súbditos toquen la persona de su príncipe, lo pongan en prisión o puedan juzgarlo? Dado que conforme a los mandatos de Dios son súbditos y ellos su soberano, no pueden obligarlos a responder a su acusación, porque no corresponde a la Naturaleza que la cabeza se someta a los pies. pero En 1789, la Revolución no es todavía consciente de su propia fuerza; aún se espanta, a veces, de su propio valor; así le ocurre en esta ocasión: la Asamblea Nacional, los consejeros de la ciudad de París, toda la burguesía, en el fondo de su corazón todavía honradamente fieles al rey, están asustados del golpe de mano de la horda de amazonas que posee en sus manos al indefenso rey. Por vergüenza, hacen todo lo imaginable para borrar lo ilegal de este acto de brutal violencia; unánimemente se esfuerzan por convertir ahora el rapto de la familia real en un cambio «voluntario» de residencia.

Conmovedoramente, compiten en esparcir las más bellas rosas sobre la tumba de la autoridad real, con la secreta esperanza de ocultar que la monarquía está, en realidad, para siempre muerta y sepultada desde el 6 de octubre. Las delegaciones suceden a las delegaciones para asegurar al rey su profunda fidelidad. El Parlamento envía treinta miembros; la municipalidad de París hace una visita colectiva para presentar sus respetos; el alcalde se inclina ante María Antonieta con estas palabras: «La ciudad se siente feliz de veros en el palacio de sus reyes y desea que el rey y Vuestra Majestad le hagan la merced de elegirlo como su residencia permanente». Con igual respeto se presenta la Cámara Alta, la Universidad, el Tribunal de Cuentas, el Consejo de la Corona y, finalmente, el 20 de octubre, toda la Asamblea Nacional, y delante de las ventanas del palacio, agolpándose diariamente, grandes masas de gentes que gritan: «¡Viva el rey! ¡Viva la reina!». Todos hacen lo que pueden para expresar al monarca su alegría por su « voluntario cambio de residencia».

el rey luis XVI y el delfín entran a las tullerias.
Pero María Antonieta, siempre incapaz de fingir, y el rey, que la obedece, sé defienden con obstinación, cierto que comprensible en lo humano pero perfectamente loca en lo político, contra esta rosada disimulación de los hechos. «Tendríamos que estar bastante contentos si pudiésemos olvidar de qué modo hemos sido traídos aquí», escribe la reina al embajador Mercy. Pero, en realidad, ella no puede ni quiere olvidarlo. Ha sufrido demasiadas afrentas; la han arrastrado violentamente a París; su palacio de Versalles fue tomado a viva fuerza, asesinados sus guardias de corps, sin que la Asamblea ni la Guardia Nacional hayan movido ni un dedo. La has encerrado violentamente en las Tullerías; el mundo entero debe conocer estos ultrajes a los sagrados derechos de un monarca. Constantemente y con intención subrayan ambos su propia derrota: el rey renuncia a la caza, la reina no va a ningún teatro; no se muestran en la calle, o salen en coche y dejan perder, con esto, la importante posibilidad de volver a hacerse populares en París. Esta terca manera de encerrarse en sí mismos produce un peligroso prejuicio. Pues, al decirse la corte sometida a violencia, convence al pueblo de su propia fuerza; al proclamar el rey permanentemente que es la parte más débil, acaba, en realidad siéndolo. 

el primer homenaje de los habitantes de París a la Familia Real el miércoles 17 de octubre de 1789, después de su llegada a buen puerto en esta ciudad
No es el pueblo, no es la Asamblea Nacional, sino el rey y la reina, quienes has abierto un visible foso en torso a las Tullerías; ellos mismos convierten, con loca obstinación, en una cautividad la libertad que todavía no les ha sido impugnada. Pero si la corte, de modo tan patético, considera las Tullerías como una prisión, debe, por lo menos, ser una prisión regia. Ya en los días siguientes, gigantescos carruajes traen muebles de Versalles; ebanistas y tapiceros martillean hasta altas horas de la noche en las habitaciones. Pronto, salvo los que se han retirado o expatriado, los antiguos empleados de la corte se reúnen en la nueva residencia real; toda la chusma de camareros, lacayos, cocheros y cocineros llenan los locales de servicio. Las antiguas libreas brillan por los pasillos; todo vuelve a copiar a Versalles y también el ceremonial ha sido transportado intacto; solamente se nota como única diferencia que ante las puertas, en lugar de nobles guardias de corps, ahora licenciados, son los guardias nacionales de La Fayette los que están en servicio.

No podía decir una palabra sin que los sollozos la asfixiaran y nosotros tampoco podíamos responderle -dice la Sra. de Staël- ¡Qué espectáculo es este antiguo palacio de las Tullerías, abandonado desde hace más de un siglo por sus augustos anfitriones! La obsolescencia de los objetos externos actuaba sobre la imaginación y la hacía viajar hacia tiempos pasados. Como estábamos lejos de prever la llegada de la familia real, muy pocos apartamentos eran habitables, y la reina se había visto obligada a instalar catres para sus hijos en la misma habitación donde estaba recibiendo; se disculpó con nosotros y agregó: "Saben que no esperaba venir aquí".

De la gigantesca serie de habitaciones de las Tullerías y el Louvre, la familia real habita solamente un muy pequeño espacio, pues ya no se quiere ninguna fiesta más, ni bailes ni redoutes : ningún alarde ni ningún esplendor innecesarios. Exclusivamente es dispuesta para la familia real la parte de las Tullerías que da hacia el jardín (el año 1870 fue quemada durante la Comuna y no ha vuelto a ser edificada): en el piso superior, el dormitorio y la sala de recibir del rey, un dormitorio para su hermana, uno para cada uno de los niños y un saloncito. En el piso bajo, el dormitorio de María Antonieta, con un cuarto para las recepciones y un gabinete de toilette , una sala de billar y el comedor. Aparte la gran escalinata, ambos pisos están unidos por una nueva escalera, construida expresamente. Conduce de las habitaciones del piso bajo de la reina a las del delfín y del rey, y únicamente la reina y el aya de los niños poseen la llave de sus puertas. 

La misa de la familia real en el Palacio de las Tullerías en la Galerie de Diane, 1791 por Robert Hubert (Curiosamente, la pintura fue incluida en las posesiones de Madame du Barry en 1793)
Considerando el plano de esta distribución de habitaciones, sorprende el aislamiento de María Antonieta del resto de la familia, cosa indudablemente ordenada por ella misma.Duerme y habita sola, y su dormitorio y su sala de recepción están de tal modo dispuestos que la reina puede en todo momento recibir visitas que pasen inadvertidas, sin que éstas tengan que utilizar la escalera oficial y la entrada principal. Pronto se verá el intencionado propósito de esta medida, lo mismo que la ventaja de que la reina pueda en cualquier instante trasladarse al piso superior, mientras que ella misma está guardada de toda sorpresa por parte de la servidumbre, de los espías, de los guardias nacionales y también acaso hasta del mismo rey. Aun en la cautividad, defenderá hasta el último aliento, gracias a su desenvoltura, los últimos restos de su libertad personal.

El viejo palacio, con sus tenebrosos corredores, día y noche escasamente iluminados por unas fuliginosas lámparas de aceite, con sus escaleras de caracol, sus cuartos de la servidumbre excesivamente llenos de gente, y ante todo con el permanente testimonio de la omnipotencia popular, la vigilancia de la Guardia Nacional, no es, en sí misma, ninguna agradable residencia; y, no obstante, oprimida por el destino, la familia real lleva aquí una vida tranquila, más íntima y hasta quizá más cómoda que en la pomposa jaula de piedra de Versalles. Después del desayuno hace la reina que bajen los niños a sus habitaciones; luego va a oír misa y permanece sola en su cuarto hasta el almuerzo en común. Tras él, juega con su esposo una partida de billar, débil compensación gimnástica del placer de la caza, de que tan a disgusto se priva el monarca. Después, mientras el rey lee o duerme, María Antonieta se retira otra vez a sus habitaciones para celebrar consejo con sus íntimos amigos, con Fersen, con la princesa de Lamballe o con otros. Después de la cena se reúne en el gran salón toda la familia: el hermano del rey, el conde de Provenza, con su mujer, que habitan en el palacio de Luxemburgo; las viejas tías, y algunos pocos fieles. A las once se apagan las luces; el rey y la reina se dirigen a sus dormitorios. 

la reina acompañada de madame Elizabeth y sus dos hijos en los jardines de las tullerias.
Esta distribución del tiempo, tranquila, regulada, de pequeños burgueses, no conoce ningún cambio, ninguna fiesta ni ninguna pompa. Mademoiselle Bertin, la modista, no es casi nunca llamada; el tiempo de los joyeros ha pasado, pues Luis XVI necesita conservar ahora su dinero para cosas más importantes: para comprar enemigos y para secretos servicios políticos. Desde las ventanas, la mirada recorre el jardín, donde se muestran el otoño y la temprana caída de la hoja; ahora corre velozmente el tiempo que antes pasaba tan lento para la reina. Ahora se ha hecho por fin el silencio en torno a María Antonieta, aquel silencio que antes ha sido tan temido por ella; por primera vez tiene ocasión para reflexiones claras y serias. Esta demasiado amurallada en su real seguridad en sí misma como para que el insulto o la vergüenza puedan humillarla. Ninguna marca, siente, puede deformar una frente que ha ceñido la corona y que esta ungida con el santo oleo de la vocación. Ninguna sentencia y ninguna orden le harán inclinar la cabeza; cuanto mayor sea la violencia con La que se le quiera imponer un destino pequeño y carente de derechos, tanto mayor será la decisión con la que se resista. Semejante voluntad no se puede encerrar a la larga; rompe todos los muros, desborda todos los diques, y si se la encadena, sacudirá impetuosa las cadenas, haciendo temblar los muros y los corazones. 

El pueblo francés, al que había ignorado hasta este año 1789, adoptó entonces el rostro de innumerables locos impacientes por asesinarla. ¿Qué habría sentido si hubiera leído el artículo de Loustalot publicado el 10 de octubre les Révolutions de Paris? Con evidente brutalidad, el periodista había encontrado las palabras adecuadas para expresar el punto de vista popular sobre el conflicto entre la reina y los franceses. ¿Era todavía posible ponerle fin, como quería este joven revolucionario?: “Al seguir a nuestro rey hasta esta ciudad, comienza usted, señora, a destruir los rumores que han afligido a todos los buenos franceses y que resuenan en toda Europa. Sería traicionarla, señora, ocultarle que estos rumores han producido una impresión desastrosa en el pueblo y que sólo por miedo a angustiar el corazón de su marido une su nombre a los suyos en sus gritos de alegría y su homenaje.

Sabemos que la calumnia audaz no respeta ningún rango ni virtud; pero también sabemos lo que la adulación y el amor al poder ilimitado pueden hacer a los reyes; Sabemos lo que el deseo de preservar los derechos que ella cree que pertenecen a su marido y a su hijo puede hacerle al corazón de una esposa y de una madre. Pero no nos corresponde, Señora, escrutar ni sus sentimientos ni sus actos, usted sólo tiene como juez en este momento a Dios y a su marido; nuestro deber se limita a presentarles la esperanza de felicidad que nos brinda su estancia en esta ciudad.

Nuestra historia ofrece pocos ejemplos de reinas que velaron por la felicidad del pueblo. No hace falta remontarse al siglo de Frédégunda y Brunegilda, donde cada acción era un crimen y cada pensamiento una iniquidad, para demostrar que una reina intrigante que no busca su felicidad en la virtud es la peor de las mujeres y la más infeliz de las reinas.

Nos falta una reina, señora, cuya vida contrasta perfectamente con la de tantos monstruos; una reina que, ocupada en formar el corazón de sus hijos, en hacer feliz a su marido, coloca entre sus deberes el socorro del pueblo, que, decidida protectora de la inocencia perseguida o de la pobreza virtuosa, estableció, para toda su participación en los asuntos públicos, una organización caritativa y de alguna manera hizo que su marido tuviera celos del reconocimiento francés hacia ella y de la admiración de todos los pueblos.

Esta es Señora, lo que esperamos de usted: usted tiene todo para triunfar, la naturaleza se lo ha dado todo. Abjurando, si los hay en tu corazón, de todo sentimiento de prejuicio y de ira contra el mejor de los hombres, entrega tus acciones a su mirada y tu corazón a su amor. El francés necesita amarte tanto como ama a su rey; sólo conserva este sentimiento por miedo a ser rechazado. Al venir entre nosotros con confianza, con una confianza que no será traicionada, ya has tranquilizado nuestro corazón; completa tu obra profesando tu patriotismo tan alto, tan públicamente, que la aristocracia pierda toda esperanza de abusar de tu nombre de ahora en adelante para alarmar al pueblo y apoyar sus abominables proyectos".¿Podría la reina escuchar tales exhortaciones?.

domingo, 5 de marzo de 2017

LA ARCHIDUQUESA ELIZABETH: LA INGOBERNABLE

“No importa si la mirada vino de un príncipe o un guardia suizo. A Elizabeth solo la admiración de todo el mundo la hacía sentir feliz”. La archiduquesa Elizabeth en palabras de su madre la emperatriz.

la pequeña Elizabeth en un retrato realizado por
Martin van Meytens.
La archiduquesa nació en Viena el 13 de agosto de 1743, Elizabeth fue una de las hermanas mayores de María Antonieta. Por varios testimonios similares, la princesa era la más bella hija de la emperatriz y había heredado de su abuela paterna, Elizabeth Charlotte de Orleans, no solo el nombre sino también sus formas insinuantes, por lo que la archiduquesa estaba en el foco de su madre para el mercado matrimonial europeo.

Era la última del trío de mayores que, como Maria Cristina, no plantea ninguna preocupación específica a Maria Teresa, que está enteramente preocupada por la salud de Marianne. Criada hasta los catorce años por la señora Trautson, nunca se quejó de ello, al contrario. Pero descubrimos a una joven rebelde, con juicios bruscos, a veces crueles, sobre todo el mundo, que ignora la autocensura, cuando Madame Copineau entra a su servicio. Muy orgullosa de codearse con la corte y la emperatriz, la señora Copineau no tuvo en cuenta todas las críticas a las que fue sometida Elizabeth. Desde el principio parece seducida por la franqueza, alegría y vivacidad de su nueva amante:

“Siempre estoy muy feliz con mi archiduquesa. Todos quieren convencerme de que al principio se siente cohibida, pero cuando me conozca bien ya no será tímida […]. No dejé que la Archiduquesa ignorara todas las cosas malas que me decían de ella, pero le aseguré que eso no me quitaba la buena aprensión que había tenido de su carácter, pero que me daba cuenta de que todos sus arrebatos y su inclinación por la sátira le habían atraído una multitud de enemigos, que tenía que observarse un poco más, que ahora estaba en una edad en la que todo se estaba desmoronando. Que para mí, consideraba una tontería todo lo que ella había hecho […]. Se arrojó sobre mi cuello y me besó muy tiernamente, diciendo: "Creo, mi querido Copineau, que el cielo te ha reservado para realizar mi cambio". […] Ella admitió que le costaría mucho corregir esta falla, pero que haría todo lo posible, que sacaría todas las consecuencias de ello". 

La archiduquesa Elizabeth retratado por Jean-Etienne Liotard.
A pesar de sus promesas y de los esfuerzos de Madame Copineau, lejos de corregirse, Élizabeth continúa aún más por este camino. A medida que crece se muestra ingobernable y agota las sucesivas ayas con sus caprichos y burlas que no puede controlar. La condesa Trauttmansdorff, a su servicio desde 1761, pagó el precio, como hemos visto. Después de la viuda von Heister, a quien Élizabeth considera “repugnante" de estupidez, Maria Teresa trae de Holanda a la marquesa de Herzelles cuyo carácter y bondad todos elogian. Enviudó a los treinta años en 1759 y fue la gran señora de la Casa de Elizabeth durante casi tres años, desde 1761 hasta el otoño de 1763. Parecía haberle agradado mucho la recién llegada, pero la señora Herzelles pedirá abandonar su lugar por motivos de salud: no soporta el clima vienés, dice ella. En verdad, los arrebatos de Elizabeth desconciertan cada vez más a quienes la rodean. Nadie sabe cómo acercarse a ella, sobre todo porque se comporta de manera extraña.

Unas semanas después de la partida de Madame Herzelles, Elizabeth le dio la noticia: “Sus Majestades están contentas con mi comportamiento, lo que me da una alegría increíble, no quería dejar de informarles, sabiendo que están interesados en todo lo que me preocupa y no teniendo mayor satisfacción que darles todo el consuelo que merecen con sus cuidados y bondades maternas y paternales. Puedo asegurarles que los amo y respeto con todo mi corazón". 

María Teresa añade las siguientes líneas: “Hasta ahora todo va bien, pero no me fío, tengo demasiada experiencia al respecto", y no se equivocó: la tregua no duró. Un mes después todo cambió: “Quince días fueron muy bien. Usé toda mi complacencia e indulgencia, tratándola como a una amiga, otorgándole completa libertad; pero lamentablemente los tres días de gala de este mes le han vuelto a dar vuelta la cabeza, y todo lo que estaba reprimido ha vuelto al exceso. La trataré como loca y eso hay que tomarlo con precaución".

Archduchess Elizabeth por Johann Karl Auerbach.
Angel o demonio? Mientras que la señora Lerchenfeld se negó a entrar a su servicio en 1763 porque sería un infierno, la señora Trautson no tuvo palabras para describir su gran belleza, su amor por los niños y para elogiarla: “La archiduquesa Elizabeth es muy hermosa y brillante, vivaz, atractiva y encantadoramente alegre". Al parecer Élisabeth es Janus bifrons y cambia completamente según el momento y las personas con las que habla.

El emperador Francisco había planeado un matrimonio para ella con su sobrino, el duque de Chablais, desechado por María cristina, quien ya había puesto sus ojos en Alberto de Sajonia. A la fama de la belleza de la joven había llegado a presentarse también Stanislaus Poniatowki, pronto se descartó debido a su reino incierto, pero sobre todo para no incurrir en la ira de su amante, Catalina de Rusia. Se pensó en casarla a los quince años con el rey Fernando de España. El embajador de Francia en Nápoles relata una conversación con el embajador de Austria que le deja pensando: "Firmian me dijo que creía que la emperatriz no tomaría ninguna medida para obligar al rey de España a tomar una de las princesas, sus hijas, pero si él quisiera uno, ella felizmente le daría la tercera (Élizabeth)"La afirmación, si es correcta, podría significar que ella se habría deshecho con mucho gusto de esta chica incontrolable, pero eso sería concluir un poco rápido, como lo demostrarán sus relaciones posteriores y contrastantes.

Elizabeth en una miniatura con un periquito, su pasión - Hofburg de Viena, Gabinete de miniaturas.
Cuando en junio de 1768 Luis XV se convirtió en viudo planeo un matrimonio con una princesa de su rango. La fama de Elizabeth la hizo el candidato principal. La archiduquesa se presentó en un baile de máscaras con un flor de lirio de domino adornando su cabello. “me temo que fue hecho a propósito, -como escribió Durfort, embajador de Francia, un poco admirado por la rapidez de la emperatriz para nombrar a su hija”. La extraña idea de casarse con dos hermanas, Elizabeth y María Antonieta, respectivamente abuelo y nieto era normal en aquella época. Luis XV, en un principio, no había demostrado lo contrario “con tal de que no tenga una cara tan desagradable...”

Pero el proyecto cayó después de que la archiduquesa atrapo la viruela. La enfermedad le arrebato su belleza y la princesa se quedó desfigurada. Esto significaba que fue de inmediato eliminada del mercado matrimonial europeo.

Elizabeth en un retrato almacenado en Schönbrunn -
Maestro de archiduquesas.
La chica no se quedó en un convento como su hermana Anna, que se convirtió en abadesa de Innsbruck. De hecho Elizabeth salió de la corte solo después de la muerte de su madre. José II, de hecho, envió las dos hermanas solteras fuera de la cancha, no quería un “gallinero” que interfiriera en los asuntos de estado. Ambas fueron enviadas a Innsbruck, donde Elizabeth continuo viviendo una vida de comodidad y lujos del palacio imperial, que se convirtió en su hogar. En 1805 se vio obligada a huir a Viena debido a la invasión de las tropas napoleónicas en Innsbruck. En Viena se trasladó a Linz, donde paso sus últimos años, lejos donde nada pudiera recordarle su antigua belleza. Murió en 1808 y su tumba todavía se puede visitar hoy en día en la antigua catedral en Linz.

el emperador José II sentado en compañia de sus hermanas Anna y
Elizabeth. Josef pintura Hauzinger - Schloss Hof.